Artículos

La oposición en el gobierno. Antagonismo, inestabilidad y movilización política en Buenos Aires, 1893

The Opposition in Government. Antagonism, Instability, and Political Mobilization in Buenos Aires, 1893

Inés Rojkind
Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Universidad de Buenos Aires, Argentina
Laura Cucchi
Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Universidad de Buenos Aires, Argentina

La oposición en el gobierno. Antagonismo, inestabilidad y movilización política en Buenos Aires, 1893

Prohistoria, núm. 38, 1-25, 2022

Prohistoria Ediciones

Recepción: 09 Junio 2022

Aprobación: 29 Agosto 2022

Resumen: El trabajo explora los espacios, actores y ritmos de la movilización política en la ciudad de Buenos Aires durante una coyuntura particularmente conflictiva en los años noventa: el ministerio de Aristóbulo del Valle en 1893. Analiza cómo se afectaron mutuamente las estrategias de las dirigencias para procesar la conflictividad política y los flujos y reflujos de la movilización. Estos acontecimientos muestran que la inestabilidad de esos años, que se ha adjudicado habitualmente al manejo exclusivista del poder por parte del Partido Autonomista Nacional, fue producto también de los intentos de incorporar a sectores opositores al gobierno.

Palabras clave: Orden Conservador, Movilización, Prensa Política, Buenos Aires.

Abstract: The article explores the spaces, actors, and rhythms of political mobilization in the city of Buenos Aires during a particularly conflictive situation in the 1890s: the ministry of Aristóbulo del Valle in 1893. It analyzes how the strategies of the leaderships to process political conflict and the ebbs and flows of mobilization affected each other. These events show that the political instability of those years, which has usually been attributed to the exclusive handling of power by the National Autonomist Party, was also the product of the attempts to incorporate opposition sectors into government.

Keywords: Conservative Order, Mobilization, Political Press, Buenos Aires.

Introducción[1]

En julio de 1890 la Unión Cívica (UC) se alzó en armas en la ciudad de Buenos Aires para derrocar al presidente Miguel Juárez Celman y terminar así con el dominio hegemónico que el Partido Autonomista Nacional (PAN) ejercía desde la llegada de Julio Roca a la presidencia diez años atrás. El levantamiento fracasó, sin embargo Juárez Celman tuvo que renunciar y se abrió una etapa de profunda inestabilidad política e institucional. El partido en el gobierno emergió dividido y debilitado de esa crisis. El sector que comandó la salida de la revolución procuró reconstruir la estabilidad mediante un arreglo con la fracción moderada que se desprendió de la UC, el mitrismo, y la exclusión de la intransigente, encarnada en el radicalismo. Mientras que, dentro del PAN, los que habían militado en las filas del ex presidente Juárez Celman se agruparon bajo la denominación de “modernistas” y rechazaron negociar con la oposición. En los años siguientes la política siguió el ritmo de esos acuerdos electorales y de la incorporación de adversarios al gabinete, que lejos de pacificar las disputas incentivó más presiones de los moderados y ahondó los cuestionamientos de los radicales. La conmoción alcanzó dimensiones impensadas en 1893, cuando el presidente Luis Sáenz Peña le entregó el gobierno a la oposición a través de la figura de Aristóbulo del Valle convertido en virtual jefe de gabinete, desatando con ese gesto una escalada sin precedentes de la conflictividad política. El orden constitucional fue preservado, pero se sucedieron cambios de gabinete, revoluciones, intervenciones federales, declaraciones de estado de sitio, alistamiento de tropas y una nueva renuncia presidencial, la de Sáenz Peña, en 1895. Todo ello, mientras las consecuencias de una feroz crisis económica tornaban aún más incierto el panorama político y social.

Este ciclo crítico ha recibido mucha atención de la historiografía. En su clásico libro El orden conservador (1977), Natalio Botana propuso que durante 1880 y 1916 funcionó, con modificaciones, un “régimen” que hegemonizó la política a través del control electoral y la exclusión de la oposición. Ese esquema de poder habría recibido un primer cimbronazo con la crisis de 1890 y sus secuelas, de las cuales pudo reponerse en el corto plazo, pero abriendo el camino para la reforma ya en el siglo XX. Por su parte, en un trabajo pionero y revelador Ezequiel Gallo subrayó la importancia de aquel “quinquenio difícil” durante el cual ocurrieron cambios significativos en la vida política porteña y nacional de la mano de una intensificación y una ampliación de la actividad política. Entonces se quebró el monopolio que el PAN había ejercido durante la década del ochenta y el oficialismo dividido tuvo que hacer frente a una oposición reorganizada, cuya creciente influencia se hizo visible no sólo en las situaciones provinciales sacudidas por levantamientos armados, sino también en la agitación pública que se adueñó de las calles de la capital (Gallo, 2013: 118-120).

En las últimas tres décadas se problematizaron y profundizaron varios aspectos de esas miradas clásicas de la crisis y de su rol en las derivas del llamado orden conservador. Hilda Sabato (1990) planteó en un breve artículo que la revolución de 1890 debía verse a la luz de la experiencia política de las décadas previas y no pensarse como momento inicial de cambios hacia la ampliación del electorado que tuvo lugar posteriormente con la ley Sáenz Peña. Por su parte, los trabajos de Paula Alonso sobre la dinámica del PAN en la etapa 1880-1892, así como la organización del Partido Radical y sus trayectorias hasta comienzos del siglo XX han resultado centrales para revisar las características que tuvieron el acceso y la permanencia en el poder durante esos años. Posteriormente, también el análisis de Castro (2012) brindó claves para la comprensión de las relaciones y las disputas que atravesaban a la clase gobernante. Este proceso de revisión fue acompañado por varios estudios que se centraron en la actuación de diferentes agrupaciones partidarias, así como por otros que avanzaron en la experiencia de los sectores populares y sus formas de organización política.[2]

Este trabajo dialoga con esa rica historiografía y tiene como objetivo examinar los espacios, los actores y los ritmos de la movilización política,[3] en el transcurso de lo que Gallo ha llamado el momento más violento de ese ciclo crítico: los treinta y seis días del ministerio de Aristóbulo del Valle, entre julio y agosto de 1893. El escenario es el de la ciudad de Buenos Aires, donde tenían sede la presidencia con su gabinete nacional, el parlamento que congregaba a los dirigentes provinciales que eran la columna vertebral del PAN, los principales referentes opositores que pertenecían al elenco político porteño y el muy activo público local con su poderosa prensa. Nuestra propuesta es mostrar cómo en ese escenario se entrecruzaban e interactuaban los diferentes actores –líderes partidarios, dirigentes intermedios, militantes y población en general– que protagonizaron las contiendas en las calles, las plazas, los comités parroquiales y las galerías del Congreso.

La perspectiva que aquí ensayamos nace del cruce de nuestras respectivas preocupaciones sobre la política argentina de fines del siglo XIX. Por una parte, nos interrogamos por el impacto de la participación política popular que excedía los intentos de control desde las esferas gubernamentales y no se circunscribía a los esporádicos estallidos de la impugnación revolucionaria (Rojkind, 2017). Por otra, nos interesa reparar en los efectos no previstos de las diferentes estrategias de las dirigencias para procesar el disenso y la confrontación, en la medida en que esos mecanismos, que iban más allá de la simple disyuntiva entre cooptación o exclusión, crearon oportunidades y estímulos distintos para la movilización opositora (Cucchi, 2017; Cucchi y Hirsch, 2020). Creemos que este ejercicio de cruce nos permite iluminar diferentes facetas que tuvo entonces la movilización política en Buenos Aires, con sus convergencias y tensiones; también sugerir que las decisiones gubernamentales para lidiar con el antagonismo fueron en clave de prueba y error, y que su carácter tentativo resulta difícil de comprender si se las piensa como parte de un aceitado régimen de hegemonía política.

