Testimonio

Las maestras y el Mendozazo

The teachers and the “Mendozazo”

Elsa Barifuza
Docente jubilada, Argentina
Susana Vera
Docente jubilada, Argentina

Estudios del ISHIR

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN-e: 2250-4397

Periodicidad: Cuatrimestral

vol. 12, núm. 34, 2022

revistaestudios@ishir-conicet.gov.ar

Recepción: 24 Junio 2022

Aprobación: 30 Julio 2022

Publicación: 30 Diciembre 2022



DOI: https://doi.org/10.35305/eishir.v12i34.1712

Resumen: Este trabajo fue presentado por Susana Vera en las Jornadas sobre historias, memorias y experiencias de la Mendoza subalterna: “A 50 años del Mendozazo”. Lo incluimos en este dossier, con autorización de Susana, por su valor en tanto fuente testimonial para conocer en primera persona la experiencia vivida por un sector protagónico de aquellas luchas: las maestras. Ambas autoras, Susana Vera y Elsa Barifuza, nacieron en Mendoza en el año 1939, estudiaron para maestras e iniciaron su vida laboral en escuelas primarias de zonas rurales o semiurbanas. Se conocieron en 1959 por compartir una pensión en el departamento de Tupungato, donde iniciaron una amistad que duraría toda la vida. Por esa época, los fines de semana viajaban juntas en moto hasta el Gran Mendoza. Trabajaron en varias escuelas primarias y algunas secundarias. Si bien alguna vez ejercieron cargos directivos como suplentes, siempre prefirieron el aula. En su participación sindical, integraron la comisión Educación del SUTE desde la cual recorrieron todos los departamentos de la provincia ofreciendo cursos de perfeccionamiento docente. Ambas se jubilaron en 1992. Este testimonio fue escrito para el SUTE en 2019. Elsa falleció a fines de 2021, el día que cumplía sus 82 años. Susana mantiene viva la memoria de su amiga y compañera y de todas las maestras que forjaron el Mendozazo.

Palabras clave: Mendozazo, maestras, sindicato, represión, testimonio.

Abstract: This work was presented by Susana Vera at the Conference on stories, memories and experiences of the subordinate Mendoza: "50 years after the Mendozazo". We include it in this dossier, with the authorization of Susana, for its value as a testimonial source to learn at first-hand about the experience lived by a leading sector of those struggles: the teachers. Both authors, Susana Vera and Elsa Barifuza, were born in Mendoza in 1939. They studied to become teachers and began their working lives in primary schools in rural or semi-urban areas. They met in 1959 to share a boarding house in the department of Tupungato, where they began a friendship that would last a lifetime. At that time, they traveled together by motorcycle to Greater Mendoza on weekends. They worked in several primary schools and some secondary schools. Although they once held managerial positions as substitutes, they always preferred the classroom. In their union participation, they integrated the Education Commission of the Education Worker Union (SUTE) from which they toured all the province offering teacher improvement courses. Both retired in 1992. This testimony was written for SUTE in 2019. Elsa passed away at the end of 2021, the day of her 82th birthday. Susana keeps alive the memory of her friend and colleague and of all the teachers who forged the “Mendozazo”.

Keywords: Mendozazo, teachers, labor union, repression, testimony.

“Levántate y anda” de Héctor Negro

Si algún golpe de suerte, a contrapelo,
a contrasol, a contraluz, a contravida,
te torna pájaro que quiebra el vuelo
y te revuelca con el ala herida...



Y hay tanto viento para andar las ramas.
Tanto celeste para echarse encima.
Y pese a todo, vuelve la mañana.
Y está el amor que su milagro arrima.



Por qué caerse y entregar las alas.
Por qué rendirse y manotear las ruinas.
Si es el dolor, al fin, quien nos iguala.
Y la esperanza, quien nos ilumina.



Si hay un golpe de suerte, a contrapelo,
a contrasol, a contraluz, a contravida.
Abrí los ojos y tragate el cielo.
Sentite fuerte y empujá hacia arriba.

Casi a fines de la década del ‘50 egresamos con nuestro flamante título de Maestra Normal Nacional. ¡Ah, el mundo era nuestro! Nos habían hecho creer durante cinco años que, así como en el Génesis Dios había soplado en Adán la vida, nos había soplado a nosotras la “vocación” y que, además, lo nuestro no era una profesión, era un “apostolado”.

