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Para leer a Garavaglia: un ejercicio de subjetividad expresa

To read Garavaglia: an exercise of explicit subjectivity

José Antonio Mateo
Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Entre Ríos, Centro de Investigaciones y Transferencia de Entre Ríos, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina

Para leer a Garavaglia: un ejercicio de subjetividad expresa

Prohistoria, núm. 28, 2017

Prohistoria Ediciones

Recepción: 15 Junio 2017

Aprobación: 30 Septiembre 2017

Resumen: El presente texto se propone ofrecer algunas pistas para acercarse a las obras de Juan Carlos Garavaglia. Y lo hace en un doble sentido, por un lado, a través de un recorrido de los intereses que el historiador supo despertar e incentivar en quienes se formaron a su lado y, por otro, poniendo en primer plano una de sus preocupaciones fundamentales: rescatar la experiencia de la Confederación Argentina (1853-1862), como proyecto de “Nación”, frente al Estado de Buenos Aires.

Palabras clave: Garavaglia , historia rural, demografía , Confederación Argentina.

Abstract: This paper proposes some clues to approach the works of Juan Carlos Garavaglia in two ways: on the one hand, through the interests that the historian sparked in those who studied whit him; on the other, bringing out one of Garavaglia’s crucial concerns: the recovering of the experience of the Confederación Argentina (1853-1862) as a “Nation” project opposite the State of Buenos Aires.

Keywords: Garavaglia , rural history, demography , Confederación Argentina .



“Compañeros de Historia, tomando en cuenta lo implacable que debe ser la verdad, quisiera preguntar –me urge tanto– qué debiera decir, qué fronteras debo respetar. Si alguien roba comida y después da la vida ¿qué hacer? ¿Hasta dónde debemos practicar las verdades? ¿Hasta dónde sabemos?”

Fuente: Playa Girón, Silvio Rodríguez, 1969

Pocas veces un historiador puede, como en este caso, no respetar impunemente las fronteras de la relación sujeto-historiador objeto-historiográfico, por lo que, advierto al lector: lo que sigue será algo más subjetivo de la búsqueda de la implacable verdad, aunque, prometo y reitero, ésta no mi práctica habitual y que intento desde mi ineludible subjetividad respetar las verdades. Pido disculpas también por lo pretencioso del título, que podría calificarse y con justicia de “setentista”. No me preocupa esto último, al contrario. Sí me lleva a señalar al lector que no tendrá este texto el sentido de la literatura política de esos años, es decir los de rumbo althusseriano[1] o dorfmaniano[2] como quienes al inicio de esa década hicieron uso de ese sentido de hoja de ruta para resignificar la lectura de dos textualidades tan diversas como las de Karl Marx y Walt Disney.

En cualquier caso, este ensayo es un pequeño compendio personal de un lector que comparte con el autor citado en el título de esta colaboración en su homenaje la profesión desde donde éste escribe y que lo ha leído por casi cuatro décadas.

Leyendo a Garavaglia el lector puede ejercitar una forma de lectura densa de muchos textos, cuyos intertextos remiten en forma generalmente implícita a corrientes teóricas muy claras y, generalmente también, explícita a los autores que son interpelados o a las ideas que colaboran con lo que el autor desea comunicar. Entre los textos y a mi modo de ver[3] generatrices y que con más permanencia se pueden encontrar a lo largo de su obra puede que destaquen curiosamente dos ligados más a la literatura que a la historiografía como son Allá lejos y hace tiempo de Guillermo Enrique Hudson[4] y En busca del tiempo perdido,[5] la obra monumental de Marcel Proust. En ambas, la biografía y el relato histórico, dos formas taxonómicas de la historiografía, confluyen en la descripción, la interpretación y el arte literario. Podemos ubicar allí un punto de partida que lo acompañaría a lo largo de su carrera (o al menos en el tramo que compartimos); una carrera agotadora para lectores más lentos en la lectura que Garavaglia en producir textos.