Una ciudad en ebullición

Prensa, noticias sensacionales y “revolución desde arriba”

El 5 de julio de 1893 la noticia sobre la entrevista del presidente con Aristóbulo del Valle ocupó las principales páginas de los diarios porteños. “Vuelco inesperado”, tituló La Prensa. Para el periodismo crítico de Sáenz Peña, la sorpresiva entrada en escena del dirigente opositor entrañaba un auspicioso “cambio en la política presidencial” que podía salvar a aquella gestión agonizante.[4] El de Sáenz Peña era un gobierno sumamente débil y sometido a múltiples presiones. Su falta de base política propia y de una mayoría que le respondiera en el Congreso eran el reflejo de la fragmentación del autonomismo nacional. Julio Roca y Carlos Pellegrini habían impulsado su candidatura presidencial para bloquear las aspiraciones de la disidencia “modernista” dentro del PAN y habían negociado con ese propósito un acuerdo con la oposición moderada que lideraba Bartolomé Mitre. Una vez en el gobierno, Sáenz Peña optó por profundizar la vía de la conciliación, convocando a representantes de diversos sectores al gabinete presidencial (roquistas, mitristas, independientes y modernistas). Pero el conflicto no hizo más que aumentar: estallaron movimientos insurreccionales en algunas provincias, se sucedieron los recambios ministeriales, se exacerbó la competencia entre los partidos y en la prensa crecieron las especulaciones sobre la inminente renuncia del mandatario (Gallo, 2013; Alonso, 2000: 166-168). Justamente en el momento en que esos rumores arreciaban, se supo que –por consejo de Pellegrini– Sáenz Peña había resuelto convocar a Aristóbulo de Valle para que se convirtiera en el nuevo hombre fuerte del gabinete presidencial. Del Valle había sido uno de los fundadores de la UC en 1890 y uno de los líderes de la revolución. Rápidamente la noticia de su nombramiento acaparó los titulares periodísticos. Se afirmaba que llegaba con la intención de desarrollar “una política reaccionaria, […] un plan de reparación” que iba a permitir “moralizar” la vida cívica y política de la república.[5] Del Valle asumió con la expectativa de reunificar a la oposición, entregando ministerios a mitristas y radicales (Alonso, 2000: 169). Estos últimos rechazaron el ofrecimiento, pero aun así el gabinete que consiguió armar exhibía “una fuerte tonalidad antirroquista” (Gallo, 2013: 105).[6] Lo integraban dos mitristas o cívico-nacionales: Valentín Virasoro en Relaciones Exteriores y Enrique Quintana en Educación y Justicia; y dos independientes: Lucio V. López (con simpatías por el mitrismo) en Interior y Mariano Demaría (de tendencia radical) en Finanzas. Del Valle, en tanto, ocupó el ministerio de Guerra y Marina. Todos habían formado parte de la UC; tenían una experiencia política compartida y antecedentes que acreditaban su condición de opositores al PAN. Conformaban, con la excepción de Virasoro, un gabinete de impronta porteña.[7]

La mayoría de la prensa acompañó inicialmente aquel giro político.[8] Aunque con matices, comenzó a tomar forma en el discurso periodístico la idea de que la revolución inconclusa de 1890 reanudaba su curso, impulsada “desde arriba” por Del Valle y sus colaboradores (Rojkind y Hirsch, 2020: 191). La Prensa llevó al extremo ese argumento para afirmar que los nuevos ministros tenían ante sí una responsabilidad extraordinaria: “Basta decir que enarbolan en lo alto de la Casa de Gobierno la bandera del Parque, simbólica del programa de reacción contra la oligarquía oficial y sus creaciones espurias, para comprender la magnitud de su compromiso ante el país”.[9] Esa imagen muy potente sirvió para alimentar diversas expectativas que, a su vez, impulsaron y sostuvieron durante semanas la movilización política en la ciudad.

La efervescencia popular encontró una primera expresión el día de la jura de los ministros: “El acto de prestar juramento los ministros no había hasta ahora despertado interés alguno en la masa del pueblo. Pero la solución de la dificultosa crisis ha dado relieve al acto de ayer”.[10] Frente a la Casa de Gobierno se congregaron miles de personas (más de 2.000 según La Nación, no menos de 1.500 de acuerdo con La Prensa) dando vivas a Del Valle y a los otros ministros, al presidente, “a los hombres del Parque, a la honradez cívica y administrativa”. Ante aquella “gran demostración pública”, los nuevos integrantes del gabinete ensayaron palabras y gestos de satisfacción. Desde el balcón principal de la Casa Rosada saludaron a la multitud que los aplaudía alborozada y luego se dirigieron a sus respectivos despachos, donde recibieron “gran número de felicitaciones de personas caracterizadas” y atendieron “con amabilidad las preguntas de los reporteros”. Las crónicas resaltan, en particular, la promesa que hicieron los ministros de realizar una gestión atenta a los requerimientos del periodismo. Por ejemplo, entrevistado por La Nación, Lucio V. López reafirmó su determinación de “proceder a la luz del día” para garantizar de ese modo el derecho de los ciudadanos a conocer los actos del gobierno. Se declaró además “amigo de los diaristas” y aseguró que estaría en todo momento “a disposición de la prensa”.[11] Los diarios opositores a Sáenz Peña recibieron esas palabras con gran satisfacción y vieron allí signos de los cambios positivos: “los hombres del nuevo Gobierno reconocen que es necesario restablecer la comunicación del poder público con el país, […] para que por las puertas abiertas del palacio penetren aires sanos que oreen aquel recinto y limpien de fantasmas la atmósfera”.[12] Las metáforas de apertura y de aires purificadores ya habían aparecido algunos años antes, en los relatos periodísticos sobre la asunción de Pellegrini en agosto de 1890 (Rojkind, 2012). Volvían a traerlas en ocasión de la jura de Aristóbulo Del Valle, para reforzar la imagen de una renovación en marcha. Del Valle y López tenían, además, una relación muy estrecha con el mundo de la prensa, que había sido un ámbito fundamental de construcción de sus trayectorias políticas, al tiempo que la reivindicación de la opinión pública como pilar del andamiaje republicano formaba parte esencial de la prédica y la praxis política de los dirigentes de la oposición al PAN (Alonso, 2000: 152). En aquel contexto de incertidumbre y desdibujamiento de la autoridad presidencial, resultaba además imperioso legitimar el nuevo y temerario cambio de gabinete que ensayaba Sáenz Peña: “vamos a gobernar con la opinión pública” –declaró Del Valle– “que no es la opinión de este partido, o de aquel partido, sino la resultante de la lucha de las ideas y de las tendencias de todos los partidos políticos purificados en el crisol de la razón pública” (P. R., 1893: 93).

Los primeros días de gestión transcurrieron bajo el ritmo acelerado que imponían los anuncios. El 8 de julio, cuarenta y ocho horas después de asumir la virtual dirección del gobierno, Del Valle redactó un decreto que, con su firma y la del presidente, disponía el desarme de los cuerpos militares de la provincia de Buenos Aires, gobernada entonces por el modernismo.[13] Los primeros en publicar la noticia fueron los diarios vespertinos, que sacaron ediciones extraordinarias para incluir la información de último momento. La repercusión fue inmediata: “a pesar de la hora y de que los negocios ya habían cerrado y había menos gente en la calle, la noticia se difundió rápidamente […] En las calles, en los teatros, en todos los centros de reunión, no se hablaba de otra cosa”.[14] Más allá de los aspectos técnicos, los análisis periodísticos resaltaban el significado político de la medida, la “importancia trascendental” que supuestamente entrañaba al demostrar que el programa “reparador” no se reducía a simples expresiones de buena voluntad sino que implicaba acciones concretas. “El primer cañonazo. Golpe a La Plata. Su desarme decretado”, tituló a la mañana siguiente La Prensa.[15] Como ha explicado Alonso, Del Valle intentaba “desmantelar los dos pilares en los que se había basado el actual sistema político: las armas y el clientelismo financiero” (2000: 169). El desarme de los ejércitos provinciales implicaba un paso fundamental en esa dirección. También la decisión de Demaría de abrir desde el ministerio de Finanzas una investigación sobre fraude y malversación de fondos, con foco en las cuentas de los bancos de las provincias. Se anunció además que se revisarían las ventas de tierras públicas y las concesiones ferroviarias hechas por las gestiones anteriores.[16] Sobrevolaba esos discursos periodísticos una representación surgida en el noventa: la imagen de la ciudad de Buenos Aires como última trinchera de la moral republicana, frente a un país dominado por dirigencias provinciales aferradas a los privilegios que injustamente les garantizaba el “régimen”.

