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Las representaciones del libro De la guerra entre los militares argentinos en la primera mitad del siglo XX. La concepción de un modelo doctrinario
The Representations of the Book On War between the Argentine Military in the First Half of the 20th Century. The Conception of a Doctrinal Model
Las representaciones del libro De la guerra entre los militares argentinos en la primera mitad del siglo XX. La concepción de un modelo doctrinario
Prohistoria, núm. 35, pp. 135-161, 2021
Prohistoria Ediciones
Recepción: 20 Octubre 2020
Aprobación: 02 Enero 2021
Publicación: 26 Febrero 2021
Resumen: El estudio acerca de la incidencia de los modelos de pensamiento en los procesos de formación de los militares argentinos en la primera mitad del siglo pasado y las singularidades con que tales patrones fueron interpretados y apropiados por dicho segmento, aproximan puntos de vista para entender los estándares profesionales de los oficiales del Ejército Argentino, como así también su comportamiento institucional y social. El objetivo del presente trabajo es analizar esas pautas de asimilación y evaluar sus implicancias en el marco del Ejército en torno de la conflictividad regional del momento.
Palabras clave: Historia, Clausewitz, Ejército Argentino, Profesionalización, Siglo XX.
Abstract: The study on the incidence of models of thought in the training processes of the Argentine military in the first half of the last century and the singularities with which such patterns were interpreted and appropriated by this segment, bring together points of view to understand the standards professionals of the Argentine Army officers, as well as their institutional and social behavior. The objective of this work is to analyze these assimilation patterns and evaluate their implications in the framework of the Army around the regional conflict of the time.
Keywords: History, Clausewitz, Argentine Army, Professionalization, Twentieth century.
Introducción
Revisitar los clásicos y su mediación en los procesos de formación profesional constituye una experiencia vital que conduce, en forma simultánea, a la puesta en valor de las nociones centrales que contienen y la apreciación de sus efectos sobre escenarios delimitados por un tiempo y un espacio precisos. Este es el caso de Clausewitz con De la Guerra (1983 [1832]) y su inserción dentro del Ejército Argentino, habida cuenta del progreso de la transformación organizacional iniciada por esa Fuerza en el trienio 1899-1901 y conocida como profesionalización militar (García Molina, 2010; Dick, 2014: Quinterno, 2014; Avellaneda 2017 y 2019; Soprano, 2020; Cornut, 2018).
El escaso conocimiento de la obra clausewitziana obtura una cabal comprensión de su pensamiento e impide –o simplemente desalienta– aproximaciones que expliquen la singularidad con que los oficiales del Ejército adaptaron esas ideas al cuerpo de conocimientos sobre el arte de la guerra. Entender el modo y las particularidades de esas asimilaciones también permite determinar cómo esos oficiales veían al mundo y la región, y de qué manera se insertaban en el escenario nacional como actores de su presente y profesionales e intelectuales de Estado (Rodríguez y Soprano, 2018: 9 y 10), en el contexto de un potencial conflicto regional (Cornut, 2018: 161-184). El propósito del presente estudio es analizar el tipo y entidad de las apropiaciones que elaboraron los oficiales argentinos en torno a Clausewitz para fundar un andamiaje conceptual propio, tal como demandaba la modernización del instrumento militar terrestre en las tres primeras décadas del siglo XX, y su permanencia conceptual hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Para ello, examinaremos la controversia que supone entender al arte de la guerra en términos de una teoría o, en contraposición, como una doctrina, toda vez que ambas opciones se excluyen en función de su lógica antitética. A partir de los conceptos anteriores, recorreremos las disquisiciones que en diferentes circunstancias modelaron la interpretación de los dichos del prusiano en virtud de los objetivos perseguidos, como así también la manera en que estas impresiones se plasmaron en la bibliografía de base del Ejército Argentino –que dada su entidad y temporalidad se constituyen en fuentes para este trabajo– y cómo acuñaron los preceptos de conducción operativa de varias generaciones de oficiales. En este camino observaremos la similitud de vivencias y comportamientos entre los militares alemanes y argentinos a través de analogías que demuestran la fuerte influencia germana sobre los oficiales nativos (García Molina, 2010; Dick, 2014 y Cornut, 2018) lo que nos obliga a considerar ambos contextos, ya que su vínculo revela fundamentos importantes a la hora de juzgar la actitud y visión del sector militar argentino. Las fuentes documentales sobre las que se apoya este artículo son las publicaciones de la Biblioteca del Oficial del Círculo Militar, que constituían la referencia principal para la difusión de ideas del pensamiento alemán, y cuya circulación en el ámbito de la Escuela Superior de Guerra (en adelante ESG) desencadenaba un efecto multiplicador del conocimiento a nivel de todo el Ejército.
Teoría y doctrina en De la Guerra
Más allá de las frases consabidas que vinculan a la guerra en dependencia con la política, el legado clausewitziano aporta otras cuestiones de peso para entender lo bélico y sus relaciones, en especial con el factor militar. Una de ellas es la forma de sistematizar el conocimiento necesario para conducir las operaciones en combate, atendiendo la complejidad que esto implica al intentar revestir de racionalidad un fenómeno tan caótico como la guerra. Si bien esta temática ha sido abordada con anterioridad (Paret, 1992; Aron, 1987 y 2009 y Cornut, 2019), no fue emparentada con los matices que su recepción provocó entre los militares argentinos.
Clausewitz se mostró categórico en esta materia y mantuvo a lo largo de su tratado –no exento de ciertas contradicciones– la imposibilidad de encuadrar a la conducción de las operaciones militares dentro de un sistema positivo de reglas (1983: 81) que configurase una doctrina en aptitud de indicar qué hacer y cómo emprenderlo para obtener la fórmula de la victoria (p. 82). Tratar de prescribir en forma lineal la manera de conducir las operaciones significa reducir arbitrariamente las imposiciones de la realidad, algo que Clausewitz entendió bien al relacionar la guerra con los factores morales, la fricción y el azar. Su permanente llamado de atención se basa en que el conductor militar, lejos de administrar todas las variables en juego, debe aplicar su experiencia y condiciones de mando (genio militar) para aprehender en una impresión general el cuadro de situación que el escenario le designa y actuar en consecuencia: “la habilidad para escoger, mediante el juicio instintivo, los objetivos y circunstancias más importantes y decisivos, de entre la multitud que se presentan” (p. 545). Lo anterior deviene de considerar a la dirección de las operaciones militares como un arte en el que es preciso dominar los rudimentos esenciales para guiar la acción sin incurrir en yerros que denotarían desconocimiento antes que aleatoriedad. Así, el prusiano se oponía a las ideas en boga en la época (p. 75) y criticaba las posturas de Heinrich Dietrich von Bülow (1757-1807) y Antoine-Henri Jomini (1779-1869) quienes simplificaban la conducción del combate a la aplicación de reglas geométricas que concebían el teatro de operaciones como un espacio en el cual, mientras se conectasen en forma armónica las bases de partida de las tropas con puntos decisivos –mediante líneas trazadas sobre el papel– para alcanzar objetivos enemigos, el éxito era razonablemente posible. Para Clausewitz el arte de la guerra sintetiza el conocimiento de los instrumentos primarios con la aplicación del juicio del conductor en orden a resolver los problemas militares que se le presentan: “cuando se trata de creación y de producción, allí está el dominio del arte” (p. 91). A este compendio de aspectos instrumentales lo llama teoría, en oposición a la doctrina, y le otorga la flexibilidad de diseño que el talento y la experiencia del conductor aplican en diferentes grados según las situaciones a enfrentar; sin rigideces ni estándares preestablecidos que le indiquen su forma de actuar. La idea es hacer del conductor de fuerzas militares un generalista en condiciones de comprender el conjunto a partir de observar los detalles significativos, que Ferdinand Foch (1903) condensaría bajo la denominación de Los principios de la guerra.
