Artículos libres
El binomio madre-hijo en imágenes: tensiones y contrapuntos en la sociedad santafesina de entreguerras.[1]
The mother-son binomial in images: tensions and counterpoints in the Santa Fe society of interwar.
El binomio madre-hijo en imágenes: tensiones y contrapuntos en la sociedad santafesina de entreguerras.[1]
Estudios del ISHIR, vol. 15, no. 42, 2025
Universidad Nacional de Rosario
Received: 19 March 2025
Accepted: 20 May 2025
Published: 30 August 2025
Resumen: El artículo analiza las imágenes del binomio madre-hijo en Santa Fe durante el período de entreguerras. Esta época estuvo signada por la internacionalización de la política local y por la visibilización de la cuestión social en el marco de un proceso de modernización del estado y reconfiguración del mercado de trabajo. Los elevados índices de mortalidad infantil fueron particularmente preocupantes en el plano local generando debates, representaciones e intervenciones que fueron perdurables. La relación primordial entre madre-hijo pasó a ocupar un lugar central en la esfera pública, reforzada por una cultura visual plural que se vio transformada por la emergencia y consolidación de las industrias culturales.
Palabras clave: binomio madre-hijo, imágenes, modernización, cultura visual, entreguerras.
Abstract: This article analyses the images of the mother-child binomial in Santa Fe during the interwar period. This period was marked by the internationalization of local politics and by the visibility of the social question in the context of a process of modernization of the state and reconfiguration of the labour market. The high rates of infant mortality were particularly worrying at the local level, generating debates, representations and interventions that were enduring. The primordial mother-child relationship came to occupy a central place in the public sphere, reinforced by a plural visual culture that was transformed by the emergence and consolidation of cultural industries
Keywords: mother-child binomial, images, modernization, visual culture, interwar period.
Introducción
Durante el período de entreguerras, mientras la provincia de Santa Fe se encontraba atravesando un importante proceso de modernización de las estructuras sociales y estatales se registraron altos índices de mortalidad infantil. El discurso médico comenzó a vincular estos datos a la ignorancia y al descuido de las madres, al tiempo que surgió una nueva concepción de “maternalismo” que promovió la vinculación de la acción materna con valores socialmente relevantes. Tomando como referencia la bibliografía especializada, definimos “maternalismo” como un conjunto de discursos, prácticas y políticas que identifican y prescriben la maternidad como el destino natural y excluyente de las mujeres, ubicando la figura materna en el centro de la identidad femenina y de la organización social. En Argentina, este proceso se consolidó entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, cuando el Estado, la ciencia médica y las instituciones sociales promovieron la progresiva fusión entre mujer y madre, bajo la premisa de que la maternidad era una condición natural y la principal función social de las mujeres. (Jelin, 1994; Nari, 2005; Calandria, 2015; Lois, 2021). Sin embargo, no se trató de un proceso unívoco. Graciela Queirolo llama la atención sobre las contradicciones de la modernización donde al tiempo que proliferó el paradigma del “maternalismo” se multiplicaron las posibilidades de trabajo para las mujeres, permitiendo “un cuestionamiento de la ideología maternal, no siempre consciente” visible por ejemplo en la disminución de la tasa de natalidad (Queirolo, 2025). En este clima de ideas el estado provincial, municipal y las asociaciones civiles de la provincia de Santa Fe desarrollaron nuevas políticas públicas y acciones que incluían como destinatarias a las mujeres, especialmente en las áreas de salud, servicio social y educación que -en algunas de sus características- resultaron ser novedosas en la región.
A lo largo de estos años, la provincia fue gobernada por gestiones radicales (1912-1930); por interventores de facto (1930-1931); por el gobernador demoprogresista Luciano Molinas (1931-1935); y los conservadores Manuel María de Iriondo (1937-1941) y Joaquín Argonz (1941-1943). En el devenir de las distintas administraciones gubernamentales es posible visualizar un mayor interés en el accionar de las autoridades en materia sanitaria que quedó reflejado en el aumento de partidas presupuestarias destinadas a esta cuestión. Estudios situados, como el de Mariana Tettamanti (2018), han demostrado que a partir de 1920 las partidas presupuestarias destinadas a salud se ampliaron en un 109% en comparación con el período previo. Si bien, en montos totales de inversión no se llegó al 1%, resulta significativo el paso de 0,39% del año 1914 al 0,97% en el año 1927. Parte de este incremento se materializó en la construcción de nuevas estructuras estatales, sobre todo en lo que respecta a la intervención social, por ejemplo, la oficina de Profilaxis, Bacteriología y Estadística instituida por el gobierno de Mosca (1920-1924), y la creación de dispensarios gratuitos en los departamentos de la Región Norte provincial durante el gobierno de Aldao (1924-1928), lo cual repercutió en el aumento del personal y médicos a cargo de las nuevas instituciones. Estas acciones concretas del estado provincial representan sólo una parte de las políticas públicas en torno al binomio madre-hijo[2] y la creciente mortalidad infantil. Otras dimensiones de esta cuestión se advierten en las voces de los expertos que asumieron la función pública por estos años, en las campañas publicitarias y en los congresos que reunían a actores sociales de diversas vertientes profesionales e ideológicas (Bolcatto y Rubinzal, 2021).[3]
La tensión entre la modernización y el flagelo de la mortalidad infantil generó debates, representaciones e intervenciones que fueron perdurables. En particular, este trabajo se propone indagar cuáles fueron las imágenes del binomio madre-hijo que dispusieron un repertorio para la construcción de identidades en el ámbito local. A la vez propone, desde una perspectiva que conecta lo político con lo emocional, una mirada novedosa del proceso de modernización en el cual, argumentamos, se produjo una notable variedad de las representaciones en pugna.
