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Un gobierno atrapado por sus propios límites. El fin de la gestión del ministro Grinspun y el balance de una etapa económica según El Periodista de Buenos Aires (1984-1985)
A government trapped by its own limits. The end of Minister Grinspun's management and the Balance of an Economic era in El Periodistade Buenos Aires (1984-1985)
Un gobierno atrapado por sus propios límites. El fin de la gestión del ministro Grinspun y el balance de una etapa económica según El Periodista de Buenos Aires (1984-1985)
Prohistoria. Historia, políticas de la historia, núm. 41, 1-25, 2024
Prohistoria Ediciones
Recepción: 21 Febrero 2023
Aprobación: 14 Agosto 2023
Resumen: El artículo realiza una lectura del abordaje económico del semanario El Periodista de Buenos Aires en torno al cese del primer titular de la cartera económica del gobierno postdictatorial, Bernardo Grinspun. La periodización abarca los meses finales de su gestión, entre fines de 1984 y principios de 1985. Entre las conclusiones extraídas del análisis, se destacan la posición de seguimiento crítico de la gestión, su reconocimiento de las constricciones estructurales heredadas de la dictadura y la atribución de su caída a aquellas y a la falta de apoyos sociales sustanciales, valorándose su orientación “nacional”.
Palabras clave: Postdictadura, Democracia, Prensa, Economía, Política.
Abstract: This article deals with economic perspective of weekly El Periodista de Buenos Aires and its view of resignation of first minister of Economy from the radical government, Bernardo Grinspun. The period covered comprised the final months of his administration, between the end of 1984 and the beginning of 1985. The conclusiones point the magazine’s critic asessment of ministerial activity, the acknowledgment of the structural constrictions inherited from previous military dictatorship, that compromised Grinspun’s management, and his lack of solid social support to enforce his policies. But, also, it was appreciated the “national” orientation of the later.
Keywords: Postdictatorship, Democracy, Press, Economics, Politics.
Introducción
Con el presente trabajo proponemos una lectura del abordaje del semanario político El Periodista de Buenos Aires (en adelante, EP) sobre las circunstancias y consecuencias del cese del primer titular de la cartera económica del gobierno postdictatorial radical, Bernardo Grinspun, a principios de 1985. El acontecimiento tuvo repercusión coyuntural por sus implicancias en torno al decurso futuro de la política económica, dada la agudización de la crisis y algunas señales de cambio de orientación generadas al interior del propio oficialismo desde finales del año previo. En tal sentido, la perspectiva histórica tiende a reflejar consenso en que el recambio que llevó al ministerio a Juan V. Sourrouille dio el comienzo a un giro decidido en la estrategia económica oficial (Basualdo, 2006; Pesce, 2006; Ortiz y Schorr, 2006; Restivo y Rovelli, 2006; Belini y Korol, 2012). Motiva analizar la cobertura del semanario su condición destacada entre la prensa de la época (Ulanovsky, 2005: 169) y la inclusión de una extensa sección especializada regular que se abocó a esa tarea. En términos globales, este aporte fundamenta su pertinencia en la escasez de contribuciones académicas dedicadas al semanario. Entre las existentes contamos las propias que se citarán aquí (Raíces, 2021; 2023).
Se desprende del presente estudio la intención de contribuir al análisis del periodismo económico durante la recuperación democrática, tomando un exponente destacado de la prensa gráfica y una coyuntura clave. Entre los supuestos manejados, afirmaremos que EP advirtió efectivamente que la dimisión implicaba señales negativas de cambio una orientación programática inicial que, no sin cuestionamientos desde su postura heterodoxa, había respaldado. En segundo lugar, que en su concreción interpretó el saldo de una pugna entre sectores internos del oficialismo, estimulada por la heterogeneidad de la representación política del radicalismo y por un contexto adverso.
Con arreglo al propósito enunciado, nos detendremos en los contenidos de la sección y los vincularemos con la construcción de la posición editorial sobre el suceso. La periodización subsiguiente contempla, grosso modo, la etapa inaugurada por el surgimiento del medio en septiembre de 1984 y concluida con el fin de la gestión de Grinspun, en febrero de 1985. Pero nos concentraremos puntualmente en los últimos meses de su conducción para enmarcar el modo en que la sección siguió la coyuntura económica, definiendo posiciones sobre los problemas existentes, evaluando las medidas gubernamentales respectivas, proponiendo eventualmente otras alternativas e interpretando los motivos de su caída. El corpus subsiguiente abarca los primeros 25 números de EP. Además de los artículos de la sección, tendremos en cuenta algunos del apartado político, entrevistas y las columnas de opinión relacionadas con el tema escritas por invitados e invitadas externos.
El intento mercadointernista radical: intenciones, contexto y resultados
El nuevo gobierno democrático heredó de la dictadura una economía en estancamiento productivo, aquejada por la acumulación inflacionaria que en 1983 contabilizaba casi un 434 %. Por su parte, la caída de los precios internacionales agropecuarios, el alza de las tasas de interés, un descomunal endeudamiento externo y la desfinanciación del sector público mermaba las posibilidades de intervención estatal para estimular su reactivación (Pesce, 2006: 379). Bernardo Grinspun, un economista afiliado al radicalismo, referente en la materia de la corriente interna Movimiento de Renovación y Cambio y cercano al presidente, fue designado ministro del área. Había revistado como funcionario durante la presidencia de Arturo Illia, adscribía a una perspectiva heterodoxa e intervencionista, reivindicaba el desarrollo basado en la industrialización sustitutiva y en general la instrumentalidad política de la economía (Heredia, 2006: 167-169 y 173; Pesce, 2006: 385-386). Su programa, que partió de la convicción de aplicar políticas crediticias y monetarias expansivas, apuntó a mejorar los niveles salariales y expandir el crédito a las pequeñas y medianas empresas, enfocándose la prioridad en la dinamización del mercado interno y de la ocupación, en detrimento de las demandas de los acreedores externos. De ese modo, la crisis debía resolverse por la paulatina recuperación de la inversión, de la actividad productiva y de las exportaciones, que aparejarían el incremento de la recaudación y reducirían el déficit fiscal. Para el tratamiento de la deuda externa, estimada en más de 45.000 millones de dólares, inicialmente se adoptó una actitud confrontativa, en procura de mejorar sus condiciones de renegociación (Pesce, 2006: 382; Belini y Korol, 2012: 244; Basualdo, 2006: 221-225).
