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De trabajadores, mujeres y policías: notas sobre las últimas décadas de historia social argentina

Of Workers, Women and Police: Notes on the Last Decades of Argentine Social History

Cristiana Schettini
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Universidad Nacional de San Martín, Argentina

De trabajadores, mujeres y policías: notas sobre las últimas décadas de historia social argentina

Prohistoria, núm. 37, 1-25, 2022

Prohistoria Ediciones

Recepción: 10 Octubre 2021

Aprobación: 18 Diciembre 2021

Publicación: 10 Febrero 2022

Resumen: Este texto reúne algunos ejemplos de una producción reciente en la historiografía argentina en el campo de las mujeres, el trabajo y la policía, dedicada al período comprendido entre mediados del siglo XIX y del XX. A partir de la producción en campos temáticos aparentemente disímiles, explora cómo se desarrolló la convivencia entre algunas tradiciones de la historia social argentina y sus renovaciones en las últimas décadas. Sostiene que estos estudios expresan combinaciones entre problemas de investigación que se alimentan de la historia desde abajo y una persistente valorización de una perspectiva global. El resultado, lejos de expresar una tendencia de fragmentación temática y metodológica, contribuye a la construcción de nuevos campos de problemas, principalmente en torno a las periodizaciones y las hipótesis que estas conllevan.

Palabras clave: Historia Social, Historia de las Mujeres, Historia del Trabajo, Historia de la Policía.

Abstract: This text addresses some examples of the recent Argentine historiography on women, labor and the police, particularly in the period between the mid-nineteenth and twentieth centuries. It explores the confluence between some traditions of Argentine social history and its renewal in recent decades. Taken together, these examples express creative combinations between research problems inspired on the history from below and a persistent valorization of a global perspective. Far from expressing a trend of thematic and methodological fragmentation, Argentine scholarship contributes to the construction of new fields of problems, periodizations and the underlying hypotheses.

Keywords: Social History, Women’s History, Labor History, Social History of Police.



“la historia es una herencia […] que no puede ser apropiada por nadie. Es un legado que solamente puede sobrevivir a través del debate”

Fuente: (Davis, 1998: 117-118).

Al final de una entrevista concedida a Jeremy Adelman en 1997 y publicada en la revista Entrepasados al año siguiente, Natalie Zemon Davis alentó a las nuevas generaciones de historiadores a prestar atención a lo que ella denominó de “perspectiva global”: independiente del “tamaño” de sus temas, siempre buscar “algo que lo abra a otros caminos” (Adelman, 1998: 87-107). Las recomendaciones se enmarcaban en su preferencia por observar los “conflictos irresueltos” de cada período en lugar de recurrir a epistemes y paradigmas para describir períodos historiográficos. “El paradigma es la multiplicidad” afirmaba la historiadora que se volvió, ella misma, una muestra viviente de algunos de los principales movimientos en la historia social de la segunda mitad del siglo XX, al transitar desde la historia de los trabajadores en la Francia Moderna hacia la historia de las mujeres y luego hacia una historia que hace del ejercicio de descentramiento su mote (Davis, 2013: 165-179).

Sus palabras sirven de punto de partida para una reflexión parcial y situada, anclada en un recorrido personal, sobre algunas tendencias recientes en el campo de la historia social argentina. Este texto toma como hilo conductor la producción en la historia de las mujeres, la historia del trabajo y la historia de la policía, en especial sobre el período comprendido entre mediados del siglo XIX y del XX, para indagar cómo se desarrolló una convivencia entre ciertas tradiciones de la historia social argentina y las renovaciones historiográficas en las últimas décadas. Sin la pretensión de identificar los estudios más significativos, atenta a un panorama que se caracteriza por la heterogeneidad, se eligen algunos abordajes y momentos que condensan conexiones intergeneracionales y tendencias locales. En particular, se vuelve sobre reflexiones que permiten observar la persistencia del aprecio por abordajes globales en un sentido similar a lo planteado por Davis. La preocupación compartida y sostenida en las últimas décadas por articular distintas dimensiones de la vida social se tradujo tanto en la formulación de los problemas como en la investigación misma, impactando en el desarrollo de la historia “desde abajo”, la perspectiva de género y la atención a las escalas de análisis.

Para contemplar una producción historiográfica tan diversa, el artículo parte de algunos de los debates que atravesaron a la historia social a fines del siglo XX. En un segundo momento, examina cómo la historia social de las mujeres interpeló la tendencia a observar el siglo XIX desde un sesgo teleológico, en una clave progresista y evolutiva (hacia el capitalismo, la consolidación del Estado Nacional, la formación del mercado de trabajo). Luego, se vuelve sobre las interacciones entre la historia social de las mujeres y la de la clase trabajadora en el siglo XX, considerando las contribuciones de esta última para reponer el peso del conflicto social en un período de expansión económica. Finalmente, observa la producción reciente sobre la historia social de la policía: al realizar lecturas de sus fuentes en clave relacional y descentrada, esta línea de estudios condensa la proliferación de agendas de investigación sobre la policía, aunque nunca sólo sobre ella. Para enfrentar este desafío, el camino elegido fue el de seleccionar unos ejemplos dentro de un conjunto más amplio de investigaciones. Antes que ser exhaustiva, opté por indicar la importancia de algunos momentos de encuentro intergeneracional, subrayando su peso para la construcción de los muchos legados de la historia social argentina.