Leer a Garavaglia, como a otros autores prolíficos, implica diferentes reacciones en el lector. Releerlo y el entrenamiento en su forma de decir también lleva a comprensiones diferentes de aquello que quiso comunicar. Como todo autor, Garavaglia ha generado fuertes adhesiones, no pocas observaciones críticas sobre su trabajo desde las “reglas del arte” de escribir la Historia o indiferencia también.

Leer implica relacionarse afectivamente con el autor de algún modo. Si el autor es conocido y de alguna manera del paladar del lector, el estado de ánimo de la lectura es cómplice y en cada párrafo se espera encontrar una revelación que refuerce esa complicidad. Los textos que llegan por casualidad o por recomendación deben pasar la prueba de los primeros párrafos. Si el Rubicón crítico es atravesado con éxito nace la complicidad, si no, y esto depende del umbral de tolerancia de cada uno, cada párrafo será sometido a una exégesis profunda, tanto más profunda como la popularidad de ese texto dentro de un campo específico.

Una tercera opción es conocer al autor más allá de su obra, identificarse con él por la coherencia de su trabajo y su postura ética frente a la vida, participar de las condiciones de producción –la “cocina” – de sus textos, discutir sin acartonamientos académicos y en tiempos de ocio las “ideas fuerza” que los motivan, considerarlo su mentor y atesorar cada frase dicha por él o leída de él como una veta a explorar en un socavón, en nuestro caso, historiográfico. El autor de estas líneas tuvo la fortuna de tener durante varios años esa relación con Juan Carlos Garavaglia. Una relación que fue buscada de exprofeso por más que tuvo una serie de hitos.

Los caminos a Garavaglia

Volvía la democracia en Argentina, las universidades se normalizaban, y la coordinación de los tiempos académicos y de formación se alinearon azarosamente para mí de una forma virtuosa. Hacia 1985 la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata realizaba sus primeros concursos docentes para la cobertura de cargos. Justo es reconocer que el proceso normalizador trajo algunas buenas experiencias docentes entre las que se destaca la de Susana Martínez, quién nos dio a conocer a Carlos Sempat Assadourian, a Zacarías Moutoukias y a Jorge Gelman (estos últimos con textos fotocopiados en algún congreso). Otras cátedras renovaban su bibliografía y aparecían entre otros Pierre Vilar, Claude Meillassoux, Josep Fontana, Jerzy Topolsky, Witold Kula, Ciro Cardoso, Carlo Cipolla, George Rudé y Edward Palmer Thompson (la selección es muy personal) que abrían los horizontes acerca de cómo se “hace” la historiografía.

Pero las oposiciones sumaron ese año a Carlos Mayo y Eduardo Míguez, respectivamente a cargo de los periodos coloniales y post independencia de la Historia americana y argentina. Los autores señalados y sus corporalidades aparecieron en un momento en que un buen número de estudiantes de Historia pasábamos de las historias europeas a las regionales y en un clima de época en la cual la reivindicación de la adhesión a América Latina era bandera de las manifestaciones sociales; una inercia nacida luego de Malvinas.

Una lectura de Assadourian[6] nos llevó a la de una nota al pie en la que le agradecía al “compañero” Garavaglia la información acerca de la yerba mate. Guiados más por la palabra “compañero” que por la infusión, adquirimos la edición inencuadernable de Grijalbo de Mercado interno y economía colonial.[7] Entregados afectivamente, más que el libro nos subyugó la introducción del autor en la que relataba las condiciones de producción del texto, la cual, nos diría Garavaglia años después, fue escrita de un tirón y sin releer minutos antes de entregar el manuscrito al editor.

Al leerlo, Garavaglia comenzaba a transformarse en uno de esos héroes sobrevivientes de la oscuridad que, después del silencio, nos enseñaban que mientras gobernaba la muerte en nuestro país la vida siguió reinando a la vez fuera de él y las formas de interpelar el pasado regional, con la dificultad del emigrado, continuó siendo cultivada a la distancia.

