Anahí Pagnoni
Estudios del ISHiR, 24, 2019. ISSN 2250-4397
Investigaciones Socio Históricas Regionales,
Unidad Ejecutora en Red – CONICET
http://revista.ishir-conicet.gov.ar/ojs/index.php/revistaISHIR
Artículo/Article
Un repertorio de acciones colectivas urbanas.
Los saqueos, el hambre, y la vivienda cooperativa en la zona sur de Rosario
(1979-1989).
Anahí Pagnoni[1]
Resumen
El trabajo se propone
problematizar las continuidades y rupturas de las luchas urbanas, entre la última
dictadura militar y los saqueos de 1989. Desde el relato de los habitantes de
Villa Dulce, en la zona sur de Rosario, se reconstruirá una crónica del
estallido social. Entendiendo que este suceso visibilizó el reclamo por “tierra
y vivienda” que llevaban adelante estos habitantes del borde urbano. Por un
lado, se explorará cómo la experiencia de resistencia a la erradicación de la
villa durante la dictadura se encauzó en una organización vecinal y cooperativa
de vivienda en la década siguiente. Por otro, se indagará cómo la irrupción de
los saqueos transformó la relación entre la cooperativa de vivienda y el
Municipio. El objetivo es evidenciar un “repertorio de acciones colectivas
urbanas” que se (re)configura por las experiencias, las negociaciones y las
luchas de estos sectores populares.
Palabras clave: saqueos; sectores populares; villa; acción colectiva; vivienda.
A repertoire or urban
collective actions. Looting, hunger, and cooperative housing in the southern
part of Rosario city (1979-1989)
Abstract
The work proposes to problematize the
continuities and ruptures of the urban struggles, between the military
dictatorship and the looting of 1989. From de story of the inhabitants of Villa
Dulce, in the southern part of Rosario city, a chronicle of the looting will be
reconstructed. Understanding that this event made visible the claim for “land
and housing” carried out by these inhabitants of the urban edge. On the one
land, it will be problematized how the experience or resistance to the eradication
of the slum during the military dictatorship was channeled into a neighborhood
and cooperative housing organization in the following decade. On the other, it
will be evident how the irruption of looting transformed the relationship
between the housing cooperative and the Municipality. The objective is to
demonstrate a “repertoire of urban collective actions” that is shaped by
experiences, negotiations and struggles of these popular class.
Keywords: looting;
popular class; slum; collective action; housing.
Introducción
Dos episodios vividos por los pobladores de Villa Dulce[2]
describen la experiencia de resistencia y organización para establecer la
acción colectiva por un lugar en la ciudad, en una coyuntura de inestabilidad
política. El primero cuenta con una imagen tenue, gris e imprecisa de la
erradicación de la villa durante la última dictadura militar, entre 1979 y
1981. Según los testimonios, el gobierno militar trasladó a la población del
asentamiento al barrio Las Flores en el límite suroeste de la ciudad[3].
El segundo episodio representa las sensaciones encontradas de angustia, caos e
inestabilidad propia de los saqueos del 1989, junto al interrogante de “su
participación o no” en ellos. La supuesta espontaneidad de estos sectores
populares en el asalto a los comercios cercanos se tensiona con la organización
que preexistía en el barrio. Por un lado, la agencia de los partidos políticos,
la izquierda y el peronismo, que militaban allí. Pero, por otro lado -quizás
mucho más relevante- la cooperativa de vivienda que se institucionalizó unos
meses antes del estallido social, cuyo agrupamiento vecinal remitía a 1986.
Para algunas investigaciones, los saqueos se perciben como
un objeto de estudio difuso (Auyero, 2007; Di Meglio y Serulnikov, 2017). Su
puesta en acto supone una ambigüedad latente entre la protesta y la satisfacción
de necesidades personales que no es del todo transparente. Del mismo modo, la
violencia colectiva y espontanea se tensiona con una aparente organización
político partidaria subterránea que se desdibujaría en el caos del estallido
social (Auyero, 2007). Puntualmente, los saqueos de mayo de 1989, inauguraron
una modalidad desconocida para la Argentina, las primeras revueltas de
subsistencia (Di Meglio y Serulnikov, 2017). En ciudades como Rosario, el
reclamo inminente de “tenemos hambre” era pregonado ante los medios de
comunicación por los habitantes de las barriadas, justificando el asalto a
pequeños y medianos comercios en busca, principalmente, de alimentos (Águila y
Viano,1999). Este mismo argumento se utilizó como un medio para incorporar
otras demandas insatisfechas ante el Estado. Así, según ciertos planteos, “el
mito de origen” de los sectores populares como actores sociales se instituyó
con los acontecimientos de mayo. A partir de allí, la nueva cuestión social
extendió sus prerrogativas de los asalariados a los pobres urbanos y sus
necesidades, traduciendo una tensión más general entre el centro y los barrios
de las urbes (Cravino y Neufeld, 2007; Di Meglio y Serulnikov, 2017; Merklen,
2005). Contemplando estos presupuestos, se evidencia en el caso estudiado una
(re)fundación del diálogo de los habitantes de Villa Dulce con el Municipio. No
obstante, esto no impide plantear un repertorio previo de prácticas sociales y
políticas de este grupo que demuestra puntos de contactos con la experiencia de
resistencia a la dictadura.
La formación de Villa Dulce era un indicativo de ello.
Mientras se construía la obra vial “Acceso Sur”, a fines de los setenta, unas
50 familias resistieron a la erradicación de Villa Fortín y se
“auto-trasladaron” al margen de un arroyo cercado. Villa el Fortín es una villa
miseria histórica de la zona sur de Rosario, ubicada a la vera del Río Paraná.