Tenemos algunas pistas acerca del recorrido que seguían las noticias. Por ejemplo, testimonios de personajes de la elite porteña permiten entrever la cotidianidad de las reuniones en residencias particulares. Al término de cada jornada, familiares, amigos y conocidos se juntaban para leer las últimas ediciones de los diarios y comentar los trascendidos que habían recogido durante el día (Aldao de Díaz, 1928). En esos encuentros, las mujeres concentraban y distribuían información que les llegaba a través de sus esposos, hermanos y parientes, a la vez que oficiaban como anfitrionas de los grandes protagonistas del momento:

“Esperábamos estas rápidas visitas de Del Valle reunidos en el vestíbulo, comentado los sucesos que conocíamos por las noticias leídas en El Diario de la tarde, las que nos adelantaban algunas visitas y las que mi marido nos traía a última hora. Cuando Del Valle entraba, ya de noche, –por esperarlo retardábamos la hora de sentarnos a la mesa–, nos encontraba enteradas de las realizaciones del día; pero era una gran satisfacción oírlo a él mismo ratificarlas al vuelo: nos daba la noticia justa con su verba insuperada”.[17]

La referencia a “las noticias leídas en El Diario de la tarde” es significativa: da cuenta del rol de los periódicos vespertinos para crear y, a la vez, satisfacer la demanda de información actualizada. El mundo periodístico porteño transitaba en esos años una importante modernización, en la cual la actualidad política se convertía cada vez más en materia de noticias que atraían a un público amplio y diverso (Roman, 2010; Rojkind, 2019). Una figura central era la del reporter. Periodistas jóvenes, muchas veces estudiantes secundarios o universitarios, eran enviados a recorrer la ciudad para cubrir los eventos más variados (Servelli, 2018). En este caso, las crónicas los muestran trajinando los despachos oficiales, tratando de interceptar a los ministros y siguiendo, en particular, el ir y venir de Del Valle entre su casa, la Casa de Gobierno y el Congreso (Aldao de Díaz, 1928: 162). Pero no se trataba solamente de construir a la política como noticia, sino también de desplegar un relato en el cual las novedades políticas cobraban un sentido específico. Las notas de opinión y los editoriales periodísticos de aquellos primeros días contribuyeron decisivamente a instalar la idea de que, junto con Aristóbulo del Valle, había llegado al gobierno la revolución y a crear así la expectativa de que finalmente iba a triunfar la “resistencia popular y social al viejo régimen, a la política de orden y paz con que se viene burlando al pueblo”.[18] Los principales diarios, cada vez más modernos, comerciales y preocupados por informar, seguían siendo actores centrales de la escena política y en esta coyuntura tenían enfrente a un elenco de funcionarios que lejos de cuestionar esa influencia, la celebraban “como una espada de justicia”.[19] Unas semanas después ese clima iba a cambiar abruptamente.

Comités, elecciones y choques: la movilización en las parroquias

El cambio de gabinete provocó también una aceleración notable del movimiento partidario en las parroquias. El 23 de julio debían realizarse elecciones para senador por la capital; una votación atípica para un solo cargo.[20] La campaña electoral se desarrolló bajo una combinación de circunstancias que alentaban la movilización. Para empezar, el nuevo jefe de policía de la capital nombrado por Del Valle, Joaquín Montaña, había declarado que la fuerza pública no intervendría en los comicios.[21] Por otra parte, la proximidad del tercer aniversario de la revolución del noventa mezclaba en las parroquias los trabajos electorales con la organización de actos conmemorativos. Los dos sectores en que se había dividido la UC se lanzaron a una acelerada carrera para reconstruir y activar los comités que poseían en los barrios de la ciudad, aunque la situación de cada uno era desigual. La Unión Cívica Radical (UCR) poseía una estructura más extensa y consistente, sobre la que se montaba además un gran poder de movilización popular que podía ostentar en las calles (Reyes, 2016). En cambio, la Unión Cívica Nacional (UCN) atravesaba serias dificultades de organización y funcionamiento. Más allá de la presencia de algunos dirigentes más o menos identificados con el mitrismo en los sucesivos gabinetes del presidente Luis Sáenz Peña, el partido se encontraba debilitado como fuerza política.[22] También diferían sus posiciones frente al nombramiento de Del Valle. Mientras que la UCN apoyaba abiertamente al nuevo ministerio, se autoproclamaba promotora de aquel “trascendental” cambio político y trataba de usar esa circunstancia para apuntalar el maltrecho armado partidario, los radicales buscaban revalidar sus credenciales de únicos herederos de la causa de la revolución, aunque sin dejar por ello de aprovechar las ventajas que se les abrían para desplegar su capacidad de organización y acción política. Unos y otros protagonizaron una impetuosa actividad a lo largo de todo el territorio de la ciudad en las primeras semanas de julio. Día a día se sucedían las asambleas en las parroquias que, especialmente en el caso de los radicales, eran muy numerosas. Allí se reunían los dirigentes de los comités con una concurrencia que incluía militantes pero también familias vecinas y la presencia de “señoras en el público”, que escuchaban las arengas de figuras destacadas del partido que solían cerrar los actos. Esas reuniones concluían por lo general con una manifestación por las principales calles del barrio.[23]

Con todo, la UCN decidió a último momento no presentarse orgánicamente a los comicios, según La Nación, porque el partido se hallaba todavía en “trabajos de reorganización”, por lo cual “deja[ba] a sus adherentes completa libertad de acción”.[24] Orientó sus esfuerzos, en cambio, a obtener visibilidad pública, aprovechando el entusiasmo que generaba el nuevo gabinete, y organizó un gran mitin de conmemoración de la revolución del noventa que –como veremos en detalle en el próximo apartado– fue convocado con la consigna más amplia de apoyo a la gestión del ministerio de Del Valle. La agrupación buscaba así aprovechar la superposición de adhesiones, estrategia que siguió también en el espacio más acotado de las parroquias. El 16 de julio se realizó en el Club General Mitre de la parroquia de San Juan Evangelista (La Boca), una asamblea tan concurrida que según La Nación, “llenaba por completo los altos del espacioso local de los bomberos voluntarios, en la calle Brandzen 567”. No había sido publicitada en tanto asamblea partidaria, como finalmente resultó, sino como una expresión de “las simpatías que había despertado en la opinión la política inaugurada por el gobierno nacional”.[25] La Prensa recogió, a propósito de esa confusión, la queja de un grupo de vecinos de La Boca que dijeron haber asistido a la “demostración popular de simpatía al nuevo Ministerio porque apoyan su actitud enérgica y moralizadora”, pero una vez allí “para nuestra sorpresa notamos en la reunión un tinte marcadamente político de un determinado partido”.[26] Los discursos estuvieron a cargo del presidente el club (Pedro Dregrossi), dos jóvenes (probablemente, del Comité de la Juventud), y también dirigentes del partido (Emilio Gouchón, Alfredo Ferreyra y Miguel Morel). Las intervenciones versaron sobre la necesidad de reivindicar el liderazgo de Mitre y su papel como garante del triunfo de los principios del noventa, las críticas a los radicales por su intransigencia, y los modos en que podía extenderse la “obra reparadora” desde Buenos Aires hacia las provincias.[27]