Las imágenes difundidas desde las industrias culturales, las artes visuales, la publicidad y la fotografía en Santa Fe en torno a las mujeres y al binomio constituyen un corpus ineludible para indagar las representaciones en conflicto sobre este aspecto de la cuestión social (Suriano, 2000). El escenario de este proceso es complejo en tanto la circulación de objetos culturales se vio incrementada por la internacionalización de la política y de la cultura local. Las transformaciones en la estructura social producto de las migraciones transatlánticas junto con la democratización de la política ampliaron el público ávido de consumir información y productos internacionales. La emergencia de nuevas publicaciones, la duplicación de las tiradas, el incremento de las agencias de noticias y de los corresponsales, la proliferación del uso de ilustraciones y fotografías tuvo un punto álgido durante la Primera Guerra Mundial (Sánchez, 2024). Tanto la emigración transoceánica masiva como la guerra incidieron de forma notable en la vida cultural de la “gente común” (Lyons, 2016). La separación de las familias por estos acontecimientos extraordinarios no sólo incrementó el interés por los sucesos europeos, sino también impulsó un gran flujo de cartas con novedades acerca de la vida familiar. Las fotografías que se incluían en las cartas, las ilustraciones de las publicaciones y las imágenes de los noticieros cinematográficos constituyeron un repertorio muy importante en la cultura visual de la época. La relación primordial entre madre-hijo pasó a ocupar un lugar central en la esfera pública.[4] Si bien, se reconocía la autonomía de dos cuerpos, mujer y niño, la idea de binomio formaba una “entidad única” reforzada por la dependencia del recién nacido de otros seres humanos para sobrevivir (Nari, 2004: 178). La alimentación, el cuidado y la atención en la crianza exigían el cariño y la presencia materna. Por esta razón, el estado debía crear políticas y generar acciones destinadas a las mujeres (madres reales o potenciales) asegurando la presencia de éstas en el proceso de crianza (Cosse, 2011; Biernat y Ramacciotti, 2008, 2013; Bontempo y Bisso, 2019).
El corpus de fuentes para abordar esta problemática es diverso e incluye fotografías familiares conservadas en el Banco de Imágenes Florian Paucke, diarios locales, revistas (una socialista y otra católica) dirigidas a las mujeres y a los niños, cuadros de pintores santafesinos y otros materiales gráficos hallados en la Hemeroteca Digital Fray Francisco de Paula Castañeda. De esta forma, se trata de producir un nuevo acercamiento a la temática indagando fuentes escritas, documentales y visuales, desde una perspectiva sociocultural, con la convicción que podremos aportar nuevas dimensiones de una relación que es a la vez emocional y política. La mayoría de las imágenes que se recopilaron en diferentes registros muestran un binomio racializado, madres y futuros ciudadanos blancos de una nación que se expande y fortalece a través de la modernización de su estructura económica y estatal. El predominio del binomio “blanco” define una particular “economía afectiva” (Ahmed, 2015) sobre otras posibles en una nación multicultural. La vinculación entre las emociones y las mujeres ha sido parte de una trama discursiva que anudó formas de ser, sentir, relacionarse con el otro, a prácticas cotidianas, acciones sociales y profesiones consideradas propias de la “naturaleza” femenina. “Las emociones moldean las superficies mismas de los cuerpos, que toman forma a través de la repetición de acciones a lo largo del tiempo, así como a través de las orientaciones de acercamiento o alejamiento de los otros” (Ahmed, 2015: 24). Así existían emociones condenables -que debían ser controladas por la razón- mientras que otras resultaban apropiadas para la vida (el cuidado materno) y el mundo del trabajo. Tomando como referencia las contribuciones provenientes del campo denominado affective turn o emotional turn las emociones son consideradas una variable más de la acción humana que deben ser indagadas, especialmente si adoptamos una perspectiva cultural de la historia (Ahmed, 2015; Aschmann, 2014; Bjerg y Gayol, 2020; Plamper, 2014). Por tanto, consideramos adecuadas estas coordenadas para acceder a la dimensión histórica del binomio, una relación -como ya hemos mencionado- íntima y pública a la vez.
Las mujeres y los niños trabajadores
El ingreso de grandes contingentes de mujeres al mundo laboral, ya a fines del siglo XIX, generó inquietudes y debates en la sociedad. Los higienistas subrayaban los elementos nocivos del ambiente laboral (lugares oscuros, deprimentes, insalubres e incómodos) y advertían los efectos de la sobrecarga de horas de trabajo. Tanto el estado como la iglesia y las culturas políticas de la época se pronunciaron sobre esta cuestión en la esfera pública e intervinieron para torcer los efectos no deseados de la explotación capitalista. La cuestión de la “desatención de las familias” y, en especial, la desprotección de los niños, junto a los peligros del trabajo fabril en relación con la reproducción biológica, eran los aspectos más debatidos. Por su parte, los conservadores, católicos y nacionalistas añadieron a estos problemas la alarma por la creciente participación de las trabajadoras en las protestas sociales, como fue el caso de las huelgas de obreras cigarreras en Buenos Aires (Rubinzal, 2012 b). Monseñor De Andrea, pensaba que la solución consistía no tanto en erradicar a las trabajadoras del mercado laboral, sino en agremiarlas a sindicatos católicos. Por estas ideas, De Andrea fue acusado de ser “socialista, comunista, izquierdista, demagogo”.[5] En la perspectiva nacionalista, por ejemplo, las mujeres que se organizaban y participaban de actividades gremiales eran consideradas mujeres “masculinizadas” y corrompidas por el comunismo. Además, desde ambas corrientes, se argumentaba que la declinación de los enlaces matrimoniales y los descensos de las tasas de natalidad se debían a los cambios sociales producidos por la modernización laboral. También denunciaron que los varones eran desplazados de sus puestos de trabajo por las mujeres que aceptaban salarios menores generando desde su cosmovisión un trastorno radical en la sociedad argentina (Rubinzal, 2012a).