Muy pronto nos dimos cuenta de que para ejercer esa “vocación” y ese “apostolado” había que conocer a alguien influyente: un político, un militar, el párroco o cualquiera que sirviera de cuña para poder ingresar a la docencia. Pero justo en esos años, en 1958, en el Teatro Independencia, entre lágrimas de emoción y gritos de alegría se nos dio a conocer el Estatuto del Docente y fue entonces cuando logramos nuestro ingreso a la docencia por mérito ante la Mesa Calificadora.

En las únicas instituciones que se podía obtener el título era en la Escuela Normal de Capital o de San Rafael y en algún colegio privado adscripto con orientación docente. Años después se creó la Escuela Superior del Magisterio dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo.

Las vacantes para empezar a trabajar se encontraban solamente en las zonas más alejadas e inhóspitas. En consecuencia, con sólo 17 o 18 años teníamos que abandonar la casa familiar para ir a donde nos nombraran, felices y agradecidas porque podíamos seguir nuestra “vocación” y “apostolado”.

Aún seguían acompañándonos esos conceptos y entonces hacíamos actos heroicos. Caminábamos kilómetros, viajábamos a dedo o tomábamos pensión (que pagaba nuestra familia porque el sueldo no alcanzaba), reparábamos lo que podíamos en el edificio, proveíamos elementos de limpieza, conseguíamos donaciones en las casas de comercio, entre las amigas, amigos y familiares, proveíamos de útiles, ropa, zapatillas y meriendas para nuestros alumnos y alumnas.

Integrábamos las mesas en las elecciones y nos recorríamos el mundo haciendo Censos a pie, a caballo y muchas veces acompañadas por la policía que nos daba seguridad, todo como carga pública, totalmente gratis y con el orgullo de ser las elegidas para esas tareas de tanta responsabilidad. Pagábamos todos nuestros insumos y lo necesario para vestirnos adecuadamente (nada de zapatillas, ni pantalones, con guardapolvos impecablemente blancos y almidonados, con zapatos muy lustrados y medias de nylon), muy bien arregladas y perfumadas para dar el ejemplo a niñas y niños que en su casa vivían hacinados, no tenían agua corriente y les servía de baño un escusado. Las docentes que fueron nombradas en escuelas cuyas poblaciones, en mayor o menor medida, procedían de zonas rurales o marginales saben muy bien de lo que hablamos.

Solamente la experiencia, el contacto con la realidad y algunas directoras y directores fabulosos nos hicieron maestras. Eran tiempos de inconsciencia cívica. En nuestro país salíamos cada tanto, como las ballenas, a respirar un poco de oxígeno democrático y elegíamos un gobierno civil que duraba lo que a los gobiernos de facto se les daba la gana.

Nuestros alumnos y alumnas repetían hechos históricos mentirosos cargados de sentimentalismos absurdos, seguían esforzándose por aprender datos de geografía física, a la que odiaban, se sabían de memoria el Preámbulo de la Constitución Nacional (aunque jamás conocieron la Constitución), redactaban composiciones plañideras para el Día de la Madre y tenían como objetivo ineludible de las ciencias exactas memorizar las tablas y saber dividir. Jamás se mencionaba a Florencia Fossatti y su maravilloso proyecto de Escuela Nueva.1

Poco a poco la escuela fue emergiendo de su aislamiento en aquella irrepetible década del 60, cuando los nacionalismos pretendieron remplazar al liberalismo, cuando el mundo comenzó a cambiar. Se produjo la Revolución Cubana, el Mayo Francés, la Primavera de Praga, el nacionalismo de Nasser, el Movimiento de Hélder Cámara, la elección del Papa Juan XXIII, tomó vigencia el Concilio Vaticano II, surgieron los curas obreros, los curas tercermundistas y otros movimientos políticos y sociales que nos hacían pensar que había otra cosa además de lo que estábamos viviendo.

Comenzamos a hablar de la educación liberadora, de Paulo Freyre, de matemática moderna. Se llevaron a cabo varios seminarios, pero la estructura era tan monolítica que desperdiciábamos horas discutiendo si las escuelas debían ser mixtas o si hacíamos rezar a los chicos en clase.

