Reseñas
GRUZINSKI, Serge El águila y el dragón. Desmesura europea y mundialización en el siglo XVI, FCE, México, 2018, trad. Mario Zamudio. ISBN 978-607-16-5798-5 (ePub)
GRUZINSKI, Serge El águila y el dragón. Desmesura europea y mundialización en el siglo XVI, FCE, México, 2018, trad. Mario Zamudio. ISBN 978-607-16-5798-5 (ePub)
Prohistoria, núm. 30, 2018
Prohistoria Ediciones
GRUZINSKI Serge. El águila y el dragón. Desmesura europea y mundialización en el siglo XVI. 2018. México. FCE. ePub. 978-607-16-5798-5 |
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Doy comienzo a la reseña del último libro que ha sido traducido y publicado en lengua castellana del reconocido historiador, paleógrafo y archivista francés, Serge Gruzinski, destacando la acabada pluma del autor. Quienes están familiarizados con su obra, coincidirán en su maestría para entrelazar una sólida investigación –sostenida en un prolífico buceo en diferentes archivos, manuscritos y ediciones de libros pocas veces conocidas, acompañadas de una actualizada recensión bibliográfica– con una prosa cuidada y amena. Esta ventaja redunda en un doble objetivo: el cuidado y paciente resultado que ha logrado está al alcance tanto de los especialistas que integran la academia, como de los legos interesados en adentrarse en los arcanos de Clío. Enfatizo esta virtud por cuanto, en muchas ocasiones, los historiadores cargan con la acusación de escribir sólo para sus pares, relegando –y hasta olvidando– la necesaria tarea docente y de divulgación de sus investigaciones, sin descuidar el rigor científico que sostiene cualquier trabajo serio y fundamentado.
El título del libro remite, casi de inmediato, a los actores centrales del relato. El águila y el dragón son las personificaciones, el primero, del mundo mesoamericano representado en el pueblo mexica de México-Tenochtitlán (el Anáhuac, «cerca del agua»); el segundo, del imperio chino o Zhōngguó («país del medio» o «reino del centro», nombrado también Hai nei, «entre los cuatro mares»). El subtítulo acompaña la dirección que propone explorar el autor, las conexiones de los diferentes territorios del globo que anudaron los viajes que llevaron adelante los pueblos ibéricos, desde fines del siglo XV y durante buena parte del XVI. Las interacciones, los intercambios y las transformaciones que se reconstruyen y estudian en el lapso temporal indicado, involucran, entonces, a cuatro jugadores principales: aztecas, chinos, portugueses y castellanos.
Los actores son conocidos y los desenlaces que provocan sus acciones también. Por un lado, el avance de los portugueses desde sus enclaves en el océano Índico en dirección a las costas de China (y el rechazo sufrido); por el otro, las incursiones desde las islas del Caribe sobre el continente americano que inició Hernán Cortés (y el triunfo conseguido). En ambos casos, el objetivo inicial que motivó ese avance, era el mismo: el control de las islas de las especias –las Molucas– fue el motor primigenio que movilizó a las coronas ibéricas. El desenlace que se alcanzó hacia 1565 –cuando los castellanos, de la mano de Legazpi y Urdaneta encontraron la ruta de regreso desde Filipinas a Acapulco– marcó el afianzamiento de la mundialización comenzada algunas décadas antes.
