Adrián Carlos Carbonetti
Estudios del ISHiR, 24, 2019. ISSN 2250-4397
Investigaciones Socio Históricas Regionales,
Unidad Ejecutora en Red – CONICET
http://revista.ishir-conicet.gov.ar/ojs/index.php/revistaISHIR
Dossier
La tuberculosis como peligro individual y
social. Miradas médicas en Córdoba (Argentina) a fines del siglo XIX y
principios del XX
Adrian Carlos Carbonetti[1]
Resumen
Diversos nombres, como tisis, consunción,
fiebre héctica, peste blanca, tuberculosis, enfermedad fímica, fueron
utilizados en algún momento de la historia para denominar una dolencia que se
percibía como el umbral de la muerte. Si bien esta enfermedad se caracterizó
por una crueldad inusual para con el organismo de aquellos que la padecieron,
también lo hizo por la marginación, el desprecio social, la soledad y el
estigma de que eran objetos aquellos que la sufrían. Tanto la medicina como el
Estado en sus diversos niveles, por diversas razones, pero en especial por la
peligrosidad del tuberculoso y la tuberculosis, generaron mitos y actitudes de
marginalidad y estigma hacia quienes padecían esta enfermedad. El presente
artículo analiza las formas que adoptó la idea de marginalidad sobre la
tuberculosis. Para ello considera especialmente cómo los médicos se
construyeron a sí mismos y disputaron la legitimidad social delimitar qué
dolencias y sujetos eran peligrosos en el caso de la ciudad de Córdoba,
Argentina en el paso del siglo XIX al XX.
Palabras clave: tuberculosis; peligro social; marginalidad; discursos médicos; Córdoba.
Tuberculosis as an individual and social threat. Medical perspectives in
Córdoba, Argentina, during the late 19th and early 20th centuries
Abstract
Different
names were utilized at some point in history to name a suffering percevied as
the threshold of death, such as tisis, hectic fever, consumption white plague,
tuberculosis and fimic desease. Although this disease was characterized by an
unusual cruelty to the organism of those who suffered it, it was also due to
marginalization, social contempt, loneliness and the stigma of those who
suffered from it. Both medicine and the State at its various levels and for
various reasons, but especially for the dangerousness of tuberculosis and
tuberculosis, generated myths and attitudes of marginality and stigma towards
the tuberculous. This article analyzes the forms adopted by the idea of
marginality on tuberculosis. In order to do so, he considers especially how
doctors built themselves and disputed social legitimacy, defining which
ailments and subjects were dangerous in the case of the city of Córdoba,
Argentina, from the 19th to the 20th century.
Keywords: tuberculosis; social danger; marginality; medical discourses;
Córdoba.
Introducción
Diversos nombres, como tisis,
consunción, fiebre héctica, peste blanca, tuberculosis, enfermedad fímica,
fueron utilizados en algún momento de la historia para denominar una dolencia
que se percibía como el umbral de la muerte. Pero si bien esta enfermedad se
caracterizó por una crueldad inusual para con el organismo de aquellos que la
padecieron, también lo hizo por la marginación, el desprecio social, la soledad
y el estigma de que eran objetos aquellos que la sufrían, ya que significaban un peligro para la sociedad.
A partir de este enfoque es que el
análisis de la incidencia de una enfermedad como la tuberculosis sobre una
sociedad debe realizarse desde los discursos que se generaron sobre la
dolencia. En este sentido, la medicina y el
mismo Estado cobraron un papel de suma importancia: la primera porque asumió el
monopolio del cuidado y restauración de la salud sobre todas las otras ciencias
o prácticas, en especial para el mismo Estado, que la legitimó[2]; el segundo porque comenzó a asumir responsabilidades
en el ámbito de la salud a partir del higienismo. Tanto la medicina como el
Estado en sus diversos niveles, por diversas razones,
pero en especial por la peligrosidad del tuberculoso y la tuberculosis,
generaron mitos y actitudes de marginalidad y estigma hacia el tuberculoso.
Panisset observa, para el caso de Brasil que “para las autoridades sanitarias el tuberculoso representa una amenaza a
la colectividad y, por lo tanto, deber ser segregado en los hospitales de aislamiento”
(Panisset 1997: 128).