En el momento de traslado forzoso al barrio Las Flores, su población ascendía a
unas 1000 familias. Los habitantes que trasgredieron la ordenanza de desalojo
dictatorial aprovecharon los accidentes de la geografía rivereña para
instalarse en el margen de uno de los arroyos que desemboca en el río, a los
500 metros del asentamiento original. Esta localización era estratégica porque sólo
se accedía allí a través de una vía del tren sobre el curso de agua. Así, sobre
las tierras abandonadas de un ramal del Ferrocarril Belgrano se conformó Villa
Dulce. Aunque diferentes planteos (Blaustein, 2001; Snitcofsky, 2012) han
cuestionado las teorías de pasividad civil de los sectores populares durante la
dictadura (Oszlak, 1993), nos interesa profundizar esta línea argumentativa
indagando cómo la resistencia a la erradicación se articula con el reclamo por
tierra y vivienda de la década siguiente en los bordes urbanos.
Desde el relato de la experiencia colectiva de estos
habitantes de la zona sur de Rosario, la presente comunicación se propone
problematizar las continuidades y rupturas de las luchas urbanas, entre la
dictadura y los saqueos de 1989. El análisis de la coyuntura abierta entre
ambos sucesos históricos evidenciará los antecedentes de organización popular
en las periferias (Merklen, 2005). Con la intención de calibrar la aparición de
los sectores populares como actores sociales, se revisará el reclamo histórico
en pro del “hábitat popular”, levantado mucho antes de lo que supusieron los
disturbios de mayo en la historia social y urbana las grandes ciudades
argentinas. Entendiendo la continuidad histórica de las experiencias de lucha por
el “acceso a la vivienda” (Ballent, 2014; Cravino, 2006), nos interrogamos
acerca de un contexto más amplio de acciones colectivas populares que aparecen cuando
indagamos, más allá de los reclamos por alimentos que centralizaron la atención
en los pobres urbanos, protagonistas de los saqueos (Serulnikov, 2017).
En esta línea, la estrategia metodológica ha complementado
las fuentes históricas (testimonios documentales) con una aproximación
etnográfica (testimonios orales e intervenciones, fruto de un trabajo de
campo). La perspectiva etnográfica se utilizó como una herramienta para
detectar ciertas percepciones de los pobladores del espacio periférico no
contempladas o silenciadas por las fuentes históricas. Las entrevistas en
profundidad y el diario de campo -desplegado entre noviembre de 2015 y
diciembre de 2017- han permitido registrar múltiples aristas de la experiencia
cotidiana de los habitantes para la construcción de una memoria colectiva sobre
el lugar. Aunque el trabajo de campo no aparezca referenciado explícitamente en
esta presentación, el mismo contribuyó a la selección de las entrevistas
citadas que buscan complejizar las dimensiones de análisis de la problemática.
Asimismo, se han empleado diversos documentos: publicaciones periódicas, Diario La Capital y Revista Vivienda; ordenanzas municipales; y, documentación,
material bibliográfico y fotográfico inédito brindado por miembros de la
Cooperativa de Vivienda.
Entonces, con una perspectiva transdisciplinar, este
artículo explorará los saqueos de 1989 en la ciudad de Rosario. Este
acercamiento se interesa por trabajar con el estallido social a través del
relato de los habitantes de Villa Dulce, enfocándonos en el sur de la ciudad y
con la preocupación de generar canales de diálogo para una historia “desde
abajo”. En el primer apartado, se reconstruirá una crónica de los últimos días
del convulsionado mayo de 1989. A partir de allí, en el segundo apartado, se
indagará en las experiencias compartidas por los habitantes de esa periferia
ante los sucesivos intentos de desalojos durante la dictadura. En el tercer
apartado, se problematizará cómo estas acciones colectivas comunes de defensa
de su hábitat - oponerse al traslado- devinieron en una organización vecinal y
cooperativa para construir viviendas y legalizar su situación dominial que sólo
se visibilizó con los saqueos. En efecto, se pretende ensayar una posible
genealogía de las conexiones entre las resistencias a las erradicaciones de los
villeros y las luchas habitacionales posteriores, pensando a unas como
prácticas propulsoras, estratégicas y experienciales de las otras. Si como
afirman Di Meglio y Serulnikov, “los saqueos hacen visible lo subyacente”
(2017:13), el interés en detectar un “repertorio de acciones colectivas”
(Merklen, 2005) que se enlace con ellos, supone (re)significar los itinerarios
de las luchas y los reclamos de los habitantes de los barrios populares.
Los
saqueos y una mirada desde el sur
A partir del 24 de mayo de 1989, Córdoba, y luego, Rosario,
se transformaron en los focos de asaltos a pequeños y medianos comercios por
los habitantes de los barrios periféricos en busca de alimentos. En los días
subsiguientes, el Gran Buenos Aires, y en menor medida, Mendoza, Tucumán y la Capital
Federal, se incorporaron al mapa de los disturbios. La presencia de mujeres y
niños extrayendo de las góndolas leche, arroz, azúcar, harina y otras
mercaderías de primera necesidad, provocó la legitimación de una acción
colectiva que, rápidamente, adquirió consenso masivo (La Capital, 28/05/1989). La consigna “tenemos hambre” unificó la complejidad
de una insurrección que develaba las nuevas inequidades materiales y simbólicas
de sus protagonistas (Arias y Rodriguez,1999). Antes que, un movimiento general
se percibió como una protesta generalizadora (Sernilkov, 2017). Una revuelta de
los sectores más pobres de la sociedad que no poseían los ingresos suficientes
para satisfacer sus necesidades mínimas por el brote hiperinflacionario y la
prolongada crisis económica.