En definitiva, Clausewitz trataba a la guerra con la seriedad que su carácter y consecuencias revisten, desvinculándola del oficio menor que representaba en los días de los condottieri (p. 91) y preservando su ejercicio del pasatiempo lúdico que exhibía en la Edad Media. No negaba en forma taxativa cierto perfil científico (p. 91) en la conducción militar, pero se inclinaba a tratarla como un arte en manos del genio militar. Otros autores contemporáneos argentinos han penetrado en estas cuestiones: es el caso de José Fernández Vega (2005: 141-174) y Benjamín Rattenbach (1955: 25-28). Este último ofrece un punto de vista original al resolver la controversia entre arte y ciencia de la conducción militar aceptando que el perfil científico cobra protagonismo en la fase de planeamiento previa a la acción, mientras que el arte sobresale en el desarrollo de las operaciones de combate, bajo la premisa de que en la guerra se hace lo que se puede para aplicar lo que se sabe.
Clausewitz entre los alemanes
La repentina muerte de Clausewitz en 1831 dificultó la difusión de De la Guerra que también requería de una revisión general, tal como su autor expresara en una nota de 1830: “el primer capítulo del libro I es el único que considero acabado” (Howard y Paret, 1999: 175). Vale decir que su recepción entre los militares alemanes fue infructuosa, a pesar de haber generado una gran expectativa que, en nuestra opinión, no fue correspondida, ya que estos esperaban encontrar algo más parecido a un manual de procedimientos (doctrina) que el profundo compendio de reflexiones políticas, sociales y estratégicas (teoría) que finalmente significó. En otras palabras, los teutones esperaban contar con una orientación más pragmática para desempeñar sus funciones de mando en la contienda (Fernández Vega, 2005: 315 y 316) y en su lugar se depararon con un corpus teórico sobre el conflicto armado y sus derivaciones que, si bien proponía puntos de vista inéditos, estaba lejos de resolver las necesidades emergentes que solo una receta precisa para obtener la victoria podría satisfacer. Además, el perfil preponderante de Clausewitz entre sus contemporáneos era el de un historiador militar (Paret, 1999: 34), lo que nos permite suponer que fuera leído por las generaciones siguientes en clave histórica antes que estratégica, sin descartar la retención selectiva sobre algunos aspectos que orientaban más claramente a la praxis.
El protagonismo de Clausewitz no fue lo descollante que suponemos ya que su lectura (compleja y en partes enrevesada) quedó restringida a círculos interesados en la filosofía y con capacidad de volver inteligible un texto que apelaba a los postulados de la física mecánica (fricción, punto culminante, acción y reacción, masa, centro de gravedad, equilibrio de fuerzas, tensión y reposo) para recrear situaciones de maniobra en los escenarios de operaciones. El sentido más bien político de su obra contenida en un discurso filosófico marcado por la influencia del idealismo kantiano (Clausewitz, 1983: 9, 53, 444) obliga a una lectura recursiva (Aron, 1987: 9) que ligue el todo con las partes, y que deje de lado las construcciones objetivas para explicar, por ejemplo, el carácter dual de la guerra a partir de un modelo absoluto (ideal) que finalmente no coincide con la realidad del conductor militar, y que sugiere rudimentos “de la más alta inspiración hegeliana” (Acevedo, 1969: 78 y 79). A esto se le deben agregar las comparaciones del arte de la guerra con la música, la pintura y hasta el comercio en un entorno de abundantes encadenamientos teleológicos en los que medios y fines proveen sentido a los propósitos de cada nivel de responsabilidad en el entramado de la política con la guerra. De manera que a pesar de que sus contemporáneos intuyesen que el prusiano tenía cosas importantes para decir sobre lo militar, no comulgaban con la idea de mayor fortaleza de la defensa por sobre el ataque (Clausewitz, 1983: 308) y, en líneas generales, veían en Federico y Napoleón el paradigma exitoso de estratega militar al cual emular, sin retórica ni especulaciones dialécticas.
Coincidimos con Bastico[1] (1932: 229-239), acerca de que Clausewitz ejerció el liderazgo de una escuela espiritualista sobre la guerra y que sus contribuciones perdieron protagonismo ante el advenimiento de Helmuth von Moltke[2] (1800-1891) quien se enrolaba en una línea intelectualista pero también más pragmática, que se volcaba al protagonismo de la batalla. Es cierto que Clausewitz había destacado el lugar sobresaliente que la batalla debía ocupar en la campaña –al punto de propender a su concreción inexorable– pero en Moltke el acto táctico de mayor envergadura revierte a los cánones eminentemente ofensivos de Napoleón. Así, Moltke no elaborará una teoría totalmente nueva, sino que quedará como quien transformó y adaptó las ideas de Clausewitz, aduciendo que habían sido superadas por los acontecimientos europeos. Para 1860 la Academia de Berlín ya había modificado ciertas nociones clausewitzianas que no se orientaban a solucionar los problemas militares de Alemania, dejando de lado el concepto de teoría para –inadvertidamente– encasillarse en los confines de una doctrina rígidamente prescriptiva y carente de iniciativa. Moltke aggiornó el pensamiento de Clausewitz con los adelantos tecnológicos del ferrocarril y el telégrafo, lo que contribuyó a volver obsoleto el pensamiento de este. Los éxitos contra Dinamarca, Austria y en la contienda franco-prusiana (1870-1871), tornaron al comandante Moltke en un líder indiscutido. Sus victorias se basaron en el carácter ofensivo de la campaña y en las batallas decisivas, tanto de cerco como de frente invertido, que mediante amplios envolvimientos aniquilaron al enemigo. En esto, al menos en parte, coincidía con Clausewitz, con excepción de lo que el aniquilamiento suponía para cada uno de ellos. Para Moltke corporizaba un concepto más cercano a la destrucción física plena, mientras que para el último significaba doblegar la voluntad del adversario por sobre la desaparición material, con un concepto más próximo a lo político que militar (Schmitt, 1998: 15).
Las experiencias de la batalla de Sedán (1870) le daban la razón a Moltke respecto de la búsqueda agresiva de la decisión, y también resaltaban la gran libertad de acción que se les había otorgado a los comandos subordinados para actuar conforme a la situación que enfrentasen teniendo como guía el objetivo de los escalones superiores. Este método se conoció como auftragstaktik (táctica tipo misión) e hizo posible la operación descentralizada de los comandantes subalternos, lo que indujo a cierta crítica sobre Moltke a quien algunos le endilgaban desentenderse de los hechos una vez iniciada la acción (Rothenberg, 1992: 330). Sedán consagró la importancia excluyente de la ofensiva en la mentalidad germana, al tiempo que desestimó cualquier forma de defensa durante una campaña. Moltke el viejo (como se lo dio en llamar para diferenciarlo de su no tan destacado sobrino, el joven, a quien la historia relegó, algo injustamente, al lugar de los perdedores en la Gran Guerra), fue el arquetipo del general experimentado y práctico que opacó la figura de un Clausewitz que, para 1870, ya se lo consideraba anacrónico. Moltke legó dos textos importantes que constituyeron la fuente de consulta de los militares de su época: Instrucciones para los grandes comandos (1869) y un ensayo Sobre estrategia (1871). Dejó su impronta táctica en la batalla de cerco o frente invertido y aleccionó a toda una generación militar en un punto intermedio entre las nociones de teoría y doctrina clausewitzianas.
