Florencia Gutierrez
Estudios del ISHiR, 24, 2019. ISSN 2250-4397
Investigaciones Socio Históricas Regionales,
Unidad Ejecutora en Red – CONICET
http://revista.ishir-conicet.gov.ar/ojs/index.php/revistaISHIR
LOBATO,
Mirta Zaida. Infancias argentinas.
Buenos Aires: Edhasa. 2019. 192 páginas. ISBN 978-987-628-510-0
Florencia Gutiérrez[1]
Infancias
argentinas es una
invitación a repensar las muchas y diversas formas de concebir, representar y
vivir la infancia. Una invitación a recuperar la historicidad de la niñez, la
forma en que se relacionó con los fenómenos socio-económicos y políticos de
cada momento; con los conflictos y tensiones de nuestra sociedad pero también
con sus aspiraciones, deseos y futuros imaginados.
Podemos decir que se trata de un libro-caleidoscopio que, organizado en
torno a once capítulos, nos devuelve las diversas y cambiantes imágenes y
experiencias de la infancia en Argentina. Múltiples entradas y miradas a la
niñez ofrecidas por historiadores, pero también por sociólogos, arquitectos,
literatos y comunicadores sociales, quienes en sus intervenciones apelan a
disímiles registros documentales. En este sentido, el libro se sostiene en una
trama colectiva hilvanada por Mirta Lobato, quien enlaza la participación de veintiocho
investigadores en una narrativa que articula lo textual y visual con el
propósito de devolver al lector una “noción de infancia abierta, donde los
niños y niñas y las imágenes que generan ponen en evidencia problemas sociales,
culturales, económicos, políticos y estéticos”, como se señala en la
introducción.
Las intervenciones cortas, el lenguaje claro, la conjunción de la
narración visual y textual, y la diagramación lúdica de los capítulos
convierten al libro en un objeto destinado a una circulación y lectura amplia,
generosa en términos de destinatarios y posibles lectores. Un libro para
invitar a otros a sumarse a la aventura de pensar la niñez, para llevar al
aula, para promover la escritura y la enseñanza de la historia de la infancia,
para discutir pero también para emocionarse.
Recuperar la infancia en plural --como se hace desde el propio título de
la obra-- supone distanciarla de toda noción homogénea o aspiración unívoca y restituirle,
por ende, su impronta diversa. Implica una apuesta por recuperarla en términos
de construcción socio-cultural, es decir, pensarla en sus múltiples
significados y atributos, así como en las disímiles experiencias de sus
protagonistas. Por ende, a lo largo de libro, podemos explorar cómo los
discursos, imaginarios y dispositivos institucionales articulados en torno a la
infancia cambiaron a lo largo del tiempo y en función de los contextos
espaciales, pero asimismo invita a preguntarnos por las experiencias de los
niños, vivencias indisociables de las cuestiones de clase, etnia y género.
El libro se propone como un rompecabezas, como la posibilidad de
“recomponer un todo a partir de las partes”, partes integradas por imágenes
(fotografías, ilustraciones, pinturas, publicidades) y palabras, partes que
“con habilidad y paciencia” pueden ser encastradas y pensadas en su horizonte
de totalidad, como señala la introducción del mismo. Las piezas son múltiples,
las conexiones entre ellas variadas y las posibilidades de ensamblarlas se
superponen. La infancia se reconoce y recompone a través de pensar la niñez en
clave familiar y escolar, las dos instituciones a las que históricamente estuvo
y está asociada.
Sin embargo, la apuesta del libro se distancia de la forma en que
tradicionalmente la historia de la familia y la educación abordaron el problema
de la infancia. En sus páginas, la centralidad de la experiencia de los niños
desde la familia y la escuela invita a reponer la preocupación por la crianza,
los cuidados, la educación y los afectos. Alienta a pensar la historicidad de
las concepciones, prácticas e imaginarios que rodearon esas construcciones
sociales, la forma en que estuvieron atravesadas y modeladas por los cambios
socio-culturales y económicos. La trama material e inmaterial que rodeó y
modeló esas infancias cobra relevancia cuando el lector es invitado a transitar
por la multiplicidad de experiencias donde el afecto de los vínculos filiales
convivió con los sentimientos de desarraigo de los niños obligados a migrar, ya
fuera acompañados por sus padres en travesías oceánicas, como tantas de fines
del siglo XIX, o de aquellos niños y niñas indígenas del espacio patagónico,
quienes --también a fines del siglo XIX—fueron coactivamente trasladados y
distribuidos como servidores domésticos en distintas ciudades, especialmente,
Buenos Aires. El texto también nos invita a repensar la construcción
socio-cultural y simbólica del mandato de autoridad y disciplina presente en la
relación padre-hijo / alumno-maestro y cómo estas nociones se entrecruzaron con
la internalización de normas de civilidad y ciudadanía impartidas en las
escuelas, desde fines de la centuria decimonónica.
