Dossier

La vacuna antirrábica en Buenos Aires (1886-1890): inicio y despliegue de una empresa accidentada

Rabies vaccination in Buenos Aires (1886-1890): the start and deployment of an eventful undertaking

Mauro Vallejo
CONICET, Argentina

Estudios del ISHIR

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN-e: 2250-4397

Periodicidad: Cuatrimestral

vol. 15, núm. 41, 2025

revistaestudios@ishir-conicet.gov.ar

Recepción: 19 diciembre 2024

Aprobación: 28 febrero 2025

Publicación: 30 abril 2025



DOI: https://doi.org/10.35305/e-ishir.v15i41.2022

Resumen: El 4 de septiembre de 1886 el médico argentino Desiderio Davel aplicó por vez primera en Buenos Aires la vacuna antirrábica desarrollada por Louis Pasteur un año atrás. Esa acción fue el resultado de iniciativas divergentes, no siempre bien coordinadas entre sí, llevadas adelante por agentes diplomáticos, facultativos y actores de la vida política. Y fue asimismo el punto cero de un vacunatorio que nunca interrumpió su labor clínica. El objetivo de este artículo es reconstruir de manera detallada la creación de ese centro así como su derrotero inmediato, con especial atención a la escena que funcionó como su acto fundacional.

Palabras clave: rabia, Pasteur, bacteriología, Argentina, prensa.

Abstract: On September 4, 1886, the Argentine physician Desiderio Davel applied for the first time in Buenos Aires the anti-rabies vaccine developed by Louis Pasteur a year earlier. That action was the result of divergent initiatives, not always well coordinated among them, carried out by diplomatic agents, physicians and political actors. It was also the ground zero of a vaccination center that never interrupted its clinical work. The aim of this article is to reconstruct in detail the creation of this center as well as its immediate course, with special attention to the scene that served as its founding act.

Keywords: rabies, Pasteur, bacteriology, Argentina, press.

La medicina argentina ha construido, durante su corta historia, un efectivo relato acerca de sus logros y de los actores que los hicieron posibles, descritos siempre con la retórica del heroísmo y la lucha contra la adversidad (Cantón, 1928; Cranwell, 1937, 1939; Loudet, 1966). Esa narración elogiosa no aparece desamparada de fundamentos fácticos y de conquistas reales, tanto en lo que se refiere a la instalación de una amplia infraestructura sanitaria, concretada mayormente durante el segundo tercio del siglo XX, como en lo que hace a desarrollos científicos y aportes innovadores a la disciplina (Belmartino, 2005). Solamente a manera de botón de muestra, Argentina es el único país de América Latina que cuenta con dos premios Nobel de medicina y fisiología, alcanzados por Bernardo Houssay (1947) y César Milstein (1984).[1] Entre la ristra de elementos que tienden a ser mencionados en esa épica de tintes nacionalistas, suele aparecer, quizá como el emblema más prematuro del carácter pujante e inventivo de la ciencia vernácula, el tópico que habremos de examinar a lo largo de este artículo.

En la página de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, la entrada correspondiente a uno de sus antiguos miembros, Desiderio Davel, afirma que ese médico “elaboró en la Argentina la primera vacuna antirrábica aplicada con éxito fuera de Francia”.[2] Al incluir esa información en su portal de internet, la Academia no hace más que amplificar una sentencia que se ha repetido casi como una letanía durante las últimas décadas, y que ha hecho de Davel un hacendoso discípulo de Pasteur que, en condiciones materiales asaz desfavorables, colocó al país en un lugar de privilegio en la pujante historia de la bacteriología. Pues bien, casi no es preciso agregar que aquella información es errónea. Un mínimo conocimiento sobre la historia de la medicina bastaría para mostrar que entre, por un lado, la fecha de la primera aplicación exitosa en humanos del preventivo antirrábico (6 de julio de 1885), efectuada en París por Pasteur, y por otro, la fecha de la más temprana utilización de ese mismo método en Buenos Aires gracias a Davel (4 de septiembre de 1886), tuvieron lugar en otros laboratorios, ubicados tanto en Europa como en Asia y América del Norte, numerosas reutilizaciones del remedio capaz de salvar la vida de las personas mordidas por animales rabiosos. Una lectura rápida de la correspondencia de Pasteur, en la cual el químico siguió con atención esas reutilizaciones, alcanzaría para rectificar aquella aseveración apresurada (Pasteur Vallery-Radot, 1951).

No viene a cuento impugnar los posibles errores cometidos por uno de los tantos textos que, elaborados por los propios actores del gremio médico argentino, no tienen otro cometido que enaltecer una ciencia a la que se tilda de nacional. No podemos pasar por alto, empero, que esa equivocación no es la única que rodea, incluso en textos académicos y en publicaciones de más largo aliento, al nombre de Davel y a su papel en el proceso de implantación de la vacuna de Pasteur en territorio rioplatense.[3] La reiteración de esas imprecisiones no es quizá otra cosa que un signo de la poca atención que la historiografía especializada ha prestado a un evento que, más allá de las exageraciones e hipérboles con que ha sido recubierto posteriormente, y por fuera de los reclamos nacionalistas que ha engendrado, tiene particular significación desde distintos puntos de vista. El objetivo de este trabajo es, de hecho, reconstruir las condiciones que hicieron posible la instalación, a fines de 1886, de la vacuna antirrábica en Buenos Aires, así como documentar el accionar de ese vacunatorio durante los primeros años de su existencia.

El análisis de la documentación referida a esos hechos (prensa periódica, literatura médica, informes oficiales) habrá de prestar auxilio para iluminar, por un lado, la rápida inserción de Buenos Aires en una red que posibilitó la globalización inmediata de la innovación de Pasteur; por otro lado, la trama de actores y agencias estatales que, por acción u omisión, constituyeron el trasfondo de las labores llevadas adelante en ese vacunatorio; por último, el perfil de los usuarios habituales de aquella oferta sanitaria. Para ese fin, el artículo estará dividido en los siguientes apartados. En el primero de ellos, más bien breve, se pondrá el foco en el contexto previo a la llegada del preventivo a la capital argentina, señalando algunos de los hitos esenciales de su desarrollo inicial en París y su posterior difusión por distintos puntos del globo. En el segundo, el énfasis será puesto en la escena prínceps de la apropiación porteña de la innovación pasteuriana. Mediante una indagación exhaustiva de la prensa periódica de esas fechas, y su confrontación con otros materiales de archivo, se desplegará una visión detallada de la primera utilización de la vacuna en Buenos Aires. En el tercer apartado se tomarán en consideración los registros a propósito del decurso ulterior de la empresa iniciada por Davel, en miras de trazar un balance tentativo de esa iniciativa sanitaria. Se procede a un análisis algo puntilloso de los primeros pasos de ese vacunatorio bajo el entendido de que esa iniciativa sanitaria arroja evidencias muy provechosas para inteligir al menos tres procesos que de alguna manera conforman su trasfondo más inmediato, y que por razones de espacio no pueden ser sino señalizados brevemente. Primero, la concreción del vacunatorio puede ser entendida como una resultante de un empuje renovador de la medicina local, iniciado a mediados de la década de 1870, y que buscó su motor en una fluida recepción de novedades provenientes del Viejo Continente, así como en el aprecio de acciones como la observación metódica, la estadística y la clínica hospitalaria (Souza, 2014). Segundo, la inclusión de Buenos Aires en un movimiento de alcance regional, merced al cual las escuelas médicas de Latinoamérica buscaron insertarse en la agenda de la bacteriología, muchas veces a través del envío a Europa de contados facultativos (Saldaña y Priego, 2000; Benchimol, 1999). Tercero, el progresivo afianzamiento de una conciencia plebeya y generalizada acerca de los beneficios que podían aportar a la salud las instituciones de la medicina académica u oficial, el cual tuvo que disolver un enquistado escepticismo de parte de los enfermos (Armus, 2007, 2016).

1. La circulación de una novedad

La vacuna de Pasteur para prevenir la rabia constituyó un hito esencial en la historia moderna de la microbiología, e incluso de la medicina en general. A pesar de su poca valía en términos sanitarios -la enfermedad siempre tuvo una prevalencia mínima en humanos-, constituyó un parteaguas debido fundamentalmente a que demostró la posibilidad de construir implementos curativos a partir de la agenda de investigación de la bacteriología (Geison, 1978, 1995; Pemberton y Worboys, 2007). Ese fue uno de los principales motivos del interés inmediato que despertó aquel descubrimiento, lo cual se tradujo en el deseo manifestado prontamente por médicos y funcionarios de llevar la innovación a regiones alejadas de París. A pesar de la inicial reticencia de Pasteur a permitir que facultativos extranjeros visitaran su laboratorio y aprendieran el procedimiento, lo cierto es que desde marzo de 1886 especialistas de varias latitudes realizaron breves estadías de investigación, luego de las cuales comenzaron a aplicar la sustancia preventiva en ciudades como Varsovia, Viena, Odessa o Nueva York (Kreuder-Sonnen, 2012; Flamm, 2015; Wang, 2019). De esa forma comenzó a conformarse, en escala transnacional, una red de institutos que, tiempo antes de la erección del Instituto Pasteur de París, trabajaron de manera no oficial como satélites del centro ubicado en la capital francesa (Moulin, 1992, 2022).