Entrepasados como un posible punto de partida

Durante la década de 1990, la llamada nueva historia cultural y los célebres “giros” pusieron en cuestión la aspiración a una totalidad y a la propia posibilidad de explicar el proceso histórico. No raro, en estos debates la historia social se volvió el blanco preferencial de las críticas. Si bien fueron más o menos simultáneos en distintas partes del mundo, no tuvieron la misma connotación en todos lados. En algunos contextos académicos latinoamericanos, como el brasileño y el argentino, las prácticas historiográficas que se reconocían como historia social no se debilitaron, sino que adquirieron una renovada fuerza. En lugar de la polarización característica de aquel momento entre sus partidarios y detractores, predominó una tendencia a la renovación de los problemas históricos, a la luz de la valorización de la investigación en archivos, el cuestionamiento de paradigmas de corte estructuralista y la discusión sobre la creación de programas de posgrado en las universidades locales.

En Argentina, la revista Entrepasados registró de forma particular ese momento durante la crisis económica a fines de la década de 1980 y su impacto en el escaso financiamiento de la investigación y de la universidad pública. Al estar radicada en Buenos Aires, evitar pertenencias institucionales y tener una duración acotada, entre 1991 y 2012, Entrepasados realizó un recorrido peculiar con relación a otras publicaciones académicas que se fortalecieron en los mismos años y expresaron la fuerza de la producción historiográfica local. Una de sus particularidades era la explícita atención a los debates internacionales, reflejados en el espacio dedicado a entrevistas y traducciones.[1] Vista a la distancia, la selección de autores traducidos es llamativa por contemplar los principales protagonistas de la historia social y cultural, principalmente europea, de la segunda mitad del siglo XX: Robert Darnton, Natalie Zemon Davis, Eugene Genovese, los italianos Carlo Ginzburg, Giovanni Levi, Eduardo Grendi, además de la ineludible tradición marxista inglesa: E. P. Thompson, Eric Hobsbawm, Raphael Samuel, Gareth Stedman Jones. Se trataba de un repertorio reconocible por estudiantes de historia de distintas latitudes en aquellos años. La primera impresión de similitud y homogeneización de unas líneas comunes del debate en contextos académicos diversos, sin embargo, esconde claves de lecturas locales.

Aunque arriesgado, un contraste puntual con los debates ocurridos en Brasil y Chile puede ser útil para iluminar las peculiaridades locales (por ejemplo, Grez Toso, 2005: 17-31). En el caso brasileño, a partir de la renovación rumbo a lo que una historiadora brasileña denominó de “hermenéutica de lo cotidiano” a mediados de la década de 1980, algunas líneas de la historia social ganaron impulso al tomar distancia de la historia política y económica.[2] La valorización de lo cotidiano y de lo cultural en confluencia con una perspectiva de la historia desde abajo se tradujo en una fuerte desconfianza de los procedimientos y las preguntas de otros campos historiográficos, que a su vez también atravesaban sendas renovaciones (Chalhoub y Teixeira, 2009: 13-47). Es llamativo que, en los mismos años, Entrepasados y otras publicaciones argentinas siguieron editando textos que expresaban una transformación historiográfica, sin abandonar la valoración del carácter integral y articulado del conocimiento histórico.

En 1993, al identificar un “estallido de temas, problemas y abordajes” en curso en la historia argentina, Mirta Lobato y Juan Suriano evaluaban que la historia social del trabajo había ganado mucho con el énfasis en los sujetos y en estudios de casos, pero resaltaban la importancia de combinarlo con lo que denominaban de “una visión totalizadora” que debería incluir una mayor atención a los vínculos entre historia social e historia política (Lobato y Suriano, 1993: 58-59). ¿En qué consistía esta visión a comienzos de la década de 1990? El impacto de la publicación de una obra como Coacción y Mercado, de Enrique Tandeter, contribuye a recuperar algunos de sus sentidos en aquellos años. Significativamente, se trataba de un libro que combinó un abordaje de historia económica, heredero de los antiguos debates sobre los modos de producción, con una particular atención al comportamiento de los actores sociales, especialmente los subalternos. Al reseñarlo, Raúl Fradkin identificó en este libro una búsqueda por la combinación entre “estructura” y “actores”, una lograda inscripción “en problemáticas y tradiciones de horizontes más amplios” y principalmente, una revisión de periodizaciones y sus “zonas oscuras” a la luz de nuevas evidencias (Fradkin, 1993: 163-167; Moutoukias, 1993: 213-216; Hernandez, 2005: 33-54). Al homenajearlo algunos años después, Sergio Serulnikov recuperó la definición del propio Tandeter sobre la historia total como un horizonte articulador, “aquello de lo cual el todo depende, así como aquello que depende del todo” (Serulnikov, 2003: 10).

Poco más de una década después, Juan Suriano realizó una dura evaluación de la historia del trabajo, en un artículo que se volvió conocido por sus afirmaciones sobre la crisis de la historia social, sus debates inconclusos, y una tendencia a la historia política (Suriano, 2006). El tono pesimista de sus declaraciones puede terminar por encubrir el registro de una experiencia colectiva de aprendizaje de la cual él fue parte. Al imaginar un futuro para la historia del trabajo a comienzos del siglo XXI, Suriano volvió a abogar por un abordaje que no perdiera de vista la expectativa de una historia que “integre todos los fragmentos dispersos” en una “visión globalizadora”. En ese momento, la referencia a lo global se traducía en una apuesta por una “nueva historia de los trabajadores”, la cual tendría “que incorporar necesariamente las investigaciones que no tuvieron como objeto ni como sujeto a los trabajadores” y que “[tendría] que ser más flexible y abierta a los problemas planteados en otros espacios de investigación”.