Partimos de la hipótesis de que, debido
al temor del contagio como factor principal, el tuberculoso se constituía en
una amenaza al orden social. Todo individuo vive en un orden social que le
proporciona un entorno estable y que se institucionaliza a través de la
transmisión de pautas que lo constituyen de una generación a otra. Esta
institucionalización se refuerza luego con mecanismos de control social para
evitar que esas pautas sean transgredidas. A su vez, este orden institucional
se legitima en el nivel más abstracto en un universo simbólico al que Scambler
lo define del siguiente modo:
En un universo simbólico, todos los sectores del
orden establecido se integran en un marco de referencia que lo abarca todo, que
hoy constituye un universo en el
sentido literal de la palabra porque toda la experiencia humana puede
concebirse como ocurriendo en su seno
(Scambler,
1990: 66).
Ahora bien, ese universo simbólico, como
dice Scambler (1990: 67) , puede ser amenazado por un loco o un tuberculoso,
pero su superioridad final será reafirmada si el orden social lo vuelve inmune.
Hay varios modos por medio de los cuales el loco o el tuberculoso puede ser
desactivado, entre los cuales el más
común es el encierro. Aislando a los locos o a los tuberculosos y a los
delincuentes, el orden social se deshace de los elementos simbólicamente
peligrosos y a la vez demuestra su capacidad para dominar lo que no puede
domesticar.
En este sentido, el tuberculoso podría
asimilarse a un factor perturbador del orden social al igual que el loco porque, fundamentalmente,
eran capaces de diseminar el bacilo (contagio) por doquier o degenerar la raza,
pero también por su conducta antes y luego de enfermar,
que lindaba con la locura y que, como la locura, amenazaba el orden social.
Desde esta perspectiva, junto con Barrán
(1993: 14), consideramos que el médico
fue el único al que el saber y la razón del novecientos autorizaron a violar
los cuerpos, escuchar la intimidad de las almas y, en los hechos, dirigir, como
antaño el cura, las conciencias, aunque el tratamiento médico no era la
única instancia social de cura. A partir de este poder que asumió el médico, no
sólo como curador sino también como garante de la moral del enfermo, es que,
desde la misma medicina, se generaron discursos que llevaban a estigmatizar y
marginar a los enfermos de tuberculosis y a considerar a la enfermedad como una
cuestión, además de eminentemente biológica, también de tipo moral. De esta
forma, el médico se transformaba en el gran vigilante de la moral social y del
mismo enfermo.
Esta misma hipótesis la apunta Pierre
Guillaume para Francia: "sin
ninguna duda, frente a la tuberculosis y el tuberculoso se afirma con su
nacimiento, en el siglo XIX, el poder médico. Es este poder médico el que se
ejerce en relación con la sociedad en los tiempos del higienismo triunfante."
(Guillaume,1988: 173)
Todas estas características que asume la
tuberculosis para la medicina se encuentran en las tesis y trabajos de médicos
a lo largo de nuestro período de estudio, momento en que se pueden apreciar
contenidos ideológicos y políticos que se asumían desde la misma medicina y
desde el Estado.
Desde 1889, cuando se presentó la
primera tesis doctoral acerca de la tuberculosis, escrita por Raimundo
Argüello, hasta la segunda mitad de la década del diez, los futuros médicos
percibieron a la tuberculosis como una enfermedad propia de todos los sectores
de la sociedad y donde se generaba una situación en que la medicina no podía
intervenir sino en la cura y aislamiento del enfermo. La tuberculosis era vista
como una enfermedad que atacaba por igual a todas las clases sociales. El pobre
y el pudiente eran víctimas de esta dolencia, pero, a su vez, el primero era el
principal propagador del mal y bajo esa mirada se lo inculpaba: era considerado
un diseminador de bacilos y por lo tanto transmisor de la enfermedad; el
segundo podía internarse en los sanatorios y dejaba de ser un peligro social.