La emergencia de ideas respecto a las mujeres trabajadoras y la tensión con los requerimientos del cuidado fue una consecuencia directa de la visibilidad que adquirió el trabajo femenino desde principios de siglo XX en las fábricas. Las tareas que desempeñaban eran consideradas inapropiadas para mujeres, por el esfuerzo que suponían, lo que se sumaba a la preocupación por el espacio físico en el cual se desarrollaba el trabajo fabril. En efecto, mientras la presencia en las fábricas resultaba socialmente desestabilizadora otros trabajos desarrollados dentro del “hogar” -como el servicio doméstico, o los trabajos de costura- eran menos disruptivos porque las mujeres no abandonaban “su ámbito natural” (Nari, 2005). Uno de los problemas más acuciantes que se planteaba con relación a la madre trabajadora era la “supuesta” desatención o descuido de los hijos. El trabajo a domicilio permitía que las mujeres desempeñaran el doble papel de amas de casa y trabajadoras sometiéndose a una doble e invisible explotación.
Por su parte, los niños trabajaban en distintas esferas de la economía y de la vida doméstica. Aunque no existen datos globales en las primeras décadas del siglo XX su número era considerablemente alto.[6] Uno de los factores principales del ingreso de los niños al mercado de trabajo eran los salarios insuficientes de los adultos de la familia, la inestabilidad laboral y la desocupación. Otro de los factores, tal como lo ha explicado Juan Suriano (1990), fue la preferencia de los propietarios para contratar trabajo infantil en algunas áreas de la producción (sobre todo en la rama textil) donde se requería cierta destreza motriz más que fuerza muscular. En tercer lugar, percibían salarios más bajos que adultos por realizar las mismas tareas lo cual hacía que esa mano de obra fuera más rentable para el empresario. En cuarto lugar, eran más disciplinados y generalmente sufrían, también, una "doble explotación": la de los dueños de los talleres, fábricas y comercios, por un lado, y la de los obreros adultos que controlaban su trabajo, por el otro. De esta manera, el niño trabajador era el eslabón más débil de la cadena y si bien no se han registrado huelgas a nivel local, idearon estrategias para desafiar a la autoridad. En una fábrica de caramelos ellos se encargaban de envolver las unidades que tenían expresamente prohibido comer (los dulces eran contados por el capataz al terminar la jornada laboral), no obstante, ellos los saboreaban antes de empaquetarlos.[7] La prensa local denunciaba la presencia de menores “haciendo las veces de hombres” es decir, realizando trabajos en condiciones precarias y en tareas inadecuadas para las condiciones físicas. “Causa verdaderamente pena, que numerosos menores, cuya precocidad es su mayor enemigo, sean empleados a tareas ajenas a sus condiciones físicas, exigiéndoles trabajos y ocupaciones que están lejos de poder soportar con facilidad en virtud de la precariedad de aquellas condiciones.”[8]
Los niños ocupados en las fábricas y talleres urbanos frecuentemente abandonaban la escolaridad ya que cualquier empleo insumía al menos ocho horas diarias. En lo que respecta al trabajo rural, muy significativo en el área periurbana santafesina, es probable que durante los períodos de cosechas el horario haya sido inclusive más prolongado. Estas largas jornadas laborales afectaban su desarrollo y la interrelación con la familia y los amigos. También estaban expuestos a los castigos corporales que soportaban con frecuencia; a la monotonía propia del trabajo fabril; a los accidentes producto del cansancio y la repetición.
Las lesiones físicas provocadas por estos accidentes - a menudo graves- rara vez gozaban de indemnización, pues los empresarios atribuían la culpabilidad a la 'negligencia', distracción o falta de atención de los menores. Muchos de estos accidentados se convertían en desocupados crónicos, vagabundos o vendedores ambulantes y pasaban a engrosar los sectores marginales de la sociedad (Suriano, 1990: 267-268).
En cuanto a las niñas, eran destinadas al servicio doméstico a cambio de comida y vivienda. Paquita Martinell informaba desde Santa Fe para la revista Vida Femenina que la crianza de niñas huérfanas o abandonadas era una costumbre muy arraigada en las familias de la elite católica. Desde muy pequeñas – tenían entre 7 y 12 años- eran obligadas a todo tipo de trabajos domésticos. Instruidas con la doctrina católica estas niñas -dice Martinell- estaban desbordadas de preocupaciones sin saber “jamás de caricias maternales, silenciosas y tristes, con la tristeza de quien sabe que no es sino una cosa más (…)”.[9]
De esta forma, nuestro objeto de estudio situado en la ciudad de Santa Fe y sus zonas de influencia (periurbanas y rurales) muestran una notable vulnerabilidad en distintos ámbitos de la vida social y emocional. Esa vulnerabilidad está atravesada por condiciones materiales, de explotación económica y familiar, que repercutieron en las trayectorias de vida. Las imágenes dan cuenta de esta fragilidad, de las diferencias sociales y de la complejidad que define la relación entre madres e hijos más allá de las condiciones materiales.
El binomio en imágenes: álbumes privados y publicaciones
Hasta 1880 la fotografía estaba concentrada en las ciudades de Santa Fe y Rosario. En ellas se establecieron los primeros fotógrafos que solían recorrer los pueblos vecinos para retratar a las familias. En la mayoría de los casos, sumaban a esta actividad otros oficios desempeñados simultáneamente. Luis Príamo destaca que los “fotógrafos de segunda línea” tuvieron que combinar el oficio con otras actividades (comerciales, por ejemplo). Algunos eran, también, corresponsales de las revistas ilustradas de Buenos Aires. Los fotógrafos de las clases populares eran los llamados “minuteros” que trabajaban con negativos de vidrios, y que progresivamente se fueron asentando en las plazas de las ciudades o pueblos más importantes. Con el correr de los años muchos de ellos pudieron vivir exclusivamente de esta actividad, y en las periferias urbanas proliferaron estudios de segunda línea destinados a los sectores populares (Príamo, 2023: 27-28).
No obstante, en los orígenes, la relación de la fotografía con la vida privada estuvo más directamente vinculada con las clases altas que realizaban retratos de estudio para los álbumes domésticos y también para obsequiar a familiares o amigos. A partir de 1890 comenzaba a crecer la práctica aficionada de la fotografía entre personas de la clase media y alta que hacían retratos captando distintos aspectos de la cotidianidad (Príamo, 2023). La capacidad de las fotografías para evidenciar relaciones y prácticas de representación de lo familiar ya tiene un importante recorrido en las investigaciones sociales – ver, por ejemplo, los trabajos de Andrea Torricella (2018, 2021); los de Luis Príamo (1999, 2023) y los de Inés Yujnovsky (2022)- a partir de las cuales se advierte que el binomio madre-hijo ha sido un componente fundamental de los álbumes, aspecto que se verifica en el relevamiento de los repositorios locales, en los cuales observamos también una notable diversidad de las representaciones en pugna.
