Sección Especial - 25 años
¿La teoría económica puede sobrevivir sin una relación con la historia?
Can Economic Theory Survive without a Relationship to History?
¿La teoría económica puede sobrevivir sin una relación con la historia?
Prohistoria, núm. 38, 1-10, 2022
Prohistoria Ediciones
Recepción: 15 Septiembre 2022
Aprobación: 10 Noviembre 2022
Resumen: La historia económica es una disciplina de frontera: sus herramientas de análisis se basan tanto en las ciencias históricas como en las económicas y, precisamente por ello, el hecho de que una parte importante de la historia económica contemporánea se limite únicamente a tomar como referencia las aportaciones de la economía y, en particular, del análisis económico más estrictamente cuantitativo constituye una grave limitación de su capacidad de interpretación. Por el contrario, parece imprescindible que la historia económica esté abierta a recibir todas las aportaciones metodológicas que puedan provenir de las ciencias históricas y, en general, de las ciencias sociales que se sirven también del análisis cualitativo de los fenómenos históricos.
Palabras clave: Historia económica, Metodologías en la Historia Económica, Análisis Cuantitativo y Cualitativo en la Investigación Histórica.
Abstract: Economic history is a frontier discipline: its analytical tools are based on both historical and economic sciences. Precisely for this reason, the fact that a significant part of contemporary economic history is limited to taking as a reference only the contributions of economics and, in particular, of the more strictly quantitative economic analysis, constitutes a serious limitation of its interpretative capacity. On the contrary, it seems essential that economic history be open to receive all the methodological contributions that may come from the historical sciences and, in general, from the social sciences that also make use of the qualitative analysis of historical phenomena.
Keywords: Economic History, Methodology in Economic History, Quantitative and Qualitative Analysis in Historical Research.
¿La teoría económica puede sobrevivir sin una relación con la historia?*
Los impactantes acontecimientos que se han sucedido en estos últimos años, a partir de la manifestación de la pandemia, de sus consecuencias inmediatas y del todo imprevistas a nivel global sobre los sistemas de producción e intercambio de bienes y servicios, han puesto en discusión todas las certezas de la teoría económica dominante: muchos paradigmas que parecían indiscutibles han sido repentinamente negados por fenómenos de los cuales no solo no se había previsto la magnitud, sino incluso el posible surgimiento. Frente a esta dura confrontación entre la teoría y la realidad, parecía inevitable volver a dar importancia a una lectura histórica, fuertemente contextualizada en el tiempo y el espacio, de los procesos económicos, es decir, en otras palabras, parecía inevitable volver a poner la historia en el centro del razonamiento económico. En realidad, esto no ha sucedido y en el actual discurso económico destaca, más bien, una fuerte subordinación intelectual de la historia económica a la teoría económica, una subordinación que, por otra parte, ya se ha manifestado claramente en el debate en curso desde hace más de tres décadas sobre la naturaleza de la historia económica, sus instrumentos de análisis y sus objetivos gnoseológicos.
Este debate, de hecho, se ha reducido muchas veces a la sola alternativa de si la historia económica deba considerarse disciplinariamente más próxima a las ciencias económicas, con las cuales compartir un corpus de leyes, de técnicas lógico-matemáticas, de espacios de difusión de resultados, o a las ciencias históricas, con las herramientas analíticas y los lugares de comparación que les son propios. Reducida en estos términos, sin embargo, se trata de una cuestión mal formulada y los resultados de un debate así planteado resultan inevitablemente distorsionados y engañosos, ya que, haciendo así, no solo se ignora la intuición metodológica fundamental de Carlo Cipolla al describir la historia económica como un puente, punto de encuentro entre dos culturas (Cipolla, 1988), pero sobre todo se asume implícitamente que exista una sola ciencia económica y una sola ciencia histórica respecto de las cuales la historia económica debe definir su propia colocación.