Las tesis
médicas
Si tomamos algunos ejemplos de escritos
médicos de finales del siglo XIX y principios del siglo XX podemos encontrar
valiosas aportaciones de la medicina a la conformación de estigmas y a la
marginación del tuberculoso; tal vez estos ejemplos sean exagerados y lleguen,
en muchos casos, a ser burdos, pero dan una idea de cuál era el pensamiento de
la medicina de la época ya que estas tesis eran dirigidas por médicos formados
y evaluadas por un tribunal de profesores de la Facultad de Medicina.
La tesis doctoral escrita por Argüello
en 1889 se refería a la tuberculosis y a los enfermos en sí mismos, basándose
en un trabajo esencialmente bibliográfico donde el futuro doctor tocaba una
serie de puntos muy generales acerca de la enfermedad. Refleja un alto grado de
desprecio y temor por el enfermo y la enfermedad, que se potenciaba aún más
cuando este pertenecía a las “clases pobres”; además, el papel del médico
frente a la tuberculosis y al enfermo era el de un cuidador de la moral más que
el de un curador. La tesis comenzaba con una serie de imprecisiones lógicas
debido a que las formas de contagio e incluso el agente etiológico eran
escasamente conocidos: “Las vías que sigue el bacilo de Koch para penetrar en
nuestro organismo son: las vías respiratorias, las vías digestivas, por los
órganos sexuales y a través de alguna solución de continuidad a través de la
piel” (Argüello 1889, 16).
Luego el doctorando utilizaba un
razonamiento que tendía a identificar a aquellos que podían transmitir la
tuberculosis, ya que no todos estaban predispuestos a adquirir y transmitir la
enfermedad: “si el tuberculoso anduviera sembrando bacilos con su aliento (...)
la humanidad no existiría o estaría a punto de desaparecer”. A partir de esta
afirmación, hipotetizaba que el tuberculoso debía tener cierta predisposición a
adquirir la enfermedad:
Todos
conocemos esos presuntos tuberculosos que tienen un sello, un aspecto
característico. Son, dice el Doctor Chávez, «individuos de piel blanca y fina,
cabellos negros y abundantes, pestañas largas que cubren ojos excavados, de
cuello largo y delgado, hombros bajos con marcada desproporción entre la talla
y la grosura, que los hace aparecer siempre enflaquecidos, débiles y endebles
(...)» también sabemos distinguirlos por su cabello rojo desteñido, piel blanca
manchada de máculas, ojos azules, carnes blandas (...) (Argüello 1889, 16).
Aquí se manifiesta ampliamente la
ideología que regía las prácticas de la medicina de fines del siglo XIX: el darwinismo social, la sociología spenceriana y la
teoría de Lombroso adquirían el papel de marco de referencia desde donde se
pensaban y escribían las tesis acerca de la enfermedad; prejuicios que se
extendían a todas las acciones de la vida. En este sentido, el médico citado
continuaba su disertación con algunas advertencias acerca de lo que debía
hacerse para evitar la enfermedad: “[...] se hace necesario inculcarle al niño
desde la escuela [...] los peligros a que se expone un conjugue cuando el otro
es tuberculoso, para que cuando llegue a la edad en la que pueda entrar a
formar un hogar, no elija para compañera o compañero a una persona tuberculosa”
(Argüello 1889, 32).
Los peligros que se encontraban
en las miradas de la medicina eran, por un lado, el riesgo personal, pues el
contagio, siempre latente para quien estuviese cerca de un tuberculoso, era una
constante en el discurso médico; y por otro lado, aparecía el futuro de la
prole y por lo tanto de la raza, otro valor a defender por la medicina de
principios de siglo (Zimmerman, 1995: 109). Para los médicos de fines del siglo
XIX, preocupados por el aspecto sanitario de la tuberculosis, esta constituía
un problema social y político hasta en la formación de la familia, ya que la
unión de un tuberculoso con una persona sana podía dar como resultado
individuos débiles, enfermos, degenerados, que lógicamente influirían en el
crecimiento del pueblo. Un tesista, en 1904, hacía suya esta lógica: el futuro
doctor José Dalmau Montaña, en su tesis Profilaxia
y tratamiento de la tuberculosis pulmonar, escribía con respecto a la descendencia de un enfermo de tuberculosis:
(...) un padre
tuberculoso puede engendrar un hijo tuberculoso o tuberculizable (…) hay
generalmente herencia no de semilla sino de terreno, en otros términos, que los
tejidos y humores de un hijo de tuberculosos son favorables para la pululación
del microbio (Dalmau Montaña, 1904: 18).