En Rosario, las primeras
incursiones resultaron parciales y se distribuyeron por toda la ciudad. Pero,
la noche del 28 de mayo, se generalizaron los saqueos en la zona sur, donde se
ubicaban la mayoría de los supermercados. Con el título “Una noche
inquietante”, una nota del Diario La
Capital registraba una cartografía de los 22 locales que se habían saqueado
desde las 19hs del día previo en esa área (La
Capital, 29/05/1989). Los dibujos de los alumnos de tercer grado de la
historiadora Gabriela Dalla-Corte Caballero, maestra de una escuela del área
sur-central en ese momento, retrataban las peculiaridades edilicias de los
supermercados “Reina Elena”, “Supercoop” y “Bitali” que describía la crónica
periodística. Bajo la consigna “Sucedió en mi barrio”, la docente había
solicitado a las niñas y los niños que dibujarán lo ocurrido en las jornadas
previas. Preocupada por el hermetismo acerca de los saqueos que percibió en su
primera clase, se valió de esta herramienta pedagógica para registrar el
sentido otorgado desde la mirada infantil a los sucesos (Dalla-Corte Caballero,
2014). Asimismo, las referencias geográficas de la noticia mostraban una serie
de comercios cercanos al barrio donde se encontraba Villa Dulce, en el área
sudeste de la ciudad. María, vecina de villa y actual vicepresidenta de la
cooperativa, me describió los saqueos como un acontecimiento de alteración en
la vida cotidiana, destacando la voracidad de sus vecinos para tomar mercadería
de los comercios cercanos. El barrio donde se encontraba la villa no poseía
grandes supermercados. Por ello, los pequeños y medianos comercios sobre
Avenida Nuestra Señora del Rosario resultaron el blanco del asalto.
Era de tardecita, todo por Lamadrid, los
veíamos bajar con los changos llenos de cosas. Yo estaba con mis nenas que eran
chiquitas en la vereda. Iban y venían, acarreando alimentos, leche, harina… y
carne (…) Nosotros no saqueamos.[4]
El sur se transformó en el
epicentro del estallido social cuando se propago la ola de violencia urbana. El
entonces presidente, Raúl Alfonsín, declaró el estado de sitio, el día 29 de
mayo. La medida intentaba detener a los manifestantes que desbordaron a las
fuerzas policiales. La ciudad se militarizó por tierra y por aire, también, se
controló la información que brindaban los medios de comunicación. La mayor
parte de los destrozos se ejercieron contra la propiedad y no contra las
personas. Como modalidades del asalto, las mujeres entraban primero para evitar
la represión, y luego llegaban los hombres. Los grupos de asaltantes eran
variados (1 a 1000). Se saqueaba a pie, aunque se registraban algunos
vehículos. Algunos comerciantes intentaron repartos de mercaderías para detener
la envestida sobre los locales, pero el efecto resultó dispar y remitió a situaciones
muy particulares.
Los comercios asaltados
ascendían a unos 100 y se registraron 3 víctimas fatales, y más 60 heridos[5].
Ante la llegada de gendarmería el día 30 de mayo, se multiplicaron las críticas
acerca de la ineficiencia de las autoridades locales. El justificativo
esgrimido por la policía era su incapacidad para enfrentar los hechos. No
contaban con los efectivos y los recursos necesarios para cubrir la
espacialidad dispersa y, a veces, aleatoria de los saqueos. Sumado a que, los principales
asaltantes eran madres con sus hijos (Águila y Viano, 2006). Para los vecinos,
las fuerzas del orden no garantizaban la seguridad necesaria, obligándolos a
armarse para custodiar cuadras y negocios. La propagación de rumores acerca de
posibles enfrentamientos en los barrios, recluyó a los habitantes de las zonas
humildes en sus casas. La primera plana del Diario La Capital ilustraba esta percepción con fotos de las calles vacías[6].
El pánico se apoderó de la ciudad que esperaba una batalla de pobres contra
pobres. Según Serulnikov (2017), los servicios de inteligencia vinculados a las
fuerzas de seguridad utilizaron los falsos rumores para frenar la ola de
saqueos que terminó por concluirlos.
Las lecturas posteriores
acerca de por qué se originaron los saqueos han profundizado en las
argumentaciones que responsabilizaban a diversas facciones opositoras al
gobierno nacional. Estas hipótesis se difundieron en los medios de comunicación
desde el estallido social. Según algunas posiciones, la inacción de la policía
en el inicio de los disturbios respondió a la influencia del movimiento
“Carapintada” de un sector del ejército (Aguirre, 1999; Serulnicov, 2017). Así
como, los vecinos de los barrios rosarinos hablaban de rumores confusos y
denunciaban agitadores entre los militantes del Partido Obrero, el Partido
Comunista y Movimiento al Socialismo[7].
También, se rememoró el Rosariazo cuando el gobernador de la provincia,
desmintiendo la participación de agitadores peronistas, responsabilizó a
“técnicos subversivos” y “grupos marginales de la política de izquierda” de los
acontecimientos. Las acusaciones hacia los militantes de izquierda nunca se
comprobaron (Aguirre, 1999; Auyero, 2007). Desde la intendencia rosarina, se
ratificaba que los disturbios habían sido “un poco orquestados por agitadores”[8].
