Artículos libres
Relatos orilleros. Dos viajeros franceses en el Río de la Plata (1808-1819). Entre la axiología social y la antropología política [1]
Shoreline Narratives. Two french travelers in the Río de la Plata Region (1808–1819). Between social axiology and political anthropology.
Relatos orilleros. Dos viajeros franceses en el Río de la Plata (1808-1819). Entre la axiología social y la antropología política [1]
Estudios del ISHIR, vol. 15, no. 42, 2025
Universidad Nacional de Rosario
Received: 14 October 2024
Accepted: 20 February 2025
Published: 30 August 2025
Resumen:
En el presente trabajo, se estudia a dos viajeros franceses en el Río de la Plata, a comienzos del siglo XIX, para entender, por un lado, de qué manera en sus relatos se conciben y representan las alteridades políticas y culturales de la América meridional, en una época signada por la inclusión de los sectores populares de esta parte del mundo en el teatro de la Historia, a través de su participación en las luchas independentistas. Por otro lado, la propuesta será indagar esas miradas itinerantes sobre la alteridad popular, a fin de observar si existió en ellas, o no, una nueva o diferente percepción del sujeto político americano rioplatense en el contexto de los movimientos revolucionarios, respecto al lugar en que las tesis de los gabinetes filosóficos y la intelligentsia académica de la Ilustración europea habían ubicado a esos sectores durante mucho tiempo.
Palabras clave: Relatos, viajeros franceses, Rio de la Plata, siglo XIX, alteridades políticas-culturales.
Abstract: This article examines the travel accounts of two French travelers in the Río de la Plata region at the beginning of the 19th century, with the aim of analyzing how political and cultural otherness in South America was conceived and represented in their narratives. This period was marked by the emergence of popular sectors as historical actors, particularly through their involvement in the independence struggles. The study also explores whether these itinerant perspectives reflected a new or distinct understanding of the American political subject in the Río de la Plata during the revolutionary process, compared to the place traditionally assigned to these social groups by the philosophical discourses and academic intelligentsia of the European Enlightenment.
Keywords: Travel narratives, french travelers, Río de la Plata, XIX century, Political-cultural alterities.
Introducción
Hacia 1830 Stendhal, gran exponente de la cultura de su tiempo, le hace decir a uno de los personajes de su obra Rojo y Negro que el futuro de la humanidad estaba en América.[2] Este es un hecho emblemático puesto que, en pleno contexto revolucionario en Europa, el referente del realismo literario francés pone el énfasis del virtuosismo histórico político en el sujeto americano. Habían acontecido al otro lado del Atlántico, desde 1806 y durante dos décadas, algunos hechos que, por su propia fuerza, por su propia radicalidad, trastocaron el imaginario político cultural europeo, operando ciertos cambios en la concepción de aquel sujeto, al que por mucho tiempo se le había quitado cualquier posibilidad de realización política.
En este sentido, podemos hacer alusión aquí, por ejemplo, a los grandes postulados de la Ilustración europea respecto a la otredad americana meridional y caribeña, a la que caracterizaba a partir de una serie de categorías que iban desde la “inmadurez”, la “impotencia”, el “salvajismo”, la “debilidad”, hasta la incapacidad de “virtudes” políticas.[3] Formas del pensamiento que, desde ciertas instituciones, pasando por revistas especializadas hasta relatos de viajes, daban cuenta de la inferioridad de la naturaleza americana, tanto desde el punto de vista botánico, geográfico como antropológico. Toda una serie de fuentes que proveían imágenes, figuras, estereotipos a la constitución de una teoría general sobre América y el americano, eran dadas por relatos de viajeros, naturalistas, misioneros, comerciantes, diplomáticos y militares que visitaron nuestra América.[4] Relatos de viajes (crónicas, historias, tratados políticos-diplomáticos) que, en líneas generales, se escribían para “informar” a los europeos sobre “un hombre y una naturaleza diferente, exótica bajo la lupa del eurocentrismo” (Minguet, 1980). Y bajo esa lupa, se cristalizó en la literatura filosófica del siglo XVIII y XIX el arquetipo de ese hombre diferente, debilitado por el clima, holgazán, vicioso, e incapaz de realización económica y política-social (Minguet, 1960).[5]
De cualquier manera, a principios del siglo XIX, la experiencia revolucionaria y de radicalización de las guerras de independencia y posindependencia se replicó a lo largo de Sudamérica y del espacio rioplatense, abriendo paso, por un lado, a la realización política de los sectores populares y, por el otro, como plantean Michel Bertrand y Vidal Laurent (2002), a un “redescubrimiento” de América y el americano, que implicó nuevos interrogantes sobre las formas políticas, sociales y económicas de las nuevas naciones, y una “nueva mirada europea” que se desplaza desde las esferas de las ciencias naturales y la biología hacia la órbita de lo político.
Sin embargo, este hecho ha estado solapado en los estudios especializados en estos acontecimientos hasta no hace mucho tiempo. Parecía haber subsistido una línea monolítica de concepción y representación de la alteridad popular inalterada desde, por lo menos, el siglo XVIII hasta la construcción de los estados nacionales rioplatenses, inmutables en sus afirmaciones peyorativas hacia la otredad de la América meridional por más de dos siglos. Pero, el virtuosismo político del sujeto americano del que hablaba Stendhal hacia 1830, ¿le correspondía únicamente a la élite política e intelectual ilustrada americana o se podía hacer extensible al resto de los actores sociales? ¿Se trataba de una consideración personal propia de un escritor desencantado con su época y realidad, o expresaba una sensibilidad compartida por determinados sectores de la intelectualidad europea y americana? ¿Pueden los relatos de viaje, realizados durante las guerras de independencia sudamericana, haberle mostrado “otra realidad” de los sujetos populares,[6] teniendo en cuenta que a lo largo del s. XIX no encontramos escritores en Francia que no dedicaran parte de su trabajo a las memorias y relatos de viaje, cuando la moda romántica confería a estos una noticia renovada?[7] Si bien estas preguntas -y sus posibles respuestas- no constituyen el objetivo central de este estudio, sí incentivaron su realización, orientando la búsqueda de fuentes e imponiendo matices interpretativos, que tratan de poner en cuestión y tensionar esa visión monolítica que durante un largo tiempo se tuvo de la otredad política cultural americana, como si entre las aseveraciones antropológicas del Facundo de Sarmiento y las Recherches philosophiques sur les Américains de De Pauw no hubieran existido miradas diferentes.
La propuesta, entonces, será indagar, por un lado, esas posibles miradas diferentes respecto a la alteridad popular en aquellos relatos de viajeros franceses que fueron realizados en el contexto de las guerras de independencia rioplatense (entre 1808 y 1819 más concretamente), a fin de observar si existió efectivamente, o no, un deslizamiento en el imaginario europeo; es decir, una nueva percepción del sujeto político americano rioplatense en el contexto de los movimientos revolucionarios. Contamos, para ello, con la ventaja de tener al alcance una serie de relatos de viajes (o fragmentos de ellos) poco explorados, que pueden aportar nuevas perspectivas respecto a otros relatos que fueron desarrollados con anterioridad o posterioridad al momento independentista.
Para dicho objetivo, además, consideraremos a los viajeros -y sus relatos- desde una óptica diferente. Digamos, no como meros instrumentos de la lógica eurocéntrica colonial del saber, criterio que implicaría, como dice Ricardo Cicerchia (2005: 25), convertir al género en su totalidad “en una forma de incursión violenta cuyo interés fundamental sería la demostración de la dinámica de la fábrica colonial, desconociendo el espacio de creación intercultural y la existencia de protagonismos múltiples”; no solamente como los “ojos imperiales” (Pratt, 2010) que transmiten información detallada y organizada del nuevo mundo a la metrópoli a fin de reestructurar sus dominios (hecho que ya está ampliamente y muy bien trabajado en los estudios que se enfocan en las relaciones de viajes), sino también -y fundamentalmente- como protagonistas y constructores de una experiencia marcada por la curiosidad, la creatividad, por intereses propios, que no siempre se ajustaban a los moldes epistémicos culturales que les imponía su época.[8] Este aspecto nos llevará, necesariamente, a reconstruir, en tanto podamos y las fuentes nos lo permitan, la biografía de los viajeros aquí seleccionados, como así también el contexto de producción y publicación/recepción de sus relaciones de viaje.
Relatos de viajes y viajeros serán, por lo tanto, las fuentes históricas y los sujetos privilegiados, a partir de los cuales trataremos de comprender un poco más el mundo de las ideas y los imaginarios sociales y culturales del que formaban parte, de una u otra manera, tanto los caminantes itinerantes como los sectores populares en el ámbito rioplatense.
Se conoce, a través de Duviols,[9] un total de diez relaciones de viajes franceses realizadas en la América meridional entre 1797 y 1830,[10] clasificadas cuatro de ellas como viajes científicos, aquellos viajes que son atraídos por la curiosidad científica sobre América, preponderando el estudio de historia natural, de la astronomía, la botánica pero también de la “naturaleza exótica” de la nueva sociedad criolla-mestiza y seis relatos constituidos a partir de viajes políticos, diplomáticos y comerciales, que ponen énfasis en las observaciones históricas-políticas sobre esta región y nos aportan datos relevantes acerca de las críticas del sistema colonial español, de su administración y de las categorías étnicas-sociales coloniales. Este estudio centrará su análisis sobre dos de esos relatos de viajes “políticos” y “comerciales” que se desarrollaron en el espacio rioplatense a principios del siglo XIX, los cuales expresan una visión, tan interesante como particular, en relación a la constitución y la dinámica política de los distintos actores populares durante la revolución independentista. Estos écrits son los de Julien Mellet “Viajes por el interior de América meridional”,[11] realizado entre 1808 y 1819 (publicado por primera vez en Francia en 1823) y “Journal d`un voyage autour du monde”,[12] elaborado durante los años 1816-1819 (publicado también en 1823), escrito por Camille de Roquefeuil, primer teniente de navío, caballero de Saint-Louis y de la Legión de Honor, comandante del barco "Bordelais”.[13]
Dos viajeros franceses impertinentes: Camille de Roquefeuil y Julien Mellet.
