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Súbditos extranjeros al servicio de la Monarquía hispánica: el caso de Ragusa (1580-1620)

Foreign Subjects at the Service of the Spanish Monarchy: the Case of Ragusa (1580-1620)

Arturo Pérez Amores
Universidad de Murcia, España

Súbditos extranjeros al servicio de la Monarquía hispánica: el caso de Ragusa (1580-1620)

Prohistoria, núm. 35, pp. 5-28, 2021

Prohistoria Ediciones

Recepción: 13 Noviembre 2020

Aprobación: 05 Febrero 2021

Publicación: 10 Marzo 2021

Resumen: Durante la temprana Edad Moderna, la República de Ragusa (actual Dubrovnik, Croacia) mantuvo una posición geopolítica ambigua: pagaba tributo al Imperio otomano y, extraoficialmente, aportaba barcos y tripulaciones a la Monarquía hispánica. Este trabajo analiza la situación de las comunidades extranjeras en los dominios ibéricos en la “primera globalización” y la evolución de los estudios sobre esta temática, las relaciones entre Ragusa y España y su tratamiento historiográfico, y las carreras vitales recorridas por dos capitanes raguseos como muestra de las oportunidades, experiencias, recompensas y pérdidas que vivieron estos individuos que renunciaron a su soberano natural para servir al Rey Católico.

Palabras clave: Monarquía Hispánica, Imperio Otomano, Ragusa, Servicio y Naturalización, Globalización.

Abstract: During the early Modern Age, the Republic of Ragusa (present-day Dubrovnik, Croatia) kept an ambiguous geopolitical position — it paid tribute to the Ottoman Empire and, extra-officially, provided ships and crews to the Spanish Monarchy. This work analyses the situation of the foreign communities within the Iberian domains during the ‘first globalisation’ and the evolution of the studies on this topic, the relations between Ragusa and Spain and their historiographical treatment, and the careers of two Ragusan captains as a sample of the opportunities, experiences, rewards and losses in the life of these individuals who renounced their natural sovereign in order to serve the Catholic King.

Keywords: Spanish Monarchy, Ottoman Empire, Ragusa, Service and Naturalization, Globalization.

Introducción

La construcción política de la hegemonía hispánica se basó en gran parte en la capacidad de contar con la movilización de aliados exteriores, que eran atraídos por la capacidad militar o económica de la Monarquía. Procedentes de múltiples territorios, estos agentes del poder imperial ligaban su destino, en todo o en parte, al del poder hispánico. Estudiar el caso de los raguseos permite comprender que esas pulsiones, conocidas —con mayor o menor aprecio— en los grandes señoríos europeos, asiáticos o africanos, también movilizaban a individuos de las elites comerciales mediterráneas que buscaban desarrollar una mayor presencia en el comercio con las Indias (Ruiz Ibáñez y Sabatini, 2020). Pero, ¿quiénes eran estos raguseos? Y ¿por qué resulta tan significativo su estudio?

En 1528, la diminuta República de Ragusa (actualmente Dubrovnik, Croacia) se negó a seguir reconociendo como suzerano al rey electo de Hungría, el archiduque Fernando I de Austria. Esto la convertiría en el único Estado católico que no solo pagaba tributo al Gran Turco, sino que se reconocía como su súbdito (Villari, 1904, pp. 223-262; Harris, 2003, cap. 5). Este hecho, aunque tangencial en el contexto de las grandes campañas que Carlos V y Solimán el Magnífico libraban en aquella década, marcaría en mayor o menor grado la política internacional del Mediterráneo y Europa durante siglos, al convertir a Ragusa en un puerto neutral capaz de mirar al mismo tiempo hacia los Balcanes y Oriente y hacia Italia y Occidente. Del mismo modo, sus ciudadanos también contemplaron el servicio a las grandes potencias que les rodeaban como una oportunidad de medrar fuera de sus fronteras naturales.

Pese a lo excepcional de su situación política, los raguseos no fueron los únicos en abandonar a su “príncipe natural” para servir a otros. Por todo el continente europeo y sus cada vez mayores vecindades de todo el mundo, hubo individuos y familias que abandonaron sus patrias de origen y se pusieron a disposición de otros señores con la esperanza de obtener refugio, mercedes, oportunidades o simplemente la posibilidad de vivir (y morir) de acuerdo con sus propias creencias y valores. Por tanto, durante toda la Edad Moderna estuvo muy presente el debate sociopolítico sobre los caracteres esenciales de los extranjeros en función de su nación (entendida entonces como el conjunto de forasteros procedentes de una misma patria) y la forma en que estos se podían integrar o distinguir de sus comunidades nativa y adoptiva, a través de un discurso de amor o de la intervención de su señor (Herzog, 2003, pp. 66, 82-91, 135; Gil Pujol, 2004, p. 55; Planas, 2013, p. 42).

El presente trabajo aspira a analizar la situación de estos agentes foráneos dentro del ámbito de la Monarquía Hispánica en el paso del siglo XVI al XVII —momento de mayor expansión territorial, desarrollo de la hispanofilia en los estados vecinos y afluencia del tráfico de plata americana—, y en concreto la de los capitanes de navío de Ragusa que, contraviniendo las prohibiciones de su república y el sultán a quien debían su autonomía, ofrecieron sus recursos al Rey Católico. Para ello, amén de consultar diversas obras sobre el concepto de nación, la imbricación de las distintas nacionalidades bajo el reinado de los Austrias españoles y el papel de la República de San Blas[1] en la temprana Edad Moderna, he analizado el rastro dejado por varios de esos personajes en las Secciones de Estado y Guerra y Armada del Archivo General de Simancas.[2]

Los extranjeros en la Monarquía Hispánica

La evolución del estudio de la situación y el papel de los extranjeros en los territorios de los sucesivos Reyes Católicos a lo largo de la Edad Moderna ha sido analizada por dos completos repasos historiográficos: uno de Óscar Recio Morales (2011), más centrado en las publicaciones propiamente españolas, y otro de Fernando Ciaramitaro y Marco Antonio Reyes Lugardo (2017), que amplía su temática a los trabajos sobre la esclavitud y el trato al indígena.

El artículo de Óscar Recio arranca desde el mismo siglo XVII, mostrando el origen de las críticas literarias y políticas a la figura del extranjero como comerciante, soldado o político que se perpetuarían en la historiografía española sobre la Edad Moderna hasta bien entrado el siglo XX; del mismo modo, los emigrantes o colaboradores locales eran personajes incómodos para las historias de los nuevos Estados-nación surgidos de los antiguos dominios hispánicos, haciendo que fuesen dejados de lado por la mayoría de los estudios históricos (Recio Morales, 2011, pp. 35-37).