Asimismo, las medidas inaugurales buscaron armonizarse con los actores productivos en instancias de concertación que procuraron incluir a la oposición, las corporaciones patronales y el sector sindical (Pesce, 2006: 385-386). De todos modos, el rechazo sindical a la reforma normativa del sector y los reclamos salariales en un marco de inflación sostenida, más los reclamos empresariales y agrarios en torno a cuestiones como el control de precios, las cargas impositivas, las retenciones y el déficit fiscal volvieron irrelevante el mecanismo concertador (Pesce, 2006: 387-399; Aruguete, 2006: 423-424). En paralelo, la falta de respaldo doméstico y regional para la renegociación de la deuda, la fuga de capitales, la caída de los precios agrícolas y el deterioro de las cuentas públicas por la crisis fiscal signaron la falta de eficacia del programa vigente (Pesce, 2006: 392-393). Este cuadro hizo que se replanteara la estrategia respecto a la deuda y finalmente se firmara, en septiembre de 1984, un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que incluía la reducción del déficit público y la eliminación de los controles de precios y, por ende, contravenía los lineamientos iniciales (Restivo y Rovelli, 2011: 76-77; Pesce, 2006: 394-395; Basualdo, 2006: 222).[1] En tanto, el nuevo escenario de ajuste fiscal y monetario, con aumentos salariales por debajo de la inflación y suba de tarifas de servicios públicos y de tasas incidió en la caída del PBI. A comienzos de 1985, los cuestionamientos del FMI por el incumplimiento de lo pactado precipitaron la renuncia de Grinspun y su reemplazo por Juan V. Sorrouille. El nuevo ministro impulsaría un esquema luego conocido como “Plan Austral”, por el que perdió centralidad la redistribución y cobró énfasis la cuestión inflacionaria, el impulso a la exportación y a la inversión (Ortiz y Schorr, 2006: 296-298; Pesce, 2006: 405; Aruguete, 2006: 437-438; Belini y Korol, 2012: 245-246; Basualdo, 2006: 232-234).
Un semanario independiente progresista
EP fue concebido como un semanario de análisis político profesional e independiente, destinado a acompañar críticamente las vicisitudes de la recuperación del régimen democrático, a partir de la estimación sobre la inexistencia en el ámbito de la prensa comercial de una propuesta con ese perfil.[2] La presunción tenía asidero, por cuanto el mercado de revistas, con la salvedad de productos híbridos entre el humor y el periodismo político como su predecesora Humor y entre el último y el periodismo narrativo de El Porteño y de exponentes de la prensa partidaria o identificada con las fuerzas políticas (la reedición de Primera Plana, por ejemplo, estaba asociada a un sector peronista) no contaba con un medio con su perfil. Su asumida índole “progresista” (Ulanovsky, 2005: 169; Lorenc Valcarce, 2014: 308-309) se relacionó con la asunción de la perspectiva izquierdista reformista o socialdemócrata, influida por la tradición europea y en especial por los debates del exilio llevados adelante entre los años 70 y 80, compartidos por varios y varias de sus miembros (Raíces, 2021). Entre sus valores editoriales se contaron la reivindicación de la justicia social, el pluralismo político, la defensa de los derechos humanos y de la institucionalidad democrática. Por otra parte, el semanario pudo ligarse a la “modernización” periodística iniciada en los años 60 por su pretensión de representar un ejercicio profesional apartidario e independiente, si bien comprometido con aquellos principios. Se convirtió rápidamente en una referencia de la prensa dirigida a un público con sensibilidad acorde e imaginable en el espectro de las clases medias urbanas, votantes y simpatizantes del nuevo gobierno y de las expresiones políticas hacia su izquierda. Su tirada osciló entre los 80.000 y 100.000 ejemplares en la etapa inaugural (Ulanovsky, 2005: 194) y tuvo picos de venta con la cobertura del juicio a las Juntas militares y las sucesivas denuncias de conatos conspirativos militares. El impacto públicas de esas pesquisas demostró el empleo avezado de la investigación periodística, influido por la experiencia previa de varios y varias de sus cultores durante las décadas anteriores, pero ejercido ahora sin relación con proyectos políticos determinados sino bajo la justificación de sobre el rol de la prensa en la defensa del orden democrático (Raíces, 2021: 281-283).
El medio atravesó dos etapas, que implicaron cambios directivos y de formato gráfico, y sostuvo su continuidad hasta 1989, cuando debió cerrar por serios problemas financieros. Durante el periodo estudiado tuvo una extensión de 52 páginas y formato tabloide, con impresión a dos colores. Sus portadas llamativas, provistas de titulares en gran tipografía, frecuentemente dramáticos a tono de los hechos editorializados, denotaron rasgos tomados de la prensa diaria en función de estimular la masificación discursiva. Contuvo secciones fijas de política nacional, economía, política internacional, reportajes, información general y cultural, apartados de deportes y de informes especiales. En su etapa inicial ofició de director editorial Andrés Cascioli, incansable creador de revistas, responsable de Humor y del sello Ediciones de la Urraca. Fueron jefes de redacción Carlos Gabetta y Carlos Alfieri y secretario de redacción Oscar González. Como jefes de sección se desempeñaron inicialmente, en Política el periodista y escritor Luis Sicilia, en Economía el profesional del área y periodista Carlos Ábalo, en Política internacional la cineasta y crítica Mabel Itzcovich, en la sección informativa general Transformaciones el periodista Francisco N. Juárez, en Cultura y Espectáculos el escritor y periodista Rodolfo Rabanal, y en Informes especiales el periodista Carlos Ares. El diseñador gráfico Sergio Pérez Fernández fue responsable de Arte, con el antecedente de similar función en Humor. Entre sus numerosos redactores y columnistas destacaron Álvaro Abós, Osvaldo Bayer, Norberto Colominas, Antonio Dal Masetto, Eduardo Galeano, Matilde Herrera, Rogelio García Lupo, Tomás Eloy Martínez, Rodolfo Mattarollo, Mirta Mántaras, Julio Huasi, Gregorio Selser, Horacio Verbisky, Jorge Fernández Díaz, María Seoane, David Viñas, Norberto Soares, Martín Granovsky, Sandra Russo, Claudio Díaz, Jorge Lanata, Claudia Acuña, Ezequiel Fernández Moores, Luis Majul y Julio Menajovsky.