Existen, afortunadamente, algunos trabajos bien documentados acerca del modo en que la Argentina se colocó rápidamente en esa trama de internacionalización del invento pasteuriano (Bokstein, 1954-1955; Prego, 2001). Ello sucedió casi en simultáneo a iniciativas llevadas a cabo por colegas de otros países de la región, que tendrían como saldo la fundación de otros vacunatorios igual de pioneros -aunque de efectivización un poco más tardía, pues los primeros de ellos, como el de Río de Janeiro o ciudad de México, abrieron sus puertas en febrero y abril de 1888 respectivamente (Schatzmayr y Curie Cabral, 2012; Rodríguez de Romo, 1996). La intervención fundamental para el caso argentino tuvo como protagonista a José C. Paz, quien en marzo de 1886, y en calidad de embajador argentino en París, estableció contacto epistolar con Pasteur a los fines de solicitarle que enseñara los detalles de sus hallazgos a dos médicos argentinos que por ese entonces estaban en Francia (Terrasa, 1980). Fue gracias a esa iniciativa de Paz que Desiderio Davel y Edmundo Reynal O’Connor frecuentaron el laboratorio de la Rue d’Ulm a partir de abril de ese año.

Ambos jóvenes facultativos -en rigor de verdad, O’Connor aún no había concluido sus estudios en la facultad parisina-, además de realizar prácticas en el laboratorio, fueron habituales observadores de las aplicaciones de las vacunas, y dejaron a ese respecto vívidos testimonios de las escenas contempladas. Sus escritos guardan fiel testimonio de uno de los aspectos más notorios de la revolución pasteuriana, esto es, su aceptación pública y su utilización voluntaria (Hansen, 1999). En efecto, a diferencia de lo que pudo ocurrir con la única vacuna humana existente hasta ese entonces -la anti-variólica-, el preventivo antirrábico fue desde el inicio un objeto sometido a una demanda espontánea. Es decir, en tanto que la vacuna para la viruela había sido desde temprano el objeto de campañas sanitarias gestionadas por organismos oficiales -y por ende su aplicación se caracterizó por su naturaleza cuasi compulsiva-, la sustancia preventiva elaborada por Pasteur conoció desde siempre una distribución bien distinta. Dada su misma esencia -su aplicación solo tenía sentido en sujetos mordidos por animales presuntamente rabiosos-, ella era requerida por los propios usuarios, quienes en muchos casos, sobre todo en los momentos tempranos de esta historia, realizaron esforzadas travesías en aras de recibir ese tratamiento.

Pues bien, incluso antes de retornar a la Argentina, los médicos porteños pudieron calibrar la novedad traída por el descubrimiento de Pasteur en términos de su deseabilidad pública. Para empezar, en una de sus crónicas enviadas desde París, Desiderio Davel no dejó pasar la oportunidad de celebrar de qué manera la nueva vacuna provocaba una torsión en la tradicional desconfianza de los enfermos hacia la medicina. Luego de haber asistido a varias aplicaciones del preventivo en la capital francesa, el joven argentino señalaba:

He asistido muchas veces a la metamorfosis que sufren todos los individuos de una serie; los he visto el primer día tristes y pesarosos, los he visto llegar al día siguiente casi en el mismo estado, al tercero con un poco más de confianza e ir así avanzando sucesivamente en su transformación hasta que los he visto partir contentos y satisfechos de haber venido.[4]

A renglón seguido, y casi en tono costumbrista, recortaba los gestos de agradecimiento de los enfermos:

Nada más tierno que las despedidas de algunas de las personas que se van curadas del laboratorio de M. Pasteur, se le acercan, le toman las manos, se las estrechan, las besan y la mayor parte que pretenden decir algunas palabras de reconocimiento concluyen por hacer el más elocuente de los discursos, se abrazan llorando al sabio a quien deben la vida.[5]

Tiempo más tarde, en un informe oficial, el otro médico porteño que asistió a esa experiencia, trazaría un cuadro similar, prefiriendo un lenguaje religioso para bocetar la acción de Pasteur -“Parecía san Pablo en el templo”, dirá Reynal O’Connor (1886: 87-88) en esas páginas.

La efectiva mudanza de la vacuna antirrábica hacia Buenos Aires dependió no solamente de las gestiones diplomáticas de Paz y de la osadía de Davel -quien se aventuró a cruzar el Océano con un conejo rabioso entregado por Pasteur, que murió en la travesía y cuya sustancia nerviosa fue inoculada en otro conejo sano en un quirófano improvisado en el buque (Davel, 1887)-, sino también de las gestiones realizadas en Buenos Aires por otros individuos. En mayo de 1886, y sin un conocimiento claro de que por esas semanas Davel hacía su estadía junto a Pasteur, Ignacio Pirovano fue el promotor de la fundación de un Instituto Pasteur en la capital argentina, cuya misión residiría en la elaboración y la aplicación del método antirrábico.[6] Tras una exitosa colecta pública, y varias polémicas acerca de sus alcances -algunos, a diferencia de Pirovano, proponían que en nuevo instituto fuera no solo un vacunatorio, sino un complejo centro bacteriológico-, el emprendimiento, bautizado “Instituto Microbiológico”, fue creado mediante un decreto presidencial el 20 de agosto de 1886, y colocado bajo la órbita de la Facultad de Medicina.[7]

Aquel Instituto nació apenas días después de que Davel llegara a Buenos Aires en posesión de la sustancia nerviosa a partir de la cual podría comenzar a elaborar las vacunas. Ahora bien, este médico no participó de las deliberaciones alrededor de ese centro, y a ese propósito cabe realizar dos aclaraciones, que ayudan a comprender su destino inmediato. Primero, el organigrama del instituto incluía cuatro secciones, una de las cuales estaba referida a la rabia y quedaba en manos de Davel. Segundo, y más importante, la iniciativa fue tomada en momentos en que se iniciaban las obras de edificación de la nueva sede de la Facultad, y por ende el instituto no contaba aún con sede física.

Así, a modo de balance, es posible afirmar que el nacimiento del vacunatorio resulta no solamente de acciones positivas y de buenas intenciones, sino también de cortocircuitos y malos entendidos entre sus actores y proyectos. Para empezar, existió una desconexión entre los trabajos emprendidos por Paz y Davel en París por un lado, y los llevados adelante por Pirovano y el gremio médico porteño por el otro. Además, estuvo en juego una disociación entre las aspiraciones del nuevo centro y sus condiciones materiales. Todo ello explica que a pesar haberse sancionado la pertenencia de la sección de rabia a un centro de naturaleza universitaria -pertenencia que fue solamente nominal y duró muy poco-, el vacunatorio se instaló y entró en funcionamiento en el domicilio particular de Davel.

2. El debut del vacunatorio

Davel arribó a Buenos Aires el 11 de agosto de 1886, y de inmediato ofreció algunas entrevistas a los periódicos locales. En esas columnas se acumularon las descripciones algo lastimeras de las condiciones en las que el especialista se aprestaba a preparar las dosis de vacuna -tuvo que acondicionar una habitación de la casa de su esposa, en Solís 323, para albergar las muchas jaulas de conejos que precisaba-, y se hizo un llamado a las autoridades para que lo auxiliaran, de magro resultado.[8]

A decir verdad, la acogida brindada a Davel no fue demasiado entusiasta. Los diarios hablaron poco sobre él, y del lado de las revistas médicas la situación no fue más auspiciosa: la Revista médico-quirúrgica nunca saludó su retorno, y los Anales del Círculo Médico Argentino se limitaron a confirmar que ya estaba en la ciudad, pero sin decir nada sobre sus trabajos para replicar localmente el método de Pasteur.[9] Todo parece indicar que, por un lado, los médicos porteños albergaban algunas dudas sobre los conocimientos de Davel -hasta ese entonces no había publicado mucho más que una tesis breve y no muy original sobre un tema ajeno al mundo de los laboratorios (Davel, 1885)-, y nadie estaba seguro de que fuese capaz de elaborar, a partir de los objetos traídos desde París, las vacunas antirrábicas. A esa desconfianza es menester sumar tal vez la posibilidad de que el verdadero interés de muchos actores -empezando por Eduardo Wilde, por entonces ministro de Instrucción Pública, quien semanas atrás había sido el principal impulsor de un instituto que no se limitara a expender la vacuna antirrábica (Wilde, 1886)- estaba en la puesta en marcha de una agenda bacteriológica, que iba mucho más allá de la cuestión menor de la rabia.[10]

Pues bien, ese clima adverso se modificó radicalmente a comienzos de septiembre, a resultas de un encadenamiento de hechos algo fortuitos, que tienen a bien ilustrar hasta qué punto la suerte de una iniciativa sanitaria así, sostenida más en la industriosidad personal que en una trama burocrática o estatal, podía depender de su cambiante prestigio social o de los favores de la opinión pública. El hecho más decisivo fue la circulación de la noticia de que tres niños de Montevideo, mordidos de manera reciente por un perro rabioso, llegarían de un momento a otro a Buenos Aires para recibir la vacuna.[11] Horas después de que esa novedad circulara por la ciudad, un periodista se dirigió a la casa de Davel para consultarle si eso era verdad. El médico, en tono quejumbroso, repitió los lamentos que había compartido unas semanas antes. Dijo que él no sabía nada al respecto, pues desde su llegada a la ciudad no había sido contactado por ninguna autoridad. Ahora bien, en ese mismo diálogo agregó una precisión que no pasó desapercibida: afirmó que si esos niños efectivamente llegaban, él podría vacunarlos sin problema, pues a partir del 4 de septiembre tendría listas las médulas de virulencia decreciente, necesarias para completar el esquema de vacunación.