Por su parte, Ciaramitaro y Reyes Lugardo comienzan su análisis con las obras producidas entre 1900 y 1959 sobre la historia del derecho de consulados y extranjería en la Monarquía hispánica (Ciaramitaro y Reyes, 2017, p. 242). Según Recio Morales, este tipo de estudios destacaban como excepciones en la sensibilidad del periodo franquista, durante el cual se prefirió exaltar las figuras del soldado castellano y de los Reyes Católicos; las más destacadas de estas publicaciones fueron los artículos seminales de Antonio Domínguez Ortiz (1959 y 1960), que resaltaron la necesidad de abordar el papel de los extranjeros en la vida y la sociedad de la Monarquía y sirvieron de base para futuras investigaciones en esta temática, pero apenas tuvieron eco hasta la Transición (Recio Morales, 2011, p. 38; Ciaramitaro y Reyes, 2017, pp. 242-243).

Con el paso del centralismo franquista al Estado de las Autonomías, y bajo la influencia de la Escuela de los Annales, la historiografía española dio un giro hacia el regionalismo y el localismo en los años 70 y 80 y la investigación de las comunidades extranjeras empezó a cobrar vigor a escala local, aunque de momento aún a la zaga de otras minorías autóctonas perseguidas por las autoridades del Antiguo Régimen: judíos, moriscos, gitanos, jesuitas, etc. En este contexto, Ciaramitaro y Reyes destacan también el comienzo de la exploración de diversos temas socioeconómicos asociados con la extranjería, el comercio y la trata de esclavos por parte de autores como el alemán Hermann Kellenbenz, la sevillana Enriqueta Vila Villar, o el venezolano Juan M. Morales Álvarez (Recio Morales, 2011, pp. 38-39; Ciaramitaro y Reyes, 2017, p. 244).

En la última década del siglo XX, con el comienzo del incremento de la inmigración a España, se empezó a plantear el paso del enfoque regional al nacional con el estudio de las migraciones internas y de media distancia, pero hasta 2002 no se abrió definitivamente la temática del extranjero dentro del mundo hispánico en su conjunto. No obstante, en un primer momento los trabajos enfocaron a estos grupos foráneos como un tema transversal en los estudios de minorías y migraciones, como ocurrió en el primer coloquio internacional sobre Los Extranjeros en la España Moderna, celebrado ese mismo año en Málaga, en la monografía Mediterráneo económico, 1. Colección Estudios Socioeconómicos. Procesos migratorios, economía y personas de Manuel Pimentel, o en el libro Los extranjeros en las Canarias orientales en el siglo XVII de Alexis Brito (Recio Morales, 2011, p. 40; Ciaramitaro y Reyes, 2017, p. 246).

A lo largo de los tres años siguientes se publicaron tres importantes monografías sobre el papel de los extranjeros en la Monarquía hispánica: Imperio: la forja de España como potencia mundial, de Henry Kamen, Defining nations: Immigrants and Citizens in Early Modern Spain and Spanish America, de Tamar Herzog,[3] y La Monarquía de las naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España, de Antonio Álvarez-Ossorio y Bernardo García García. Las conclusiones aportadas por estas obras consolidaron definitivamente este campo de investigación en la historiografía hispanista, al cual se añadieron en los siguientes años numerosos estudios de género y cotidianidad, como las actas del Coloquio Internacional Mujer y emigración: una perspectiva plural celebrado en noviembre de 2006 en la Universidad de Santiago, editadas en 2008, o los trabajos de María Luisa Álvarez Cañas y Mónica Bolufer Peruga (Recio Morales, 2011, pp. 40-41).

Recio Morales concluía su exposición destacando el estudio de los llamados “modelos de naciones” y sus redes sociales, es decir, las pautas de comportamiento individuales y grupales de cada nación extranjera respecto a la administración y la sociedad de acogida. Hacia 2011, los modelos francés, genovés, irlandés y flamenco-neerlandés eran los más estudiados, especialmente en los ámbitos financiero y comercial, aunque estos no se abordaron solo desde su faceta económica, sino también desde otros ángulos, como la política, la cultura, la familia, el idioma o la identidad. También hacía notar un importante avance en la renovación de la investigación sobre ejército y sociedad, aunque reclamaba un estudio más profundo sobre el componente multinacional del ejército. En suma, a principios de la segunda década del presente siglo, la historiografía española sobre las comunidades extranjeras se había expandido por un gran abanico de enfoques: migraciones y exilios, economía, historia social, cultural, local y de la religión, la identidad y la integración, etc. (Recio Morales, 2011, pp. 41-51).

A este frente de estudio español o, hasta cierto punto, “peninsular”, suman Ciaramitaro y Reyes Lugardo los trabajos centrados en las peculiaridades del sistema hispánico y el modo de integrar al “otro” —no solo al extranjero, sino también al indígena, al esclavo, al mestizo…— en los virreinatos americanos. El pistoletazo de salida lo dio en 1946 Gonzalo Aguirre Beltrán con La población negra de México, 1519-1810. Estudio etnohistórico, aunque estos estudios se han multiplicado también especialmente en las dos últimas décadas. En 1998, John Thornton destacó por plantear la participación africana en la trata de esclavos en su obra Africa and Africans in the Making of the Atlantic World, 1400-1800, buscando evitar la presentación de este continente como un ente totalmente pasivo; por su parte, Marc Ferro publicó en 2003 una monografía sobre la evolución del colonialismo entre los ss. XVI y XXI en su Le livre noir du colonialisme, XVIe-XXIe siècle: de l’extermination à la repentance. Al año siguiente, Ben Vinson III y Bobby Vaughn expandieron el trabajo de Aguirre Beltrán sobre la Costa Chica de México en Afroméxico, y en 2006, en paralelo al interés español por la historia de género, María Elisa Velázquez publicó Mujeres de origen africano en la capital novohispana. Otras obras relevantes son el trabajo sobre las sociedades de castas americanas publicado por Carlos López Beltrán en 2008,[4] la monografía colectiva Circulaciones culturales. Lo afrocaribeño entre Cartagena, Veracruz y La Habana, coordinada por Freddy Ávila Domínguez, Ricardo Pérez Montfort y Christian Rinaudo, y el libro Afrodescendientesen México. Una historia de silencio y discriminación, de la ya mencionada María Elisa Velázquez y Gabriela Iturralde, estos dos últimos lanzados en 2011. Finalmente, Ciaramitaro y Reyes cierran su repaso historiográfico con una extensa reseña de la monografía Represión, tolerancia e integración en España y América. Extranjeros, esclavos, indígenas y mestizos durante el siglo XVIII, publicada en 2014 de la mano de David González Cruz (Ciaramitaro y Reyes, 2017, pp. 246-264).