Al igual
que el tesista citado anteriormente, Dalmau Montaña se expresaba sobre la
necesidad de proteger a la humanidad de más tuberculosos o tuberculizables. En
los escritos de este médico se observan, entonces, implícitos sesgos de la
eugenesia como arma para el desarrollo de la raza y para la lucha en contra de
enfermedades y vicios que pudieran producir su degeneramiento, dentro de las
cuales se encontraba la tuberculosis.
Dentro
de ese mismo razonamiento es que Argüello exponía acerca de las causas por las
cuales un tuberculoso debía permanecer soltero durante toda su vida: "Algunos
médicos legistas han apuntado que la tuberculosis debiera ser una de las causas
dirimentes del matrimonio por estar falseados los fines que este tiene por
objeto" (Argüello 1889, 33). Esa misma posición asumía José Manuel Álvarez
en su Lucha por la salud en la ciudad
de Córdoba, de 1896. En este trabajo, el
autor completaba lo expresado por Argüello: “Puesto que el último fin de tal acto es la reproducción específica, la
formación de la familia, y que eso era imposible con un padre o madre tísica,
debiendo dar la ley el mismo resultado que si la fecundación o el parto fuera
imposible” (Álvarez 1896: 366).
La preocupación de Álvarez, al igual que la mayoría de los
médicos de la época, pasaba por el futuro de la raza, de ahí la necesidad de
una política eugenésica que no permitiera la reproducción de los futuros
tuberculosos. En este sentido, Álvarez apostaba
a un cambio en la conciencia de la población a través de la publicidad que,
obviamente, debía ser llevada a cabo por el
Estado. Desde esta perspectiva, un cambio en el pensamiento de la población con respecto a
la elección de una pareja sana “será el resultado benéfico de una
propaganda activa y sostenida; será la obra de muchos y de largo tiempo.
Esa acción permitiría, para el médico, no sólo “incluir la salud y la integridad política de la patria, sino también la
salud y la integridad orgánica de la población”(Álvarez, 189: 366).
Desde
esta perspectiva, la tuberculosis y su cuidado
se convertían entonces en el enemigo de la patria y de la población a partir de
que la debilitaba, no sólo por la enfermedad misma sino porque reproducía
generaciones débiles y enfermizas. En el mismo sentido se pronunciaba otro
futuro doctor, Ángel Garcilaso, que en 1920 defendía su tesis con un título era
muy explícito: Incompatibilidad del matrimonio con la tuberculosis y la
sífilis. En este trabajo, nuevamente, se pueden apreciar las perspectivas
eminentemente eugenésicas que poseía la medicina a fines del siglo XIX y
principios del XX, y las percepciones de carácter spenceriano y darwinianos, al
pretender salvar a la sociedad del “degeneramiento”
de sus integrantes.
El
tesista consideraba al matrimonio como la base de la sociedad, y tomaba como
punto partida una crítica del artículo 181 del código civil, que no permitía el
casamiento entre una persona mayor con una enfermedad infecciosa y una menor.
El futuro médico consideraba que este artículo era demasiado amplio y que debía
prohibirse el matrimonio entre personas mayores. Por otro lado, Garcilaso, al
referirse a las enfermedades más comunes en la Argentina y que debían ser
objeto de vigilancia en los casamientos, señalaba la sífilis y la tuberculosis.
Cuando pasaba a las ventajas que esto podría traerle a la sociedad, el futuro médico afirmaba: “porque el peligro de la degeneración de los hijos y por lo
tanto la destrucción de la sociedad no desaparece por el hecho de ser sus
padres mayores”(Garcilazo 1920: 24).
Pero Garcilaso no estaba preocupado únicamente por el problema de los hijos en
lo que se refiere a la tuberculosis, aquí aparece nuevamente el elemento que
llevaba a todo tuberculoso a la marginalidad: “En cuanto a los motivos que
existen para que la tuberculosis sea declarada incompatible con el matrimonio,
bastaría el hecho de la contagiosidad de esta enfermedad” (Garcilazo, 1920: 37).