Ese comentario dio por tierra con las suspicacias sobre el accionar o las pericias de Davel. A consecuencia de esos dichos, el joven facultativo logró instalarse en el centro de la atención pública, y el 2 de septiembre La Nación publicó una larga entrevista mantenida con él, a través de la cual el interrogado dio estado público a sus reclamos y sus insatisfacciones. Dando muestras de un buen manejo de la ocasión, Davel jugó sus mejores cartas, e hizo de ese diálogo la vidriera de sus reivindicaciones:

[Yo] tengo a mi exclusivo cargo, hasta este momento, todos los gastos de la experimentación. Estos mismos ensayos que hago en mi casa son muy delicados y tengo que manejarlo todo, abandonar toda otra ocupación, dedicarme en absoluto a la observación diaria y el estudio de los conejos. […] Necesario es que los poderes públicos cooperen a los esfuerzos individuales y entiendo que en estos momentos el ministro de instrucción pública se preocupa del asunto. Entre tanto, siento que no se haya adoptado un plan ya, creando un establecimiento apropiado para estos experimentos y que tenga que seguirlos yo por mi cuenta y con tantas dificultades.[12]

El pedido no cayó en saco roto. Primero, ese mismo 2 de septiembre, horas después de distribuida la entrevista, el director de la Asistencia Pública de la ciudad, José María Ramos Mejía, dirigió una nota al intendente, a los fines de solicitar un subsidio por “la insignificante suma” de 150 pesos mensuales para Davel, por un tiempo limitado, hasta la instalación concreta del Instituto Microbiológico.[13] Segundo, y quizá más significativo, ese mismo día Davel fue invitado a participar de una reunión de las autoridades de la facultad, a los fines de debatir la instalación de aquel Instituto. A 5 meses de iniciados sus estudios en la Rue d’Ulm y a casi un mes de su llegada a la ciudad, era la primera vez que Davel era convocado por los representantes de un organismo oficial. Por primera vez los doctores porteños lo sentaban a su mesa, reconociéndole mediante ese gesto como experto en el método pasteuriano. En ese cónclave (del que formaron parte Pirovano, Herrera Vegas, Mattos y Montes de Oca) se discutieron detalles sobre las secciones que conformarían el centro, pero se dio cierta prioridad a la cuestión de la rabia, en gran medida por la premura de aplicar la vacuna en los niños de Montevideo. En tal sentido, se encomendó a Davel la búsqueda de una casa, que funcionaría como local provisorio de su laboratorio, hasta tanto concluyesen los trabajos de edificación de la nueva Facultad. El alquiler de la casa y el mantenimiento de todos los elementos serían financiados por la facultad.[14]

Bajo esos buenos auspicios, el 4 de septiembre de 1886, siempre en su casa y ante la presencia de reporteros, curiosos y médicos de cierto prestigio, Davel puso su nombre en la historia al aplicar por vez primera en territorio argentino (y sudamericano) la vacuna antirrábica desarrollada por Pasteur.

Dos días antes habían llegado finalmente a la ciudad los niños uruguayos mordidos por un perro. Se trataba de 3 hermanos, de apellido Pinedo; dos varones y una niña, hijos de padres españoles y de condición humilde (Juan, el padre, se desempañaba como peón en la Aduana de Montevideo). Basilio tenía 16 años, José tenía 12, y la pequeña Elvira contaba con apenas 2 años. El accidente había ocurrido el 23 de agosto cerca del mediodía, en el domicilio familiar, una casa quinta ubicada en la calle Ejido 82. De acuerdo con la reconstrucción hecha por Davel al interrogar a la madre, ya el día 20 de agosto el perro había empezado a mostrar signos extraños. Comenzó a estar “un poco tenso y desganado, buscaba los lugares oscuros para dormir y evitaba los juegos a que estaba acostumbrado”.[15] Pues bien, el día 23 la mascota salió a pasear bien temprano en la mañana; 3 horas más tarde regresó, y fue allí cuando mordió todo lo que encontró a su paso. Primero atacó a José, provocándole 5 heridas (tres en la cara dorsal de la mano izquierda, y otras 2 en el mismo sitio de la mano derecha), todas ellas “poco profundas pero penetrantes, que dieron poca sangre”.[16] Acto seguido mordió a Basilio, produciéndole 3 heridas, también en las manos. Un gato y un perro fueron también víctimas de esa furia incontenible. En ese arranque agresivo se abalanzó asimismo sobre la niña más pequeña, pero las heridas recibidas por ella en una mano fueron de poca consideración (a punto que más tarde Davel decidiría no aplicarle las inyecciones).

Tapa y primeras dos páginas [con la ficha de José Pinedo] de “Dirección General de Asistencia Pública. Laboratorio de vacuna anti-rábica. Estadística”, Volumen 1
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Tapa y primeras dos páginas [con la ficha de José Pinedo] de “Dirección General de Asistencia Pública. Laboratorio de vacuna anti-rábica. Estadística”, Volumen 1
Archivo del Museo Davel, Instituto de Zoonosis Louis Pasteur.

Tan pronto como la bestia fue contenida, la madre lavó las heridas de sus hijos con agua y vinagre -o con aguardiente, según otras fuentes-. No sabemos mucho qué pasó con los niños entre ese 23 de agosto y la decisión de embarcarse hacia Buenos Aires. Alguna crónica posterior indicó que fueron los médicos que atendieron el caso quienes aconsejaron ese cruce del Río de la Plata.[17] Dados los pocos recursos de la familia, se levantó una colecta pública para costear los pasajes.[18] Los tres niños llegaron a la ciudad en compañía de su madre. Se alojaron inicialmente en una fonda ubicada en el Paseo de Julio; pero horas después de su llegada, cuando el dueño del lugar supo que sus huéspedes eran los niños que, según los diarios, habían sido contagiados de rabia, “les exigió, pálido de susto, que se retirasen de la fonda, alegando que la policía iba a mandarle cerrar sus puertas” si se enteraba de la condición de los uruguayos.[19] Desconcertados, y sin recursos -los diarios llegaron a decir que no tenían dinero suficiente para pagar el tranvía hasta la casa de Davel-, fueron auxiliados de inmediato por el cónsul español en Buenos Aires, Juan Durán y Cuervo, quien se ocupó de conseguirles una habitación en un restaurant italiano del Paseo de Julio (en el cruce con Cangallo, actuales Avenida Leandro N. Alem y Juan D. Perón).[20]

El mismo 2 de septiembre fueron examinados por Davel, quien comprobó el estado de las heridas y decidió que el tratamiento sería aplicado solamente en los dos niños varones, empezando el sábado 4, pues recién esa fecha estaría lista la médula de menor virulencia para la inyección inicial.[21] El médico quedó un tanto impresionado por la excitación nerviosa que se había apoderado de Basilio a resultas del ataque; el jovencito se levantaba “todas las noches soñando con el accidente y temblaba a la vista de un perro”.[22] A los fines de contrarrestar esos síntomas nerviosos, Davel le prescribió de inmediato “atemperantes adecuados”.[23]

Davel tenía conciencia de la singular relevancia histórica de aquello que iba a realizar en su casa el sábado 4 de septiembre a las 4 de la tarde. Por ese motivo, y aun a pesar de que por ahora seguía tratándose de él y sus conejos, sin membretes ni coberturas oficiales, giró algunas invitaciones a los principales diarios y a algunos colegas. Unas horas antes del evento, un periódico advertía:

El Dr. Davel nos ha pedido hagamos presente a los médicos, practicantes y demás personas que se interesen por conocer la operación, que pueden asistir a ella hoy a la hora que dejamos indicada [4 p.m.], debiendo efectuarse en la casa calle Solís 323.[24]

Davel había asistido muchas veces a las inoculaciones gratuitas practicadas por Grancher y Pasteur en la Rue d’Ulm, y sabía que esas exhibiciones sanitarias, frecuentadas por curiosos de todas las condiciones, habían prestado un gran auxilio para realzar el prestigio del sabio francés y de su invento. La calle Solís sería una nueva y más humilde Rue d’Ulm, pensó quizá Davel.