El conde Alfred von Schlieffen (1833-1913) ocupó el cargo de jefe de estado mayor del Ejército entre 1891 y 1906, como sucesor del mariscal Alfred Waldersee (1832-1904). Había formado parte del estado mayor de Moltke en la guerra franco-prusiana, pero a diferencia del hacedor de Sedán no estaba fogueado en la conducción operativa. Podemos decir que Schlieffen fue antes un pensador militar que un comandante de tropas, quien pergeñó el plan de operaciones (que llevaba su nombre) con el que las Potencias Centrales entraron en la guerra en 1914. Con Schlieffen, el ejército alemán se alejó definitivamente de Clausewitz y de las posibilidades de aplicar una teoría como hemos explicado. Se obstinó en la ocurrencia de la batalla como acto singular de la campaña, entendiendo que esta debía ser tan decisiva como para resolver la guerra sin más arbitrios ni combates. Su idea de una batalla única como factor de éxito obligaba a un diseño operacional enérgico, de máxima potencia ofensiva que desembocase en el aniquilamiento del enemigo de manera fulminante y concluyese la contienda rápidamente. Sostenía la imposibilidad de Alemania para sobrellevar una guerra prolongada tanto en lo económico como en lo político. La maniobra era relegada a un rol subsidiario, a tal punto que para 1895 quedó desdibujada en el contexto de los sistemas de planeamiento y formación militar, siendo reemplazada por la masividad de fuerzas bajo el concepto de superioridad numérica (Bastico, 1932: 76). Schlieffen tomó distancia del auftragstatik de Moltke y propuso una mayor centralización de las operaciones que restó autonomía a los comandos dependientes. Su impronta quitó flexibilidad a las decisiones tácticas y dotó a los planes de una rigidez extrema.
No obstante, es imperioso consignar dos aspectos centrales en la concepción de lo que podríamos llamar la cosmovisión germana en el cambio de siglo y que incidieron en los propósitos de Schlieffen. Por un lado, encontramos a la geopolítica que señalaba en tono determinante las posibilidades y debilidades de un país desde su geografía. Posturas como la de Rudolf Kjellén (1864-1922) en su libro El Estado como forma de vida (1916) proponían una concepción darwinista de los países con respecto al medio, percibiéndolos como organismos vivos que condicionaban su existencia al entorno en el cual se desarrollaban. Esta visión fue complementada por el geógrafo Friedrich Ratzel (1844-1904) a través del concepto de espacio vital (lebensraum), por el cual el territorio se configuraba como elemento central para la supervivencia del Estado y se justificaban así políticas de expansión y anexión. Esta concepción biológica de los países se condecía con los alcances de una soberanía que basaba su jerarquía en la extensión del territorio y el número de la población. Así visto, la única opción de los países para progresar era crecer a expensas de los recursos naturales y el dominio de nuevos espacios circundantes, donde los vecinos se convertían en adversarios naturales. En segundo lugar, encontramos el prototipo de La nación en armas (der Goltz, 1927 [1883])[3] que propugnaba la defensa y resguardo de los intereses de un Estado con el concurso de todas las energías disponibles, y no solo como responsabilidad exclusiva de las fuerzas armadas. Este involucramiento de la sociedad en su conjunto comprometía desde la paz a una preparación deliberada de la guerra en lo militar y económico, pero muy particularmente en lo político y social. Revitalizaba el concepto napoleónico de participación de los ciudadanos en masa para asistir a la defensa del país mediante el servicio militar obligatorio, pero iba más allá al demandar el sostén irrestricto del pueblo para apoyar el esfuerzo bélico. La nación en armas hacía de la sociedad un participante activo de la guerra que, desde su rol de no combatiente, trabajaba y perseveraba dentro de una lógica que tenía al sacrificio individual como punto de partida.
Lo anterior explica la idea de supervivencia que alimentaba el conflicto entre Alemania y sus vecinos. Francia era su eterno rival que agitaba pretensiones hegemónicas y ya había derrotado a Prusia en 1806 (Jena y Auerstädt) inaugurando una marea de disputas que se extenderían hasta la Segunda Guerra Mundial. Napoleón era una figura ambivalente para el inconsciente militar teutón ya que Clausewitz y sus contemporáneos lo odiaban tanto como lo admiraban por sus dotes estratégicas, haciendo de él un ejemplo a emular antes que un canalla olvidable. La repulsa que sentía Clausewitz por el gran corso lo llevó a poner su espada al servicio del zar Alejandro I (1812). Justamente el imperio ruso constituía el otro enemigo que amenazaba la existencia de Alemania desde la consolidación del Sacro Imperio Romano Germánico. Esta controversia en la época de Schlieffen, iba más allá de la soberanía y se concretaba en un enfrentamiento que dirimía espacios de poder sustentados en bases culturales, lo que se traducía en un litigio entre el pangermanismo y el paneslavismo, que haría eclosión en agosto de 1914. El dilema alemán consistía en resistir el embate simultáneo de Francia y Rusia dada la posición mediterránea que ocupa en Europa, y así tener que operar estratégicamente en una maniobra por líneas interiores ante la convergencia de esfuerzos de sus enemigos desde el Oeste y el Este. Esta circunstancia operativa, que ya había desvelado a Moltke, ocupó los planes de Schlieffen durante los últimos años de su vida mientras fue jefe del estado mayor del ejército. Numerosos juegos de guerra ensayaron las posibilidades año tras año en oportunidad de actualizarse los planes. En este tipo de maniobra el defensor (Alemania) procura batir al enemigo por partes, para lo que debe determinar sobre cuál de los contendientes que convergen llevará la ofensiva inicial mientras resguarda el frente opuesto, para una vez aniquilado el primero concentrar sus fuerzas sobre el oponente restante en espera y así resolver la campaña. La decisión que se impuso con Schlieffen era enfrentar a Francia, al que consideraba el enemigo más potente, en primera instancia y especulando con las dificultades de movilización y concentración de tropas de Rusia –por las distancias y la escasez de medios de transporte– defenderse en el Este para luego atacar en masa a los eslavos. En este escenario, Alemania aspiraba a lograr una rápida victoria mediante una batalla de aniquilamiento singular en el frente occidental, planificada en detalle desde el estado mayor general para ser llevada a la práctica sin cambios, en forma rígida y casi matemática, lo que no admitía situaciones por fuera de las previstas y, en caso de existir, debían ser reencauzadas para ajustarse al plan. Algo semejante debía acontecer en el Este y con ello acabar la guerra. Este esquematismo en la concepción, pero por sobre todo en la ejecución, colocaba al arte de la guerra en los parámetros de doctrina más que de teoría y contradecía los puntos de vista de Clausewitz.
La mística de Cannas
Schlieffen[4] impulsó un modelo de batalla de aniquilamiento que hacía de Cannas (216 a. C.) un paradigma militar. Fue autor de un libro homónimo, Cannas (1930 [1907]) donde se explaya sobre las bondades de este acto táctico y proyecta sus cualidades hasta la época que le tocó vivir. No es el propósito de este trabajo analizar los hechos histórico militares que rodean a dicha batalla, sino establecer ciertos aspectos que se transfirieron de manera particular dentro de los procesos educativos de los oficiales de estado mayor del ejército alemán y que, como consecuencia de la influencia de estos, luego fueron asimilados por los militares argentinos en la ESG.
