Judith, la hermana de Shakespeare: las
fuentes como discursos.
Paola Piacenza
Estudios del ISHiR, 23, 2019. ISSN 2250-4397
Investigaciones Socio Históricas Regionales,
Unidad Ejecutora en Red – CONICET
http://revista.ishir-conicet.gov.ar/ojs/index.php/revistaISHIR
Zonas mestiza
Judith, la hermana de Shakespeare: las
fuentes como discursos
Paola Piacenza [1]
Resumen
El presente artículo parte de la invención
del personaje de Judith, hermana del escritor William Shakespeare, por parte de
la escritora Virginia Woolf en ocasión de las conferencias que dieron origen a
su libro Un cuarto propio (1929).
Woolf crea el personaje como parte de la ficción de una investigación previa en
el British Museum para averiguar sobre todo lo que se había escrito acerca de
las mujeres. Nos interesa recuperar el destino de esa invención en discursos
ulteriores para introducir así algunos interrogantes acerca del lugar del dato
y de la interpretación en el trabajo con las fuentes históricas.
Palabras clave: ficción; discursos; fuentes históricas; Virginia Woolf; mujeres.
Judith, Shakespeare's
sister: sources as speeches
Abstract
This article is based on the invention of
the character of Judith, a Shakespeare’s sister, by Virginia Woolf to advance
her feminist argument in A Room of One's Own (1929). Woolf invented this
character as part of a fictional research she imagines to do in the British
Museum to explore everything that has ever been written about women. The
article unvails the traces of Judith invention in subsequent discourses for
questioning the status of facts and interpretations in reading historical sources..
Keywords: fiction; speeches;
historical sources; Virginia Wolf; women..
En
los ensayos de Un cuarto propio (A room
of ones own, 1929) la escritora
Virginia Woolf comienza su disertación sobre “La mujer y la novela” con un
relato ficcional de los días que precedieron a las conferencias que están en el
origen del libro. Más precisamente, narra la historia de las investigaciones
previas que realizó para poder aportar “una pepita de verdad pura” que imagina
como la expectativa de su auditorio después de una hora de escucha.
En
ese relato ficcional, se dirige a la biblioteca del British Museum de Londres
con el propósito de buscar ideas para su tema en una larga lista de títulos de
libros escritos sobre las mujeres. El enorme catálogo le arroja una primera
conclusión (irónica): las mujeres son mucho más interesantes para los hombres
que los hombres para las mujeres porque la mayoría de los libros están escritos
por hombres. A continuación y después de la lectura de una discreta selección
de títulos, llega a la percepción de una significativa contradicción relativa a
su objeto de estudio:
(…) si la mujer
no tuviera existencia salvo en la ficción que han escrito los hombres, uno se
la imaginaría como una persona de la mayor importancia, muy heterogénea,
heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y
extremadamente horrible, tan grandes es la mujer en la ficción. En la realidad,
como señala el profesor Trevelyan, la encerraban, la golpeaban y la zamarreaban
por el cuarto.
Surge así un
ser sumamente extraño, compuesto. En el terreno de la imaginación, es de una
gran importancia, en el terreno de la práctica, es completamente insignificante.
Ocupa de punta a punta la poesía; está poco menos que ausente en la historia.
En la ficción, domina la vida de reyes y conquistadores; en los hechos, era la
esclava de cualquier joven cuyos padres la forzaban a ponerse un anillo (Woolf,
1993: 61-62).
La
contradicción que advierte Woolf enseña sobre la construcción discursiva de la
referencia que es propia de cualquier análisis de una fuente: Woolf muestra
cómo “la mujer” se construye de modos diversos en los textos historiográficos
que en los ficcionales (en particular, Woolf se refiere a la obra de
Shakespeare) lo que le exige una nueva indagación para poder inferir las
razones de esa discrepancia al tiempo que la invita a discurrir acerca de las
escasas certezas sobre lo que asumimos como “verdadero”.