Nadie podía darse el gusto de faltar a la cita. Poco antes de las 3 de la tarde, llegaron al domicilio los 3 niños Pinedo acompañados de su madre y del ministro de España, Durán y Cuervo. Media hora más tarde el lugar empezó a ser invadido por médicos, estudiantes de medicina y periodistas. Algunas de las eminencias de la ciencia local dijeron presente: estaban Pirovano, Herrera Vegas, Susini, Sommer, Bazterrica y varios más (incluyendo un veterinario de apellido Sofía). Tan pronto como Davel advirtió que daría inicio a la intervención, todos hicieron silencio y lo rodearon.[25] La acción fue rápida y precisa, y tuvo lugar en la sala del hogar familiar de Davel. Ambos niños debieron levantar sus camisas, y recibieron un pinchazo en el costado derecho de su abdomen. “Lloraron algo después de verificada la operación, más por ver las caras de los asistentes fijas en ellos que por el verdadero dolor causado”, observó el diario más leído.[26]

“La madre de los niños se encontraba muy emocionada, y no pudo contener sus lágrimas, lágrimas que acaso revelaban su agradecimiento tanto como su pena”, comentó el redactor de La Patria.[27] Este periódico puso también el condimento patriótico: mientras que los habitantes de Rusia, Inglaterra o Italia debían hacer el viaje a París para salvarse de la rabia, los porteños tenían ahora la solución a la vuelta de la esquina. “Si él fuera menos modesto este hecho debía envanecerle”, agregaba en referencia a Davel.[28]

De acuerdo con esta misma fuente, Davel no abrigaba completas esperanzas en el éxito de la empresa. Habían transcurrido 12 días desde la mordedura, que, para colmo de males, había sido en las manos. Desde antaño se sabía que las heridas en esa zona eran más propensas a transmitir la enfermedad. “Dice el Dr. Davel que más por humanidad que por esperanzas fundadas de salvar a los enfermos ha emprendido su curación”.[29]

El pinchazo del sábado 4 fue el primero de una serie de 10. Así, durante las siguientes dos semanas el nombre de Davel se ganó una presencia constante en las columnas del periodismo porteño. Con un entusiasmo entrecortado, los distintos diarios fueron informando sobre las siguientes inoculaciones, e incluso se ocuparon de registrar el destino ulterior de los hermanitos uruguayos. Fue, a todas luces, el máximo o único momento de gloria que Davel conocería a lo largo de su extensa vida profesional.

Tal y como había ocurrido en otras oportunidades, la rabia y los microbios volvieron a estar en boca de todos, ahora bajo una nueva modulación, pues la acción efectuada por Davel tenía todos los ingredientes para alterar la significación de esos dos términos: la enfermedad, si todo salía bien, dejaría de ser una amenaza mortal para los porteños; y por primera vez quedaría en evidencia que los microbios no eran un asunto solamente teórico. Ya el domingo 5, horas antes de que tuviera lugar la segunda dosis, circuló por la ciudad una nueva entrega del periódico satírico El Mosquito, una de cuyas caricaturas reutilizaba la popularidad de Davel y sus conejos para ironizar a propósito del debate político coyuntural.

Fragmento de: El Mosquito. Domingo 5 de septiembre de 1886, Año XXIII, 1235
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Fragmento de: El Mosquito. Domingo 5 de septiembre de 1886, Año XXIII, 1235

debajo de la imagen se lee: “Uno conejo más ravioso que los del Dr. Davel”; el texto de la nota invertida es: “Artículo Adicional a la ley sobre Banco Hipotecario presentada por el Diputado Dr. Calderón”; en las plumas colocadas en el lugar de los dientes, y con las cuales aparentemente escribe la nota, figura la leyenda “Diario Nacional”).

“Una nube de microbios y de hidrofobia se cierne sobre Buenos Aires”, sentenciaba un cronista de La Patria el lunes 6 de septiembre. “Se habla mucho de institutos microbiológicos, de preparación de médulas anti-rábicas, de niños y hombres mordidos y sujetos a tratamiento”, proseguía el autor, quien interpretaba el impulso de la madre de los niños Pinedo como un signo elocuente de los nuevos tiempos, muy adictos al progreso científico:

Ya la incredulidad no existe, ya nada causa extrañeza; las masas que en otros tiempos apedrearan [sic] al que se atreviera a introducir ex abrupto cualquier novedad; que se inclinaban a considerar sobrenatural o diabólico todo lo que no caía bajo su percepción y escasa inteligencia, hoy todo lo creen fácilmente, a todo se prestan sin dificultad, tan repetidos y tan grandes y tan útiles han sido los inventos y los descubrimientos en este siglo. […]

Una madre lleva espontáneamente sus niños mordidos por un perro rabioso al Dr. Davel; ¿habría venido en otros tiempos la gente del pueblo a buscar las ventajas, a someterse a las pruebas de la ciencia, tanto más tratándose de un descubrimiento cuya eficacia es aún discutida, y sobre la cual no se ha dicho la última palabra?

No solo no habría venido, sino que no se habría dejado persuadir por razones ni explicaciones.[30]

El fervor, de todos modos, conoció un ciclo de vida paradójico. Los diarios se ocuparon, un poco por inercia y casi con desidia, de informar las siguientes aplicaciones de la vacuna. Pero se trató de crónicas casi administrativas, de unas pocas líneas. Tal vez existían dudas sobre el probable éxito de la experiencia -no hay que olvidar que el propio Davel mostraba cautelas a ese respecto-. Así, el día 11 el diario más leído no quiso arriesgar demasiado, y definió la aplicación en curso como “el acontecimiento científico de la quincena” -aunque unos renglones más abajo agregaba que el médico de la calle Solís era “entre nosotros actualmente, algo como una providencia, cuyos poderosos recursos nos ponen a salvo del terrible mal de la rabia”.[31] Sucedió, tal vez, como si lo más importante ya hubiera tenido lugar. La proeza mayor residió en esa capacidad de replicar aquí la novedad parisina, lo cual colocaba a Buenos Aires en un supuesto lugar de privilegio en ese mundo científico globalizado. La noticia del deseo de fundar en la capital el Instituto Pasteur, transmitida a mediados de mayo de ese año, o incluso la llegada de Susini con sus microbios, habían hecho correr mucha más tinta que la acción clínica de Davel. El perfil humilde este último -advertido para ese entonces por varios cronistas- probablemente haya colaborado en esa cobertura periodística poco frondosa.

A la segunda inoculación, ocurrida el domingo 5, asistieron el ministro español “y dos o tres personas más”, según una fuente;[32] de acuerdo con otra, había “numerosas personas”; en esa oportunidad, los pacientes mostraron menos resistencia a recibir el pinchazo.[33] “Varios médicos y estudiantes” presenciaron la tercera aplicación, efectuada el lunes 6.[34] Con el correr de los días, los niños perdieron su talante medroso, y para la quinta inoculación se hallaban incluso “contentos”.[35] En esa velada Davel se permitió un gesto de empatía con Basilio:

El más pequeño observaba con atención la operación que en él se practicaba cuando el Dr. Davel le dijo:

- Hoy te ha dolido menos que ayer la operación.

- No, más, dijo el chiquillo sonriendo.

- ¿Cómo puede ser eso? Yo debo sentir lo mismo que tu y hoy tuve menos dolor que ayer.

El paciente miraba al doctor con atención e incredulidad.

- Sí, por este instrumento (la jeringuita) se me comunica tu dolor.

Satisfecho, el niño sonrió olvidándose del dolor.[36]

Quienes tenían la oportunidad de visitar la casa de la calle Solís, se sentían sobrecogidos por “cierta solemnidad” que allí primaba, al tiempo que “infundía el doctor Davel el respeto de un apóstol”.[37] En la sexta jornada hubo un invitado especial: la madre de Davel, quien cautivó a los reporteros con la “distinción y finura que adornan a tan respetable señora”.[38] Con la última aplicación, realizada el lunes 13 de septiembre, se retomó fugazmente el tono celebratorio. Las columnas volvieron a su extensión inicial, y no se omitió el nombre y apellido de cada uno de los curiosos que se acercaron a presenciar el evento. Aquel lunes los grandes nombres de la medicina porteña volvieron a converger en la sala de Davel. El Diario dio cuenta, por ejemplo, de la recorrida que el dueño de casa ofreció a los visitantes por el laboratorio, señalando especialmente el conejo que debía morir de rabia ese mismo día. En esa misma oportunidad, por otro lado, los hermanos uruguayos dieron dos obsequios a su salvador: José le regaló una jeringa de oro -o una lapicera, según otras fuentes-, acompañada por una dedicatoria que decía: “Al distinguido y humanitario Dr. Fernando Davel, el primer inoculado del virus que cura la rabia, y agradecido cliente, José Pinedo”. Por su parte, Basilio le entregó un cortapapeles, junto con la nota que rezaba: “El segundo víctima [sic] de la rabia de “Cuatro ojos” a su protector el Dr. Davel, en prueba de gratitud eterna, Basilio Pinedo”.[39]

Los lectores porteños pudieron mantenerse informados sobre el destino inmediato de los hermanos Pinedo, que el viernes 17 tomaron el vapor con destino a Montevideo. Su regreso a casa se produjo sin contratiempos, y gozaron de perfecta salud durante las semanas inmediatamente posteriores -aunque el mayor, José, tuvo la desgracia de caerse de un caballo a comienzos de octubre, fracturándose una pierna-.[40] Los diarios porteños brindaron asimismo sus columnas para difundir sus repetidos gestos de agradecimiento para con Davel y los muchos argentinos que les habían dado una mano durante su visita sanitaria.[41] Pudo saberse, por ejemplo, que el menor de los niños, Basilio, cuidaba con toda dedicación a los dos conejos que Davel le había regalado al concluir el tratamiento.[42] El público de la capital pudo leer asimismo la sentida carta que el pequeño dirigió el 20 de septiembre al embajador español que tanta ayuda les había brindado en sus días porteños:

Le escribo estos renglones para comunicarle la feliz llegada de nuestro viaje a ésta, y al mismo tiempo cumplir nuestro deber para con Ud. Es cierto que hemos demorado en mandarle estas líneas, pero ¡qué quiere mi buen señor! la fatalidad nos persigue. A nuestra llegada nos encontramos con el segundo golpe, con la muerte de nuestra abuelita, que desgraciadamente desapareció para siempre el día 8 de septiembre. […]