La batalla de Cannas tuvo lugar el 2 de agosto de 216 a. C. en la llanura de Apulia próximo al río Ofanto, en lo que se conoce como el tacón de la bota que representa la península itálica. Se enfrentaron las tropas cartaginesas –con el concurso de íberos, galos, númidas, baleares y libios– de Aníbal Barca (52.000 mil efectivos) contra las legiones romanas de los cónsules Paulo Emilio y Terencio Varrón (92.000 hombres), en el contexto de la Segunda Guerra Púnica. Lo que dotó de épica a la batalla fue el genio de Aníbal que innovó (al menos en la formación de su dispositivo inicial) respecto de la costumbre griega y romana de presentar combate frontal con la infantería para arrollar al enemigo con su superioridad y disciplina en el orden cerrado. Desde un primer momento Aníbal desplegó a los infantes en el centro de sus fuerzas dispuestos en un arco convexo frente a los romanos. Ante este escenario el general Terencio Varrón apuró el ataque de sus legiones a las que hizo formar más densamente que de costumbre, restándole espacio para el combate individual de sus tropas a pie. Conforme avanzaba confiada la infantería romana iba cediendo terreno el centro cartaginés hasta transformar su dispositivo en un arco ahora cóncavo que atrapó a las abigarradas legiones mediante el combate de ambos lados de la infantería pesada de Aníbal. Al mismo tiempo, la caballería númida del ala derecha cartaginesa se lanzó sobre el flanco izquierdo romano y llevó su ataque con tal profundidad que, luego de destruir las tropas de ese sector envolvió en un amplio rodeo a la retaguardia romana y desarticuló el dispositivo de Terencio Varrón, sin posibilidades de recuperarse.
En síntesis, Cannas plasmó a lo largo de las enseñanzas de la Historia militar, de la mano de Schlieffen, el arquetipo de la batalla que consigue el aniquilamiento porque evita chocar frontalmente y lleva su esfuerzo en una maniobra envolvente. Esto es exacto en la medida que se observe que la dimensión de Cannas es táctica y no operativa, y mucho menos estratégica. Vale decir que los efectos logrados con la victoria de Aníbal quedaron limitados al espacio y tiempo inmediatos de los hechos y, si bien provocaron un cambio de actitud de Roma en cuanto a eludir la decisión en adelante, no modificaron la situación estratégica en la península, que tenía por objetivo el asedio y conquista de Roma a manos cartaginesas. De hecho, la Segunda Guerra Púnica se extendió por otros catorce años después de Cannas sin alcanzar Aníbal su objetivo en la campaña. Esta es la reflexión central en la que advertimos la manipulación de Schlieffen para hacer de Cannas un ejemplo con proyecciones operativas, sin tener en cuenta la naturaleza eminentemente táctica de su concepción y ejecución (Bastico[5], 1932: 78 y 79). Así, se configuró un error de fondo inexcusable, ya que al forzar la validez de Cannas hacia escenarios estratégicos se desvirtúo la legitimidad de sus enseñanzas y se fundó un juicio errado en el pensamiento militar de los alemanes, pero también –como veremos– de los militares argentinos hacia principios del siglo XX. El texto de Schlieffen es pródigo en este sentido ya que recorre varios siglos de guerra argumentando sobre la condición paradigmática de esta batalla y cómo pudo ser emulada en términos de aniquilamiento desde Federico II de Prusia en Leuthen (1757) hasta Sedán. Pero no menos importante es la consecuencia que este punto de vista tuvo sobre el diseño operacional del plan que le cupo poner en práctica a Helmuth von Moltke el joven, en el comienzo de la Primera Guerra Mundial y que, fiel al estilo Schlieffen, planteaba un envolvimiento, en este caso estratégico, del ala derecha alemana a través de Bélgica en procura de las espaldas del dispositivo francés. Esta maniobra envolvente, preconcebida como la única manera posible de obtener el éxito y dejando de lado otras opciones (doctrina) extinguió su eficacia ante la decidida defensa francesa en la primera batalla del Marne (5 al 12 de septiembre de 1914) que frenó el ataque alemán y desembocó en la estabilización de los frentes que caracterizaría la inacción hasta el final del conflicto. En cualquier caso, estos resultados negativos derivados de la utilización del patrón Cannas serían minimizados y hasta justificados por Hugo von Freytag-Loringhoven, quien al prologar la obra de Schlieffen afirma que tales contrariedades se debieron al protagonismo de las armas de fuego y la impericia de Moltke el joven para conducir las fuerzas (Schlieffen, 1930: VII).
No obstante, Cannas sostuvo su mística sobre el pensamiento militar alemán gracias a un conjunto de aspectos que, en nuestra opinión, obraron más incisivamente que el propio aniquilamiento preconizado. Una mirada más actual de esta batalla nos permite comprender que el éxito cartaginés en gran medida fue posible gracias a los errores de Terencio Varrón quien, dada su impulsividad y falta de experiencia, precipitó una acción de combate inoportuna y modificó la formación de sus legiones disminuyendo su capacidad de maniobra. Sin este error romano, que tiene mucho que ver con la falta de unidad de comando materializada en el relevo diario entre ambos cónsules para dirigir las operaciones, los hechos no se habrían desenvuelto como ocurrieron. Por otra parte, la genialidad de Aníbal radica más en la sorpresa estratégica de llevar la guerra a Italia, atravesando los Pirineos y los Alpes, que en el envolvimiento en sí mismo. Cabe recordar que, salvando las distancias de ejecución, ya el general tebano Epaminondas había maniobrado en forma envolvente a partir de su dispositivo en orden oblicuo en Leuctra (371 a. C.) haciéndose con la victoria sobre Esparta. Sin embargo, no se registra ninguna alusión de Schlieffen en este sentido. Pero entonces, ¿por qué Cannas desplegó semejante predominio en los conceptos de empleo alemanes? ¿a qué se le debe atribuir su condición de arquetipo? Cannas es el ejemplo de cómo un conductor agresivo resuelve a través de la ofensiva fulminante un evento táctico adverso por su inferioridad numérica. Cannas, en realidad, es la imagen de Aníbal Barca como líder militar exitoso que los militares alemanes rescatan y preservan para sus oficiales. La combinación de astucia y determinación para dar batalla en una situación desfavorable y concentrar su poder de combate en un momento y lugar determinado hacen del general cartaginés la representación más apta de lo que Alemania necesitaba para remediar la desventaja geopolítica de su mediterraneidad al enfrentar en paralelo a Francia y Rusia. La capacidad de Aníbal para engañar a los romanos y conducirlos a una gran emboscada táctica, para luego atacar sin dilaciones la retaguardia romana, hipnotiza como solución perfecta para ser utilizada en cualquier combate, sin importar su escala ni sus alcances. Todo parece ser resuelto con la repetición de Cannas o, mejor dicho, con el espíritu guerrero de Aníbal. En esta línea, Bastico opina que el método de Schlieffen fue aceptado porque: “respondía a un particular estado de alma de la colectividad […] una poderosa e irresistible expresión de fuerza material y de voluntad moral que incluía la desvalorización de todo adversario como consecuencia de la superioridad física, intelectual y espiritual de la raza” (p. 88). De ser así, lo que sigue es aceptar la instrumentación de una doctrina totalizadora que todo lo solventa a través del acatamiento de unos pocos aspectos que consiguen la victoria y, por lo tanto, resisten la teoría clausewitziana. En síntesis, la batalla de aniquilamiento mediante la maniobra envolvente al estilo Cannas prefiguraba el remedio más eficiente para superar la amenaza de guerra en dos frentes que Alemania enfrentó a lo largo de una centuria.