Estas observaciones, que conviven con el lamento por una historia que no fue, expresan el aprendizaje de al menos dos generaciones de historiadores en tiempos democráticos. Sus recorridos se caracterizaron por la heterogeneidad regional, de sus preguntas y también de sus condiciones materiales. Con todo esto, desarrollaron estrategias creativas para interrogar series documentales diversas en búsqueda de sus dimensiones más involuntarias y relacionales –en la línea de los procedimientos más clásicos de la historia social–. En la práctica historiográfica del propio Suriano, este movimiento se expresó en su innovadora historia del anarquismo. En su estudio, el anarquismo fue definido como un “movimiento cultural, político, ideológico y social” que se transformaba en relación con sus distintos interlocutores, potencializado y limitado por las cambiantes interacciones establecidas con sus muchos otros (Suriano, 2001).

Tomada a algunos años de distancia, su observación sobre la importancia de aquellas historias que no “tuvieron como objeto ni sujeto a los trabajadores” puede funcionar como un prisma para observar una heterogeneidad de abordajes que no se restringían al mundo del trabajo, pero que ayudan a repensarlo. La convivencia entre los muchos sentidos atribuidos a la historia social, que incluía la valorización de la historia total de Tandeter y que hizo suyas las preguntas y las estrategias metodológicas de la historia desde abajo y de la nueva historia cultural terminó dando muchos resultados, entre los cuales se encuentran la historia de las mujeres, del trabajo en clave de género y de la policía.

Un siglo XIX desde abajo y desde la incertidumbre

Uno de los grandes problemas de la historia social del siglo XIX en la Argentina fue condensado en otra obra publicada también en 1992. En Los trabajadores de Buenos Aires: la experiencia del mercado, Hilda Sabato y Luis Alberto Romero sistematizaron los resultados de una investigación colectiva que se había extendido por la primera década del retorno a la democracia. Al traer al campo de la investigación histórica un tema habitual de la sociología, la formación del mercado de trabajo, se dedicaron a un período –la segunda mitad del siglo XIX– y a un problema –la convivencia entre una heterogeneidad de relaciones laborales en contexto rurales y urbanos– novedosos a la luz de una historia social del trabajo argentina y latinoamericana que tendía a partir de fines del siglo XIX.[3] Aunque se entrevé cierta teleología implícita en la noción de una eventual predominancia del mercado de trabajo libre asalariado como un capítulo de la historia de la modernización capitalista, la pregunta central de la obra no es sobre este destino, sino sobre la relación de los trabajadores con las transformaciones históricas en aquel medio siglo.

El libro muestra un meticuloso cruce entre fuentes policiales, judiciales, periodísticas, censales y literarias puestas al servicio de reconstruir los contornos de un diversificado mundo del trabajo. “Incertidumbre” es la palabra clave para comprender la experiencia de los trabajadores en el período. Designa tanto la oportunidad y el riesgo como rasgos distintivos del mundo del trabajo decimonónico como también el interés historiográfico por registrar el proceso histórico en su carácter indeterminado –quizás el principal aporte de la historia social para un campo temático plagado de determinaciones–. La dimensión de género no aparecía en esta formulación, pero está presente como una disyuntiva, explícita en las primeras páginas, entre abordar la heterogeneidad laboral en sus especificidades (y contemplar la segmentación del trabajo femenino como un problema) o integrar la experiencia de las mujeres en la caracterización más general del movimiento histórico. Al final, el dilema fue solucionado por la segunda alternativa, haya vista la formulación de la conocida hipótesis principal sobre la conformación de un “mercado de trabajo libre y unificado” en la convergencia entre la alta movilidad y la escasa especialización de una mano de obra heterogénea y demandada (Sabato y Romero: 1992: 9-15).

Es llamativo que el debate historiográfico de los años siguientes no haya dado continuidad a estos problemas y a este período. En su lugar, dos campos tuvieron un significativo desarrollo: por un lado, la historia socio-económica rural se replegó a los problemas del siglo XVIII y a la primera mitad del siglo XIX. Al caracterizar esta producción en una entrevista a la revista Quinto Sol en 2015, Juan Carlos Garavaglia reafirmó el valor de la historia social como puente entre una historia cultural indisociable de “las condiciones materiales de producción” y una historia que jamás dejaba de ser política (Rabinovich y Zubizarreta, 2015: 1-8). Garavaglia atribuía la “profundidad y extensión de análisis” de aquella historiografía argentina, a la que consideraba incomparable con otras historiografías latinoamericanas, a la disponibilidad de fuentes y la relativa homogeneidad social pampeana en contraste con los mundos rurales brasileño o mexicano. A estas razones, habrá que sumar el repertorio específico de preguntas que construyó una sólida producción historiográfica dedicada a articular actores y vida productiva; la construcción cotidiana del orden, la autoridad y las sociabilidades; coyunturas cambiantes y procesos de larga duración; la experiencia subalterna y la cultura política de la plebe (Salvatore, 2021 [2003]; Di Meglio, 2012).[4]

Por otro lado, las décadas finales del siglo XIX se volvieron objeto de un impulso historiográfico que contribuyó a caracterizar el período bajo el peso de un sentido de modernización. Desde distintas perspectivas, fuesen centradas en el control social, en los proyectos políticos de grupos reformistas o en la conflictividad de clase, muchos estudios se dedicaron a explorar la construcción de capacidades estatales y políticas públicas, delineando duraderos debates e incidiendo en la forma de indagar sobre la experiencia social urbana (Zimmermann, 1995; Suriano, 2000; Bohoslavsky, 2014: 17-40). No se trata de retomarlos sino de observar, a distancia, que estas líneas encontraron un punto de confluencia en un punto de partida alrededor de 1880. De este modo, fuese como modernización de las relaciones sociales y de la vida económica, como consolidación del Estado o como formación de la clase obrera, distintas tendencias historiográficas reforzaron una periodización en las que las décadas anteriores estaban, de una forma o de otra, analizadas en función de un destino.