Pero también nos dimos cuenta de que, aún dedicados a la tarea maravillosa de ser maestras y maestros, teníamos derechos y tomó fuerza, se generalizó como necesidad, el sindicalismo docente. El viejo Sindicato del Magisterio se transformó en el Sindicato Unido de Trabajadores de la Educación (SUTE). Reconocimos que sin lucha no habría derechos y se inició la era de los plenarios docentes, ejemplo de democracia sindical.

La mayoría estábamos afiliadas al gremio, participábamos con entusiasmo en asambleas escolares y departamentales, construíamos nuestros mandatos y concurríamos, desde donde fuera y por orden de lista, como delegadas y delegados al plenario provincial.

Por lo general, el plenario se desarrollaba en la Sociedad Mendocina de Box. Un enorme estadio con dos grandes tribunas y techo de zinc, que en verano se transformaba en un horno de panadería y en invierno en el Glaciar Perito Moreno. Se citaba a las 9 de la mañana, pero nunca sabíamos a qué hora se terminaba. Podía ser a las 20 como a las 2 de la mañana del día siguiente. La parte más difícil les tocaba a las delegadas y delegados más sacrificados que venían desde el sur o de los departamentos más alejados.

En las tribunas estaban las compañeras y compañeros de las escuelas del Gran Mendoza que, en turno contrario, acompañaban las decisiones de sus delegadas y delegados entre mates o bebidas frescas, entre el humo del clásico choripán (la parrilla estaba dentro del recinto y debajo de una de las tribunas). Todos los gastos que ocasionaba la asistencia de las delegadas y delegados eran solventados por los compañeros y compañeras en cada escuela. El gremio no podía, en esos años, darse el lujo de costear ni un café.

Así increpamos a funcionarios y conseguimos muchísimos beneficios, entre ellos la jubilación con 25 años de servicio sin límite de edad, la incorporación a la OSEP (Obra Social de Empleados Públicos) el derecho al pago de vacaciones y a la licencia por maternidad del personal reemplazante y, sobre todo, el total respeto del Estatuto Docente, menos la cláusula del cumplimiento en materia salarial, a pesar de que en todos los mandatos se solicitaba. Económicamente siempre pagamos muy caras nuestras luchas. Jamás nos devolvieron el dinero que nos descontaron. En una de las huelgas sólo cobramos $11.000 de nuestro haber mensual de $70.000 (pesos de esa época).

En todos esos años hicimos un profundo aprendizaje en materia gremial. Pero posiblemente el uso de la sigla y no el nombre completo del gremio no nos permitió entender que éramos trabajadoras y trabajadores. La mayoría de las maestras no querían mezclarse con los otros gremios porque nosotras éramos maestras, éramos el gremio “pensante”. Defendíamos nuestros derechos con manifestaciones, paros, marchas, asambleas, pero con el decoro y la actitud digna, que correspondía a nuestra condición de docente.

Camino al Mendozazo

Hacía dos años que estábamos en lucha cuando en 1972 no iniciamos las clases y declaramos un paro por tiempo indeterminado. En marzo de ese año organizamos una manifestación en la plaza Sarmiento que fue multitudinaria. Pero antes que nosotras habían llegado las tanquetas del ejército y demasiados soldados. Se nos informó que debíamos permanecer en la vereda, que quien pusiera un pie en la calle iba a ser detenido (esto ocurrió hace 45 años durante una dictadura ¿acaso hoy “en democracia” no existe el mismo protocolo?). La permanencia en la vereda se estaba tornando imposible, aunque tratábamos de apiñarnos, pero llegó la salvación: el párroco de la Catedral de Loreto abrió las puertas y nos refugiamos en la iglesia. Alguien inició el Himno del Congreso Eucarístico que coreamos todas y todos. Creemos que nunca esas estrofas fueron más apropiadas y fervorosas: “Salva al pueblo argentino escucha su clamor”.

En ese momento llegó la noticia: el secretario general del SUTE, Marcos Garcetti y el adjunto, Asdrúbal Quintana, habían sido detenidos. Inmediatamente nos dirigimos en manifestación a la explanada de la Casa de Gobierno donde la secretaria gremial, Josefina Muñoz, de cara al cuerpo central del edificio, entre muchas verdades, les gritó: “Señores funcionarios ustedes están allí porque nosotras les enseñamos a leer y a escribir”.