En realidad, si por su riqueza es muy difícil llevar a cabo un proceso de reductio ad unum de las disciplinas históricas, parece no menos arbitraria la identificación dentro de las ciencias económicas de una única orilla a la cual hacer atracar los estudios de historia económica. A continuación, se intentará demostrar cómo el actual empasse en el que se encuentra la historia económica no depende de la interlocución y la interacción con las ciencias económicas, que son por el contrario necesarias e incluso indispensables, sino de la elección de un interlocutor único y fundamentalmente equivocado. Es la elección de aquella parte de la ciencia económica contemporánea que niega la importancia de la historia, es decir, del factor temporal, en el devenir de los procesos económicos. Es a partir de esta identificación con una economía fundamentalmente ahistórica que se origina la desnaturalización y el empobrecimiento de la historia económica, con la consiguiente pérdida de la capacidad de leer e interpretar tanto el pasado como el presente.[1]
Asumimos como punto de partida para el análisis del pensamiento económico la distinción fundamental propuesta por Piero Sraffa entre el enfoque de los economistas clásicos y el enfoque neoclásico o marginalista, basado en la contraposición entre dos representaciones diferentes de la economía como un flujo circular (o más bien en espiral, como sugiere Sylos Labini) entre producción, distribución, consumo y acumulación para los economistas clásicos, y como calle de sentido único que lleva desde los recursos escasos –los llamados factores de producción– a la satisfacción de las necesidades y deseos de los sujetos económicos para los marginalistas. En el primer enfoque, el factor tiempo es fundamental, en el segundo no lo es, alcanzándose el punto más alto de la ahistoricidad del análisis económico en la teoría del equilibrio económico general de Leon Walras, donde, como es bien sabido, el conjunto de intercambios y transacciones ocurre simultáneamente y en una dimensión atemporal. Un límite que ya Alfred Marshall trató de superar postulando el equilibrio general del sistema como el resultado de la composición de equilibrios parciales diferenciados en el tiempo.[2]
La referencia a conceptos básicos postulados por una u otra de las dos principales orientaciones de la teoría económica, que adquieren significados profundamente distintos entre clásicos y marginalistas, no es indiferente a los fines de la investigación histórico-económica, pues es en base a ellos que se procede a la construcción de los modelos interpretativos y al análisis empírico. Se considere por ejemplo el concepto de mercado, que en la visión neoclásica corresponde a un punto en el tiempo y el espacio, como las ferias medievales o las contemporáneas bolsas de valores, donde se encuentran la oferta y la demanda; mientras que para los clásicos el mercado es una red de relaciones, que en una economía basada en la división del trabajo permite a familias y empresas procurarse, período tras período, los bienes de consumo o medios de producción necesarios.[3] Piénsese todavía el concepto de banco: en la visión de Schumpeter el banco cumple una función darwiniana ya que debe seleccionar a lo largo del tiempo a los empresarios y/o las inversiones más eficientes, mientras que en la visión neoclásica su función es reductivamente entendida como el lugar físico de encuentro entre la demanda y la oferta de crédito, reguladas por el precio del mismo constituido por el tipo de interés. Por no hablar de la moneda: contra la visión neoclásica, Keynes asumirá que la cantidad de moneda en circulación sea una cantidad exógena, establecida por las autoridades monetarias.
Mercado, banco, moneda: para estos, como para muchas otras nociones básicas de la historia económica, la referencia a un paradigma conceptual o a otro de la economía cambia profundamente las herramientas de análisis y, por lo tanto, el resultado. Y esto también vale para las motivaciones del agente económico, que en la tradición clásica tienen una naturaleza multidimensional, incluyendo también pasiones e intereses (piénsese en la noción smithiana del interés personal), mientras que, en la tradición marginalista, estas motivaciones se reducen a una grandeza monodimensional, la de la maximización de la utilidad. Pero toda la modelística económica contemporánea, influenciada directa o indirectamente por la visión neoclásica, subyace sustancialmente a una visión atemporal, ya que reduce el efecto del transcurso del tiempo a una sucesión y yuxtaposición de momentos estáticos, no captando las interacciones entre fenómenos y conexiones dinámicas. Por otra parte, hace tres décadas Robert Solow se preguntaba refiriéndose al papel de la historia en los estudios económicos: Economics: is something missing? (Solow, 1986).
¿Cuál economía?
Asumida esta doble naturaleza de los estudios económicos, es necesario preguntarse por qué algunos historiadores económicos se han orientado progresivamente hacia una interlocución casi exclusiva con esa parte de la economía para la cual la historia parece menos importante. La respuesta radica en gran medida en el peso preponderante que precisamente esta parte de los estudios económicos ha ido adquiriendo en el conjunto de la disciplina a partir de los años 60 del siglo pasado, como efecto de, al menos, dos fenómenos (Calafat y Monnet, 2016). Por un lado, parece bastante evidente que, durante la segunda mitad del Novecientos, la ciencia económica se ha ido modelando cada vez más sobre las ciencias exactas y en particular sobre la física, exasperando los aspectos de formalización analítica y, paralelamente, esterilizando el factor temporal (Mirowski, 2001). Al mismo tiempo, se ha difundido cada vez más la figura del economista “especialista”, empeñado en la regulación administrativa de los procesos de producción e intercambio o en los mercados financieros, en detrimento del tradicional economista “generalista”, caracterizado por una formación y una visión decididamente más histórica.
