Dossier
“La Pampa” en el “mapa cultural de la Argentina”. Circuitos y redes de intercambios intelectuales entre 1935 y 1955
“La Pampa” in the “cultural map of Argentina”. Circuits and networks of intellectual exchange between 1935 and 1955
Estudios del ISHIR
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
ISSN-e: 2250-4397
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 14, núm. 39, 2024
Recepción: 15 abril 2024
Aprobación: 05 junio 2024
Publicación: 30 agosto 2024
Resumen: Las tramas de la sociabilidad cultural en los espacios interiores del Territorio Nacional de la Pampa conformaron la emergencia de distintas asociaciones en las dos ciudades más importantes del territorio pampeano. El estudio se propone indagar en las redes que marcaron la condición de posibilidad para la gestación de producciones y grupos intelectuales en un espacio de repoblamiento reciente. La investigación, por un lado, analiza las redes de la “Asociación amigos de arte y letras”, de General Pico, en el contexto de la sociabilidad cultural local y regional entre los años 1935-1955. Por otro, desglosa distintas aristas que incidieron en la producción de un discurso sobre lo pampeano, como resultante de un proceso complejo en el que resaltan los condicionamientos, desafíos, sinergias y tensiones de los contactos con otros espacios y referentes regionales.
Palabras clave: sociabilidad cultural, redes intelectuales, espacios interiores, identidad, regiones culturales.
Abstract: The social fabric of cultural sociability in inland spaces of the National Territory of la Pampa shaped the emergence of different associations in the two most important cities of the territory. The study aims to investigate the networks that marked the condition of possibility for the creation of productions and intellectual groups in a recently repopulated space. The research, on the one hand, analyzes the networks of the “Friends of Art and Letters Association” of General Pico, in the context of local and regional cultural sociability between the years 1935-1955. On the other hand, it breaks down different aspects that influenced the production of a discourse on the Pampas, as a result of a complex process in which the conditions, challenges, synergies and tensions of contacts with other spaces and regional references stand out.
Keywords: cultural sociability, intellectual networks, inland spaces, identity, cultural regions.
Introducción
En las ciudades más importantes del Territorio Nacional de la Pampa, las tramas de la sociabilidad cultural conformaron, a partir de finales de la década de 1930, distintos grupos y asociaciones culturales. El estudio analiza las redes intelectuales y los espacios de sociabilidad que marcaron la condición de posibilidad para la gestación de diferentes producciones en los contornos de espacio de reciente reconfiguración. En particular, en esta oportunidad se exploraron las redes articuladas en torno a la “Asociación Amigos de arte y letras”, de General Pico, en el contexto de la sociabilidad local y regional entre los años 1935-1955.
La investigación está enmarcada en una línea de estudios que postula la necesidad de indagar en el mapa de los circuitos de contactos culturales entre ciudades y espacios locales y regionales (Castelnuovo y Ginzburg, 1979), conformado a partir de una trama histórica y dinámica que conectaba en un juego de escalas (Revel, 2015) a agentes e instituciones de distintos centros y periferias del país. Para explorar esa trama de contactos, la investigación se vale del diálogo complejo entre los aportes de líneas de analíticas convergentes que articulan: la historia social de los intelectuales (Williams, 1980; Charle, 2000, 2009; Altamirano y Sarlo, 1999), el estudio de los espacios de sociabilidad intelectual (González Bernaldo, 2008; Bruno, 2010, 2014) y de las redes intelectuales (Pita González, 2009; Chicote, 2014) con el análisis de la trama social de sentidos y representaciones que manifestaban en la producción y prácticas impulsadas por distintas figuras y espacios (Chartier, 1992). Bajo esos lineamientos, el estudio de los intelectuales en los espacios interiores desde una perspectiva que pone el foco en las historias conectadas (Bohoslavsky, et al., 2018) cuenta con indagaciones que presentaron avances en el planteamiento de un nuevo corpus de categorías y prácticas de investigación, (Agüero y García, 2010; Fernández, 2003; Fernández y Caldo, 2013; Martínez, 2013, 2015, 2019) y han conformado andamiajes conceptuales y metodológicos muy útiles para examinar la historia de los intelectuales, sus redes y ámbitos de sociabilidad en los espacios no centrales. De manera particular, para explorar en la problemática de los contactos culturales entre los productores e intelectuales del Territorio Nacional de la Pampa y los diferentes espacios regionales entre las décadas del 1940-1950 se consideraron, además, con aportes de una serie de estudios previos[1].