Camille de Roquefeuil perteneció a una antigua familia de la nobleza francesa, cuyo linaje prueba su ascendencia desde 1393, pero que perdió gran parte de sus privilegios como consecuencia de la Revolución de 1789. Nació en Cahuzac-sur-Vére, al sur de Francia, en 1781 y fue miembro de la Marina Real francesa desde 1802, donde ascendió hasta el grado de teniente en 1810, participando en varias operaciones militares a lo ancho del mundo (Mauricio, Madagascar, el Océano Índico y China) siendo, además, condecorado con el título de la Legión de Honor.
Después de un largo y doloroso viaje por aquellos territorios,
el Sr. de Roquefeuil creía tener derecho a la benevolencia del gobierno; sin embargo, al llegar a París, le dijeron en el ministerio de marina que, debido a la naturaleza del viaje, no podía esperar un avance en ese sentido. Fue solo después de haber reconocido, durante dos años, la verdad de esta advertencia, que el Sr. de Roquefeuil, contando once años como teniente, dejó con pesar la marina real, en la que su familia siempre había servido con honor, para navegar en función del comercio.[14]
Este giro en su biografía no es un dato menor, porque nos dice mucho del perfil de dicho viajero y la lupa con la que recorrió la América meridional entre 1816 y 1819: no es en los ojos de un militar (aunque lo haya sido gran parte de su vida) que se vislumbrarán las posibilidades de este subcontinente, sino en los de un marinero devenido a comerciante. Sin embargo, caracterizarlo de este modo no sería aun totalmente certero. Si prestamos atención al prólogo que hace el editor a su relación de viaje, se nos presenta a un personaje más bien ajeno al comercio, con poca trayectoria en este tipo de actividades, por lo que su aventura es aún más reconocida:
Deberíamos alabar al señor de Roquefeuil, dice el editor de su libro, por el feliz resultado de sus nociones sobre el comercio, teniendo en cuenta que él fue marginal a este tipo de operaciones, y no tuvo la experiencia que le da una larga práctica en esta parte.[15]
Era, más bien, un marinero dislocado: ya no militar, no todavía comerciante. Y es a través de esta particularidad en su personalidad que va a escribir su relato, como un hombre que viajó y observó “por la gloria y prosperidad de su país”.[16] Y como el marinero que era y el comerciante que quería ser, se centró en lo que concierne a la marina y el comercio: dar a conocer cuán ventajosas son las expediciones en esta parte del mundo en función de la extensión de la industria francesa, “eliminando los obstáculos que impedían que el comercio francés se volviera universal”[17] y mostrar qué artículos de comercio eran adecuados para ser importados a ese país. En este sentido, la cuestión central de la exploración de las tierras y los mares del Sur, de acuerdo al proyecto de Roquefeuil, era encontrar y relevar las materias primas de cada lugar -y sus necesidades de productos manufacturados- con el fin de reemplazar el mercadeo en metálico con China, el cual le hacía perder predominancia a los intereses económicos franceses. Acá hay un hecho significativo que debemos resaltar: el objetivo económico principal del Bordelais, en definitiva, era fortalecer la triangulación del comercio, intercambiando con bienes franceses cueros de nutria en la costa noroccidental de Norteamérica para ser vendidos en China, donde tenían gran demanda y consiguiendo en este país productos que en el mercado francés eran muy valorados, mejorando de esta manera los beneficios en la balanza comercial francesa.
Pero no es únicamente por este objetivo que el gobierno de la metrópoli aprobó el viaje de Roquefeuil, siendo financiado tanto con fondos públicos como privados. Las guerras de la independencia y la creación de nuevas naciones en la América meridional implicaron un reacomodamiento geopolítico por parte de las potencias europeas. Si las naciones anglosajonas (Inglaterra y EE.UU.) habían optado, en este contexto, por apoyar la independencia de las naciones latinoamericanas, la política francesa, a través de la monarquía restaurada, aún se mantenía vacilante en su posición de neutralidad entre aquellas naciones y los intereses españoles, posición que corría el riesgo de dejarla relegada tanto de estos incipientes mercados americanos como del nuevo escenario geopolítico. Por eso, para establecer presencia en estas regiones y salvaguardar los intereses franceses, se enviaron buques de guerra a la costa del Pacífico y se creó, entre 1819 y 1825, la Estación Naval del Pacífico, por lo que el ministro de Marina francés también mostró un gran interés por el viaje del Bordelais. Como nos muestra Pascal Riviale (2020), el Vicealmirante de Rosily, director general de Marina, le escribió a Roquefeuil: “Monsieur, la campagne que vous allez entreprendre doit attirer l`attention de tous ceux qui s`intéressent á la prospérité de notre commerce et á l'extension de notre navigation”[18] pero además había autorizado dar al comandante Roquefeuil cartas de navegación de la Royal Navy, y un mapa de la costa de Chile y Perú, que había sido elaborado por los españoles, porque:
Il y a des raisons de penser que ces cartes ont été établies avec soin, mais je vous recommande de vous assurer de leur exactitude et de vérifier la position des principaux points lorsque votre navigation vous endonnera l`occasion.[19]
Estas citas de la Marina Real francesa respecto a la expedición de Roquefeuil ilustran, con claridad, de qué manera los intereses comerciales privados y las perspectivas estratégicas del Estado comenzaron a conjugarse en el marco de la expansión ultramarina francesa a comienzos del siglo XIX. Aunque la expedición del Bordelais fue concebida inicialmente como una empresa de carácter comercial, despertó desde el primer momento la atención del Ministerio de Marina. La carta del vicealmirante de Rosily no solo expresa apoyo institucional a la iniciativa, sino que también deja entrever que ésta era considerada -por las autoridades navales- como una oportunidad valiosa para obtener información y verificar datos geográficos y estratégicos sobre las costas sudamericanas. Este interés no es superfluo; indica que, en un contexto en el que Francia buscaba reposicionar su flota en el comercio mundial tras la caída del Imperio napoleónico, la navegación y los viajes comerciales también eran concebidos por el Estado francés como instrumentos de exploración, inteligencia, reconocimiento marítimo, e incluso de influencia y proyección de poder en un escenario aún dominado por otras potencias europeas.
No obstante, más allá de esta cuestión, la posibilidad del viaje le permitió al navegante francés observar, como testigo privilegiado, la cultura, la sociedad y la política en esta parte del mundo. Después de ciento diecisiete días de travesía en los mares del Sur, dobla el Cabo de Hornos y llega a Valparaíso. Estaba en esta ciudad cuando “los insurgentes de Buenos Aires tomaron y destruyeron el gobierno de la metrópoli” (Roquefeuil, 1823:19). Roquefeuil detalla la ciudad, la situación política del país, el carácter de los chilenos. Desde Valparaíso, navegó hacia Perú, pasó dos meses en Callao y Lima, donde “fue recibido con amabilidad” por el Virrey. Allí, describe los festivales públicos, da a conocer el estado político de esta parte de América y “motiva el espíritu de independencia” que comenzó a aparecer por estas latitudes. Es justamente este aspecto de su observación, lo que me interesa analizar en el presente trabajo: cuál era su consideración acerca de las prácticas políticas de los sectores populares en estas regiones, en un contexto de guerra revolucionaria e independentista; cómo consideraba la sociabilidad de estos actores, sus costumbres, sus tradiciones; cuál era el rol social que le asignaba tanto a hombres y mujeres populares. En este sentido, ¿fue su observación una derivación lineal de los postulados eurocéntricos de su tiempo o, por el contrario, encontramos una mirada diferente respecto a la alteridad popular americana? Estas preguntas realizadas al relato de viaje de Roquefeuil, también serán pertinentes hacerlas cuando estudiemos el écrit de Julien Mellet.
De la biografía de Mellet se sabe bastante poco. Lo que sí se conoce, es que su relación de viaje fue la primera, de nuestros dos autores, en publicarse en Francia hacia 1823. Este comerciante francés se embarcó en un bergantín, el Consolateur, en el puerto de Bayona en 1808, y llegó a Montevideo unos meses más tarde de ese mismo año, según Tauzin-Castellanos (2013), “como uno de los agentes del proyecto colonizador del emperador francés, Napoleón”, enviado por el gobierno francés para proteger Montevideo de los ataques ingleses. Permaneció en la América Meridional doce años, recorriendo las Provincias Unidas del Río de la Plata, Paraguay, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Cuba y Jamaica. El Indiano -apodo con el que se lo conoció por firmar con este nombre su relato de viaje- viajó por este continente en busca de relaciones comerciales y aventuras, fruto del cual es su Viajes por el interior de América Meridional, que fue dirigido principalmente a marineros y viajantes (Tauzin-Castellanos, 2013). Pero, a diferencia de Roquefeuil, el “indiano” no tenía ascendencia noble, ni había hecho carrera dentro de la marina real y, al parecer, era, más bien, un mercachifle ambulante. J.P. Duviols lo describe como “un audaz mercelot, natural de Marmande, que viajó por el continente sudamericano, vendiendo o intercambiando algunas telas y artículos de París”.[20] En los Anales de la Universidad de Chile de enero de 1882 se lo caracteriza de esta manera:
Aunque observador poco atento, i al parecer de mui escasa instrucción, ha consignado algunas noticias útiles para la historia de la revolución hispano-americana. Con frecuencia, el lector americano tiene que hacer un esfuerzo para interpretar los nombres propios, que están allí horriblemente estropeados.
La aventura de Mellet comienza en la Banda Oriental, pasando luego a Buenos Aires, y a la provincia del Paraguay. Regresa luego a la capital del Virreinato con la intención de trasladarse a Mendoza, travesía que cumple atravesando en el medio la Punta de San Luis, Córdoba, Tucumán, Salta y Chuquisaca. También conoce La Rioja y San Juan, para establecerse finalmente en Mendoza atendiendo algunos negocios que tenía en esa ciudad. De ahí, hacia 1814, parte rumbo a Chile, en el mismo momento en que las tropas dirigidas por San Martín cruzaron los Andes para liberar al subcontinente del yugo realista español. No es de extrañar que un viaje de tal magnitud, en un contexto revolucionario, “lo haya puesto en condiciones de poder estudiar las costumbres, el carácter y usos de sus habitantes (…) su diferente población y las diversas ramas del comercio que ahí se hace”, como así también los conflictos políticos que se han sucedido en estos países. Y, aunque su intención no es dar cuenta de los detalles de las causas que impulsaron a estos pueblos “a sacudir el yugo de la dependencia y servilismo”, se contentará con mostrar algunos hechos que podrían dar una idea “del absoluto imperio que ciertas castas ejercían entonces sobre sus habitantes”.[21]
Intrépido aventurero, atacado, encarcelado, a punto de ser asesinado, fue “consumido de amor por una joven de la aristocracia cubana”, hecho que le valió la expulsión de Cuba, país donde anuncia la novela de aventuras americanas del siglo XIX.[22] Regresa a Francia, a Lormant, en marzo de 1820, donde publica, a través de la editorial Prosper Noubel en 1823, su relación de viaje por la América meridional y las islas de Cuba y Jamaica.