Este panorama se alteró a partir de recientes abordajes que revisitaron la política y la construcción de estatalidad a partir de la historia indígena, la esclavitud y el mundo del trabajo en el siglo XIX. El caso de la historiografía producida sobre los mundos indígenas, rurales y fronterizos merece una particular mención, al construir un campo de problemas en el cruce entre muchas tradiciones (Ratto y Farberman, 2009). Cuando se dedicó al período colonial y a comienzos del siglo XIX, lo hizo de forma conectada con la historia rural argentina. Al avanzar sobre la segunda mitad del siglo XIX, los estudios que se dedicaron a las relaciones sociales y diplomáticas entre sociedades criollas e indígenas establecieron un diálogo sistemático con la historia social de la construcción de las capacidades estatales, en muchos casos iluminándola a partir de una detenida atención al parentesco y a las relaciones de reciprocidad. Al considerar el accionar indígena en sus dimensiones políticas, en un uso creativo de fuentes judiciales y locales, esta historiografía contribuyó para delinear un siglo XIX imposible de ser abarcado en un sentido unívoco, problematizando sus discontinuidades, fracasos y desigualdades. La propia noción controversial de mestizaje, en este contexto, habilitó a integrar dimensiones étnicas y de parentesco a la historia política, a partir de una crítica a los sentidos de inevitabilidad del proceso histórico y de abordajes situacionales y relacionales.

Inspirados en esta producción, otros abordajes también profundizaron las conexiones entre política y parentesco, poniendo de relieve la dimensión del género en este campo de problemas, aun cuando ésta no era explicitada en estos términos. Las investigaciones de María Bjerg sobre identidades y vínculos familiares en contextos considerados mestizos y migratorios registran la potencialidad del acercamiento entre producciones historiográficas dedicadas a campos temáticos distintos en función del desafío de comprender una experiencia histórica específica (Bjerg, 2005: 47-72 y 2007: 73-99). Más recientemente, Geraldine Davies Lenoble interrogó las políticas de cacicatos autónomos, empleando el parentesco como un camino para abordar las sociedades fronterizas en su heterogeneidad organizativa y en el cruce con marcas raciales y étnicas, a la luz de cambiantes relaciones de subalternidad (Davies Lenoble, 2017: 75-109). En su texto, la experiencia social de las mujeres ilumina de forma contundente las dinámicas políticas del parentesco y la sociabilidad en sociedades de frontera.

La historiografía dedicada a la experiencia negra también ha tenido un recorrido propio en su revisión del siglo XIX. Magdalena Candioti se inspiró en la tradición de estudios de la experiencia africana y afrodescendiente en la región rioplatense para desarrollar una historia social de las políticas de la emancipación y de los sentidos de la libertad en el siglo XIX. Su mirada tiene derivas importantes para la historia de las relaciones de trabajo y de las identificaciones sociales y políticas alternativas. (Candioti, 2021) En un sentido similar, los estudios sobre los procesos de racialización y sobre los grupos afrodescendientes en la segunda mitad del siglo XIX se han expandido a partir del trabajo de Lea Geler que indagó en la singularidad de la experiencia afrodescendiente y la centralidad de las marcas raciales en los momentos más álgidos del racismo científico en la vida social decimonónica (Geler, 2010; Lamborghini y Geler, 2017; Alberto, 2022). Se trata de una productiva línea de investigaciones que se ha beneficiado del intercambio con la producción en otros contextos historiográficos (Guzmán y Geler, 2013; Rebagliati, 2014; Frigerio, Guzmán y Geler, 2016; Guzmán y Ghidoli, 2020).

La historiografía indígena y la de la experiencia afrodescendiente, con sus puntos de intersección con la historia social rural y con la historia de las clases populares han diversificado el conocimiento sobre la experiencia social decimonónica. Además, y, principalmente, han puesto en cuestión la narrativa benevolente centrada en la integración social progresiva y natural de la población afrodescendiente y aquella que asume como propia la perspectiva centrada en el avance estatal sobre territorios y poblaciones. Estos ejemplos sirven como una muestra de una tendencia más general a complejizar las preguntas de investigación, afinar la curiosidad sobre protagonistas insospechados y a prestar especial atención a viejas y nuevas fuentes documentales. Por distintos caminos, los procesos de racialización y la perspectiva de género pasaron a ser cada vez más centrales en la indagación sobre los grandes problemas del siglo XIX, tales como la compleja construcción social de los valores de igualdad y libertad en las relaciones sociales (Geler, 2016; Guzmán, 2018: 450-473; Barrachina, 2019: 115-143; Edwards, 2020).

Aunque estuviera presente de distintas formas, no siempre directas, en los estudios mencionados, la perspectiva de género adquirió un peso específico en un campo temático particular, el del mundo del trabajo urbano en la segunda mitad del siglo XIX. Las derivas recientes de esta producción revelan el impacto de la revisión de series documentales poco o nada trabajadas a la luz de preguntas de investigación que entablan nuevos diálogos con el estudio anterior de Sabato y Romero. Al interrogarse sobre la presencia específica de las mujeres en el mercado de trabajo decimonónico, por ejemplo, Mirta Lobato identificó los silencios y las distorsiones de la documentación censal, la más ampliamente empleada para rastrear el trabajo femenino en el siglo XIX por parte de los estudios demográficos y sociológicos sobre mercado de trabajo (Lobato, 2007 y 2019; Pita, 2016: 185-202).