En los primeros números la sección económica se ubicó en las páginas finales. Con el correr de las ediciones aumentó la extensión de sus contenidos y desde la décima se insertó tras el apartado político. Su enfoque, en términos descriptivos, se ubicó en el plano heterodoxo y estructural (Heredia, 2015: 102-103). Desde su inició se asoció a EP con la defensa de un modelo de desarrollo basado en la autonomía económica nacional, el mercado interno y la industrialización con modernización tecnológica.[3] Su responsable, Carlos Ábalo, ostentó una extensa trayectoria entre el periodismo económico, la asesoría en la esfera estatal –en particular, del exministro José Ber Gelbard en los últimos gobiernos peronistas–, la investigación y la docencia universitaria. Durante su exilio en México fue parte del grupo editor de la revista Controversia, que aunó a intelectuales provenientes de las izquierdas peronista, socialista y marxista en la discusión crítica y autocrítica de la movilización sociopolítica de los años precedentes, del proceso represivo posterior y de las perspectivas de recuperación del régimen democrático (Reano y Garategaray, 2021: 75). En EP conformó el equipo permanente de la sección con jóvenes economistas como Julián Lemoine, Gabriel Grinberg y Marcelo Zlotogwiazda, formados durante los años dictatoriales y que realizaban sus primeras incursiones periodísticas. Asimismo, determinados miembros de la sección política como Gabetta –cuyas columnas oficiaron de editoriales en los primeros años del semanario–, Colominas se refirieron a la cuestión económica y la integraron en sus análisis.
Intenciones, medios y disputas
A principios de noviembre de 1984, el ministro Grinspun concedió un extenso reportaje al semanario en el que hizo una defensa enérgica de su gestión.[4] Expuso su convicción sobre la consecución de los objetivos macroeconómicos iniciales, aseveró que lo convenido con el FMI no comprometía el crecimiento y, pese a reconocer el escaso resultado de las medidas para desalentar la especulación, proclamó que la “derecha política” adepta a la dictadura había sido vencida y pronto lo sería la “derecha económica” del liberalismo recalcitrante.[5] Para los interlocutores del ministro, el panorama era menos alentador. Sus preguntas denotaron convencimiento sobre la existencia de un escenario recesivo –tajantemente negado por aquel– y la limitada reacción oficial frente el poder económico. Las diferencias quedaron expuestas con mayor nitidez al interrogarlo sobre la posibilidad de nacionalizar la banca y el comercio exterior como respuesta al manejo espurio del mercado financiero de las tasas y a las fugas de capitales y de divisas. Tal postulación anticipó una propuesta pública del medio (como veremos más adelante), que obtendría del ministro su rechazo y la ratificación de la perspectiva intervencionista gubernamental como tradición partidaria. Este gesto, que ligaba implícitamente su gestión a las orientaciones gobierno de Arturo Illia (que había integrado en cargos ejecutivos de la cartera económica) y su actitud general, mostraban a un ministro cuestionado y a la defensiva (Raíces, 2023).
Al mes siguiente, la profundización de la crisis, con el aumento abrupto de las tasas de interés, sería editorializada desde la portada como “golpe de la recesión”.[6] Esta forma de denominar la acción mercantil evocaba el golpe de Estado de 1976 y fue definida como un desafío al gobierno por intentar su “desestabilización” (sic) en favor de los intereses concentrados.
De esta forma, EP de acuerdo con su lectura política de la economía reunía con relación instrumental a los militares defensores de la dictadura con el sistema financiero –las derechas “económica” y “política” definidas en el diálogo con Grisnpun– como componentes de la conjura contra la democracia (Raíces, 2023). Sintetizaba, así, un supuesto sostenido desde la sección económica referente a la incompatibilidad esencial entre la gran burguesía empresarial y agraria salientes de la dictadura, aliadas de la banca, y cualquier expectativa de desarrollo hacia el orden interno con redistribución.[7] Por otra parte, el titular antedicho anticipó una expresión posteriormente popularizada como “golpe de mercado”; mientras que, al hablarse de la “desestabilización”, era retomaba la empleada desde la esfera oficial para señalar a quienes atentaban contra el Estado de Derecho (Aronskind, 2014b: 249-250; Bohoslavsky, 2014a; 2014b).[8]
Será este clima el que llevará a EP a reclamar, ahora abiertamente, por las nacionalizaciones como “única salida” al atolladero económico. Su implementación, se argumentó, permitiría al Estado asegurar el control de factores clave de la economía y reasignar recursos para el desarrollo productivo interno y poner el aparato financiero a su servicio, asegurando el acceso a las divisas necesarias para la adquisición de insumos externos.[9] Esta interpelación al oficialismo, tal como había anticipado la respuesta de Grinspun, no tendría mayor respuesta. Pero demostraba que la sección y la revista desde el plano editorial traspasaban por momentos la noción profesionalista del periodismo y pretendían influenciar activamente las decisiones oficiales.
Con el comienzo de 1985 fueron anunciados nuevos lineamientos económicos. El tenor de los contenidos difundidos sería revelador, para EP, de la fragilidad creciente de la gestión de Grinspun.[10] Luis Sicilia y Norberto Colominas subrayaron el ascenso en la estima presidencial del secretario de Planificación, Juan Vital Sourrouille, responsable del documento como avance de la perspectiva liberal en el gabinete –el primero lo calificaba de “Cavallo disfrazado”, en referencia al ex presidente del Banco Central durante el último gobierno dictatorial–. No obstante, sus orientaciones perpetuaban para los autores una inconsistencia político-económica oficial producto de vacilaciones y disputas internas, que no conformaría ni a los partidarios de la ortodoxia ni a quienes (como en el caso del semanario) alentaban abiertamente un “proyecto nacional independiente” (sic).[11] Ábalo, en particular, advertía que si bien el perfil exportador podía permitir captar parte de las rentas financiera y agraria resultantes, la menguada capacidad estatal y falta de cohesión interna obstruían la toma de decisiones y la implementación de reformas acordes.[12] Gabetta desde su columna censuraba la actitud contemporizadora gubernamental por promover el desencanto ante las promesas incumplidas y, así, deslegitimar el horizonte de consecución de derechos:
“La abrumadora mayoría de los argentinos que votó democrático, popular y progresista, vivía la esperanza de una enérgica renegociación de la deuda, la liquidación del sistema especulativo y la aplicación de un plan de despegue […]. Pero no. El gobierno radical no encara siquiera homeopáticamente el tratamiento que sugiere cualquier buen diagnóstico capitalista. […] En el afán de conformar a todo el mundo –en lugar de ponerse decididamente al lado de los trabajadores y productores nacionales– acabará no conformando a nadie y dejando abiertas las llagas de la sociedad argentina”.[13]
En definitiva, el editorialista columnista mostraba la concepción económica imperante en el medio, relativa a la pugna de poder por el producto social. Y, en ese marco, la defensa del sector productivo nacional frente a los actores trasnacionales, que incluía la reivindicación de la potestad estatal para reordenar el ciclo acumulativo.