El tránsito del Garavaglia leído al Garavaglia conocido se produjo en 1986. Las Jornadas de Historia Económica de ese año realizadas en Tandil nos ponía al alcance de la mano conocer y escuchar a muchos de aquellos que habían mantenido viva en las discusiones de su tiempo a la historiografía colonial argentina y americana: Assadourian, Moutoukias, Gelman, Chiaramonte, Grosso y por supuesto Garavaglia. La experiencia en Tandil fue una bisagra en nuestra formación. Sobre todo, al enterarnos que Moutoukias, Grosso y Garavaglia, junto a Eduardo Míguez, Norberto Álvarez, Susana Bianchi, Raúl Mandrini y un francés muy particular (Jean Piel) eran profesores de grado en una universidad sita a un par de horas de Mar del Plata. Fue así que conformamos una pequeña brigada de estudiantes que viajábamos semanalmente a Tandil a completar nuestra formación.

Luego vinieron las becas de la Universidad de Mar del Plata y todos nos fuimos acercando a estos docentes como orientadores. En mi caso a Zacarías Moutoukias y el fascinante siglo XVII rioplatense, pero mirando de reojo –seminario Garavaglia mediante que cursábamos con Mariana Canedo y Sergio Maluendres año tras año– a las discusiones sobre el mundo rural bonaerense tardocolonial. La vida, sus proyectos y los procesos en Argentina hicieron que Moutoukias regresara a Europa y así me sumé al team de Garavaglia y su trabajo historiográfico.

Trabajar con Garavaglia significaba que él se instale en tu mesa de luz y participe, ordene, dirija, provea información, corrija, proponga y valore cada uno de tus progresos mientras disimula los errores no forzados de tu trabajo. Fortalecida la relación con la llegada de Raúl Fradkin como docente a Mar del Plata conformamos bajo su ala el Grupo de Investigación en Historia Rural Rioplatense (GIHRR) donde editamos un libro colectivo[8] y cinco libros-tesis “garavaglainas”. La primera, de Mariana Canedo,[9] sobre San Nicolás de los Arroyos, la segunda de este autor,[10] sobre el partido de Lobos, y tres juntas en 2004 de sus “nietos”, como gustaba llamar Garavaglia a los orientados de sus orientados; la de Valeria Ciliberto sobre el entonces partido rural de Flores,[11] la de Andrea Dupuy sobre Pergamino[12] y la de Alejandra Mascioli sobre Dolores.[13] Los integrantes del grupo participaron también, individualmente o como grupo, en diversas obras colectivas, sobre todo a partir de los padrones de la Buenos Aires rural de 1813 y 1815.

Contemporáneamente con este proceso, fuera del GIHRR otros jóvenes investigadores se fueron sumando al análisis de diversos partidos de la “campaña de Buenos Aires”, como se sintetizaba territorialmente el espacio. Así Daniel Santilli tomó el de Quilmes,[14] los “Guillermos” Banzato y Quinteros el de Chascomús,[15] María Selva Senor el de San Fernando[16] y Claudia Contente, La Matanza.[17] Y por fuera del espacio bonaerense, el entusiasmo de Garavaglia se derramó a otras regiones y realidades como los textiles con Claudia Wentzel[18] o la economía doméstica en Santiago del Estero con Judith Farberman.[19] Entretanto Garavaglia, mientras coordinaba todo esto, se hacía tiempo para sus propios trabajos “mexicanos” junto al querido Juan Carlos Grosso y locales con Jorge Gelman y hasta alguna experiencia literaria con Raúl Fradkin.[20]

Las preocupaciones de Garavaglia al compás de los “descubrimientos” de una sociedad campesina compleja en la campaña bonaerense, en las tierras que se suponía solo poblada por estancieros, peones y gauchos –sin reflexionar mucho sobre esas categorías como sí lo hizo Raúl Fradkin[21]– e intuida por él a partir de los diezmos de granos y cuatropea[22] hizo que el conjunto ruralista tuviera muchas nuevas preguntas que responder. La lógica silogística dice que al cambiar la premisa inicial también cambia la conclusión. Y vaya que había cambiado. Había que comprender al mundo rural bonaerense en su demografía, en sus instituciones, en su sociabilidad, en su economía y sobre todo en la forma en que se llevó a cabo la impresión estatal sobre una territorialidad en constante expansión. Y, “como una cosa lleva a la otra”, dijera Juan Carlos, intentar conocer la historia bonaerense desde el suelo[23] hasta sus aspectos más complejos.[24]