He aquí estos dos viajeros franceses, raros viajeros de su época en hacer un viaje tan completo a un continente en plena ebullición, en el umbral de un cambio político decisivo.[23] En este sentido, tanto Mellet como Roquefeuil forman parte de aquellos viajeros a la América meridional durante la época de la Independencia, “cuyas observaciones, crónicas e intereses estaban orientados a propósitos políticos, a la posibilidad de establecer vínculos comerciales, o bien a satisfacer la curiosidad de los públicos europeos ávidos de información sobre estas regiones. Estos viajeros buscaban captar el proceso de transformación de colonias en naciones independientes, así como conocer las costumbres consideradas exóticas y las condiciones sociales y económicas de estos pueblos”. Sin embargo, en el caso de Roquefeuil, nos encontramos ante una relación de viaje “preponderantemente marítima” (Núñez, 1971:14-19), con un marcado interés por las rutas de navegación y por la descripción tanto de puertos y ciudades sudamericanas como de su contexto histórico y poblacional; mientras que, Julien Mellet, se adentró y asentó largo tiempo en el interior del continente sudamericano, recorriendo desde allí las entrañas de estos territorios, una práctica aún poco habitual entre los viajeros franceses del período comprendido entre 1808 y 1819. Con lo cual, a través de ellos, tenemos dos recorridos y dos ópticas diferentes, pero complementarias, respecto al cuadro antropológico y social de nuestra región, en un contexto político crucial de su historia. De este modo, aportan una valiosa fuente para el estudio de la sociabilidad y las costumbres de los pueblos que habitaban estas latitudes.[24]
Editorialización y recepción de las relaciones de viaje. El doble pacto narrativo como empresa civilizatoria de los viajes modernos.
Antes de avanzar en el desarrollo de los ejes fundamentales de este trabajo, considero pertinente detenerme en algunas observaciones preliminares formuladas por los editores de los relatos de viaje de Camille Roquefeuil y de Julien Mellet, tal como se presentan en los prólogos de sus respectivas ediciones. Estas consideraciones editoriales ofrecen una perspectiva significativa sobre el modo en que estas narraciones fueron recepcionadas en su tiempo y permiten inscribirlas dentro de una lógica más amplia: la de una empresa civilizatoria moderna que operaba en el marco de las disputas coloniales por la representación, el conocimiento y la apropiación simbólica de los territorios americanos, en un contexto de profundas transformaciones políticas-culturales.
Es necesario tener en cuenta dos cuestiones. En primer lugar, que la pretensión moderna del viaje evidencia, desde la mirada editorial, una forma de prepotencia colonial, una lógica eurocéntrica, que se manifiesta en los discursos de legitimación, como lo sugiere, por ejemplo, la siguiente afirmación del editor: “¿Cuál es la verdadera fuente de prosperidad comercial? ¿No es cuando disfruta de los productos de todos los pueblos, sin disminuir su fortuna pública de ninguna manera?” (Roquefeuil, 1823:31). En segundo lugar, no deberíamos caer en el error de considerar que la recepción y publicación de estos relatos de viajes modernos era un acto inocente o meramente destinado al tiempo de ocio. Por el contrario, las formas en que estos textos eran construidos, editorializados, prologados y publicados, revelan las tensiones entre los diferentes intereses coloniales, así como el sentido moral que buscaban imprimir a su empresa civilizatoria.
Resulta particularmente interesante un pasaje del prólogo al relato de Roquefeuil, en el que su editor establece un debate con el Sr. Hawkesworth, traductor de la Introducción al segundo viaje del inglés Cook. El núcleo simbólico-discursivo de dicho debate giraba precisamente en torno a la concepción moral, al uso de la violencia y a las formas de comprender las otredades que se encuentran detrás -y ante- estas expediciones comerciales. Si el Sr. Hawkesworth había dicho en su Introducción que:
si hay tiene que temer matar a un indio para aumentar los recursos comerciales y el progreso del conocimiento humano, también debemos abstenernos de arriesgar la vida de nuestros conciudadanos, de modo que la actividad del comercio nacional se extienda sólo a regiones ya conocidas (...), y que si causan la muerte de unos pocos individuos, las ventajas que aportan a la mayoría deben hacer que esta pérdida sea considerada como uno de los males particulares que se vuelven en beneficio del bien general.[25]
el editor francés no dejaría pasar esta oportunidad para halagar a los propios y marcar con detalles las diferencias morales y éticas que, a sus ojos, se establecían con los viajeros franceses, sosteniendo firmemente la idea de que en este tipo de viajes o expediciones “uno debe repeler la fuerza por la fuerza; pero con la excepción de este caso, no se debe ejercer rigor ni violencia, y no estamos menos angustiados que sorprendidos al leer la Introducción al segundo viaje de Cook” (Roquefeuil, 1823: 27).
Así, podemos ver cómo se ponían en debate toda una serie de elementos en torno a la empresa civilizatoria comercial moderna, la cual funcionaba como un plafón que, si no ocultaba, buscaba legitimar las relaciones de dominación y jerarquización cultural que dicha empresa generaba en todo el mundo. No sorprende, por tanto, que uno de los espacios donde se materializaban estos debates fuera la publicación de relaciones de viaje, engranaje funcional del proceso civilizatorio moderno en tanto “dispositivo cultural en el marco del proceso de modernización” (Cicerchia, 2005:24). Este momento, entendido como un conjunto articulado, constituía el marco en el que se anudaban las experiencias del movimiento del viajero -al compás de la oleada de los mares y vaivenes entre carretas más allá de las fronteras- con la representación de territorialidades móviles y fragmentadas, localizaciones inestables y puntos de referencias que entretejían el horizonte de las clasificaciones naturales y las caracterizaciones transculturales de las otredades planetarias. Todo ello se condensaba en una escritura y en una estrategia narrativa que buscaba dotar de sentido a la empresa mediante un doble pacto: con el poder que la fundaba y con el lector que la reproducía (Ouellet, 1989).
El primer aspecto de la estrategia narrativa, propia de las relaciones de viaje modernas, se manifiesta notablemente en los relatos de los viajeros que abordamos en el presente trabajo. Tanto el Journal d'un voyage autour du monde de Camille de Roquefeuil como Viajes por el interior de América meridional de Julien Mellet, establecen, ya en los pasajes iniciales de sus escritos, una vinculación explícita con las estructuras de poder que sustentan y legitiman su experiencia. Prestemos atención a las consideraciones preliminares de la obra de Roquefeuil:
El comercio marítimo de Francia, casi aniquilado por la revolución, por las guerras y los errores que le sobrevivieron, estaba, en el momento de la segunda restauración, apretado en los estrechos límites (...) y, para agravar su estado de agotamiento, periódicamente nos quitaban una enorme cantidad de efectivo, en cumplimiento de los últimos tratados. En tales circunstancias, sin duda era útil para Francia emprender la búsqueda de nuevos mercados a la industria nacional.[26]
Si el pacto con uno de los poderes que sustentaba esta empresa -el Estado francés- era determinante, no era exclusivo. También se reconoce el papel de los muy influyentes capitales privados, como puede verse en este otro fragmento:
El Sr. Balguerie junior, de Burdeos, un comerciante cuya fortuna y honor fueron probados por las vicisitudes de la revolución, adquirió un doble título a la estima y reconocimiento público, al hacer con sus fondos y a un gran costo una expedición al Mar del Sur y a la costa noroeste de América.[27]
Una estrategia similar se reproduce en el primer capítulo de la obra de Mellet:
Queriendo proteger el gobierno francés la ciudad de Montevideo contra el ataque de los ingleses, envió en 1808 el bergantín Consolador, cargado de armas y pertrechos de guerra.[28]
En todos estos casos se evidencia un gesto de reconocimientos y de méritos.
Pero junto a esta dimensión de validación externa -fundada en el respaldo de poderes estatales o privados- aparece en la estrategia narrativa otro tipo de operación, orientada no ya al mundo de los patrocinadores sino al de los lectores. Esta se vincula con la producción de credibilidad, es decir, con el establecimiento de un horizonte de veracidad que dote de legitimidad empírica al relato. Me estoy refiriendo a ese viraje discursivo que, a partir de los siglos XVIII y XIX, comienza a presentar el testimonio de viaje como una forma válida y fidedigna de representación y conocimiento del mundo (Ouellet, 1989).
Sabemos, a partir de los estudios sobre literatura, viajes y viajeros ilustrados y románticos, que la emergencia de una narrativa de viaje “empírica” afincada en los altares de la verdad, el testimonio, la evidencia, y atenta de las necesidades prácticas, es hija de la modernidad. Hasta entonces, “la asociación entre viajeros y mentirosos era un lugar común” en la cultura popular: su credibilidad era nula, y se los vinculaba al status de poetas, fabuladores o narradores que alimentaban la imaginación a través de historias memorables, heroicas y extraordinarias o de relatos que profesaban en la salvación divina y la “recreación teológica de una geografía sagrada” (Pimentel, 2003).
El giro moderno consistió en afirmar una nueva relación entre escritura, observación y verdad, desplazando la sospecha de ficción hacia una confianza mucho mayor en la mirada empírica. Esta transformación encuentra su raíz en la epifanía del humanismo europeo, que “ofrecía herramientas filológicas que hacían que la empresa del viaje y de la observación fuesen más precisas y sistemáticas”, al tiempo que elaboraba una “ideología positiva del viaje en tanto instrumento pedagógico dentro de un sistema de saberes cada vez más secularizados” (Cicerchia, 2005:29).
Observemos, entonces, cómo ambos niveles -el reconocimiento a los poderes que sostienen la experiencia y la construcción de una voz testimoniadora creíble- se entrelazan en la pluma y en la forma editorial de los relatos de nuestros viajeros, haciendo del viaje moderno no sólo una aventura individual creativa sino también una operación cultural legitimada por el poder y reproducida simbólicamente por el lector.