Al concluir enero, EP ofrecía dos contenidos relevantes de tópico económico. En primer lugar, un informe de investigación periodística sobre el reequipamiento militar y el tráfico de armamentos, como parte de los negocios espurios legados por la dictadura que comprometían la situación financiera nacional. El caso exponía las vinculaciones con el empresariado vernáculo, particularmente con la familia Macri.[14] Venía a ilustrar, en especial, una herencia dolosa no limitada al terrorismo de Estado y que documentaba desde la investigación periodística la vertiente económica dictatorial, demostrada en la exposición de la madeja de intereses empresariales y públicos implicados.
En segundo lugar, se incluía una columna de opinión del vicepresidente de la Juventud Radical porteña, Martín Hourest, entrevistado con anterioridad por EP. Su renovada presencia demostraba la afinidad entre este y los sectores oficialistas juveniles, en tanto sostenían posiciones en materia política y económica similares y, en su respaldo al gobierno nacional, dejaban entrever algunas disidencias. En esta oportunidad, la contribución revelaba precisamente las tensiones que atravesaban a la JR entre la organicidad partidaria y sus diferencias con las nuevas orientaciones económicas. Hourest proponía una lectura heterodoxa de los “Lineamientos” que, sobre el fondo de caracterización de la dictadura como dispositivo para imponer la “agresión monetarista”, la valoraba como primera propuesta gubernamental “homogénea y coherente” para encauzar el desarrollo. Como tal, rechazaba que promoviera la tendencia recesiva derivada de las pautas del FMI y marcaba en su perfil exportador la generación de divisas para financiar las importaciones, alentar la inversión, la reindustrialización y la alianza entre la fuerza de trabajo asalariada, la informal y el empresariado PYME. Al mismo tiempo, y retomando demandas de su sector, señalaba que los objetivos planteados requerían adicionalmente las nacionalizaciones de la banca y del comercio exterior, la reforma estatal, la tributaria y el establecimiento de un impuesto a la renta potencial de la tierra. El reconocimiento de las pautas de los “Lineamientos” junto a un corolario que los hacía fundamento de inauguración de una etapa de enfrentamiento de la “dependencia” para “hacer la liberación en serio” (sic) demostraban la intención de Hourest de concordar la épica juvenil radical con la presente estrategia gubernamental.[15] Su adhesión crítica a esta daba, por otra parte, consistencia a los trascendidos del medio sobre la existencia de discusiones intrapartidarias –realizados con evidente intención de incidir en ellas–. Sobre todo, el dirigente juvenil adaptaba definiciones contenidas en documentos doctrinarios como los de la Junta Coordinadora Nacional de la JR, deudores de un repertorio político, económico y conceptual propio de la década anterior, pero todavía operante en la cosmovisión progresista y de izquierdas de la época (Altamirano, 1987: 309-319; Larrondo y Cosachow, 2017; Reano y Garategaray, 2021: 102). En ese plano también se inscribía el discurso del medio aquí considerado. Desde el ángulo de su espacio de enunciación, la columna pese a sus rodeos argumentativos demostraba que los y las “jóvenes radicales” podían ser uno de los interlocutores dilectos de EP en su tentativa periodística de influenciar las decisiones oficiales.[16]
El final de la gestión de Grinspun, ¿crónica de una defenestración anunciada?
El mes de febrero reveló un frente de conflicto múltiple para el gobierno, dividido entre la oposición política, las entidades agrarias, las industriales, el sindicalismo y las FF.AA., además de las pugnas internas. Para el semanario fue ocasión, una vez más, de reclamar al Ejecutivo –en gira internacional– firmeza política y la pluma de Gabetta advirtió sobre la insostenibilidad no solo del gobierno sino del orden democrático ante lo advertido como la indecisión sobre el rumbo a seguir.[17] Haciendo eco de los, para entonces, reiterados rumores de próximo reemplazo de Grinspun, Ábalo marcó la inminencia de una “definición” derivada de la inmanejable gestión monetaria y financiera y la “impotencia” fiscal.[18] Pero lo resonante en sus páginas era el reportaje al ascendente secretario de Finanzas Sourrouille. Pese a haberlo motejado anteriormente de “ortodoxo”, su relevancia pública creciente desde la presentación de los “Lineamientos” y los trascendidos antedichos volvieron deseable para EP su sondeo.[19]
El diálogo, llevado adelante por Ábalo y Grinberg, no se apartó sustancialmente del campo económico, lo que marcaba una diferencia inicial con el anteriormente encarado con Grinspun. Las respuestas de Sourrouille, por su parte, intentaron en particular mantenerse dentro del terreno argumentativo de su documento y de su propuesta de “ajuste positivo” –explicado en la conversación– basado en el alza de las exportaciones y de las inversiones públicas y privadas (Pesce, 2006: 398; Aruguete, 2006: 438; Basualdo, 2006: 233). Los entrevistadores adujeron en tal sentido la coherencia modélica de los “Lineamientos” pero lo inquirieron sobre su posible implementación. En ese sentido, los interrogantes se dirigieron, como lo habían hecho ante Grinspun, a la consistencia del esquema respecto a los acuerdos con el FMI. Ahora destacaban la alta valuación del tipo de cambio, que Sourrouille planteaba sostener, y su efecto sobre la inversión y el pago de las obligaciones de la deuda, y confrontaban su optimismo sobre la oportunidad de crecimiento frente a la alta inflación, el retraso salarial o la pendiente reforma tributaria. El funcionario sindicó tales materias como de competencia ajena –por esos días se conocía la presentación ministerial al Ejecutivo de un anteproyecto de ley de reforma impositiva–.[20] Similarmente, rechazó la calificación del documento como “plan”, por ser la prerrogativa de dictarlo propia del titular del área, acentuando la índole subordinada, “técnica” y no política de su labor.[21] Del lado del medio, al permanecer el coloquio en el marco problemático del documento, las preguntas sobre medidas no convencionales como las nacionalizaciones estuvieron ausentes. La omisión manifestó, de hecho, la distancia entre la agenda económica de EP y la del entrevistado, contrastante con la proximidad expuesta en el diálogo con Grinspun (y por ocasionales colaboradores como Hourest). Pese a ello, el semanario titularía la nota tomando un trecho de las declaraciones del secretario, coincidente con su “línea”, atinente a la “legitimidad cuestionada” del empresariado nacional por resistirse a invertir.
