Discusión 2
Respuesta a los comentarios de Julio Pinto Vallejos y Daniel Santilli sobre el libro de Gabriel Di Meglio, Manuel Dorrego. Vida y muerte de un líder popular, EDHASA, Buenos Aires, 2014.
Answer to comments of Julio Pinto and Daniel Santilli on Gabriel Di Meglio's book, Manuel Dorrego. Vida y muerte de un líder popular, EDHASA, Buenos Aires, 2014
Respuesta a los comentarios de Julio Pinto Vallejos y Daniel Santilli sobre el libro de Gabriel Di Meglio, Manuel Dorrego. Vida y muerte de un líder popular, EDHASA, Buenos Aires, 2014.
Prohistoria, núm. 26, 2016
Prohistoria Ediciones
Recepción: 05 Octubre 2016
Aprobación: 15 Noviembre 2016
Resumen: El presente es la respuesta a los comentarios de Julio Pinto Vallejos y Daniel Santilli sobre uno de los capítulos centrales del libro de Gabriel Di Meglio, la biografía de Manuel Dorrego.
Palabras clave: Dorrego , liderazgo popular, independencia de la región rioplatense, biografía histórica .
Abstract: This is the answer to the comments done by Julio Pinto Vallejos and Daniel Santilli, on one of the core chapters of Gabriel Di Meglio's book, a biography of Manuel Dorrego.
Keywords: Dorrego , popular leadership, independence of the River Plate region, historical biography .
Comienzo agradeciendo a Julio y a Daniel por la lectura cuidadosa y los ricos comentarios. Voy a responder acudiendo a todo el libro y no solo al capítulo debatido en el encuentro.
Empiezo abordando en conjunto el tema que provocó más inquietudes en ambos, la popularidad de Dorrego. ¿Qué quiere decir que era un líder “popular”? Que concitaba la adhesión de personas pertenecientes a las clases populares. Los líderes de este tipo en la época no tenían en general origen plebeyo, sino que eran miembros de la elite que lograban el apoyo de los de abajo a través de diferentes acciones. Dorrego fue el primero, con Miguel Soler, que jugó ese papel en la Buenos Aires posrevolucionaria, pero luego hubo varios otros, cada uno con su estilo y en un lugar que iba cambiando: Juan Manuel de Rosas, Bartolomé Mitre, Adolfo Alsina, Leandro Alem… (Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón son así parte de una tradición de larga data). Es inevitable que al pensar en liderazgos populares les pongamos siempre una suerte de “medidor”: cuánto pugnaron “realmente” por los intereses de los subalternos y por su igualación. Ahí cada uno de los líderes mencionados tuvo posiciones distintas. Y sin embargo todos fueron “populares”, ya que fueron votados, apoyados y celebrados por miembros del “bajo pueblo”.
Creo que para apreciar el alcance y las implicancias de la popularidad de Dorrego es necesario no centrarse tanto en él como en sus seguidores. Si llegué a escribir esta biografía fue porque me dediqué durante mucho tiempo a explorar la participación política del bajo pueblo porteño en los años que siguieron a la revolución de 1810.[1] La conversión de aquel en un factor clave de la vida pública porteña permitió que algunas figuras apelaran a su favor como base política.[2]
¿Había “oportunismo” en Dorrego al hacerlo? Indudablemente, pero es muy complicado aislar esa variable de la convicción cuando algunas posiciones se vuelven recurrentes y no cambian. ¿Le interesaban “genuinamente” los intereses populares o solo los defendía para escalar políticamente? Es imposible saberlo ya que no dejó testimonios al respecto, pero una cosa y otra no tienen por qué ser antagónicas. Ambiciones personales y causas colectivas pueden aglutinarse perfectamente y en varios momentos de la biografía mostré ejemplos de ello. En todo caso, lo importante para los plebeyos que adherían a Dorrego era que este llevaba algunas de sus demandas a la legislatura o al gobierno. En 1823 Dorrego asumió como diputado y enseguida pidió la supresión de la leva; durante años fue consecuente con ese reclamo tan caro al mundo popular, hasta que una vez gobernador en 1827 puso fin al reclutamiento forzoso.
Quiero destacar la periodización del personaje. La habilidad del joven militar para relacionarse con sus soldados no lo hizo un líder, solo le otorgó herramientas que luego utilizaría. El giro de Dorrego se dio tras la imposibilidad de transformarse en el hombre del orden en Buenos Aires, rechazado por los sectores dominantes de la provincia en 1820. Ahí fue cuando, habiendo visto en ese año terrible el potencial de la actuación popular, Dorrego empezó a trabajar activamente para conseguir la adhesión plebeya y construir con ella una base electoral que le permitiese competir contra los “ministeriales”, que empleaban los recursos estatales para ganar todas las elecciones en la primera mitad de la década de 1820. Su carisma, la utilización de redes “clientelares” que dirigían los “tribunos de la plebe” barriales que lo apoyaban, y ciertos gestos personales como vestirse al modo popular a pesar de tener claramente otro origen social –la distancia estaba clara en el mote “padre de los pobres”, marcando que él no era uno de esos pobres– jugaron un papel. Pero el éxito de su estrategia se completó con saber apreciar y explotar demandas populares, en un contexto en el cual estas pesaban. La politización popular ya existía; Dorrego no la promovió sino que intentó dirigirla.