En función de los presupuestos teóricos y los precedentes referenciados, en esta oportunidad nos proponemos explorar uno de los espacios sociabilidad que promovió la elaboración de las primeras sistematizaciones éditas que presentó la producción de escritores y productores culturales pampeanos en las décadas de 1940-1950. De manera específica, indagaremos en las prácticas, redes e itinerarios de los intelectuales nucleados en la “Asociación Amigos de arte y letras”, conocida también como “La Peña”, creada en General Pico en el año 1935, y que tuvo una activa labor cultural e intelectual en toda la región. Al respecto, nos preguntamos ¿qué características tenían los espacios de sociabilidad y las redes intelectuales que gestaron las condiciones de posibilidad para desarrollar las primeras sistematizaciones éditas de la producción intelectual pampeana entre 1940-1950? Los objetivos que orientan esta investigación son: a) caracterizar los espacios de sociabilidad y prácticas compartidas por los intelectuales que promovieron las primeras sistematizaciones, b) reconocer sus referentes individuales y grupales y c) explorar en algunas de las redes de intercambios y tramas de sentido referenciadas en la producción de estos agentes, elaboradas en diálogo y contactos, no exentos de tensiones, con otros espacios y grupos intelectuales fuera del ámbito territoriano. A partir de finales de los años treinta, la trama de las redes de la sociabilidad cultural e intelectual entre los espacios no centrales adquirió mayor densidad y presencia en distintos “espacios interiores”, postulamos la incidencia sustantiva de esos intercambios y mediaciones para el desarrollo de las formas que adquirió la sociabilidad cultural en sociedades de reciente conformación.
La sociabilidad cultural en los principales centros urbanos del Territorio Nacional de la Pampa en los años 20: entre la tradición normalista, la prensa y los movimientos provincialistas
Desde la época del centenario en la capital pampeana[2] emergieron figuras intelectuales que produjeron una de las primeras creaciones vinculadas con el planteamiento de un relato identitario local. La iniciativa estuvo generada a partir de un sector que incentivó el proyecto provincialista de Pedro Luro, en el año 1912. Los miembros de este grupo pertenecían al circuito de funcionarios y profesionales,[3] eran cultores de la poesía y del salón; las tertulias santarroseñas y el periódico La Capital eran sus principales centros de sociabilidad e intercambio intelectual.
Las prácticas de las tertulias, de sesgos más elitistas, fueron efímeras en el Territorio y se vieron reemplazadas por otras prácticas y eventos en la década del veinte. En el ámbito pampeano esa coyuntura estuvo signada por la influencia creciente de diversos actores e instituciones, como las agrupaciones culturales estrechamente relacionadas con las dos únicas instituciones dedicadas a la educación secundaria: la Escuela Normal (1909) y el Colegio Nacional (1917), la presencia de nuevos núcleos políticos de jóvenes provincialistas y la consolidación de distintos centros culturales y bibliotecas populares, en varias localidades, vinculados con la militancia de las izquierdas.[4]
En el Territorio, los años veinte marcaron la transición hacia otras formas de intercambio y legitimación entre los aficionados a las letras en la capital pampeana. Además de las creaciones difundidas a través de la prensa, algunos maestros incursionaron en otro tipo de prácticas asociadas con la emergencia de grupos con orientación literaria. Algunos trabajos comenzaron a conocerse a partir de concursos organizados por las asociaciones docentes. Por un lado, en otros trabajos hemos analizado las prácticas de la Asociación Sarmiento de Santa Rosa,[5] la cual instauró los juegos florales del Territorio. Las formas materiales de los textos evidencian un proceso imbricado entre las prácticas de la prensa y la producción intelectual hasta finales de la década de 1930.[6] Por otro lado, hacia fines de los años veinte, jóvenes provincialistas universitarios nacidos en el Territorio apelaron a la estrategias para responder al discurso de la exclusión de la ciudadanía por la carencia de sectores facultados para el gobierno, con sólida formación política e intelectual, una de ellas fue referenciar un conjunto de autores locales que detentaban prestigio y reconocimiento social, al tiempo que se convertían en los representantes de la producción literaria pampeana, gestada en esos primeros tiempos como condición de autonomía política (Lanzillotta y Martocci, 2022). Pedro Fernández Acevedo, periodista, maestro y abogado provincialista, integrante de la Asociación Sarmiento y militante del radicalismo, difundía a través de su columna de La Autonomía una temprana selección de la producción intelectual territoriana:
¿Cómo si tenemos poetas? Pero señor Manuel María Oliver, como quiere en un día ver todas las cosas.
Ignora Ud. el Himno al grano de Juan Julian Lastra, que prologaba los libros de versos de Alfonsina Storni, premios de Lindolfo Dozo Lebeaud en los juegos florales de la ciudad de La Plata, y de Ismael Dozo, también premiado en los mismos, ignora la existencia de la señorita Advíncula Rubio, del señor Comas, modesto empleado de la sucursal local del banco de la nación, fallecido que tiene poesías patrióticas en todas las antologías del país. […]
Ignora, que son los hermanos Turdera, nativos del territorio, muchas de las poesías que suele publicar la revista metropolitana “El Hogar” […]
Ignora que el joven Salomón Wapnir, que reside en Ingeniero Luiggi y ha dado no hace mucho una conferencia en la plaza de esta ciudad, tiene obras de crítica profundas sobre Rubén Darío, Almafuerte, Lugones y otros poetas, cuyas obras han merecido comentarios encomiásticos en los grandes rotativos.