Sourrouille demostraba admitir al igual que Grinspun la índole política de las decisiones macroeconómicas y su sujeción en democracia al debate ideológico. De todas formas, su discurso ante el medio apelaba a fundamentos disciplinarios que, como tales, se asentaban en una pretensión de legitimidad científica indesmentible por la argumentación de la arena pública. La orientación exportadora, el rol cardinal de la inversión privada en tal sentido y la responsabilidad promotora estatal, sobre esa base, eran definidos como evidentes per se:
“Todos dicen que hay que recuperar el crecimiento. Si todo el mundo supiera cómo se hace tendríamos que copiarnos de los demás y la cosa sería así de sencilla. La inquietud de los economistas hoy anda rondando por donde estamos trabajando nosotros. Eso es lo que se sabe. Entonces, tratemos de aplicar lo mejor. […] Hay gente que no está de acuerdo con lo que nosotros decimos. Por ejemplo, el Partido Intransigente no está de acuerdo con nosotros. Lógico, son dos políticas distintas. […] Cabe esperar que algún grupo empresario tampoco esté de acuerdo porque indudablemente hay cosas que no van a gustar. Pero hay que lograr algunas cosas indispensables. No hay que olvidar que el año pasado la inversión interna cayó, las exportaciones no crecieron y el nivel de actividad interna apenas creció.”[22]
Su posición favorable al reemplazo de las retenciones a las exportaciones agropecuarias por un impuesto a la posesión territorial, justificado por su carácter más equitativo, a una reactivación módica del consumo per cápita –pero menor al crecimiento del PBI–, a una reforma tributaria progresiva y a la financiera basada en el control de tasas y la restructuración del mercado financiero, mostraba ángulos heterodoxos en sus planteos. Con ello, evidenciaba las intenciones de balancear la orientación exógena con una cauta mejora del poder adquisitivo y de los incentivos a la inversión, combinados con el incremento de las importaciones de determinados bienes de capital. Estos planteos, a su vez, marcaban diferencias acentuadas por la escasamente velada crítica al desempeño del programa económico hasta entonces. Desde otro plano, su criterio político dejaba sentada una actitud favorable a la concertación en desmedro de la actitud confrontativa:
“Acá hay una sociedad a atender, hay un compromiso político. La democracia implica un juego de intereses distinto al del autoritarismo. Acá no se juega a todo o nada sino a cuál es el sistema más eficiente, que en este caso es el impuesto a la tierra. ¿Cómo terminará esto? Yo no se lo puedo decir. […] Tratemos que esta sociedad conciba las reglas más elementales del comportamiento de la economía. Esa es la propuesta, no en el terreno del corto plazo sino en el del largo plazo. Discutamos qué es lo que se puede hacer.”[23]
Porque, si Grinspun apelaba a una lógica deudora de la decisión gubernamental, del reconocimiento del conflicto como motor de los intereses sociales y, luego, del efectismo e intransigencia discursivos, Sourrouille además de remitirse para la ubicación de los problemas macro y de sus posibles soluciones a los consensos disciplinarios globales, enfatizaba la negociación con los actores económicos (Restivo y Rovelli, 2011: 94).[24] En esa línea, tendió a centrarse en las variables del crecimiento, la inversión y la exportación por sobre las redistributivas y de mercado interno presentes en las formulaciones del ministro. Donde el aislamiento de Grinspun comenzaba a representar la aparente inoperancia de la planificación y regulación estatal, los dichos del secretario presagiaban el inminente redimensionamiento de las capacidades públicas en favor de las condiciones operativas de los grandes actores económicos. Quedaba anticipada, de tal modo, la nueva estrategia oficial de acercamiento a los sectores económicos predominantes (Heredia, 2015: 228; Aruguete, 2006: 436-443). Asimismo, desde el plano político las declaraciones de Sourrouille congeniaban mejor con la noción imperante en la época –y también promovida desde la esfera gubernamental– de un orden democrático opuesto a los antagonismos sociales y reconocido por trastocarlos en disputas de intereses, solucionables de acuerdo con sus reglas y procedimientos (Reano y Garategaray, 2021: 40).
A tono con la agitación política persistente, la denuncia de una “campaña psicológica” de aprestos golpistas ocuparía las siguientes dos portadas de EP. En particular, el número que completaba la primera quincena de febrero adicionó una entrevista al “ala política” del gabinete, personificada por el secretario General de la presidencia, Germán López, estrecho colaborador de Alfonsín. El medio volvía de esta forma a ostentar su influjo público, en la medida en que obtenía declaraciones presumiblemente investidas de la autoridad presidencial. Al punto de titular la entrevista con una frase tajante de sus dichos, referida a las discusiones intragubernamentales por la anunciada reforma financiera, a las que Alfonsín debería poner “punto final”.[25] Aun cuando la expresión cobrara posteriormente otro sentido, relativo al renovado intento oficial de concluir en las condenadas cúpulas castrenses los procesamientos judiciales del terrorismo de Estado, en este caso sancionaba un liderazgo presidencial con el que el semanario mantenía expectativas. Las para entonces evidentes diferencias al interior del equipo económico eran admitidas por López, pero minimizadas al atribuirlas al plano de la instrumentación –en línea con lo argüido por Grinspun–. De esta forma, quedaban reducidas a una cuestión técnico-profesional interna, en tanto la decisión última de la conducción económica permanecía reservada al Ejecutivo. No obstante, su reconocimiento de las disidencias confería verosimilitud a las conjeturas de Ábalo y Gabetta sobre las inminentes “definiciones”.