Sin
embargo, no es solo lo que estos textos dicen lo que le permite elaborar una
hipótesis acerca de la situación de la mujer en Inglaterra hasta el siglo XVIII
sino también lo que esos textos no dicen.
Comenta Woolf que apenas uno se pregunta por la mujer isabelina “(…) un ramal
de la iluminación falla; uno se ve detenido por la escasez de datos. No se sabe
nada en detalle, nada absolutamente cierto y substancial sobre ella. La
historia apenas la menciona”. (Woolf, 1993: 62-63). El silencio, la falta de
información, le resultan tan significativos a la autora como las historias y
descripciones contradictorias por lo que vuelve a remitirse a uno de los libros
de Historia para ver “qué significaba para él [para el historiador] la
historia” (Woolf, 1993: 63). Leyendo los encabezamientos de los capítulos,
comprende que en ese libro la Historia consiste en los grandes acontecimientos
y, por lo tanto, era poco probable encontrar a una mujer entre
esos grandes protagonistas. Pero, por cierto, tampoco se la encuentra en
“ninguna colección de anécdotas” porque “Ella nunca escribe su propia biografía
y difícilmente lleve un diario personal” (Woolf, 1993: 63). El silencio,
entonces, resulta tan significativo para la investigación como las palabras
mismas y reclama, con idéntico derecho, una interpretación. En su
investigación, la autora revela, de esta manera, lo implícito
que se abre entre lo dicho y lo no dicho. En este caso, entre los
nombres masculinos hacedores de la Historia y la falta de datos sobre la historia cotidiana labrada por las
mujeres que no han dejado rastros porque no han tenido acceso a la palabra
escrita y a una voz pública. Es en este contexto que Woolf inventa a “Judith”,
una hipotética hermana de Shakespeare que, a diferencia de su hermano, no fue a
la escuela, no estudió lógica ni gramática ni leyó a los clásicos. Un personaje
de ficción que funciona como un “concepto” en la defensa de Woolf de la
condición femenina y que hoy – fuera del contexto de las conferencias y de
estos ensayos – sigue explicando que la mujer necesita de la misma autonomía
económica y personal que el varón, pero,
también, y en relación con nuestros intereses, que las fuentes de una
investigación no preceden a la búsqueda sino que se construyen en el mismo acto
de significarlas en diálogo con los presupuestos y modelos de indagación.
Un puente de palabras.
Las
conferencias de Virginia Woolf tuvieron lugar en la Universidad de Cambridge y
más precisamente en los dos colleges exclusivos
para mujeres: Newnham y Girton el 20 y 28 de octubre de 1928, respectivamente.
Dicen que a Virginia no le gustaba este tipo de charlas pero que describió con
entusiasmo a su auditorio como “chicas con hambre, pero valientes…
Inteligentes, entusiastas, pobres”. Según la escritora, en las conferencias,
una mujer, para escribir, no solo necesitaba un cuarto propio sino “500
libras”. Sin independencia económica, no era posible ningún tipo de proyecto
personal: en ese sentido, “pobres” no significa otra cosa que sin dinero.
Ahora
bien, los sentidos de una palabra – o un conjunto de palabras – no solo se
corresponden con su significado en el sistema de la lengua (el que podemos
reconocer como hablantes de una lengua en particular) sino, también, por las
interpretaciones que sobrevienen de considerar quién habla (o escribe), a
quién, dónde y cuándo (las “circunstancias”) así como los modos en los que se
relaciona aquel que habla (o escribe) con lo que dice: se puede expresar
certeza o incertidumbre; someter a la duda; afirmar o negar; valorar
positivamente o negativamente; entre otras posibilidades.
En
noviembre de 1934, la escritora argentina Victoria Ocampo visita en su casa de
Londres a Virginia Woolf pocos días después de que la conociera en una
exposición de fotografías de Man Ray. De hecho, el
contacto de Ocampo con Woolf se inicia en 1929, cuando, estando en París, llega
a sus manos un ejemplar de Un cuarto propio. El ensayo ponía en
palabras lo que había sido su experiencia y convicciones respecto del derecho
de las mujeres a un lugar en el mundo intelectual pero, a diferencia de la
“pobreza” a la que aludía Woolf, Ocampo poseía una autonomía económica basada
en su fortuna personal, lo que no la privaba, no obstante de padecer “hambre”.