Mientras tanto, los radicales se abocaron a la campaña para la elección de senador, en la que Alem era candidato.[28] Esta participación colocaba al partido ante una paradoja. Supuestamente estaban garantizadas la libertad y la transparencia de la votación, ofreciendo una gran oportunidad para mostrar la fuerza electoral de la UCR. Pero esa participación implicaba reconocer la legitimidad de un escenario político que hasta entonces el partido había impugnado abiertamente. La movilización pre-electoral fue muy intensa y Alem llevó adelante una furiosa actividad, recorriendo los comités e interactuando con los militantes. La sombra que proyectaba la figura de Aristóbulo de Valle convertido en el “ministro tribuno” (así lo llamó Ibarguren, 1969: 110) que realizaría la “revolución desde arriba” probablemente empujó a Alem a efectuar aquel esfuerzo con el objetivo de reforzar su liderazgo en el llano. Un ejemplo: en un mismo día cruzó la ciudad para asistir sucesivamente a tres asambleas parroquiales y en cada una ofreció el discurso de cierre ante los asistentes que colmaban los locales.[29] “En los tres puntos, la concurrencia era numerosa y compacta. En el [teatro] Politeama había como seis mil personas, porque no cabían más, y en San Telmo y Santa Lucía la mar, porque aquello tenía el aspecto de olas humanas”.[30] Finalmente los comicios se realizaron sin incidentes y Alem resultó electo, a lo que siguieron grandes festejos en las parroquias.[31]

En segundo lugar, los radicales organizaron un gran mitin (separado del que preparaban los cívico-nacionales) para evocar la revolución, que analizaremos en la siguiente sección. Solo señalaremos aquí que la confrontación entre las dos agrupaciones había escalado a lo largo de esos días. Al finalizar la mencionada asamblea del Club General Mitre en La Boca, cuando se retiraban del local, dirigentes y simpatizantes de la UCN fueron atacados con disparos de revolver por un grupo de treinta o cuarenta hombres que vivaban al Partido Radical y a Alem, ante lo cual los cívico-nacionales respondieron también con las armas. Los agresores lograron huir, pero fueron reconocidos por los vecinos del barrio: “entre los que formaban parte del grupo, se señala a los señores Saporiti y Balza, vicepresidente y secretario del club radical de aquella parroquia, y como ejecutores de la agresión a José Chiesa, un oriental, de apellido Picon, y Lorenzo Odderigo”.[32] La Nación se quejó efusivamente porque “la acción de la policía no se hizo sentir al cometerse el atentado”. Ese mismo día, grupos de choque radicales habían acompañado la recorrida electoral de Alem por las parroquias de la ciudad. Durante esos desfiles callejeros, los militantes produjeron incidentes “ofendiendo de palabra y de acción a los supuestos contrarios que hallaban a su paso”.[33] Estos episodios nos permiten ver que el movimiento partidario en las parroquias era protagonizado por actores variados: los referentes partidarios, los dirigentes barriales (autoridades de los clubes de la UCN y la UCR), el público que acudía a las asambleas y, también, los hombres de acción. Sus objetivos resultaban coincidentes pero no idénticos, lo cual incrementaba las tensiones y ocasionaba encontronazos. Cuando desbordó el espacio de las parroquias y ocupó las calles del centro de la ciudad, esta movilización adquirió otras características y aumentó la agitación política.

Demostraciones, celebraciones, enfrentamientos

El movimiento en las parroquias confluía con una movilización más general en las calles de la capital que a lo largo de esas semanas fue adquiriendo un ritmo febril. El ciclo se inició con la amplia concurrencia a la jura del nuevo gabinete, ya mencionada. El clima de exaltación continuó en los festejos del 9 de julio, que contaron con una inusual participación popular. Una considerable multitud se congregó en los alrededores de la Plaza de Mayo para presenciar los actos oficiales por la conmemoración de la fecha patria, mientras que en los balcones se observaba una “numerosa y distinguida concurrencia femenina”. El público acompañó a los miembros del Poder Ejecutivo desde la Casa de Gobierno hasta la Catedral para el tedeum.[34] Sáenz Peña no pudo exhibir el apoyo de los congresales, pues solo participaron dos legisladores, lo cual hablaba de la tensión que se vivía en ese momento con el Congreso tras el decreto de desarme de la provincia de Buenos Aires.[35] Cuando concluyó la celebración y se esperaba la desconcentración de los manifestantes, “el pueblo se lanzó a las puertas de la Casa de Gobierno, penetrando en ella tumultuosamente”. Del Valle ordenó que no se impidiera la entrada de la “muchedumbre”, que invadió entonces los salones del edificio con su “gritería” vivando a la UCR, Alem y Del Valle.[36] No se trató de una escena aislada. Unos días después, cuando el gabinete compareció por primera vez ante el Senado para dar cuenta de las medidas tomadas, una “barra […] extraordinaria, como pocas veces se ha visto en el congreso” presenció la interpelación desde las tribunas y al término del debate se unió a “numerosos grupos que aguardaban el resultado de la sesión” en la Plaza de Mayo y que luego acompañaron a los ministros al interior de la Casa de Gobierno con aplausos y gritos de apoyo.[37]

Se produjeron, además, algunas demostraciones un poco más estructuradas que partieron de la iniciativa de distintos sectores. Tras haber publicado un manifiesto a favor del nuevo gabinete, los estudiantes universitarios se movilizaron la noche del 8 de julio junto con los del Colegio Nacional, y el 13 lo hicieron los alumnos del ILSE, del cual Del Valle había sido rector hasta su nombramiento en la cartera de Guerra. En el primer caso, las crónicas describían una columna formada por 600 a 700 personas, en su mayoría estudiantes, “sin contar con los que iban incorporándose por el camino”, que duplicaron la concurrencia. La manifestación se trasladó desde Avenida de Mayo y Perú por la calle Florida hasta la casa de Del Valle en la avenida Alvear. Allí el ministro salió a la terraza para escuchar al Dr. Manuel A. Zabaleta, integrante de la comisión directiva de la Unión Universitaria. A continuación, “emocionado” y escoltado por sus colegas del gabinete y “amigos particulares y políticos”, Del Valle abrió las puertas de la residencia y saludó a cuantos se le acercaron. Esa dinámica se repitió durante su ministerio, en un circuito que ya había sido habitual en las jornadas de 1890. Su casa funcionaba como espacio de entrevistas y reuniones políticas acotadas, pero también era el lugar al que acudían los manifestantes para aclamarlo y escuchar su palabra “electrizante”, al igual que los reporters que –como indicamos– andaban a la caza de noticias. En ocasiones, los manifestantes entraban directamente a su escritorio, donde Del Valle los recibía, aunque acabara de levantarse.[38]

Una demostración más importante fue la de los cívicos nacionales el 26 de julio por el aniversario de la revolución de 1890, que tuvo entre los principales impulsores a Ángel Gallardo y Carlos Estrada.[39] En esa ocasión, según señalaba con sorna El Nacional, los mitristas “han tocado llamada, se han dado la consigna, La Nación ha hecho uso del repertorio lírico-patriótico de las grandes ocasiones, se pedido auxilio a los clubs, se ha reclutado gente, se ha revuelto medio mundo”.[40] La organización contó con un amplio apoyo del comercio, la banca y la Bolsa, que tomaron medidas concretas para garantizar la concurrencia. Varios órganos de prensa respaldaron la iniciativa, entre ellos, El Diario y La Prensa (que también promovió luego, con mucho entusiasmo, el mitin radical). De ese modo, tanto la convocatoria como la realización del mitin excedieron a la UCN, cuya capacidad de movilización era limitada.

El desfile comenzó con un acto en la Recoleta. En el punto partida, la columna se pobló de jóvenes militantes de la UCN.[41] A pesar del día lluvioso que dificultaba la asistencia, sobre la marcha y al compás de la banda de música, se fue sumando gente, así como simpatizantes y curiosos en los balcones y las veredas. Al llegar a la calle Florida los esperaban grupos de “barulleros” que gritaban y hacían provocaciones en la puerta de la confitería El Águila, y que fueron presentados en la crónica de El Diario como “las huestes callejeras constantemente ruidosas del radicalismo [que] habían tomado posiciones estratégicas para contra-manifestar”. Los comisarios del mitin los enfrentaron y se generaron entonces algunos incidentes.