Dentro de estos extremos, la lectura que propone Gruzinski de la mundialización ibérica, como él la llama, conlleva una mirada renovada y original, que busca desentrañar la complejidad de dicho proceso, al mismo tiempo que señalar la multiplicidad de aristas interpretativas que encierra la misma. En primer lugar, su interés está puesto en reconstruir qué ocurría en China y en México antes de la llegada de los ibéricos, para “encontrar claves que aclaren las reacciones de los chinos y los mexicanos ante la intervención de los europeos” (cap. I, La China de Zhengde y el México de Moctezuma[1]). Este abordaje lo realiza a partir de un enfoque en el que destaca la comparación simultánea en el tiempo de dos espacios que, hasta comienzos del quinientos, no tenían noticias uno del otro. A partir de ese objetivo, propone un recorrido histórico en el que busca comprender y comparar –muchas veces a través de semblanzas que elabora sobre diferentes facetas y actores de los mundos chinos y mexicano– qué ocurría en esos «mundos» con anterioridad a las incursiones. De ese modo, avanza en una interpretación de cómo los contextos particulares condicionaron las respuestas y reacciones hacia los extranjeros y las maneras en que los desenlaces –el rechazo de China a los portugueses y la conquista de Cortés de México– están relacionados con las situaciones y miradas que unos y otros construyeron sobre los invasores.
La singularidad de esta inversión pasa por un doble aporte. Por un lado, se formulan preguntas nuevas a un conjunto heurístico que comprende fuentes europeas conocidas y extensamente trabajadas –en particular las castellanas– a las que se incorpora un abanico de documentos portugueses olvidados y relegados por los historiadores o escasamente conocidos fuera del mundo lusitano (el ejemplo más significativo es el manuscrito de Tome Pires, la Suma Oriental). Por otro lado, se emplean diferentes fuentes chinas que permiten estudiar de primera mano las reacciones locales ante la presencia portuguesa. Para el caso mexicano, además de recurrir a la información e interpretación de los pocos códices que fueron salvados de su destrucción, se advierte un esfuerzo por encontrar la mirada de los aztecas en la documentación construida por los primeros cronistas.
La originalidad de las preguntas posibilita el abordaje del período estudiado en una clave historiográfica que asume la crítica a las perspectivas eurocéntricas como un cuestionamiento a lecturas anacrónicas sobre esta etapa, que cercenan la comprensión de la complejidad de las redes y relaciones que se anudan por debajo y por encima de la mundialización que comenzaron los ibéricos. A medida que avanza en el contraste de su propuesta con las lecturas que cuestiona, se evidencia la solidez de su elección metodológica. Esta descansa –ya lo mencioné anteriormente– en la construcción de un relato sincrónico-comparativo mediante el cual describe las raíces compartidas de la expansión portuguesa en China y castellana en Mesoamérica, en lo que hizo a motivaciones, prácticas de dominación y vinculación con las poblaciones locales, estrategias desenvueltas sobre los territorios en los que avanzaron para conseguir un mismo objetivo; esto es, el articulado de un imperio fundado en la dominación política y económica que garantizara el retorno de pingües beneficios para sus monarcas.
Para Gruzinki, las semejanzas que halla entre las dos experiencias están por encima de las diferencias y los desenlaces posteriores. Ello se advierte cuando afirma que la “expansión europea, y con ella la mundialización ibérica, son tanto asunto de destinos individuales como de política a gran escala.” (cap. VI, «El gran propósito lisboeta y las intrigas caribeñas») como cuando desmonta la “ilusión de las fuentes” y desentraña el montaje de los relatos que transmiten los actores en sus documentos. También, el recurso de la comparación contribuye a resituar –y considero que es un aporte singular y encomiable– la magnitud de la expansión portuguesa en Asia en el siglo XVI. De acuerdo con Gruzinski, la intervención lusitana en Oriente, a partir del rechazo sufrido en China y los esfuerzos de cerrazón de las fronteras del imperio ante la injerencia europea, quedó subsumida y olvidada por la historiografía, donde primó el triunfalismo castellano alcanzado en el Nuevo Mundo.