Por su parte, la sección económica repetía las demandas de combate a la matriz especulativa y rentista de acumulación vigente con diversos énfasis y objetos, tanto por insistente reclamo de la solución nacionalizadora (Colominas y Lemoine) como por la reseña del quebranto de las economías provinciales (Ábalo). Lemoine en especial calificaba los “Lineamientos” de “plan de pago de la deuda externa”. Por su carácter inusual para el estilo discursivo de la sección, resaltaba una especie de fábula redactada por Zlotogwiazda, que retrataba las cavilaciones sobre el retraso tarifario atribuidas al ministro de Obras y Servicios Públicos, Roque Carranza. Su viñeta ficcional mostraba lo que para el semanario era un aspecto de los graves problemas sociales derivados de la desfinanciación estatal, de una concertación irrelevante y de la dilación presidencial respecto a la reforma tributaria.[26]
Poco después, EP identificaría las amenazas golpistas denunciadas y atribuiría al dirigente sindical y partidario justicialista Herminio Iglesias y sectores castrenses la iniciativa de una campaña de acción psicológica denominada “Operación Capricornio”, para coaligar a las FF.AA. contra el gobierno y forzar el reemplazo del Alfonsín por su vice.[27] Si bien las notas económicas no aludían la denuncia directamente, la mención de Sicilia sobre la coincidencia objetiva del poder financiero y la derecha dictatorial en intentar imponer una política de shock, daba la pauta de un nuevo episodio del “golpe recesivo” en curso.[28] A vuelta de página, una columna de opinión firmada por el economista Jaime Saiegh, de la Juventud Peronista, comentaba los “Lineamientos” y demostraba los vasos comunicantes ideológicos del semanario. Saiegh planteaba la crisis de la deuda en clave “dependentista”, denunciaba su convalidación en el documento y reclamaba su revisión integral de acuerdo con las promesas de campaña radicales. Contra la opinión mesuradamente positiva del dirigente juvenil radical Hourest, negaba carácter industrialista a sus formulaciones, señalando que llevarían al retraso salarial y demandaba enérgicamente las reformas tributarias y financiera. Concluía afirmando que el documento expresaba la “mentalidad dependiente” que subordinaba el crecimiento a la banca internacional.[29] Las disidencias con el referente de la JR parecían pasar por la interpretación de las medidas puntuales y sus efectos y no tanto por un objetivo (político) compartido en lo discursivo, el fin de la “dependencia” y la “liberación”. Preliminarmente, confirmaba que las juventudes de los partidos mayoritarios, pese a la dinámica marcada por el sesgo oposición/oficialismo, compartían en sus enfoques económicos preocupaciones similares.[30] Por otra parte la lectura de Saiegh, si podía coincidir con señalamientos críticos como los de Lemoine, provenía de una mirada política que había dado inflexiones “peronizadas” a los elementos estructurales-marxistas en los años 60 por intelectuales como Jorge Abelardo Ramos o Arturo Jauretche (Neiburg, 1998: 59) y marcaba énfasis en lo “nacional” por sobre lo “clasista”. En tanto, para EP la recepción de un intelectual del principal partido opositor permitía añadir legitimación a sus críticas y evidenciar, por sobre las diferencias de enfoque, trazos de coincidencia notorios entre su posición editorial y la de sectores de los actores políticos mayoritarios en torno a algunas de sus demandas en materia económica.
El final de la gestión de Grinspun
En la semana en que había expuesto la “Operación Capricornio”, se produjo finalmente el cese del ministro Grinspun y del presidente del BCRA, García Vázquez (Restivo y Rovelli, 2011: 97-100; Pesce, 2006: 398; Aruguete, 2006: 435-436). La novedad ocupó la portada y gran parte de los contenidos del siguiente número.[31]
El suceso era calificado como el cambio gubernamental más importante desde su asunción. Ábalo situaba el fin del ciclo de Grinspun entre los problemas de gestión y sus características personales. Por una parte, claves en su caída habían sido la disputa con el Banco Central por el reordenamiento financiero y un vínculo tirante con los organismos multilaterales. Por otra, demostraba el éxito de las presiones de la “derecha económica” tal como había sido definida por el ex ministro en la entrevista. Por último, en tono de balance cuestionó la ausencia durante su mandato de decisiones de fondo para afrontar los problemas heredados de la dictadura –y le endilgaba el abandono de la postura favorable a las nacionalizaciones sostenida en la década previa–.[32] Su comentario también mencionaba la expectación medida de la JCN por la designación en el BCRA de Alfredo Concepción, afín a Grinspun, visto como contrapeso de la asunción de Sourrouille y garante de concreción de la reforma financiera. Para Ábalo, a diferencia de otros miembros de la sección, el nuevo ministro tenía crédito restante por su apuntada cualidad profesional y adecuación a los tiempos políticos.[33]
Colominas, por su parte, rubricó una semblanza apologética de Grinspun acorde a los aspectos cercanos de sus planteos con los de EP. Su aplicación al “costado humano” del personaje refirió a su buen trato personal en la consulta periodística y a la solidez de sus convicciones. En esa línea, el apodo del ex ministro permitió que lo asemejara a los personajes novelescos “rusos”, cuyo dramatismo expresaba autenticidad y energía. Su compromiso primaba, en tal sentido, sobre sus menos relevantes “conocimientos técnicos” (sic) y se había traducido en “claridad política” (sic). La apreciación demostraba no solo un reconocimiento, sino la propia forma en que EP comprendía el papel estatal en el funcionamiento económico. Mientras era motivo de debate público la idoneidad profesional de Grinspun, Colominas reivindicaba su estilo (político) de conducción: “Expresaba aquello que a los economistas de laboratorio les cuesta más: la comprensión estructural de la economía en términos de renta y de poder, esto es, la articulación de la lucha por el ingreso con la lucha política”.[34] Por otra parte, el columnista aclaraba que había escasez de simpatizantes radicales en la redacción, para aventar la sospecha de oficialismo con que se motejaba con regularidad a un medio definido como independiente (Ulanovsky, 2005: 170).