Las fotografías que constituyen el corpus de esta indagación son imágenes planificadas y cuidadosamente dispuestas en una escenografía que incluía alguna tarima, sillón, o mesa con algún florero. Por lo cual se puede presuponer que se trata, en su mayoría, de fotografías producidas en un estudio. No obstante, eran componentes secundarios de la composición fotográfica cuyo centro eran las personas y el vínculo que las ligaba: el binomio madre-hijo en diferentes etapas de la vida: hijos adultos parados detrás de la madre ya anciana sentada en un sillón; madres sosteniendo bebés en brazos; infantes vestidos para la ocasión rodeando a la madre ubicada en el centro de la fotografía. Si bien sabemos que “como vehículo de exposición social de la imagen personal o familiar, la fotografía fue un medio muy condicionado para reflejar significativamente la intimidad de la vida cotidiana de la gente” (Príamo, 2023: 321) estas imágenes permiten analizar, por un lado, la perdurabilidad y el valor social de este vínculo y, por el otro, la heterogeneidad de las formas de representarlo (y de vivirlo). La intervención de un profesional de la fotografía, la escenografía y las vestimentas con la cuales se retratan los protagonistas corresponden -como ya hemos señalado- a familias de clase media o alta de la sociedad santafesina. Llama la atención la diversidad expresiva, un vínculo que se supone cargado de ternura y felicidad en ocasiones estaba teñido de los sentimientos opuestos. Madres serias, apesadumbradas, poniendo distancia a sus hijos. Imágenes que contrastaban con los discursos expertos provenientes de la medicina, la educación y más tarde del servicio social.


Andrea Torricella ha profundizado sobre el rol del fotógrafo en la composición de este tipo de fotografías imaginando que la seriedad tenía que ver con múltiples factores vinculados a la intervención del experto: a) los retratos adquirían un tono de solemnidad ante un “otro” extraño; b) el costo oneroso del acto de retratarse con un profesional; c) las elecciones del fotógrafo para cada dupla. En alguna ocasión la puesta fotográfica mostraba rostros amables y sonrientes también:


En general, la fotografía profesional era ejercida por varones, aunque las mujeres no estaban totalmente excluidas de la misma (o bien ayudando en los estudios de sus maridos o sacando sus fotos en el ámbito familiar). Los niños eran sujetos pasivos que, por lo general, no tenían injerencia en la composición estos recuerdos familiares en los cuales eran protagonistas. Las fotos de la vida doméstica de los niños de sectores populares y de diferentes orígenes étnicos son muy escasas. En general se trata de vistas “tomadas por profesionales documentalistas o reporteros gráficos, pero no como recordatorios personales, sino para vender como escenas de costumbres o para publicar en revistas de la época ilustrando artículos referidos a problemas sociales” (Príamo, 2023: 313).


En los diarios locales, de la ciudad capital, como El Litoral y El Orden,[10] el binomio podía aparecer enmarcado en una constelación de relaciones familiares siempre en el seno de hogares notables.

Los niños que se mostraban en los periódicos locales aparecen limpios, bien vestidos, sostenidos y “queridos” por sus madres. En la Galería Infantil de la Sección Sociales del Anuario de El Litoral los protagonistas estaban identificados con el nombre de pila, se mencionaba el apellido cuando se trataba de una familia ampliamente reconocida por el medio, y en ocasiones también se indicaba la localidad de procedencia. Paula Bontempo ha advertido que las publicaciones periódicas de las primeras décadas del siglo XX participaron de la construcción cultural de la infancia y en la diferenciación entre niños y menores: los primeros eran aquellos que circulaban por los espacios de la familia, de la escuela e incluso del mercado laboral; y los segundos como “aquellos que por pobreza, abandono (huérfanos e ilegítimos) o marginalidad (vagancia, mendicidad, delincuencia o empleos callejeros) carecían de una familia regular y transitaban en el circuito calle-instituto” (Bontempo, 2012: 207).
La revista infantil católica Primeras Armas (1935-1951), órgano de difusión de la Asociación de Niños Católicos de la Acción Católica Argentina, incluía en todos sus números fotos de los pequeños lectores de todo el país. Interpelaba a los niños diferenciando los ajenos de “los nuestros”. Primeras Armas se dirigía a los niños (blancos) que en su perspectiva constituían el futuro de la nación y que se esperaba que un alto porcentaje de ellos se convirtieran en sacerdotes (Acha 2011). La iconografía de esta publicación muestra solo a varones en un mundo donde la única figura femenina relevante es la Virgen María junto con las delegadas de la Acción Católica que acompañan de forma colateral a los lectores en las fotos. El binomio madre-hijo se encuentra ausente (excepto el binomio madre virgen-hijo sagrado). La educación/vigilancia corría por cuenta de los pequeños lectores quienes con ayuda de los materiales que brindaba la revista podían ejercer el control de sus actos. Por ejemplo, en un cuadro de ejercicios de cuaresma proporcionado por la revista debían apuntar si iban a misa, si rezaban determinadas oraciones, si evitaban ir al cine, si contenían el impulso de comer golosinas, etc.


El uso de la fotografía era particularmente importante, ya que a través de esta se presentaba y representaba a los lectores de la publicación. Estas fotos mostraban a los grupos de suscriptores de todo el país, vestidos para la ocasión y acompañados de curas o delegadas de la Liga de Damas Católicas. Primeras Armas, al igual que Billiken, mostraba a sus lectores como niños pulcros, disciplinados, ordenados y –sobre todo– devotos (Rubinzal y Zanca, 2015; Bontempo, 2012).