En abril se sumaron a las protestas los estatales, los trabajadores agremiados en ATSA (Asociación de Trabajadores de la Sanidad Argentina), que reclamaban aumento salarial entre otras demandas, los contratistas de viñas y frutales que exigían a la patronal y al gobierno ser reconocidos como trabajadores dependientes y recibieron como respuesta telegramas de despido y los obreros de la fábrica de cemento CORCEMAR que pedían la reincorporación de 300 obreros despedidos.

Entonces, llegó desde el gobierno nacional la coronación de la impopularidad prepotente: las tarifas del servicio eléctrico se elevaban al 300%. La reacción fue inmediata. En el Centro Republicano Español se reunieron: la Coordinadora Provincial de No Pague la Luz, la Intersindical Provincial, el Encuentro Nacional de los Argentinos, la Federación de Jubilados, SOEVA-Maipú, la Coordinadora de Entidades de Godoy Cruz, la Federación de Estudiantes Secundarios, el Movimiento de Orientación Reformista, la Coordinadora de la 4ª Sección y muchas uniones vecinales. Por unanimidad resolvieron convocar a una concentración de protesta el 2 de abril en la explanada de la Casa de Gobierno. Fue totalmente exitosa y los oradores fueron Carlos Fiorentini, dirigente de la CGT, y Roberto Vélez en nombre de la Coordinadora Provincial, quien fue ovacionado por su disertación.

El 3 de abril nos reunimos en nuestra escuela, la Comandante Torres, que en ese tiempo era la escuela cabecera de Luján, y se nos unieron las otras escuelas del departamento con la idea de tomar una resolución conjunta con respecto a la concurrencia o no a la manifestación programada por la CGT para el día siguiente en la ciudad de Mendoza. La asamblea fue muy ardua. Un grupo de maestros y maestras seguía aferrado al miedo a la participación masiva. A las 12 de la noche resolvimos que concurríamos con nuestros guardapolvos blancos para “identificarnos” del resto de los manifestantes y en caso de que no nos gustara el ambiente nos volveríamos a casa. El punto de reunión sería la intersección de las calles Mitre y Montevideo, ya que, sobre esta última arteria, al 444, en una vieja casona que aún existe, con balcones de rejas de hierro forjado, funcionaba la sede del SUTE.

A medida que íbamos agrupándonos crecía nuestro asombro y nuestro coraje. Los guardapolvos blancos prácticamente llenaban las zonas aledañas al SUTE, la respuesta de todas las maestras y maestros de Mendoza había sido masiva. Se percibía un ánimo de lucha, una euforia desconocida hasta entonces.

Pero también nos preocupaba el despliegue de fuerza exhibido allí mismo. En la esquina sur-este, donde hoy se ubica el Nivel Terciario de la Escuela Normal, en Montevideo y Mitre, se hallaba el Departamento Central de Policía que ocupaba media manzana. En la esquina de enfrente existía una vieja edificación que ocupaba un Juzgado Provincial (estratégica la ubicación de la Sede del SUTE para la concentración de maestras, la inmensa mayoría mujeres impresionables y asustadas).

La calle Mitre frente a la policía estaba totalmente ocupada por centenares de uniformados a caballo, a pie, en vehículos y, para amedrentar mejor a las y los manifestantes, el Neptuno, un inmenso carro negro hidrante, que algunos no sabían que existía ni para qué servía y a las que ya lo habíamos visto antes nos pareció más grande y más negro que nunca.

De pronto, por medio de un altavoz se nos conminó a abandonar el lugar en un plazo de 5 minutos. Lejos de cumplir la orden tratamos de congregarnos frente a nuestra sede gremial a la espera de instrucciones. Pero antes de que se cumpliera el plazo se escuchó una sirena, la del Neptuno y se desató la locura, una irracionalidad de la que jamás pensamos que íbamos a ser testigos y víctimas.

Nosotras (Petty y yo) tratamos de calmar a nuestras compañeras. Les gritamos: “no se asusten, somos mujeres no nos pueden hacer nada”. Pero con la última sílaba hicimos la primera gárgara de agua azulada arrojada por el Neptuno.