Asimismo, el libro brinda indicios para pensar cómo la escuela y la familia
pueden recuperarse desde la cultura material asociada a la niñez y, por ende,
explorar cómo el entorno material coadyuvó a modelar la experiencia infantil.
Por ejemplo, recuperar las particularidades de vivir en una casa-patio --en uno
de esos cuartos ubicados en hilera e intercomunicados-- a diferencia de hacerlo
en una vivienda de planta compacta, donde el niño dispone de una habitación
propia. O pensar en la forma en que el diseño y construcción de las escuelas
gravitó en la socialización infantil: patios abiertos o patios cerrados;
escuelas palacios o escuelas rancho; espacios para practicar deportes alentados
por los ideales higienistas. Todos ellos son tópicos que nos interpelan a
analizar la infancia desde la cultura material. También los juguetes, como
objetos de uso y bien económico, irrumpen en el texto para pensar las infancias
y la forma en que los juguetes, juegos y diversiones alimentaron las
diferencias sexuales y marcaron, en función de las posibilidades de acceder a
ellos, las cuestiones de clase. Al unísono, estas preocupaciones nos interpelan
a desandar la construcción, presente desde principios del siglo XX, del niño como pequeño comprador, es decir, la
emergencia de una cultura orientada al consumo infantil, alentada por la
publicidad, los intereses empresariales
y las revistas infantiles. Niños a quienes se incentiva a demandar, ahorrar y
salir de compras.
Pero a medida que avanzamos en la lectura, los lazos y entrecruzamientos
entre la escuela, la familia y el propio universo de la diversión infantil se
tensan cuando de pensar la infancia trabajadora se trata. Así, la inserción
laboral de los niños, por ejemplo, a principios del siglo XX implica restituir
la preocupación por la familia trabajadora y, por ende, las dificultades o
penurias económicas del hogar proletario, al tiempo que su presencia en las
fábricas y talleres tensionó
el ideal del niño escolarizado. La incompatibilidad
entre la faena diaria y la asistencia a la escuela; la importancia que para muchos
padres tenía la adquisición de un oficio (mucho más que la educación formal); o
las estrategias familiares (como priorizar la educación de algunos de los
hijos) brindan indicios para ensamblar las partes del rompecabezas, para
conectar familia, escuela y trabajo.
Esta intersección reportó particularidades asociadas a las coyunturas
temporales y los contextos espaciales. Niños trabajando en fábricas y talleres
de las ciudades, presencia alentada por el interés de los propietarios, quienes
ponderaban su docilidad y destreza para ciertas labores y se beneficiaban de
los exiguos salarios que les pagaban. Niños laborando en los cañaverales
tucumanos o en los yerbatales del litoral, integrados a la estructura del
trabajo rural familiar y a la necesidad de mano de obra, especialmente, en la época
de cosecha. Niños vendiendo diarios, cigarrillos o golosinas en las calles
citadinas, niños trabajando y muchas veces pernoctando en la intemperie.
Infancias trabajadoras recuperadas en los discursos y las políticas públicas,
tópico sensible a la preocupación de los sectores “reformistas” y protectores
de la infancia, quienes impulsaron leyes en favor de su cuidado.
Ahora bien, el carácter relacional de cada una de las piezas de este
libro-rompecabezas se conjuga con su condición bifronte. Infancias que pueden
ser miradas y armadas “desde arriba” --desde las agencias estatales, los
profesionales de la salud o el derecho, los legisladores, o las defensoras de
los derechos femeninos-- pero también “desde abajo”. Texto e imágenes se
conjugan para recuperar las tareas desempeñadas por los niños y niñas en las
fábricas y en el campo, para desandar la forma en que las cuestiones de género
alimentaron y diferenciaron su inserción laboral. Invita a repensar las causas
del ausentismo escolar vinculadas a las carencias del hogar y el trabajo
infantil. Pero también están presentes las prácticas y las estrategias de
supervivencia articuladas por los niños y niñas, por ejemplo, las formas
ingeniosas de vocear las noticias por los canillitas para vender más diarios; o
las imágenes que invitan a pensar cómo pudieron interactuar o resistir frente a
la hostilidad de su entorno social, ya fuera para sobrevivir a las inclemencias
de la vía pública o a la disciplina impuesta por los administradores y
capataces de las fábricas o los celadores de los orfanatos y asilos.