Lo planteado hasta el momento constituye la columna vertebradora del libro. En cuanto al contenido histórico propiamente dicho, se identifican tres momentos estudiados con sumo detalle. Primero, las situaciones y los contextos chino y azteca antes de la llegada de los ibéricos, junto a los conocimientos y representaciones del mundo que los europeos llevaron en sus expediciones. Segundo, la etapa del encuentro y las reacciones de uno y otro lado como consecuencia del contacto. Y, tercero, lo que el autor ha denominado la posguerra y las consecuencias que conllevó dicha situación tanto para los pueblos mesoamericanos y chino como para los castellanos y los portugueses. Cada uno de los capítulos articula un diálogo crítico entre distintas fuentes, cuyo contenido recibe la continua interpelación del autor, siempre desde la comparación y los esfuerzos por hallar las semejanzas compartidas entre lo acaecido en Asia y América.
El cierre del libro, antes que avanzar en una síntesis, deja abierta una serie de nuevas preguntas y la posibilidad de continuar en un enfoque integrado que queda evidenciado en el título del último capítulo: “Hacia una historia global del Renacimiento”. En esas páginas se ponen de manifiesto un par de reflexiones y propuestas, provocativas por cierto, que invitan a ser contestadas –o cuanto menos, recuperadas– por otros investigadores interesados en ahondar en estas cuestiones. La primera y más general es la sincronía que señala el fin del aislamiento del mundo y el nacimiento de lo que llamamos la mundialización operada en el siglo XVI. En este asunto, señala Gruzinski, nos encontramos ante el desafío de hacer –y explicar– una historia global que es mucho más que la historia de la expansión europea. Sin embargo, no hay que confundir este tipo de elección historiográfica con una historia mundo. La llave que marca la diferencia reside en la necesidad de recuperar las historias locales y comprender su entretejido, de manera de “reinterpretar los grandes descubrimientos al establecer los lazos que la historiografía europea ha ignorado o silenciado; [lo cual] ayuda a desembarazarse de los esquemas simplistas de la alteridad” y a avanzar así en la postulación de hipótesis más complejas, donde “no hay vencedores ni vencidos y los que dominan pueden ser también dominados en otra parte del mundo.” (Conclusión: hacia una historia global del Renacimiento).
La segunda llama la atención sobre el papel crucial que desempeñó en esta mundialización la Europa mediterránea, donde la acción quedó en manos de los ibéricos y los italianos. Ellos fueron los que visitaron América y China, sostiene el autor, y no al revés. Y esa Europa, católica por sobre otras cosas, no es la Europa del Norte que entrará en escena a fines de la centuria. La tercera señala la importancia de comprender las modernidades, en plural, y de considerar que la revolución magallánica tuvo un impacto igual o mayor que la revolución científica. El viaje de Magallanes permitió el articulado de los fragmentos dispersos del mundo y los puso en diálogo. Sin ella la mundialización no hubiese sido posible, con o sin esquemas cósmicos de origen aristotélico (Conclusión, «Modernidades»). Pero también, la pluralidad de modernidades, evidencia que China no se rindió frente a los europeos. Por el contrario, ni siquiera el afán misionero pudo hacer mella dentro del imperio, cuya grandeza –política, económica y cultural– terminó fascinando, primero a los propios ibéricos y luego al resto del continente. La cuarta y última, es que la idea de Occidente nació luego de la mundialización y sólo puede comprenderse desde la perspectiva de una historia global.
Para finalizar, una última consideración. Si bien el autor no lo dice de manera explícita, este libro es la última parte de lo que podríamos llamar una «trilogía» que comenzó con Las cuatro partes del mundo. Historia de una mundialización (FCE, 2010), continuó con ¿Qué hora es allá? América y el Islam en los linderos de la modernidad (FCE, 2017) y se cierra con este ejemplar. Los tres textos –faltaría, hay que decirlo, un cuarto que sitúe en este esquema el continente africano– recorren la misma senda desde atalayas diferentes: la construcción histórica de la mundialización en el siglo XVI, concepto necesario para adentrarse en las complejidades y meandros que configuraron la llamada modernidad temprana. En este asunto, Gruzinski ha asumido la tarea de catapultar dicho concepto, con su historicidad, al centro de la escena.
Notas