En suma, las representaciones muestran madres e hijos en el centro de la escena atravesada por discursos de diverso orden (periodísticos, religiosos, médicos y políticos entre otros). Se advierte una tensión o basculación entre las representaciones idealizadas de la maternidad y las imágenes que mostraban el reverso de una relación que evidentemente tenía complejidades y contradicciones emocionales. El trato entre ambos “está moldeado por historias anteriores de contactos” es decir se trata de una relación mediada por una política cultural del amor materno que atraviesa a cada una de esas madres e hijos (Ahmed, 2015). En cuanto a los niños fotografiados, eran protagonistas pasivos, encerrados en escenarios creados para la representación que poco tenían que ver con la vida infantil exceptuando las imágenes de niños en el campo donde se muestran en forma espontánea dentro de un escenario natural. Progresivamente es posible encontrar en las iconografías y fotos de las publicaciones comerciales a los niños solos, en tanto sujetos independientes del binomio y del encuadre familiar. Por un lado, es probable que se relacione a la emergencia de los derechos de los niños como una novedad de la época junto a la presencia de éstos en el mercado de trabajo planteando una serie de tensiones singulares en el plano de las condiciones dentro de las fábricas y las regulaciones existentes. Asimismo, los niños pasaron a formar parte de los consumidores culturales a partir de la aparición de revistas infantiles y películas especialmente producidas para el público infantil. Y no solo como consumidores pasivos, sino como activos productores (lectores, escritores, dibujantes, autores de cartas) o difusores de los productos (canillitas) (Rojkind y Sosenski, 2015).En este sentido, el desarrollo del niño ya no era solo un problema exclusivo de la madre y, en segundo lugar de la familia, sino que se extendía a diferentes actores como los editores, realizadores cinematográficos, políticos, médicos, inspectores del Departamento Provincial del Trabajo, educadores, asistentes sociales, visitadoras médicas entre otros agentes del estado y de la sociedad civil que fueron surgiendo en la primera mitad del siglo XX (Bontempo y Bisso, 2019).
La propaganda publicitaria y la ilustración gráfica
La ciudad contaba periódicos comerciales entre los cuales se pueden destacar: Santa Fe (1911-1933), El Orden (1927-1955) y El Litoral (1916-continua). En las publicaciones, notas e imágenes referidas a niños y a madres que pueden diferenciarse según su pertenencia social y problemáticas coincidentes con ellas, es posible visibilizar un ideario de época. Parafraseando a Isabella Cosse (2006:31), hay un “deber ser” que demarca las conductas apropiadas en la vida doméstica para las relaciones de pareja y entre padres e hijos, conectando el orden familiar con el social. Al interior de este ideal doméstico los niños escolarizados, aseados y queridos por sus padres, reflejaban la prosperidad y armonía familiar, al igual que los que mostraban las imágenes en los álbumes de fotografía privados y los publicados en prensa. El contraste con las imágenes de los niños pobres en el medio de la naturaleza -y sin rastros de adultos al cuidado de los mismos- aumenta la distancia entre las infancias.
Las publicidades reproducen el binomio madre-hijo socialmente aceptable: una madre ocupada en la crianza, un niño sano y robusto, una alimentación basada en la leche materna. A partir de la cantidad de niños afectados por enfermedades gastrointestinales, en los años veinte, la alimentación constituyó un foco del accionar gubernamental. Las causas fueron vinculadas, a la utilización de leche de origen animal obtenida a través de dudosos procesos de esterilización y de pasteurización, y al suministro y compra de leche materna de mujeres de sectores populares, sobre todo, para alimentar a los niños en los primeros meses de vida. Las dos publicidades de bebidas alcohólicas que supuestamente aumentaban la producción de leche mostraban imágenes antagónicas (o la doble cara de la maternidad): la felicidad y el contacto físico (un momento lúdico entre madre e hijo) y, por el otro lado, el deterioro de las mujeres que se ocupaban del cuidado infantil (una joven agotada observando el vaso de cerveza).
Una copa de Maltina en las comidas. No solamente representa una sobrealimentación asimilable para las personas de estómago delicado, sino que al mismo tiempo constituye una fuente donde renuevan sus energías las madres que crían, los débiles de constitución, los convalecientes, ancianos y jóvenes en período de crecimiento.[11]


El médico Efraín Martínez Zuviria -Jefe de la Sección de Asistencia Pública de la ciudad de Santa Fe, y de la Oficina de Protección a la Primera Infancia en el año 1930- argumentaba que las mujeres eran responsables de muertes infantiles evitables por lo cual era fundamental la instrucción de las mismas erradicando la mortal “ignorancia”. Según sus diagnósticos, existían dos problemas fundamentales: una mala alimentación y deficientes cuidados. La alimentación era responsabilidad exclusiva de las mujeres que debían, tal como lo muestran las publicidades, asegurarse por todos los medios la producción de leche materna y la energía requerida para las tareas de cuidado. Desde la perspectiva del médico había que incorporar la enseñanza de la Puericultura como asignatura obligatoria en las escuelas a los fines de educar a las principales protagonistas de los cuidados de la infancia.[12]
En línea con este discurso experto, a partir de 1925 se realizó “La Semana del Niño” a cargo de la Municipalidad de la ciudad de Santa Fe. Elfestejo contaba entre sus atracciones más significativasel “Concurso de Bebés Sanos” en el cual eran premiados en: primer lugar la criatura mejor criada a pecho, segundo lugar la mejor criada con alimentación mixta (leche materna y artificial) y en tercer lugar la mejor criada artificialmente. Además, se otorgaba un cuarto premio para la madre que más veces había concurrido a la Asistencia Pública en búsqueda de atención médica y pedido de asesoramiento para la crianza y el desarrollo de sus hijos (Bolcatto, 2013). En este contexto la copa de leche que se daba en algunas escuelas de la ciudad era muy valorada socialmente[13]. En la misma década, la organización del Primer Congreso Provincial del Niño (1929) tuvo un doble objetivo, a saber, llegar a los hogares pobres para enseñar a las familias la manera de criar y cuidar a los niños; y llamar la atención de los gobernantes en cuanto a las problemáticas de las infancias reclamando -entre otras cosas- la creación de un edificio donde poder hospitalizar a los menores y educar a los padres en lo relativo a cuidados de higiene y salubridad. El evento tuvo lugar en la Facultad de Química de la Universidad Nacional del Litoral y contó con la presencia de autoridades provinciales y 300 profesionales de la provincia (Bolcatto y Vallejos, 2015; Giménez 2024). En continuidad con esta labor, durante los años treinta se crearon, en la ciudad capital, dos nuevos consultorios de niños a la vez que se proyectaba la creación de una sala de lactantes para hacer la asistencia adecuada a los innumerables niños que se perdían por falta de atención continua.[14] La denominada Clínica del Niño fue inaugurada durante la gobernación del demoprogresista Luciana Molinas y la dirección quedó a cargo del Dr. Efraín Martinez Zuviría.[15]