En el prefacio al Journal de Roquefeuil, el editor reconoce que la obra se dio a la impresión en 1823, gracias a un hermano de aquel que la hizo pública, al tiempo que al relato no se le hizo modificación alguna, y que “la obra es fiel a como fue escrito a bordo del barco de Bordelais”, por lo que “el lector no debe esperar encontrar frases pomposas, de las cuales a menudo el objetivo principal es brillar a expensas de la verdad” (Roquefeuil, 1823:5-6). Son las primeras líneas de una relación de viaje a los confines del mundo, y lo primero que se busca resaltar en el prefacio del libro es el compromiso con el criterio de verdad y fidelidad a la realidad, en detrimento de la estética literaria y las formalidades narrativas. Pero decir esto es decir poco, si no advertimos que esta pretensión de conocimientos fidedignos no se reducía sólo a ese viajero, si no que su relato era puesto por la editorial en relación con otros testimonios de viajes para corroborar los errores y falsedades en que aquellos habían incurrido. Así, por ejemplo, el editor del libro de Roquefeuil nota que el viaje de Meares[29] destaca especialmente por errores y da nociones opuestas a las que son verdaderas; o que “el Sr. de Roquefeuil ha demostrado la poca verdad de las afirmaciones presentadas por Vancouver”[30](Roquefeuil, 1823:35-36).Y si bien algunos eran errores “involuntarios”, había otros que formaban parte de las disputas geopolíticas coloniales y de la repartición del mapa de América por parte de las metrópolis europeas.
Este mismo gesto discursivo, orientado a legitimar el relato mediante la apelación a la experiencia directa y a la veracidad del testimonio, se manifiesta también en los Viajes de Julien Mellet. En la Introducción de su escrito, el autor destaca: “La obra que entrego al público, es el fruto de mis observaciones durante doce años en la costa firme de América Meridional”. Y si bien otros viajeros se le habían adelantado en dicha empresa, “sus relaciones deben de carecer de extensión o de exactitud; ninguno, me atrevo a asegurarlo, se ha propuesto penetrar en el interior de las tierras, de modo que sus relaciones (…) no están fundadas sino en opiniones más o menos falsas”. Por lo que, si su obra puede ser perdonada “desde el punto del estilo, tiene la ventaja de su exactitud y verdad que garantizo como testigo ocular de todo lo que voy a relatar”.[31] Lo que pedía Mellet era indulgencia a su supuesto poco talento de escritor en virtud de las utilidades que dicho relato, basado en observaciones confiables y precisas, podía ofrecer a una razón europea ávida de novedades modernas. Y era indudable que esto que pedía lo iba a recibir, puesto que formaba parte del pacto narrativo con los lectores.
La Europa moderna se expandía epistémica, militar y económicamente y, a la par, los viajeros representaban las fronteras antropo-geográficas de los confines del mundo, en una estructura narrativa de sus écrits que se iba acomodando, a veces más a veces menos, a las utilidades y necesidades textuales de dicha expansión: testimonio, verdad, registro socio-cultural, espacial y temporal, verificación de error, entre otros.
Viajeros entre viajeros.
A comienzos del siglo XIX, la Marina y el gobierno francés incentivaron tanto los viajes políticos y diplomáticos, como así también las expediciones científicas y comerciales al continente americano. Es muy importante destacar que estos viajes se producen en los albores de la independencia de América Latina, con lo que dejaron registros invaluables de esta situación. Pero, además, “con el cambio del siglo, se producía definitivamente una nueva mirada sobre América, preocupada por combatir los prejuicios o la ignorancia acumulados y repetidos durante tres siglos” (Bertrand y Laurent, 2002:8). Y si esta definición es cierta, no menos cierto es el hecho de que la experiencia del viaje, y su relación, funcionaban como un dispositivo transistor, textual e informativo, que operaba en esas nuevas miradas sobre el continente, donde el ojo se empezaba a deslizar desde el énfasis puesto o en lo exótico o en lo natural, hacia la realidad cultural, política y social de las naciones nacientes, proceso que no era ajeno a los intereses de expansión económica, comercial y política de las metrópolis europeas en esta región en un nuevo contexto de colonialismo mundial (Riviale, 2020). Así lo explica Nuñez Estuardo (1971:15) en su trabajo sobre relaciones de viajes durante la Independencia de la América del Sur:
Los viajeros de la época colonial sólo se limitaron al bosquejo del recorrido, a observaciones científicas más o menos profundas y a la observación de costumbres exóticas. En cambio, los viajeros de la Independencia fueron agudos observadores de las costumbres, y sobre todo, afectos a la circunstancias políticas y a la apreciación del estado social y económico de los sectores visitados.
Hasta comienzos del siglo XIX, entonces, muy pocos observadores europeos se habían enfocado o se notaban preocupados por el fenómeno político y social continental. Pero sin dudas, y este es un hecho aceptado por todos los estudios sobre el tema, fue Humboldt quien se posiciona como el parteaguas fundamental entre los viajeros coloniales y los de las Independencias.[32] Fue el explorador, humanista y naturalista prusiano, como continúa afirmando Nuñez (1971:14), “el primero en enfocar la situación social proclive a la independencia y acaso también el primero en pronosticar que en corto plazo había de producirse (...) los movimientos de autonomía en diversas partes del continente”.
El cambio de óptica entre Humboldt y los expedicionistas del siglo XVIII sobre lo americano parecen evidentes. Si Frézier (1712-1714), la Condamine (1745) o la Pérouse (1788) imponían una imagen negativa del indio y lo americano, basada en prejuicios de la época y en una observación fragmentada del territorio, a partir de las cuales insistían en el carácter del indio y de los sectores populares desde descripciones que ponían énfasis en la insensibilidad, la glotonería, la borrachera; y, también, en los aspectos desfavorables del criollo español respecto al blanco sajón como “individuos ociosos, holgazanes, debilitados por el clima, los vicios de la lujuria y del juego, y totalmente incapaces de progresar en los campos de la economía, y de la vida política y social”, con el aventurero prusiano arribamos a la primera imagen objetiva del continente americano, libre de aquellos viejos prejuicios (Minguet, 1980).
Pero, veamos qué rasgos resaltan en sus descripciones los viajeros franceses que le sucedieron a Alexander Humboldt en sus aventuras por el continente americano durante los años independentistas; viajeros y observadores que, como sostienen los historiadores Michel Bertrand y Vidal Laurent (2002), “sean conscientes o no, todos ellos son herederos del sabio alemán”.
En este sentido, podemos hablar del viaje emprendido, bajo orden del rey, por Louis Claude Desaulses de Freycinet, durante los años 1817,1818,1819 y 1820, sobre las corbetas Uranie y Physicienne. La expedición estuvo en Río de Janeiro en 1817; luego Malvinas (1820); Montevideo en mayo de 1820. Estando en Montevideo Freycinet escribió sobre los gauchos rioplatenses y la revolución:
Montevideo, naturalmente ligada a este torbellino (de la revolución) no pudo, sin embargo, participar mucho en ella, habiendo sido ocupada casi de inmediato por un cuerpo de tropas portuguesas, de 6 a 7 mil hombres que mantuvieron a raya la ciudad y sus alrededores. Sin embargo, los paisanos que viven en la margen izquierda del río estaban todos sublevados contra las autoridades civiles, y no reconocían otras leyes que sus caprichos o deseos. Estos hombres semi-salvajes, llamados gahouches, son en sus países lo que el árabe es en sus desiertos, con la diferencia de que las soledades de América del Sur están cubiertas de verdes pastos en lugar de arena, y que millones de bueyes, caballos y mulas hacen la riqueza de los pueblos nómadas que las habitan… Hemos visto que bandas de varios miles de estos habitantes rebeldes van a Montevideo, y disparan tiros de fusil hasta debajo de las murallas.[33]
Vemos aquí que se repiten aquellos antiguos estigmas sobre los sectores populares (rurales, sobre todo) que impregnaban el imaginario y los testimonios de viajes de mediados del siglo XVIII, “salvajismo”, “arrogancia”, “impulsividad”, incapacidad política: porque, qué posibilidades de realización en este aspecto pueden tener los que están totalmente subordinado a sus propios caprichos. Esta antropología popular negativa se profundiza si prestamos atención a una relación de viaje realizada también en las provincias del Plata, en 1818 por un enigmático y anónimo exagente superior de servicio de hospitales militares de la Armada francesa, en donde describe Buenos Aires y su gobierno, la situación independentista y la participación de los sectores populares en la misma. El autor pretende “desengañar al resto de sus compatriotas sobre un país miserable, inhóspito, que no tiene nada de las grandes visiones políticas de las que se supone que tiene”.[34] Así describe dicho exagente las costumbres de los habitantes de Buenos Aires:
En general, el criollo de Buenos Aires que abrazó los principios de insurrección es orgulloso, vanidoso, presumido y celoso hasta el exceso en asuntos políticos. Lleva estos defectos a la más negra ingratitud cuando se trata de un extranjero que merece su reconocimiento.
En sus reflexiones sobre el sistema independentista rioplatense, afirma:
El camino por el que se guía el pueblo de Buenos Aires lleva menos a la emancipación que al despotismo militar, la más terrible de todas las tiranías. Sin energía, e impropia en su educación de recibir el beneficio de una libertad que no sabe apreciar ni definir, este pueblo es un rebaño disperso sin dirigente, sólo los intrigantes ayudados de unos cuantos vendidos se la han apropiado; y serán libres de abandonarlo si el peligro se vuelve demasiado grande para mantenerla, o si ya no es propicia para explotarla.
Y prosigue:
El disgusto se empieza a sentir hasta entre los habitantes: ya no hay entusiasmo público, y dudo que lo haya entre otros que los principales artífices de la revolución o de unas cuantas cabezas livianas (…) El campesino (el gaucho) no sabe leer, ni lo que significa la independencia.