La primera respuesta que la historia económica ha dado a estos dos fenómenos y al progresivo abandono de un paradigma histórico por parte de la ciencia económica ha sido la cliometría, que se difundió desde Estados Unidos en la década de 1970, con la finalidad de aplicar a la historia el enfoque de la economía neoclásica.[4] La difusión de este enfoque, centrado como es bien sabido en el uso generalizado de la teoría económica y sus herramientas analíticas, ha alcanzado rápidamente importantes resultados, especialmente en el estudio del desarrollo de los mercados en relación con la época contemporánea, pero ha comportado la progresiva marginación de los historiadores económicos de la edad moderna –punto sobre el que se volverá brevemente más adelante–, o menos acostumbrados al uso de técnicas econométricas y en general a los métodos cuantitativos, que han terminado por concentrarse en temas de historia no cuantitativa como la historia social, la historia del consumo, etc. Y el proceso de marginación se ha incrementado ulteriormente cuando, en tiempos más recientes, el uso de técnicas de análisis de los datos postulados por la estadística inferencial, como la regresión, ha permitido efectuar estudios de grandes dimensiones espaciales o cronológicos, estudios de global history, donde, sin embargo, la evolución en el tiempo de los fenómenos estudiados, se vio a menudo disminuida y embridada por la elección de rígidas variables cuantitativas que, por su propia naturaleza, limitan y seleccionan los procesos objeto de estudio (Mocarelli, 2017: 71-91).
No ha constituido una real alternativa a la historia económica en la versión cliometrics / global history, ni siquiera el filón de estudios neo-institucionalistas, así llamado por la postulada centralidad del rol de las instituciones en el desarrollo económico, promovido a partir de los años 80 por algunos de los historiadores económicos que tenían mayor dificultad a reconocerse en este cambio metodológico. Coronado en 1993 por la atribución del Premio Nobel de Economía a Douglass North y Robert Fogel, el filón neo-institucionalista, inicialmente entendido en continuidad con el cambio neoclásico de la historia económica, se ha distanciado cada vez más, en la convicción de el carácter dinámico de las sociedades que no se pueden reconducir a modelos de comportamiento e instituciones estacionarias (North, 2005; North, Wallis y Weingast, 2012).
Así, se han ido consolidando dentro de la historia económica dos grupos de investigadores bien distintos: aquellos que se inspiran primariamente en la teoría económica neoclásica, interesados en trazar amplias comparaciones o en captar tendencias a largo plazo mediante el uso de sofisticados instrumentos matemático-estadísticos que, sin embargo, seleccionan drásticamente los datos y las variables sobre los que indagar, y aquellos que en cambio centran su atención en un uso interpretativo y complejo de las fuentes, según las metodologías de la investigación histórica y, a menudo, de la historia cultural.[5] De esta distinción se sigue que los parámetros en base a los cuales medir la calidad científica de la investigación no son los mismos en los dos grupos de estudiosos: para los primeros estos parámetros se buscarán en la correcta aplicación de las técnicas y metódicas económico-estadísticas, para los segundos en el uso e interpretación filológicamente correctas de las fuentes. Sobre estas bases, la separación e incomunicabilidad entre los dos grupos es un hecho consumado.
La propuesta de quien escribe para superar esta separación consiste en retomar por parte de la historia económica un diálogo con aquellas partes de la economía que, al no reconocerse en la mainstream, miran críticamente los desarrollos de la teoría neoclásica y monetarista, aunque no por esto se remontan rígidamente al pensamiento keynesiano.[6] Mencionaré sólo, a modo de ejemplo, a tres premios Nobel de economía de los últimos dos decenios: Paul Krugman, Amartya Sen y Joseph Stiglitz, quienes, aun en contextos culturales muy diferentes, han privilegiado el análisis de los procesos económicos no reconducibles únicamente al tipo ideal del homo eoconomicus, individuando en cambio como objeto de estudio comunidades más complejas, en cuyo comportamiento, incluidos los económicos, influyen igualmente factores sociales, históricos, culturales, geográficos, religiosos y éticos.[7]
Hay dos consideraciones que impulsan con particular fuerza en dirección a un retorno de la historia económica al diálogo con una economía menos formalizada y matemática y más atenta a la complejidad de las sociedades de todos los tiempos. En primer lugar, la cliometría postula la adopción de la teoría económica y los métodos cuantitativos como base para el análisis histórico, pero ambos elementos limitan severamente la aplicación de este enfoque a la historia económica del mundo preindustrial. Como indicó claramente Carlo Cipolla (1988) –pero debe considerarse también la hermosa contribución de Jean Yves Grenier sobre la economía del Ancien Régime (Grenier, 1996)– la economía de los sistemas del antiguo régimen o de los sistemas preindustriales no responde necesariamente a las mismas leyes económicas que se aplican al mundo de la racionalidad, impuestos por los sistemas de producción industrial: describir dos contextos históricos profundamente diferentes con los mismos instrumentos y, sobre todo, a través de las mismas variables y nexos causales es profundamente engañoso. Piénsese, por ejemplo, en el tema del crédito: ¿tiene sentido hablar de él en la época moderna sin considerar también los aspectos relacionados con la ética religiosa, que limitaban a prácticas específicas a determinados grupos sociales? Sería como considerar irrelevante en el estudio de las formas de crédito practicadas en el mundo de la religión islámica el hecho de que para esa cultura es inconcebible pagar un tipo de interés como remuneración por el préstamo de dinero...