Hacia los años 40, el ministro de Salud Pública y Trabajo de la provincia, el Dr. Abelardo Yrigoyen Freyre, advertía que si bien habían disminuidos las tasas de mortalidad por las mejoras higiénicas, la prevención y el correcto tratamiento de algunas enfermedades; ahora era evidente una progresiva disminución del crecimiento vegetativo por el descenso de la tasa de natalidad. Con motivo de inaugurarse las Primeras Jornadas Santafesinas de Obstetricia y Ginecología (1941), el mismo ministro, anunciaba que “la incorporación al ambiente santafesino de especializados en diferentes disciplinas médicas, ha surgido como un imperativo de la época y el rigorismo cada vez más científico que se observa en la medicina. Es la tendencia a estudiar los problemas en profundidad la que impide dispersar energías y abarcar más de un número limitado de temas determinados”.[16] A la vez, enfatizó en la necesidad del cuidado y afecto a los niños:
Es preciso de repetir cada vez que ello fuera necesario, que el hijo debe dejar de representar una complicación, a veces insalvable para el matrimonio de escasos recursos (...) el embarazo debe dejar de constituir una carga (...) para que el hijo (...) sea acogido con alegría y con la inconmensurable ventura emergente del más trascendental acontecimiento de la vida de la mujer.[17]
La visión del experto contrastaba con los sentimientos de muchas mujeres respecto a la maternidad. La cronista de Vida Femenina (revista socialista) Leonor Llach decía que la moral absurda, fundada en conceptos irracionales, que sostenían las mismas mujeres era un obstáculo constante para las aspiraciones, las actividades y la felicidad de ellas mismas. Llach consideraba que la maternidad era un derecho pero que no iba a contrapelo de otros derechos de las mujeres, por ejemplo, la realización profesional. El derecho a la maternidad no era universal porque una mujer soltera que tenía un hijo era denostada igual que la casada que decidía no tener hijos, es decir era un derecho determinado por las circunstancias:
Vemos constantemente en los periódicos noticias de niños que mueren en el abandono por falta de atención médica o devorados por las ratas; de madres que estrangulan a sus hijos al nacer, empujadas por la miseria o por el miedo, y contra esas pobres mujeres, se exalta la indignación oportuna. de los que ven el drama cómodamente instalados en su hogar o ante el escritorio.[18]
La fotografía que acompaña la nota “Defensa de la maternidad” muestra a la madre cargando a un niño pequeño: hay proximidad y ternura que difiere con el discurso de Leonor Llach: niños devorados por ratas; madres que estrangulan a sus recién nacidos, mujeres viviendo en la pobreza, etc.

La misma imagen aparecía en las notas tituladas “Educación sexual”, una sección a cargo de la Dra. Marta Licyh. En esta sección se narra el caso de una lectora que, con mucho pesar, espera su séptimo hijo. En su comentario Marta Licyh enfatiza la dificultad de conciliar el ideal con la realidad: cómo vamos a pedir a una madre que vigile, cuide la higiene corporal, observe el crecimiento, el desarrollo y el desenvolvimiento intelectual con tantos hijos. Desde su perspectiva la solución era limitar la reproducción biológica, a través de la educación sexual ya que la “liberación de la mujer solo vendrá cuando ella acepte la maternidad voluntaria y conscientemente” y que, desde su perspectiva, tendría como base la emancipación civil, política y económica.[19]
Recapitulando, encontramos en las publicidades e imágenes gráficas una tensión entre la política cultural del binomio signada por el amor y la cercanía física y otro repertorio (visual y discursivo) atravesado por la tragedia, el hastío y la muerte infantil. Dichas configuraciones convivían confrontando diferentes “economías afectivas” cuya circulación material de imágenes y discursos generó impresiones perdurables en nuestra historia cultural. En este marco, resultan disruptivos los testimonios de madres desafortunadas visibilizados por feministas quienes junto con el reclamo de los derechos políticos impulsaron una transformación cultural en relación a la maternidad y el cuidado infantil.
La pintura y el binomio en las clases trabajadoras
Las artistas plásticas feministas promovieron a través de sus obras una crítica cultural y política a la visión dominante de la maternidad en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. La centralidad de las mujeres en los trabajos de artistas rioplatenses como Amalia Polleri llaman la atención, especialmente uno de sus dibujos de 1942, Mujer, el cual muestra la mujer sosteniendo una fábrica y una iglesia al tiempo que cuelgan de sus pechos niños que se alimentan de ella. Diana Flatto dice que “esta mujer se retuerce físicamente para cumplir con las expectativas de la maternidad” (Flatto, 2024: 63).

La obra de Raquel Forner ¿Para qué? (1939) es un testimonio de las incertidumbres del embarazo en el contexto de expansión del autoritarismo. En el cuadro la desolación, la oscuridad y la destrucción encarnan en la figura de la futura madre y su derredor. Los temas recurrentes en la cultura visual antifascista, sobre todo retratando madres e hijos en medio de paisajes patriarcales y violentos, posicionan a las mujeres como defensoras de una futura cultura nacional centrada en la democracia (Flatto, 2024). En cuanto a los artistas santafesinos (varones en su mayoría), el binomio lejos de estar ausente es un tópico recurrente. En los cuadros de Juan Grela las mujeres trabajadoras tienen un lugar relevante tal como se ve en “La Lavandera” (1954) y “La madre” (1952) que sostiene a su hijo para amamantarlo mostrando en primer plano las manos talladas por el trabajo. El cuadro de Leonidas Gambartes “Maternidad en gris” (1954) muestra la dureza de las condiciones de vida de una madre con un hijo recién nacido en brazos en una naturaleza local muerta (caña seca al lado de la figura de la madre).