En la Plaza de Mayo la columna llegó a sumar unas 5 mil personas, entre las cuales, según los relatos, se habían mezclado varios “pilluelos”. Los manifestantes vivaban al ministerio y a los “prohombres de la revolución” -sobre todo, a Mitre-, mientras los contra-manifestantes radicales silbaban “en forma estrepitosa”.[42] En el balcón de la Casa de Gobierno esperaban el presidente, los miembros del gabinete, amigos del gobierno y jefes del ejército. En representación del mitin, Gallardo y Estrada subieron al balcón para dirigir la palabra al Ejecutivo. “Hay hambre y sed de justicia”, afirmó Gallardo, “miles de personas han visto arrebatados sus ahorros, producto de largos años de labor y sacrificio”. Era necesario, continuó, terminar con los “lujos escandalosos” y la “corrupción”, arrancar de “nuestro cuerpo político” los tentáculos del “asqueroso pulpo que chupó la fortuna y dignidad argentina”. No se trataba de venganza, aclaró, sino de “una satisfacción a la vindicta pública”. Se requería castigar enérgicamente “los crímenes de los que arrastraron al país hasta el abismo” (P.R., 1893: 110-115). Al término de los discursos, los funcionarios, los oradores e integrantes de la comisión organizadora del mitin pasaron a un salón de la presidencia donde se los invitó con champagne, vino, té y cigarros. La multitud, entretanto, se dispersó sin que se produjeran desórdenes importantes, aunque hubo nuevamente algunos tumultos y la policía llevó detenidos a dos hombres, uno de los cuales gritaba “mueras” contra el presidente.[43] Dos días después, el 28 de julio, un periodista de La Nación, Gabriel Cantilo organizó en el teatro Nacional un banquete en “adhesión a la política del ministerio”, al que concurrieron más de 300 personas, que incluían familias y “damas distinguidas”. Como en la movilización del 26, se trataba de una actividad que reunía sobre todo a cívico-nacionales, quienes ovacionaron a Del Valle y a De María tras sus discursos.[44]

Estas demostraciones dieron forma a una actividad política continua y cada vez más intensa, que fue alimentada por gestos del propio Del Valle. Dada la falta de estructura partidaria que lo respaldara, esos públicos distintos eran el capital político del que dependía para sobrevivir como virtual jefe de gabinete, en una presidencia que se había caracterizado por ir “devorando a sus ministros”.[45] Esa estrategia lo llevó a inflamar en todo momento a la multitud con su “hipnotización verbal irresistible” (en palabras de Ramos Mejía, 1994: 177), lo cual fue posible porque amplios sectores de la ciudad entendieron que había arribado al gobierno un grupo de dirigentes determinados a atender las demandas opositoras y, como sintetizó Don Quijote, a “abrir al robo un proceso”.[46] Pero las expectativas de esos públicos no siempre eran compatibles. Pellegrini y Sáenz Peña habían encumbrado a Del Valle confiando en su capacidad para reunificar la UC, neutralizando así al sector más combativo, los radicales, y con la esperanza de que “las responsabilidades del poder moderarían ciertos impulsos, modificarían las ideas extremas” (Pellegrini, 1910: 70). Pero la UCR rechazó ser parte del gabinete de Del Valle, y aunque aprovechó las garantías que traía su presencia en el poder y participó de las elecciones para senador, no abandonó la estrategia revolucionaria, con la expectativa de lanzar una insurrección de alcance nacional que produjera una transformación profunda de las reglas del juego político. Por su parte, los cívico-nacionales apostaban a ampliar desde Buenos Aires al resto del país los cambios introducidos por un ministerio reformador del que, como indicamos, se consideraban en gran medida artífices. Parcialmente superpuestos con estos sectores partidarios estaban los estudiantes, que veían en aquella coyuntura un modo de restituir las formas y los sentidos que la política porteña había tenido en la era anterior al dominio del PAN, “purificando” así el sistema político. También lo estaban grupos más amplios de la población, tanto acomodados como populares, que podían encontrar en la propuesta de “vindicta pública” de la corrupción de los años anteriores un modo de reparar los daños que aún sufrían por la crisis desatada en 1890. La imposibilidad de compatibilizar esas presiones cruzadas explica, en parte, la delicada situación en que quedó atrapado Del Valle, que a medida que transcurrieron las semanas se vio agravada por los golpes recibidos desde el otro extremo del arco político. Gobernadores y legisladores lanzaron duros ataques contra la política ministerial, y denunciaron que amparándose en “la fuerza del poder […] la revolución desbordante empieza a arrasarlo todo [para] hacer del territorio de las pobres provincias argentinas territorio de vencidos de guerra” (P. R., 1893: 27 y 28).[47]

Desbordes, represión y fin del experimento

El 30 de julio los radicales realizaron una multitudinaria manifestación partidaria para recordar el alzamiento de 1890 (Alonso, 2000: 171). A la vez, el evento debía hacer patente a Del Valle la fuerza del elemento radical que empujaba para que profundizara el curso de la “revolución desde arriba”. El éxito de la celebración fue indudable:

“Todos los diarios de Buenos Aires, amigos y adversarios, estuvieron conformes en que aquella comitiva se compuso de una masa de 12 á 15 mil personas, aparte de la enorme concurrencia de gentes que en todas las calles y plazas se agolpaban á presenciar el desfile de la monstruosa procesión cívica. Aquella aglomeración de espectadores formaba una mole humana compacta é impenetrable en todo el dilatado trayecto desde la plaza de Mayo hasta el cementerio de la Recoleta.” (Fors, 1895: 27)

Junto con la conmemoración del noventa y la agenda radical de apropiarse de ese pasado para reforzar su identidad partidaria (Reyes, 2016), otros factores alimentaron la concurrencia y el impacto de la celebración. Por una parte, el triunfo de Alem en las elecciones del domingo anterior. Por otra, que desde temprano corrían rumores sobre rebeliones armadas en algunas provincias. “Aquel mismo día circuló con la velocidad del rayo la noticia del levantamiento” (Fors, 1895: 28), con lo cual varios oradores improvisaron discursos sobra esa cuestión.[48] Entre ellos, Joaquín Castellanos, quien exigió al gabinete que demostrara con hechos su proclamado apoyo a la causa de la revolución, garantizando que no se reprimirían los levantamientos. “El gabinete nacional ha prometido un gobierno de reparación –sostuvo– […] Los libertadores de hace tres años no pueden convertirse ahora en sostenedores de sus verdugos”.[49]

Esta novedad aumentó abruptamente la temperatura de la situación política. “El incendio estallaba en toda la Nación, fomentado desde la Casa Rosada”, como sintetizó posteriormente Ibarguren (1969: 110). A partir de allí, el escenario y los actores se reacomodaron a las nuevas condiciones. El apoyo que el ministro había conseguido en el mundo periodístico comenzó a resquebrajarse. La Prensa lo siguió respaldando e incluso extremó su postura al punto de defender los alzamientos provinciales e instar al “pueblo de Buenos Aires” a que se movilizara en favor de los revolucionarios; posición que fue compartida por El Diario. Pero otros periódicos se apresuraron a tomar distancia de la política ministerial. De un lado, La Nación recriminó a Del Valle la supuesta inclinación hacia los radicales (Aldao de Díaz, 1928: 169), en el contexto en que ambas agrupaciones competían con sus revoluciones paralelas en la provincia de Buenos Aires. Por el otro, El Nacional le retiró su apoyo a finales de julio –coincidiendo con un cambio en la dirección– porque consideraba, al contrario que La Nación, que Del Valle se había entregado al “mitrismo” y que bajo su gestión “no hay garantías para nadie, todo el mundo se arma y está dispuesto a hacerse justicia por su propia mano”. Lo acusaba de gobernar como un tirano, rodeado de “turbas inconcientes, de claques organizadas”, que recordaban a la “mazorca” rosista. Ese diario desestimaba, además, la retórica de Del Valle, a la que consideraba “un recurso teatral, […] un medio retórico y oratorio de efecto seguro sobre la masa que no razona pero que se entusiasma con frases sonoras”. Para El Nacional, la relación del ministro con el público de Buenos Aires constituía un “juego escénico en la metrópolis para seducir a la distancia las miradas”; una puesta en escena del apoyo popular que poseía, hecha para el solo beneficio de las oposiciones en las provincias que verían en ello garantías para su accionar.[50]