En uno de sus testimonios, “Carta a
Virginia Woolf”, de noviembre de 1934, Victoria resume su encuentro con la
escritora inglesa en los siguientes términos (Woolf, 1954: 101):
Estas dos mujeres se miran. Las dos
miradas son diferentes. La una parece decir: «He aquí un libro de imágenes
exóticas que hojear.» La otra: « ¿En qué página de esta mágica historia
encontraré la descripción del lugar en que está oculta la llave del tesoro?»
Pero de estas dos mujeres, nacidas en medios y climas distintos, anglosajona la
una, la otra latina y de América, la una adosada a una formidable tradición, y
la otra adosada al vacío (au risque de
tomber pendant l'éternité), es la más rica la que saldrá enriquecida por el
encuentro. La más rica habrá inmediatamente recogido su cosecha de imágenes. La
más pobre no habrá encontrado la llave del tesoro. Todo es pobreza en los
pobres y riqueza en los ricos.
Cuando, sentada junto a su chimenea,
Virginia, me alejaba de la niebla y de la soledad; cuando tendía mis manos
hacia el calor y tendía entre nosotras un puente de palabras... ¡qué rica era,
no obstante! No de su riqueza, pues esa llave que supo usted encontrar, y sin
la cual jamás entramos en posesión de nuestro propio tesoro (aunque lo
llevemos, durante toda nuestra vida, colgado al cuello), de nada puede servirme
si no la encuentro por mí misma. Rica de mi pobreza, esto es: de mi hambre.
Su nombre, Virginia, va ligado a estos
pensamientos. Pues con usted fue con quien hablé últimamente -e
inolvidablemente- de esta riqueza, nacida de mi pobreza: el hambre.
La
“carta” de Victoria Ocampo configura una “economía” del encuentro: “Todo es
pobreza en los pobres y riqueza en los ricos”, concluye en un oscuro aforismo.
Frente a la “riqueza” que representa Woolf, la argentina se considera “pobre”.
Mientras que la primera “cosecha” y se “enriquece” en imágenes y posee un “tesoro” interior; la otra - la
que proviene del afuera del “exotismo” - se declara “pobre” (mientras que no pueda
procurarse su propio tesoro) y adosada al “vacío” hasta el último momento en
que descubre que es “rica de mi [su] pobreza”; porque ha conquistado su
“hambre”. Claramente, esta “economía” de la experiencia de Ocampo frente a
Woolf es metafórica pero continúa la imagen metonímica de las “500 libras”
introducida por la inglesa en sus ensayos. El “hambre” de Victoria Ocampo es el
recurso de la escritora para incluirse a sí misma en ese imaginario colectivo
de las mujeres que luchan por ganar su lugar en el mundo. Consciente de que la
disponibilidad de dinero no es un obstáculo en su caso, su “carencia” es
cultural: la “indigencia” de su destino latinoamericano.
En
síntesis, quién habla (¿Victoria, Virginia?), a quién habla (¿Victoria?
¿Virginia? ¿un auditorio de varones o mujeres?), dónde y cuándo (¿Londres,
Buenos Aires?, ¿antes o después de escribir o leer Un cuarto propio?, ¿en Londres un año antes de que se promulgue el
voto femenino?, ¿en la Argentina de los años ´30, antes del peronismo?) y de
qué forma: ¿mediante el uso de figuras retóricas?, ¿en relación con qué otras
palabras? nos enfrenta a la lengua en su contexto de uso: en el discurso; mucho
más allá de las convenciones que reposan en el diccionario.
¡Habla, memoria!