El camino de quien escribe tomó un rumbo diferente del conjunto al finalizar el pasado siglo, y como todo proceso de cambio muchas cosas se pierden en el camino, otras se resignifican y otras se incorporan. Las que fueron abandonándose en principio fueron la identidad “ruralista” y la de pertenencia a un grupo determinado, también los encuentros en los mismos simposios –salvo de visita–, o el seguimiento de los avances que se producían en el campo. Hay que reconocer la sensación de extrañamiento y de una cierta culpa deudora hacia quienes me habían impulsado hasta allí por la felonía de tomar un camino alternativo. Se resignificó la amistad, que siguió incólume hasta el presente a pesar de distancias físicas y temáticas (con la ayuda por la comunicación electrónica en la que Garavaglia nos había iniciado cuando emigró nuevamente a Francia), y la incondicionalidad frente a mis nuevos desafíos tanto de Garavaglia como de los “tíos” Jorge Gelman y Raúl Fradkin. Siempre era –y es– grato encontrarnos, y cada tanto, si alguna actividad o trabajo lo permitía, aunque hubiera que forzarla un poco, tratamos de hacerlo. La ganancia del parricidio simbólico fue la madurez que se obtiene al enfrentar nuevos problemas, nuevos auditorios, nuevos documentos y generar un pequeño campo propio, cuyo logro fue posible gracias a la formación y el aprendizaje del oficio obtenida en la etapa previa.

Volví a encontrar a Garavaglia en sus textos no hace mucho, mientras realizaba una búsqueda de material para un curso. Lo encontré provocador, innovador, preciso e intacto en los recorridos habituales en sus construcciones historiográficas. Mientras lo leía su voz me dictaba cada palabra y entre los puntos y las comas escuchaba sus exclamaciones, sus silencios, su mirada al público; veía sus gestos y disfrutaba de su fina y erudita ironía.

Leyendo a Garavaglia

El texto en cuestión no era de los últimos,[25] pero sí el inicio de un proceso que lo tuvo ocupado en sus últimos años y con el que arranca su, hasta donde sé, último libro.[26] El texto narra las penurias económicas de un rincón poco frecuentado por la literatura histórica como fue el período de la Confederación Argentina. La experiencia de la Confederación Argentina frente al estado de Buenos Aires vino hacia quien escribe con la lectura (suscitada por Eduardo Míguez cuando cursaba “Argentina II” allá lejos y hace –mucho– tiempo) de Oscar Oszlak.[27] Texto que mostraba ya el fracaso económico, pero más allá de él el intento por construir seriamente un Estado-Nación que ordenara décadas de experimentación política y económica por más que terminara en “el cementerio de los estados-fallidos”. Ya allí quedó en el tiempo hasta que vine a vivir a dónde fuera su capital.

El texto comienza con una provocadora resignificación de Justo José de Urquiza frente al silencio bibliográfico o a su maltrato por los políticos porteños a quienes “regaló” Caseros (comillas en el original). El uso de comillas no es aquí usado por Garavaglia como una forma de destacar el texto sino una forma correcta de citar a otros, pero en este caso sin nombrarlo. Tampoco su visión forma parte de una tardía afición a alguna corriente revisionista. Garavaglia solía decir en sus clases que las historiografías liberal y revisionista eran una suerte de tragedia griega en la cual los mismos personajes cambiaban de bando sucesivamente de acuerdo al autor mientras la sociedad lectora hacía las veces del coro que asistía adhiriendo sin comprender muy bien el conjunto de miradas. Más adelante hace mención expresa de esta escuela acerca de las preguntas en que suele basar sus relatos:

“Vale decir, en lugar de intentar reconstruir los vericuetos de la recóndita psicología del caudillo entrerriano frente al líder político porteño (al estilo de la frase “¿por qué Urquiza se retiró de la batalla de Pavón dándola por perdida?”, tan cara a la historiografía revisionista), intentaremos mostrar algunos aspectos de las bases materiales que sustentaban ese proyecto confederal.”[28]