Con menos dramatismo, Juan Garrone ofrece en el cuadro “De mi barrio” (1951) la escena de una madre caminado junto a su hija. No obstante, la tendencia en los artistas locales es el binomio en las clases trabajadoras en diferentes situaciones: en “Chacareros” de Antonio Berni (1935) la madre está sentada en el centro del cuadro con su niño en brazos mientras que “En el camino” de César Fernández Navarro (1944) la madre camina descalza y con la mirada perdida por un camino rural, cargando en un brazo al niño y en el otro sostiene una gallina muerta. “Hierro viejo” (1947) de Pedro Gianzione propone la escena de una madre muy pobre caminando (aunque esta vez acompañada de su pareja) cargando a su hijo atravesando un barrio periférico o rural.


Una obra interesante de Juan Grela es “Escuchando al lector” (1945) ya que reproduce una escena cotidiana donde madres y niños (incluyendo una que está amamantando) leen un libro en voz alta. De esta forma dos valores socialmente relevantes -la maternidad y la lectura- aparecen conjugados en las clases populares que son las nuevas consumidoras culturales de la primera mitad del siglo XX. Estas prácticas culturales se superponían a las laborales tanto de las madres como la de los niños que trabajaban.

La asistencia de los niños pobres a la escuela era menor de lo deseable. Sin entrar en un análisis integral de la problemática,que excede los objetivos de este trabajo, los periódicos de la época exponían diferentes explicaciones atribuyendo la falta de concurrencia de los niños a la escuela a la desidia de los padres y, también, a las exigencias de los maestros en lo relativo a la indumentaria escolar que resultaba inaccesible a las familias carentes de recursos económicos.[20] La inasistencia escolar era un problema en muchos sentidos. En lo que respecta a nuestro objeto de estudio, la escuela era uno de los dispositivos estatales más efectivos para difundir las imágenes respecto a la maternidad. El objetivo de inculcar en los niños el amor filial, y sobre todo el amor a la madre, llevó a que la Dirección General de Escuelas impusiera recitar una oración a ellas. La medida fue implementada a partir del 25 de mayo de 1929, antes de iniciarse las clases, los niños de pie en el aula, debían recitar:
Sabia madre nuestra: Dios te bendice, la Patria te exalta, la escuela te consagra, el corazón de tus hijos te venera. Tus venas nos han dado la sangre, tu regazo nos ha brindado el refugio y la tibieza de los niños, tu voz nos ha arrullado el sueño, tus manos han guiado nuestros primeros pasos y nos han cubierto de caricias. Siempre estás alerta y dispuesta a apartar el dolor de nuestro camino, a sacrificar por nosotros toda tu vida llena de abnegación y de heroísmo. En cambio, nosotros guardaremos eternamente tu memoria en nuestro corazón y tu nombre será la fragancia, el consuelo y el sostén de nuestra existencia. Santa madre nuestra: Dios te bendice, la Patria te exalta, la escuela te consagra, el corazón de tus hijos te venera.[21]
La medida fue presentada por un periódico local como una forma de considerar a la escuela “una prolongación del hogar, ella debe ser entonces el lugar donde se lleve el nombre de la madre para que los niños colectivamente, le rindan su homenaje”, asimismo la medida refiere a “la intensificación del nacionalismo”.[22] En efecto, se creía que las madres eran las principales difusoras de los valores patrióticos dentro de los hogares (Rubinzal, 2012b). Como contrapunto, las mujeres socialistas difundieron en su publicación Vida Femenina un poema a la maestra laica donde la maternidad es una tarea físicamente exigente:
Tú no le hablas a los niños de la maternidad de la virgen. Les hablas de la madre y de todas las madres del mundo. Les dices que todas son una y que todas son divinas, porque encarnan el más alto ideal humano… y ellos bendicen las fatigas de la mujer que los llevó en el cáliz de su carne.[23]
La escuela -en alguna ocasión- también funcionó como refugio de esas madres agotadas, las cuales podían descansar mientras las maestras cuidaban a sus hijos. La contracara de la fábrica y la escuela era la vida callejera donde era posible transitar por el mundo del delito (Caimari, 2012).


Las políticas del estado provincial para subsanar estos problemas eran insuficientes. El área sanitaria era la que más había avanzado a partir de la gestión del Ministro Dr. Yrigoyen Freyre quien insistía:
Para asegurar a todos los niños el derecho a la vida y a la salud, es preciso comenzar por colocar a las madres en las condiciones requeridas de existencia (...) proteger a la madre durante su gestación, el parto y durante todo el tiempo que sea preciso para criar al hijo” (...) “Porque, la maternidad constituye evidentemente, la más importante de las funciones sociales. A ella le debemos el respeto y el honor, la consideración y el lugar que merece.[24]
Efectivamente en el año 1942 se inauguró el Instituto de Maternidad y Puericultura, en el edificio donde funcionaba el Hospital Iturraspe, antigua Casa de Aislamiento de la ciudad. Para la reconversión, la municipalidad cedió al gobierno provincial el edificio y firmó convenio con la Congregación las Hermanas de la Virgen Niña, quienes se harían cargo de la administración, enfermería y supervisión de distintos servicios, además de la atención espiritual, acompañando el dolor de pacientes y familiares (Bolcatto 2011). El Instituto, pasó a ser considerado como Centro de Maternidad e Infancia de la Primera Sección de Sanidad del Departamento de Salud Pública en coordinación con los hospitales rurales, y con la finalidad de una mejor atención de la madre y el niño en toda la provincia santafesina. La atención incluía consultorios prenatales y de embarazadas, partos, infancias y un hogar maternal destinado a la atención humanitaria y adecuada para las madres solteras. A los fines de crear un “clima necesario para que, encariñada con su hijo, sepa hacer de su cuidado y del amor que le profese, el más eficaz protector de su propia existencia en el orden moral”.[25]
Francisco Menchaca -Jefe de la Clínica del Niño- subrayó la importancia de la Hominicultura, “ciencia que procura el correcto cultivo del hombre en sus aspectos físicos, psíquicos y moral”, cuya tarea más significativa era trabajar con la infancia: “Si queremos adelantarnos más en nuestra gestión tendremos que actuar cuando él se está plasmando en el antro materno. Y si deseamos ser aún más precoces (…) habremos de procurar la excelencia de los factores eugenésicos antes de la concepción misma”. Desde esta perspectiva, la maternidad y la crianza del niño pequeño no son simples problemas individuales: “Hay que mirar a la maternidad como una función de carácter eminentemente social que, por lo tanto, debe estar protegida por una medida de Estado”.[26] Menchaca propuso crear un Seguro de Maternidad e Infancia que beneficiara a toda mujer que dé a luz un niño para que lo proteja hasta su primer año de vida. Sin embargo, reconociendo que las necesidades de los tiempos que transcurrían no eran sólo económicas, pensaba combinar este seguro con la intervención de las asistentes sociales. Éstas, como agentes estatales, contaban con la capacitación para orientar a los enfermos hacia los centros de curación, ayudar a equilibrar el presupuesto familiar, buscar trabajo al desocupado, reorientar al individuo por accidente, procurar obtener legitimidad del matrimonio, explicar el alcance y significado de las leyes de trabajo, difundir los principios de puericultura, arreglar errores de alimentación, entre otros (Rubinzal, 2014).