Las
palabras no solo significan en relación con las circunstancias presentes en las
que se encuentran – sean estas el texto o el contexto en el que se enuncian
–sino que, también, “cargan” con sentidos que proceden del pasado: remiten a
usos anteriores por otros enunciadores, en otros tiempos y en otros lugares, a
los que han quedado ligados en la memoria personal y/o colectiva. De hecho, no
hay palabra que no sea “dialógica”, es decir, en la que no se pueda reconocer
la huella de la cultura, en tanto la lengua no nos “pertenece” sino que es
social, nos precede y nos la apropiamos desde que entramos en el lenguaje en
nuestra primera infancia. Sin embargo, resulta igualmente cierto que hay
algunas expresiones más “marcadas” que otras; ciertos enunciados o nombres que
evocan inmediatamente asociaciones para un lector o una audiencia competente
(es decir, con los saberes o conocimientos necesarios para operar el
reconocimiento).
En
ese sentido, por ejemplo, Judith “la hermana de Shakespeare”, es un personaje
inventado por Woolf en sus conferencias pero cuyo nombre recuerda la heroína
del Antiguo Testamento que libera al pueblo judío del sitio al que lo había
sometido Holofernes, general enviado por el rey Nabucodonosor. Por otra parte,
muy recientemente, la Biblioteca de Mujeres de Madrid – un archivo de más de
30000 libros escritos por mujeres o de tema femenino –exigía un espacio propio
con el hashtag (Un cuarto propio para
la) #bibliotecademujeres: una alusión cuya referencia huelga explicitar y que,
sabemos, no puede ser más pertinente si recordamos qué libros había buscado
infructuosamente Virginia Woolf durante la preparación de sus conferencias.
Como la Virginia Woolf.
Los
textos de Un cuarto propio hoy son
reconocidos como ensayos, probablemente uno de los géneros más versátiles en
cuanto a su estructura y cuya definición más firme suele estar vinculada al
reconocimiento de una literatura de ideas. Sin embargo, sabemos que fueron
originalmente conferencias y es por eso que en el texto pueden reconocerse
ciertas marcas de interlocución: “Pero, dirán ustedes, le pedimos que hablara
de las mujeres y la novela”, dice en respuesta al cuestionamiento que imagina
en la mente de su auditorio; también, Woolf se expresa siempre en primera
persona o bien elige la primera persona plural para incluir a su interlocutor,
por ejemplo en la arenga final:
(…) si enfrentamos el hecho, porque es un
hecho, de que no hay ningún brazo del que aferrarse, sino que caminamos solas,
y si entendemos que nuestra relación es con el mundo de la realidad y no sólo
con el mundo de los hombres y las mujeres, entonces llegará la oportunidad y la
poetisa muerta que fue la hermana de Shakespeare se pondrá el cuerpo que tantas
veces ha entregado. Nacerá, extrayendo su vida de las vidas de las desconocidas
que la precedieron, como hizo su hermano antes de ella. Y en cuanto a que
llegue sin que estemos preparadas, sin que hayamos hecho nuestro esfuerzo, sin
que estemos resueltas a que le sea factible cuando haya vuelto a nacer – vivir
y escribir su poesía, no contemos con eso, porque sería imposible. Pero
sostengo que vendrá si trabajamos por ella, y que ese trabajo, aun en la
pobreza y la oscuridad, vale la pena (Woolf, 1993, pp. 145-146).