Otras publicaciones relevantes de los últimos años que estos autores han omitido en sus resúmenes son A Nation upon the Ocean Sea: Portugal's Atlantic Diaspora and the Crisis of the Spanish Empire, 1492—1640, de Daviken Studnicki-Gizbert (2007), sobre los componentes y la evolución de la nación portuguesa en los territorios hispánicos a ambos lados del Atlántico durante la unión ibérica; las obras de Ana Crespo Solana (2010) y David González Cruz (2010) sobre la presencia de foráneos en el mundo atlántico e Iberoamérica; el artículo “L'agency des étrangers. De l'appartenance locale à l'histoire du monde”, de Natividad Planas (2013), que compara el enfoque global de Sanjay Subrahmanyam y el microhistórico de Simona Cerutti sobre la integración de los extranjeros en otras sociedades; la tesis Manera de galardón. Merced pecuniaria y extranjería en el siglo XVII, de Victoria Sandoval Parra (2013), sobre la concesión de mercedes reales a servidores de origen foráneo; el libro Los exiliados del rey de España, coordinado por José Javier Ruiz Ibáñez e Igor Pérez Tostado (2015), centrado en las experiencias y la acogida de los refugiados políticos y religiosos que acudieron a la Monarquía hispánica entre los siglos XVI y XVIII; y la monografía editada por Liborio Ruiz Molina, Bernard Vincent y José Javier Ruiz Ibáñez (2015), titulada El Greco… y los otros. La contribución de los extranjeros a la Monarquía hispánica, 1500-1700, cuyas 36 contribuciones tratan las aportaciones culturales, profesionales, militares y sociales de los forasteros que entraron en contacto con el entramado imperial español a lo largo de los siglos XVI y XVII.

De los principales puntos de ingreso al servicio de la Monarquía hispánica, el militar era uno de los más importantes, pero también uno de los que más ha tardado en estudiarse en profundidad (Recio Morales, 2007). Como la mayoría de ejércitos europeos de la Edad Moderna, el hispánico era una empresa multinacional, aunque se distinguía de muchos otros en que no tenía por qué recurrir a mercenarios para serlo, ya que la administración hispana podía recurrir a levas de sus muchos dominios —especialmente los italianos—. La intensa actividad bélica de la Monarquía, el decrecimiento demográfico en la Península ibérica a partir de finales del s. XVI y las necesidades logísticas obligaron a mantener una amplia variedad de “naciones” en los distintos frentes abiertos; entre estas, también hubo mercenarios —principalmente procedentes de los territorios católicos del Sacro Imperio controlados por los Habsburgo de Viena, aunque también los hubo ingleses, irlandeses, escoceses, suizos, etc.—, si bien siempre se procuró conservar la homogeneidad religiosa, evitándose el reclutamiento de protestantes hasta que la escasez de efectivos provocada por la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) obligó a levantar unidades luteranas y calvinistas en las Provincias Unidas y Hamburgo. A cada nación correspondían unas expectativas y un trato particular en base a supuestos rasgos esenciales de carácter —p.ej., los alemanes eran destinados a la guardia de la artillería por su teórica tenacidad y fidelidad— y a la cercanía de sus tierras de origen: las tropas italianas, consideradas en Flandes las segundas en calidad tras la élite española —que no representaba más de un 10% del total del ejército—, resultaron ser en la guerra de Mesina (1674-1678) un contingente de escaso coraje y con tendencia a desertar por la cercanía de sus hogares sicilianos y napolitanos (Parker, 2006, pp. 61-66, 78-79; Martínez Ruiz, 2008, pp. 892-900, 970, 989-994).

Del papel de los extranjeros en el comercio, la economía y las finanzas en la Monarquía, así como de la legislación que regulaba su presencia y privilegios, se han escrito una enorme cantidad de artículos y obras, de los cuales ya se han citado algunos de los más destacados más arriba. En concreto, El Greco… y los otros incluye —entre otros temas— una decena de las contribuciones más recientes al respecto, cubriendo la situación de los comerciantes extranjeros en puntos muy distintos de los dominios hispánicos, desde Sevilla, Cartagena y Valencia hasta Canarias, Panamá, Perú y Filipinas. Uno de los temas asociados que más importancia han cobrado recientemente a nivel historiográfico es el de las redes de nación y las corporaciones que las hacían visibles ante las autoridades de acogida. Estas se concentraron sobre todo en la Península ibérica, alrededor de la corte real y de los principales centros mercantiles, pero también en muchas de las capitales virreinales, con la intención de “hacer visible la nación” ante el soberano y las autoridades locales (es decir, actuar como representación y enlace entre los inmigrantes y el gobierno), engrandecer la reputación nacional (mediante actos caritativos y devocionales, amén de publicaciones intelectuales sobre sus patrias de origen) y apoyar a sus compatriotas con montes de piedad, hospitales, etc. La gran abundancia de estas instituciones en España y Portugal contrasta con su escasez en la mayor parte de los virreinatos americanos, donde se concentraron en Lima y México, en parte por razones geográficas y en parte por restricciones políticas; en su defecto, los extranjeros se integraron transversalmente en cofradías, hermandades y centros de caridad de carácter transnacional, en base a sus estamentos, profesiones e intereses personales (Recio Morales, 2012; Recio Morales, 2014; Ruiz Molina, Vincent, Ruiz Ibáñez, 2015).

Tanto en términos militares como logísticos y comerciales, los extranjeros encontraron oportunidades muy atractivas de integración a través del sistema de asientos de la Monarquía hispánica, y su papel en él se volvió cada vez mayor entre los reinados de Felipe II y Carlos II. A pesar de las críticas sociales y políticas, representaban un medio clave para alcanzar títulos y cargos militares que normalmente estaban reservados a los súbditos naturales, y merced a ellos se establecieron auténticas dinastías de asentistas genoveses y portugueses, entre otras muchas nacionalidades (Thompson, 1981, pp. 314-355).