Según esta versión, además, la pasividad de la policía y el gobierno provincial
de filiación justicialista respondió a una estrategia para empujar la retirada
del presidente, Alfonsín, y precipitar la asunción del candidato justicialista,
Carlos Menem, ganador de los comicios del 14 de mayo de 1989.
A pesar de las teorías
conspirativas, los saqueos de 1989 parecen no haber contado con las redes de
organizaciones de base ni con los partidos políticos instalados en los barrios
que acompañarían la efervescencia social, doce años después, cuando se
repitieron en 2001(Auyero, 2007). Su articulación, aunque no fue espontanea,
respondió más a redes interpersonales y de vecindad que a algún tipo de
encuadramiento (Serulnicov, 2017). No obstante, en Villa Dulce, los vecinos me
mencionaron la presencia de militantes peronistas en el momento del estallido.
Según Mario, su trabajo había comenzado en la zona, a principios de los ochenta[9].
Su partido, una rama de la izquierda, había instalado un local partidario allí
y los militantes ayudaron con la organización de la cooperativa de vivienda.
Entre mis entrevistados, los saqueos no eran un tema para recordar, sólo
hablaron de ellos cuando se los pregunté directamente. Los testimonios
recolectados niegan su participación en los disturbios, pero en general se
trata de los miembros principales de la comisión de la cooperativa. Irene, la
mujer de Juan, el primer presidente, me comentó la angustia que sintió durante
los saqueos. Un poco por el miedo a la violencia, otro poco, porque su marido
se sentía muy mal al ver a los socios de la cooperativa, los habitantes de la
villa, participando de los asaltos. Ella y Juan no saquearon.[10]
En el corto plazo, los
saqueos (re)configuraron la organización estatal a nivel nacional. El resultado
evidente fue el achicamiento del Estado que ejecutó el nuevo presidente. Esta
transformación se justificó como el modo de resolver la profunda crisis
económica que atravesaba el país, producida por la hiperinflación. En la nueva
organización estatal, los barrios adquirieron un nuevo lugar en las ciudades.
Esto simbolizó un nuevo amanecer para las instituciones barriales y los
movimientos sociales (Cravino y Neufeld, 2007). Los disturbios habían
manifestado lo que los pobres podían hacer cuando no se atendían sus
necesidades. Todas las miradas se centraron en qué ocurría con los barrios
periféricos y las villas miserias. Los reclamos por el hambre dejaron entrever
las condiciones indignas en las cuales vivían los sectores más vulnerables de
la sociedad.
El contacto de los
pobladores de Villa Dulce con la Municipalidad, mediado por la cooperativa de
vivienda, se habilitó con el estallido social. Los aprendizajes, las rutinas y las
oportunidades políticas cobraron un nuevo sentido, luego de la experiencia
adquirida en los saqueos. La acción colectiva que se manifestó en el asalto se
tradujo como una conquista colectiva, materializada en la ayuda asistencial del
Estado. Desde el local cooperativo se distribuyeron las cajas con alimentos
otorgadas por el gobierno nacional y provincial. Aunque ningún proceso de
movilización comienza en el vacío (Giurleo, 2008). Los recursos estatales se
canalizaron a través de la cooperativa porque esta existía previamente como
institución barrial. Además, se recibió de la Municipalidad partidas de
mercadería para las tres ollas populares que los vecinos organizaron en el
barrio. Y luego, se regularizaron asignaciones mensuales de alimentos para un
comedor precario que funcionaba allí. A diferencia de ocasiones anteriores
donde la institución solicitó ayuda al municipio, el reclamo inminente del
hambre propició respuestas inmediatas y materiales.
Después de esos días terribles, con Juan, mi
marido, organizamos las ollas populares que después fue el comedor comunitario.
La gente no tenía para comer. Nosotros con los vecinos empezamos pidiendo
mercadería en los negocios, los almacenes de la avenida. Acá había muchos
frigoríficos, les pedimos carne, y también había…. Como se dice… una fábrica de
fiambres… ellos, también, nos dieron cosas (…)[11]
.
Los miembros de la
cooperativa utilizaron este nuevo rol asistencial que les asignó la
municipalidad para generar un canal de diálogo que incorporara las propias demandas
de la institución. Su principal reclamo era la obtención de la propiedad
colectiva de las tierras fiscales donde se construirían sus viviendas. Durante
los 1980, no se había logrado avances en la regularización de los terrenos
donde se ubicaba la villa. El intendente había vetado la propuesta del Consejo
de Regularización Dominial por considerar el espacio poco propicio para la
edificación[12]. Para
pensar la agencia de los piqueteros bonaerenses durante los 1990, Sabina
Frederic (2009) ha propuesto el análisis de la correlación entre las diferentes
prácticas y los momentos de la acción colectiva de los sectores populares. Como
argumenta la autora, la protesta ocurre en un tiempo extraordinario, mientras
el trabajo social-barrial continúa en el tiempo ordinario-rutinario. Ambos episodios
se combinan y enlazan dependiendo de las luchas de las agrupaciones. En el caso
de Villa Dulce, los actores aprovecharon el cambio de escenario político para
poner en la agenda municipal su situación habitacional que trascendía a los
reclamos del estallido social. Como en las tomas de tierras porteñas
(Serulnikov, 2017), el problema de la titularidad de los terrenos de la villa
sólo se visibilizó cuando la cooperativa adquirió un rol significativo para el
municipio en su conexión con el barrio. No obstante, esto no termina de
explicar un repertorio de acciones colectivas desplegado por los habitantes de
Villa Dulce para visibilizar su lucha por el hábitat, cuyo corolario parecen
ser los saqueos.
