Reseñas
BILBAO, Lucas y LEDE, Ariel Profeta del genocidio. El Vicariato castrense y los diarios del obispo Bonamín en la última dictadura, Sudamericana, Buenos Aires, 2016, 495 pp. ISBN 978-950-07-5468-2.
BILBAO, Lucas y LEDE, Ariel Profeta del genocidio. El Vicariato castrense y los diarios del obispo Bonamín en la última dictadura, Sudamericana, Buenos Aires, 2016, 495 pp. ISBN 978-950-07-5468-2.
Prohistoria, núm. 25, 2016
Prohistoria Ediciones
BILBAO Lucas, LEDE Ariel. Profeta del genocidio. El Vicariato castrense y los diarios del obispo Bonamín en la última dictadura. 2016. Buenos Aires. Sudamericana. 495 pp.. 978-950-07-5468-2 |
---|
El obispo Victorio Manuel Bonamín ocupó el cargo de pro-vicario castrense durante más de dos décadas en la convulsionada Argentina de las décadas de 1960 y 1970. El deseo no cumplido del obispo, que hacia el final de su vida esperaba quemar la totalidad de sus papeles, y las razones aún no reveladas suficientemente de la supervivencia de algunos de los diarios en que cotidianamente registraba el entramado de relaciones en los pliegues de dos instituciones como la Iglesia Católica y las FF.AA., encontró en la obra recientemente publicada por el historiador Lucas Bilbao y el sociólogo Ariel Lede un cauce que permite aproximarnos a un peculiar registro de “experiencias, sensaciones y conversaciones” a partir de las cuales se vislumbran las vinculaciones entre la Iglesia Católica y las FF.AA. durante la última dictadura.
La obra de Bilbao y Lede se encuentra estructurada en dos partes, de las cuales la primera de ellas cuenta con ocho capítulos, mientras que la segunda reproduce la fuente que constituye la piedra basal de la reconstrucción de las redes de relaciones institucionales en que se encontraba inserto el vicariato castrense: los diarios de los años 1975 y 1976 del obispo Victorio Bonamín, pro-vicario castrense entre 1960 y 1982.
En el primero de los capítulos se aborda la biografía de Bonamín desde su ingreso al colegio salesiano San José hasta su muerte en 1991, centrándose en su inserción institucional en el entramado de la Iglesia Católica y su cruce con las FF.AA. a partir de la creación en 1957 del vicariato castrense, institución que lo tuvo como actor destacado. Acerca del “anclaje ideológico de Bonamín” versa el segundo de los capítulos en el que se destacan las características del modelo que hegemonizó posicionamientos ideológicos dentro de la iglesia desde la década de 1930: el integrismo católico. La “mirada estática” de Bonamín presente en los escritos de su diario y en la producción que desde el Boletín del Vicariato Castrense, las conferencias que dictaba en distintos foros de las FF.AA. y en declaraciones públicas, es tributaria de la intransigencia como oposición al liberalismo y el comunismo, del integralismo como concepción de la misión refundacional de la Iglesia Católica, así como del concepto jerárquico de la sociedad en lo que a su organización se refiere. La emergencia del Ejército y la Iglesia como actores políticos protagónicos, a la vez que contenedores del creciente nacionalismo, es el telón de fondo del despliegue del integrismo católico como respuesta a la crisis de valores encarnada en la amenaza de las “ideologías extremas”. De esta manera, se conforma en ambas instituciones el terreno propicio para la lucha anticomunista, que desde la década de 1960 abandonará su carácter defensivo para pasar a una ofensiva en la que el nacionalcatolicismo se cruzaría con la Doctrina de Seguridad Nacional.