Para Lemoine el cese resultaba previsible por haber expresado el ministro una gestión carente de alianzas sociales sólidas y apoyada en una frágil “burguesía nacional”.[35] Este autor y sus colegas de sección habían coincidido en plantear desde los primeros números de EP el dilema del radicalismo, consistente en la problemática representación de unos “sectores nacionales” industriales y obreros disminuidos por la profunda transformación estructural producida por la dictadura. Mientras que para Colominas, esta había consumado la destrucción del frente policlasista del último peronismo –tarea que señalaba anticipada por el gobierno de Isabel Perón–, Ábalo remontaba la causa de esa desazón política oficial más extensamente a la “falla” (sic) originaria en la dirigencia económica y política durante los años 70, por haber desaprovechado las condiciones internacionales favorables para expandir la productividad y acumulación nacional y modernizar el sistema productivo. Esta explicación “moral” condenaba la incapacidad de las clases dominantes para realizar su necesario (y deseable) cometido histórico de regeneración del ciclo “burgués nacional”. En tanto, Lemoine enjuiciaba en términos clasistas precisamente el carácter “parasitario” de aquellos sectores. Las disidencias de opiniones no hacían perder de vista, por lo demás, la existencia del diagnóstico coincidente sobre los principales problemas gubernamentales de partida, con denominador común en la percepción de la conversión preferente del gran empresariado a la especulación financiera.[36]
En franco contraste, una columna del senador radical Ricardo Lafferrière, integrante de la JCN, procuró inducir desde la esfera oficial una lectura positiva, de modo similar al de Hourest con anterioridad al recambio.[37] Su narrativa asumía la “interna” oficial, pero invertía la significación de su desenlace, al describir a un Grinspun triunfador póstumo. Su administración económica era mostrada como intervencionista, favorable a “nacionalizar progresivamente el crédito” –una interpretación no expresada anteriormente por el senador en EP– y a controlar el flujo exportador. La disputa velada entre aquel y García Vázquez, desde esta luz, tomaba tono personal y conciliador, al atribuirle al último el convencimiento sincero sobre la necesidad de realizar concesiones a los factores de poder para la reactivación. Para el senador, como lo había manifestado Germán López poco antes, la autoridad presidencial se había robustecido en tanto había definido no un cambio sino la continuidad de la política económica llevada adelante hasta entonces. En consecuencia, la asunción de Sourrouille entrañaría el inicio de una fase renovada en el restablecimiento del “esquema de alianzas” productivo, truncado por el desgaste político de Grisnpun. Así, una gestión voluntarista, medida por el coraje político (y el conflicto), sería sucedida por otra guiada por la racionalidad y estabilidad. De consuno, las nuevas autoridades en el BCRA asegurarían la “batalla frontal contra la especulación financiera”. Laferrière procuraba, en definitiva, clausurar la intelección del “significado de los cambios” (sic del título de su columna), tomándolos de manera positiva como ratificación del rumbo heterodoxo para el desarrollo nacional.
Lejos de las lecturas esperanzadas y de las expectativas cautelosas, Lemoine insertó en la misma edición un extenso ensayo sobre la Alemania de la República de Weimar. Como lo anticipaba la introducción su propósito, acorde al perfil de actualidad del medio, era ofrecer un caso ejemplar del que podía extraerse sentido para comprender la crisis argentina y sus posibles consecuencias futuras. Centrado en el surgimiento del nazismo, el texto puntualizaba los riesgos afrontados por el régimen democrático cuando la dirigencia política menospreciaba la dimensión de las amenazas de la ultraderecha y del poder financiero en un marco de alto endeudamiento, desempleo generalizado y alza inflacionaria. A la base de la imposición nazi, remarcaba el autor, se contó la equivocada estrategia de la socialdemocracia gobernante de ceder a las demandas del gran capital y poner a su servicio del aparato estatal. Por otra vía, entonces, eran reiterados los reparos de EP a la indecisión y titubeos oficiales y también, sin demasiadas mediaciones, insinuado el paralelismo fatal entre el agitado clima político local con los “golpes de mercado” y las convulsiones que derrumbaron al régimen democrático germano.[38] La pasividad ante la violencia pero ante todo la subsistencia de la espiral inflacionaria y de políticas de austeridad quedaban, así, como factores de disgregación social y caldo de cultivo de salidas autoritarias.[39] También notaba Lemoine los puntos de contacto de la prédica nacionalista del nazismo con la de la izquierda de la época, como sucedía con la consigna de nacionalización de la banca –precisamente propugnada por el semanario–, cuyo oportunismo enmascaraba la realidad de su alianza con el sector financiero y empresarial. Mediante el recurso a la reflexión histórica, excedente al análisis de actualidad (y posibilitada por la predisposición del semanario a publicar artículos de fondo), Lemoine advertía al lectorado las circunstancias contextuales e invocaba el imperativo de enfrentar abiertamente al enemigo bifronte definido por los nostálgicos del “Proceso” y sus cómplices de la “patria financiera”, en defensa del sistema democrático y de una economía acorde por su inclusión de las mayorías.[40]
Conclusiones
Poco después de la entrevista con Grinspun, Ábalo señaló que el carácter recesivo de la política económica afectaba su credibilidad, pero reconociendo que su eventual reemplazo sería por “otra peor” (sic).[41] Lo cierto es que, en las postrimerías de 1984, las dificultades gubernamentales eran notorias y preludiaban la efectiva desarticulación de la estrategia emprendida hasta entonces. No menos evidente resultaba el desgaste del ministro, cuya capacidad de gestión era cuestionada tanto en el ámbito público como en el interno. Acercarse a las valoraciones de EP sobre sus últimos meses al frente de la cartera económica permitió contemplar con perspectiva histórica el modo en que se fue leyendo ese ocaso desde un medio clave de la prensa progresista de la época.
En consonancia con la línea política y estilo analítico del medio, la sección económica no se limitó a la crónica de coyuntura y su mirada heterodoxa acompasó los hechos de actualidad con la evaluación de su concordancia respecto al programa inicial. Asumida la inexistencia de una alternativa no capitalista, el interrogante rondó el grado de cumplimiento de la promesa oficial de recuperar el ciclo de desarrollo basado en el mercado interno. EP sostuvo una interpretación del pasado reciente en virtud de la cual la dictadura había logrado imponer una profunda modificación estructural con consecuencias negativas para la dimensión y capacidades de los actores que otrora habían vertebrado su etapa precedente.[42] Al respecto, sobre el final de 1984 y con la agudización de la crisis, las conjeturas (y demandas) en torno a la recreación de la alianza policlasista, al menos para la etapa estudiada, integraron las claves de la comprensión y prospectiva económica del medio. Sobre ese trasfondo fue caracterizada la figura de Grinspun y la división gubernamental entre un ala “liberal” con vínculos con el establishment económico y con personeros dictatoriales y otra “nacional” encabezada por el ministro, en disputa por el control de las decisiones económicas. A partir del reconocimiento crítico concedido a este último sector, la actividad de los grandes actores económicos locales y trasnacionales medidos por maniobras especulativas y presiones devaluatorias junto a la prédica intelectual liberal fue asociada a las resistencias militares a los procesamientos por los delitos represivos desde un prisma conspirativo, por su común cariz “desestabilizador” de la democracia. La respuesta oficial debía ser no menos contundente e impactar al corazón del problema mediante las nacionalizaciones, para retomar el control de las variables económicas clave; lejos de aparejar un cambio de régimen, el semanario las presentó como medidas razonables para desarmar la conjura y reconducir la acumulación productiva nacional.