El
desalojo y una experiencia común de resistencia
Durante la última dictadura militar (1976-1983), las villas
miserias no se condecían con las ideas de una ciudad “limpia, sana y culta” que
proponía el gobierno autoritario rosarino (Águila, 2006). A nivel nacional, la dictadura continuó la
construcción de viviendas sociales, financiando mega-complejos habitacionales en
zonas periféricas a través los planes FO.NA.VI (Ballent, 2014; Van Poepelen, 2006). Aunque, esta solución nunca
cumplió con el objetivo de terminar con los barrios de emergencia. En su lugar,
se implementaron otro tipo de medidas autoritarias como el desplazamiento por
la fuerza de la población a lugares fuera de la trama urbana o su deportación a
sus provincias de origen a través del tren (Snitcofsky, 2012). En Rosario, cuando la ciudad fue elegida como sede de XI Copa Mundial de Futbol Argentina 1978, la
incapacidad de las autoridades militares para solucionar el problema derivó en
el traslado forzoso de la población de algunas villas al Barrio Las Flores (Águila,
2006). Esta “modernización-reaccionaria urbana” (Roldán, 2007) proponía ocultar
de la mirada de los visitantes extranjeros la imagen pauperizada que
representaban estos espacios. Las medidas de desalojo violento se repitieron
con los habitantes de Villa el Fortín durante la construcción de la obra vial
“Acceso Sur”, entre 1979 y 1981.
Las intervenciones urbanas del gobierno
dictatorial eran parciales y se consustanciaban por decretos. Nunca se propuso
idear un plan urbano para toda la urbe. En efecto, Jajamovich (2012) ha
explicado que el proyecto del Parque de España no involucraba una idea global y
abstracta para la totalidad de la ribera. Se limitaba a una operación acotada
de una parte específica de la trama urbana. Este tipo de intervención se
denomina planificación por partes. Con su materialización, se buscaba la
(re)funcionalización de una zona portuaria en desuso de la costanera. Esta
modalidad planificadora se replicó, también, en la construcción del “Acceso
Norte” (1979) y el “Acceso Sur” (1980). Ambos proyectos dinamizaron las vías de
ingreso a la ciudad. El primero era una autovía de doble mano que conectaba el
Parque Alem, en el Norte de la Ciudad, con el actual barrio de Arroyito. La
obra concluía la modernización del estadio del Club Rosario Central, realizada
para el Mundial de Fútbol.[13]
Por su parte, en 1980, se comenzó a edificar el “Acceso Sur” que era la segunda
etapa de la obra denominada “Avenida Circunvalación de Rosario”. Se trataba de
una autopista de doble mano sobre la costanera que conectaba la zona sur, desde
la Av. Nuestra Señora del Rosario, con el centro de la ciudad, hasta la Av.
Pellegrini.[14]
Villa el Fortín se encontraba instalada en los terrenos donde se proyectaba la
obra.
Los
llevaron. Pero vuelven (…) se tenían que ir porque tenían miedo que los iban a
perseguir. Dice que fue terrible, yo lo he visto. Tal es así que la iglesia de
la virgen de Itatí que creó el padre Santiago tiene un piso impresionante en el
barrio. En las Flores la iglesia tiene en el acta de bautismo la gente que se
volvió. Vos vez las actas por ejemplo de Castellanos que nosotros le decimos y
para casarse tuvo que ir a buscar el acta de bautismo al barrio las Flores.[15]
Como se mencionó más arriba,
no todos los habitantes de Villa el Fortín se subieron a los camiones del
ejército, junto con sus casas desarmadas, cuando los militares intentaron
llevarlos al Barrio Las Flores. Para evitar el desalojo violento, se
trasladaron a la zona más alta del barrio. Los vecinos llegaban allí cruzando
las vías del tren, durmientes separados entre sí, y abajo, unos diez metros
hasta un hilo de agua. La acción de moverse al margen del arroyo para evitar la
erradicación se transformó en una estrategia de resistencia. Este “mito de
instalación territorial” (Carmán,2005), construido por el relato de desafiar a
las autoridades militares y, a pesar de la represión, decidir dónde vivir,
erosiona la idea preconcebida de los sectores populares como una masa amorfa
dirigida “desde arriba”. En este sentido, Snitcofsky (2012) propone matizar la
teoría de la inacción de los pobladores de las villas miserias durante la
dictadura (Oszlak, 1993). Para ella y para otros autores (Blaustein, 2001;
Cravino, 2009) las organizaciones villeras no se desarticularon con el golpe de
estado. Ciertas investigaciones han demostrado que los pobladores resistieron
ante algunos intentos de traslados forzosos, como en el caso de Retiro,
Barracas y Bajo Flores. Incluso, la Coordinadora de Sobrevivientes de las
Villas de Emergencia de Capital Federal evitó por vía legal el traslado de
población de varias villas porteñas en 1981.