Ignora que Donato Dávila hoy ya abogado, cultiva las letras y tiene preciosas poesías. Ignora que el Director de la escuela normal don Juan M. Cotta es único en la épica Nacional con su preciosa “Leyenda de Dolores” […].[7]
Los referentes aludidos mostraban una serie dispersa de nombres, producciones y reconocimientos recibidos. Para justificar la selección, recurrieron a formas de legitimación extraterritorianas, como certámenes literarios, publicaciones en algunos medios de prensa nacionales o bien el aval de autores reconocidos. También se mencionaban algunas publicaciones que circularon en medios de prensa “independiente” de la capital del Territorio, difundidas a partir de redes establecidas en el entorno de asociaciones culturales locales, en especial, las gestadas en los contornos de la tradición normalista, como la Asociación Sarmiento[8] de Santa Rosa. En esta etapa de vida intelectual territoriana, fue predominante la producción de poesía, signada por un imaginario centrado en las ideas de la modernización y el progreso (Laguarda, 2010; Moroni, 2012), sustentado en los alcances fundacionales de la colonización, el ferrocarril y la inmigración europea, que comenzaba a ser matizado, entrados los años veinte, por algunas ideas ancladas en el espiritualismo.
“De arte y letras”: cambios y continuidades en la dinámica asociativa y cultural del Territorio en los años ‘30
Sobre esas marcas y precedentes, en los años treinta y cuarenta se produjo a nivel local la emergencia de agrupaciones más autónomas de las gestiones normalistas, de los periódicos y centros políticos, prácticas que se introdujeron en un contexto marcado por importantes transformaciones políticas, administrativas y de la crisis económica y social que asoló al Territorio. En el ámbito de la producción intelectual, el proceso se articuló con un movimiento a escala mayor que propiciaba la emergencia de diferentes entidades culturales en el país. Por un lado, algunos grupos intelectuales y disciplinares se fueron conformando en articulación con algunas agencias del Estado nacional, creándose instituciones involucradas en forma directa con la gestión cultural estatal a nivel nacional, como la Comisión Nacional de Cultura (1933), la Comisión Nacional Monumento al Teniente General Roca (1935), la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos (1938) y la Academia Nacional de la Historia (1938), ampliando también sus redes en espacios locales. También por ese entonces se crearon las dependencias de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en algunos espacios provinciales (Martínez Zuccardi, 2007, 2012). Por otro lado, en esa década cristalizaron redes de intercambios entre grupos intelectuales disidentes con el gobierno de Uriburu, los cuales estrecharon vínculos con los espacios “interiores”, entre ellos, el Colegio Libre de Estudios Superiores (CLES), creado en 1931 (Cernadas, 2005; López Pascual, 2011). Una agrupación que reunía intelectuales reformistas y de las izquierdas, aglutinados, primero, bajo el antifascismo y, luego, en el antiperonismo, quienes a principios de la década de 1940 conformaron nuevas filiales en espacios interiores, entre ellas, se destacaron las de Rosario y Bahía Blanca.[9]
En ese contexto, las redes del movimiento intelectual y la crisis socioeconómica que atravesaba la región promovieron nuevas formas de la vida cultural en el interior pampeano, marcada por la crisis agroclimática y el despoblamiento. Estas nuevas tramas marcaron transiciones significativas en la dinámica de las formas de la vida cultural de las dos principales ciudades del Territorio. En ese entonces se produjo la emergencia de grupos intelectuales que tenían un carácter más autónomo que los precedentes. Estas agrupaciones se mostraron más independientes de las autoridades de las instituciones educativas y de la prensa. Adoptaron la forma de peñas y se organizaron en: “La Peña” (1935), en General Pico, y en “La Peña Pampa”, en la ciudad capital. Sus organizadores postulaban, entre otros propósitos, la neutralidad en la política partidaria y la necesidad de afianzar contactos con entidades del mismo tipo en otros espacios.
La peña santarroseña surgió como una institución cultural muy vinculada, en principio, a los certámenes literarios, estos últimos ya instalados en el medio por la entidad normalista desde la década anterior. Entre sus miembros contó con la participación de Abel Reyna,[10] Julio Nery Rubio, Tomás Gatica, Miguel Mariani, Bernardino Aguirre, Carlos Alberto Torres y Nicolás Toscano, un grupo de abogados, maestros y profesores. La agrupación se presentaba como neutral desde lo político y se dedicada a promover un arte pampeano, como lo predicaban desde La Capital: “una entidad que rinde tributo únicamente a la cultura y al espíritu”, especificaban que “podrá ser socio, toda persona vinculada a actividades artísticas que hubiera dado prueba de ello, o que las diera a los efectos del ingreso”.[11] Sus organizadores, si bien provenían de distintas orientaciones políticas, eran manifiestamente provincialistas, aunque se observa preponderancia de adherentes al socialismo en los cargos directivos. Entre sus prácticas corrientes estaban las conferencias magistrales, la lectura y comentario de textos inéditos, junto al salón de arte y la velada musical. La entidad entró en declive a principios de los cuarenta, cuando algunos de sus impulsores se alinearon en las filas del proyecto oficialista de la gobernación,[12] al tiempo que en la capital se conformó otro grupo intelectual, el Centro de Estudios Pampeanos (CEP), al que nos referiremos más adelante.