¡Ay señor Ministro! no hay un solo momento en el día como en la noche, que no lo tenga en la memoria, lo mismo que mi querida madre y mi hermano. No sé cómo le pagaremos todos los trabajos, todas las finezas con que usted noble y desinteresadamente nos ha obsequiado.[43]

Hacia el 10 de octubre la salud de los Pinedo seguía siendo perfecta. Habían transcurrido alrededor de 45 días desde la mordedura, razón por la cual ya no cabían dudas sobre la efectividad de las inoculaciones realizadas.[44]

Si la entrevista aparecida en La Nación el 2 de septiembre había resultado esencial para el reforzamiento del prestigio público de Davel, otras dos irrupciones en la prensa, ocurridas al promediar y al concluir el histórico tratamiento, echaron aún más leña al fuego. Para empezar, el día 7, horas antes de que tuviera lugar la cuarta inoculación, El Nacional incluyó, en la primera hoja y a doble columna, un larguísimo elogio del médico, firmado por Sansón Carrasco (seudónimo del publicista y político uruguayo Daniel Muñoz). “Interesante figura la de este joven médico que sin más alicientes que los de ser útil a su país, se contrae durante su permanencia en Europa a estudiar el último descubrimiento de la ciencia médica desatendiendo otros estudios de fruto más lucrativo, y que sin más recursos que los escasos de su propio peculio vuelve a su patria trayendo ese maravilloso germen de muerte que preserva la vida”, rezaba el párrafo inicial.[45] En palabras de Carrasco, Davel tenía la estatura de uno de esos “centinelas avanzados de la conservación de sus semejantes”, y no era posible hallar palabras para describir el “descuido en que las autoridades competentes han dejado al joven médico argentino que da a su patria la gloria de ser el primer país de América en que se aplica el procedimiento Pasteur”.[46] Apenas unos días después, cuando los hermanos Pinedo ya estaban de regreso en su casa, el periodismo porteño rindió su mayor homenaje a Davel. El 20 de septiembre su retrato adornó la portada del número 26 de La Ilustración Argentina, que incluyó asimismo un texto encomiástico sobre el facultativo.

3. Un vacunatorio excepcional

Apenas unos días después de concluido el tratamiento de los hermanitos de Montevideo, el médico porteño tuvo que prestar su auxilio a otra víctima probable de la rabia. El 26 de septiembre comenzó efectivamente la serie de inoculaciones en otras dos personas, provenientes también de la capital uruguaya. Esta vez se trataba de padre e hijo, mordidos apenas 3 días antes, en las manos, por su propio perro (un macho, cruza de Bull-dog y escocés, que había sido atacado a comienzos de agosto por una perra sospechada de rabia). Ambos recibieron, durante 10 días consecutivos, la correspondiente cantidad de inyecciones (la primera de ellas con una médula extraída 14 días antes, y la última con una que llevaba 4 días en su frasco).[47]

El 16 de octubre Davel pudo por fin alimentar su celo patriótico, pues en esa fecha se produjo la primera aplicación del método preventivo a un habitante del país. En efecto, la quinta beneficiaria de ese laboratorio casero fue una niña de 5 años, argentina de nacimiento, y de apellido Domínguez, que el 11 de octubre había sido mordida en el muslo derecho por una perra que vivía esporádicamente en su casa de la calle Paraguay (casi en simultáneo, el animal mostró signos de abatimiento, comenzó a proferir un aullido extraño, y fue muerto).[48] A diferencia de los Pinedo, la pequeña mostró cierta resistencia, y recibió las inyecciones entre sollozos.[49]

Un primer balance, acotado y sin pretensiones estadísticas, fue confeccionado por el propio Davel en enero de 1887. Se lo envió a quien todavía era su jefe inmediato, Ignacio Pirovano, el director del Instituto del que seguía dependiendo el vacunatorio. De ese presunto informe conocemos solamente un fragmento, publicado en la Revista médico-quirúrgica en febrero de ese año.[50] En los cuatro meses transcurridos desde la “fundación” de ese centro -es decir, desde la aparición de los Pinedo-, Davel había recibido la consulta de 87 personas mordidas por animales presuntamente rabiosos (en su gran mayoría perros); luego de examinar las heridas y de recabar información sobre los ataques, el médico había decidido llevar adelante el tratamiento preventivo en solamente 19 de esos casos.[51] Al proceder de esa manera, repetía las indicaciones de Pasteur, quien también aplicaba algunos criterios para determinar en qué casos parecía indicada la prescripción del preventivo (generalmente iniciaba el tratamiento en aquellos casos en que las mordeduras atravesaban la ropa o producían heridas ostensibles, o en aquellos en que la condición rabiosa de los animales había sido determinada por algún veterinario o resultaba evidente a partir de alguna sintomatología, como ser la “hidrofobia” o la parálisis). Ahora bien, al igual que sucedía en París, a Davel no siempre le fue posible convencer a un consultante de que debía retornar a su casa sin recibir la vacuna. Sin ir más lejos, la segunda paciente argentina, la niña María Etchepare, de 4 años, recibió las siete inoculaciones (empezando el 26 de diciembre de 1886) a pesar de la opinión contraria manifestada por el médico, quien consideraba que ni el comportamiento del perro atacante ni el carácter superficial de las heridas recibidas ameritaban la sospecha de rabia. En la ficha correspondiente a este caso, se anotó: “Esta niña fue inoculada por satisfacer las exigencias de su padre que no quería resignarse a dejarla sin tratamiento a pesar de que el animal mordedor no presentaba absolutamente los caracteres de la rabia”.[52]

Volviendo a ese informe, de esos primeros 19 pacientes, 13 eran menores de edad (10 niños y 3 niñas). Otro dato numérico llamaba aún más la atención: casi el 80 por ciento de los vacunados (15 sobre 19) provenía de Montevideo. Tal y como veremos en unos instantes, esa afluencia oriental continuaría siendo muy significativa con el correr de los meses, aunque no igualaría esa proporción del inicio.

Cuando el 1 de agosto de 1887 Davel concluyó su única publicación extensa sobre la rabia -su apretado informe dirigido al gobierno provincial-, casi todo se mantenía igual.[53] Todo, desde la crianza de los conejos hasta las inyecciones, seguía teniendo lugar en su domicilio particular, aunque durante todo ese año ya había contado con el dinero asignado a la sección rabia del Instituto Microbiológico.[54] Tampoco había variado la sustancia virulenta usada como preventivo. En efecto, el virus usado para preparar cotidianamente las vacunas era un “descendiente” directo del parisino. Jamás se había interrumpido la cadena de pasajes de conejo a conejo; incluso a pesar de que para esas fechas se llevaban a cabo en el laboratorio experiencias de tinte más investigativo, tendientes por ejemplo a comprobar o ratificar las conclusiones de Pasteur acerca del acortamiento de los tiempos de incubación toda vez que se iniciaba una nueva serie de pasajes desde un perro a conejos (Darnet, 1889: 42).[55]

Tapa del informe concluido por Davel en agosto de 1887.
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Tapa del informe concluido por Davel en agosto de 1887.

Los números tampoco habían variado demasiado. Las consultas habían ascendido a un total de 135, pero solamente 41 personas habían recibido el tratamiento (5 de entre ellas sin demasiado criterio médico, sino solo para “calmar su intranquilidad” [Davel, 1887: 19]).[56] Los uruguayos seguían siendo una inmensa mayoría: 29, lo cual representaba un 70 por ciento (Davel, 1887: 21). Con satisfacción, el autor anotaba que a pesar de la gravedad de algunas de las heridas, no había “hasta ahora ningún caso desgraciado” (Davel, 1887: 24).[57]

Un desenlace mortal -en términos estrictos, el segundo (véase nota anterior)- se produjo a comienzos de mayo de 1888. Para ese entonces, varias cosas se habían alterado. El cambio más sustancial tuvo que ver con la normalización institucional del laboratorio, ocurrida de la mano de su mudanza física. En efecto, desde la salvación de los hermanitos Pinedo hasta enero de 1888, todo había tenido lugar en el domicilio de Davel. El Instituto Microbiológico de la Facultad no había existido más que en los papeles, y el local provisorio para las vacunas anti-rábicas nunca se había concretado. En tal sentido, Davel recibió con beneplácito la propuesta realizada por Ramos Mejía, de transformar el vacunatorio en una dependencia de la Asistencia Pública de la ciudad. Esa mutación tuvo lugar a fines de 1887, y en enero del año siguiente quedó definitivamente instalado en un local de aquella agencia municipal.[58]

Antes de ese traslado, el trabajo cotidiano del laboratorio había conocido modificaciones significativas. La más valiosa tuvo que ver con la implantación de una agenda investigativa y experimental, paralela a la faz clínica que nunca se interrumpió. El principal artífice de esa nueva agenda fue Julio Darnet, un joven estudiante de medicina, que en 1889 obtuvo su diploma gracias a una tesis referida a los trabajos hechos en el vacunatorio entre su fundación y octubre de 1888.[59] A decir verdad, el texto era mucho más que eso, pues ofrecía un exhaustivo resumen de las principales y más recientes contribuciones a propósito del método pasteuriano. De más de 400 páginas, y de una erudición encomiable, la obra mostraba que Darnet no solamente había leído con mucho cuidado las páginas de Pasteur, de sus discípulos y antagonistas, sino que también había intentado replicar en la calle Solís algunas de las experiencias decisivas, no exentas de sofisticación experimental. Tal y como anticipamos más arriba, el colaborador de Davel inició nuevas series de pasajes de virus (una de ellas a partir del cerebro de un niño fallecido en agosto de 1887) -con el afán de verificar las tesis sobre acrecentamiento de virulencia-, inyectó distintas sustancias (saliva, sangre, bulbo) de perros rabiosos en conejos sanos -para comprobar si el contagio se producía en todos los casos-, dio de comer cadáveres de conejos rabiosos a gatos en perfecto estado de salud, entre otros procedimientos.[60]

De esas labores es posible decir al menos dos cosas. Por un lado, que ilustran las pericias y las inquietudes de una nueva generación de estudiantes de medicina, capaces de desenvolverse con mayor soltura en el espacio de un laboratorio -por muy precario que éste fuera-. Por otro lado, que establecen un contraste muy claro con las acciones emprendidas (hasta ese entonces, pero asimismo con posterioridad) por Davel. Este último jamás tuvo interés por explotar las potencialidades experimentales o investigativas de los materiales a su disposición. Sus pocas y deslucidas páginas sobre la rabia lo muestran como lo que siempre fue: un clínico hacendoso, ordenado y eficiente (Davel, 1887, 1891).