El informe Thauvenay
Será justamente esa centralidad incómoda de Alemania en el espacio europeo lo que inducirá a establecer analogías con la situación de Argentina. Sobre el nutrido grupo de profesores germanos con que contaba la ESG del Ejército existen sobrados documentos e investigaciones que dan cuenta de ello y su influencia en la formación intelectual de los oficiales de estado mayor (García Molina, 2010; Dick, 2014; Cornut, 2018). Entre los aspectos salientes del proceso educativo encontramos la recurrente determinación con que parangonaban los escenarios geopolíticos de Alemania y Argentina y el modo de acción para resolverlos. El teniente coronel honorario Etienne Perrinet von Thauvenay, que se desempeñó como profesor en la ESG a partir de 1908 y que formaba parte del grupo de alemanes, elaboró un pormenorizado informe[6] sobre el Ejército y la situación militar del país, datado en septiembre de 1909 y dirigido a José Félix Uriburu, por entonces director de la institución. A lo largo de cincuenta y cuatro páginas desgranaba sus apreciaciones sobre varios aspectos que incluían la organización de guerra y paz, los cuadros de oficiales y suboficiales, los abastecimientos, el vestuario y equipo, los reglamentos, los ferrocarriles, los buques y la semblanza general de lo que Thauvenay entendía era una aportación para mejorar los procesos del Ejército Argentino e introducir modificaciones en los planes de estudio de la ESG. El informe comenzaba con una apreciación de la situación estratégica argentina con respecto a sus vecinos. La consideración inicial era de tipo cultural y hasta si se quiere etnográfica, y daba por resultado una superioridad de la Argentina en términos de clima, geografía, recursos y cohesión social de su pueblo en relación a Brasil y Chile, dejando de lado a Uruguay, Paraguay y Bolivia, a los que consideraba países de segundo orden. Luego discurría sobre los límites internacionales y los clasificaba como barreras naturales en el caso de Chile y se detenía especialmente en el sector de fronteras secas con Brasil, en los contornos de la provincia de Misiones. La síntesis de este primer análisis geográfico ponía de manifiesto una creciente conflictividad de Argentina contra Brasil y Chile alimentada por un pasado de enfrentamiento en el caso de Brasil y por apetencias territoriales de ambos vecinos. No obstante, visualizaba como oponente más peligroso a Brasil en razón de su superioridad de efectivos, y proponía impedirle la movilización y posterior concentración de sus fuerzas sobre la frontera noreste de Argentina. Thauvenay opinaba que, ante una ofensiva brasilera, se le sumarían en condición de coaligados Paraguay y Uruguay, lo que obligaba a la Argentina a disponer en su linde Norte y Este de fuerzas considerables para atender esa eventualidad. Thauvenay sugería tomar la iniciativa y mediante un rápido ataque sobre la zona de Rio Grande do Sul inmovilizar los preparativos brasileros y darle al mundo una señal clara de éxito en la guerra que estaría comenzando. Aclaraba que era indispensable una victoria en el inicio de las operaciones ya que Europa, que tenía intereses comerciales en la región, intervendría para detener el conflicto y, de ser así, el terreno ganado favorecería a la Argentina. En cuanto a Chile, Thauvenay veía en ese ejército una fuerza mejor organizada y adiestrada que el instrumento militar argentino. Pero además advertía sobre la necesidad de extender su territorio –poco apto– para el desarrollo de su progreso social y político, en una alusión indirecta al espacio vital sobre el que Alemania componía sus proyecciones territoriales. Consideraba que Chile había dado claras muestras de estas intenciones en la Guerra del Pacífico y que alimentaba sus pretensiones sobre carencias geográficas insoslayables. Al mismo tiempo, juzgaba que Argentina no abrigaba intereses sobre Chile y deducía que la actitud estratégica que debía adoptar era defensiva en el Oeste. Lo que quedaba claro en esta evaluación estratégica era que Argentina debía evitar la convergencia de Brasil y Chile en simultáneo, y esto exigía una maniobra por líneas interiores que adelantándose contra Brasil en una ofensiva radical lo desarticulase en tal forma que quedara neutralizado su avance sobre la Mesopotamia. Antes, y durante esa campaña, tropas de menor magnitud se habrían establecido en el Oeste, habida cuenta de las dificultades que implicaba atravesar el cordón montañoso por parte de Chile, y desde una posición expectante confinada a las escasas vías de comunicación que materializan los pasos cordilleranos brindar tiempo para resolver la situación ofensiva contra Brasil. Si luego de esto Chile continuaba su aproximación hacia el Este, entonces el Ejército Argentino dirigiría todos sus esfuerzos contra las fuerzas trasandinas, con la tranquilidad de tener resguardadas sus espaldas con Brasil y Uruguay. Thauvenay arriesgaba que tanto Brasil como Chile pretendían alcanzar la línea general de los ríos Paraná y Chubut, respectivamente. De esta manera, controlarían la Mesopotamia y la mitad de la Patagonia. El amigo de Uriburu afirmaba que: “este peligro no es ningún fantasma, sino una probabilidad fundada en la realidad. La situación de Argentina en Sudamérica es parecida a la de Alemania, pues sus dos fronteras, al Este y al Oeste, se hallan grandemente amenazadas”.[7]
Esta anticipada analogía estratégica entre Alemania y Argentina, subordinaría gran parte de los juicios posteriores de los propios militares argentinos respecto de la conflictividad y la guerra regional. Por otro lado, asumir un problema semejante implicaba zanjarlo también en forma parecida, con lo cual la tendencia a aceptar una postura doctrinaria antes que teórica frente a la guerra y sus axiomas, era rotunda.
La inducción doctrinaria de la Biblioteca del Oficial[8]
La Biblioteca del Oficial es una colección de temas tácticos y estratégicos vinculados con el arte de la guerra. Fue creada en 1918 en el seno del Club Militar que al poco tiempo pasó a denominarse Círculo Militar. En 1880 el coronel mayor Nicolás Levalle, decidió fundar un espacio de asociacionismo militar, independiente del Ejército, con el propósito de estrechar los lazos de camaradería entre los oficiales distanciados por las disputas políticas internas de la época. En este ámbito, la difusión del conocimiento profesional a través de la Biblioteca del Oficial fue relevante ya que suplió con sus contenidos a las publicaciones reglamentarias del Ejército, que eran escasas e incompletas. De esta manera, los oficiales disponían de libros y textos en general que daban cuenta de los aspectos profesionales y las tendencias a nivel mundial. Su principal espacio de circulación era la ESG.
De la extensa nómina de publicaciones hemos seleccionado aquellas de autores alemanes y algunos argentinos[9] que, prioritariamente, se divulgaron en el período entreguerras y que tratan en forma directa los determinismos que la doctrina alemana ejerció sobre la comprensión del discurso clausewitziano en los oficiales argentinos.
Como ya mencionamos, la intervención de Colmar von der Goltz configuró un punto de inflexión en el pensamiento militar argentino. Desde el prólogo de su obra[10] advertía que “únicamente las virtudes viriles, la capacidad de emplear las armas y la decisión consciente proporcionan a las naciones seguridad y reconocimiento de sus derechos” (p. 9). La idea subyacente es que el poder militar alcanzado por Alemania hacia 1870-1871 había forjado un modelo bélico exitoso, representado por la batalla de aniquilamiento, cuyos puntos sobresalientes eran Cannas y Sedán. Para ello fue indispensable sostener como opción excluyente la ofensiva a ultranza, en la idea que sólo un ataque decidido podía conducir a la victoria, mediante el aplastamiento del enemigo. Aparecía como condición sine qua non la superioridad numérica, ya que ninguna rápida victoria sería posible si el factor humano y material no fueran sensiblemente mayores a los del oponente. Siguiendo este razonamiento de ofensiva-aniquilamiento-superioridad-victoria, llegamos a la esencia de su planteo. Von der Goltz prescribía que los choques de grandes potencias –tanto en Europa como en América– obligaban a la movilización total de las masas ciudadanas y de su potencial económico, resumiendo la situación en “el dilema fatal: victoria o ruina” (p. 234). El mariscal también planteaba la disyuntiva germana por tener que enfrentar una guerra contra dos frentes (pp. 62 y 285), respecto de sus tradicionales enemigos. Ante esta dificultad proponía diferentes soluciones que iban desde el ataque simultáneo en ambos teatros de operaciones, hasta la acción sucesiva de batir a los enemigos en forma separada.
