Reseñas

BERGEL, Martín (coord.) Los viajes latinoamericanos de la Reforma Universitaria, Humanidades y Artes Ediciones - HyA ediciones, Rosario, 2018, 260 pp. ISBN 978-987-3638-26-8.

Pablo Ortemberg
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina
Centro de Estudios de Historia Política - Escuela de Política y Gobierno, Universidad Nacional de San Martín, Argentina

BERGEL, Martín (coord.) Los viajes latinoamericanos de la Reforma Universitaria, Humanidades y Artes Ediciones - HyA ediciones, Rosario, 2018, 260 pp. ISBN 978-987-3638-26-8.

Prohistoria, vol. 31, 2019

Prohistoria Ediciones

BERGEL Martín. Los viajes latinoamericanos de la Reforma Universitaria. 2018. Rosario. Humanidades y Artes Ediciones - HyA ediciones. 260pp.. 978-987-3638-26-8

La Reforma Universitaria de 1918 constituye un acontecimiento abundantemente transitado por la literatura, en especial en este último tiempo, al cumplirse cien años de su estallido en la Universidad de Córdoba. El libro coordinado por Martín Bergel contiene diez valiosas contribuciones y forma parte de la colección “Dimensiones del Reformismo Universitario” dirigida por Natacha Bacolla, Alejandro Eujanian y Diego Alejandro Mauro, cuya edición está al cuidado de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. La colección surge a raíz del clima conmemorativo y forma parte del programa “Hacia el Centenario de la Reforma Universitaria” impulsado por la Secretaría de Políticas Universitarias. La misma está compuesta por siete títulos coordinados por conocidos especialistas en la historia de la universidad y la educación, de los movimientos juveniles y los procesos de reforma institucional. Los libros que la integran asumen tanto una tarea de balance historiográfico como de difusión de nuevas investigaciones, debates y enfoques. En este sentido, la obra coordinada por Bergel, sexta de la colección, indaga en un aspecto que no había sido tratado anteriormente en forma sistemática ni vislumbrado en todo su alcance: el tópico del viaje reformista.

Son numerosos los trabajos de Bergel sobre los itinerarios intelectuales y políticos de figuras latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX a partir de la materialidad del viaje, la circulación de publicaciones y los intercambios epistolares en sus alcances trasnacionales, en especial en lo que concierne a la historia del APRA, al calor, entre otros factores, del movimiento reformista. En este sentido, el libro se inscribe en la literatura existente sobre la Reforma y la conecta con la línea de estudios sobre viajes culturales. Entra en sintonía, por ejemplo, con los trabajos de Paula Bruno, Beatriz Colombi, Gonzalo Aguilar y Mariano Siskind, entre otros referentes de la historiografía argentina, tal como el mismo Bergel señala en su introducción. A mi parecer, el libro también podría dialogar con otra agenda de investigación que viene cobrando cada vez más impulso y que mencionaré al final de esta reseña, sin otro fin que el de iluminar el rico potencial de la obra comentada.

Lo primero adestacar es que el libro está constituido por diez trabajos serios de autores que, en su mayoría, vienen investigando estos casos desde hace muchos años. Los textos son sólidos en el manejo de fuentes, rigurosos en el ordenamiento y análisis de la caudalosa información fáctica y -esto es también algo positivo- no son demasiado extensos, lo cual, sumado a una prosa cuidada y ágil, hace muy agradable su lectura.

Los viajes son como las biografías, movimiento puro. En este caso, conforme avanza la lectura, cada capítulo va enriqueciendo con protagonistas, escenarios e instituciones una trama de itinerarios conectados (¿podríamos hablar de redes?). Al final, el conjunto logra restituir el clima de emociones y experiencias intelectuales de una época, como si fuese una película contada desde diez ángulos distintos. La mayoría de los autores escoge contar la dimensión transnacional del movimiento reformista a partir de un personaje, en general canónico, mientras que uno de ellos la narra desde una institución (la asociación AGELA) y otro desde una generación (la “generación de los inconformistas” bolivianos, según Pablo Stefanoni).