Nuevamente
aparecen en esta tesis dos constantes en el pensamiento médico de la época: por
un lado, el cuidado de la raza del degeneramiento provocado por enfermedades
incurables; y por otro lado, relacionado con el anterior, el temor al contagio,
ese factor que llevaba a marginar al enfermo mediante su internación en
sanatorio y hospitales.
Con el
miedo al contagio y a la degeneración de la raza,
se forjó otro mito con mucha fuerza en la medicina de principios de siglo: la
mujer con esta enfermedad no podía y no debía procrear, lo cual llevaba a
muchos médicos a recomendar la interrupción del embarazo. Este mito nacía a
partir de dos razones fundamentales: por un lado, como ya dijimos, el terror de
engendrar nuevos hijos tuberculosos; por otro lado, la afirmación de que el
embarazo ponía en peligro la vida de la madre.
Otra
tesis de doctorado, escrita en 1900 por Julio Caraffa, titulada Prevención y tratamiento higiénico de la
tuberculosis, refería que las mujeres no debían tener hijos porque el
embarazo trastocaba su salud y su hijo podía ser contagiado (Caraffa 1890, 18);
más adelante, Caraffa volvía a los problemas que ocasionaba el matrimonio de un
tuberculoso con una persona sana: “El matrimonio no trae ninguna ventaja
positiva para el tuberculoso tanto más se considera los resultados funestos y
la miserable vida que espera a su prole” (Caraffa, 1890: 18).
Pero la
interrupción del embarazo de la mujer tuberculosa era tan sólo uno de los mitos
que aparecieron con la dolencia; existieron otros muy fuertes que se
extendieron también por la medicina. En ese sentido, la tuberculosis generó
cierta mitología acerca de la sexualidad de los enfermos y la problemática de
los abusos. Nuevamente el tesista Caraffa volvía a analizar los problemas que
traía el apetito sexual tanto para hombres como para mujeres:
El
acto venéreo que desgasta rápidamente la fuerza vital es uno de los peligros
más serios para el enfermo, pues su abuso precipita seguramente la enfermedad
hacia un fin funesto (…) el médico debe prevenir a su enfermo la gravedad de
las consecuencias que reportarían a su salud el abuso de este acto, tanto más
que en esta afección parece que hubiera un acrecentamiento mayor de los deseos
sexuales (Caraffa, 1890: 10)
Observamos aquí uno de los mitos y
estigmas que se crearon alrededor de la tuberculosis a partir del peligro que
representaba: que al enfermo se le exacerba el
apetito sexual y que éste era perjudicial para su salud, con lo cual se
legitimaba la función del médico como garante moral del tuberculoso internado.
Estos mitos generaban, a su vez, una serie de prohibiciones acerca del
casamiento o la actividad sexual que se plasmaban en los escritos de la época.
De estos escritos, que fueron evaluados
por tribunales de profesores de la Universidad, se pueden extraer varias ideas
acerca del pensamiento médico sobre la tuberculosis. En primer lugar, hay una
idea casi eugenésica: el enfermo no podía tener hijos por el peligro de
contagio o la predisposición que estos podían heredar de su padre, lo que
llevaba a un degeneramiento de la raza y por lo tanto a un debilitamiento del
pueblo; en segundo lugar, hay una confusión total entre el enfermo y la
enfermedad, al hacer una tipología de quién podía o no tener tuberculosis y no
una tipología de las formas que podía adquirir la enfermedad.
Este tipo de tratamientos llevaron a que
el tuberculoso, a partir de enfermar, pasaba a formar parte de un grupo social
distinto que, en muchos casos, era visto como peligroso, casi fuera de la ley;
por lo tanto, para ellos había un solo camino: el aislamiento. Este
tratamiento, sin embargo, era más riguroso para los pobres, a quienes la
enfermedad los acercaba casi a la criminalidad.
