Discusión 1
Entre dos aguas. Comentario a José Miguel Carrera, un revolucionario chileno en el Río de la Plata de Beatriz Bragoni
Between two waters. Comment to José Miguel Carrera, a Chilean revolutionary in the Rio de la Plata by Beatriz Bragoni
Entre dos aguas. Comentario a José Miguel Carrera, un revolucionario chileno en el Río de la Plata de Beatriz Bragoni
Prohistoria, núm. 26, 2016
Prohistoria Ediciones
Recepción: 05 Octubre 2016
Aprobación: 15 Noviembre 2016
Resumen: El artículo analiza y discute el libro de Beatriz Bragoni, José Miguel Carrera, un revolucionario chileno en el Río de la Plata (Buenos Aires, Edhasa, 2012). Se focaliza en sus contribuciones para la historia política chilena y rioplatense durante la década de 1810 y aspectos metodológicos asociados al género biográfico.
Palabras clave: José Miguel Carrera, independencia , biografía , Chile , Río de la Plata.
Abstract: The article analyzes and discusses the book by Beatriz Bragoni, José Miguel Carrera, un revolucionario chileno en el Río de la Plata (Buenos Aires, Edhasa, 2012). It focuses on the contributions of the study to Chile’s and Rio de la Plata’s political history during the 1810s. It delves also into methodological issues related to the biographical genre.
Keywords: José Miguel Carrera, independence , biography , Chile, Río de la Plata .
El libro de Beatriz Bragoni, José Miguel Carrera, un revolucionario chileno en el Río de la Plata, cuenta la historia de una obsesión. Es la de un hombre que habiéndose erigido en el principal líder popular de la revolución en Chile, se ve forzado a dejar su tierra a raíz de la catastrófica derrota con las fuerzas realistas en la batalla de Rancagua y la ruptura definitiva con el grupo patriota encabezado por Bernardo O’Higgins. Junto con sus hermanos, Juan José y Luis Carrera, se instala en Mendoza a fines de 1814, y no dejará desde entonces de tramar su regreso para concluir la labor emancipadora y recuperar su lugar de privilegio en el nuevo orden de cosas. Crear las condiciones para ello consumiría toda su energía conspirativa hasta el final de sus días. No habría camino de retorno para los Carrera. Al enfrentarse a los aliados chilenos del gobierno rioplatense y de su principal estratega militar, José de San Martín, encontraron del otro lado de la cordillera los mismos hombres, con distintos rostros, que habían dejado detrás. Solo que no eran ya considerados adversarios políticos sino extranjeros en estado de rebeldía contra las autoridades que los acogían y un serio estorbo en la guerra a muerte contra el enemigo común. Juan José y Luis Carrera fueron fusilados en Mendoza el 8 de abril de 1818: los primeros líderes patriotas en ser juzgados y ejecutados por otros líderes patriotas en la historia de la revolución rioplatense. La luctuosa noticia encontró a José Miguel en Montevideo, donde había encontrado amparo luego de infructuosas gestiones para obtener el respaldo del Directorio porteño a su causa. A la obsesión por regresar a Chile, se sumó ahora la de ajustar cuentas con los verdugos de su familia. Tras un largo periplo por la Banda Oriental, Estados Unidos y las provincias del Litoral en conflicto con Buenos Aires, fue por fin capturado en el Cuyo, mientras comandaba una fuerza irregular compuesta de grupos indígenas que hostigaban a los pobladores locales, carecían de cualquier apoyo político externo y sobrevivían del botín que pudieran capturar. Su objetivo, a todas luces quimérico, era organizar un ejército que le permitiera por fin cruzar la cordillera y desalojar a O’Higgins del poder. Fue fusilado el 3 de septiembre de 1821, según escribió horas antes de morir a su esposa y madre de sus cinco hijos, “en un país extraño, sin amigos, sin relaciones, sin recursos”.