Íntimamente relacionado con este aspecto está el relativo a la calidad de los datos que se encuentran en la base de las elaboraciones estadísticas. Como es sabido, hasta la emisión de normas específicas y la creación de oficinas específicas en la época napoleónica, no existe una cultura del dato estadístico; en el mundo preindustrial, con la excepción quizás de las escrituras mercantiles, es muy raro encontrar datos que no sean el resultado de manipulaciones intrínsecas a la naturaleza misma de las fuentes: pensemos por ejemplo en datos demográficos o de provisión o la dificultad de utilizar las fuentes fiscales en la edad moderna con el fin de una correcta representación de las finanzas públicas. Si el dato cuantitativo no procede de una intervención de relevación neutra sino que es el resultado de un proceso en el que intervienen muchos factores, ciertamente se podrá utilizar pero, precisamente, teniendo cuenta a todos los elementos que influyen sobre su calidad, no absolutizándolo ni dando por sentada su posibilidad de uso a efectos de comparaciones con datos que, originados en otros contextos espaciales y temporales y en condiciones diferentes, son por su propia naturaleza difícilmente comparables.[8]
Volver al contexto histórico
Solo el regreso a una visión de los fenómenos económicos como procesos fuertemente condicionados por el contexto histórico puede superar estos dos problemas, que por otro lado no conciernen únicamente a la época preindustrial. De hecho, la crisis económico-financiera iniciada a partir del 2008 ha evidenciado los límites de las teorías económicas dominantes, que se traducen en modelos matemáticos formalmente impecables pero que se han revelado inadecuados no solo para predecir sino también simplemente para describir lo que estaba sucediendo, por hallarse basadas en la hipótesis fuertemente irrealista de que la economía de mercado está en equilibrio o tiende hacia él, cuando los complejos sistemas modernos de la globalización crean incesantemente situaciones de grave desequilibrio.
En la base de este fracaso –sin mencionar, por supuesto, la dramática incapacidad de la teoría económica mainstream para proporcionar soluciones a los problemas– se encuentran, una vez más, la abstracción del homo oeconomicus y la hipótesis de la ahistoricidad del actuar económico. Precisamente por este motivo, con la crisis pareció abrirse un campo extraordinario para reafirmar la importancia de la historia económica, para reconducir al centro del análisis de los fenómenos económicos también los procesos sociales que se despliegan en el tiempo, para recuperar las enseñanzas de las otras grandes crisis del siglo XX con el fin de elaborar las estrategias de salida. Sin embargo, nada de esto ha ocurrido porque el colapso de la mainstream economics ha traído consigo también la afasia de la historia económica, tanto de la parte que sobre esa misma teoría y en esos mismos métodos se basa, como de la parte que ha quedado relegada a un diálogo casi exclusivo con la historia.
La fase actual de reanudación del debate en el interior de las mismas ciencias económicas,[9] por el contrario, debería impulsar a la historia económica a cuestionarse a sí misma, para ampliar sus propios paradigmas teóricos de referencia y recuperar una interlocución más intensa y provechosa con todos los campos de la economía y, también, de las otras ciencias humanas y sociales, revitalizando la intuición fundamental braudeliana de la multidisciplinariedad y multidimensionalidad de la investigación histórica. Solo de esta manera se podrá volver a captar la complejidad y riqueza fundamental de lo real, contra cualquier hipótesis reductiva, y así también captar todos los extraordinarios aportes cognitivos a la historia del desarrollo económico que puedan provenir de otras disciplinas.[10] Y solo así, sin ningún nacionalismo, pero participando en una trayectoria cultural cosmopolita con el sentido de una propia identidad cultural bien arraigada, se podrán también recuperar y valorizar las especificidades de la tradición de la historia económica italiana.[11]
Roma, septiembre de 2022.
Referencias Bibliográficas
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Notas