El general Gunther Frantz es otro autor alemán cuya obra tuvo cabida en la Biblioteca del Oficial: La batalla de aniquilamiento en ejemplos de la historia de guerra[11] (1930). Su propuesta se basaba en la vigencia de este evento táctico como recurso para resolver cualquier campaña militar. Apoyaba su relato en la continuidad de una serie de hechos bélicos en los que se destacaba tanto la ofensiva táctica como la maniobra operativa por líneas interiores. Proponía un patrón operacional que iniciando en Cannas con Aníbal, pasaba por Federico II y Napoleón, para llegar a la acción de Moltke en la guerra franco-prusiana (p. 17), poniendo énfasis en la forma cómo los diferentes conductores militares resolvieron su complicada situación estratégica de tener que enfrentar dos o más enemigos, aludiendo desde el principio a la realidad continental de Alemania. Destacaba la actitud de Federico II, en la batalla de Praga (1757), quien decidió abandonar su postura defensiva para retomar la iniciativa atacando por separado a los tres oponentes que lo cercaban: Austria, Francia y Rusia, a pesar de su inferioridad relativa (pp. 18-22). En el caso de Ulm (1805), distinguía la habilidad de Napoleón para enfrentar en forma exitosa la coalición de Rusia, Austria y Prusia, con la observación de la ventaja que representaba que el poder político y la conducción militar estuviesen concentrados en una única persona (p. 51). Con la batalla de Königgratz (1866), el autor iniciaba la era Moltke, plena de acciones ofensivas que consiguieron la victoria mediante el aniquilamiento (Metz y Sedán), y llegaba a justificar el revés alemán en la campaña del Marne (1914) por la falta de actitud ofensiva para remediar el cerco aliado (pp. 119-129).
El arte de la conducción[12] (Cochenhausen, 1934) es un texto basado en 25 biografías de conductores militares sobresalientes de la Historia. Cada una de ellas conforma un capítulo escrito por diversos oficiales alemanes y compilados por el coronel general von Cochenhausen. En el texto se reiteran los conceptos de la preponderancia del aniquilamiento y la superioridad numérica como condiciones de triunfo en el combate, y a la batalla de Cannas como el modelo a imitar (p. 217). Fluye a través de varias personalidades, poniendo el acento –una vez más– en Aníbal, Federico, Napoleón, Moltke y Schlieffen. Insiste con la desventaja estratégica que implicó para Alemania su posición geográfica en Europa, y la adopción de una maniobra por líneas interiores para resolver el entuerto (pp. 213-231). A diferencia del resto de los autores alemanes se detiene en las biografías de Clausewitz y Gneisenau (pp. 384-387).
El testamento del conde Schlieffen. Estudios operativos sobre la guerra mundial[13] (Groener, 1928) es un libro que abunda a favor del modelo operativo alemán en la Primera Guerra. En la misma medida que el general alemán Guillermo Groener deifica a Schlieffen por sus dotes militares, lo exime del fracaso de su plan bajo la justificación que a quien le cupo concretarlo no estuvo a la altura de los hechos para conducir exitosamente la maniobra (pp. 57 y 121).
Hugo Freytag-Loringhoven, ya mencionado, fue otro de los generales alemanes que plasmó sus experiencias de la Guerra Mundial a través de dos tomos de la Biblioteca del Oficial: La conducción de ejércitos en la guerra mundial. Estudios comparativos (1924). Refiere frecuentemente a Clausewitz y sus enseñanzas, exacerbando el perfil ofensivo: “no queremos ni oír hablar de generales que vencen sin derramar sangre” (p. 33) y denota una línea argumental ligada más a la praxis que a la teoría, y en línea con una rápida decisión de la campaña mediante un ataque contundente con total superioridad material.
Erich von Falkenhayn reemplazó a Moltke El joven en el cargo de jefe de estado mayor de los ejércitos en campaña el 14 de septiembre de 1914. Como fruto de su experiencia en el frente escribió un libro sobre el funcionamiento de las organizaciones superiores: El comando supremo del ejército alemán (1914-1916) y sus decisiones esenciales (1920). Además de reivindicar su propia labor en la guerra en términos apologéticos, plantea las bondades del aniquilamiento y la búsqueda permanente de la victoria con una batalla de cerco.
Evolución de la táctica en la guerra mundial (Balck, 1922) es un libro elaborado sobre las vivencias de su autor como comandante de una división de infantería, y enfocado en la más pura táctica. Argumenta sobre el valor de la ofensiva en términos excluyentes: “hacer la guerra significa atacar” (p. 25) y aboga a favor del concepto de “nación armada” (p. 213). Al igual que otros militares germanos descarga la culpa de la derrota en la inestabilidad social del frente interno alemán agitado por el comunismo: “el ejército que estaba en el interior del país apuñaló por la espalda al ejército de campaña no vencido, como Hagen al héroe Sigfrido” (p. 455).
Hans von Below se había desempeñado como profesor en la ESG argentina entre 1908 y 1912, cimentando una fuerte amistad con los oficiales argentinos y, especialmente, con el director del instituto el coronel Uriburu, quien prologaría su libro sobre la guerra mundial: Mis memorias de guerra (1923). Entre los puntos salientes encontramos una pertinaz defensa de la concepción ofensiva de Schlieffen para resolver el aprieto estratégico de Alemania frente a la amenaza convergente de Rusia y Francia (p. 53), como así también una prédica en contra del gobierno por su responsabilidad en la derrota y su actitud tolerante frente al “crimen de la revolución” (pp. 389 y 390).
El teniente general Alexis Schwarz había revistado en el ejército imperial ruso e integró el cuerpo de profesores de la ESG y del Colegio Militar de la Nación, siendo responsable de la materia fortificación entre 1924 y 1926: El pasado y el presente de la fortificación y su empleo en la defensa del Estado (1926). Allí, establece una interesante comparación geográfica militar de Argentina con Rusia, en la que subraya la carencia de vías de comunicación para el caso de una movilización (p. 21) y enfatiza el valor que revisten los ríos Uruguay y Paraná como obstáculos en la frontera noreste (p. 25), lo que coincidía con la opinión vertida por von Thauvenay en su informe.
Otra significativa contribución fue la serie de publicaciones bajo el título La guerra mundial de 1914 a 1918 (Ejército Alemán, 1927-1941), en 10 volúmenes[14]. Resaltaba la comprometida situación estratégica de Alemania (pp. 23-48) y argüía que gran parte de las dificultades en la conflagración se debieron a la dependencia de la importación de materias primas para sostener el esfuerzo industrial destinado a la producción de materiales bélicos (pp. 38, 70-73). Ante esta debilidad económica se procuró operar con rapidez en sentido ofensivo para aniquilar a los enemigos y apurar la conclusión del conflicto, de lo que se desprendía como lección la imprescindible superioridad material, consolidada desde la paz.