Estas estrategias de entrada parecerían sedimentar en la biografía intelectual de una época; en varios capítulos aparecen nuevamente los protagonistas de capítulos anteriores, pero ahora como actores de reparto en un escenario diferente. La cámara va cambiando de posición. Esto me recordó, si se me permite la digresión, la novela La Colmena (1951) de Camilo José Cela, donde la narración coral se estructura como un montaje cinematográfico. Según apunta Cela en la nota a la primera edición, “su arquitectura es compleja (...) su acción discurre en Madrid -en 1942- y entre un torrente, o una colmena, de gentes que a veces son felices, y a veces, no”, y el resultado no es otro que el de un conjunto de vidas cruzadas. La diferencia con el libro coordinado por Bergel es que el espacio y el tiempo de la novela de Cela son uno solo: Madrid, apenas unos días del año 1942. En cambio, las vidas conectadas de los partícipes de la Reforma son retratadas a lo largo de múltiples espacios continentales y sus derroteros en la vida política o pública son examinados, con frecuencia, desde los años que preceden a 1918, del mismo modo que en la mayoría de los capítulos los viajes y virajes se prolongan mucho más allá de la década de 1920.

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Algunos de los trabajos reconstruyen un itinerario poco conocido de un personaje o muestran con mayor detalle sus desplazamientos y tipos de conexiones transnacionales. Algunos, además, avanzan hipótesis. Jorge Myers relaciona agudamente el helenismo del dominicano Pedro Henríquez Ureña con sus posiciones antiimperialistas que derivan hacia el socialismo. Mientras circula por instancias institucionales en México, Henríquez Ureña teje lazos con los estudiantes de otros países, en especial durante el Congreso Internacional de Estudiantes de 1921 (un hito que aparece en otros capítulos del libro) y se instala a partir de 1924 en Buenos Aires, en buena medida gracias a esas amistades. Juan Suriano –un autor cuya pérdida el año pasado lamentamos– describe el viaje de Alfredo Palacios a Lima y sus posicionamientos en relación con otros viajes latinoamericanos sucesivos, como el que realizó por varias ciudades latinoamericanas en 1923, cosechando simpatías de los estudiantes y homenajes universitarios. Es conocida su influencia sobre los estudiantes para que iniciaran su propio movimiento de Reforma al llegar a Lima en 1919. El texto sigue de cerca un Palacios anti-panamericanista, decano y presidente de la Unión Latinoamericana hasta el cierre de la década de 1920, cuando el golpe del general José Félix Uriburu marca un punto de inflexión, entre tantos otros aspectos, en su agitada militancia latinoamericanista.

Por su parte, para Martín Bergel, la experiencia del viaje de 1922 del joven Víctor Raúl Haya de la Torre fue su iniciación en el aprendizaje de códigos, tópicos y rituales que le permitirá posteriormente erigirse en líder y, al decir de Mella, encarnar el Ariel. Su paso por Bolivia, Argentina, Uruguay y Chile supo movilizar emociones que conectaron con la sensibilidad estudiantil y la prensa. En su derrotero internacional a partir de su exilio desde 1923, Haya de la Torre habrá aprendido -según el autor- un repertorio de gestos y comportamientos que lo catapultará en la figura en que se convirtió después. Si el viaje puede servir para construir una figura política a través de emociones en movimiento, también puede albergar una dimensión mesiánica. Así, Alejandra Mailhe encuentra en José Vasconcelos y en Ricardo Rojas un contenido esotérico y mesiánico en la experiencia del viaje. El “viaje espiritual” de Vasconcelos en 1922 es retratado en sus notas de viaje incluidas en La Raza cósmica (1925), con visiones proféticas sobre el mestizaje en su paso por Brasil, Uruguay, Argentina y Chile. Es interesante el efecto ambivalente que produce su regreso a Argentina en 1933 en los ex compañeros de ruta del reformismo continental, pues había devenido en un reaccionario apologeta de la Conquista.

Silvina Cormick recupera la experiencia de la única mujer de este concierto de figuras vinculadas al movimiento reformista, la chilena Gabriela Mistral. La autora demuestra la función de mediadora cultural que adoptó la célebre maestra entre intelectuales mexicanos y chilenos, pero también la comunión de valores desde su lugar de educadora popular por la transformación social, en Punta Arenas, con el movimiento reformista desatado en Argentina e influyente en los derroteros de la Federación de Estudiantes de Chile. Manuel Muñiz, por su parte, analiza el surgimiento del liderazgo de Julio Antonio Mella en la coyuntura reformista en Cuba, para el cual las visitas de intelectuales, los canjes de revistas y las cartas personales fueron fundamentales.