Los
géneros, como conjunto de enunciados con características relativamente
estables, no solo conforman un marco de convenciones que regula la organización
formal de un texto y lo vuelve, por lo mismo, “identificable” en su circulación
social sino que inciden en la interpretación de un discurso. Los géneros
permiten al lector o a la audiencia construir cierto tipo de anticipaciones,
colaborar en la elaboración de predicciones de lectura; en un contexto
particular operan de determinado modo y, de hecho, configuran “los límites
históricos de lo pensable y lo decible”. En ese sentido, no disponemos de
testimonios acerca de la influencia que las conferencias hayan deparado en las
mujeres que escucharon a Woolf en Cambridge pero sabemos de la eficacia
persuasiva de sus ensayos cuyas ideas se transformaron en un verdadero
manifiesto feminista hasta el punto que basta su sola alusión para convocar un
completo universo simbólico. La escritora feminista española María Bastarós
(Zaragoza, 1987), por ejemplo, se vio envuelta en una polémica cuando tuiteó el
breve poema #Amigas1: “A veces sueño/con la amiga feminista definitiva/La
conoceré en una rave/se me acercará/sigilosa/con oscilantes pasos de Doctor
Martens/y un trozo de pastilla en la mano/y me dirá:/Toma tía/un cuartito pa ti sola/como la Virginia Woolf”[2]. Hubo mujeres que le
recriminaron que estuviera burlándose de Virginia Woolf cuando no era otra cosa
que un juego de palabras, según la autora. La referencia, por un lado,
documenta los préstamos y mudanzas de ciertos tópicos, lógicas, clichés,
fórmulas que, en un determinado estado de sociedad, constituyen las
distribuciones discursivas repertorios
que conforman la producción social del sentido: el “cuartito” es impensable fuera
del contexto de las formas de la sociabilidad del siglo XXI; los pasos de
“Doctor Martens” alude a una marca de calzado inglesa, fundada en 1947,
caracterizada por su exclusiva “suspensión neumática” (de ahí su sigilo). Por
el otro, advierte sobre el carácter histórico del sentido; su carácter
inestable siempre sujeto a nuevas derivas en las que los géneros y los soportes
(la voz, la escritura en papel, la escritura digital) son tanto el medio como
el mensaje.
Y así acaba la historia que no existió.
En
síntesis, la lectura de la fuente como discurso es, fundamentalmente, una
lectura indicial atenta a ciertas marcas que remitirán a otra cosa que es el hallazgo de la investigación historiográfica.
Como hemos visto, esos indicios se inscriben en las voces que se “escuchan” en
el texto (de los enunciadores individuales o sociales); las formas lingüísticas
que sitúan en el tiempo y el espacio los enunciados; la articulación entre lo
dicho y lo no dicho; el reconocimiento de ciertos temas y sus relaciones en un
estado de sociedad así como su representación figuracional (a través de figuras
o tropos) o denotativa; los géneros, los soportes y sus universos semióticos.
Las distintas entradas a la fuente
como discurso: enunciativa, semiótica, sociodiscursiva, que aquí hemos
atravesado a partir de un caso, funcionan como el umbral elemental para que,
por la imaginación histórica, un texto se convierta en testigo de una época,
una idea, un personaje.
El
22 de mayo de 1952, la escritora brasileña Clarice Lispector (1920-1977)
publicó una columna de opinión en el periódico O Comício titulada “La hermana de Shakespeare” en la que resume en
tres breves párrafos la invención de Judith, la hermana de Shakespeare por
Virginia Woolf. “Y así acaba la historia
que no existió”, concluye Lispector luego de consignar el suicidio de Judith.
Después de haberla visto nacer, crecer y multiplicarse, nos permitimos dudar.
Referencias
bibliográficas
Bastarós, María (2017).
“#Amigas1”. [Recuperado 15/3/2019 http://latribu.info/poesia/poemas-maria-bastaros/.
10 de marzo de 2017].
Lispector, Clarice (2016). “La
hermana de Shakespeare”. En: Donde se enseñará a ser feliz y otros
textos. Madrid: Siruela.
Ocampo, Victoria (1954). “Carta a
Virginia Woolf”. En: Virginia Woolf en su
diario. Buenos Aires: Revista Sur. pp. 101-109
Woolf, Virginia (1993 [1929]). Un cuarto propio y otros ensayos. Buenos
Aires: AZ Editora.
Recibido con pedido de publicación 15/01/2019
Aceptado para publicación 26/03/2019
Versión definitiva 23/04/2019
[1]Universidad
Nacional de Rosario. Correo electrónico: ppiacenza@gmail.com
[2] Las cursivas nos pertenecen.