El
gobierno militar, los quería desalojar a los vecinos. Entonces, les cortaba los
cables de la luz, obviamente estaban todos enganchados. Hay un episodio que me
contaron, resulta que los empleados de lo que hoy sería la EPE venían todas las
semanas y cortaban los cables. En uno de esos encuentros, la EPE tenía orden de
sacar el tendido eléctrico para que se vayan. Entonces, una vecina agarró los
cables desde el otro lado del arroyo donde estaba la villa y el empleado tiraba
de este lado. El empleado se cansó y se fue, según cuentan nunca más vinieron a
cortarles la luz (…).[16]
Según los diversos
testimonios, no existía ninguna organización villera en el barrio. Sólo se
podría considerar como un antecedente, la filiación al Sindicato de La Carne de
los habitantes de la villa que trabajan en los frigoríficos de la zona. Así
como, la presencia de la pastoral de los curas tercermundistas en el lugar,
desde fines de los 1960. En ningún momento de mi trabajo de campo registré otra
institución u organización que las mencionadas. Al parecer, sólo el retorno
democrático (1983), y restauración del orden político institucional, abrió el
camino cooperativo a los habitantes de Villa Dulce. Sin embargo, aún en las
circunstancias de la dictadura, estos sectores populares compusieron una
experiencia común al vivir en la periferia con necesidades habitacionales que
subsistieron al paso del tiempo. Ramiro Segura (2015) ha pensado desde los
planteos de Raymond Williams, la noción de “experiencia común” para estudiar los
motivos de permanencia de los sectores populares en el borde urbano. La idea de
una “experiencia común” propone recuperar prácticas colectivas, invisibilizadas
por la ausencia de estructuras institucionales, asociativas o políticas. En el
caso estudiado, se detectan ciertas prácticas que configuraron una “experiencia
común” para sus protagonistas. Por un lado, entender la resistencia a la
erradicación como una experiencia común más, a las múltiples dificultades de
vivir en la periferia, tales como, la migración hacia la ciudad, el sueño de un
lugar propio y la ausencia de condiciones infraestructurales para “vivir allí”.
Por otro lado, esta resistencia produjo un conjunto de relaciones para dar
sentido al estar juntos y a los fines que se perseguían (Giurleo, 2008). Esta/s
experiencias/s común/es fortalecieron una unidad del grupo, más profunda a la
cohabitación en el espacio que advierte cualquier habitante de la ciudad.
A través de la construcción histórica, se observa cómo la
acción colectiva implica diversos procesos sociales, actores y formas de acción
para conformarse (Merklen, 1997). Generalmente, los actores colectivos no
componen estructuras sociales establecidas, hablan en nombre de un grupo o una
filiación como un barrio. En su interacción, acuerdan los términos cognitivos,
afectivos y relacionales, según el campo de posibilidades y oportunidades que
se les presenta. Sus performances constituyen un repertorio flexible, negociado
e innovador que se adapta a las condiciones de tiempo y espacio (Tilly, 2000). En
efecto, en las circunstancias de la erradicación, las familias que decidieron
trasladarse al margen del arroyo ensayaron algún tipo de organización. Esta
acción colectiva constituyó un fuerte antecedente para las batallas venideras.
En ellas, los reclamos por permanecer en el lugar encontraron nuevas banderas
con la propiedad de la tierra y la vivienda.
La
vivienda y una organización vecinal-cooperativa
Durante los años 1980, los “asentamientos” o las
ocupaciones de tierras públicas aparecieron como un nuevo fenómeno de transformación
urbana (Cravino y Neufeld, 2007). Aunque, Villa Dulce recibió nueva población
en ese momento, y parte de los habitantes erradicados a Las Flores retornaron a
Villa el Fortín, en una franja desocupada sobre el Paraná, este trabajo
considera a ambas como “villas miserias”. Si bien, se acuerda con la distinción
entre “villa miseria” y “asentamiento” (Cravino, 2006), en el caso estudiado,
no se producen “nuevas” tomas de tierras, sino que las villas mantienen su
ocupación histórica en los mismos espacios y afrontan la violencia dictatorial.
Estas experiencias de resistencia, se asemejan a los casos estudiados para la
Capital Federal (Cravino, 2006), y como ellos poseen una continuidad histórica
en sus reclamos por el hábitat permanente en el barrio, la titularidad de las
tierras y las mejoras urbanas. Las “tomas”, también, experimentaron un proceso
similar, provocando la unión de los vecinos para superar las condiciones de
ilegalidad en la tenencia (Cravino y Neufeld, 2007). Denis Merklen (1997) ha
explicado que, ante la imposibilidad de los villeros de acceder -por vías
formales- a la tierra urbana y al mercado inmobiliario, aparecieron las
primeras propuestas cooperativas. En cualquier de sus variantes, se comienzan
visibilizar la cuestión del hábitat popular con el retorno democrático.
Juan, en una entrevista realizada por el Diario La Capital, explicaba la necesidad de
organizarse ante la imposibilidad de ser interpelados desde afuera: “(…) El
problema nuestro no es lo que podemos hacer o lo que dejamos de hacer, sino que
no nos dan artículo en ningún lado. Por eso teníamos que organizarnos”.[17]
La primera impresión que deja la
experiencia cooperativa es que los vecinos actuaron solos. En 1983, el fin de
la dictadura inició una primavera democrática, marcada por la participación del
pueblo en la vida política. Esta apariencia de cambios rotundos,
paulatinamente, sucumbió ante la crisis económica. Los sectores populares no
recibieron un trato particular del Estado –hasta la irrupción de los saqueos-,
pero la afluencia de políticas participativas permitió su involucramiento con
otras instituciones ajenas al gobierno para mejorar sus condiciones de vida
(Merklen, 1997). La organización vecinal, no parece exenta de este proceso. Al
profundizar en diversos testimonios aparecen personas e instituciones que ayudaron
-la universidad, la iglesia, los partidos políticos y la municipalidad- con las
actividades barriales.