A nosotras, la inmensa mayoría mujeres, a las de guardapolvo blanco, a las “pensantes”, y a las respetuosas del “orden establecido”, y a las enemigas a ultranza de la violencia, a las que nos creíamos distintas del enfermero, del metalúrgico, del obrero de viña, a las que posiblemente habíamos tenido en el aula a algunos de esos uniformados insensibles, nos estaban atacando. Recibimos enormes chorros de agua azulada con una fuerza que impedía mantenernos en pie. Abrazándonos unas con otras para resistir, tomadas de las rejas de los balcones para no rodar por la vereda, tratábamos de refugiarnos mientras el Neptuno apuntaba al zaguán de la sede atacando a las que habían conseguido entrar.

La policía montada se subió a la vereda con sus caballos y con la fusta tomada al revés nos golpearon con el mango de madera. El supervisor de Luján, el muy querido y recordado, don Ramón Fernández Letry nos recibía llorando y nos abrazaba repitiendo “qué le están haciendo a mis maestras”.

Pero no nos amedrentaron lo suficiente. Nos animó la bronca colectiva por la falta de sensibilidad de las autoridades. Nos hermanó la angustia, la desilusión ante la negativa de resolver tanto reclamo justo. Así fue como unas nos encaminamos al centro de la ciudad donde por primera vez vivenciamos desde la realidad y no desde la televisión, las columnas de obreros que ascendían por las calles mendocinas con la bandera argentina al frente, con sus pancartas y con sus bombos sonando al ritmo de los latidos de sus corazones indignados, de los enfermeros y enfermeras que posiblemente, la noche anterior habían ayudado a bajar la fiebre del hijo de algún represor, de los taxistas que en una fila interminable hacían sonar sus bocinas como un alarido de protesta, de las inocentes ama de casa mostrando las facturas de luz que no podían pagar. Después vendría la quema de colectivos y trolebuses y la destrucción de vidrieras y negocios.

Otras y otros se dirigieron a la Casa de Gobierno, donde sufrieron los ataques más intensos de la represión, con gases, golpes, atropellos y disparos que ocasionaron la muerte del obrero del Sindicato de Canillitas, Ramón Quiroga (las balas de goma todavía no se usaban). Nuestras compañeras nos contaron que recibieron el apoyo de los vecinos y vecinas, quienes abrían las puertas de sus casas para refugiarlas. Otras corrieron muchas cuadras para tratar de ponerse a salvo. Pero los manifestantes más jóvenes, ante la provocación sistemática reaccionaron tirando piedras y trozos de mampostería a las ventanas del edificio gubernamental e incendiaron los autos estacionados, obligaron a los policías a abandonar el hidrante y lo empujaron por la rampa hacia la calle.

La pueblada duró 7 días. En ese transcurso murió de un tiro en la cara Susana Gil de Aragón, comerciante de Las Heras, y Luis Mallea, estudiante de 18 años. Estos acontecimientos le dijeron adiós y para siempre a la Mendoza conservadora, tranquila, prolijita y ordenada, desvirtuando los carteles escritos en los vagones de los trenes que venían de Córdoba, después del Cordobazo: “manden las gallinas (la imagen de la cobardía) que aquí están los huevos” (símbolos de la virilidad y el coraje).

Se cayó el mito de los gobiernos conservadores, de los gansos2 que habían ocupado el poder por décadas y se prestaron siempre a colaborar con cuanta dictadura se presentó. El gobierno nacional dio marcha atrás con el aumento de la luz. Las maestras y maestros volvimos a la escuela prácticamente con un fusil en la nuca, pero ¡cuánto habíamos aprendido y qué dura fue la lección!

La mañana de ese primer día de clase nos juntamos todas y todos en la dirección, éramos casi cuarenta, y tomados de la mano casi abrazados, tragándonos las lágrimas, volvimos al trabajo. Pero ¡cuánto habíamos cambiado! La fuerza que teníamos no era la misma de antes. Era la transformación que nos iba a permitir hacer cosas que nunca habíamos hecho, como echar de un plenario a gritos y silbidos al gobernador interventor Sr. Gibbs, que trató de “empaquetarnos” diciendo que era hijo de maestra, pero nosotras comprobamos de “quién era hijo”.