Los diseños de políticas sanitarias y sociales locales son de relevancia ya que proponen un paradigma preventivo y una salud integral. Los diagnósticos de la época coinciden en la preocupación por detener el descenso de la fecundidad y los altos índices de mortalidad infantil. Al respecto Biernat y Ramacciotti (2013) subrayan que el marco legislativo en la Argentina es subsidiario de las discusiones e influencias de Europa y países de América Latina. Lo novedoso en la provincia de Santa Fe fue la institucionalización de la cuestión sanitaria desde la creación de la Dirección General de Higiene, luego Departamento de Salud Pública y finalmente del Ministerio de Salud Pública y Trabajo en 1941 (Bolcatto y Rambaudo, 2023). En este proceso, las imágenes de la maternidad y la relación madre-hijo cobra predominio en diferentes documentos visuales.
Reflexiones finales
En este trabajo analizamos imágenes del binomio madre-hijo situadas en la región santafesina durante el periodo de entreguerras. El vínculo -en principio perteneciente al mundo privado de los afectos y emociones- adquirió una enorme relevancia social y política durante este periodo lo cual implicó una profusión de intervenciones provenientes de distintos actores sociales. Las emociones, siendo prácticas culturales y sociales, dan cuenta de una contradicción fundamental en el proceso de modernización. El carácter complejo y heterogéneo del binomio reflejado en las imágenes analizadas se traduce en una diversidad expresiva notable: desde la ternura y la felicidad hasta el desapego, el cansancio y la amargura. En el recorrido observamos que madre e hijos pueden estar ambos o sólo uno de los integrantes visibles (el niño como reflejo de la madre que hay detrás de él). Los niños limpios, sanos, bien alimentados, eran el fruto de una madre buena, dedicada a los cuidados del hogar, una madre que era digna de recibir homenajes, en la escuela, en la sociedad y hasta en la Nación misma. No obstante, en algunas de estas imágenes las emociones se relevan perturbadoras: seriedad, distancia, desapego, hastío. En este sentido lo emocional que aparece como contrapunto de los discursos oficiales y expertos cuyos soportes pueden ser las fotografías, los cuadros así como también el discurso de las mujeres feministas que expresaron algunas de las tensiones en torno al ideal de maternidad.
Las madres trabajadoras, fueron de alguna manera el reverso de las buenas madres, ya que no estaban exclusivamente dedicadas a la atención de sus hijos. Ellas sufrían una doble explotación al cargar junto con las tareas de cuidado familiar las tareas domésticas en los horarios de descanso. Desde la perspectiva dominante, ellas eran las responsables de la delincuencia juvenil e, inclusive, de los altos índices de mortalidad infantil al desatender la familia. No obstante, con la evolución de las ciencias médicas y la complejización del estado -que se tradujo en la creación de nuevas agencias- este problema adquirió otras dimensiones y pasó a formar parte de la agenda gubernamental. En esta línea aparecieron otras variables que explicaban la mortalidad abandonando la explicación unidireccional que ubicaba a las madres como únicas responsables de la tragedia.
Las intervenciones del estado provincial más sistemáticas y contundentes se dieron en el área sanitaria evidenciada con la temprana creación del Ministerio de Salud Pública y Trabajo en 1941. En el área social también existieron avances a través de la creación de la Escuela de Servicio Social en 1943 y la sanción de Ley 3.061 de Asistencia Social que abarcaba el problema de la desnutrición infantil de una manera integral, al punto que se enfatizaban las necesidades culturales y recreativas de las infancias. En suma, las preocupaciones en torno al binomio generaron acciones en diversos sentidos. El estado provincial intervino en el aspecto médico e incluso material (con asistencia alimentaria y de vestido) e intentó avanzar en la provisión de insumos culturales para la infancia de menores recursos económicos. Desde la escuela se construyó una imagen de madre abnegada, dedicada y omnipresente que contrastaba con las posibilidades reales de una mujer trabajadora a la cual se le asignaban las tareas de cuidado y de sostenimiento cotidiano del hogar. Desde el discurso médico se intervenía “enseñando” a las madres cuidados esenciales y nociones de alimentación mientras que desde el testimonio feminista se denunciaba el exceso y la explotación de las mujeres en torno al desarrollo de los hijos. Mientras tanto las imágenes nutren la complejidad de las tensiones al revelar las múltiples vivencias y emociones de la maternidad que -aun con sus problemas y transformaciones- se ha mantenido como el vínculo más fuerte y central en el ecosistema familiar a través de todo el siglo XX.
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