Para concluir sobre el estado de las provincias del Río de la Plata ya en su regreso a Francia dice:
Dejo a los hombres razonables juzgar sobre la disposición del pueblo de las provincias del Río de la Plata, engañado, profundamente esclavizado bajo los emblemas de la libertad, y juguete de un puñado de ambiciosos (…) Hablando de este pueblo engañado, yo escucho la parte que habita en las ciudades, porque en otra parte he dicho lo que son los demás, masas de hombres privados de intelecto.[35]
A raíz de estas citas de dos viajeros franceses que le suceden a Humboldt en sus aventuras por la América meridional, resultan pertinentes algunas reflexiones. Si bien notamos, como afirman Michel Bertrand y Vidal Laurent (2002), que entre los observadores de la época colonial (siglos XVII y XVIII más específicamente) y los de la independencia se produce una especie de “redescubrimiento” de América, marcado por un deslizamiento en las miradas, cuya óptica (en los segundos) se desplaza desde lo exótico o lo natural hacia interrogantes sobre las formas políticas, sociales y económicas de estas regiones, y que a su vez estos nuevos enfoques devuelven a autores y lectores europeos “mediante un choque de retorno a veces muy profundo, una mirada críticas sobre sus propias realidades sociales y culturales”, también es posible pensar que, hasta aquí y con excepción de Humboldt quizás, este “redescubrimiento americano” es más de formas que de fondos, deviene más de un cambio en el interés y la óptica por la que se observa (lo antropológico cultural por sobre lo biológico y exótico, lo político y social por sobre lo natural, etc.) que en una transformación radical de los conceptos con los que se estudia y describe lo observado, en este caso los pueblos americanos. Nótese en este sentido que si el aspecto que más se reprochaba, en los testimonios de viajes del siglo XVIII, a los sudamericanos, criollos, métis, mulatos, o incluso indios y esclavos negros era, sin dudas, la pereza o, como planteara La Pérouse en 1788 sobre los habitantes chilenos, “una raza degenerada”, las observaciones de estos viajeros franceses ya bien entrado el siglo XIX se expresaban dentro de los mismos tópicos: “hombres semi-salvajes” en Freycinet, o criollo de Buenos Aires “orgulloso”, “vanidoso”, “presumido”, sin capacidad para apreciar ni recibir el beneficio de la libertad, en aquel anónimo exagente superior de servicio de hospitales militares de la Armada francesa.
Ahora bien, qué sucede con nuestros viajeros, Mellet y Roquefeuil. ¿Podremos encontrar en ellos unredescubrimiento propio de lo americano, una mirada diferente respecto a la alteridad popular, una nueva percepción del sujeto político rioplatense en este contexto revolucionario de las Independencias?
Sectores populares en el sur de la América meridional durante las Independencias. Descripciones de Mellet y Roquefeuil. Entre la axiología social y la antropología política en el redescubrimiento del continente.
Como sabemos, Julien Mellet se embarcó en el bergantín Consolateur en el puerto de Bayona el 30 de mayo de 1808, a cargo de un envío de armas y pertrechos de guerra que el gobierno francés le había encomendado para defender la ciudad de Montevideo contra el ataque de los ingleses. Estando en la desembocadura del Río de la Plata, frente a las costas de Maldonado, la expedición fue sorprendida por dos navíos ingleses que saquearon y prendieron fuego la embarcación el 8 de agosto de 1808. Habiéndose salvado de este ataque arrojándose al agua y nadando hacia la orilla, se dirigió a Maldonado, donde fue recibido por el gobernador, a la espera de poder continuar su camino hacia la capital del país oriental.
Pero antes de emprender su viaje a Montevideo, un nuevo infortunio arremetió contra la aventura de Mellet. Un barco salido del puerto de Cádiz llevó la noticia a Montevideo de que las tropas francesas habían invadido España, tomando su capital, y que la familia real estaba prisionera en Francia. Así lo relata Mellet:
Tan pronto como el pueblo tuvo conocimiento de este suceso, se fue sobre nosotros, nos insultó (…) el Gobernador don Francisco Javier Rios (…) sea por librarnos del peligro de un populacho que nos amenazaba irritado y ávido de sangre de cuarenta desgraciados franceses a quienes miraban como traidores, sea por cumplir los deberes que su pueblo le imponía, nos hizo arrestar y tratar como prisioneros de guerra (…) Me hago un deber en elogiar a este digno gobernador.[36]
Aún con todo, Mellet fue hecho prisionero en Montevideo durante cinco meses, pero tuvo la libertad de salir tres veces por semana, acompañado de un vigilante, lo que le permitió hacer algunas observaciones de Montevideo. Después de una serie de descripciones sobre la ciudad, su teatro, tribunal de comercio, y las murallas que la rodean, sobre la Aguada y el Miguelete, caracteriza a su población:
Sus habitantes -cuyas casas están en parte cubiertas de cueros- visten muy ligeramente: la vestimenta consiste en un par de calzones de gruesa tela de algodón, muy largos y con franja de encaje en su extremidad; además usan cinturones donde llevan el puñal. Con este traje están casi siempre a caballo que manejan con suma destreza. Por lo general, carecen de moral y son dados a toda especie de vicios.[37]
Y, aunque no tienen semejantes respecto a la destreza y actividad sobre el comercio, no obstante:
Es bien sensible que el orgullo y la cólera sean la base de su carácter; es muy raro encontrar en la clase baja un hombre de bastante calma que no haga uso de su puñal.[38]
Puesto en libertad, luego de cinco meses de cautiverio, Mellet se trasladó a Buenos Aires, atravesando los villorios de Las Piedras, cuyos habitantes por lo general negros, mestizos o mulatos, “son de mala índole” de acuerdo a sus palabras, pero sin dar cuenta de algún hecho específico que lo haya llevado a semejante conclusión; luego Canalón, en donde ofrece un pintoresco cuadro de cómo los habitantes dan caza a los tigres; Colonia del Sacramento, para luego arribar a Buenos Aires, una ciudad que para la fecha contaba con 56000 habitantes, de los cuales un tercio eran blancos. Para el momento de su llegada, Liniers Ebremont[39] detentaba el cargo de Virrey en dicha capital, y acogió de manera favorable a su coterráneo Mellet, propinándole todo tipo de ayuda económica, dado que, por las desgracias sufridas en su viaje, el aventurero francés se encontraba en una situación bastante miserable. Con dicha ayuda, Mellet emprende un pequeño comercio en la ciudad capital del virreinato.
De su estadía allí, dos descripciones merecen mi atención. Una es sobre el comercio de esclavos y el rol que cumplía Buenos Aires en ese sentido; y la otra, en torno a cierta interpretación histórica que Mellet realiza de las invasiones inglesas al Río de la Plata, y el rol político que a sus ojos desempeñaron tanto Liniers como los diferentes sectores sociales en ese contexto.
Sin dudas, la posición geopolítica y estratégica de Buenos Aires ligada a su puerto, la habían ubicado en un lugar de referencia comercial hegemónica en el mundo económico regional de la América meridional, lo que contribuía a su gran prosperidad; pero también, según la observación de Mellet, al “carácter altivo” de sus habitantes, al hecho de que sean “muy amables y generosos” sobre todo con los extranjeros, y a que “la vestimenta de los hombres sea muy rica y que el lujo de las mujeres llegue al más alto grado”.[40] Y si las ramas de comercio más importante que la ciudad mantenía con la región era la yerba y el tabaco, tanto para consumo interno como bienes exportables, además de la venta de sebos, cueros y pieles que se hacía a los ingleses, la verdadera causa de su opulencia, según el viajero francés, devenía del comercio de esclavos que embarcaciones de portugueses brasileños, especialmente, traían a Bueno Aires. Así explica Mellet la conformación del circuito regional del comercio esclavista en el Río de la Plata:
Esos esclavos se destinan a Lima donde se venden a más alto precio, en razón de la necesidad que hay en esa ciudad para los trabajos de sus diferentes establecimientos (…) En el momento de su partida de Buenos Aires para Lima (…) Esas carretas van algunas veces seguidas por un gran número de viajeros que temen ser detenidos, saqueados y muertos por los indios no sometidos que muy a menudo infestan el camino de Buenos Aires a Mendoza (…) Llegados a Mendoza toman algunos días de reposo y se les hace en seguida continuar el viaje a Valparaíso, pero de manera bien diferente. Se les monta a caballo o en mulas (…) Este nuevo cambio es para esos infelices una era de sufrimientos; como no están acostumbrados al caballo sufren toda clase de incomodidades (…) Rudos sufrimientos los esperan en las cordilleras (…) En circunstancias semejantes, los comisarios encargados de su conducción levantan un sumario de los muertos y lo envían para su descargo a Valparaíso en el momento de su embarque para Lima, lugar de su destino.[41]
Sin embargo, esta descripción que Mellet hace del transporte de esclavos hacia Lima no se da de manera aislada, sino que viene acompañada de una reflexión más bien crítica y condenatoria sobre el comercio de esclavos. Así lo expresa:
A menos de estar falto de todo sentimiento humanitario no se puede, sin estremecerse, dar una mirada a las desgracias que la avaricia hace sufrir a esas infortunadas criaturas cuyo único crimen es tener el color distinto al nuestro[42] (...) Pero este vergonzoso comercio, aunque severamente prohibido, no por eso ha cesado, y los horrores que he visto con mis propios ojos, y de los cuales doy el detalle, se renuevan aún hoy día muy a menudo.[43]
Además de estas observaciones de carácter comercial y social, la estadía de Mellet en Buenos Aires también le permitió realizar algunas consideraciones sobre la resistencia porteña a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, consideraciones importantes, digo, no sólo por el hecho de que él analiza la participación de sus conciudadanos en la misma, con Liniers a la cabeza, sino también por cómo interpreta, rápidamente, el desenvolvimiento de la sociedad criolla en este acontecimiento histórico. Así nos informa el “indiano”:
En 1806, el marqués de Sobre-Montes ejercía las funciones de virrey en esta capital y el conde de Liniers-Ebremont no era entonces más que un capitán de navío al servicio de Su Majestad. Diez mil ingleses se apoderaron de una parte importante de la ciudad, los habitantes daban pruebas de bravura y hacían toda especie de esfuerzos para rechazarlos. Se trasladaron en multitud a casa del marqués de Sobre-Montes a fin de imponerle de sus intenciones; pero por la manera de responder no tardaron en comprender que él se encontraba en inteligencia con los señores ingleses y aún descubrieron que había cooperado al éxito de ellos. Siempre llenos de ardor por la defensa de su país e indignados con la conducta de su virrey, se dirigieron a donde el conde de Liniers y de común acuerdo le proclamaron su jefe. Sin vacilar, guiado por los sentimientos del honor, este hombre tan digno de la confianza pública se puso a su cabeza con heroico valor y ordenó el reclutamiento de todos los franceses que se encontrasen en la ciudad. Prontamente (…) todos se apresuraron a tomar las armas bajo sus órdenes, y marcharon luego contra los ingleses. Guiados por jefe tan valeroso, nuestros intrépidos soldados, que se disputaban la gloria de defender causa tan justa, no tardaron de cubrirse de laureles, y los ingleses se vieron obligados a rendirse a discreción (…) Después de esta acción fue llamado a desempeñar las honrosas funciones de virrey (…) Los habitantes le querían por su justicia y equidad. Reunía a los talentos militares y a un valor a toda prueba, todas las cualidades de un hombre honrado y probo (…) Fue fiel a sus juramentos y a su rey; y cuando el triunfo de la independencia se consolidó, se retiró a Córdoba en donde vivió tranquilamente hasta que se le arrestó.[44] En el trayecto de esta ciudad a Buenos Aires fue fusilado por su escolta en el lugar llamado Cruz Alta.[45]
La reciente descripción de Mellet es bastante interesante, porque nos permite hacer una doble interpretación. Si bien el paisaje que pinta da cuenta, de alguna manera, de la dinámica de la incorporación popular a la lucha y a la sociabilidad política en un contexto de resistencia también militar, hecho que se evidencia cuando de forma subrepticia nos hace notar que los criollos se organizaron (se trasladaron en multitud), le impusieron al virrey sus intereses y tuvieron lectura de la coyuntura en términos políticos;[46] por otra parte, los elementos que él propone para explicar esa participación popular devienen más de un aspecto irascible pasional que caracterizaba a aquella “multitud” (“bravura” o “ardor”), que de una virtud racional, de la que sólo podían hacer gala sus conciudadanos reclutas franceses (hasta pareciera, al leer aquella descripción, que fueron ellos solos los que derrotaron a los ingleses) y obviamente el “honorable”, “digno”, “heroico”, “valeroso” y “leal” Liniers.