A su vez, el estudio de Valeria Pita sobre el primer manicomio público de la Argentina se inscribe en una renovada atención a la documentación producida por la Sociedad de Beneficencia (Moreno, 2000; Guy, 2011, entre otros). Su contextualización sobre un grupo de mujeres reunidas en la gestión de esta institución le permitió acompañar negociaciones entre internadas, sus familias y una diversidad de actores estatales y políticos. A partir de estos ensayos de estatalidad y de política conjugadas en femenino, Pita esquiva los sentidos consolidados sobre el avance progresivo del saber médico y su inserción en ámbitos estatales, para poner la atención en las decisiones, estrategias y relaciones sociales en las que el género cumplió un rol estructurador (Pita, 2012: 15-17). En esto, retomaba y ampliaba el diálogo con reflexiones de larga data sobre las instituciones de salud en Argentina. En este aspecto, es significativa la trayectoria de Diego Armus, que transitó desde un abordaje innovador de historia urbana en la década de 1980 hacia una historia social y cultural de las enfermedades a partir de interrogantes cada vez más complejos (1987, 2002, 2007).

Más recientemente, Cecilia Allemandi se dedicó a construir un mundo del trabajo doméstico plagado de relaciones de dependencia social, contextos coactivos, y de un continuum entre relaciones laborales remuneradas y no remuneradas (Allemandi, 2017). Ella se inserta en un movimiento historiográfico y sociológico que indagó sobre el trabajo femenino, conectándolo con relaciones familiares, afectivas, institucionales y migratorias que van ganando forma en las últimas décadas del siglo XIX. Para esto, su lectura de avisos de prensa, registros judiciales y, nuevamente, documentación de la Sociedad de Beneficencia, permitió analizar arenas insospechadas de regulaciones y negociaciones laborales, como aquellas producidas por la policía y las municipalidades.[5] Su abordaje comparte indagaciones con otras investigaciones ya no centradas en un proceso formativo, sea del mercado laboral, de la clase obrera, o del Estado, sino volcadas a distinguir los significados cambiantes del trabajo en distintos momentos históricos.[6] Este desplazamiento de interrogantes impacta en una diversidad de temas, entre los cuales se destaca el trabajo infantil (Candia y Tita, 2003: 307-320; Aversa, 2015: 103-128; Paz Trueba, 2014; Scheinkman, 2016: 108-130; Freidenraij, 2020; Cosse, 2021).

Considerados en conjunto, estudios sobre temas tan variados como formas de estatalidad, sociedades de frontera, experiencias indígenas, afrodescendientes y trabajo de mujeres indican una diversidad de zonas de intersección historiográficas que desafían encasillamientos. Al tratar de experiencias históricas simultáneas, estas tendencias revisitaron el siglo XIX en función de la multiplicidad de arenas de negociaciones sociales a partir de la valoración de su carácter indeterminado, y no de su desenlace. Es destacable que el tema del trabajo, que había sido central en la obra de Sabato y Romero, vuelva a ganar espacio en el creciente interés historiográfico sobre qué estaban haciendo mujeres, niños y niñas, indígenas y afrodescendientes en diferentes espacialidades, ahora para replantear algunos conflictos irresueltos en las formas de periodizar, las sombras que esa operación produce y para renovar la mirada sobre las relaciones laborales. Sus resultados contribuyen para un siglo XIX mucho más caleidoscópico.

El movimiento obrero y sus fronteras

La expansión de la historia social del trabajo en las primeras décadas del siglo XX ha inspirado una revisión del foco prioritario sobre las conexiones entre trabajo, organización colectiva y expresión política –una agenda de problemas que tiene pocas conexiones con los problemas de la historiografía dedicada al siglo XIX–. En efecto, una mayor atención al género, a lo cotidiano en el mundo del trabajo y a las relaciones laborales no asalariadas ha empezado a llevar a una revisión de las habituales periodizaciones sobre el movimiento obrero (Poy y Mitidieri, 2019; Poy y Caruso, 2019: 181-202). Asimismo, en el marco del interés por estudios de casos densamente documentados, reflexiones que consideran el espacio como una construcción social han explorado su interacción con procesos de identificación colectiva, las formas de desigualdad y sus transformaciones (Andujar y Lichtmajer, 2019; Palermo, 2020: 1-22).

La trayectoria de Mirta Lobato permite ponderar esta producción a la luz de una concepción integral de historia social. En la investigación que resultó en La vida en las fábricas, publicada en 2001, su opción por un enfoque centrado en la comunidad obrera de Berisso le permitió integrar las “bases materiales”, la “organización social”, el proceso de trabajo, la protesta y la política (Lobato, 2001). Su diálogo explícito era con una historia del movimiento obrero argentino de la que se había ocupado la historia militante y la sociología. Sin embargo, en la apuesta por el estudio de una comunidad obrera, Lobato también dialogaba con la historia del trabajo latinoamericana que se volcó al estudio de fábricas y comunidades específicas desde una perspectiva de género (French y James, 1997).

En las últimas dos décadas, la producción sobre comunidades obreras siguió indagando en las conexiones entre procesos de trabajo, condiciones de vida y expresión política, pero la vida cotidiana, la familia y las formas de sociabilidad empezaron a ganar una atención más sostenida (Lobato, 2021). El abordaje de Silvana Palermo sobre el mundo del trabajo ferroviario expresó una agenda de investigación cara a un conjunto de historiadoras dedicadas a la historia obrera en la última década. Sus primeros trabajos han formulado un problema sobre las “prácticas políticas familiares” como una forma de integrar las relaciones domésticas a la vida política (Palermo, 2013: 585-620; Palermo y D’Uva, 2015: 37-58).