Bragoni reconstruye esta historia con minuciosidad y agudeza. En el proceso, ofrece una estupenda síntesis -razonada, analítica, erudita- de la que podría definirse como la intersección de los procesos independentistas en Chile y el Río de la Plata. Realiza un plan, muchas veces postulado pero no siempre consumado, de una historia verdaderamente conectada, una historia que tome como objeto unificado de estudio un conjunto de espacios que con el tiempo pasaron a ser cotos separados de las historias nacionales. Los Carrera, va de suyo, constituyen una formidable ventana, una de las mejores posibles, para recuperar este entramado. Las densas redes de alianzas y rivalidades políticas entre las dirigencias revolucionarias en Santiago, Concepción, Mendoza, Buenos Aires, Montevideo y Entre Ríos componen no solo el trasfondo sino la unidad de análisis última del relato. Es el escenario en el que se desenvuelve José Miguel Carrera y que al cabo sella su destino.
Mi comentario se dividirá en dos partes, la primera en referencia a cuestiones de contenido y la segunda, formales. Desde un punto de vista histórico, hay tres puntos muy generales que quisiera aquí rescatar, guiado por mis propios intereses y preocupaciones, que no son los de un especialista en el tema; el colega Daniel Palma aporta observaciones más específicas. El primero es de qué manera pensar la fulminante conversión de José Miguel Carrera en dirigente revolucionario, “el giro carrerino a la revolución chilena”, al decir de la autora. Lo hizo inmediatamente una vez de regreso en Santiago en 1811 tras varios años varios años de residencia en la península. Había emprendido allí la carrera de las armas iniciada en su Chile natal bajo la influencia de su padre, un comerciante y teniente coronel de milicias perteneciente a un antiguo linaje patricio. Aunque esta etapa de su vida es la menos desarrollada en el libro -seguramente por la escasez de testimonios en relación a lo que ocurrirá cuando se convierta en una figura pública-, creo yo que ofrece importantes claves para reflexionar sobre el proceso de conformación del sentido de pertenencia social de las elites criollas tardocoloniales o, en rigor, de la compleja articulación entre los distintos niveles de adscripción colectiva en los que estaban insertas: hispánica, americana y local. Es un tema de singular relevancia para la comprensión de las causas de la crisis del imperio español. Como es sabido, la premisa de una influyente corriente de estudios en los últimos quince años, inspirada en gran medida en la pionera obra de François-Xavier Guerra, sostiene que para el momento de la caída de la monarquía hispánica en 1808, y de los eventos desencadenados en los años inmediatamente posteriores, las elites criollas se pensaban a sí mismas como parte indisociable de la nación universal española. La invasión francesa, los consiguientes dilemas suscitados por la vacancia del poder regio, así como los cuestionamientos al absolutismo borbónico que eventualmente se plasmarían en la Constitución de 1812, alcanzaron al conjunto del mundo ibérico en tanto los sentimientos de identidad colectiva de las clases encumbradas no variaban a un lado y otro del Atlántico. Fue en esencia la tenaz oposición de los liberales gaditanos a reconocer que América era España lo que condujo a que los americanos advirtieran que eran americanos, vale decir, habitantes de posesiones coloniales que carecían del estatuto y los derechos reconocidos a las ciudades y reinos europeos.