Una tercera vía de entrada en la Monarquía fue la de la inmigración en busca de trabajo, tanto para posiciones de alta cualificación como para puestos mucho más humildes. Entre las primeras se encontraban los cotizadísimos ingenieros militares, reclutados por los agentes del Rey Católico y enviados a puntos estratégicos de todos sus dominios para reforzar sus defensas (Bruquetas de Castro, 2015, p. 245). La competencia por hacerse con los servicios de estos expertos y de otras figuras con el conocimiento técnico y habilidad para copiar y transferir los últimos avances tecnológicos en materias como la artesanía de lujo, la fabricación de pólvora o cañones o la construcción de obras hidráulicas era muy intensa, pues podía suponer una gran diferencia en términos económicos o bélicos. Algunos de estos profesionales (muchos de ellos italianos, pero también franceses y alemanes, e incluso un polvorista chino) trabajaron solo en un momento puntual para los Habsburgo de Madrid, pero otros se establecieron, ganaron prestigio y formaron dinastías que fueron heredando el oficio, como es el caso del platero alemán Hanz/Juan Belta, superintendente de la Casa de la Moneda de Segovia (Santos López y Caballero González, 2015). Respecto a los extranjeros dedicados a labores manuales o menos cualificadas, la gran mayoría procedían de la fuerte inmigración francesa ocurrida en el siglo XVI, y de la portuguesa surgida de la unión de las Coronas en 1580, aunque ambas sufrieron castigos y represalias a raíz de los conflictos bélicos posteriores. También había numerosos italianos. Sus profesiones y carreras variaban enormemente, en función de su origen social y su capacidad de integrarse en la sociedad de acogida (Roth, 2015).

Los raguseos al servicio de Madrid

Desde su fundación como comunidad autónoma en la Dalmacia bizantina del s. VII, los raguseos recurrieron al sometimiento a otras potencias para garantizar su propia seguridad: en el s. IX, llamaron al emperador de Constantinopla para echar a los sarracenos de sus aguas; entre los ss. X y XIII, aceptaron el control de Venecia como contrapeso a las amenazas de los piratas, los serbios y los bosnios; en 1358, se aseguraron un ventajoso protectorado nominal con el reino de Hungría para librarse de los venecianos. A lo largo de todos estos cambios de dominio, los mercaderes y agentes de la pequeña ciudad de San Blas establecieron colonias mineras y comerciales a lo largo de las rutas terrestres entre esta y Constantinopla, y un entramado de conexiones marítimas que iban de Inglaterra a Egipto, amén de obtener permisos especiales tanto del Papado como de los sultanes musulmanes para poder comerciar en términos ventajosos. El momento cumbre de esta estrategia diplomática llegaría entre los siglos XV y XVI, cuando tras una serie de tratados, Ragusa consiguió, a cambio de frecuentes tributos y sobornos, ponerse al mismo tiempo bajo la protección de otomanos, corsarios berberiscos, venecianos, el Sacro Imperio Romano Germánico, el Papado y la Monarquía hispánica, todo ello sin dejar de proclamar su “libertad” como República. No obstante, como ya se ha dicho, en la práctica desde 1528 su señor supremo era el Sultán de los turcos otomanos (Villari, 1904; Pitcher, 1972; Coureas, 2002; Harris, 2003).

En sus tratos con España, Ragusa forjó una relación de simbiosis similar a la de otras repúblicas europeas (Herrero Sánchez, 2012, 2017a y 2017b). Es muy conocido el caso de Génova, que, como aliada de la Monarquía hispánica, jugó un papel clave en la articulación territorial y financiera de los dominios regios, y cuyos naturales desempeñaron todo tipo de funciones —militares, financieras, logísticas, etc.— al servicio de los Habsburgo de Madrid (Herrero Sánchez, 2004; Maréchaux, 2020). De menor escala, pero no por ello menos significativo, fue el rol de Lucca, cuya adhesión a la Monarquía como república protegida (Romero Sánchez, 1986) atrajo la atención de las élites de otras ciudades mediterráneas, como fue el caso de Marsella durante la guerra civil de la Liga Católica en Francia (Kaiser, 1991; Micallef, 2010; Ruiz Ibáñez, 2019). Los ciudadanos de Ragusa también buscaron ponerse bajo la égida del Rey Católico, sin importar las teóricas limitaciones que a esto imponía el vasallaje que rendía su ciudad al sultán de Constantinopla, su enemigo acérrimo. Por un lado, la República de San Blas contaba con el apoyo hispano en el Adriático para protegerse de su rival, Venecia, y no depender enteramente de los otomanos; por otro, sus comerciantes no estaban dispuestos a renunciar a los beneficios económicos, políticos y sociales que el sistema de asientos militares españoles ofrecía, ni al comercio con los dominios ibéricos, italianos y americanos del Rey Católico, por mucho que esto resultara embarazoso para las autoridades de la ciudad.

El estudio de las relaciones entre esta ciudad-Estado del Adriático y el imperio de los Austrias españoles comenzó ya en el siglo XVIII, después de que el gran terremoto de 1667 hubiese marcado el inicio de la decadencia de Ragusa y de que la Guerra de Sucesión Española hubiera obligado a Madrid a renunciar a un control directo sobre el reino de Nápoles. El libreto anónimo Vera Relazione delle Caracche, Galeoni, e Navi poste in Mare secondo le urgenze nel Dominio, e Stato dell’ Eccellentiss. Repubblica di Ragvsa cominciando dall’Anno 1584 Infino all’ Anno 1654 (1728), publicado en la ciudad pontificia de Macerata, enumera una larga lista de naves y capitanes raguseos que se pusieron al servicio de Carlos V, Felipe II, Felipe III y Felipe IV, indicando su tonelaje y su puerto de origen. En su prefacio, el autor justifica la elaboración de esta obrita en términos patrióticos, con la esperanza de que el recuerdo de estos navegantes anime a “su querida Patria cual joven Fénix” a “reforj[ar] una vuelta gloriosa de las cenizas del olvido”[5] (Anónimo, 1728, p. 3).

Esta recopilación de “héroes” fue atribuida a Antonio Damiano Ohmučević-Grgurić por el historiador y archivista dálmata Josip Gelčić, el cual publicó —bajo el nombre italianizado de Giuseppe Gelcich— un interesante repaso de la historia medieval y moderna de Ragusa y los servicios de sus capitanes a la corona española, aunque marcado por una fuerte parcialidad antimusulmana (Gelcich, 1889). Este serviría a su vez como base para la gran obra TheRepublic of Ragusa. An episode of the Turkish conquest del italiano Luigi Villari (1904), la cual profundiza bastante más en las relaciones entre Ragusa y la Sublime Puerta.