Sin embargo, no deja de aventurar una respuesta; ésta se va formulando en la mente del lector a lo largo del texto. La guerra fue, queda claro, una guerra de recursos (el cuadro 3 de la página 231 muestra el peso de la guerra en el presupuesto confederal), y la aduana y “la máquina de imprimir billetes” heredada por los porteños de las ruinas de la “feliz experiencia” los dotó de “un arma casi invencible”. Los intentos de imitar “a su hermana porteña” generando un medio de pago que reemplazara al mineral contenido en una pieza metálica “fue un fracaso estrepitoso”. Los bonos de deuda pública también cumplieron su rol como forma sustitutiva de moneda metálica y, señala, con idénticos resultados a los de Buenos Aires a finales de la década de 1810, como había señalado Samuel Amaral. Al menos en este caso, fue la economía…

Otros “derroches” habrían colaborado en la derrota económica. Destaca su valoración al Colegio Nacional de Concepción del Uruguay como “una institución cultural de alto vuelo pensada para un país con futuro”.[29] Las referencias hacia la educación en las políticas públicas confederadas y la inversión estatal en ellas atravesarán todo el texto, serán comparadas con las de la floreciente Buenos Aires a la que deja no muy bien parada, y destaca la decisión política de afrontarlas en un marco calamitoso de penurias presupuestarias. El párrafo previo a las conclusiones destaca apoyado en cifras que “Es decir, la «Nación» en 1864, como en 1865, parece estar menos interesada en la educación pública de todo el país de lo que lo había estado la Confederación en 1860…” El mismo cuadro 3 de la página 231 es elocuente al respecto y no deja lugar a mayores comentarios.

Resignificado Urquiza avanza, va más allá en su cruzada justiciera ¿Qué se vería si se hubieran visto a las políticas públicas de la Confederación como gestión política de un gobierno “moderno”? Precisamente aquel contraste con su vecina acaudalada, donde más allá de la remisión territorial a manos de los cacicazgos pampeanos,[30] territorialidad, sistema político y jurisdicción se superponían. Mientras la Confederación bregaba por “unas rentas nacionales, un ejército nacional [“y el monopolio de la violencia” pero “un Estado que quiere hacer algo más que controlar y reprimir”], unas instituciones nacionales, et ainsi de suite” (podrían sumarse entre otras cosas las políticas de creación de colonias agrícolas en Santa Fe y Entre Ríos, mientras nunca llegaron los “cien Chivilcoy” sarmientinos). Tal ocultación “aprovechada por los vencedores” no tuvo nada de inocente y los haría aparecer al día siguiente de Pavón “como los artesanos exclusivos de la construcción nacional”.

Con estas y otras ideas que, aventuro, estaban antes de abordar la tarea, Garavaglia se lanzó al ámbito en el cual disfrutaba como un niño en una juguetería: el archivo. Nadie que lo conociera dudaría dónde encontrarlo si sabía que estaba en Buenos Aires. Una caricatura colgada en la sala de referencia del séptimo piso del Archivo General de la Nación asemeja una placa que lo destaca como uno de sus usuarios más ilustres. La emoción de encontrar “una fuente perdida” como los censos bonaerenses de 1813 que con voz temblorosa nos informó por teléfono a los miembros del GIHRR, su rostro enrojecido tras subir sendos expedientes a pulso por escalera cuando las reiteradas licencias del ascensor del AGN lo requerían, el alquiler de una fotocopiadora en tiempos de crisis reproductiva, un improvisado artefacto para fotografía digital en la sala de referencia del cuarto piso, y un largo etcétera son testimonios de la pasión de arqueólogo con la que iba tras este insumo.