Henos aquí, entonces, en este doble movimiento conceptual que implicó el redescubrimientode América -para utilizar el término propuesto por Michel Bertrand y Vidal Laurent- por parte de este viajero francés en las primeras décadas del siglo XIX: reconocimiento de una incipiente sociabilidad y participación política, por un lado, pero con algún tipo de valoración axiológica de la dimensión humana de sus habitantes.
Julien Mellet, sigue su camino. Recorre Paraguay, en donde deja registro de la preparación y uso de la yerba mate, visita Corrientes y a sus “afectuosos” y “generosos” habitantes, y regresa a Buenos Aires para luego partir hacia Mendoza, en donde continuará sus negocios. En su camino atravesando las Pampas para llegar a la región cuyana, arriba a un sitio llamado Los Fuertes, y describe tanto al lugar como a los indios bravos que merodean sus alrededores:
Esos caseríos son conocidos con el nombre de Los Fuertes, porque están habitados por soldados que impiden a los indios bravos que vayan a la capital, pues sin orden del gobierno no pueden traspasar esos límites (…) esos indios feroces van a Buenos Aires con permiso a vender pieles de toda especie de animales salvajes, de las que sacan muy grandes utilidades (…) Estos indios tienen facultades intelectuales muy limitadas: la civilización no hace progreso alguno entre ellos. Es asombroso cómo, después del tiempo que comercian y se comunican con los habitantes de la ciudad, no hayan perdido sus salvajes costumbres.[47]
Aquí nos encontramos con esa polarización valorativa del mundo sociocultural rioplatense, indios feroces/sin capacidad intelectual/de costumbres salvajes, a pesar de que él mismo haya dicho que sacaban grandes ventajas (utilidades) de sus intercambios comerciales con los criollos de la capital, en contraposición a los habitantes de la ciudad/civilizados que progresan a la par del comercio. Y volveremos a notar esa polarización axiológica social, cuando Mellet nos comente sobre la Punta de San Luis. De esta ciudad y sus habitantes dice:
El comercio es muy brillante gracias a la actividad e industria de sus mujeres, pues ese trabajo sirve para alimentarlos y costearles sus vicios. Aquí no hablo sino de los hombres de la clase baja y exceptúo a los que han recibido educación o tienen cierto rango en la sociedad. Confieso que esas mujeres poseen un gran mérito al poder soportar con tanta paciencia y resignación la brutalidad e indignos procedimientos de sus maridos. No podría comparar, sin una extrema lástima, los malos tratos que las mujeres sufren en San Luis, con las consideraciones que por todas partes se les guarda en Europa. Desearía solamente que nuestras europeas que se quejan de no tener el suficiente imperio sobre sus maridos, se encontrasen en San Luis, para apreciar, como yo, la diferencia que hay entre su suerte y la de las mujeres de este país (…) Es triste que esas mujeres tan amables, tan laboriosas y hospitalarias no sean pagadas por sus excelentes cualidades, más que con los elogios que reciben de los extranjeros; sus maridos están de tal modo embrutecidos que son incapaces de poderlas apreciar.[48]
Me parece pertinente notar en esta cita, cómo se van complejizando los elementos axiológicos en la visión antropológica que Mellet formula de la América meridional. A la valoración desigual en términos étnicos contenida en la anterior observación, ahora se le sumaría la de género, clase y nacionalidad. De género, porque las mujeres americanas (en este caso puntanas) se presentan como más sometidas y subordinadas al hombre que las europeas que, de alguna manera, saben imponerse a sus maridos; de clase, porque son únicamente los hombres de los sectores de clase baja los perezosos, los que poseen todo tipo de vicios y tienen malos tratos; y de nacionalidad, puesto que son los extranjeros los que tienen la capacidad de elogiar las excelentes cualidades de las mujeres de San Luis, cosa que no pueden apreciar los americanos puntanos por estar embrutecidos. Y podríamos agregar, además, que esta antropología social desigual del americano respecto al europeo se expresa en las diferentes dinámicas institucionales que gobiernan sobre estas latitudes.[49]
Pero volvamos donde nos habíamos quedado. Luego de San Luis, Mellet visita Córdoba, Tucumán y Salta. Lo que me interesa mostrar es cómo la visión que tenía nuestro viajero francés sobre las costumbres y la antropología popular de estas regiones se imbricaba o yuxtaponía en sus relaciones respecto a los procesos políticos o bélicos independentistas que tenían lugar frente a sus ojos. Así vemos, por ejemplo, que, si bien en algunas zonas del norte rioplatense los habitantes eran de carácter soberbio y altanero,[50] o de hábitos violentos y vengativos,[51] o también vagos y groseros,[52] no por ello carecían completamente de ciertos valores que eran fundamentales para defender su causa de independencia. Más que significativo en este sentido, es su recuerdo sobre la guerra gaucha salteña, a la que describe con la admiración que merece:
A fines de 1811, hubo en esta ciudad un serio asunto entre realistas de lima y los independentistas de Buenos Aires, que concluyó con la ventaja de estos últimos (…) El valor que demostraron en esta primera campaña, los inmortalizó y decidió de sus éxitos futuros. Parecía imposible que hombres que casi no tenían noción alguna de arte militar hicieran la guerra con tanta intrepidez; pero el valor suplió la inteligencia y después de cubrirse de gloria en muchos hechos heroicos tuvieron el placer de ver sus éxitos coronados por el triunfo de la causa que defendían.[53]
Mellet aquí realiza una antropología política positiva, en la que los criollos de las Provincias Unidas del Sur, efectivamente, luchaban en defensa de una causa honrada, de forma heroica y valiente, y en la cual suplían sus desventajas militares con otras grandes virtudes políticas-bélicas, que les otorgaba grandes posibilidades de triunfo en la batalla.
Me gustaría marcar, llegado este punto, una primera hipótesis: en la relación de viaje de Mellet está presente permanentemente, a mi parecer, una dualidad no siempre concordante entre la antropología política y la antropología social (compleja, axiológica) de los sectores criollos y populares de la América meridional. Algo de esto ya lo venimos diciendo, pero repasémoslo. Por ej., carácter altivo, y soberbio, o vengativos, o vagos, o de costumbres salvajes, rebeldes a toda ley de los habitantes del país (esto es, la antropología social) e intrepidez, valor, destreza, heroísmo, capacidades para el comercio y organización para la defensa nacional, carácter político, etc. (antropología política) de estos mismos pueblos.
Luego de Salta, Mellet continúa su rumbo. Se dirige primero a Chuquisaca. La acotada descripción que hace de este lugar es muy importante, y quizás disruptiva (un paréntesis) respecto al tópico social con el que gran parte de los viajeros europeos que le antecedieron utilizaban, y que él mismo también usó, para caracterizar a las poblaciones indígenas que, como habíamos visto, rondaba el semi-salvajismo y las facultades intelectuales limitadas. En este caso, sin embargo, de los indios de Chuquisaca dirá:
Los habitantes demuestran mucho gusto por la pintura, se ven cuadros que no les van en zaga a los de Europa. Todos los naturales del país son en general muy inteligentes y es de lamentar, en verdad, que no tengan la suficiente fuerza de voluntad para renunciar a los vicios que los dominan.[54]
Después de Chuquisaca, se dirige a La Rioja y San Juan, en donde no tiene la misma admiración por sus habitantes que la que mostró en Chuquisaca, puesto que, en esta región cuyana, para él, los habitantes son muy perezosos, rebeldes a las leyes y no respetan otra autoridad que la del cura “por quien tienen una especie de veneración”. Y después de una estadía en Mendoza, cruza los Andes por el Puente del Inca, y llega a Santiago de Chile.