En 1943, Nicholas Mirkovich, un historiador yugoslavo refugiado a raíz de la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra y después en EE.UU., publicó dos artículos para la Slavonicand East European Review American Series y el Bulletin of the Polish Institute of Arts and Sciences in America (Mirkovich, 1943a y 1943b) con la intención de recordar y ensalzar el papel de los navegantes raguseos en las empresas ibéricas en América ante los historiadores británicos y estadounidenses. Otra contribución yugoslava en los círculos hispanistas estadounidenses fue la de Stoyan Gavrilovic (1962), que en un artículo para la HispanicAmerican Historical Review presentó a sus colegas angloparlantes los avances historiográficos y archivísticos más recientes de las instituciones de Yugoslavia, con especial énfasis en los datos descubiertos sobre los raguseos implicados en las empresas hispanas en el Atlántico y las Indias Occidentales. En el terreno hispanohablante, a finales de 1991 se empezó a editar en Liubliana la revista Verba Hispanica, dedicada a publicar investigaciones eslovenas en castellano. En su primer número se encuentra un repaso crítico a la historiografía yugoslava sobre las relaciones entre la República de Ragusa y la Corona de España, escrito por la croata Mirjana Polić-Bobić (1991).

Ya en la última década se han sucedido varios trabajos interesantes que mencionan el papel de los raguseos en la planificación de posibles invasiones españolas de los Balcanes otomanos (Kunčević, 2010, pp. 171-172), en distintos ámbitos de Hispanoamérica (Taboada, 2011, pp. 55-56) y en la compleja diplomacia de la Sublime Puerta (Malcolm, 2016, pp. 136-141). Asimismo, en 2017 se publicó, de la mano de José Luis Casabán, un exhaustivo repaso de la historia y características del principal escuadrón raguseo de la Armada del Mar Océano, los llamados “Doce Apóstoles” de Petar Ivelja Ohmučević-Grgurić [Pedro de Yuella Ohmuchieuich Gargurich] y Stefan d’Olisti-Tasovčić [Esteban de Oliste/Estephano Dolisti Tasouucich] (Casabán Banaclocha, 2017).

Aunque los mercaderes raguseos ya visitaban con regularidad los puertos catalanes, sicilianos y sobre todo napolitanos desde mucho antes, las relaciones con la Monarquía hispánica no cobraron un peso decisivo hasta el s. XVI, cuando se asentó su dominio sobre el Reino de Nápoles y los españoles se empezaron a involucrar en la geopolítica del Mar Adriático para frenar las ambiciones venecianas y otomanas en la zona. A raíz de esto, Carlos I de Habsburgo confirmó a Ragusa sus privilegios comerciales y su apoyo en las disputas con sus súbditos, pero esto arrastró a la pequeña república a una participación demasiado activa en las campañas del futuro emperador del Sacro Imperio contra el Imperio otomano, de cuya benevolencia dependía su supervivencia. El Senado de Ragusa impuso, por tanto, órdenes para que sus capitanes se resistiesen a las ofertas o presiones españolas para reclutar o embargar sus barcos para las armadas de Andrea Doria; si era imposible impedir el alistamiento forzoso, el capitán y su tripulación debían abandonar la nave con su bandera para evitar problemas diplomáticos en caso de captura, so pena de fuertes multas. Del mismo modo, para evitar represalias cristianas, las autoridades raguseas se negaron a colaborar en las empresas navales de los turcos (Harris, 2003, pp. 102-105).

Esta política de calculada neutralidad, justificada ante ambos bandos con un discurso que presentaba a Ragusa como un débil pero imprescindible AntemuraleChristianitatis en unos Balcanes dominados por los turcos, y compensada con tributos y transmisiones de información sobre los movimientos militares de cristianos y musulmanes (Harris, 2003, p. 123), no impidió ni los ataques de ambos a lo largo de la guerra de la Santa Liga (Villari, 1904, pp. 283, 292; Harris, 2003, pp. 111-112), ni que armadores y capitanes siguieran haciendo ondear la enseña de San Blas al servicio de España a partir de entonces. Esto último representaba un arma de doble filo, ya que, mientras que era motivo de orgullo afirmar ante el Papa que sus navíos habían apoyado a la flota cristiana en Lepanto —aunque parece que también los hubo en el lado otomano— (Villari, 1904, p. 292; Harris, 2003, p. 104), las acusaciones de los embajadores ingleses y franceses ante el Sultán de que Ragusa construía y entregaba escuadras enteras de galeones para las empresas atlánticas de los Habsburgo madrileños dieron no pocos quebraderos de cabeza al Senado y sus agentes en Constantinopla (Harris, 2003, p. 205; Casabán Banaclocha, 2017, p. 241).

Pese a estas ambigüedades y problemáticas, la supervivencia política y comercial de Ragusa durante los siglos XVI y XVII dependió en gran medida del apoyo tácito de la Monarquía hispánica, que daba trato de favor a sus mercaderes en sus puertos alrededor del globo, y cuyos presidios y flotas en el sureste italiano ponían coto a las aspiraciones de Venecia de control absoluto sobre el tráfico militar y comercial por el que consideraban “su golfo”. Este apoyo se hizo explícito en 1618 cuando, en el contexto de la guerra de Gradisca contra los uskoks o uscoques, una flota veneciana bloqueó el puerto raguseo de Gruž/Gravosa, ahogando el comercio marítimo de Ragusa, a la que se consideraba que apoyaba a estos piratas y guerrilleros antiotomanos pese a ser igualmente víctima de sus ataques por su estatus de súbditos de la Sublime Puerta. El bloqueo fue levantado por la flota del Virrey de Nápoles, el Duque de Osuna, que se dirigía hacia Venecia para apoyar la conjura iniciada ese año por el Marqués de Bedmar, obligando a los venecianos a retirarse (Villari, 1904, pp. 294-296; Wilson, 2011, pp. 255-261).