Los estallidos también provocaron un nuevo vuelco en la situación político-partidaria. La posibilidad de una ola revolucionaria ponía a Del Valle en una posición complicada frente a quienes lo habían sostenido hasta entonces. Los cívico-nacionales esperaban que interviniera las provincias para desplazar por completo a los oficialismos locales, mientras que los “independientes” temían por el curso de acción del radicalismo (Aldao de Díaz, 1928: 169). Del Valle se encontró, además, con la resistencia de quiénes lo habían proyectado al ministerio. Pellegrini empezó a operar en el Congreso para contener los efectos que insurrecciones exitosas podían tener no solo en sus respectivos territorios, sino también “en todas las situaciones oficiales de las Provincias, quebradas y desanimadas” (P.R., 1893: 123).

En los siguientes días, el Poder Legislativo discutió las condiciones en que se efectuarían las intervenciones en las provincias alzadas. El drama de la política se trasladó por ello al parlamento y alimentó una dinámica de movilización centrada, más que en la celebración, como había sido en la etapa previa, en la defensa del ministro cada vez más acorralado. Mientras que los sectores vinculados a los oficialismos provinciales buscaban forzar una intervención que asegurara la reposición de autoridades derrocadas (en el caso de Santa Fe y San Luis) o dejara a la provincia el restablecimiento del orden (Buenos Aires), Del Valle pugnó por intervenciones amplias que permitieran “regularizar” las situaciones políticas anómalas; esto es, convalidar las acciones de los rebeldes. Los primeros denunciaron la actuación de “un ministerio como este, revolucionario, cuyos miembros se llaman a sí mismos, valientes reparadores, que viven de la aclamación de las turbas”, y llegaron a pedir la dimisión del presidente.[51] Frente a ellos se presentó el gabinete completo en dos de esas ocasiones (el 30 de julio en la Cámara de Senadores y 1 de agosto en Diputados). La primera fue especialmente intensa, cuando Del Valle dio encendidos discursos contra las situaciones provinciales, que “Roca escuchó con los ojos desorbitados” (Aldao de Díaz, 1928: 172) antes de renunciar, dos días más tarde, a su banca de senador.[52] El ministro argumentó que reponer a los tres gobernadores, como pretendía la cámara baja, haría que “los pueblos desesperados digan: no hay más camino que prender fuego en los cuatro extremos del horizonte y que no quede piedra sobre la cual fundarse gobierno que represente orden y civilización!” Del Valle consideraba que los reclamos revolucionarios debían ser atendidos para reparar la existencia de “una enfermedad política que nos corroe hace tres años y que necesitamos extirpar”. Y denunció a los oficialismos provinciales como “explotadores de la fortuna pública […] que pagan los pueblos”. [53]

Queremos poner el foco en el público que seguía estas deliberaciones. La “barra”, que según un diputado había sido enviada por el jefe de Policía para intimidar a los legisladores,[54] presenciaba e intervenía con mucho desorden en las discusiones formales e informales que se producían en el recinto y en la antesala, siguiendo la “palabra vibrante y vengadora”[55] de Del Valle. Los diarios informaban además sobre la gran cantidad de gente que se había acercado al Congreso para presenciar las interpelaciones, y aseguraban que el edificio estaba tan lleno que resultaba “intransitable”.[56] En la Plaza de Mayo miles de personas permanecieron durante horas esperando conocer el resultado de las batallas que Del Valle libraba en el recinto. Por las crónicas, sabemos que esa multitud estaba compuesta por los estudiantes, reporters, curiosos, vendedores ambulantes, canillitas y “pilluelos”. Es posible también suponer que se encontraban además otros hombres, mujeres y niños que padecían los efectos que la crisis económica abierta tres años antes. La prensa vinculaba el descontento popular en la ciudad a que “las clases pobres y trabajadoras… no pueden atender a las primeras necesidades de la vida”.[57] Parte de ese descontento puede haberse canalizado acercándose a la Plaza a experimentar de cerca los acontecimientos y aclamar al gabinete que prometía castigar a los especuladores. Finalmente, queda claro por las crónicas que también formaban parte de ese público personas vinculadas a los clubes y comités. El Nacional mencionaba que unos 150 hombres que integraban la “claque delvallista” habían asaltado “el Congreso cuya puerta, provista de una verja, estaba felizmente cerrada”, y durante más de una hora habían insultado “soezmente al alto cuerpo que ha tenido el patriotismo de detener con su voto los avances del atolondrado dictador”.[58] También daba cuenta de incidentes con militantes radicales que atacaron a los legisladores, fueron dispersados por la policía y se dirigieron a uno de los comités de su partido.

En esas jornadas en que el ministro se vio derrotado en el Congreso la movilización alcanzó su punto máximo y el accionar de Del Valle se volvió intolerable para el sector de la clase gobernante que tan sólo unas semanas antes había impulsado su nombramiento. El 10 de agosto Pellegrini emitió una dura declaración contra la política ministerial que selló su suerte (P.R., 1893: 213). Mientras tanto, diversos testimonios indican que en el otro extremo del arco político los radicales redoblaron la presión sobre Del Valle para que, en ese contexto acuciante, aprovechara el control que tenía de las fuerzas armadas para desplazar al presidente y tomar el poder (Aldao de Díaz, 1928: 184-185, 198; recuperado posteriormente por Etcheparaborda, 1965: 27). Finalmente, Sáenz Peña le retiró su apoyo al gabinete y los ministros, con la excepción de Virasoro, renunciaron el 12 de agosto.

Ante la multitud que los acompañó al abandonar la Casa de Gobierno, Del Valle y Demaría acusaron “a los dilapidadores de la fortuna pública; a los que habían saqueado al país”, de derribar al ministerio para obstruir las investigaciones iniciadas por Hacienda (Etchepareborda, 1965: 28), y reclamaron a Sáenz Peña su falta de coraje para conducir la reforma hasta las últimas consecuencias (P.R., 1893: 220). Luego, aunque los manifestantes se disolvieron, una parte volvió a la Plaza de Mayo “en actitud hostil”. Se les sumó una columna radical (llevaban boinas revolucionarias), alentada por sus dirigentes para “apedrear al presidente cuando saliese de la casa de gobierno”.[59] Crecieron entonces las versiones sobre un alzamiento armado que podía estallar en la ciudad y sobre ataques que se estaban preparando contra Sáenz Peña. La policía, que había sido desarmada pocos días antes, fue nuevamente acuartelada.

La situación quedó entonces en manos del nuevo ministro del Interior, Manuel Quintana, que organizó un gabinete de tendencia mitrista con el respaldo del Congreso, dictó la intervención federal en las tres provincias sublevadas y el estado de sitio en todo el país (Alonso, 2000: 175). En la ciudad de Buenos Aires se sintió especialmente la prohibición de reuniones políticas en calles y plazas, así como la censura sobre los diarios. Algunas publicaciones recibieron suspensiones de una o dos semanas mientras que las que apoyaron la rebelión fueron interrumpidas durante toda la vigencia del estado de sitio, que duró varios meses. Para el periodismo rigió además la restricción de no difundir “noticias políticas alarmantes”.[60] Estas medidas afectaron profundamente el funcionamiento de la prensa y junto con la paralización del movimiento político en los clubes y comités parroquiales y la desaparición del centro de la escena de Del Valle terminaron con la “efervescencia pública”[61] que en las semanas previas había resultado de esa espiral de movilización y, al mismo tiempo, había contribuido a ella.