“¿Dónde está el archivo de la Confederación Argentina?” se pregunta Garavaglia y nos regala una guía de búsqueda generosa para quien quiera oficiar de epígono en los estudios confederales. Y se responde “…ha desaparecido casi en su totalidad o, al menos, así nos parece después de meses de búsqueda.” Sabemos que no exagera y lo imaginamos fácilmente haciéndolo. Agrega también una explicación:

“Es como si se hubiera querido borrar hasta la memoria de ese período. Obviamente, no hubo ninguna conspiración, sino sólo desidia frente a esos papeles considerados en el Buenos Aires de aquellos años como «ajenos», y por supuesto, también ayudó mucho nuestra proverbial pericia para maltratar archivos y bibliotecas.”[31]

Con lo hallado, que no es poco para historiadores que nos conformamos con instrumentos más modestos, prosigue con la crítica de los documentos y la calidad de su información. La crítica a las fuentes (“externa e interna”, como aprendemos tempranamente quienes estudiamos Historia para después en general olvidar más rápidamente) son un valor agregado escrupuloso de todos los trabajos de Garavaglia y material de suma valía para utilizar en los siempre exitosos cursos de “metodología de la investigación”. Recordemos la afinada interpretación acerca de lo que significan las cifras expresas en las fuentes decimales, con acápites críticos rigurosos siempre que las utilizaba.[32] Tuvimos la oportunidad de escuchar la presentación del trabajo realizado con la “Charo” Prieto y embelesados sumar el mosto, las nueces, las almendras e incluso los pavos mendocinos a los viejos conocidos diezmos de “granos y cuatropea” bonaerenses.

Comienza haciendo hablar a Urquiza por su propia voz. Pocos lo hacen, sobre todo cuando el que habla es uno de esos personajes “malditos” o se diría hoy, “polémicos”, a los cuales mejor no escuchar. Garavaglia hasta respeta el vocabulario y el trabajo del taquígrafo, aunque tenga que insertar innumerables “[sic]” en las citas.

Con los datos escrutados introduce en el texto diez cuadros, inevitables para quienes intentamos comprender y explicar la Historia económica o demográfica, aunque las “recomendaciones al autor” de los editores aconsejen evitarlos o reducirlos a un mínimum indispensable, siempre me pregunté por qué en estos tiempos de reproducción electrónica. El cuadro tiene la virtud de apoyar las afirmaciones del autor y mostrar a su vez cosas que otros lectores o autores pueden encontrar en ellos más allá de darle al relato un pretendido valor científico como afirman sus detractores. En ellos se detallan las rentas de la Confederación entre 1854 y 1860, la composición de esas rentas entre esos años, el destino presupuestario de esos fondos en 1857, la relación calculada entre ingresos fiscales per cápita para algunos años dentro de la Confederación y el Estado de Buenos Aires, la ejecución de los presupuestos en 1856 y 1858, la deuda exigible por rubros en 1858 (es decir “los impagos que menos se pueden postergar”), los instrumentos financieros de deuda y su estado en 1859 y 1860, el estado de la deuda pública en 1860 y el desenlace de 1861 “con una deuda que equivale casi a cuatro años de sus rentas”.[33] Cada cuadro abunda en la crítica, en la interpretación de los datos, en testimonios de funcionarios y van ordenando progresivamente lo que parece un desenlace inevitable.

Las citas al pie son también abundantes y voluminosas, una tradición virtuosa en Desarrollo Económico. En ellas se pueden encontrar aclaraciones y contextos sobre las fuentes, tanto referencias a repositorios, a publicaciones oficiales, a colecciones documentales o a textos de autores tanto “clásicos” como “modernos”. La generosidad de Garavaglia con los colegas y su aporte historiográfico es siempre destacado. Alusiones del tipo “el mejor trabajo sobre…” son permanentes es éste como en casi todos sus trabajos. Me encuentra entre ellas en la 34, en un prehistórico texto del siglo pasado escrito junto al “Pepe” Moreno. La última vez que Garavaglia me presentó a una tercera persona, lo hizo como “un excelente demógrafo”, inmerecidos ambos adjetivos, pero el sentimiento de deuda y culpa mencionados ut supra quedó algo saldada.[34]