En tanto, en el norte del Territorio, en la ciudad de General Pico[13], se organizó hacia 1935 una nueva asociación, “La Peña”, más alejada de los influjos de la gobernación territoriana y de los grupos capitalinos. Era una asociación formada a partir de un núcleo de personas reunidas en la “Agrupación de amigos de arte y letras”. La asociación tuvo una activa labor cultural y se fue transformando en administradora de dos bibliotecas, la Biblioteca Ameghino (creada por un centro de maestros en 1935) y la Biblioteca José Manuel Estrada (biblioteca municipal creada en 1910 en la Escuela Superior de niñas N.° 26), que se fusionaron con el nombre de esta última. La asociación cultural llegó a tener un peso a nivel local y regional en el norte pampeano y recibía apoyo del municipio. En relación con el funcionamiento material, demostró alcanzar cierta autonomía y reconocimiento del poder político territoriano. Cuando en los años cuarenta el municipio piquense intentó avanzar sobre la jurisdicción y el acervo de la asociación, sus integrantes apelaron al gobernador Duval, quien dirimió el conflicto en favor de los intereses de la entidad cultural.[14]
Los miembros de la comisión directiva eran cerca de diez personas y llevaron adelante toda una serie de actividades vinculadas con el quehacer artístico e intelectual. Entre los referentes miembros del grupo fundador de la entidad estaban José Prado,[15] Blanca Rosa Gigena de Morán,[16] Juan Álvarez, Armando Forteza, a los que se sumó el maestro y periodista Luis Feldman Josín. Entre sus actividades profesionales se destacaron como bibliotecarios, maestros y periodistas con militancia socialista. Entre las entidades que se presentaban como referentes de la entidad estaba la por entonces reconocida Sociedad Sarmiento de Tucumán, también referenciada por otros espacios de sociabilidad locales (Lanzillotta, 2019).
David se transformó en Goliath. La pequeña sociedad creció hasta ser uno de los más sólidos pilares en la evolución cultural del país. El esfuerzo se multiplicó de modo que hoy cuenta con un costoso edificio propio. Una de las mejores y más importantes bibliotecas le pertenece y es su orgullo. Tiene una sólida subvención del Congreso, hombres de difundida actuación pública como el Dr. Padilla surgieron de ella. Allí es donde cimentó el espíritu emprendedor Basilio. En los debates semanales de las tesis sostenidas aprendió a luchar con la palabra y con la pluma. Allí presentó sus primeras composiciones literarias que eran, como las de todos, discutidas, aprobadas y aplaudidas. Aquella Asociación fué el origen de infiltraciones internas que explican como una floreciente intelectualidad se desarrolla y adquiere formas propias luego de vaciarse en otros moldes. (1942: 140)
En consonancia con el perfil de sus integrantes, las prácticas centrales de la entidad estuvieron orientadas a resaltar figuras de la tradición normalista. Al respecto, llegaron a concretar una publicación vinculada con el reconocimiento y diversos homenajes a la figura de Raúl B. Díaz, homenajes que pueden ser leídos en clave antifascista, en defensa de la laicidad, en un contexto de avances en implementación de la educación religiosa en las escuelas nacionales.
No cabe duda que el esfuerzo de los pampeanos, reavivará el ejemplo que fué Raúl B. Díaz: muchos aprenderemos que fué un buen maestro; que, como Sarmiento, tuvo la mirada puesta en el progreso del país, tratando de educar en el campo, donde reside la savia que nutre a la República; que en el campo, vio plantearse un grave problema social, que exigía la inmediata elevación de las clases humildes por medio de la escuela, para evitar ulterioridades imprevisibles; que luchó ardientemente por la escuela de la democracia, laica y ajena a toda intromisión confesional; que fué tolerante y amigo de sus maestros, pero enérgico e intransigente en lo que respecta a su perfeccionamiento; que luchó sin miedo contra los de arriba cuando éstos eran malos y se alejó de todos los sectarismos sin claudicar jamás. (Mattiauda, 1942: 26)
Otro pilar central en la vida de la institución fue la organización de bibliotecas populares. La entidad era administrada por la biblioteca popular más importante de la ciudad en cuanto al número de asistentes, unos 40 lectores diarios, y en cantidad de volúmenes. Además de las actividades específicas, desde la biblioteca se generó una agenda diferenciada de actividades culturales, en la que las conferencias ocupaban un lugar central, seguida de recitales, cursos y certámenes literarios. Estas entidades, a diferencia de las anteriores, lograron concretar ciclos de conferencias de manera sostenida, las que tuvieron distintas temáticas y estaban a cargo de idóneos, como las conferencias “argentinistas”. Sus disertantes fueron figuras vinculadas con el quehacer educativo, visitadores de Escuelas, directores de Colegios Secundarios, entre los oradores locales estuvo el maestro y periodista Luis Feldman Josín, de reconocida militancia socialista, quien en ese entonces, después de varios conflictos en otra provincia, había sido trasladado como maestro a localidad de Sarah, donde se desempeñaba como corresponsal en el diario local La Reforma (Lionetti, 2013). Sus conferencias versaron sobre temáticas recurrentes entre los intelectuales de la región: la “Campaña del desierto y el General Roca”, atravesadas por los matices de las experiencias docentes con las comunidades indígenas de la región patagónica. En algunos textos del grupo, la exaltación de la figura de Roca se produjo en forma diferenciada, por “la otra conquista”: en función de su accionar como creador del Consejo Nacional de Educación y los debates sobre la Ley de Educación común. Como lo expresara Blanca Gigena de Morán en la publicación homenaje a Raúl B. Díaz: “No es verdad que la historia de los pueblos se escriba con campañas guerreras. Sino con empresas fecundas; con el arte, con la conciencia; con la educación; con el trabajo, y con la fructificación de los campos” (1942: 171).