Ensamblar infancia con trabajo nos acerca otras piezas del rompecabezas,
piezas interconectadas que nos conducen a pensar en la infancia pobre y los
márgenes donde la niñez se asoció con la delincuencia. Los niños pobres
--muchos de ellos lanzados al mercado laboral o las más variadas formas de
subsistencia-- despertaron la preocupación gubernamental y alentaron la
articulación de medidas asistencialistas y la creación de espacios de reclusión
para contener su potencial peligrosidad. En este sentido, en el tránsito del
siglo XIX al XX, muchos pequeños perdieron su condición de niños para ser
estigmatizados bajo el rótulo de menores, deslizamiento semántico donde los
infantes pobres,
abandonados, huérfanos o mendigos --en razón de la falta de contención familiar
y escolar-- se acercaban peligrosamente a la calle y se asociaban con la
vagancia y el delito. Para ellos se pensó en términos de aislamiento y
regeneración.
Si
la familia y la escuela se consideraron instituciones clave para promover el
desarrollo infantil y, en su defecto, reformatorios y orfanatos para contener y
regenerar la infancia pobre y abandonada, un lugar no menos relevante fue el
ocupado por las políticas públicas destinadas a proteger la salud de los niños.
Así, la salud infantil es otra de las piezas de este puzle, otra parte de ese
todo que se reconstruye y puede ensamblarse de múltiples formas. Desde fines
del siglo XIX, el niño pillo, mendigo o ratero fue la expresión alarmante y el
resultado no deseado de la modernización y el progreso pero ese diminuto cuerpo
--acechado por la pobreza y la desnutrición-- también fue concebido como el
blanco de enfermedades que ponían en peligro el futuro de la nación argentina.
Así, la preocupación por la salud infantil tiende puentes para que el lector
recupere la centralidad que en esos proyectos tuvo la familia, por ejemplo, en
la construcción del binomio madre-hijo y la importancia que, desde fines del
siglo XIX, asumió la lactancia materna; o el papel de la escuela para mejorar
la alimentación de los niños, preocupación expresada en la implementación de la
“copa de leche” y, más tarde, en los comedores escolares; o rol desempeñado por
el Estado en las campañas sanitarias y de vacunación.
Así,
texto e imágenes nos dejan ver cómo la esfera de la salud fue un lugar
privilegiado para actuar sobre la infancia y para apostar por ella en términos
de futuro y posibilidades pero no fue la única arena donde los niños ganaron en
visibilidad y se convirtieron en el emblema de un promisorio porvenir. Ellos
también fueron objeto de la preocupación proselitista de las organizaciones
obreras, de los anarquistas, los socialistas, los comunistas, los peronistas y
de la propia Iglesia católica. Así, la acción legislativa de los socialistas en
procura de proteger a la infancia trabajadora se imbricó con el decidido apoyo
brindado a la educación pública de carácter laico; los comunistas promovieron
la organización de grupos infantiles del partido y publicaron Compañerito, órgano de prensa dedicado a
los niños que se valió del lenguaje de clase y de una pedagogía proselitista en
clave obrerista; para el peronismo los “pequeños
descamisados del interior del país” fueron las vanguardias políticas del
futuro, la niñez pobre fue concebida como vanguardia de la nacionalidad
y factor de progreso.
Otra dimensión de Infancias
argentinas es la forma en que las piezas del rompecabezas anudan el lenguaje visual y
textual, conjugan las palabras con las imágenes. Así, los textos de los
historiadores se enlazan con poemas, cuentos y fragmentos de novelas pero
también con fotografías, ilustraciones, pinturas, publicidades y tapas de
revistas, imágenes diversas que devuelven la multiplicidad y coexistencia de
los mundos infantiles. Estos registros invitan a recuperar la historia de la
niñez apelando a un heterogéneo mundo documental; alientan a preguntarnos hasta
qué punto responden las imágenes de los niños a las ideas e imaginarios que la
sociedad adulta hace de la infancia y en qué medida esas representaciones
visuales conforman nociones o modelos de la niñez, como se señala en el
capítulo dedicado a mirar la niñez desde las artes visuales. Asimismo, la
reflexión sobre las fuentes utilizadas para estudiar la infancia, en su gran
mayoría escrita por adultos, nos interpela a buscar el propio y singular
registro promovido y construido por los niños --como se señala en el capítulo
dedicado a la escuela-- y es allí donde dibujos, cuadernos escolares, cartas,
diarios personales y tarjetas cobran protagonismo para seguir avanzando en el
denominado “giro hacia el niño”. Es decir, la posibilidad de pensarlos como
sujetos con capacidad de agencia, con posibilidades y recursos para interactuar
con su entorno y con las construcciones y dispositivos pensados para ellos.