La trayectoria de José Miguel Carrera parece apuntar en otra dirección. Durante su estadía en España, forjó muy perceptibles sentimientos de frustración y resentimiento frente al trato recibido de los mandos militares peninsulares por su condición de americano. Es una visión que aflora en su correspondencia y que es discernible a partir de sus redes de sociabilidad, sus opciones profesionales, su sentido de la respetabilidad o su universo de referencias intelectuales y culturales. Su impetuosa integración al bando patriota en su vuelta a Santiago no surge como una decisión abrupta, circunstancial u oportunista, sino el desencadenante de una arraigada percepción respecto al lugar que él, y otros como él, ocupaban en el orden político de su tiempo. Se dirá que se trata de un caso individual, no necesariamente representativo de colectivos más vastos. Pero no otro es el valor distintivo de un estudio de caso. Después de todo, como bien apuntó Roger Chartier respecto a los estudios microhistóricos, “es en esta escala reducida, y probablemente solo en esta escala, que podemos comprender cabalmente, sin reduccionismos deterministas, la relación entre sistema de creencias, valores y representaciones, por un lado, y las afiliaciones sociales, por otro”.[1]
Un segundo e interrelacionado tema es la centralidad que adquirirá el concepto de extranjería en el derrotero de José Miguel Carrera y sus hermanos desde el momento que, junto a una multitud de familias chilenas, cruzan la cordillera para buscar asilo y reagrupar fuerzas tras la derrota de Rancagua. Los Carreras son tratados desde el comienzo como foráneos: no solo adversarios políticos sino sujetos que carecían del derecho de participar en la vida pública rioplatense por su condición de expatriados. Conocemos bastante en la actualidad, en gran parte gracias a las investigaciones de Tamar Herzog, acerca de cómo se concebía en Hispanoamérica el concepto de vecindad, de pertenencia al cuerpo político de las ciudades, la república en el sentido antiguo de la palabra. A diferencia de otras sociedades de Antiguo Régimen, el acceso a la vecindad no estaba regido por requisitos rígidos preestablecidos, tales como el sitio de nacimiento del individuo o sus antepasados, los años de residencia en la ciudad o la posesión de bienes inmuebles. Ser considerado parte del vecindario, tanto desde la perspectiva legal como simbólica, dependía del grado de inserción a la comunidad, la reputación, las redes personales y otros factores de sociabilidad. Era una concepción que dejó una muy marcada impronta en los conflictos políticos de su tiempo. Según sostiene por ejemplo Brian Hamnett en referencia a la época tardocolonial, “The resident elites included Spaniards and Americans: provenance did not necessarily imply either difference of material interest or any political polarity. The predominance of American interests and family connections provided the defining element which distinguished this group from the ‘peninsular’ elite, whose Spanish peninsular interests and orientation predominated”.[2]
El libro de Bragoni evoca una cuestión afín, que es en un sentido muy tradicional, pero puede aquí ser observada desde un muy peculiar ángulo: cómo, durante la primera década revolucionaria, la tumultuosa experiencia de individuos como los Carrera en el Río de la Plata contribuye a reconfigurar, de manera especular, los contornos espaciales y conceptuales de la ciudadanía y la nación. En la introducción, se subraya la relevancia del estudio en el proceso de “sedimentación de las comunidades políticas soberanas” para el caso chileno; un caso en el que, como ya había augurado el mismo Simón Bolívar en su célebre Carta de Jamaica citada por la autora, las preexistentes entidades político-administrativas coloniales tuvieron desde el principio un muy definido impacto. Agregaría yo que, por motivos diferentes, la relevancia se extiende también al caso rioplatense. Sabemos que la prolongada guerra con los ejércitos realistas, la exitosa resistencia de importantes segmentos poblacionales del virreinato a formar parte de la nueva entidad política encarnada por las Provincias Unidas del Río de la Plata, o las virulentas contiendas institucionales, ideológicas y bélicas entre provincias que se reconocían parte de esta, se convirtieron en fraguas donde novedosas nociones de comunidad imaginada -no internamente armónicas sino todo lo contrario- fueron tomando forma. La actuación pública de los Carrera en el Cuyo, Buenos Aires o Entre Ríos, por las intensas resonancias políticas que asumió su condición de chilenos, de extranjeros o expatriados, puede ser vista como otro de los mecanismos de clivaje en la fluida e incierta gestación de imágenes de pertenencia y alteridad que se conformaron en tensión con nociones identitarias provenientes del mundo colonial, tales como la identificación con las patrias chicas o, en el extremo opuesto, los sentimientos de nacionalismo criollo o americano.