La necesidad de mostrar además de decir es otra característica de sus trabajos (y otro conflicto con las “normas editoriales” en tiempos que a pesar del creciente acceso abierto a textos electrónicos se sigue manteniendo por regla el tradicional blanco y negro en gráficos e ilustraciones). Desde los mapas dibujados por él con tinta china y plumín de los primeros trabajos hasta la reproducción de los bonos en este texto, la graficación es una constante. Fue un pionero en la utilización de la tecnología en muchos rubros, ya mencionamos el uso de internet; se decía que tenía una relación afectiva con la IBM del IEHS de Tandil donde fue parido el primer número del Anuario y donde muchos pusimos nuestros dedos por primera vez en ese artefacto. En su vieja HP aprendimos a usar el Harvard Grafics y en tiempos modernos hasta tuvimos el orgullo de hacerle un… ahora llamaríamos “tutorial” para elaborar pirámides de población vía e-mail.

Podríamos continuar con la exegesis estructural de este texto e ir encontrando más características de cómo leer a Garavaglia, pero nos detenemos aquí, estimulando al no iniciado a su lectura. Finalizamos entonces con dos citas del texto que son, a nuestro juicio, reveladoras. En la primera, Garavaglia incumple con su promesa inicial explicando la ¿derrota? de Pavón:

“De este cuadro de catástrofe financiera (aún incompleto, pues deberíamos sumarle el total de los intereses de la Deuda Consolidada que deberían pagarse todavía durante largos años), surge la evidencia misma que explica gran parte del ánimo con que Urquiza enfrentaría, en un vasto descampado entre los arroyos del Medio y Pavón en septiembre de 1861, la batalla definitiva contra Buenos Aires. Y si bien es cierto que la imprudente acción de la caballería confederal persiguiendo a los restos de la caballería porteña explica, según los especialistas del arte de la guerra, un aspecto sustancial del corolario de la batalla (que fue finalmente decidida por la acción de la infantería), ella parecía estar perdida aun antes de comenzar. Y el resultado de esta acción militar se asemeja a una metáfora cara a la idea que los porteños tenían de sí mismos: los hijos de Buenos Aires, infantes ciudadanos, derrotan a la caballería de los salvajes gauchos confederados...”[35]

Como toda hipótesis ésta será objeto de puestas a prueba infructuosas dado que dudo de que en la escena del crimen hayan quedado pruebas materiales que lo incriminen a Urquiza y solo contemos con evidencia circunstancial o algunos indicios (vocabulario de otros de sus placeres, la novela policial).

Finalmente, una exhortación a la cualidad de un historiador que intenta ser ante todo justo más allá de pretendidamente objetivo:

“Creemos que «darle a cada uno lo suyo» conduce a tomar en cuenta, junto con la innegable bancarrota de esa experiencia, la realidad de lo efectivamente realizado por ese grupo de hombres, portadores de ideas bastante claras acerca de la nación posible y que, sin lugar a dudas, fueron los que pusieron los primeros cimientos de la construcción de un Estado nacional en la Argentina.”[36]

Así era él.

Para finalizar

Hemos tratado aquí de presentar un texto desde un determinado tipo de lector, el cual creemos queda bastante claramente expuesto (en todos los sentidos de la palabra) en la primera parte de este ensayo. Esta hoja de ruta no ha pretendido ser más que un homenaje a un querido amigo y fantástico historiador de parte de quien tendrá siempre el orgullo de haber compartido la fracción más importante de su carrera profesional a su amparo generoso.

Historiador incómodo con el presente y reactivo a las “tradiciones historiográficas”, Juan Carlos Garavaglia condensa en sus trabajos al antropólogo, al economista, al geógrafo, al sociólogo, al crítico literario y al profuso lector como digno exponente de quienes pasaron por El Colegio.