Pedro, el vicepresidente de la cooperativa, se había
exiliado durante la última dictadura militar por su participación en el
movimiento campesino y eclesiástico de la provincia de Corrientes. Retornó al
país en el año 1984. Llegó a Rosario al año siguiente, buscando empleo y se instaló
en la casa de su hermana en Villa El Fortín. Por su antigua militancia en la
pastoral cristiana y su cercanía a la Teología de la Liberación, se vinculó con
sus antiguos compañeros que habían regresado a la actividad política en el
movimiento social “Hábitat popular”. Este primer contacto de los pobladores con
una organización de hábitat les permitió plantear las demandas habitacionales
del área e inaugurar su ruta hacia el cooperativismo. Pedro me explicó, en
alguno de nuestros encuentros, que su interés era trabajar en el barrio “con la
gente”. Así, empezó a contactarse con los curas de la iglesia y a organizarse
con un grupo de mujeres. Ellas censaron a los vecinos para identificar los
problemas que sufrían ambas villas. De este registro, cuyos papeles Pedro
perdió en alguna inundación, se concluyó que la necesidad principal de los
vecinos era la vivienda.
el
relevamiento de las mujeres fue brillante.
Yo lo perdí, tenés que verlo era bárbaro, era con
falta de ortografía, con
números muchos números… “esta
dijo…” decía “esta” (se ríe)
(…) Teníamos un
diseño que sacamos de trabajo social, teníamos que censar
a todas las familias,
como está compuesto el cuadro familiar, cuantos chicos, como
está construida la
casilla, todos los detalles… cual es el componente familiar y el
origen de
donde viene porque ahí no hay rosarinos. Los rosarinos son los
que se componían
de esa población que llegó de afuera[18].
Entre 1986 y 1989, los
vecinos se vincularon con otras experiencias cooperativas y habitacionales que
formaban parte del movimiento nacional “Hábitat”.[19]
Esto les permitió obtener financiamiento de una ONG internacional para
constituir viviendas. Luego de la visita de un grupo de sacerdotes al barrio,
su ONG MISERIOR de la Iglesia Católica Alemana otorgó un crédito. Según el
relato de Pedro, los religiosos quedaron sorprendidos de las condiciones de
pobreza extrema. Las ONGs son una red comunitaria autogestiva dedicada a
implementar programas asistenciales, sin fines de lucro. En el contexto
neoliberal, estas organizaciones eximen al Estado de sus antiguas funciones
sociales por su capacidad de producir recursos físicos, económicos y
organizacionales. Además, la presencia de ONG en la periferia se corresponde
con una ramificación de la Iglesia Católica con nuevas funciones en el interior
de estos espacios (Cravino y Neufeld, 2007).
El contacto con la ONG se
había logrado con la ayuda del movimiento “Hábitat Popular” y la mediación de
la iglesia local. En distintos pasajes de las entrevistas, los actores aluden a
la dimensión internacional del movimiento “Hábitat Popular”. Por ello, se
sospecha que una parte de sus ideas se alineaban con las del movimiento
habitacional internacional UNO-HABITAT, originado en la Conferencia de Naciones Unidas en Asentamientos
Humanos (Vancouver, 1976). En esa reunión se reconoció a los pobladores como
protagonistas del proceso urbano y al método auto-constructivo como una
alternativa viable para canalizar el acceso a la vivienda. A grandes
rasgos, esos encuentros se caracterizan por la conexión de problemas globales
con situaciones locales (Dalla-Corte y Fernández, 2001). Igualmente, estas
definiciones necesitan ser (re)pensadas, ya que, las banderas que levantaban -y
levantan- se han materializado en instituciones u organismos internaciones con
influencia planetaria. Es necesario (re)pensar la vinculación entre sus
programas, las políticas latinoamericanas y argentinas calibrando redes,
vínculos, recursos y apropiaciones.
Mario actuaba como un
mediador con otras instituciones. “Él nos acompaña desde siempre” me dijo
Irene, una vez. A través de él, la ayuda que brindó el partido de izquierda fue
clave para la conformación de la cooperativa. Un hecho simbólico para el barrio
fue la jornada de construcción del puente peatonal sobre la vieja vía del tren.
Ese día confluyeron en una actividad concreta los militantes del partido de
Mario, los vecinos y las autoridades de la cooperativa. Según los testimonios,
las vías eran un peligro, varias personas habían muerto a lo largo de los años
intentando cruzarlas. Así, la resolución colectiva de este problema con la
ayuda masiva de los pobladores evidenció para sus dirigentes que había un
potencial allí. A fines de febrero de 1989, los vecinos reunidos en asamblea
eligieron a Juan como su presidente, a Pedro como vice presidente y a Mario
como tesorero. La cooperativa se constituía como un nuevo actor social con
legitimidad para defender su reclamo por tierra y vivienda.
La construcción de la carpeta de cemento sobre
el viejo puente ferroviario (ahora peatonal) que atraviesa el ex-brazo norte
del Arroyo (…). Dicho puente cobró con anterioridad varias vidas humanas por su
peligrosidad.[20]
La cooperativa recibió una
actitud ambigua de la municipalidad en el momento de su gestación. Se brindó al
grupo de vecinos el asesoramiento para conformar la cooperativa a través de sus
secretarias, pero se derogó la titularidad de las tierras del asentamiento. En
el marco del Plan Lote (Provincial), por tratarse de una zona inundable se
rechazó su posible regularización (Ordenanza Municipal N° 4557). Los vecinos
buscaron contactos con las autoridades, porque consideraban que la auto-construcción
no era posible sin los recursos del Estado. Como mencionó María, en uno de
nuestros encuentros, “(…) hay que saber hablar con las autoridades, así se
conseguían las cosas”. A fines de
1989, el otorgamiento del subsidio de la ONG se había paralizado por el
problema con la tierra, declarada zona no urbanizable. El “repertorio de
acciones colectivas”[21]
(Merklen) que combinaron el trabajo barrial y cooperativo con los saqueos, públicamente
más notable, no resolvieron este problema. No obstante, crearon el contexto de
oportunidades políticas (Tarrow,2001) para que, finalmente, el Plan Arraigo
cumpliera con este objetivo en 1993.