Incluso en lo que se refiere al análisis estadístico de los registros del vacunatorio, el practicante fue mucho más lejos que el director. En efecto, más allá de algunos pequeños descuidos, Darnet hizo a ese respecto un trabajo que nadie igualaría en lo inmediato.[61] A través de múltiples tablas, el practicante logró extraer una serie de consideraciones muy valiosas a la hora de comprender tanto el perfil habitual de los usuarios del vacunatorio, como la naturaleza y origen de los animales atacantes. Así, en los 222 casos atendidos hasta agosto de 1888, habían intervenido 137 perros mordedores;[62] la inmensa mayoría (120) pertenecían a las víctimas o a sus familiares inmediatos (Darnet, 1889: 210). Respecto de los pacientes, algunas cifras eran elocuentes: los niños menores de 15 años conformaban poco más de la mitad de los vacunados (114 de 222) (Darnet, 1889: 275). Más del 70 por ciento de esas personas eran de sexo masculino (163). Por último, aún se mantenía firme la tendencia ligada al lugar de residencia: hasta esa fecha habían recibido el tratamiento preventivo 80 individuos provenientes de Uruguay, y 68 vivían en Montevideo. La ciudad de Buenos Aires había aportado 102 pacientes, en tanto que el resto correspondía a la provincia homónima, otras regiones del país, e incluso Brasil (3 casos) (Darnet, 1889: 290).[63]

Esas y otras cifras alentaban a Darnet a dos conclusiones. En primera instancia, guardaba la convicción, poco humilde, de que el vacunatorio porteño era el más eficaz a nivel global, al menos en términos de la mortalidad. Si la tasa de decesos en vacunados se ubicaba, según los registros más confiables, entre el 1,15 % (París) y el 3,69 % (Odessa), Buenos Aires establecía una marca envidiable, con solamente 2 fallecimientos (esto es, alrededor del 0,8 %) (Darnet, 1889: 303). En segunda instancia, Darnet estaba en condiciones de fundamentar con números bien precisos una impresión que ya se desprendía de algunas declaraciones hechas por Davel en su informe: a tono con lo constatado en otras latitudes, la rabia era a todas luces “mucho menos rara de lo que se cree en general” (Darnet, 1889: 291). En efecto, saltaba a la vista la desproporción entre, por un lado, el escaso o nulo registro de muertes por rabia en la ciudad o la provincia en las estadísticas habituales construidas desde antaño, y por otro, la afluencia constante, a partir de septiembre de 1886, de sujetos mordidos por animales presuntamente rabiosos. La conclusión extraída por Darnet a ese propósito era más que lógica: la rabia había sido hasta ese entonces una enfermedad sub-diagnosticada: “La rabia humana en su forma paralítica pura ha sido frecuentísicamente desconocida hasta ahora, siempre y sin cesar, en todas las partes del mundo. Debe haber sucedido lo mismo entre nosotros” (Darnet, 1889: 291).[64]

¿Era sensato considerar como contagiado de rabia a todo sujeto que se acercaba al vacunatorio? Darnet sabía muy bien que no; al igual que su jefe, tenía plena conciencia de que en algunos casos -ciertamente una minoría- la vacuna se aplicaba con el solo propósito de tranquilizar a los pacientes. Sabía asimismo, porque lo había leído en la literatura, que no toda mordedura de un animal rabioso transmitía al hombre la enfermedad. Todas las monografías coincidían al señalar que de cada 100 mordeduras de animales presuntamente hidrófobos, solamente unas pocas personas adquirían el virus. El cálculo exacto variaba sustancialmente entre los autores: los más pesimistas concluían que el contagio se producía en 30 o 40 personas; los registros más prolijos y sistemáticos -como el adoptado por Pasteur como cierto- afirmaban que la cifra real ascendía a 16. Aceptando ese cómputo, Darnet concluía que si Davel no hubiera aplicado localmente el método preventivo, al menos unas 35 o 40 personas habrían muerto de rabia en los últimos dos años (Darnet, 1889: 303). Huelga agregar que ese número (es decir, unos 20 fallecimientos anuales) había brillado por su ausencia hasta ese momento en los registros de mortalidad.

El entusiasmo investigativo de Darnet no tuvo continuidad en lo inmediato. Tampoco lo tuvo su aprecio por la estadística. A pesar de contar con un local propio y un presupuesto dependiente de la Asistencia Pública, el laboratorio de Davel continuó su labor clínica sin mucha estridencia. Mantuvo siempre su bajísima tasa de error -para 1891, los tratados ascendían a 1116, con apenas 11 muertos- (Davel, 1891).[65] Pero nunca se transformó en un emplazamiento que alentara o produjera estudios experimentales o con alguna pretensión científica. De la labor cotidiana y efectiva de ese vacunatorio no salieron ensayos ni monografías perdurables, sino mínimos informes administrativos que nadie leyó. Los aislados emprendimientos investigativos sobre la rabia llevados a cabo por los médicos de la ciudad -el más ambicioso de los cuales fue el efectuado por Alois Bachmann (1899), tendiente a aislar un presunto micrococo responsable de la patología- fueron el retoño de otros laboratorios, como el de Roberto Wernicke.

4. A modo de cierre

Los elementos señalados recién explican de algún modo la conveniencia de asignar el mote de excepcional al vacunatorio creado por Davel y dirigido por él hasta 1900. A diferencia de casi todos los centros que, gracias a las sustancias conseguidas en París por los facultativos que tuvieron la oportunidad de aprender el método junto a Pasteur, luego se dedicaron a expender el preventivo en fecha temprana, el de Buenos Aires quedó desconectado de la red de intercambio de información y registros entablada entre el maestro y sus ocasionales discípulos, que tantos servicios le prestó al primero a los fines de respaldar, con cifras precisas, la efectividad de su innovación. El nombre de Davel no aparece nunca en la correspondencia de Pasteur, y tampoco lo hará en los volúmenes de los Annales de l’Institut Pasteur lanzados a partir de enero de 1887. Ese aislamiento se explica no tanto por la distancia geográfica, sino sobre todo por el hecho de que el médico porteño, en contraposición a los demás alumnos de Pasteur, asignó a la vacuna una finalidad estrictamente clínica, sin preocuparse en los inicios por inscribirla en algún proyecto investigativo en el terreno de la microbiología.

Más allá de los rasgos personales de Davel, en este artículo hemos recuperado algunas de las variables que podrían explicar ese destino restringido del vacunatorio porteño. Si algunas de esas variables, como por ejemplo la ligada a la carencia de una tradición académica en investigación bacteriológica, pueden ser válidas para muchos otros países de la región que intentaron incorporar tempranamente el preventivo antirrábico -y en se recuento no entraría Brasil, dada la trayectoria de Domingos Freire (Benchimol, 1999)-, otras parecen servir más bien para caracterizar la empresa que hemos examinado. Así, la endeblez institucional y presupuestaria de los emprendimientos académicos o científicos de ese fin de siglo -ilustrada en esta oportunidad por un Instituto Microbiológico fundado sin sede propia, y que a poco de nacer se quedó sin sus secciones iniciales-, son algunos de los puntos que ayudan a comprender la naturaleza singular de aquella iniciativa porteña.

A pesar de esas dificultades iniciales, y luego de sucesivos cambios de denominación y de local, el vacunatorio nunca interrumpió sus tareas, y logró cumplir su cometido preventivo sin grandes contratiempos (Palacios et al., 2024). Más aún, a partir de la década de 1890 se transformó en una suerte de modelo a partir del cual se crearon vacunatorios antirrábicos no solamente en otras ciudades del país, sino también en países vecinos como Uruguay y Chile (Ferrer, 1892; Laval y Lepe, 2008).