Sus integrantes, además de organizar toda una serie de actividades de extensión cultural, intervinieron en la creación de instituciones culturales y educativas. El núcleo fundador de la entidad estuvo vinculado con la organización de un instituto de enseñanza secundaria, dependiente del Colegio Nacional de Santa Rosa.
Ha quedado documentado en la prensa, que correspondió a “La Peña" poner en marcha el movimiento que se tradujo en la creación del Instituto de Enseñanza Secundaria, hoy incorporado al Colegio Nacional de Santa Rosa[17]
y también en la organización de un Museo de Bellas Artes en General Pico.
En el plano local, el radio de influencia de la entidad se hizo extensivo a agrupaciones culturales de localidades cercanas. En especial, aunaron lazos de intercambio con productores culturales de la localidad de Eduardo Castex, donde se conformó, a partir de la gestión de Ricardo Nervi, junto a algunos vecinos y vecinas, la Asociación de Amigos del Arte (ADA), en la década de 1940, considerada entonces como “hermana” de la entidad de piquense.
Entre las instituciones extraterritorianas con las que trabaron lazos los referentes de “La Peña” estaban: el CLES, filial Bahía Blanca, el Colegio Nacional de Río Cuarto, cuyo director –Juan Vázquez Cañas– fue conferencista de la entidad. Esas redes promovieron sinergias que sustentaron la emergencia de publicaciones de algunas figuras locales en espacios de circulación más amplios.
El espacio de “La Peña” y la trama de relaciones en la que estaban insertos algunos de sus artífices principales ofrecieron la condición de posibilidad para que José Prado y Blanca Rosa Gigena de Morán publicaran sus ensayos, una novela y sistematizaciones sobre la producción intelectual pampeana. Los textos fueron el resultado de una serie de intercambios y de prácticas de conferencias magistrales, en las cuales autores habían participado en nombre de la asociación, situación que referenciaba cierto reconocimiento y legitimidad retroalimentada con la concreción de publicaciones de las producciones respectivas.
Redes del CLES y el grupo de los intelectuales del norte pampeano
Algunos miembros de la red conformada en torno al CLES ejercieron influencia central en la promoción de figuras locales del grupo de “La Peña”.[18] De la correspondencia que mantuvieron los directivos de la filial de Bahía Blanca y los referentes de la entidad piquense, se deducen los posicionamientos que tentaban los agentes en relación con la red intelectual (Devés Valdés, 2007). El centro de las relaciones locales estaba ocupado en ese momento por Blanca Rosa Gigena de Morán, entre sus contactos principales estaban Germán García, el director de la Biblioteca Bernardino Rivadavia y el abogado socialista Pablo Lejarraga, presidente de la filial bahiense.
En el intercambio con los autores radicados en el ámbito pampeano, era mayoritaria la información que circulaba en relación con las prácticas intelectuales de agentes y centros. Por la red circulaban publicaciones, propuestas, detalles organizativos, textos y apreciaciones sobre las conferencias realizadas en los espacios de sociabilidad del centro, materiales que algunas veces devenían en publicaciones impresas en revistas y folletos promovidos por las autoridades del CLES. Los trabajos hacían un recorrido bastante sinuoso desde los espacios locales hasta la filial bahiense y luego, previa selección de los editores, la conferencia podía incluirse, ya trasformada en artículo, en la revista Cursos y conferencias.[19] En algunas oportunidades, la entidad también posibilitaba la publicación de folletos, publicaciones de cientos de ejemplares, que tenía como destinatario a un público local.
El diálogo epistolar daba cuenta de una cercanía y una pertenencia a un grupo conformado en torno a vínculos intelectuales, aunque también evidenciaba ciertas marcas previas de la sociabilidad política. Si bien esos posicionamientos aparecían más encriptados en la correspondencia, fueron de relevancia para la promoción de los agentes, y se hicieron explícitos durante el primer peronismo, cuestión que retomaremos más adelante.
En referencia a las temáticas, la inserción de los autores locales estuvo centrada en plantear las características culturales de La Pampa en clave de los problemas sociales del agro. Dicha problemática fue eje de la conferencia de José Prado (1954), considerada después por Edgar Morisoli, un texto fundante de la identidad regional (Maristany, et al, 1997). En cuanto a la temática del agro, esta fue recurrente en varias de las conferencias propuestas en relación con el Territorio. En tanto, para la misma época, las conferencias vinculadas con la producción literaria local no llegaron a sortear los avatares que ese circuito presentaba. Las distintas propuestas y espacios ofrecidas desde el CLES a Blanca Rosa de Morán debieron posponerse, tanto en el centro bahiense como en el platense, aduciendo problemas personales y familiares de la escritora. De todas maneras, esos textos tuvieron un recorrido alternativo que los encauzó hacia circuitos diferentes.