En estos estudios, la noción de comunidad cumple un rol articulador. Mientras enfatizan los momentos en los que predomina una dimensión cohesiva de la identificación de clase, estos estudios buscan sortear las trampas de un abordaje aislacionista y homogeneizador, sin abdicar de la pregunta por el antagonismo social. Su vocación para integrar trabajo, cultura y política en una misma narrativa es particularmente destacable. De hecho, uno de sus aportes más significativos es el análisis de la movilización política y de los procesos electorales que difícilmente entran en una interpretación centrada en una supuesta incorporación progresiva de las masas a la vida política. En estos abordajes, las prácticas políticas de la clase trabajadora adquieren connotaciones y sentidos específicos, jamás reducibles a las disputas de la vida política formal, cuyos sentidos tampoco pueden ser asumidos de antemano (Palermo, 2019:143-169; Caruso, 2019:163-191; Lichtmajer y Gutiérrez, 2017: 295-321). En esta línea, la vida más allá de los tiempos del trabajo se ha revelado una instancia fructífera para explorar la heterogeneidad de la experiencia obrera en distintas geografías y momentos, incluyendo la articulación de vínculos políticos, pero también las tensiones entre distintas versiones de masculinidad e identificaciones étnicas (Teitelbaum, 2016: 88-107). La creciente atención a las fiestas, sociabilidades y al uso del tiempo libre también habilitó un diálogo con la historiografía sobre mercados culturales y cultura de masas (Lobato, 2011; Ulivarri, 2020; Andujar y Carrizo, 2020; Caruso, 2020).

En conjunto, estos abordajes cuestionan supuestos de largo arraigo sobre la incompatibilidad entre la formación de la clase obrera y la heterogeneidad étnica, de género, y las expectativas de movilidad social en Argentina. En su lugar, proponen que múltiples procesos de identificación social incidieron en el peculiar recorrido de la clase trabajadora argentina en el siglo XX. Destacable en este sentido es el trabajo de Ludmila Scheinkman (2021), en un análisis de la industria del dulce en el barrio de Barracas atento a la dimensión del género, las diferencias generacionales, y las formas de calificación laboral en un período de casi medio siglo. Con eso, puede reconsiderar las series salariales tomadas por décadas como referencias en los debates que construyeron una imagen persistente de la mejora salarial de un obrero promedio en el entreguerras. Cuando se la observa desde un contexto laboral, económico y familiar más amplio que incluyen los trabajos femenino e infantil, el cuadro resultante es radicalmente distinto.

Otros abordajes examinaron la historia de la emergencia de perfiles profesionales, como las administrativas y las profesiones técnicas, tensionando otros lugares comunes de la historia del trabajo (Martín, Queirolo y Ramacciotti, 2019). Las trabajadoras administrativas investigadas por Graciela Queirolo, por ejemplo, habían sido poco o nada tratadas por esta historiografía (Queirolo, 2018). Ellas no sólo condensan los dilemas moralizantes y las contradicciones de los procesos de industrialización, urbanización y reconocimiento de derechos sino que ponen en cuestión la necesidad de encontrar mejores categorías para describir una experiencia social ubicada en el cruce de cuestiones tratadas por la historia del trabajo y también por la historia de la clase media. Estas distintas formas de historia social del trabajo desde una perspectiva de género contribuyeron a revisar algunos lugares comunes sobre el mundo del trabajo, como aquellos que identificaron, a partir de las fuentes censales, una invisibilidad estadística del trabajo de las mujeres a comienzos del siglo XX. Para eso, desempeñó un rol crucial el acercamiento a los problemas y abordajes propios de la historia urbana, de la clase media, de los barrios y de los mercados culturales. Como resultado, la expansión de las indagaciones sobre procesos de trabajo, prácticas de reclutamiento y condiciones de vida hacia otras categorías laborales además del trabajo fabril asalariado también terminó inspirando una revisión de los sentidos de la noción de trabajo, en un diálogo potencial, pero aún no profundizado, con los estudios sobre el siglo XIX.

El campo de estudios del trabajo doméstico merece ser destacado en términos de su productividad para la revisión de periodizaciones y para el delineamiento de procesos de largo plazo. La exclusión del servicio doméstico de la legislación laboral de comienzos del siglo XX condensa algunas de estas cuestiones (Acha, 2012: 27-39; Pérez, Cutuli y Garazi, 2018; Remedi, 2021: 141-160; Remedi, 2019: 123-156). El caso de la desmarcación de la domesticidad por parte de los choferes de autos particulares como estrategia para garantizar derechos como el de la restricción de la jornada laboral en 1937, estudiado por Inés Pérez, contrasta con el debate sobre el estatuto del servicio doméstico recién en 1956, y también con las persistentes barreras que siguen dificultando el reconocimiento de derechos laborales para el servicio doméstico y el trabajo de cuidados hasta la actualidad (Pérez, 2017a: 25-39). Esta producción historiográfica está lejos de simplemente describir una exclusión, o de abogar por la inclusión y la llamada visibilización de las mujeres en la historia del trabajo. Antes, el abordaje del trabajo de cuidados en sus contingencias históricas, su relación con la política, con los lazos comunitarios y las redes sociales permite observar los procesos sociales de producción y transmisión de riqueza, de identificación social y de la propia definición cambiante de trabajo.

El acercamiento entre los estudios sobre trabajo y consumo también ha alimentado estas reflexiones (Pérez: 2017b: 29-48). Desde los primeros estudios de Fernando Rocchi, el consumo masivo fue construido como un problema de investigación integral, imposible de disociar de las transformaciones en la producción y la comercialización, dependiente de las intersecciones entre historia económica, social y cultural (Rocchi, 1998: 533-558). En los años siguientes, en la historia social del consumo pasaron a confluir abordajes que partieron de la historia política, de los estudios históricos de la cultura material, de la historia laboral y de la perspectiva de género (Caldo, 2016: 210-239; Elena, 2011; Milanesio, 2014; Pérez, 2012; Pite, 2016; Remedi, 2006; Pastoriza, 2008).