Sus textos sintetizan en un conocimiento nuevo los datos, la teoría, el problema, las miradas alternativas, las vivencias del autor y la posición ética (más que ideológica) frente a lo que pasa a partir del análisis de lo que

Sus textos sintetizan en un conocimiento nuevo los datos, la teoría, el problema, las miradas alternativas, las vivencias del autor y la posición ética (más que ideológica) frente a lo que pasa a partir del análisis de lo que pasó. Eric Hobsbawm señaló en su autobiografía que un buen historiador para serlo necesita haber vivido, y no se refería al mero paso del tiempo por él. Garavaglia escribió como vivió, hasta dejándonos leer, exponiéndose, una parte de su vivencia.[37]

Decíamos al comienzo que el título era casi abusivo con quienes parafraseaba y que poco tenía que ver con ellos. Sin embargo, al final de este recorrido se nos ocurren dos paralelismos antojadizos. El primero: Dorfman y Mattelar señalan que en la literatura de Disney los progenitores no están presentes.[38] La ausencia de Juan Carlos nos deja en esa orfandad, y aunque ya somos mayores y genera un mayor apego y ensalza la figura del “tío”. Hagámoselos saber más temprano que tarde. La segunda, uno que ya ha transitado un largo camino dentro de la profesión, puede, comparando resultados con la obra majestuosa de Garavaglia, claramente admitir con Althusser y Balibar que uno no ha producido “nada más que puras y simples ilusiones bautizadas abusivamente conocimientos.”[39] Estos dos textos fueron publicados por Siglo XXI entre finales de los 60’ y principios de los 70’, y quién nos quita la ilusión de que Juan Carlos Garavaglia tuvo algo que ver con ellos.

Paraná, invierno de 2017

Referencias

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GARAVAGLIA, Juan Carlos - Prieto, María “Diezmos, producción agraria y mercados: Mendoza y Cuyo, 1710-1830”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, núm. 30, 2007, pp. 7-33.

TERNAVASIO, Marcela (ed.) Historia de la provincia de Buenos Aires. Tomo 3 De la organización provincial a la federalización de Buenos Aires: 1821-1880, Unipe / Edhasa, Buenos Aires, 2013

GARAVAGLIA, Juan Carlos Una juventud en los años sesenta, Prometeo, Buenos Aires, 2015

Notas

[3] Visión fundada en varias conversaciones con Garavaglia donde estos autores aparecían constantemente.
[17] CONTENTE, Claudia “Actividades agrícolas y ciclo de vida: el caso de La Matanza a principios del siglo XIX”, en FRADKIN, Raúl et al. Tierra, población y relaciones sociales…, cit., pp. 77-101.
[21] FRADKIN, Raúl “¿Estancieros, hacendados o terratenientes? La formación de la clase terrateniente porteña y el uso de las categorías históricas y analíticas (Buenos Aires, 1750- 1850)”, en BONAUDO, Marta - PUCCIARELLI, Alfredo (eds.) La problemática agraria. Nuevas aproximaciones, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1993.
[28] GARAVAGLIA, Juan Carlos “Rentas, deuda pública y construcción estatal…”, cit., p. 245.
[29] Cuyos estudiantes, dicho sea de paso, derrotaron al transfugado Manuel Hornos, pese a que el Colegio Nacional todavía no había recibido a uno de sus alumnos más prestigiosos: Julio Argentino Roca.
[30] En la que el mencionado Manuel Hornos volvió a mostrar su impericia en Azul.
[31] GARAVAGLIA, Juan Carlos “Rentas, deuda pública y construcción estatal…”, cit., p. 225.
[33] GARAVAGLIA, Juan Carlos “Rentas, deuda pública y construcción estatal…”, cit., p. 239.
[34] Adjudico la mención al último texto de este autor que seguramente fue leído por Garavaglia poco antes de ese momento en una heterodoxa presentación del volumen que lo contenía: MATEO, José “La sociedad: población, estructura social y migraciones”, en TERNAVASIO, Marcela (ed.) Historia de la provincia de Buenos Aires. Tomo 3 De la organización provincial a la federalización de Buenos Aires: 1821-1880, Unipe / Edhasa, Buenos Aires, 2013, pp. 73-116.
[35] GARAVAGLIA, Juan Carlos “Rentas, deuda pública y construcción estatal…”, cit., p. 243.
[36] GARAVAGLIA, Juan Carlos “Rentas, deuda pública y construcción estatal…”, cit., p. 247.
[38] DORFMAN, Ariel - MATTELAR, Armand Para leer el Pato Donald…, cit., p. 34.
[39] ALTHUSSER, Louis - BALIBAR, Étienne Para leer El Capital, cit., p. 20.
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