Respecto de los vínculos entre escritores y periodistas pampeanos, estos no llegaron a posibilitar la apertura de filiales locales del CELS, como lo hicieran otras ciudades intermedias de la provincia de Buenos Aires. Los escasos actores involucrados en la red que hemos descripto y la presencia del CEP, en la capital pampeana, alineado con otras redes y con la gobernación territoriana, obstaculizaron la emergencia de una sede local en el Territorio. Después de 1955, una parte de la red gestada desde La Peña encabezó y diseñó la Dirección de Cultura de la Provincia de La Pampa, con la intervención de Juan Ricardo Nervi y Blanca Rosa de Morán (Salomón Tarquini y Laguarda, 2012). Desde las gestiones de esa dependencia estatal, ambos promovieron la creación de nuevas agrupaciones de escritores locales.
“Ver las cosas desde adentro”. Por un lugar en el mapa intelectual de la Argentina
Como avizoramos en el apartado anterior, la emergencia de la producción intelectual en ciudades pequeñas del interior requiere ser interpretada en clave de diálogos, intercambios y tensiones entre prácticas y estrategias que involucraban una trama densa y asimétrica de centros y espacios culturales.
En la década del ‘40, como resultado de esos intercambios y de la proliferación de una serie de redes y espacios se puso en agenda y se visibilizó la producción de algunos centros de “intelectuales de provincia”.[20] En ese contexto, apareció una publicación que presentaba las distintas regiones culturales de la Argentina, y que tuvo amplia repercusión en los espacios intelectuales en conformación. En clave simbólica, la publicación de Alfredo Coviello, referente del grupo Septentrión de Tucumán, Geografía intelectual de la República Argentina (1941), representó una interpelación fuerte para las agrupaciones culturales de las principales ciudades del Territorio. El texto esbozaba un mapeo de la vida intelectual de los “espacios interiores”, escrito desde esos centros, frente a la centralización de Buenos Aires y mostraba la existencia de un mosaico de cinco regiones culturales. La última región era la del sud, que reunía un conjunto integrado por el oeste de Buenos Aires, Patagonia y La Pampa. Este espacio era caracterizado como una “región embrionaria” –en relación con otras de mayor trayectoria que contaban con referentes intelectuales–, en la cual avizoraba la centralidad del grupo de Bahía Blanca. Consideraciones que se pueden explicar a partir de las redes e intercambios que dieron origen a la emergencia de la filial bahiense del CELS durante ese mismo año.
No cuenta el Sud con los caracteres inherentes a las demás zonas. Pero algún día Bahía Blanca ha de convertirse en el corazón de la región que comprende el sud de Buenos Aires, La Pampa y buena parte de la Patagonia, donde ya comienzan a pronunciarse escritores y poetas. (1941:31)
El mapeo de las regiones culturales mostraba en cierta forma la densidad de las redes y figuras centradas en los intercambios del CLES –entidad venía pregonando la inclusión de los “espacios interiores” y sus configuraciones en la dinámica intelectual regional–. En esa clave, las afirmaciones de Coviello, representaron una interpelación fuerte para los grupos intelectuales pampeanos. Los referentes locales, de alguna manera, al verse invisibilizados y subalternizados en relación con otros centros sintieron la necesidad imperante de “salir del anonimato”, de mostrar la producción intelectual de la futura provincia en distintos espacios culturales.