En este sentido, subrayo dos recursos utilizados en el libro para pensar
y tensionar el mundo infantil. Uno de ellos es el cuento que cierra el capítulo
de las infancias trabajadoras: un cuento perturbador y profundamente corrosivo:
“El niño proletario” escrito en 1973 por Osvaldo Lamborghini, donde la crueldad
y la perversión forman parte de la vivencia infantil; donde la violencia
física, verbal y sexual de unos niños sobre el cuerpo de otro obliga al lector
a deconstruir la mancuerna entre infancia e inocencia; a repensar los enlaces
entre clase y masculinidad y a reponer la cuestión de la sexualidad en la
niñez. La inclusión de este cuento interpela las tradicionales asociaciones con
la infancia. De esta forma, la fuerza comunicativa de literatura se hace
presente, en ella está presente otra forma de ver y entender el mundo de los
niños.
En segundo lugar, se destaca la presencia elocuente y constante de las
imágenes a lo largo del libro. Su inclusión se convierte en un disparador que
incita al lector a múltiples asociaciones, a recorrer visualmente la
coexistencia y diversidad de los mundos
infantiles, a armar y desarmar las preocupaciones por las infancias y a
emocionarnos. La inclusión de fotografías, ilustraciones y pinturas, entre
otras, es un recurso potente que atrapa al lector, lo invita a detenerse en
esas construcciones donde las infancias irrumpen con una potente fuerza
comunicativa.
En este sentido, Infancias
argentinas interpela las formas de pensar y narrar la historia para hacer
visible y presente a los niños y niñas, es una invitación destinada a un amplio
público, quien se sentirá identificado, conmovido y representado en muchas de
las partes de ese rompecabezas pero también es un libro para llevar al aula. La
apuesta por conjuntar textos e imágenes es un eje que atraviesa y nutre las
preocupaciones abordadas en el libro; las intervenciones son breves, el
lenguaje es claro y al mismo tiempo reflexivo, cualidades que convierten a este
caleidoscopio de papel en un recurso destacado para enseñar la historia de la
infancia a los niños y niñas de nuestras escuelas. Y ese no es un mérito menor.
Recuperando la propuesta de la historiadora mexicana Susana Sosenski, si
somos conscientes de que los niños estuvieron y están vinculados a los procesos
centrales de la historia de un país (como en el diseño de las políticas
públicas educativas y sanitarias; la emergencia de una legislación protectora o
el consumo de bienes materiales), analizar esos procesos a partir de su
inclusión puede convertirse en una poderosa herramienta pedagógica. Asimismo,
los niños fueron y son actores sociales con capacidad de agencia, recuperar esa
impronta en el aula supone aprehenderlos como sujetos económicos (pensemos en
su rol como trabajadores y consumidores a lo largo del siglo XX); implica
desandar sus cotidianas estrategias de negociación y resistencia para
sobrevivir en la calle, en las fábricas, en los asilos o en los orfanatos; o
poder visibilizarlos en su interacción con las normas y disciplina impuestas desde
la escuela o la familia. Esta posibilidad de integración nos ayudaría a
fomentar el derecho de los niños a participar como sujetos sociales, al tiempo
que contribuiría a construir una historia más plural.[2]
En suma, Infancias argentinas
es un libro que nos invita a armar y desarmar los mundos infantiles, a repensar
cómo esos mundos se construyeron y resignificaron. Invitación generosa que, al
desandar la preocupación histórica por la infancia, nos interpela y conmueve en
primera persona.
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Recibido con pedido de publicación 04/07/2019
Aceptado para publicación 25/07/2019
Versión definitiva 30/07/2019
[1] Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán/CONICET. Correo electrónico: florenciagutierrezb@yahoo.com
[2] Sosenski, Susana: (2015) “Enseñar
historia de la infancia a los niños y las niñas: ¿para qué?”, en Revista Tempo e Argumento,
Florianópolis, v. 7, n° 14, pp. 132-154.