Su discurso atacaba los “aristócratas” porque ese tópico circulaba por todas partes. El grito “viva el bajo pueblo, mueran los de casaca y levita, y viva el gobernador Dorrego” no lo lanzó él, aunque pudiera estar complacido al escucharlo. La idea de que las “chaquetas” se enfrentaban a las “levitas” iba más allá de las posiciones que él explicitó: igualdad de derechos políticos para la mayoría de los hombres, límite a los abusos de las autoridades sobre los de abajo, oposición a quienes querían afianzar las jerarquías sociales. Fueron sus seguidores los que le dieron al movimiento que encabezaba Dorrego un componente clasista que fue más allá de las propuestas –el “programa”– del líder. El federalismo canalizó buena parte de las tensiones sociales y raciales de la Buenos Aires posrevolucionaria, y eso continuaría en los años de Rosas.
¿Por qué Dorrego no quiso movilizar a sus adherentes plebeyos en diciembre de 1828 cuando la conspiración en su contra era evidente, desconcertando a contemporáneos e historiadores? Trato el asunto in extenso en el libro, solo diré aquí que fue menos por un miedo “de clase” al desborde popular que una consecuencia de su carrera política. Siempre intentó ser aceptado como un hombre de orden frente a quienes lo acusaban de díscolo y loco, su apelación a lo popular era electoral y no en otras formas; intentó combatir el levantamiento por vías “legales” y le salió mal.
Finalmente, una observación sobre la geografía de su popularidad. Fue mi investigación sobre la ciudad la que me condujo a estudiar a Dorrego. Es cierto que era un dirigente que centraba en el ámbito urbano su actuación, pero su ascendente superó los límites de la ciudad. Si los artesanos o los miembros de las sociedades africanas eran parte indudable de la “plebe urbana”, mucha población “de poncho” –hombres y mujeres– circulaba entre el campo y la ciudad permanentemente. Además, Dorrego defendió como legislador intereses de los labradores, y con medidas como la prohibición de la leva alcanzó a todos los paisanos. Su popularidad fue entonces también rural y la demostración contundente de ello fue el gran levantamiento de la campaña que siguió a su fusilamiento. Se ha demostrado que Rosas, que terminó siendo el gran beneficiario de ese estallido, no lo preparó. En la organización inicial se destacó el mayor Mesa, un cercano colaborador de Dorrego –fue su único acompañante cuando el gobernador debió huir del Fuerte ante el avance de Lavalle–, que luego fue capturado y fusilado por los decembristas. Pero la indignación era general y se acrecentó con la circulación de las cartas de despedida de Dorrego, de sus litografías y de versos como “fusilan a un bienhechor”.[3] Que Rosas fuera un líder de base rural y que llegara al poder gracias al triunfo de las partidas federales no debe ocultar que fue la muerte de Dorrego la que llevó a algo nada común: un movimiento popular espontáneo en la campaña. El problema es que tendemos a pensar en 1829 como un comienzo y no como un final; pero también lo fue.
La cuestión de la patria a la que alude Pinto es crucial. Fue efectivamente un principio identitario clave de la sociedad colonial y siguió siéndolo en el período revolucionario. El cambio fundamental fue que Patria integraba una tríada, “Dios, Patria, Rey”, cuya unidad se rompió con la revolución. En unos pocos años la lucha pasó a ser para los revolucionarios de la Patria contra el Rey (nadie puso a la religión en cuestión). Luego, en la radicalidad de esos años agitados, la patria se asociaría con principios republicanos y el rey no como un personaje puntual sino con la monarquía como sistema. El desplazamiento es muy interesante. En los primeros años revolucionarios ambos bandos se proclamaban los verdaderos patriotas que luchaban contra los que no lo eran. Pero con el tiempo, en distintos lugares de América los revolucionarios se adueñaron del principio de patria, sobre todo porque los realistas enfatizaron su identificación con el rey (un ejemplo, el grito realista en el norte del Perú de 1821 “¡Qué Patria, ni qué mierda! ¡Viva el Rey, y muera el pirata Ladrón de San Martín!”).[4] La preexistencia del concepto de patria le permitió convertirse, con otro contenido político, en un referente exitoso para los revolucionarios. Todos proyectaron en ella distintas expectativas; diversos autores mostraron cómo “patria” se podía asociar con suelo, comunidad, libertad, justicia distributiva… Y el concepto mantuvo su centralidad durante todo el siglo XIX.[5]
Respecto del federalismo, tema al que se refiere Santilli, digo: efectivamente Dorrego encabezó con otros federales porteños una facción que tenía diferencias con los “neofederales” porteños de Rosas, Arana y Anchorena, y también con los federales de las provincias. Aclaro, como hago en el libro, que eso no lo “descolocaba” en el movimiento, ya que era una pata tan importante como las de los que se hicieron federales más tarde que él en Buenos Aires o los del Interior. Dorrego ya mostró preferencias federales en 1816 y abrazó con fuerza esa causa cuando comenzó el debate sobre cómo organizar el país desde 1824. Es cierto que su derrota y su muerte permitieron que desde Sarmiento a Halperín Donghi sostuviesen que no tenía lugar, que sobraba, pero traté de mostrar en el libro que es una explicación ex post y no refleja lo que ocurría. Ambas miradas, y las de muchos otros autores, están condicionadas por el rosismo, como si este hubiese sido un desenlace inevitable, fatal, de la revolución, o un emergente obvio de la estructura social y política de la época. Nadie presentó en su momento al proyecto dorreguista como utópico o como desfasado, es una lectura posterior. Y evitando el historicismo se puede afirmar que la derrota de Dorrego y los suyos fue en buena medida contingente, no estaba inscripta en nada. No era menos federal ni viable su proyecto que el de las otras facciones.