Desde esta perspectiva, la tuberculosis asumía en la sociedad una concepción
clasista. Mientras el alejamiento en los sectores dominantes, ir a vivir a las
sierras, cumplía la función de ocultamiento de la enfermedad e intento de cura,
los pobres eran relegados al hospital, cuando lo había, el dispensario o en
última instancia su propia habitación, que luego de su muerte o durante su
enfermedad era sistemáticamente desinfectada con las molestias y perjuicios de
que eran objeto (Barrá, 1993).
Para analizar el aislamiento y la
problemática social de la tuberculosis, volvemos a citar al doctorando Raimundo
Argüello. Este futuro facultativo exponía acerca de cuál era el destino que
debía tener un tuberculoso: el sanatorium, existente en Europa pero no en
Argentina y que tenía una finalidad determinada: “los enfermos alejados de sus
deudos están constantemente sometidos a la vigilancia y a prescripciones del
médico [...]” (Argüello, 1889: 36). Pero
este aislamiento tenía como objeto que el enfermo, sin moral por la enfermedad
o por lo cual adquirió la enfermedad, fuera vigilado por el médico que en este
momento se transformaba en el garante de la moral del tuberculoso más que en su
curador. Mas o menos el mismo sentido tenía el escrito de Dalmau Montaña: “la cura en los sanatorios es
preferible. Las ventajas del tratamiento en un sanatorium son de orden físico y
moral” (Dalmau Montaña, 1904: 32).
Argüello también exponía acerca de la
tuberculosis como una enfermedad que atacaba a los pobres, que, por lo tanto,
se constituían en una amenaza para la sociedad, de modo que su destino debía
ser el aislamiento en el hospital: [...] los
que en la actualidad se atienden en los hospitales generales, entre nosotros,
siendo por tanto una constante amenaza para las demás personas del
establecimiento. Debieran fundarse establecimientos apropiados para aislar y
tratar a los tuberculosos pobres”( Argüello, 1889: 37). La clase menesterosa pasaba, con esta
dolencia y a partir del discurso de este médico, a convertirse en una clase
peligrosa (Chalhoub, 1993, 23) que podría incluso lindar con la
delincuencia para la toda la sociedad, porque “son ellos los que más expanden
la enfermedad” (Argüello, 1889: 37).
Pero este no era el único futuro médico
que veía a los pobres como un peligro para la sociedad desde una perspectiva
clasista. Dalmau Montaña, en 1904, escribía con respecto a la curabilidad de la
tuberculosis “Es preciso que
cumpla con lo que el médico le prescriba. Desgraciadamente esto solo se puede
conseguir en un rico y aún no en la mayoría” (Dalmau Montaña, 1904: 23). Y luego el tesista continuaba: la
sobrealimentación, el reposo, la cura al aire libre, son los grandes remedios,
pero el beneficio en este tratamiento solo pueden gozarlo los ricos y aquellos
que están en el primer período (Dalmau
Montaña, 1904: 23).
Ahora bien, no sólo
los futuros médicos hacían hincapié en la pobreza como la causa fundamental del
desarrollo de la tuberculosis. En 1901, el doctor Alejandro Centeno, director
de la Asistencia Pública y Administración Sanitaria de la Municipalidad de Córdoba,
expresaba sus ideas acerca del crecimiento de la mortalidad por tuberculosis en
la ciudad de Córdoba. Después de recordar que la ciudad, por su excepcional
clima, atraía enfermos de diversas regiones del país y del exterior, observaba
que los enfermos de tuberculosis que se habían atendido en la repartición bajo
su dirección eran habitantes de los barrios pobres y sin higiene
de nuestra ciudad (Memoria de la Asistencia Pública y Asistencia Sanitaria de
la Municipalidad de Córdoba, 1902, 93).
A la hora de
explicar el desarrollo de la enfermedad, volvía sobre los antiguos argumentos
utilizados por la medicina de fines del siglo XIX. Los pobres eran declarados
culpables por contraer la enfermedad y al mismo tiempo de diseminarla en la
misma ciudad de Córdoba.