A lo largo de estas páginas hemos intentado documentar los actores y procesos que estuvieron detrás de la puesta en marcha de ese vacunatorio. Se ha optado por recortar dos tópicos en particular. Primero, el contexto social o público en que esa labor fue llevada a cabo. Tal y como es ilustrado por el episodio de la primera aplicación de la vacuna, la prensa hizo mucho más que difundir las novedades alrededor de esa acción sanitaria; ella fue en canal privilegiado a través del cual los actores participaron de un debate público sobre las capacidades o prestigios de cada quien. Más aún, el éxito de Davel en esa batalla acerca de su credibilidad fue, de acuerdo con nuestra conjetura, uno de los factores determinantes del destino inmediato del vacunatorio. Segundo, tanto de la documentación sobre los hermanos Pinedo como en los registros acerca de los ulteriores usuarios de la vacuna, se pone en evidencia que ella fue bien aceptada por parte de la sociedad. Para todos los períodos en que esas cifras están disponibles, se comprueba que solamente un 25 o un 30 por ciento de quienes la reclamaban efectivamente obtenían las dosis. Al igual que su par de París, el vacunatorio de Buenos Aires devino muy pronto una suerte de centro de peregrinación al que vinieron a buscar su salvación las víctimas de animales rabiosos. La proporción de vacunados provenientes de Montevideo -que se mantuvo muy alta hasta inicios de la década de 1890- apunta en esa dirección. A tal respecto, y en aras de recuperar una de las observaciones plasmadas al comienzo de este artículo, vale el interrogante sobre la función que le pudo hacer cabido a la vacuna antirrábica no solamente en el afianzamiento, de parte del público general, de una confianza en la efectividad curativa de la medicina moderna o de laboratorio, sino también en la instalación de un prejuicio positivo hacia el objeto vacuna en sí mismo (Di Liscia, 2011). En efecto, el encono mostrado por los mordidos para recibir la vacuna pasteuriana -incluso cuando el especialista no indicaba su prescripción- debe ser recolocado en un escenario sanitario más extenso, en el cual lentamente se disuelven las resistencias hacia campañas sanitarias ligadas a las vacunas y la prevención de las enfermedades infecto-contagiosas.