Conclusiones

El propósito de este trabajo ha sido reflexionar sobre las características de la movilización popular en la ciudad de Buenos Aires en los años noventa, poniendo el foco en una coyuntura en particular, que se caracterizó por su extrema inestabilidad política e institucional. Mediante ese ejercicio acotado de observación, analizamos cómo se afectaron mutuamente las estrategias de tramitación de la conflictividad política que intentaron llevar adelante las dirigencias, con la movilización política más extensa, que las involucraba pero excedía.

En ocasiones, esa movilización resultó más “orgánica”, vinculada a comités y asociaciones de estudiantes, y en otras tuvo un formato más “inorgánico”, apoyado en la participación de un público amplio, ya curioso por las noticias, preocupado por la situación o deseoso de ser parte de esa ebullición que prometía reparar los daños que la crisis había dejado en el tejido social y político de la ciudad. Confluyeron y en ocasiones se enfrentaron grupos radicales, cívicos-nacionales y claques delvallistas, pero también la multitud diversa en su composición y sus aspiraciones que sostuvo al nuevo ministerio y su agenda de “reparación”. Esa movilización fluctuó a través de diferentes espacios: desde las entrevistas y reuniones en casas particulares y despachos oficiales, hasta las demostraciones en las calles, pasando por las asambleas en los comités, las tribunas del Congreso tomadas por las “barras” y la presión del público aglomerado en la Plaza de Mayo. Los actores de ese drama cruzaban verticalmente las jerarquías políticas y sociales: dirigentes, líderes intermedios, bases, simpatizantes y fuerzas de choque. En ocasiones, los vértices de ese espectro social aparecían de manera discreta, como lo hicieron por ejemplo en el banquete organizado por los cívico- nacionales y en las asambleas radicales de La Boca, pero en otras se mezclaban, como en las movilizaciones en y frente al Congreso.

Para los distintos sectores la agenda de reparación del ministerio de Aristóbulo del Valle no significaba lo mismo: algunos la vieron como una oportunidad para desarticular el dominio del partido gobernante y recuperar el ejercicio de las libertades políticas; para otros se vinculaba también con la expectativa de que los supuestos responsables de la “corrupción” y la crisis económica tuvieran que rendir cuentas por sus desmanejos. Pero más allá de las motivaciones e intereses de los actores individuales y colectivos, parte de esa euforia puede haber tenido que ver con el hecho de saber que en cualquier momento podía estallar un alzamiento en la capital. De allí la “incertidumbre, alarma y tensión nerviosa de todas las clases sociales” (Fors, 1895: 30) y la ansiedad por seguir los acontecimientos de cerca. Una vez iniciada, la dinámica de la movilización adquirió un ritmo propio, difícil de contener. Radicales y cívico-nacionales alimentaron y se disputaron el entusiasmo provocado por el nombramiento de Valle, cuyo margen de acción, por otro lado, se fue tornando cada vez más estrecho en función de las presiones cruzadas que recibía. Quienes integraban la mesa chica del gobierno, especialmente Sáenz Peña y Pellegrini, esperaban que Del Valle lograra institucionalizar al radicalismo incorporándolo al juego político. En esa aspiración se encuentra una posible explicación de las razones del elenco gobernante para entregarle el poder a la oposición y llevar la crisis política a dimensiones impensadas. Las medidas de Del Valle, con el respaldo de la calle, habilitaron la agitación política en las provincias y los levantamientos de radicales y cívicos. La propagación de la revolución condujo a algunas dudas que manifestaron sus aliados más moderados y, sobre todo, a la reacción parlamentaria contra el ministro; y esa reacción, a su vez, encendió movilizaciones aún más turbulentas en su apoyo.

Quisiéramos sugerir que esta experiencia de incorporación de la oposición, que resultó quizás la más extrema pero no la única de la etapa abierta en el noventa, muestra que las estrategias de inclusión, incluso de los sectores más intransigentes como el radicalismo, tuvieron un rol importante en marcar los ritmos de la política. Mientras que estudios clásicos, como los de Botana y Gallo, han adjudicado la conflictividad de estos años a la exclusión de la oposición más extrema –un enfoque que se ha convertido en una suerte de sentido común en las miradas históricas sobre esta época– creemos que es importante advertir que también el acuerdo incentivó diferentes formas de acción y participación que aumentaron la volatilidad de esos años. Poner el foco en esa dimensión de las relaciones interpartidarias puede ofrecer una imagen más rica del funcionamiento de la política que la que se desprende de la idea del control por parte del partido hegemónico. Más que un aceitado sistema de dominación sometido cada tanto a turbulencias, las formas de administración del poder del oficialismo durante este ciclo crítico muestran un rumbo vacilante, de prueba y error, que fue modificando los incentivos para la actividad política opositora y que debe tenerse en cuenta a la hora de analizar los flujos y reflujos de la movilización pública en esos años.