En sintonía con ese clima intelectual, en 1941, redes y agentes, avalados por la gobernación del Territorio trabaron vínculos con instituciones nacionales como Comisión Nacional de Cultura o la Comisión de monumento a Roca y promovieron en la capital territoriana la emergencia del Centro de Estudios Pampeanos (CEP) (Lanzillotta, 2012), otra agrupación intelectual gestada en Santa Rosa y presidida por Enrique Stieben. Desde la Revista del CEP, Stieben, en 1942, advertía al inaugurar el ciclo de actividades de la entidad:
En efecto, la mitad norte de nuestro país es ya un polípero de entidades respetables, aunque no siempre positiva, cuya geografía general y en detalle merece ser estudiada por los pampeanos, para saber qué lugar ocupamos…Los centros de Tucumán, Mendoza, Córdoba, Santa Fé, Entre Ríos y Capital Federal, con sus respectivas revistas, cumplen una amplia tarea educativa extraaular. Mientras tanto una apatía plúmbea tiene postrado el Sud de la República, en cuyoárea inmensa solo puede exceptuarse el Centro de Estudios Pampeanos…
Cree Alfredo Coviello, el recio dirigente tucumano del grupo Septemtrión, en la misión providencial de Bahía Blanca. Cree que esa ciudad marítima está destinada a popularizar el movimiento cultural pámpido. En ello está seguramente equivocado, porque Bahía Blanca, además de marítima es solo tangencial a la Pampa, circunstancia que no la habilita para interpretar el complejo telúrico histórico de esta región.[21]
Para el mismo periodo, en el seno del grupo de General Pico, bajo la pluma de Blanca Rosa Gigena de Morán, nacía el texto Plumas y pinceles de La Pampa (1955). De destaca labor en Amigos de arte y letras y La Peña, la autora se había convertido en referente del grupo, detentaba una gestión cultural y una red de intercambios en el espacio local y regional. Contaba en su haber con distintas conferencias en las que había disertado sobre la producción literaria y artística local entre los años 1930 y 1940. Con el advenimiento del peronismo, a pesar de su extensa labor en las instituciones culturales del norte, fue apartada de su cargo de bibliotecaria en la ciudad de General Pico. Situación que se puede interpretar como resultado de su adscripción ideológica en el campo de las izquierdas, consecuente con su inserción en grupos intelectuales antiperonistas reunidos en el CLES. Tales condiciones incidieron para que su libro sobre los intelectuales pampeanos, concluido a mediados de los años cuarenta, saliera a la luz una década más tarde. En efecto, durante el peronismo, la escritora hizo explícita su negativa de reemplazar en el título de su obra el nombre de La Pampa por el de Provincia Eva Perón.[22]
En consonancia con esos avatares editoriales, la emergencia de Plumas y pinceles… puede ser interpretada a partir de los intercambios entre grupos e imaginarios culturales fomentados por diferentes espacios de sociabilidad de regionales. En la introducción del texto la autora planteaba el propósito central de su trabajo, en alusión implícita a las afirmaciones de Coviello: “Entendiendo que La Pampa (tan magnífica), debe figurar en la geografía espiritual y artística de la República Argentina damos a la estampa esta reseña de sus más destacados valores. (1955: 15), así definir lo pampeano a partir de la producción intelectual y artística, mostrar que ese “pueblo joven” contaba con una serie de creaciones, al tiempo que avanzaba en la definición de alguna de las características y matices identitarios.
El texto presentaba una selección de obras literarias y artísticas de autores que tuvieron significación cultural en la provincia. Como lo han advertido estudios posteriores, los posicionamientos modernos y esencialistas macaron la antología propuesta en Plumas y pinceles (Miranda, 1999). Desde esos presupuestos, la modernidad estaba promovida por la inmigración extranjera, esta se reconocía como parte de los hijos de esa primera generación de colonos que pudo hacer florecer la producción cultural, en cierta forma, el grupo se presentaba como fundador de la identidad pampeana.
La compilación, sintetizaba la producción intelectual y artística de los referentes pampeanos, a quienes presentaba como los “cantores sociales del agro”, su trabajo era “el canto a las chacras” pobladas de inmigrantes “gringos”, por oposición al gaucho, la poseía gauchesca, atada al sentimentalismo, atributos que ubica como específicos del ambiente de las estancias de la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, también resalta, como elemento recurrente en la producción de los jóvenes del grupo, los escritos sobre las problemáticas sociales que marcaron las vidas del pionero-colono-chacarero.
Gallardou, canta la angustia del poblador, en vez del sentimentalismo querendón del gaucho perseguido, ¿Es que realmente tuvimos gauchaje a fuer de la soldadesca? ¿No pasamos del indio al poblador y verdadero conquistador del llano?...
¡Suficiente! ¡El gaucho es la tradición argentina que tanto amamos! Amamos a este antecesor nuestro, magnífico y olímpico entronque de nuestra raza, ancestro de la patria posterior a la indo-española. Pero lo pampeano tiene raíz indígena, su origen es indio…El gaucho se marchó luego de la conquista sobre el aborigen. El extranjero ocupó su lugar y comenzó a establecer la conciencia campesina, (¿adormecida en la lucha?) Con su esfuerzo comenzó a labrar la tierra y a mejorarla, hasta expoliarla y dejarla exhausta…también es verdad, solo tenía que adquirir otra conciencia, la de nacionalidad, que es el suelo y los símbolos que desconocía, le correspondería a los hijos nacidos ya en el campo bravío y domado con pan, con la otra conquista, la del intelecto. La que se hace con la pluma y el pincel. Este libro se propone demostrarlo. (Gigena de Morán, 1955: 15).
La muestra destacaba a autores y autoras que habían logrado la publicación de producciones sobre el territorio, así construye una antología de escritores y escritoras, mayoritariamente jóvenes, con trayectorias y producciones disímiles. Al mismo tiempo, mostraba otra tensión con la propuesta de Coviello, centrada en la inclusión de la producción de las mujeres poetas locales (Advíncula Rubio de Garrido, Alina Pico de Negrotto, Rita Amanda Coronel, Olga Orozco, Martha Giménez Pastor). A diferencia del referente tucumano, quien no mencionaba a ninguna escritora en su reseña sobre los cinco espacios regionales, Blanca Rosa iniciaba su presentación con la figura de Advíncula Rubio y rescataba la presencia, aunque minoritaria, de las poetas, en un conjunto conformado por un total de 17 poetas y 8 prosistas.
