Reseñas

IOGNA PRAT, Dominique La invención social de la Iglesia en la Edad Media, Miño y Dávila, Buenos Aires, 2016, 239 pp. ISBN 9788416467204

Carolina Inés Pennisi
Universidad de Buenos Aires, Argentina

IOGNA PRAT, Dominique La invención social de la Iglesia en la Edad Media, Miño y Dávila, Buenos Aires, 2016, 239 pp. ISBN 9788416467204

Prohistoria, núm. 29, 2018

Prohistoria Ediciones

“La iglesia: una institución, una palabra y una comunidad”

En La invención social de la Iglesia en la Edad Media Dominique Iogna-Prat trabaja el papel de la iglesia como concepto teológico y a su vez como institución, la cual a través de los siglos se irá redefiniendo dentro de las pujas de poder. El autor propone que la Iglesia se construirá a sí misma progresivamente como una unidad indisoluble del todo social, creando así una confusión metonímica entre sociedad y eclessia. El sector eclesiástico se constituirá como un “nosotros” identitario, en pos de monopolizar el control sobre todas las relaciones sociales. Para demostrar esto, el autor tomará los cambios institucionales ejemplificados ampliamente durante su obra, donde se verá cómo el poder clerical se torna cada vez más corporativo, burocrático y de una ostentación material monumental. Este accionar tiene un claro objetivo ideológico: imponer la idea de que un creyente debe concurrir a un espacio sagrado específico para poder ser parte de la comunidad que lo rodea. La iglesia se convierte así en la vasija receptora y mediadora del acuerdo social y de la salvación de los fieles. Todo aquel que reinterprete a las Sagradas Escrituras y ponga en duda el poder del Papa y el sistema clerical será perseguido. Todo aquel que se rehúse a ser fiel a la fe cristiana, deberá ser expulsado. La conclusión a la que arriba el autor es que la manera en que se constituye el poder eclesiástico en el Medioevo, no es contradictoria a la forma en que se concebirá el Estado Moderno destacando que aquello que llamamos “público” en la actualidad dista de ser asimilable a lo “público” en el siglo X. Pero la teatralización en la representación del poder y el pasaje del mero ritual a la ceremonia durante la designación de autoridades, será consecuencia de un accionar pionero por parte de la Iglesia católica. Iogna-Prat encuentra esta conexión en las teorizaciones de los sociólogos del siglo XIX. Trata de explicar la importancia de la Iglesia en la configuración social de la Edad Media, mientras que simultáneamente da una herramienta para poder entender cómo surge el poder estatal y su asociación constante al resguardo del bien común.

El autor toma debates historiográficos, sociológicos y filosóficos como base para descartar la supuesta dicotomía entre lo público y lo privado instaurada por el mutacionismo y su explicación, vía crisis feudal, de la patrimonialización del poder a partir del siglo XI. Hace una crítica constructiva respecto a los grandes fundadores de la Sociología como Max Weber y E. Durkheim, haciendo uso de sus conceptos fundamentales y dándoles una nueva perspectiva, analizando el legado eclesiástico que tienen los teóricos orgánicos del siglo XIX para explicar al todo social. Toma el concepto de “esfera de representación” de Jürgen Habermas, y de “espacialización de relaciones sociales” de Joseph Morsel. Sin embargo su mayor soporte teórico será la obra de Louis Dumont, sociólogo que aborda la problemática de la jerarquía en las instituciones –una noción convertida en “mala palabra” entre teóricos modernos que se enfrentaban al Antiguo Régimen-. A su vez se enfoca en los aportes de la obra anónima de Dionisio Aeropagita o Pseudo-Dionisio y cómo la misma se integra a la doctrina eclesiástica con las nociones de órdenes en la totalidad de la comunidad religiosa. Según el autor esta jerarquización se verá en la incorporación de santos y ángeles al culto. Esta postura le gana la crítica de Guy Philippart quien piensa a la hagiología como un desvío de lo dogmático. Sin embargo Iogna-Prat argumentará que esta inclusión, aunque sea restrictiva, junto a la mayor institucionalización de la mediación de la fe, demuestra el propio movimiento de la Iglesia hacia su reconfiguración como poder. Una clara prueba de ello es la relevancia que toma el edificio eclesiástico: No se es fiel a Dios en cualquier lugar. Esta es una respuesta institucional frente al problema del movimiento herético que cuestiona la necesidad de un lugar material como continente de la divinidad o de la fe. La materialidad que se le concede a la iglesia junto a la revisión de ideas de la Antigüedad terminarán de instaurar la doctrina de la ley divina, todo se rige y se subsume al único Creador que exige la congregación de fieles en paredes de piedra, bajo ciertos rituales de purificación. Así nace la monarquía sacra, la Iglesia que abarca y subordina a todos bajo la fe. Se ha conformado la Iglesia Verdadera, aquella que se adjudica el derecho y autoridad de juzgar a los fieles y que delega el poder real.