El coronel francés Fréderic Culmann difundió sus juicios tácticos sobre la Primera Guerra Mundial no solamente en la Argentina, sino también en las academias de guerra de Francia y España a través de su obra Táctica general según las experiencias de la Gran Guerra (1926) en la que tendía al aniquilamiento mediante la ofensiva (pp. 22-24).
Erich Ludendorff ocupó un papel central en la generación militar alemana de principios del siglo XX, pudiendo identificarlo como el continuador más persistente de las ideas de Colmar von der Goltz. Se distinguió por sus dotes de conductor en el frente oriental, coronando junto a Paul von Hindenburg (1847-1934) la victoria de Tannenberg (1914), otro mentado ejemplo de batalla de aniquilamiento. Su libro Mis recuerdos de la guerra (1914-1918) (1920), si bien no pertenecía a la colección tratada circulaba entre los oficiales argentinos, y era conocido especialmente por un profesor de la ESG llamado Juan Perón. Ludendorff además de relatar en sentido histórico militar la contienda, condensaba las ideas germanas de la época en relación al ejército como principal sostén de la soberanía. Daba por superada la concepción clausewitziana del conflicto para enfocarse en el legado de Moltke y Schlieffen como la esencia del modelo de guerra (p. 63).
Entre los ensayistas nativos encontramos a Nicolás Accame, oficial de caballería que se había adiestrado en Alemania y que alcanzó la jerarquía de general de división en 1932. Su obra Cannae y el modo de operar de San Martín (1921) propone una analogía entre Aníbal y el Padre de la Patria, basada más en intuiciones que en documentos que avalasen tal semejanza.[15] En el capítulo IV, que lleva el sugestivo título de Cannae en una futura guerra sudamericana, adhiere a la batalla de aniquilamiento como solución estratégica y orienta el estudio de la maniobra en función del reglamento alemán Ejercicios para la infantería (p. 194) cuyo autor era Freytag-Loringhoven. Algo que esboza claramente la idea predominante en la concepción geopolítica de los militares argentinos es un juicio de Accame acerca de que “los únicos teatros de operaciones donde Schlieffen no podría aplicarse serían en las fronteras con Paraguay y Bolivia” (p. 221), para luego explicar en nota al pie de página que “no existe propósito hostil para ninguno de nuestros vecinos; la vinculación de los teatros de operaciones a las fronteras del país obliga fatalmente a tratar éstas en estudios de tal índole. Los camaradas de los ejércitos vecinos saben esto tan bien como nosotros” (p. 221).
Al pueblo de mi Patria (Smith, 1918) es otro libro de un autor militar argentino que respalda la nación en armas como paradigma de los conflictos modernos y expresa un discurso hostil hacia los países vecinos (pp. 16, 22, 25 y 29), contrario a las conductas pacifistas impulsadas por el internacionalismo (pp. 168 y 258). En el plano de la maniobra estratégica reitera la correlación entre la Argentina y Alemania en virtud de su situación desfavorable (pp. 17 y 18), proponiendo resolver la campaña con gran superioridad de “medios morales y materiales” (p. 191). La concepción general de este libro se puede resumir en la identificación plena del “honor nacional con la soberanía territorial” (p. 36).
Temas tácticos y estratégicos (años 1891-1905) (Schlieffen, 1954) es otra publicación que trasluce la mentalidad militar argentina en la primera mitad del siglo XX. Llaman la atención los comentarios del general argentino Carlos von der Becke quien traduce el texto del alemán y al momento de prologarlo fundamenta su calidad en la pertinencia entre los escenarios geopolíticos de Alemania y Argentina y no duda en comparar a Schlieffen con Alejandro, Aníbal y San Martín (pp. 11y 12).
Quizás una de las manifestaciones más patentes acerca del modo y tipo de apropiación del pensamiento clausewitziano reinterpretado en términos de doctrina antes que de teoría, lo encontramos en los Apuntes de historia militar (Perón, 1934). Este texto, en su segunda edición corregida y aumentada, instauró una forma de comprender y difundir la historia militar que perduraría hasta finales del siglo. Una redacción ágil que recorría los principales hechos de armas y explicaba sumariamente las lecciones de cómo conducir tropas en su época mediante ejemplos del pasado, captaba la atención de los alumnos y satisfacía las exigencias básicas de la cátedra. Su título de Apuntes era la prueba cabal de su origen, pero también de su finalidad pedagógica ya que no era un texto de aspiraciones académicas, sino de alcances limitados para entender al pasado como fuente de experiencias en la formación de los futuros comandantes militares. Desde un punto de vista conceptual, los Apuntes reflejaban la contradicción dominante entre la evocación de la teoría de Clausewitz y la puesta en práctica de la doctrina sostenida por Moltke, Schlieffen y Colmar von der Goltz. Si bien ciertos pasajes del texto se basaban en las enseñanzas clausewitzianas más puristas, a poco de andar surgían las mismas inconsistencias que habían revelado los oficiales alemanes ante la premura de dar respuestas rápidas a sus problemas militares. Así, la teoría quedaba enunciada acertadamente (p. 28), pero una tendencia permanente al plano prescriptivo de la táctica y la estrategia, acababa imponiendo una doctrina (pp. 30-37). Un ejemplo es la concepción de los aspectos centrales e inmutables para conducir operaciones militares, conocidos como Principios de la Guerra y que fueron codificados por el mariscal francés Ferdinand Foch en 1903. Perón mencionaba parte de ellos (p. 30) y los describía en forma adecuada, para luego dejar de lado el espíritu teórico que ellos encierran y pasar a una praxis más concreta y rentable. Es como si la teoría configurase un desvalor frente a una permanente demanda de acción en lo militar, y esto solo puede ser concebido a partir de una interpretación errónea y superficial del concepto clausewitziano. Por otra parte, es notable que aun cuando se hablaba de principios para conducir fuerzas y se aludía a Foch en los Apuntes, la Biblioteca del Oficial dejaría transcurrir más de una década para publicar Los Principios de la Guerra (Foch, 1943) y así poner finalmente en valor esos aspectos. Vale decir que teoría y doctrina convivían en forma desordenada dentro del texto de Perón, y componían una argumentación que recuerda más a Schlieffen que a Clausewitz. Las menciones hacia lo persistente de la preparación para la guerra de toda la nación, en especial durante la paz, y la demanda de esfuerzos integrales para sostener el conflicto situaban en el centro de la escena a la nación en armas (pp. 139 y ss.) de von der Goltz. La relativización de la maniobra defensiva por su falta de decisión en la campaña (p. 260) nos recuerda a la opinión de Schlieffen antes que de Clausewitz. La idea de aniquilamiento como destrucción total del enemigo que aparecía en los Apuntes (p. 321), aludía al ideario alemán de Sadowa y Sedán, sin detenerse en la imposibilidad de que tal aniquilamiento absoluto exista en la guerra real, contrariando la lógica del discurso clausewitziano para adentrarse en el plano instrumental de la doctrina. La maniobra estratégica (pp. 274-284) y su destino final como batalla de aniquilamiento (pp. 305-323) eran tratadas extensamente y por similitud a la mirada alemana. Abundaba en nociones prescriptivas y proponía al envolvimiento y al cerco como factores de éxito excluyentes. Perón agregaba a la continuidad de Cannas y Sedán los acontecimientos de la batalla de Tannenberg y se servía de las enseñanzas de la Primera Guerra, remarcando las dificultades que implicaba oponerse a dos o más enemigos en simultáneo. Alejandro, Aníbal, Julio César, Federico, Napoleón, Moltke el viejo y Schlieffen eran citados como conductores y pensadores militares, a los que se sumaba el general San Martín y, particularmente, la batalla de Chacabuco (1817) como un ejemplo de aniquilamiento envolvente autóctono (pp. 90-93). En síntesis, los Apuntes combinaban aleatoria y caprichosamente las nociones de teoría y doctrina, sugiriendo a esta última como el procedimiento más apto para unificar criterios y orientar acciones exitosas en la guerra.