El esplendor económico de estos años no duraría mucho, sin embargo. Con su flota diezmada por las empresas militares españolas y los ataques piratas, el comercio oceánico invadido por británicos y holandeses y las rutas terrestres balcánicas derivadas hacia Budapest y el puerto veneciano de Split/Spalato, amén de presa del acoso de los bandidos hajduci o haiduques, Ragusa no pudo restaurar de forma duradera su antigua potencia económica ni siquiera durante la Guerra de Creta (1647-1669) que detuvo en seco el comercio veneciano con los otomanos (Villari, 1904, p. 297; Harris, 2003, cap. 6). El terrible terremoto de 1667 que arrasó Ragusa y Kotor/Cattaro no hizo sino confirmar estas perspectivas tan oscuras, y si bien la República siguió existiendo hasta la ocupación napoleónica de Dalmacia en 1808, dejó de ser relevante en la política exterior hispánica, especialmente a partir de la pérdida del Reino de Nápoles en la Guerra de Sucesión Española (Villari, 1904, pp. 298-305; Harris, 2003, caps. 13-15).

Dos ejemplos de caso

De los diversos agentes raguseos que, con mayor o menor fortuna, pusieron sus recursos a disposición de los Habsburgo españoles durante esos más de cien años de acercamiento, probablemente los más representativos, por su papel en las operaciones militares y logísticas de la Monarquía y sus servicios a lo largo de varias generaciones, provengan de un conjunto de familias nobles asentadas principalmente en torno al pueblo costero de Slano, a unos 27 kilómetros al norte de la actual Dubrovnik, cuyos miembros afirmaban descender de la aristocracia bosnia expulsada del interior balcánico por el avance otomano y que desde finales del s. XVI se establecieron como armadores y comerciantes enfocados en las rutas occidentales, consiguiendo numerosos beneficios y puestos de importancia en la Monarquía hispánica: los Ohmučević-Grgurić, los d’Olisti-Tasovčić, los Diničić, los Korjenić-Neorić y los Radulović (Ćosić, 2017). Estos tres primeros clanes y sus distintas ramas se unieron con diversos enlaces matrimoniales en este periodo de expansión económica, dando lugar a una compleja red familiar de la que aún hoy cuesta hacerse una idea completa, ya que hasta la fecha solo disponemos de un árbol genealógico detallado para los Ohmučević (Gelcich, 1889, pp. 169-175).

Siguiendo la estela de los ya mencionados Petar Ivelja Ohmučević-Grgurić y Stefan d’Olisti-Tasovčić, fundadores de la famosa Escuadra Ilírica de la Armada del Mar Océano, varios de sus parientes (carnales y políticos) navegaron asiduamente a las órdenes de España. Petar Nicola Ohmučević-Grgurić [Pedro de Ohmuchieuique/Pedro Osmuquevic], hermano mayor del yerno de Petar Ivelja, fue capitán de navío desde la década de 1590, a menudo a las órdenes de Ðuro d’Olisti-Tasovčić [Jorge de Oliste], hermano mayor de Stefan. De su historial de misiones de suministro y combate nos ha quedado un registro bastante detallado en una consulta sin fecha, probablemente de la segunda década del s. XVII, del Consejo de Estado, que arroja luz sobre los propósitos para los que eran desplegados habitualmente capitanes como él.[6]

En octubre de 1594 fue capturado cerca de Mesina junto a Ðuro y los tres galeones que dirigían (destinados originalmente a los “Doce Apóstoles” de Petar Ivelja) por el almirante italo-otomano Cığalazade Yusuf Sinan Pasha, más conocido en España como “Cigala” (Casabán Banaclocha, 2017, p. 241) y tuvo que gastar todo su dinero en comprar su libertad. En abril de 1599 se encontraba de nuevo al mando de un galeón, el San Pedro, y recibió órdenes del rey de descargar en Cartagena 6000 toneladas de bizcocho (pan cocido dos veces para conservarlo como provisiones de navío) que había cargado por orden del Conde de Olivares, entonces virrey de Nápoles. Posteriormente, Diego Sandoval, lugarteniente del Adelantado de Murcia, le ordenó que, como capitán de los galeones La Anunciada Santísima y San Pedro, llevase otros dos barcos más cargados de suministros napolitanos y sicilianos hasta Cádiz, donde se habría de poner como cabo al frente de la escuadra de Ðuro d’Olisti durante la ausencia de este por asuntos en la corte. Al llegar al Estrecho, el Duque de Medina y Bernabé de Pedroso le avisaron por sendas cartas de que evitase hacer escala en el Peñón de Gibraltar por un brote de plaga y se dirigiese directamente a Cádiz con el primer buen tiempo.

En otra ocasión, hacia 1603, volvió a dirigir su galeón y otras tres naves para transportar los suministros para la construcción del Fuerte de Buenavente (hoy Forte Longone, Porto Azurro) en la isla de Elba. El nombre del bastión hacía referencia al nuevo virrey de Nápoles, el Conde de Benavente, quien en marzo de 1608 volvería a recurrir a los servicios de Petar Ohmučević para dar con el galeón San Luis —el cual se había perdido de camino a conseguir trigo en Levante y había llegado a Francia, donde las tropas de a bordo se habían amotinado—, tranquilizar a su capitán Miguel Vaez respecto a la reacción del virrey y traerle de vuelta a Nápoles. A finales de ese mismo año, Petar se encontraba en Ibiza volviendo de otra misión de suministro entre Nápoles y Gibraltar y de allí a Larache, a donde le había acompañado de nuevo Ðuro d’Olisti. Nada más zarpar del puerto ibicenco el 17 de diciembre, el galeón de Petar fue atacado por los seis navíos del corsario zelandés Simon Danzer [Simón Dança] (de Bunes Ibarra, 2017, pp. 206-209), que dos días antes habían capturado en la misma zona a la Belina, embarcación en la que viajaba el hijo del Marqués de Villena, a los que no solo consiguió rechazar, sino que les causó tantos daños que hubieron de regresar a Argel.

Poco después de este incidente, participó en la operación de expulsión de los moriscos de la Península Ibérica llevando el galeón de Ðuro d’Olisti-Tasovčić a Marsella, donde una epidemia de peste obligó a trasladar de nuevo a los desterrados hasta la isla tunecina de Tabarka (Epalza, 2001, p. 228). Al no haber cumplido su misión de dejarlos en Francia o Italia, se le impuso la obligación de pagar más de 13000 reales a la Real Hacienda, por lo cual Ðuro d’Olisti intervino en su nombre ante el Consejo de Estado para que se descontase un poco menos de la mitad en base a sendas cédulas reales (una concedida para cobrar el sueldo del difunto Stefan d’Olisti-Tasovčić, y otra para cubrir la pérdida del galeón San Gerónimo en Finisterre en 1596) y el resto se postergase por un año para poder reunir los fondos necesarios.[7] Unos meses después, Petar avisó a Ðuro de las conversaciones que había mantenido con un capitán neerlandés, veterano de la derrota española frente al Peñón en 1607, y los planes que le había sonsacado sobre una posible invasión de Gibraltar, de los cuales informó por carta al Consejo de Estado en mayo (López Martín, 2012, p. 226). Finalmente, tras al menos otro viaje de transporte de suministros a Tarento, presentó su historial de servicio ante el Consejo de Estado con la esperanza de obtener un entretenimiento en la escuadra de galeras de Nápoles.