Las preguntas sobre el género y sobre la experiencia social de las mujeres han contribuido a renovar el campo de estudios de la clase trabajadora. Sin embargo, el caso del servicio doméstico vuelve notoria la ausencia de diálogo entre esta producción historiográfica y aquella dedicada al siglo XIX. El cambio abrupto de temas, preguntas y debates a partir de 1880 indica la potencialidad de la perspectiva de género en la práctica de una historia social con vocación de revisar los sentidos políticos de las periodizaciones y los silenciamientos que estas operaciones conllevan.

La justicia, la policía y el interrogatorio a las fuentes

Una de las dimensiones que se destacan en la renovación historiográfica sobre el siglo XIX y en sobre el siglo XX es la creciente atención a las condiciones de producción de distintas series documentales y su dimensión relacional. Tal atención también alimentó el temprano interés por profundizar un conocimiento sistemático sobre las instituciones mismas y sus actores, destacado por Beatriz Bragoni en su presentación en el evento que dio lugar a este dossier.

Una de las consecuencias de este movimiento para la historia social del trabajo fue la creciente importancia conferida a una multiplicidad de instituciones, como las municipalidades, las corporaciones policiales, la justicia y distintas agencias estatales, consideradas como arenas de disputa y negociaciones. Quizás la historia social de la justicia sea el área que más ha producido resultados en este sentido. De hecho, una parte significativa de la historiografía mencionada ha encontrado en los registros de la justicia criminal, civil o, más específicamente, laboral, sus fuentes más valiosas. En todos los casos, lo destacable es que los abordajes se desarrollan de forma intrínsecamente asociada a la historia política e institucional, atentos a los actores, las rutinas y los procedimientos que, en la perspectiva de Ricardo Salvatore, contribuyeron para construir un “archivo estatal de la Otredad” (Salvatore: 2020; Barriera, 2017; Salvatore, 2010; Salvatore y Barreneche, 2013; Palacio, 2021).

Algo similar ocurre con la producción sobre la policía y el delito. En los últimos quince años, su consolidación también ha transparentado los efectos innovadores de construir problemas de investigación a partir de cruces, en particular entre la historia social de la justicia, de la cuestión criminal y la historia social del estado (Caimari, 2015: 491-507). A partir de las tempranas incursiones de Beatriz Ruibal, Sandra Gayol y Osvaldo Barreneche para transformar la policía en un tema de investigación, la policía dejó de ser un tema repleto de supuestos y naturalizaciones (Ruibal, 1990: 75-90; Gayol, 1996: 123-138; Barreneche, 2002: 207-225; para un balance, Barry, 2018: 1-16).

Estos estudios han profundizado el conocimiento sobre los procesos de modernización y profesionalización de la fuerza policial, temas también contemplados de forma más o menos simultánea en otras historiografías de la región y en otras latitudes. Sin embargo, la historiografía argentina también avanzó hacia dimensiones más insospechadas, que dialogan con la construcción de estatalidad pero no se agotan en ella: se ha estudiado sobre la escritura de los policías, sobre los archivos policiales, sobre qué hacían efectivamente en diferentes momentos y lugares, y principalmente, cómo se relacionaba con diferentes grupos sociales (Barry, 2009; Fernández Marron, 2017; Galeano, 2009; García Ferrari, 2010; García Ferrari, 2015; Schettini, 2016; Berardi, 2018).

Como resultado, la producción historiográfica que partió de una indagación sobre la policía terminó por darle contornos mucho más sociales a las prácticas de estatalidad, al mismo tiempo en que empezó a contribuir a los estudios de temas tan diversos como servicio doméstico, juego, infancia, aborto, prensa, y consumos culturales (Allemandi, 2017; Cecchi, 2012; Caimari, 2012; Di Corleto, 2018, Freidenraij, 2020). En este contexto, no es sorprendente que en su último libro, Lila Caimari haya revisitado la discusión sobre la periodización de los sentidos implícitos en la ruptura de 1930 a través de la cultura policial urbana (Caimari, 2012). Aun cuando se volvió a los temas más clásicos, como delincuencia, la violencia, o la estigmatización del anarquismo, esta historiografía los desplazó de sus lugares más habituales llevándolos hacia interlocuciones sociales establecidas en redes de comunicación cultural mutables y globales (García Ferrari, 2015; Schettini, 2017; Galeano, 2018; Albornoz, 2021).

El recorrido de la historia social de la policía en la Argentina quizás sea revelador de una peculiaridad local, principalmente considerada a la luz de otras historiografías latinoamericanas. Los estudios sobre policía se han beneficiado de una tradición de lectura suspicaz de una diversidad de fuentes, atenta a su materialidad, a los contextos de interlocución en los que fueron producidas, y principalmente a sus usos inesperados. De este modo, la perspectiva de la historia social habilitó indagar en la experiencia social de forma integral. En este sentido, no debería ser sorprendente que la historia social de la policía termine enriqueciendo también a la historia social de las mujeres, de la cultura, y de los y las trabajadoras en Argentina.