Conclusión
Los saqueos produjeron un
clima propicio para que el Estado registrara los problemas habitacionales de la
periferia. En este contexto, las cooperativas y otras organizaciones sociales
se transformaron en un actor social habilitado para negociar con el gobierno
desde los barrios. Este proceso permite pensar ciertos cambios en la agencia de
los sectores populares. Por una parte, las múltiples prácticas promovidas por
estos actores propiciaron ciertos repertorios de acciones colectivas urbanas.
En el caso estudiado se evidencian, tanto acciones violentas y extraordinarias,
los saqueos y la resistencia a la erradicación, como un conjunto de acciones
cotidianas y ordinarias, la agrupación de los vecinos y el trabajo social.
Entre todas ellas, los saqueos se consideran como una acción colectiva más de
esta constelación. Aunque, las autoridades de la cooperativa expliquen que
fueron sus miembros los que saquearon y no ellos, las condiciones de pobreza y
aislamiento en las que todos vivían no es un motivo menor para comprender el
contexto de expresión de esta práctica. De igual modo, la institucionalización
de la cooperativa, temporalmente próxima al estallido social, aparece en la
reconstrucción testimonial de estos sujetos como la prueba más significativa de
su lucha colectiva.
Por otra parte, la relación
entre el Estado y los sectores populares se (re)configuró con el reconocimiento
público de la situación apremiante que sufrían las periferias. La atención
asistencial brindada por el gobierno a estos espacios, cuando cesó la acción
colectiva violenta, habilitó su lugar en la agenda política. Ante la presión
social y los reclamos por el hambre, el Estado se encontró obligado a
intervenir en los bordes urbanos. Esto produjo un terreno fértil para avanzar
en el tratamiento y las posibles soluciones de ciertos problemas de los barrios
populares, más profundos y complejos que los primeros pedidos de alimentos. A
su vez, el fortalecimiento de las agrupaciones vecinales, cooperativas y
políticas generó una nueva etapa para la organización popular. En el caso
trabajado, la lucha de los vecinos por la regularización dominial y la
producción habitacional ilustra sólo un ejemplo de este proceso.
Después de una década, los
habitantes de Villa Dulce habían performado un repertorio de acciones
colectivas urbanas para resistir su traslado a otro lugar. Estas acciones
colectivas plasmaron su experiencia cotidiana de vivir allí, sus modos de “habitar”
y “performar”. Estos sujetos vivenciaron un proceso de significación, uso y
apropiación de ese espacio. Estas experiencias y resistencias constituyen una
periodización propia de las prácticas de los sectores populares en la
periferia. En ellas, los saqueos no se interpretan como el puntapié para
organizarse, sino como el corolario de una lucha colectiva que manifestaba un
reclamo más antiguo, unificado en la consigna “tierra y vivienda”. Con
objetivos renovados en el propio devenir de los hechos, las luchas por la
vivienda popular siempre conllevan la legitimación de un lugar para sus
protagonistas en la ciudad.
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Recibido con pedido de publicación 15/01/2019
Aceptado para publicación 06/07/2019
Versión definitiva 23/07/2019
[1]Facultad de
Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario/CONICET. Correo electrónico:
anahipagnoni@hotmail.com
[2]El presente trabajo cuenta con
entrevistas en profundidad a algunos miembros de la cooperativa de vivienda y
los vecinos del barrio, los nombres de los protagonistas y los espacios han
sido modificados para impedir su identificación.
[3]El barrio las Flores se ubica entre
Avenida Circunvalación y la Colectora Norte, entre la calle España al este y la
Autopista Rosario- Buenos Aires al oeste. La Avenida Circunvalación es un
cordón de cemento que rodea a la ciudad de sur a norte, al oeste del río
Paraná, el barrio las Flores está por fuera de ese límite.
[4] Entrevista a María, 25/11/2016
[5] La Capital, 30/05/1989
[6] La Capital, 31/05/1989
[7] La Capital, 04/06/1989
[8] La Capital, 31/05/1992
[9] Entrevista con Mario, 6/08/2015
[10] Entrevista con Irene,
15/12/2015
[11] Entrevista a Irene, 15/12/2015
[12] Ordenanza Municipal N° 4557
[13] Revista Vivienda, dic.1979
[14] Revista Vivienda, sep.1981
[15] Entrevista con Pedro,
20/08/2016
[16] Entrevista Mario, 06/08/2016
[17] La Capital, 15/7/92
[18] Entrevista con Pedro,
30/08/2016
[19] La Capital, 15/07/1992
[20] Panfleto
publicitario de la cooperativa, 1993
[21] Cita de Tilly (1993): “Las personas
disponen de una cantidad limitada de medios aceptados para expresar sus
reivindicaciones. Este “repertorio” de herramientas para la acción se forjó en
luchas anteriores y caracteriza una época. Puede verse así que lo repertorios
favorecen ciertas luchas frente a ciertos oponentes, pero al mismo tiempo
restringen otras posibilidades de acción reivindicativa o protesta.”