Otro de los parientes de Petar Ivelja de quien tenemos noticias en las armadas del Rey Católico es Ivan Diničić [Juan Dinichih], que presentó al menos dos memoriales ante el Consejo de Estado, en 1615[8] y 1617.[9] Sabemos que participó en la Gran Armada de 1588 contra Inglaterra, donde estuvo al cargo de los bastimentos y municiones del galeón de Ðuro d’Olisti-Tasovčić, La Anunciada. Tras esta campaña, realizó varios viajes de suministro de trigo a Nápoles en épocas de carestía (1591, 1592 y 1594), en uno de los cuales se enfrentó y derrotó a una escuadra de siete galeras turcas. Tras el último de estos tres convoyes, asentó con el Rey Católico un contrato para servir con un galeón en la Escuadra Ilírica de la Armada del Mar Océano. En algún momento del gobierno del Conde de Benavente en Nápoles (1603-1611), Ivan regresó a aguas italianas con su galeón, con el cual hizo algunos traslados de provisiones más.

En fecha también desconocida, este virrey recurrió a Ivan y Ðuro d’Olisti para reconocer la situación en los territorios otomanos de Montenegro, Albania y Serbia. Marković (2018, p. 606, nota 24) menciona a un mercader llamado “Dolistović” (probablemente Ðuro) que en 1610 hizo averiguaciones en el puerto montenegrino de Bar en busca de hombres dispuestos a rebelarse contra los turcos; por su parte, el Conde de Benavente envió a Ivan “a ver al Patriarca de Pechi”, es decir, Jovan II Kantul, el Patriarca serbio de Peć (actualmente en Kosovo) que ya había promovido una revuelta antiotomana fallida y seguía en contacto con el Papa Clemente VIII. La misión debió ser descubierta, ya que Jovan fue arrestado por los otomanos por sus actitudes independentistas y ejecutado en 1614 (Bataković, 2014, pp. 35-36), e Ivan Diničić fue desterrado de la República de Ragusa.

Posiblemente acuciado por la pérdida de sus propiedades en Ragusa, en 1613 Ivan acudió a la corte madrileña a reclamar una deuda de unos 4000 ducados, procedente de sueldos adelantados por su difunto cuñado Nicolás de Rado Aligreti para las tripulaciones de los navíos con los que este había servido en la Armada del Mar Océano y otros despliegues. Pasados dos años, y con el apoyo de una carta de recomendación del Conde de Benavente, consiguió que se le concedieran 16 escudos de entretenimiento al mes en el Reino de Nápoles; es interesante notar que el Marqués de Villafranca se opuso, alegando que era preferible conceder a los raguseos como él privilegios en el tráfico de trigo de Pulla a cargar más a la Real Hacienda con nuevos entretenimientos.[10] Tras otros dos años más en Madrid reclamando la suma adeudada sin éxito, en 1617 volvió a presentar su caso ante el Consejo de Estado para pedir un aumento de 30 escudos en su entretenimiento napolitano, alegando que tan prolongada inactividad estaba arruinándole. Aunque el Consejo de Estado convino en consultar un aumento de 40 escudos, no sabemos si llegó a ser confirmado por Felipe III. Tampoco está claro si es el mismo “Don Juan d’Olisti-Diničić-Tasovčić” que, según Villari (1904, p. 310), participó en la campaña naval de Luis Fajardo y Chacón contra La Mámora,[11] Marruecos, en 1614, comandó 26 galeras en Cataluña y llegó a ser capitán general de la armada de Nápoles en 1639.

Estos dos ejemplos no son más que una pequeña selección de entre una gran cantidad de figuras, unas más notorias (como los almirantes Petar Ivelja y Stefan d’Olisti-Tasovčić) y otras menos conocidas (como las tripulaciones y tropas de a bordo de las escuadras asentadas o embargadas para las armadas hispánicas, o los comerciantes que recurrían al apoyo diplomático español en disputas con otras potencias). Sus historias ilustran cómo los capitanes de navío y los galeones de la República de San Blas eran recursos clave en el funcionamiento tanto de las armadas de mayor tamaño que vigilaban las aguas y rutas del imperio global de los Habsburgo madrileños, como en el mantenimiento y aprovisionamiento de los presidios y fortalezas que anclaban ese control sobre el terreno: Elba, Nápoles, Cartagena, Gibraltar…

La misión de Ðuro e Ivan en Albania y Peć revela además otra faceta de los agentes raguseos: la del infiltrado que, gracias a compartir el idioma eslavo, la fe cristiana (más allá de denominaciones concretas) y los contactos comerciales, familiares y personales adecuados, era capaz de operar en territorio controlado por el Imperio otomano y promover políticas, actitudes o alzamientos favorables a la Monarquía hispánica y la Cristiandad en general.

Tanto los navegantes como los espías de Ragusa sabían que se exponían a sí mismos y a su patria de origen a las represalias turcas por ponerse al servicio de la principal potencia cristiana del momento, lo que solía significar su destierro y rechazo público para salvar la posición neutral de la República. También se hizo obvio que la Real Hacienda no podía cubrir las pérdidas económicas de los armadores asentistas que invertían en las campañas navales de la Monarquía. Pese a todo, la implicación ragusea en las empresas hispánicas no decreció hasta bien entrado el s. XVII, cuando la decadencia de sus redes comerciales y el desgaste demográfico por las batallas, las migraciones comerciales y el terremoto de 1667 minaron el entusiasmo por servir al Rey Católico.

Conclusiones

Como hemos visto, la exploración historiográfica de los extranjeros como protagonistas dentro del entramado social de la Monarquía hispánica ha cobrado mucha fuerza en las últimas dos décadas, con un rango tremendamente amplio de temáticas transversales y específicas que expande las conclusiones de las obras anteriores, más centradas en “lo español” y que, en general, trataban al forastero como un personaje superpuesto a la sociedad de acogida, más que como a un participante integral en ella. Del mismo modo, el papel de los raguseos en la navegación y el comercio hispánicos también ha sido analizado con un creciente detalle, sobre todo en la última década. Gracias a estos trabajos se han roto las limitaciones de los relatos de “gestas de la Era de los Descubrimientos” para indagar en la actividad de estos personajes en terrenos más prosaicos como el comercio o la diplomacia y su integración social en aquellos puertos de ambos lados del Atlántico en los que establecieron colonias mercantiles.