Coda

En 1992 el tercer número de Entrepasados trajo una entrevista de Mirta Lobato a la medievalista Reyna Pastor sobre su trayectoria intelectual dentro y fuera de la turbulenta Argentina del segundo tramo del siglo XX (Lobato, 1992: 93-107). En ocasión de su visita al país para las Primeras Jornadas de Historia de las Mujeres en Luján, Reyna Pastor imaginó el futuro de una historia social de las mujeres que empezaba a ganar espacio. Al definirse como una historiadora de la tradición marxista y de la demografía, se presentaba en compañía de pares como Susana Belmartino y Marta Bonaudo, formadas todas en la tradición francesa, en particular con George Duby (Lobato, 1992: 101). En su defensa de una “visión integradora de […] la historia social”, ella se diferenciaba de una cierta historia de las mujeres que las abordaba en sus especificidades, desde una perspectiva cultural o de género, de las que desconfiaba. Su particular elaboración de la tensión entre historia social y el “peligro de la fragmentación” asumió un tono conscientemente defensivo y minoritario (“sé que estoy en una línea distinta”, decía respecto a su defensa del materialismo histórico) y suspicaz de la contribución de las nuevas tendencias (“el hacer historias de las mujeres tendrá un límite”, vaticinaba, anticipando la necesidad de volver a integrarla a la historia social) (Lobato, 1992: 104-105).

En las tres décadas que nos separan de aquella entrevista, el propósito de al menos dos generaciones de historiadoras decididas a “insertarse en la agenda historiográfica” desplazó los temores de Reyna Pastor con un aluvión de estudios que se fueron integrando a casi todos los debates nodales de la historia argentina (Pita, 2020: 3). No fue la historia fragmentada, parcial, de escaso valor analítico, tal como temía Pastor, la que predominó. El lugar común de que el propósito de la historia de las mujeres se resumía a visibilizarlas o a rescatarlas del olvido está muy lejos de describir su contribución. En realidad, sus interrogantes la conectaron de forma intrínseca a otros campos de reflexión, tal como la historia del trabajo.

Las tendencias identificadas en las páginas anteriores se inscriben en singulares y creativos sentidos que esta concepción de historia social en tanto historia integral fue adquiriendo. En este proceso, es imposible obviar la larga tradición de intercambios entre la historia social y los estudios literarios, urbanos, el arte y la cultura visual. Obras sobre prácticas de consumo cultural, mercado editorial, prensa, intervenciones urbanas y cultura visual, que se volvieron referencias en la región, fueron resultado de estas interacciones que se retrotraen a los primeros años de retorno a la democracia.

Conexiones intergeneracionales quizás sean la marca distintiva de la producción historiográfica en las últimas décadas. En aquella que se dedicó al siglo XIX, los cruces entre trabajo, género, etnicidad y racialización concurrieron, no a una desordenada expansión temática, sino a una tendencia de revisión de periodizaciones y sus sentidos teleológicos implícitos. A su vez, los estudios sobre trabajo y género en la primera mitad del siglo XX permitieron desplazar algunas ideas persistentes sobre la formación de la clase trabajadora, redimensionando el lugar del conflicto social en el proceso histórico. Finalmente, la investigación sobre la policía hizo confluir estrategias metodológicas y problemas elaborados a partir del conocimiento producido desde distintos campos disciplinarios y líneas historiográficas.

El acercamiento entre estos tres campos revela que la historia social argentina no dejó de lado un horizonte global; al contrario, lo llenó de sentidos renovados, construidos en intercambios entre generaciones historiográficas. Una de sus enseñanzas más valiosas, quizás, sea la de que no hay necesariamente una incompatibilidad entre problemas de investigación bien delimitados y la perspectiva global, en el sentido que le dio Natalie Zemon Davis en la cita al comienzo de este texto. Su confluencia confirma que la historia social sigue siendo una arena de “conflictos irresueltos”, buenos para construir conocimiento de forma dialógica, creativa y rigurosa.

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Notas

[1] La intención, de acuerdo con Lobato en un testimonio más reciente, era dinamizar contactos translocales, hacia adentro y hacia fuera del país, en un tiempo en el que internet no era de uso generalizado. El comité editorial de Entrepasados estaba integrado por Ema Cibotti, Patricio Geli, Sergio Lischinsky, Mirta Lobato, Lucas Luchilo, Gustavo Paz, Leticia Prislei, Fernando Rocchi y Juan Suriano; luego se sumó Silvia Finocchio.
[2] Juan Carlos Torre observó una diferencia similar entre los avances de la historia social “desde abajo” en Brasil y en Argentina, en (Torre, 1990: 212). Sobre los diálogos con la historia social inglesa, (Poy, 2016: 75-93; Lobato, 2013: 431-43). La expresión es de Maria Odila L. da Silva Dias, una de las primeras autoras en emplear a E. P. Thompson en una práctica de historia social de las mujeres en Brasil (Dias, 1984).
[3] Ofelia Pianetto realizó una temprana problematización sobre la relación entre mercado de trabajo y movimiento obrero de Buenos Aires, Rosario y Córdoba (Pianetto, 1984: 297-303).
[4] Las observaciones de Garavaglia remitían al libro de Raúl Fradkin y Jorge Gelman sobre Rosas, en un abordaje profundamente social de la política (Fradkin y Gelman, 2009).
[5] Además de la valiosa documentación producida por la Sociedad de Beneficencia, nuevas documentaciones policiales y el intrincado mundo municipal amplió el universo documental sobre el periodo interrogado por preguntas de investigación inspiradas en la historia social. Por ejemplo, los trabajos reunidos en el dossier “Gobierno de la ciudad, policía y poder municipal en Buenos Aires, 1870-1920” (Galeano y Schettini, 2016; Fiquepron, 2021; Andujar 2016; Pita y Mitidieri, 2019: 1-15)
[6] Hay puntos de contacto con los abordajes en otros lados discutieron la periodización que asociaba la historia del trabajo con la emergencia del trabajo “libre”, interrogando la construcción de un paradigma contractual y de relaciones de trabajo asalariadas de forma no teleológica (Chalhoub y Teixeira, 2009; Steinfeld, 2001; Stanley, 1998; Cooper, Scott y Holt, 2005).
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