Los siguientes capítulos abordan, desde la historia del vicariato, su lugar en el terrorismo de estado, deteniéndose especialmente en la legitimación religiosa de la violencia militar. Surgido en 1957, tras un acuerdo firmado entre el estado argentino y la Santa Sede, la creación del vicariato castrense se constituyó con el propósito de asistir espiritualmente a unas FF.AA. indiscutidamente atravesadas por el catolicismo desde la década de 1930. Es en ese contexto en el que se produce el ingreso de Bonamín al mundo militar a partir de su cercanía con el cardenal Antonio Caggiano, siendo nombrado pro-vicario desde 1960. Tras la renuncia de Caggiano y el nombramiento del arzobispo Adolfo Tortolo en 1975, se producen tensiones que no evitarían que Bonamín conservara una importante cuota de poder desde su cargo. En su tarea de atención de los problemas morales y estados de conciencia que las exigencias del servicio imponían al personal militar, Bonamín, junto al cuerpo de capellanes, se encargó de “dar criterios sobrenaturales al accionar de los militares” (p. 105) fundamentados en el convencimiento de que la “lucha antisubversiva” estaba inspirada en Dios y por ello era justa. Al respecto, los autores presentan una interesante evidencia empírica del despliegue territorial, la presencia e integración del vicariato por el territorio nacional a partir del entramado institucional que las FF.AA. le facilitaban. Asimismo destacan el crecimiento y la construcción de capillas y oratorios en las unidades militares para el período 1975-1983 como muestra de su adaptación a la división estratégica del campo de acción militar. Las circunstancias del Operativo Independencia desplegado por las FF.AA. en la provincia de Tucumán a partir de 1975, se constituyen en lugar privilegiado para la puesta en funcionamiento, a manera de ensayo, de la práctica genocida de los años venideros. La participación de los capellanes junto al personal militar en estas operaciones y las anotaciones de Bonamín resultan elocuentes al respecto, no solo en la asistencia del personal militar sino también en la colaboración de la creación de un clima propicio para la legitimación del uso de la violencia y la construcción simbólica de la noción de “enemigo”. Los diarios revisados por Bilbao y Lede dejan entrever la magnitud de la participación en la red clandestina de centros de detención, tortura y exterminio desplegada a lo largo y ancho del país. Al respecto presentan estadísticas de la presencia del propio Bonamín en distintas unidades militares en las que funcionaron centros clandestinos de detención, así como del ejercicio del trabajo pastoral de 110 sacerdotes que prestaban sus servicios en estas unidades (p. 136).
La superposición de jurisdicciones que supuso la creación del vicariato desató conflictos al interior de la institución eclesiástica y de ello dan cuenta los autores en el capítulo dedicado a las relaciones con los obispos diocesanos. De esta manera, durante el período trabajado, se suscitaron conflictos entre los que se destacan los sostenidos con Jaime de Nevares, obispo de Neuquén, Carlos Horacio Ponce de León, Obispo de San Nicolás y Enrique Angelelli, obispo de La Rioja. Respecto de este último los diarios de Bonamín ponen de relieve la activa participación del vicariato en la construcción de una imagen negativa del obispo riojano asesinado en 1976. Asimismo, acerca de la relación entre el vicariato y la estructura eclesiástica como totalidad, se destaca la centralidad del primero en el terrorismo de estado por la peculiaridad territorialidad de su carácter, así como por la “autonomía relativa y otorgada que se explica por el auxilio orgánico que recibió del conjunto de los obispos y por el desarrollo de las relaciones de fuerza entre ellos” (p. 163) atentando así contra la imagen del vicariato como iglesia paralela.
Particular atención merece el capítulo “Participación y acompañamiento” en el que los autores revelan a partir del diario del pro-vicario el grado de conocimiento que Bonamín tuvo de los métodos represivos utilizados por las FF.AA. El carácter ilegal de la metodología utilizada se vislumbra en las anotaciones del obispo así como en las complicidades religiosas y la actuación de los sacerdotes en los propios lugares en los que las acciones eran puestas en práctica. Finalmente el último de los capítulos discute el rol del obispado castrense en democracia como resabio del autoritarismo. Al respecto se destaca que los conflictos y polémicas surgidas desde el año 2005 a raíz de las desafortunadas declaraciones del obispo Antonio Baseotto que derivaron en la vacancia del obispado, y los proyectos de ley presentados ante el Congreso Nacional para su eliminación como institución castrense, aún no han encontrado el suficiente consenso para la separación de la iglesia del estado.
Como balance final huelga decir que la obra de Bilbao y Lede constituye un aporte de fundamental importancia para la construcción de la memoria colectiva y a partir de allí de los debates respecto del lugar de la historiografía de los tiempos recientes así como de los aportes que las ciencias sociales puedan realizar al avance de los juicios por los crímenes de lesa humanidad.
La coyuntura comprendida por el período 1975-1976, a partir de la lectura de los diarios del obispo Victorio Manuel Bonamín, se constituye en un espacio privilegiado para asomarnos a la trama relacional entre dos instituciones estrechamente vinculadas al terrorismo de estado en nuestro país. Las subjetividades volcadas en las páginas del pro-vicario castrense ponen de relieve algo tal vez más inquietante: “la jurisdicción de los religiosos era el alma de los represores, no el destino de los reprimidos” (p. 203).