El autor presenta su obra con una introducción que nos da un útil panorama de los temas a abordar, el trabajo se divide en siete capítulos que se aúnan en una narrativa acerca del avance constante de la Iglesia sobre las relaciones sociales hasta llegar a la transición hacia la Modernidad y el creciente rol de la ciudad. Hace un recorrido de lo particular a lo general y de lo concreto a lo teórico. Empieza tratando el espacio sacramental y la importancia de los sacramentos: el matrimonio y otros ejemplos sencillos para atraer al lector, respecto de cómo la iglesia se piensa a sí misma. Concluye exponiendo hipótesis posibles y críticas sobre cómo pensar a la sociedad feudal. Siempre mantiene los estándares en la escritura académica para señalar las polisemias y problemáticas del uso de cierta terminología, un ejemplo es la palabra “espacio”. En el capítulo segundo complejiza su trabajo poniendo en juego la conceptualización de “jerarquía”. Lo interesante es que presenta el problema de la jerarquía al principio, y así instaura en el lector un cuestionamiento: “¿cómo es posible que en una institución de semejante jerarquización como la Iglesia no haya vastos trabajos al respecto?” Esto no solamente eleva su obra, dándole prestigio pero también retiene la atención del interpelado desde un primer momento. El tercer capítulo renueva el dinamismo del libro presentando un hecho concreto de cómo la iglesia se involucra cada vez más en el mundo íntimo de los fieles. Se puede decir que el carácter biográfico que toma el capítulo en ciertos momentos, hace que pierda un poco su carácter didáctico. Pero el ejemplo de la figura de Hugo de Amiens y su obra, sirve como prueba de la cristalización de exégetas con una visión pragmática y funcional a una Iglesia institucional.

La estructura del texto es parte del método argumentativo, los apartados ordenan la lectura y los subtítulos pausan la incorporación del contenido. Esto es una agradable sorpresa ya que al ser una producción académica, no es usual que el texto tenga un formato ameno, que sea dúctil y que acompañe al soporte fáctico. Presenta un despliegue de la información que ante un lector desprevenido confiere objetividad. El reiterado uso de ejemplos no es casual y tiene dos finalidades: una es pedagógica y la otra persuasiva. Al leer hechos concretos las hipótesis parecen incuestionables. La mayor crítica que se le puede hacer, yace en el cuarto capítulo donde se trata la asimilación de las esferas de lo religioso y lo universal, que darán lugar a grandes máximas instauradas en el inconsciente colectivo como pueden ser: “Somos todos hijos de Dios”, “No hacer daño al prójimo”, “Somos todos cristianos”. El capítulo es demasiado breve para lograr exponer adecuadamente el accionar retórico y material que la Iglesia realiza para poder sostener que aquello que no sea cristiano prácticamente no es humano. Este capítulo en particular me pareció reiterativo y no considero que profundice lo suficiente en el arte de la sinécdoque. Sin embargo cabe destacar que el autor expresa que hay ciertas temáticas en las que evita extenderse. Considero que en todo caso podría haberlo integrado al siguiente capítulo. Los tres últimos capítulos son sumamente enriquecedores. Complejiza la cuestión del territorio santo e integra la herencia romana al problema y cómo es utilizada durante las Cruzadas para justificar el Imperialismo católico. Esto sumado al trabajo sobre el lugar que ocupa Jerusalén me parecen muestras excelentes para ilustrar la problemática con la que se encontraba la Iglesia: Una institución completamente jerarquizada que, consciente de ello, debe luchar férreamente contra disidentes como los movimientos heréticos.

Desde un principio, el interés del autor es repensar a la Iglesia, lo cual en la obra se logra sin inconvenientes. No es suficiente teorizar sobre el mutacionismo clásico, la Iglesia como institución hoy, no es sino una consecuencia de un largo proceso de transformación. La distinción entre aquello que atañe a la salvación y aquello que se resiste a ser salvado me parece un hallazgo de gran utilidad para comprender cómo estos poderes se reconocían y legitimaban entre sí. A su vez la distinción que atraviesa a la obra entre iglesia/Iglesia-institución es un acierto académico que deberá continuar siendo explorando. Es una obra de rápida lectura, considerando la complejidad de la temática y produce cuestionamientos sobre prejuicios profundamente instaurados en las mentes historiadoras. Allana un camino hacia planteos nuevos: ¿cómo es posible que, si el sector privado (según los mutacionistas) luego del siglo XI toma el poder para sí, más tarde la configuración de lo público desemboque en un Estado nacional de una envergadura equiparable a la religiosa? La propuesta de Iogna-Prat reclama al mundo académico una mayor colaboración interdisciplinaria, especialmente entre sociólogos e historiadores, para explicar las estructuras de poderes dominantes sin recaer en anacronismos. Una propuesta por mi parte sería continuar trabajando el elemento retórico y su uso histórico acerca de cómo se habla sobre el Estado y la Iglesia. De esta forma, y mediante conceptos sociológicos, poder entender cómo en una sociedad que se piensa como un conjunto de individuos, donde lo individual prima sobre lo social (otra dicotomía para dinamizar), se sostienen conceptos comunitarios y se erige un Estado que se presenta como si fuera un “nosotros”.

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