En esta ciudad, donde el comercio para Mellet era muy lucrativo y diverso, y en donde a sus habitantes “no hay que reprocharles nada desde el punto de vista del trabajo y de la industria; poseen todas las artes a la perfección (…) y aunque políticos, son de carácter muy afable”, también lo encontró la experiencia independentista, de la que dejó alguna huella en su relación de viaje. Así lo comenta:
En 1810, época de su independencia, fue saqueada y asolada durante algún tiempo por los que se hicieron sus dueños (…) En 1815, el Virrey de Lima envió a Osorio, brigadier el ejército realista, con 4000 hombres de tropa para reconquistarla (…) En efecto, expulsó a los independientes y volvió a tomar las riendas del gobierno; algún tiempo después fue llamado a Lima; pero su sucesor dejó tomar la ciudad por el general San Martín, quien expresamente vino de Buenos Aires a la cabeza de 5000 hombres. Solamente la bravura y la intrepidez pudo envalentonar a esos soldados para atravesar las cordilleras, esas montañas inaccesibles e impracticables para apoderarse de Santiago. Cuando el Virrey de Lima supo que los independientes se habían hecho dueños de esa capital, envió nuevamente a Osorio con tropas más numerosas que en la primera expedición. Con tal ejército él esperaba tomar de luego esa ciudad; pero resultaron fallidas sus esperanzas, ya que sus soldados fueron derrotados completamente.[55]
Aquí de nuevo, como en el caso de Salta, hay por parte de Mellet una mirada antropológica política positiva sobre los independentistas, guiados por un General (San Martín), cuyo heroísmo e intrepidez los sobreponen a los duros obstáculos para lograr una gesta histórica.
Podemos decir, entonces, que en las experiencias políticas históricas criollas que relata el viajero francés (la defensa porteña contra las invasiones inglesas, la guerra gaucha en el norte del país y la independencia de Chile), no hay elementos negativos, no lo pueden ser ni el heroísmo, ni la intrepidez, ni la valentía, ni el reconocimiento de intereses comunes tanto para la defensa territorial ante la invasión inglesa o para la independencia respecto a España. Hay más bien reconocimiento de capacidades para la realización de dichos objetivos virtuosos. Empero, en sus descripciones, este valor político de los sectores populares no siempre corresponde con la axiología social que Mellet les adjudica a esos mismos actores que fueron parte fundamental de esas experiencias. He ahí, que la relación de Mellet sobre el sur del continente navega entre unas descripciones sociales y culturales muchas veces negativas y una antropología política, otras tantas, positivas.
El caso de Roquefeuil.
Pasemos a revisar ahora qué sucede, en este sentido, con las descripciones que hace Roquefeuil en su relación de viaje.
Como habíamos dicho cuando presentamos a nuestros viajeros, a diferencia de Mellet quien se adentró al interior del país, y tuvo residencias más prolongadas en cada uno de los lugares que visitó de la América meridional, Roquefeuil nos ofrece una relación de viaje más bien marítima, cuyas observaciones fugaces (para esta parte del continente) pusieron énfasis mayoritariamente en lugares costeros por los que pasó su expedición y, aunque también recorrió algunos pueblos y ciudades del interior, como Santiago de Chile y Lima en Perú, su estadía en estos lugares fue más bien de corta duración, a modo de visita. Con lo que estas diferencias de tiempos y lugares, implicaron dinámicas distintas en la mirada sobre sus experiencias sociales en estas regiones. Por otro lado, Mellet nos ofrece un cuadro bastante detallado de las Provincias del Río de la Plata, mientras que en los dos primeros capítulos del tomo I de la relación de viaje de Roquefeuil, que son los capítulos que aquí trabajo, las descripciones se centran en determinados lugares de Chile y Perú. Si bien el marco regional elegido para desarrollar esta propuesta es el espacio rioplatense, la inclusión del relevamiento de Roquefeuil en torno a Chile y Perú se explica en el hecho de que, para el período analizado, el momento de las independencias americanas, estas tres regiones, en mayor o menor medida, se vinculaban cultural y económicamente; y, sobre todo, compartían una misma experiencia histórica, social y política.
La expedición del Bordelais partió del puerto de Burdeos el 11 de octubre de 1816. El objetivo del viaje al Mar del Sur y a la costa noroeste de América era “emprender algo útil para Francia en busca de nuevos puntos de venta a la industria nacional” y tratar de superar la difícil situación en la que había quedado el comercio marítimo francés luego de la Revolución, a causa de las guerras que le sobrevinieron y los estrechos límites en que se encontraba en el momento de la segunda Restauración.
El 1 de enero de 1817, el Bordelais se encontraba a cuarenta leguas de la costa de las Malvinas. Este lugar, le recordó a Roquefeuil que Francia tenía allí un pequeño establecimiento colonial que era prometedor de manera considerable por la riqueza de la pesca, y porque también podría servir como un lugar de deportación. Además, todo proyecto francés sobre estas islas, a sus ojos, era factible de realizarse, puesto que por la situación política en la que se encontraba España en ese momento, ya no podía exigir el principio dominante sobre el nuevo continente. El 22 de enero doblaron por el extremo occidental del Estrecho de Magallanes y el 23 emprendieron ruta directa hacia Chile. El día 5 de febrero anclaron frente a Valparaíso, algo más de tres meses después de dejar la Gironda. Fue recibido por el gobernador de aquella ciudad, don José de Villegas, quien le brindó la más agraciada recepción, acompañada de expresiones de benevolencia que, afirma:
atribuí en gran parte a mi título de oficial de la marina real, y al recuerdo de MM. Dubouret y de Tilly, capitanes de fragata, a quienes había él conocido cuando servían en España, y de quienes tenía cartas.[56]
Asimismo, Roquefeuil estaba autorizado no sólo para satisfacer las necesidades del barco, sino que también tenía la venia para hacer uso de todas las instalaciones del gobernador.
Al día siguiente, al notar que un barco, el San Sacramento, partía hacia Lima con varios deportados, incluidos monjes y eclesiásticos, y al entablar contacto con algunos individuos más destacados entre los españoles y criollos europeos, tuvo ocasión de darse cuenta que “el genio de las revoluciones no había olvidado este país”,[57] que “el movimiento que ya había cambiado la faz de la América meridional se había extendido a Chile”[58] y que, aunque “después de haber elevado el estandarte de la independencia, este país había sido sometido, en 1814, por el general Osorio, los fervores revolucionarios aún existían”.[59] Ese mismo día, a la noche, estaba cenando con el Sr. Villegas cuando éste recibió una noticia. Así lo comenta Roquefeuil:
Un cuerpo de tropas de Buenos Aires había cruzado los Andes y comenzado con éxitos sus planes que, sin ser decisivos, inspiraron las preocupaciones más vivas de españoles europeos (...) El señor Villegas no participó en la consternación general; pero todos sus esfuerzos por tranquilizar a los espíritus, al exponer los grandes medios que el gobierno tenía a su disposición para contener la insurrección, causaron poca impresión en los hombres que ya estaban aterrorizados.[60]
La información que en esta cita nos ofrece Roquefeuil es bastante clara: además de mostrarnos el clima social y el estado emocional en que se encontraban las clases más acomodadas de la sociedad ante semejante panorama, también nos refiere a una situación de politización muy importante de los sectores populares chilenos durante más de tres años de guerra independentista,[61] y al hecho de que dicha participación social fue sustancial en un movimiento histórico con repercusión continental que estaba cambiando radicalmente la vida política de la América meridional. Este panorama se va a ir profundizando a medida que, de acuerdo a Roquefeuil, llegaban las noticias desde el interior anunciando el progreso de las tropas de Buenos Aires, “cuyos partidarios, difundidos en varios puntos, hicieron que el país se sublevara en todos los lugares donde se presentaron”.[62]
Como vemos a través de estas citas, la antropología política que Roquefeuil hace respecto a los sectores populares chilenos está saldada de manera virtuosa, es decir, campesinos criollos revolucionarios sublevados que, levantando el emblema de la independencia, tienen la capacidad para romper la opresión colonial y constituir un hecho histórico de repercusiones continentales.
Ahora bien, ¿cómo se relaciona esta dimensión de su descripción con la valoración social que realiza de esos mismos sectores populares?
Habíamos visto que en Julien Mellet la correlación entre la antropología social y la antropología política del pueblo rioplatense no siempre concordaba. Así, por ejemplo, si en el norte del país la población mostraba, a sus ojos, algunos rasgos y costumbres negativas, en términos de participación y realización política sus características eran virtuosas. Pero en Roquefeuil notamos, y esta es la segunda hipótesis del presente trabajo, que estas dos dimensiones de la descripción, valoración social y antropología política se van emparejando positivamente. Podemos ver que, en Roquefeuil, las desventajas de los chilenos en términos sociales devenían más de una historia de opresión por parte del gobierno colonial, que, de la falta de capacidades innatas de estos pueblos, ya que:
entre aquellos que han recibido una educación cuidadosa, varios han demostrado que no son inferiores a los europeos en términos de facultades intelectuales. Lo mismo ocurre con su coraje, como lo han demostrado en las diversas batallas que han sostenido en el curso de su lucha contra la metrópoli, sin excluir la de Rancagua, que temporalmente puso a Chile nuevamente bajo la dominación española en 1814.[63]
Esta capacidad social y política del pueblo chileno, que le ha permitido resistir durante tres años la contraofensiva realista en sus tierras, su vocación de organización para mantener el estado de insurgencia, le permite a Roquefeuil arribar a una especie de conclusión sobre la dinámica autónoma del movimiento independentista chileno, cuando éste afirma:
La repentina revolución que tuvo lugar en Chile durante nuestra corta estadía, tal vez estuvo menos determinada por el éxito de las tropas de Buenos Aires que por el espíritu de insatisfacción y defección que fermentó en todas las clases, y que estalló por todos lados con su aparición. [64]
Esta conclusión del viajero francés parecería anticipar, de alguna manera, aquella interpretación que medio siglo después Mitre promulgará en su Historia de San Martín respecto a que el ejército sanmartiniano, por su composición y su espíritu era esencialmente argentino. Y esta idea tomaría más fuerza, aún, si observamos cómo Roquefeuil describe la batalla de Chacabuco,[65] decisivo enfrentamiento entre las fuerzas independentistas americanas y el ejército realista, que tuvo lugar el 12 de febrero de 1817 en Chile. Notaremos que, en esa descripción que Roquefeuil hace de la batalla y del Ejército Libertador de los Andes que comandaba San Martín, el mismo estaría conformado enteramente con tropas de Buenos Aires, en marcada ausencia de la participación chilena, como si en el proceso independentista chileno se hubieran coadyuvado dos movimientos completamente autónomos, de carácter propio, el ejército sanmartiniano de Buenos Aires, por un lado, y los sectores populares insurgentes chilenos, por el otro. Sin embargo, el espíritu americanista que impulsó la independencia del país trasandino como el que le dio identidad al Ejército Libertador del Sur se afirma en virtud de que en el mismo participó un importante número de emigrados chilenos que, asilados en Mendoza luego de la derrota de Rancagua, conformaron regimientos de infantería, caballería y artillería; era, por tanto, un ejército sudamericano (Galasso, 2011: 205). Que este factor no lo haya destacado Roquefeuil en su descripción se puede deber más a una falta de conocimiento completo de los actores que participaban en el ejército, que a una voluntad consciente de querer proponer una interpretación histórica con algún tipo de fin político-social. Hay que resaltar la neutralidad, la distancia, con la que este viajero narra los acontecimientos. A pesar de que en su aventura fue acogido por los sectores dominantes de la sociedad chilena y peruana, no mostró preferencia por ningún bando, y en sus descripciones pocas veces aparecen términos valorativos negativos sobre la realidad política-social de estos territorios.[66] Esto, sin duda, lo distancia de otros viajeros europeos (franceses) que le antecedieron o que fueron contemporáneos suyo en el redescubrimiento de América.