Las derivaciones doctrinarias de la apropiación del pensamiento de Clausewitz entre los argentinos se extendieron hasta después de la Segunda Guerra Mundial con renovada superación. La batalla de cerco. El aniquilamiento perfecto (Marini, 1955) fue publicado por la Biblioteca del Oficial como volumen 446 de la colección. El autor, mayor del Ejército en ese momento, volvía sobre las virtudes de la maniobra envolvente para desarticular al enemigo y encerrarlo fatalmente hasta su destrucción. A la conocida secuencia de contiendas históricas que iniciaba en Cannas le seguían ahora Praga, Tannenberg y finalmente Stalingrado (1943) como vivencia de su tiempo. Se torna evidente el preconcepto doctrinario heredado del modelo alemán y las alusiones en tal sentido lo prueban: “mucho se ha escrito sobre las batallas de aniquilamiento. Schlieffen, el gran filósofo alemán, estableció las bases de su doctrina y tomó a Cannae como el principal puntal de su concepción, y tan es así, que […] fue sintetizada por algunos historiadores como la maniobra de encerrona del tipo Schlieffen” (p. 18). Dejando de lado las atribuciones de filósofo que le concede al mariscal, proponemos comparar los dichos de Marini con nuestra opinión anterior sobre Cannas, para advertir la continuidad de un esquema que coacciona e impone una regla de actuación de la cual se esperan resultados prodigiosos. Es una suerte de atajo en el razonamiento que propone a priori la solución estereotipada que no puede fallar, al punto que cuando se estudia la Historia de la guerra se continúan encontrando similitudes –más o menos pertinentes– que refuerzan el aserto y tornan al modelo en irrefutable. Esto es doctrina y no teoría, desde el punto de vista de Clausewitz.
Reflexiones finales
La transformación profesional del Ejército Argentino a comienzos del siglo XX demandó cambios profundos en las estructuras organizacionales y en la sistematización de los procesos de formación de sus oficiales en orden a cubrir las exigencias de conducción que el tipo de guerras del momento imponía. La definición de un modelo de fuerzas se basaba en los potenciales conflictos armados que, a su vez, tenían su origen en una visión simbiótica de los países que entendían su existencia y soberanía como un proceso de constante expansión que asegurase la integridad territorial en el escenario regional, lo que acababa representando a los Estados cercanos y colindantes en términos de amenaza antes que de cooperación.
El Ejército Argentino, siguiendo esa tendencia, optó por el arquetipo alemán para profesionalizar la institución, luego de asumir los éxitos militares de ese país en las guerras que había emprendido en el siglo XIX. Hablar militarmente del pensamiento alemán significaba referirse a Clausewitz, pero también a Moltke, Goltz y Schlieffen. Tanto la presencia de profesores alemanes en la ESG del Ejército Argentino, como el adiestramiento de oficiales nativos junto a organizaciones alemanas, derivó en una identificación palmaria de cosmovisiones entre ambos grupos. De esta manera, los aciertos y los errores de unos impregnaron las percepciones de los otros casi sin disensos. En este contexto, la apropiación de las nociones clausewitzianas fue tamizada por el filtro de la praxis hasta llegar a desestimar la riqueza de su esencia teórica amplia, para retener aquellos aspectos doctrinarios prescriptivos que, dentro de una lógica determinista, orientaban la acción bajo patrones únicos que encaminaban –supuestamente– a la victoria. Este espejismo fue alimentado por modelos donde la batalla de aniquilamiento tipo Cannas era la solución quimérica para resolver cualquier campaña militar, sin importar su ubicación geográfica ni las características de los beligerantes. La superioridad de medios materiales permitía una rápida ofensiva que llevaba a la victoria mediante una maniobra que evitase el contacto frontal. Como si de mezclar las proporciones indicadas en una receta se tratase, las operaciones militares tendían a homologarse en los consabidos términos doctrinarios que Clausewitz había querido evitar.
Si Moltke el viejo había combinado teoría y doctrina, con predominio de esta última, Schlieffen erradicó la flexibilidad y libertad de acción para concebir planes esquemáticos poco afectos a la iniciativa de los subordinados, y obstinadamente dominados por lo que dimos en llamar la mística de Cannas. Pero fue la persuasión de semejanzas entre las realidades geopolíticas y estratégicas de Alemania y Argentina lo que selló la impronta doctrinaria en la apropiación argentina de los conceptos de Clausewitz. Para problemas similares se optó por soluciones del mismo cariz, lo que dio por resultado diseños operacionales argentinos que contemplaban un conflicto regional contra enemigos coaligados en forma simultánea. A partir de allí se encadenaba una serie de causas y efectos que involucraban a la política, la economía y la sociedad en consonancia con los postulados de la nación en armas y que tenían por objeto la preparación y posterior acción del instrumento militar terrestre. Prevalecía un pensamiento militar que concebía a la soberanía territorial como el objeto de su inmediata responsabilidad institucional y, por ende, se insinuaba en la obligación de arbitrar, disponer y organizar los recursos para cumplir su tarea, avanzando sobre otras esferas del Estado y superponiendo espacios de poder en las decisiones de política exterior.
Mucho tuvo que ver en esto la Biblioteca del Oficial que, a través de sus publicaciones, difundió estas ideas e indujo a una postura más doctrinaria que teórica. Así, las construcciones doctrinarias y geométricas de Jomini se plasmaron dentro de la asimilación argentina, en forma más contundente que el andamiaje teórico de Clausewitz, a pesar de los esfuerzos de este último para aclarar lo nocivo de los dogmas. Finalmente, es posible conjeturar que la lectura de De la Guerra fue intermediada por un equipamiento reflexivo prejuicioso que impidió la cabal interpretación del texto entre los militares argentinos.
Iniciamos este trabajo advirtiendo acerca de los errores de interpretación que acarrea una lectura incompleta, prejuiciosa y poco reflexiva –cuando no inexistente– de un clásico como De la Guerra. En esas circunstancias se basa gran parte de la apropiación doctrinaria del texto que realizaron los militares argentinos, a pesar de las advertencias de su autor en ese sentido: “Si alguien se asombrara de no encontrar aquí nada sobre el rodeo de ríos, sobre cómo dominar las montañas […] evitar las posiciones fuertes y sobre las llaves del país, en nuestra opinión, quiere decir que no nos habrá comprendido, ni tampoco ha comprendido todavía la guerra en sus relaciones generales” (p. 596).
Aún quedan por despejar varios aspectos centrales del discurso clausewitziano que han influenciado el pensamiento militar del Ejército Argentino y su inserción en el ámbito del Estado a lo largo del siglo XX. ¿En que medida el concepto trinitario de la guerra aglutinó la actitud de los militares argentinos frente a eventuales conflictos armados? ¿Cómo se proyectaron los axiomas de Clausewitz y de la nación en armas a la máxima conducción política del Estado? Y también ¿qué nivel de observación y aplicabilidad tuvieron estas enseñanzas en la última guerra en la que participó el Ejército Argentino en 1982? Son estos algunos de los interrogantes que aguardan respuesta.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, octubre de 2020
Agradecimientos
Agradezco los comentarios recibidos por parte de los evaluadores anónimos de la revista
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Notas