Entre las y los poetas, la autora pregonaba la existencia de dos grandes grupos en función de la producción alcanzada. Por un lado, estaban aquellos que utilizaban la poesía para exaltar el medio natural, “los poetas campesinos” o “los poetas del arenal” como los menciona en la obra y, por otro, destaca, a la vanguardia, a aquellos que veían a la poesía como denuncia social, la poesía que “asume la protesta y el afán justiciero”.[23] En ese último grupo, uno de los destacados, más cercano a la escritora, era el joven Ricardo Nervi, valorado por su amplia formación, referenciado como “el más intelectual de los poetas”, quien también fue presentado por Blanca Rosa como posible conferenciante ante las autoridades del CLES, filial Bahía Blanca:
Todavía queda Nervi, mi otro hijo lírico, que es el poeta social del trigal. También puede ir si lo desean, y también puede hacerles una cosa muy buena, pero, eso sí, como a mí, hay que tirarle la manga, porque se no (s) va la lengua.[24]
De todas maneras, durante el primer peronismo se gestaron las condiciones para la publicación de José Prado en la revista del CLES. Ello fue la resultante de una sinergia de factores, entre los que se puede considerar el protagonismo alcanzado por la filial bahiense del CELS, cuando la sede central había sido clausurada, lo que posibilitó la presencia de autores con trayectorias en la región, entre ellos, Prado, un referente local con presencia en medios de prensa nacionales y regionales –emprendimientos y agentes que, en cierta forma, mantuvieron una continuidad en el peronismo, sin presentar un perfil público crítico, enfrentado abiertamente al peronismo–, y también un fuerte anclaje en las instituciones culturales del norte pampeano.
Consideraciones finales
El estudio de algunos cambios en la sociabilidad cultural y en la conformación de los grupos intelectuales de los espacios emergentes desde finales de la década de 1930 resulta significativo para complejizar el análisis de la trama regional de los intercambios entre los distintos espacios de sociabilidad cultural e intelectual. Fue en ese período cuando las asociaciones culturales pampeanas con mayor reconocimiento, en Santa Rosa y General Pico, empezaron a ser interpeladas por las mediaciones de otros referentes y centros culturales regionales.
La sociabilidad cultural de las ciudades principales del Territorio fue cambiando de referentes institucionales. Si bien en sus inicios, en el periodo fundacional, con el advenimiento de las primeras asociaciones, fueron claras las marcas de la prensa, la tradición normalista y la Sociedad Sarmiento de Tucumán, en el transcurso de los años cuarenta, se articularon vínculos fuertes con otras entidades pampeano-patagónicas. En este último desplazamiento, la sociabilidad adquirió un carácter más intelectual, puesto de manifiesto al interior de la agrupación estudiada, “Amigos de arte y letras”, en los intercambios con las redes tejidas en torno al CLES.
Ese giro en la sociabilidad local impactó también en las prácticas y en la producción discursiva de los intelectuales locales. De esta manera, el discurso sobre la pampeanidad, interpretado como construcción que mostraba una identidad provincial homogénea, conformada en respuesta a los desafíos de una subalternidad territoriana, respecto de las políticas nacionales (Maristany, et al., 1997: 518), puede ser considerado en clave de la sociabilidad regional como proceso complejo y dinámico, en el que intervinieron condicionamientos, sinergias y tensiones gestados en contactos y mediaciones con espacios de sociabilidad emergentes. Para el período que nos ocupa, la identidad pampeana no era representada como una precondición de la autonomía política, como sustento de discursos provincialistas, sino como una construcción promovida por contactos, asimetrías y tensiones con otros espacios intelectuales regionales. En ese contexto, la conformación de una identidad cultural provincial era condición para insertarse en los debates sobre las tramas y culturas regionales- provinciales, que fueron disputando su presencia en las agendas de diferentes espacios intelectuales no centrales, para conformar “el mapa cultural de la Argentina”.
En la trama de sentidos, aparecían nuevas marcas en la producción intelectual local que giraban en torno a las relaciones del hombre con su ambiente, al relato de las adversidades socioambientales, la angustia y las duras condiciones de vida rurales de los habitantes del Territorio. Estas temáticas fueron un común denominador de la producción del grupo piquense hasta los años 1950. Ello representaba un deslizamiento significativo respecto de los escritos producidos en las primeras etapas de la vida cultural territoriana, signados por el imaginario de la modernización, ligado a la necesidad de mostrar los cambios impulsados por la colonización europea y el ferrocarril. La situación local, marcada por la crisis agroclimática y el despoblamiento social del territorio en los años 30 y 40, había impregnado los discursos de los y las autoras pampeanos. A su vez, los intercambios con otros centros y espacios de sociabilidad cultural regionales gestaron las condiciones de posibilidad para propiciar la producción y circulación de textos que daban cuenta de nuevas configuraciones identitarias, las cuales conformaron la denominada “cultura de la adversidad”, un imaginario que, con nuevos sentidos, tuvo continuidad en la producción intelectual de la naciente provincia.
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Notas