Dada la urgencia de la situación con la que Roquefeuil se encontraba en Chile, precipitó su salida hacia el Perú, cosa que concretizó el día 14 de febrero cuando emprendió, con el Bordelais, rumbo hacia el Callao. Arribó al puerto principal peruano el día 28 de febrero. El virrey del Perú, respondiendo favorablemente a una carta que Roquefeuil le había enviado el día anterior, en la que le solicitaba protección y permisos comerciales, lo invitó a ir a Lima. Entre esos días de febrero y el 28 de mayo de 1817, estuvo en Perú tratando de cumplir la misión comercial que había orientado su viaje hacia el país incaico. De su recorrido por las regiones de los alrededores de Lima-Callao, el conde francés nos sigue ofreciendo una visión muy peculiar acerca de la historia, la sociedad y el espíritu político de los sectores populares locales, en esta época de transformaciones profundas. Digo peculiar, respecto al movimiento de redescubrimiento de América que la intelligentsia francesa estaba llevando a cabo en las primeras décadas del siglo XIX, que aún continuaba reposando, en la gran mayoría de los casos, sobre las tesis de la inferioridad americana. Podemos notar en el relato de Roquefeuil, que las desventajas socio-políticas que presentaban los americanos en Perú, también se debían más a la herencia colonial española, que ha limitado en esta región, como en Chile, el progreso de las virtudes de las ciencias, las artes, el comercio y que ha fomentado el “vicio de la bebida” en todos los estratos de la sociedad, que a una inferioridad natural histórica-antropológica de América, como planteaban aquellas tesis de los gabinetes filosóficos europeos. Un pasaje de su narración, me parece, puede contribuir a confirmar esta idea. Estando en Lima, Roquefeuil pudo recorrer el sitio de Miraflores, donde se hallaban algunas ruinas de los antiguos peruanos. Así lo comenta:
La extensión y elevación de estos restos es testimonio suficiente de la grandeza de esta nación, y la mayoría de estos vestigios conservan algo de su imponente grandeza. Me parecieron dos o tres pertenecientes a acueductos: se sabe que estos pueblos tenían el talento para llevar agua desde las alturas a grandes distancias; y que, mediante su sistema de riego, se les había dado la agricultura en un grado muy superior que en el presente.[67]
Como vemos, el legado histórico de los pueblos originarios peruanos era de grandeza antes que de inferioridad civilizatoria.
Si de las observaciones en el terreno del legado histórico, nos deslizamos hacia la descripción que realiza de una de las expresiones culturales del pueblo peruano de la época (la corrida de toros), también comprobamos que sus aseveraciones están lejos de planteamientos que hagan algún tipo de alusión a la inferioridad americana.[68]
Pero no sólo en la arena de la Plaza de toros los criollos no eran menos que los europeos (españoles), sino también en la arena política, donde los peruanos, entre quienes “la fortuna, los viajes, algunos conocimientos y su opinión” lo “elevan a los asuntos más grandes”, están acelerando el cambio que debe poner fin a la oscuridad que implicó la administración colonial, estableciendo su independencia. Si bien es cierto que parecería a primera mano que Roquefeuil plantea que el espíritu independentista se insinuó inicialmente “en las primeras clases peruanas”, entre los criollos acomodados, cuya “autoestima y ambición se veían ofendidas por las preferencias que el gobierno otorgaba a los europeos”, se puede leer entre líneas de su relato que esas aspiraciones de transformación se hacen extensivas a los diferentes sectores sociales de la nación incaica, porque “la inquietud de los espíritus sólo puede ser para la multitud el efecto de su deseo de innovación que se extendió durante treinta años” en esta parte de la América meridional.[69]
Y para confirmar el alejamiento, el desplazamiento, del imaginario antropológico socio-político de Roquefeuil sobre el pueblo americano respecto al lugar de inferioridad que las teorías de la Europa ilustrada lo condenaba en el teatro mundial de la Historia, en las conclusiones sobre sus observaciones del proceso independentista peruano dirá que el “amor a la libertad” y “el espíritu revolucionario que agita el Perú y casi toda América, que siempre se ha manifestado en las colonias que han alcanzado cierto grado de fuerza en relación con sus metrópolis y con las provincias oprimidas por gobiernos distantes, es el mismo espíritu de independencia y bienestar que ha animado a Suiza, Holanda y a Estados Unidos”.[70]
A modo de conclusión
El nuevo despertar en la Historia del continente americano en el siglo XIX, la participación cada vez más profunda de los sectores populares en los movimientos independentistas y la afirmación cada vez más notoria de los criollos en el escenario político, implicó para la conciencia europea una nueva lectura de la realidad americana, que les devolvió al mismo tiempo, como un espejo, a través de los relatos de viaje, una mirada crítica sobre sus propias realidades sociales y culturales (Bertrand y Laurent, 2002). Varios estudiosos sobre el tema, dan cuenta de este giro epistémico que el siglo XIX representó respecto a su predecesor. Además de los y las autoras que ya abordamos, Álvaro Fernández Bravo (s/f.), también relacionando la perspectiva de la reinvención de América en los relatos de viaje, plantea que si durante el siglo XVIII predominó en algunos sabio europeos una imagen idealizada de América, en la que se “asociaba al nuevo continente, precisamente por su condición de nuevo, con lo inmaduro y lo imperfecto”, y en cuya naturaleza malsana y corrupta, degeneraban y se deformaban, asimismo, tanto especies como seres humanos, caracterizados como inferiores en sus atributos sociales y políticos; a comienzos del siglo XIX “esta situación se modifica radicalmente, en parte debido a la independencia de las naciones americanas”, cuando a partir de entonces “proliferaron relatos de viaje tanto de viajeros europeos como americanos, que contribuyeron a afirmar el concepto de América Latina”, pero también a indagar, con otro tipo de percepción, sobre “la identidad colectiva” del nuevo continente, superando críticamente las teorías de la inferioridad constitutiva de América que promulgaban desde sus gabinetes filosóficos tanto Buffon, Raynal como De Pauw, entre otros.
Sin embargo, en el presente escrito observamos como este redescubrimiento de América del siglo XIX no fue uniforme ni lineal en los viajeros franceses que le sucedieron a la gran aparición de Humboldt. Si bien es cierto que en todos esos relatos que se producen en las primeras décadas del siglo “interviene una observación atenta de la organización social, económica y política de las emergentes naciones latinoamericanas”, en algunos de ellos, como en el caso del anónimo exagente superior de servicio de hospitales militares de la Armada francesa o en Freycinet, los tópicos conceptuales usados para describir esas realidades rioplatenses muchas veces seguían dando cuenta de la inferioridad antropológica social y política americana, y sus relatos estaban más cerca, por decirlo de alguna manera, de las relaciones de viaje de los viajeros coloniales del siglo XVIII que de las de Humboldt. Ahora bien, si en el caso del relato de Mellet se va develando, poco a poco, la capacidad de realización política de los sectores populares de estas regiones, frecuentemente eclipsada por una valoración social negativa de los mismos, considero por lo analizado en estas páginas, que en Roquefeuil sí tiene lugar (por lo menos en los capítulos de su relato que trabajé) un redescubrimiento positivo del mundo sudamericano; y existe en él, evidentemente, una mirada diferente de la alteridad popular como sujeto político y social respecto al lugar conceptual en que lo ubicaba, hasta no hacía mucho tiempo, el imaginario ilustrado y académico europeo.
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Notas
En su análisis Imagen del gaucho en los viajeros ingleses, 1820-1840, Prieto muestra cómo dichos relatos expresan una transición discursiva: del registro racionalista-utilitario heredado de la Ilustración -orientado a la mera consignación del dato objetivo y a la utilidad comercial- hacia una narrativa que introduce el discurso romántico, el cual estetiza el paisaje, incorporando “el sentimiento de lo sublime a la descripción de la naturaleza” y construyendo desde ahí “un verdadero cuadro de costumbres” en el que se articulan la escena dramática y el escenario físico con la valoración de “los tipos humanos y las formas de asociación definidas como primitivas” (el indio y el gaucho), desde aspectos tanto sombríos (“ferocidad”, “borrachera”, “vicios”, etc.) como también fascinantes y admirables (“resistencia física”, “excelentes soldados”), que terminan por posicionar al gaucho como arquetipo y figura emblemática de libertad e independencia.
Si bien las relaciones de viaje de Mellet y Roquefeuil responden, por lo menos en un comienzo, a intereses comerciales y estratégicos propios de la navegación y la expansión política-mercantil francesa, adscribiendo sus narrativas a un registro discursivo más bien racionalista-utilitario; a medida que recorren la región y toman contacto con las otredades que habitan estas tierras, se observará, en sus relatos, una incipiente y paulatina incorporación de elementos discursivos y textuales que responden al imaginario romántico (véase, en este sentido, el uso en los escritos franceses aquí trabajados de adjetivos y categorías como: “multitud”, “carácter de los habitantes”, “ferocidad”, “salvajes costumbres”, “valentía”, “heroicidad”, “espíritu de libertad e independencia”, etc.). Por lo tanto, es posible ubicar también a los viajeros franceses, Mellet y Roquefeuil, en ese contexto de transición cultural entre el racionalismo iluminista-utilitario y el romanticismo, tal como propone Prieto para el caso de sus viajeros ingleses de la segunda y tercera década del siglo XIX.