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Notas

1 Milstein en realidad se había formado en el terreno de la química. No incluimos en este listado al médico venezolano Baruj Benacerraf (Premio Nobel de Medicina en 1980), debido a que no realizó ni su formación de grado ni su labor investigativa en su país natal.
2 Ver nota en Academia Nacional de Medicina [recuperado el 10 de noviembre de 2024: [https://anm.edu.ar/desiderio-fernando-davel/].
3 Además de ese error, el texto de Torres y Coto (2007) comete otra grave equivocación, al atribuir al médico Desiderio Davel publicaciones y desempeños académicos del veterinario homónimo, con quien no estaba unido por ningún parentesco sanguíneo (Pérez, 1999). Miguel Katz (2008) dio por cierto otro habitual dato equivocado, al decir que Davel fue el primer médico extranjero que trabajó con Pasteur en el proyecto de la rabia. Ver también (Arena y Baudou, 1965).
4 El Nacional. 21 de mayo de 1886. Desiderio Davel, “Pasteur y la rabia (De un médico argentino)”.
5 El Nacional. 21 de mayo de 1886. Desiderio Davel, “Pasteur y la rabia (De un médico argentino)”.
6 La Nación. 12 de mayo de 1886. “Fundación de un Instituto Pasteur en Buenos Aires”
7 La Prensa. 20 de agosto de 1886. “Instituto microbiológico”.
8 El Nacional. 12 de agosto de 1886. “El doctor Desiderio F. Davel”; El Diario. 11 de agosto de 1886. “El doctor Fernando Davel”.
9 “Dr. Desiderio F. Davel”, Anales del Círculo Médico Argentino, Año 9, 9, septiembre de 1886, p. 516.
10 Para corroborar esas conjeturas sería apropiado emprender una comparación entre la amplia atención dada por la prensa general y médica a Telémaco Susini -especialista en bacteriología que regresó a Buenos Aires en los mismos días que Davel, y que muy poco después quedaría al frente del mentado Instituto (Rojas y Zabala, 2023)- y la parcial indiferencia mostrada al inicio hacia Davel. Por razones de espacio omitimos ese análisis.
11 La Nación. 31 de agosto de 1886. “Tres niños mordidos por un perro rabioso”.
12 La Nación. 2 de septiembre de 1886. “Una visita al estudio del Dr. Davel”.
13 El texto de la nota de Ramos fue reproducido en “Para el cultivo del virus rábico”, Sud-América, 3 de spetiembre de 1886. Unos días más tarde, el Intendente ingresó al Consejo Deliberante un mensaje que acompañaba la nota de Ramos. Pero no hemos hallado evidencias sobre su tramitación; La Nación. 8 de septiembre de 1886. “La vacunación antirrábica”; Actas del Consejo Deliberante correspondientes al año 1886. Buenos Aires: Imprenta de la Tribuna Nacional, p. 401.
14 La Nación. 3 de septiembre de 1886. “El laboratorio para inoculaciones contra la rabia”. Las cuestiones tratadas en esa reunión serían refrendadas unos días después en la reunión del Consejo Directivo de la casa de estudios; Archivo Histórico de la Facultad de Medicina, “Sesiones de la Facultad. 3”, Acta 331, 6 de septiembre de 1886, p. 102. El local provisorio nunca existió, y Davel siguió aplicando las inyecciones en su domicilio hasta inicios de 1888.
15 La cita y muchos de los datos referidos a los hermanos Pinedo provienen de un grueso bibliorato, de tapas duras, titulado “Dirección General de Asistencia Pública. Laboratorio de vacuna anti-rábica. Estadística”, alojado actualmente en el Museo Davel, del Instituto de Zoonosis Louis Pasteur de la ciudad de Buenos Aires. Pude acceder a ese material gracias a la gentileza de la Licenciada Marcela Bovisio. Casi toda la información contenida en ese primer bibliorato fue transcrita, con leves modificaciones, por Julio Darnet en su tesis de grado (Darnet, 1889).
16 Archivo del Museo Davel, Instituto de Zoonosis Louis Pasteur, “Dirección General de Asistencia Pública. Laboratorio de vacuna anti-rábica. Estadística”, Volumen 1, p. 1.
17 El Diario. 4 de septiembre de 1886. “La cuestión del día. Los niños mordidos. Inoculación por el Dr. Davel”.
18 El Nacional. 2 de septiembre de 1886. “Tres niños mordidos por un perro”.
19 El Diario. 22 de septiembre de 1886. “La salud de los niños Pinedo”.
20 La Nación. 3 de septiembre de 1886. “Los tres niños mordidos por un perro rabioso”; Sud-América. 7 de septiembre de 1886. “Los niños mordidos”.
21 Por esos mismos días, Davel ya había descartado la conveniencia de aplicar las inoculaciones preventivas en otro individuo mordido por un perro en la ciudad. Se trataba de un italiano de 60 años, que fue atacado en el barrio de San Telmo. Luego de recibir unos primeros auxilios en una botica, fue enviado al Hospital Italiano. Los médicos de ese nosocomio lo derivaron a la casa de Davel, quien descartó el inicio del tratamiento (quizá por las pocas probabilidades de que el perro fuera rabioso); La Nación. 3 de septiembre de 1886. “Los tres niños mordidos por un perro rabioso”
22 Archivo del Museo Davel, Instituto de Zoonosis Louis Pasteur, “Dirección General de Asistencia Pública. Laboratorio de vacuna anti-rábica. Estadística”, Volumen 1, p. 2.
23 La Nación. 4 de septiembre de 1886. “Los niños mordidos”. En el registro oficial, se indica que se trató de un “tratamiento bromurado”, que se prolongó durante los diez días en que se aplicaron las inyecciones medulares; Archivo del Instituto de Zoonosis Louis Pasteur, “Dirección General de Asistencia Pública. Laboratorio de vacuna anti-rábica. Estadística”, Volumen 1, p. 2.
24 El Diario. 4 de septiembre de 1886. “La cuestión del día. Los niños mordidos. Inoculación por el Dr. Davel”. La misma nota se cerraba con la advertencia: “Trataremos de tener al corriente a nuestros lectores del resultado de esta importantísima operación de la cual están pendientes no solo los hombres de ciencia sino toda la población en general”. Ver asimismo: El Nacional. 4 de septiembre de 1886. “Primer ensayo del Dr. Davel”
25 La Patria. 5 de septiembre de 1886. “Primera inoculación de los niños mordidos”.
26 La Prensa. 5 de septiembre de 1886. “Vacuna rábica”.
27 “Primera inoculación de los niños mordidos”, La Patria, 5 de septiembre de 1886.
28 Ibíd. Unas líneas más abajo se añadía: “[Davel] Habla con sencillez y no se manifiesta ensoberbecido a pesar de atraer hoy sobre sí todas las miradas”.
29 Ibíd.
30 La Patria. 6 de septiembre de 1886. “La vida bonaerense. Notas semanales”.
31 La Prensa. 11 de septiembre de 1886. “Instituto Microbiológico”.
32 El Diario. 6 de septiembre de 1886. “Los niños mordidos”.
33 Sud-América. 6 de septiembre de 1886. “Segunda inoculación de los niños mordidos”
34 La Patria. 7 de septiembre de 1886. “Los niños inoculados por el Dr. Davel.
35 La Nación. 7 de septiembre de 1886. “Los niños mordidos”; Sud-América. 9 de septiembre de 1886. “Los niños inoculados”.
36 La Prensa. 9 de septiembre de 1886. “La quinta inoculación”.
37 El Nacional. 7 de septiembre de 1886. “El Dr. Davel”.
38 Sud-América. 10 de septiembre de 1886. “La sexta inoculación”.
39 El Nacional. 14 de septiembre de 1886. “Los niños mordidos. Última inoculación”; véase también El Diario. 14 de septiembre de 1886. “Los niños Pinedo”; Sud-América. 14 de septiembre de 1886. “La última inoculación”; El Bien. 16 de septiembre de 1886. “Los niños mordidos. Última inoculación”. En el Museo Davel de la ciudad de Buenos Aires se conservan las dos esquelas originales de los hermanos Pinedo; agradezco a Marcela Bovisio por la indicación.
40 El Nacional. 9 de octubre de 1886. “Uno de los niños Pinedo”; La Nación. 9 de octubre de 1886. “Las inoculaciones anti-rábicas en Buenos Aires”.
41 El Diario. 17 de septiembre de 1886. “Regreso de los niños Pinedo”.
42 El Diario. 22 de septiembre de 1886. “La salud de los niños Pinedo”.
43 Sud-América. 23 de septiembre de 1886. “Una carta del niño Basilio Pinedo”. Dos días antes, El Nacional había reproducido el texto mediante el cual el padre de los niños expresó su agradecimiento tanto a Davel como a los cónsules españoles de Uruguay y Argentina; El Nacional. 21 de septiembre de 1886. “El padre de los niños Pinedo”.
44 Sud-América. 9 de octubre de 1886. “Los clientes del Dr. Davel”.
45 El Nacional. 7 de septiembre de 1886. Sansón Carrasco [Daniel Muñoz], “El Dr. Davel y sus esperimentos anti-rábicos”. La nota fue reproducida de inmediato del otro lado del Río de la Plata; El Bien. 9 de septiembre de 1886. “El Dr. Davel”; El Hilo Eléctrico. 9 de septiembre de 1886. "El Dr. Davel”.
46 El Nacional. 7 de septiembre de 1886. Sansón Carrasco [Daniel Muñoz], “El Dr. Davel y sus esperimentos anti-rábicos”.
47 Esta segunda aplicación del método preventivo concitó muy poca atención de parte de la prensa porteña. Véase: El Nacional. 27 y 30 de septiembre de 1886. “Nuevas inoculaciones del Dr. Davel”, “Las inoculaciones del mayor Braida”; Sud-América. 28 de septiembre de 1886. “En manos del Dr. Davel”. Ver también: La Tribuna Popular. 1 de octubre de 1886. “El mayor Braida”.
48 La Nación. 17 de octubre de 1886. “Nuevas inoculaciones anti-rábicas”.
49 La Nación. 22 de octubre de 1886. “Inoculaciones anti-rábicas”.
50 “Instituto Microbiológico”, Revista Médico-quirúrgica, Año XXIII, 21, 8 de febrero de 1887, pp. 324-325.
51 Entre esos primeros vacunados figuró un herrero de 64 años, oriundo de Montevideo, que el 29 de octubre de 1886 había sido mordido por una mula presuntamente rabiosa; Archivo del Museo Davel, Instituto de Zoonosis Louis Pasteur, “Dirección General de Asistencia Pública. Laboratorio de vacuna anti-rábica. Estadística”, Volumen 1, p. 9. El caso recibió cierta atención de parte de la prensa. Al referir el evento, el diario de Mitre agregó: “Es curioso observar que de Montevideo viene la mayor parte de este género de pacientes”. La Nación. 3 de noviembre de 1886. “Nuevas inoculaciones anti-rábicas”.
52 Archivo del Museo Davel, Instituto de Zoonosis Louis Pasteur, “Dirección General de Asistencia Pública. Laboratorio de vacuna anti-rábica. Estadística”, Volumen 1, p. 17.
53 A decir verdad, su trabajo más extenso sobre la materia quedó inédito. Se trata de un largo manuscrito, de 74 carillas, leído en septiembre de 1913 ante los colegas de la Academia Nacional de Medicina, en el cual Davel reseñó los últimos avances producidos en la materia (Davel, 1913).
54 Ley 1922, Presupuesto general de gastos para la administración en el año económico de 1887, p. 246. [Recuperado 10/11/2024: http://www.infoleg.gob.ar/?page_id=837].
55 En su tesis, redactada en 1889, Darnet confiesa, con cierto orgullo, que ya había iniciado al menos 20 series de pasajes, todas exitosas. Ninguna de ellas había sido llevada más allá del pasaje 16, a excepción de una, iniciada con el bulbo de una niña fallecida de rabia en septiembre de 1887, que iba ya por el pasaje 36 (Darnet, 1889: 61).
56 En los documentos inmediatamente posteriores se omitió toda distinción entre la cantidad de gente que se acercó al vacunatorio, y aquella que efectivamente recibió el tratamiento. Recién en una tesis de 1904 vuelve a aparecer ese dato. En su trabajo, Serafin Guillani (1904: 51) informó que en el transcurso de 4 años -entendemos que entre 1900 y 1903- las cifras habían sido 5100 y 1920, respectivamente.
57 En términos estrictos, para ese entonces ya se había producido una primera muerte entre los vacunados por Davel. A comienzos de julio de 1887 había fallecido Pedro Baigel, quien había recibido su primera dosis 24 días después de haber sido mordido por un perro. Según la crónica que se hizo eco de su fallecimiento de Baigel, Davel no tomó conocimiento de ese hecho hasta mediados de octubre de ese año, cuando el mentado informe ya había sido impreso; La República. 30 de octubre de 1887. Montevideo. “La inoculación rábica”.
58 El decreto de Carlos Pellegrini (vice-presidente de la Nación, en ejercicio) dictaminando el traspaso del laboratorio de Davel a la órbita Municipal, lleva fecha del 9 de diciembre de 1887; Memoria de la Intendencia Municipal, 1888, pp. 269-270. La deserción de Davel fue lo que terminó de demoler el esquema inicial del Instituto Microbiológico; ella vino después de la renuncia de Pirovano -concretada a comienzos de 1887 (“Renuncia del Dr. Pirovano”, La Prensa, 30 de enero de 1887)-, y fue casi simultánea a la salida de Roberto Wernicke, encargado de la sección de Micrografía clínica.
59 No hemos podido dar con una biografía de este médico. En la portada de su tesis se informa que habría participado de los trabajos del laboratorio desde su creación (“ayudante fundador por oposición del Laboratorio antirábico”) (Darnet, 1889). Según algunas notas periodísticas, había sido designado como ayudante de Davel mientras cursaba su quinto año de medicina, y a pocos días de iniciado el tratamiento de los hermanos Pinedo, más específicamente el 12 de septiembre; “Instituto de anatomía patológica”, La Patria, 13 de septiembre de 1886; “Los niños mordidos”, El Nacional, 14 de septiembre de 1886. Una pequeña nota de un diario de Montevideo, de abril de 1889, deja entender que Darnet se propuso abrir allí un establecimiento “para el tratamiento especial de la hidrofobia” (Daily Mail. 14 de abril de 1889. “Hydrophobia”, The Express. The River Plate). No sabemos si efectivamente llevó a cabo ese emprendimiento, pero lo cierto es que muy pronto su carrera profesional estuvo ligada mayormente a la clínica (sobre todo de enfermedades nerviosas y mentales). Entre 1894 y 1897 se desempeñó como director del Hospital Melchor Romero de La Plata.
60 Al igual que el maestro parisino, el facultativo porteño también imaginó posibles experimentos en humanos, encaminados a probar la contagiosidad de la rabia entre personas, usando presos condenados a muerte (Darnet, 1889: 227).
61 La principal desprolijidad cometida por Darnet en su manipulación de cifras tiene que ver con la elección del corte. Casi todos sus comentarios más minuciosos sobre cifras estarían basados en los 222 casos atendidos hasta el 11 de agosto de 1888 (Darnet, 1889: 197). Ahora bien, algunos cálculos toman en verdad como cifra global los 250 pacientes atendidos hasta poco después, e incluso hay menciones a los 286 vacunados antes del 30 de octubre de ese mismo año.
62 A ellos se sumaban 3 gatos, una mula y un caballo.
63 Durante el bienio 1890-1891 solo un 10 por ciento de los vacunados fue de origen uruguayo (Davel, 1891). Véase asimismo (Padilla, 1893: 141-142).
64 En su manuscrito de 1913, luego de señalar, por un lado, que tradicionalmente la rabia no aparecía en los registros, y por otro, que tras la apertura del laboratorio la afluencia de pacientes había sido constante, Davel afirma: “en Buenos Aires lo mismo que en todas partes antes de Pasteur la enfermedad era mal conocida” (Davel, 1913: 3).
65 En su tesis redactada en 1904, Serafin Guillani constató que en su primer decenio (1886-1895), el vacunatorio porteño mantuvo esa misma tasa de mortalidad (14 fallecidos sobre un total de 1983, es decir, un 0,70 %), al tiempo que en otros centros esa cifra se había estabilizado en valores mucho menores (París: 0,47%; Odessa: 0,24%; Varsovia: 0,43%, etc.). En el lapso de los cuatro años transcurridos entre 1900 y 1903, la mortalidad era del 1% (19 de un total de 1920). Por ende, si se tomaba toda la historia del vacunatorio (1886-1903), la tasa trepaba al 0,83% (Guillani, 1904: 45-46). El autor achacaba esos valores negativos al origen humilde de los pacientes: era gente que “ignora todo”, que acude tardíamente al tratamiento, y que luego no lo prosigue como es debido (Guillani, 1904: 46-47).
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