Era el coraje que nos sirvió para afrontar lo inimaginable durante el proceso, como ser el blanco de sospechas, persecuciones, encarcelamiento y desapariciones, como soportar que la escuela, con los niños y niñas en clase, se llenara de soldados, al mando del coronel Echazú, interventor de la Dirección General de Escuelas. Buscaban “panfletos subversivos” que por supuesto no encontraron.

Después del Proceso militar no pudimos recuperar del todo la militancia sindical. En el año 1982 salimos a recoger los pedazos de nuestro SUTE. Recorrimos todas las escuelas de Luján para invitar a reuniones en salones prestados. Nos autoconvocamos en las sedes de otros sindicatos como la de Vialidad y la Asociación Bancaria. Elegimos autoridades, compramos la casa de la esquina de Patricias Mendocinas y Godoy Cruz (irónicamente esa casa perteneció a don Pancho Gabrielli, el gobernador depuesto por el Mendozazo). Para esa compra cada maestra y maestro contribuyó con el equivalente a $100, que entonces era una fortuna. En esa casa tuvo que atrincherarse el Secretariado para defender la sede de los últimos coletazos del Proceso mientras los demás hacíamos vigilia en la calle para respaldarlos.

Llegamos a ser punta de lanza de los Sindicatos de Trabajadores de la Educación del país. Marcos Garcetti, nuestro secretario general, presidió la CTERA (Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina). Fueron muchos los logros en los aspectos gremiales, pedagógicos, sociales y culturales. No hace falta enumerarlos aquí, todo figura en la documentación del gremio y puede ser consultado por cualquiera. Todo se consiguió con muchísimo esfuerzo y sacrificio. Nada llegó por la buena predisposición de algún gobierno de turno.

Debemos recuperar la autonomía del aula y la confianza de la sociedad, esa confianza que tan sistemáticamente se han ocupado en atacar los que hicieron de la educación una empresa. Pero también, los y las docentes, tenemos que hacer una autocrítica, como a veces las tienen que hacer las familias. ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué me faltó? ¿Cómo lograr la excelencia académica que necesitan las alumnas y alumnos hoy? ¿Cómo preparamos a nuestras niñas, niños y jóvenes para actuar en un mundo que va muchísimo más rápido que todas nuestras teorías, técnicas y estrategias desactualizadas?

No se trata de volver a la “vocación” ni al “apostolado”, pero sí de recordar la tarea profundamente humana que hoy nos toca realizar en una sociedad donde las niñas, niños y adolescentes están cada vez más solos. Tratemos de convertir nuevamente a la escuela pública en el núcleo social y cultural de la comunidad, donde cada miembro, cada ciudadano de esa comunidad encuentre el espacio que necesita y que le corresponde.

¿Toda esta propuesta es difícil? Sí. ¿Imposible? Absolutamente no. Nada más triste que presenciar cómo se pierden derechos y condiciones logradas. Las nuevas generaciones tienen que tomar la posta y mantenerse firmes para no perder lo que tanto costó ganar. No debe dejar que “les talen con hambre su coraje”, como dice Horacio Guaraní.

Notas

1 Florencia Fossatti (1888-1978), mendocina, fue maestra y una de las principales dirigentas de la histórica huelga docente de 1919, luego de la cual fue cesanteada por el gobierno lencinista, acusada de sublevación y anarquía del magisterio. Unos años más tarde fue parte del Movimiento de la Escuela Nueva desde donde impulsaron el Centro de Estudios Pedagógicos Nueva Era, que propiciaba, entre otros aspectos, la autonomía y autogobierno infantil, los centros de estudiantes, las cooperativas de niñes, etc. Florencia se afilió al Partido Comunista y recién fue reincorporada formalmente a la docencia en 1958.
2 Apodo que refiere a los hombres de “cuello duro”, cuello de tela rígido por el almidonado, que les obligaba a caminar con la cabeza erguida, como los gansos. Eran los miembros del conservador Partido Demócrata (PD), cuyas filas integraba el gobernador-interventor depuesto por el Mendozazo, Francisco Gabrielli.
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