Desde un ángulo intelectual la sección se aplicó en consecuencia a generar argumentación para confrontar las posiciones liberales y procuró sumar masa crítica mediante la inclusión de opiniones externas. Las participaciones, provenientes de la dirigencia juvenil del radicalismo y el peronismo, alimentaron una suerte de retroalimentación discursiva. Para el medio, sus aportes convalidaron la vigencia de las concepciones económicas defendidas entre las fuerzas políticas mayoritarias, pese a las distancias expuestas en función de la lógica oficialismo/oposición (como lo testimonió el contrapunto entre las columnas del radical Lafferrière y del peronista Saiegh).[43] Para estos colaboradores ocasionales, su posibilidad de intervenir en las páginas de EP resultó oportuna por insertarse en una publicación con alcance nacional y predispuesta a sus pronunciamientos. En línea con lo anterior, la relación establecida en los análisis de la sección entre la democracia y la satisfacción de los derechos económicos y sociales denotó la reivindicación de su acepción “sustancial”, de acuerdo con la herencia ideológica previa a 1976 y, en particular, con los debates de los años postdictatoriales (Reano y Smola, 2014; Reano y Garategaray, 2021). A su vez, introdujeron construcciones problemáticas contemporáneas como “hiperinflación” o “patria financiera”, cuyo impacto mediático revelaba la influencia y centralidad crecientes que iban asumiendo los y las economistas como intérpretes de la crisis.[44]
Los “Lineamientos” de Sourrouille fueron ajustadamente comprendidos como el guion de cambios venideros ostensibles y concitaron apreciaciones mezcladas, acordes con el convulso escenario nacional. Así, el recelo ante lo que fue descrito como “modelo exportador” fue acompañado por la caracterización de su autor como heterodoxo y con tacto político. Las divergencias en la sección abarcaron de quienes –como Ábalo– les atribuyeron un potencial de (menguado) crecimiento interno frente al “fracaso” del esquema en curso; y quienes –como Lemoine– leyeron desde términos analíticos clasistas un inminente fin de ciclo. Para los colaboradores más críticos, la estrella ascendente del secretario de Finanzas no auguraba una nueva fase expansiva del proyecto económico original –tal como había argüido Lafferrière, combinando el acompañamiento oficialista con los cuestionamientos de su sector partidario– sino como un vuelco notorio hacia el sector agroexportador y las exigencias de los organismos multilaterales. Si la política ministerial desarrollada hasta entonces a la postre resultaba recesiva, a la vista de las propuestas de Sourrouille el pronóstico era reservado. Por su parte, el reporteado comenzaba al promediar el primer año de gestión radical a aumentar su exposición pública. La entrevista del semanario condijo con sus intenciones de trascender los ámbitos especializados y mostrar sus propios criterios sobre la conducción económica, justificados cautamente en términos “técnicos” y conciliadores.
Consumada la defenestración de Grinspun, el medio le dio tratamiento editorial y realizó un balance matizado de su desempeño. Supuso un reconocimiento al proyecto económico encarnado por su figura sujeto, con ajuste a los señalamientos críticos reiterados en la sección económica, al contraste con sus resultados concretos. Así, la ponderación de sus cualidades personales y compromiso ideológico “nacional” se acompañó del señalamiento de los límites y contradicciones operantes en la gestión gubernamental. Según la retrospección de Colominas, la afinidad de EP con el titular ministerial debió medirse fundamentalmente por la “coincidencia con sus deseos más que por sus realizaciones”, aun cuando se admitieran los condicionamientos iniciales.[45] De las distintas perspectivas puestas en juego en la sección sobre el episodio, se desprendió que Grinspun había sucumbido no solo a las presiones exitosas del mercado y a una interna partidaria en la que el presidente del Banco Central había revestido de cabecilla “liberal” (mientras que el extrapartidario Sourrouille no fue unívocamente vinculado a esa orientación). Sino, sobre todo, por el mencionado fracaso al intentar apoyarse en una base social cuya disgregación había sido inadvertida.
Esta percepción, más tarde ratificada por la literatura académica como “anacronismo”, tuvo sustento en algunas aproximaciones sobre el estado de la estructura social argentina que arrojaban la subsistencia del desempleo, la pérdida del poder adquisitivo, la desindustrialización parcial y la creciente desintegración social –calificada por Zlotogwiazda con referencia al concepto sociológico de “marginalidad”–. Por otra parte, y en un extremo, la caracterización de este escenario inestable dio justificación adicional a las denuncias del medio sobre el golpismo y el rol de la dictadura en la erosión de los sectores obreros y empresariales “nacionales” y la financierización económica, mientras se aprestaba el juicio a la Juntas. De este modo los conspiradores castrenses en su discurso tuvieron correlato, y ciertos nexos demostrados por la práctica de investigación periodística, en otro adversario democrático, el establishment financiero-bancario promotor –de acuerdo con otro neologismo novedoso prodigado por la revista– del “golpismo de mercado”.[46] En tanto que la comparación con el régimen de Weimar dejaba sentada en términos políticos que el deterioro social favorecía el descrédito democrático y la disponibilidad popular frente a la eventual restauración autoritaria. De allí la advertencia sobre los riesgos explosivos de la situación económica y el llamado al gobierno para que no cediera ante el poder económico.
Para EP el reemplazo ministerial, en suma, fue el corolario de las constricciones legadas por la dictadura al gobierno constitucional y suponía, hasta cierto punto, una victoria de la “derecha económica” que Grinspun había prometido derrotar. Es posible agregar que los pormenores de su evaluación respectiva, tal como fue relevada en las páginas precedentes, anticipan los argumentos críticos que serán esgrimidos respecto al Plan Austral. No obstante, en la medida en que la clave de lectura del medio asignaba a la acción política, y a la iniciativa del Ejecutivo en especial, la capacidad de abrir nuevas posibilidades el futuro inmediato, sin ser demasiado promisorio, permanecía abierto.
Agradecimientos
Agradezco los comentarios recibidos por parte de los evaluadores anónimos de Prohistoria
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Notas