Un tercer punto es la relación entre revolución e independencia. Las celebraciones bicentenarias en Argentina han servido de incentivo para repensar la vinculación entre el proceso revolucionario abierto en mayo de 1810 y los posteriores anhelos emancipadores. No se trata, según entiendo, de disociar ambos fenómenos sino de desnaturalizar su filiación, de historizarla, reconstruyendo y conceptualizando el paso de uno a otro.[3] Resulta notable cómo la experiencia chilena, vista desde la perspectiva de Carrera y su familia pero también en términos más amplios, acota los alcances de este tipo de miradas. Daría la impresión que la revolución (la deposición de los magistrados regios, la movilización en armas de la población local y la implementación de reformas políticas, económicas y sociales de distinto tipo) es inescindible de los impulsos independentistas. La erección de un nuevo sistema de gobierno conllevó la creación de un nuevo sujeto político soberano (“la soberanía en marcha” lo titula Bragoni) que, se concibiera en referencia al antiguo pactismo hispánico o al imaginario liberal, engendró dicotomías de imposible resolución por fuera del recurso a la violencia. Era un conflicto de suma cero que los frágiles e inestables acuerdos y compromisos de ocasión no alcanzaban a disimular. Tampoco la retórica de lealtad al rey cautivo, cuya literalidad, como es esperable de proclamas públicas en un contexto histórico de tan inauditas características, estuvo desde un comienzo en cuestión. De hecho, se diría que para José Miguel Carrera la revolución, la ruptura con la metrópoli y las luchas con otras facciones revolucionarias son partes de un mismo proceso de confrontación, no son secuenciales, son simultáneas. Su vertiginoso ascenso y caída dentro de la coalición patriota chilena (y por extensión rioplatense) evoca la unicidad, que no es lo mismo que uniformidad, de los antagonismos desatados por los eventos de 1810. A riesgo de caer en impresiones erróneas, me parece oportuno marcar esta cuestión.
per se
Uno podría preguntarse cómo hubiera sido este libro si su premisa hubiera sido la inversa: hacer del personaje el objeto primordial de atención y emplear la historia política como uno de los marcos (sin duda muy trascendente) que encauzan y dan sentido a su trayectoria vital. Otros, por ejemplo, girarían en torno a la naturaleza y dinámica de las relaciones familiares, su sentido del honor, las concepciones de género, los vínculos de sociabilidad, la religiosidad, los mecanismos familiares de subsistencia económica o sus valores éticos: las distinciones que trazaba entre el interés personal y el sacrificio por una causa común, la lealtad y la traición. Desde este punto de vista, las cartas personales sobre asuntos personales no son menos relevantes que su correspondencia con Bernardo O’Higgins, Álvarez Thomas o Manuel Dorrego. No es necesario insistir que la mayoría de esos elementos están presentes en el texto. Solo que están sujetos a la economía de un relato que nunca abandona del todo la esfera política pública para internarse en la multifacética construcción de una subjetividad. Los peligros de esta segunda aproximación son muchos y muy evidentes: convertir el estudio biográfico en un conjunto de anécdotas personales, dotar de un sentido de unidad y finalidad una secuencia de prácticas y comportamientos signados por la contingencia y el cambio o, peor aún, derivar en especulaciones psicologistas. Pero podría suceder también que la reconstrucción de esta experiencia individual en todos sus pliegues y facetas, al menos en aquellas discernibles a partir de evidencias necesariamente fragmentarias y que requieren un fuerte trabajo de contextualización, sirviera como una encarnación, idiosincrática mas significativa, de la cultura de su época. Es un riesgo. François Dosse lo llamó la apuesta biográfica.[4] Una vez más, no se trata de que un enfoque sea mejor que otro, ni menos una velada crítica a una obra que responde a los objetivos de su inquisición con suma inteligencia y sensibilidad. Es solo una reflexión sobre los usos posibles de la biografía, en momentos que, gracias a emprendimientos editoriales como los que hicieron posible esta publicación y otros, el género ha venido adquiriendo una prominencia que sin duda amerita y de la que carecía no hace mucho tiempo atrás.
Buenos Aires, junio de 2016
Referencias
LACAPRA, Dominick and KAPLAN, Steven L. (eds.) Modern European Intellectual History: Reappraisals and New Perspectives, Cornell University Press, Ithaca, 1982
HAMNETT, Brian “Process and Pattern: A Re-examination of the Ibero-American Independence Movements, 1808-1826”, en Journal of Latin American Studies, núm. 29, vol. 2, 1997
TERNAVASIO, Marcela; RABINOVICH, Alejandro; VERDO, Geneviève; SERULNIKOV, Sergio; ENTIN, Gabriel y GELMAN, Jorge Crear la independencia: Historia de un problema argentino, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2016
DOSSE, François La apuesta biográfica. Escribir una vida, Universitat de Valencia, Valencia, 2007
Notas