Aunque aún es necesario profundizar más en el estudio de esta nación en el contexto de la Monarquía hispánica, los casos desarrollados apuntan a una serie de características comunes a la mayoría de sus integrantes: casi todos proceden del ámbito naval y comercial y ofrecen sus servicios al Rey Católico a través de embargos y asientos; a menudo forman redes familiares y profesionales para transmitir sus oficios e historiales de servicio de generación en generación y reforzar sus intereses personales, tanto a la hora de ejecutar sus misiones como para sustentar las peticiones de mercedes reales de sus compatriotas; y, al menos en el caso de aquellos capitanes que participaron en la Armada del Mar Océano, una actitud abiertamente hostil contra los otomanos y las potencias protestantes que contrasta vivamente con la ambigüedad forzosa de las autoridades de su república natal, probablemente motivada (especialmente en el caso de las familias nobles de Slano que reclamaban un relato común de exilio ante la tiranía turca) por un deseo de reconquista de los antiguos territorios cristianos y por un alineamiento con los intereses geopolíticos de sus benefactores hispánicos. Cómo se articuló ese alineamiento, a nivel político, cultural y personal, y si se trató de un posicionamiento táctico puntual o de una estrategia general de sus familias de origen, es una cuestión que también merece ser estudiada más a fondo.

También se puede afirmar que los mandos españoles valoraban mucho a los capitanes y almirantes de Ragusa, no solo por su disponibilidad para reforzar las flotas de guerra hispanas en las sucesivas campañas militares del Atlántico y el Mediterráneo, sino también por su experiencia en combate, su papel en el aprovisionamiento con alimentos, munición y armas a las plazas fuertes costeras e insulares, y en determinados casos, sus contactos personales con las poblaciones del interior balcánico que podían apoyar una hipotética intervención católica contra sus señores musulmanes.

No obstante, es difícil saber hasta qué punto este aprecio se materializó en beneficios netos para estos navegantes, ya que las pérdidas de uno o varios navíos podían ser ruinosas para su armador, y el salario de las tripulaciones dependía en el corto plazo más de la fortuna personal de los capitanes que de la puntualidad de la Real Hacienda. Como se ha podido ver en el caso de Ivan Diničić, las deudas de la Corona podían ser cuantiosas, y aunque se le concedió un cuantioso entretenimiento, había voces en los Consejos que reclamaban priorizar los sueldos de los vasallos naturales antes que destinar más fondos a los extranjeros contratados por asiento, vistos más como mercenarios que como siervos fieles.

Finalizado en Murcia, a 12 de noviembre de 2020.

Agradecimientos

Agradezco las recomendaciones recibidas por parte de los evaluadores

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Notas

[1] Debido a mi desconocimiento de los idiomas eslavos, he debido limitar mi consulta sobre este tema a aquellas publicaciones disponibles en español, inglés e italiano.
[2] Existe, asimismo, una abundante presencia ragusea en los protocolos notariales hispanos, como por ejemplo en los de Cartagena, pero he preferido centrar el presente artículo en una visión política del papel de estos agentes en la Monarquía.
[3] Que sería publicada en español en 2006 por la Editorial Alianza, bajo el título de Vecinos y extranjeros: hacerse español en la Edad Moderna.
[4] López Beltrán, C. (2008). “Sangre y temperamento: pureza y mestizajes en las sociedades de castas americanas”, en F. Gorbach y C. López Beltrán (eds.). Saberes locales. Ensayos sobre historia de la ciencia en América Latina. Zamora: El Colegio de Michoacán, pp. 289-342.
[5] “Quanto poi questa sia stata forte, potente, e magnanima, potrà argomentarsi dalla quì annessa descripzione di Caracche, Galeoni, e Navi poste in Mare secondo le mergenze, fedelmente cavata da gravissimi Autori da un suo fedele Cittadino, quale implora umanissimo gradimento alla presente Relazione, onde la sua cara Padria qual novella Fenice, accesa dalle fiamme del suo tenerissimo affetto, riforga una volta gloriosa dalle ceneri della dimenticanza. E vivi felice.”
[6] Archivo General de Simancas, sección Estado [AGS E], legajo 1707, folio 502, sin fecha, consulta de parte, “Relacion del capitan de Ohmucheuique Raguses sobrino de los Generales Pedro de yuella y esteuan de Olisti que murieron en seruicio de Su Magd”. AGS E 1708, fº 60, sin fecha, consulta de parte, “Relacion del capn Pedro de Ohmucheuique Raguses sobrino de los Generales Pedro de yuella y esteuan de Olisti que murieron en seruicio de su Magd”.
[7] AGS E 1813, 17 de febrero de 1611, consulta de parte, “Por Jorge de Olisti”.
[8] AGS E 1648, 31 de marzo de 1615, consulta de parte, “Por el capitan Juan de Hych Raguzes”.
[9] AGS E 1648, 10 de mayo de 1617, consulta de parte, “El Cappan Juo Dinichih Aragoçes”.
[10] “El Marques de Villafranca dixo que estos galeones de Ibella siruieron por asiento y los Virreyes pueden a los arragoçeses que anduuieron en ellos anteponerlos al trafico del trigo de Pulla, y al comerçio de las cosas del Reyno con que quedan mejorados de los de su naçion y remunerados, en su exerçiçio mas introducidos en entretenimientos es derramar el premio que se deue a los vasallos que han seruido con su sangre, a los cuales no solo se les da' sueldos agora antes se les quita, los que han tenido pues la hazienda no llega a suplillo todo qto mas anadir de nueuo lo que se pide con menos caussa.” AGS E 1648, 31 de marzo de 1615, consulta de parte, “Por el capitan Juan de Hych Raguzes”.
[11] Luigi Villari parece haber confundido “Mámora” con el Mar de Mármara: “Another member of this family, Don Juan d’Olisti-Diničić-Tasovčić, was equally conspicuous, and fought under Stephen and George, and then under Don Luiz Faxardo in the attack on the coast of the Sea of Marmara (1614). He subsequently commanded twenty-six galleys in Catalonia, fought with the corsairs, and was appointed Captain-General of the Neapolitan Vice-regal fleet in 1639.”
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