¿En qué consistía ese proyecto? No era confederacionista sino federal, buscando un estado central débil –la impronta jeffersoniana– pero con un papel clave. Por lo tanto, requería también una constitución. Es cierto que a Dorrego se le complicaba conciliar posturas muy diversas dentro del federalismo: su apoyo a la libertad de cultos con la intransigencia contra ella en varias provincias, el deseo de estas de compartir los beneficios aduaneros de Buenos Aires contra la oposición a permitirlo de los neofederales porteños. En su breve gobierno de 1827-1828, Dorrego logró la paz con las provincias pero no llegó a abordar la cuestión aduanera, y aunque en esta última etapa de su vida se mostró como alguien alejado de su porteñismo inicial y proclive a negociar algunos privilegios para conseguir la unión, es indudable que no le hubiera sido fácil encarar esa disyuntiva de haberlo intentando.
En cuanto a su postura económica, es cierto como marca Santilli que Dorrego estaba alineado discursivamente con el librecambio, pero en la práctica su posición fue más compleja. Si bien mostraba la misma reverencia que todos hacia las ideas de Adam Smith, también afirmaba que ellas debían ser aplicadas más adelante, cuando se hubiera superado el atraso inicial. Para conseguirlo fue un activo promotor del proteccionismo agrario en 1824 –cuando como diputado impulsó exitosamente la prohibición de la importación de harinas– y también durante su gobierno colocó precios máximos a la carne y el pan cuando hubo riesgo de escasez en 1827, para no afectar a los consumidores.
Para terminar, el “enigma” que plantea Pinto no quiso ser tal. Siempre me gustaron los epígrafes que hacen referencia al contenido de un capítulo, pero nunca había utilizado ese recurso en mis trabajos. Sin embargo, mientras hacía el plan de esta obra se me ocurrió que una buena síntesis de los efectos de la muerte de Dorrego –nada menos que una rebelión popular– estaba en la letra de la canción que puso fin a la carrera de The Beatles, “The End”, que puede traducirse como “y en el final, el amor que te llevás, equivale al amor que generás”.[6] Primero descarté por poco ortodoxa la posibilidad de emplear un epígrafe que no proviniera de una frase de época, del pensamiento político clásico o de la literatura, como se estila, pero enseguida se me ocurrió que un tema de Duran Duran que escuchaba mucho de chico, “Wild boys”, tenía un frase que describía acertadamente la época de joven aventurero de Dorrego en el Ejército Auxiliar del Perú: “los chicos salvajes siempre brillan”. A partir de ahí comencé a buscar epígrafes posibles en canciones rockeras –marca de autor, ya que es el tipo de música que más escucho– y fui encontrando varios que me parecieron adecuados para hablar de lo que trata cada capítulo (como los dos iniciales provenían de música en inglés, acudí solo a ella, pero traduciendo en tono “argentino”). De todos modos, mucho después, cuando terminé el libro, me pareció que había algo más en esa elección, y lo señalé al cerrar el epílogo: si algo caracterizó a Dorrego fue su intensidad en distintos aspectos. Era una figura política de acción. En ese sentido, y usando expresamente un anacronismo, hoy se podría decir que “rockeaba”.
Buenos Aires, septiembre de 2016
Referencias
GONZÁLEZ BERNALDO, Pilar “El levantamiento de 1829: el imaginario social y sus implicaciones políticas en un conflicto rural”, en Anuario IEHS, núm. 2, Tandil, 1987, pp. 137-176
FRADKIN, Raúl ¡Fusilaron a Dorrego! O cómo un alzamiento rural cambió el curso de la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 2008
DIÉGUEZ DEZA, Víctor “’Viva el rey y muerta el pirata ladrón’. Insurrección realista en la sierra de Trujillo y el cumpleaños de Fernando VII, Cajabamba, 1821”, en Síntesis social, año VI, núm. 6-7, Lima, 2015
FERNÁNDEZ SEBASTIÁN, Javier (dir.) Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Conceptos políticos fundamentales 1770-1870 [Iberconceptos II], tomo 8, editado por Georges Lomné, Universidad del País Vasco/Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2014
Notas