La baja clase social, siempre bastante descuidada
entre nosotros y por otra parte indolente y sucia en sí, sin hábitos de higiene
ni creencias perfectamente formadas del posible contagio, contrae fácilmente
esa enfermedad, sin que hasta ahora hubiéramos podido convencerla de los
peligros indiscutibles de la transmisión del mal ni conseguir que acepte
voluntariamente las prescripciones mas elementales y fáciles de profilaxia y
defensa.
(Memoria de la Asistencia Pública y
Asistencia Sanitaria de la Municipalidad de Córdoba, 1902, 93-94).
A
partir de estas consideraciones, donde el pobre era visto como un ser
incivilizado y donde el médico cumplía el doble papel de sanador y cuidador de
la moral y la higiene, el profesional antes mencionado exponía las causas por
las cuales la tuberculosis se expandía en forma tan acelerada: en primer lugar,
ponía el acento en la desinformación de todas
las clases sociales del peligro del contagio (Memoria de la Asistencia Pública
y Asistencia Sanitaria de la Municipalidad de Córdoba, 1902, 94).
En
segunda instancia, ponía el acento en la falta
de sentimientos y humanidad en el enfermo que no procura aislarse prudentemente
del sano, aún sabiendo que en sus relaciones íntimas con los demás y en su
acercamiento frecuente, transmite un germen que conduce a la muerte. (Memoria
de la Asistencia Pública y Asistencia Sanitaria de la Municipalidad de Córdoba,
1902, 94).
El
problema de la tuberculosis pasaba, entonces, al ámbito de lo individual para
el médico que escribía las memorias de la Asistencia Pública. Era el enfermo el
transmisor de la enfermedad a través del contagio. En la tercera de las razones
por las cuales se expandía la dolencia se ponía énfasis en la falta de
normatividad acerca de la denuncia obligatoria en caso de conocerse la
existencia de enfermos de tuberculosis; y, por último, en la falta de
inspección veterinaria sobre la leche y la carne, que eran los segundos
vectores, después del hombre, en la transmisión de la enfermedad.
Como vimos hasta ahora, la
problemática de la tuberculosis estaba centrada, para los médicos de la época,
en las condiciones que tenían los enfermos como individuos; por lo tanto, la
enfermedad se definía a partir de la culpabilidad del mismo sujeto.
Reflexiones
finales
Entre
fines del siglo XIX y principios del XX, la tuberculosis se transformó en un
peligro para la sociedad. El contagio de una enfermedad que era incurable y que
sometía a quien la adquiría no sólo a un sufrimiento de su cuerpo sino también
a la marginalidad social la transformaron en un peligro para toda la
población. Esto se reflejó en los
escritos médicos de la época, en especial en las tesis de doctorado que se
generaban en la Facultad de Medicina de la Universidad de Córdoba. Estos
escritos reflejan una confusión entre la enfermedad y el enfermo, por lo cual
este último pasó a ser responsable del desarrollo de la tuberculosis. A su vez,
esta posición asumía una mirada esencialmente clasista donde los sectores
pobres de la sociedad pasaron a conformarse en “clases peligrosas” culpables no
sólo de adquirir la enfermedad por su posición social, sus hábitos y costumbres
sino también de diseminarla.
A
su vez la enfermedad no sólo era amenaza para la sociedad en ese momento,
también, según los médicos amenazaría al futuro de la misma, por ello es que
los médicos comenzaron a poner el concepto de raza en la base de los análisis.
De esta forma, los médicos se expresaron sobre la necesidad de cuidar la raza
mediante la prohibición del casamiento entre una persona sana y una enferma, de
la necesidad de aislar a los enfermos y el cuidado de su sexualidad,
asumiéndose como cuidadores no sólo de los cuerpos sino sobre todo de la moral
de los enfermos.
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Recibido con pedido de publicación 09/02/2019
Aceptado para publicación 11/04/2019
Versión definitiva 28/04/2019
[1] Universidad Nacional de
Córdoba/CONICET. Correo electrónico: acarbonetti2012@gmail.com
[2] La medicina poseía la
legitimidad para el cuidado de la salud que le daba el Estado; sin embargo,
existían, por lo menos para los tuberculosos, ciertas estrategias como la cura
familiar, consultas al farmacéutico, el curandero, herborista etc. En Diego
Armus (1998).