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Notas

[1] Presentamos una primera versión de este trabajo en 2018 en el 2º Taller de discusión: la política en la Argentina (1880-1916), organizado por el Instituto Ravignani de la UBA y la UNTREF. Agradecemos los comentarios que Eduardo Zimmermann, Roy Hora, Martín Castro y Francisco Reyes nos brindaron en esa ocasión.
[3] La pregunta por la movilización se filia con las investigaciones de Sabato (1998) sobre la política en Buenos Aires antes de 1880.
[4] Ejemplos de miradas críticas sobre la situación presidencial en: El Argentino, 30 de junio y El Diario, 7 de julio, entre otros. En todos los casos, las citas de periódicos a continuación corresponden a 1893.
[5] La Prensa, 5 de julio.
[6] Sobre esa decisión del radicalismo: El Argentino, 12 de julio.
[7] Demaría tenía además una relación personal con Del Valle, eran socios de un estudio jurídico. Esa confianza pesó en su designación en una cartera para la que no contaba con muchos antecedentes y la cual era crucial en el programa transformador que pretendía impulsar el nuevo gabinete.
[8] Lamentablemente no se encuentra disponible para la consulta el diario más cercano al oficialismo, Tribuna. Pero tenemos algunas pistas sobre la existencia de miradas menos complacientes con la incorporación de Del Valle al gobierno. Por ejemplo, decía la revista satírica El Mosquito el 9 de julio: “El Dr. Del Valle y los radicales juzgan tremendamente al señor Presidente de la República, y hasta lo estudian bajo el punto científico; pero esto es mientras no les da turrón. ¿Afloja? ¡Bueno… entonces el hombre es un sabio! ¡Moral argentina, a qué extremos vas llegando!”
[9] La Prensa, 8 y 15 de julio.
[10] La Nación, 7 de julio.
[11] La Nación, 8 de julio.
[12] La Prensa, 7 de julio.
[13] A pesar de la sanción en 1880 de la ley de supresión de batallones provinciales, varias provincias conservaban una fuerza pública de carácter militar.
[14] La Nación, 9 de julio.
[15] La Prensa, 9 de julio; La Nación, 10 de julio.
[16] Etcheparaborda (1965: 10). Respecto de la situación financiera de la provincia de Buenos Aires y la avanzada del ministerio sobre los bancos estatales bonaerenses, véase Hora (2001: 47) y Gerchunoff et al. (2008: 248).
[17] Elvira Aldao era hija de Camilo Aldao, quien había tenido destacada participación militar y política en el litoral. Tomaba parte en esas reuniones su cuñada Rosa, esposa de Ricardo Aldao, luego gobernador de Santa Fe en el siglo XX. Guillermo Aldao, otro hermano de Elvira, era un radical más cercano a Leandro Alem pero que apoyó a Del Valle en el ministerio.
[18] La Prensa, 18 de julio. Resaltado en el original.
[19] Palabras del ministro Lucio V. López en Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores. Periodo 1893, sesión del 30 de julio, Buenos Aires, Comp. Sudamericana de Billetes de Banco, 1894, p. 298.
[20] Sobre esa elección provocada por la renuncia de Mariano Varela, Alonso, 1996.
[21] La Prensa, 7 de julio. La Nación (9 de julio) aplaudió el nombramiento de Montaña, quien poseía una larga trayectoria militar y política. Había sido integrante de la junta revolucionaria de la UC en 1890.
[22] Debido al fracaso del acuerdo sellado con el PAN, que en la práctica no le había redituado ventajas considerables (como lugares en las listas electorales o cargos en los gobiernos provinciales). Además, la agrupación había empezado a disgregarse en su propio bastión político, la ciudad de Buenos Aires (Alonso, 2000: 167).
[23] Los jóvenes de cada agrupación formaban sus propios clubes y centros, efectuando también actos y asambleas durante esos días. La Prensa, 17 de julio.
[24] La Nación, 23 de julio
[25] La Nación y El Diario, 17 de julio.
[26] La Prensa, 18 de julio.
[27] La Nación, 17 de julio.
[28] El Argentino, 14 de julio.
[29] La Prensa, 17 de julio.
[30] Don Quijote, 23 de julio. La Prensa da cifras menores, seguramente más ajustadas a la realidad: 3500 asistentes en la parroquia de la Piedad, 1.000 en San Telmo y 800 en Santa Lucía. También El Diario, 17 de julio.
[31] El Diario, 24 y 24 de julio. Funcionaron 151 mesas en la ciudad, donde se emitieron 4.718 votos para los radicales, que fueron los únicos que se presentaron.
[32] La Nación y El Diario, 17 de julio.
[33] La Nación, 17 de julio.
[34] Sobre el apoyo a Alem, Don Quijote, 16 de julio.
[35] El decreto de Del Valle ordenando el desarme de Buenos Aires afectaba directamente la posición del gobernador Eduardo Costa, quien se encontraba debilitado por la oposición que enfrentaba en la Legislatura y por la amenaza de levantamiento armado en la provincia (Alonso, 2000, p. 173). En ese marco, la avanzada del gabinete fue interpretada como “un grito de guerra a la situación platense”. De inmediato, “la categoría de modernistas de la Cámara de Diputados se cambiaron súbitamente en enemigos del doctor Sáenz Peña” (P.R., 1893: 18 y 19).
[36] La Prensa, 10 de julio.
[37] La Prensa y La Nación, 14 de julio.
[38] La Prensa y La Nación, 9 de julio. Igualmente: El Diario, 1 de agosto; La Prensa, 12 de agosto. Carlos Ibarguren recordaba años después “el delirante entusiasmo con que los estudiantes aclamábamos al ministro tribuno cuando decía a la turbamulta […]: Hemos ensayado la revolución y el intento no fue ésteril, porque estos son sus frutos” (1969: 100).
[39] Gallardo había sido recientemente presidente de la Unión Universitaria e integrante de la Unión Cívica de la Juventud. Estrada había sido miembro de la UC en 1890.
[40] El Nacional, 22 de julio.
[41] El Diario, 26 de julio.
[42] La movilización de los radicales en las parroquias, que vimos en el apartado anterior, coexistía así con otro tipo de intervenciones menos orgánicas de algunos militantes o simpatizantes que irrumpían en actos o manifestaciones de otras agrupaciones con gritos y provocaciones.
[43] La Prensa y La Nación, 27 de julio.
[44] El Diario, 29 de julio.
[45] El Nacional, 15 de agosto.
[46] Almanaque para 1894 de Don Quijote.
[47] La frase pertenecía al diputado por Entre Ríos Osvaldo Magnasco, quien tuvo también en esos días un debate en el Congreso con el ministro Lucio V. López, por rumores de que se modificaría el himno nacional. Al respecto Bertoni (2001).
[48] El 30 de julio estallaron revoluciones radicales en San Luis, Santa Fe y Buenos Aires. En esta última se produjo además un alzamiento de los cívico-nacionales. Véanse: Etchepareborda, 1965; Alonso, 2000; Gallo, 2007; Hirsch, 2016.
[49] La Prensa, 31 de julio. Castellanos era un dirigente radical que había integrado la UC en 1890 y había tomado parte en la revolución de aquel año.
[50] El Nacional, 25 y 26 de julio, y 3 de agosto. Esa caracterización de El Nacional sintoniza bien con el análisis que hacía José M. Ramos Mejía de la figura de Aristóbulo del Valle, a quién describía como “un creyente convencido de la eficacia de las multitudes en el gobierno y dirección de los Estados” (1994: 179). Por su parte, Aldao de Díaz señalaba que “no era hombre de comité […]. Amaba al pueblo y se complacía en fascinarlo, arengándolo en determinadas situaciones; pero lo hacía como los antiguos romanos, desde el pórtico de su señorial mansión” (1928: 135). Veáse en el mismo sentido: De Vedia, 1922.
[51] Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados. Año 1893, sesiones del 30 de julio y 1 de agosto, Buenos Aires, Comp. Sudamericana de Billetes de Banco, 1893, pp. 330, 337 y 367.
[52] Como ha señalado Alonso (2000: 168), Roca no había logrado reconstruir su poder dentro del PAN. Fue recién tras esta coyuntura crítica que su figura comenzó a aparecer fortalecida como el único dirigente capaz de controlar las situaciones provinciales y asegurar la estabilidad del orden político (Gallo, 2013: 122). Probablemente, el correrse momentáneamente de la escena en la instancia más difícil del ministerio de Del Valle le haya resultado favorable en ese proceso de restauración de su preeminencia en el autonomismo y, más en general, sobre la política nacional. Agradecemos a Ana Romero por señalarnos esta posibilidad.
[53] Diputados había discutido el 30 de julio un proyecto de intervención que luego retiró, ya que Ejecutivo había enviado antes otro proyecto al Senado. El Senado decidió por un estrecho margen apoyar intervenciones amplias como las que impulsaba el Ejecutivo, pero Diputados lo rechazó en la sesión del 1 de agosto.
[54] Congreso Nacional, Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados. Año 1893, sesión del 30 de julio, pp. 336 y 337.
[55] El Diario, 30 y 31 de julio.
[56] La Prensa, 31 de julio y 1 de agosto. En una interpelación anterior del 15 de julio El Diario había descripto una dinámica similar en que la sesión se desarrollaba con “la barra encima, por decirlo así, de los legisladores, en el fondo de la sala los grupos intimando con el presidente, secretarios y taquígrafos…”. El recinto, inaugurado en 1864 como un edificio temporal, ya resultaba muy pequeño para la asistencia que reunía (Castro, 2017). Sobre su importancia como espacio de construcción del prestigio de los hombres públicos, Gayol (2008: 99).
[57] El Nacional, 26 de agosto. Ya el año anterior un informe de la Policía de la capital había alertado acerca de “la crisis que tanto se ha hecho sentir con su cotejo de privaciones sobre todo en la clase obrera y en el proletariado y las ajitaciones políticas que han perturbado los ánimos como pocas veces”. Memoria del Ministerio del Interior de 1892, p. 225. Sobre la crítica situación económica que se vivía desde 1890 y sus efectos, en particular, en el mundo del trabajo urbano, véase Gerchunoff et al., 2008; y Suriano, 2003.
[58] Un grupo de presuntos militantes delvallistas atacó unos días después la imprenta de El Nacional. El ataque fue tolerado por la policía “alegando la excitación del pueblo con motivo de los sucesos que se desarrollan en las provincias convulsionadas”. El Nacional, 4 de agosto. Destacado en el original.
[59] La Nación, 13 de agosto.
[60] La Prensa, 26 de agosto. La definición era amplia e incluía “noticias de carácter político o militar, que, no saliendo de fuente oficial, estuviesen destinadas a turbar la tranquilidad pública”. Memoria del Ministro del Interior ante el Congreso Nacional. 1893, Buenos Aires, Imp. de La Tribuna, 1894, p. 11.
[61] La expresión en El Nacional, 4 de agosto.
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