El capítulo de Pablo Stefanoni trabaja con la hipótesis de que la Reforma argentina alimentará con sus ideales a la “generación del Centenario” en Bolivia, la cual será, a su vez, “el semillero” de las corrientes marxistas y del nacionalismo revolucionario que gravitarán con fuerza en los años posteriores. No obstante, el viaje reformista traspasa el espacio latinoamericano y los itinerarios de esta “cofradía transnacional” superan la escala continental. En este sentido, Michael Goebel centra su estudio en la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos (AGELA) fundada en París en 1926. Según su hipótesis, la identidad latinoamericana se fortaleció con la experiencia de los viajeros y emigrados latinoamericanos en París en aquellos años, y de su contacto con otros emigrados de Asia y África resultará la inclusión de esta identidad en una asumida y más abarcadora identidad tercermundista décadas más tarde.

A continuación, Carlos David Suárez se centra en Germán Arciniegas, referente señero de la reforma universitaria en Colombia y, a la vez, conocido por sus apuestas editoriales. El autor caracteriza el tipo de intercambio epistolar del joven Arciniegas con los reformistas argentinos en la década de 1920 y concluye su ensayo con el arribo del colombiano a la capital argentina en 1940 como diplomático. Por último, Gustavo Sorá conecta la experiencia transnacional de Arnaldo Orfila Reynal con sus resonantes proyectos editoriales de años posteriores. El autor examina la vinculación entre reformismo y socialismo en las prácticas viajeras (nuevamente aparece con detalle el mito poético viaje al Congreso Internacional de Estudiantes en México en 1921) y los emprendimientos editoriales del intelectual argentino a lo largo de su vida.

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En general, este libro nos permite ver que luego del acontecimiento universitario de 1918 se perfila claramente un actor juvenil con nuevo impulso, cada vez más consciente de sí y con el anhelo -esto es importante- de intensificar los intercambios de palabras, emociones y proyectos emancipadores en una escala continental. Este actor necesita, para su expansión, de figuras intelectuales fuertes, con un capital social importante, a las que denomina “Maestros de la Juventud”. Estos títulos honoríficos, conviene recordar, no corresponden necesariamente a una relación de maestro-discípulo, ¿acaso los estudiantes limeños no otorgaron este título al presidente Augusto B. Leguía antes de su giro autoritario?

Es importante hace hincapié en que los viajes de confraternidad intelectual, la conferencia como dispositivo central, los lazos epistolares entre latinoamericanos y el intercambio de revistas existían desde antes de 1918, y es sobre estos esquemas conocidos que van a operar los actores de la nueva generación de la Reforma. En cada ámbito fuera de Córdoba y fuera de Argentina ya están presentes estos códigos y experiencias. Por ejemplo, podemos evocar el ateneísmo durante el gobierno de Venustiano Carranza -Jorge Myers da profusa cuenta en su colaboración y en más de un libro-; o los cambios previos que se producen en la Universidad de La Habana que Manuel Muñiz explica en detalle, junto con las visitas precedentes de intelectuales, como la de Manuel Ugarte y otras luminarias latinoamericanistas.

Un caso del que me he ocupado recientemente es el viaje de confraternidad universitaria americana de otro “Maestro de la Juventud”, el jurisconsulto internacionalista y catedrático argentino José León Suárez. A comienzos del mismo año 1918, Suárez viajó invitado por diversas instituciones académicas brasileras acompañado de jóvenes estudiantes elegidos por sus compañeros; lo movía una declarada vocación iberoamericanista.[1] Este intelectual fue siempre un activo cultor de lo que él llamaba “diplomacia de los pueblos”.

Lo anterior no va en desmedro del reconocimiento de la crucial influencia continental del movimiento Reformista que estalló en Córdoba; nadie pondría en duda la chispa que encendió en el Perú el viaje de Alfredo Palacios (capítulo póstumo de Juan Suriano) o el detonante que significó para la reforma cubana la presencia en 1922 en La Habana del rector de la Universidad de Buenos Aires, José Arce, y quizás a pesar suyo (capítulo de Manuel Muñiz). No obstante, considero importante no soslayar aquellos antecedentes -viajes, conferencias, publicaciones- previos a 1918, pues la Reforma cordobesa, por más disruptiva que fuera, no es una entelequia. Los textos reunidos en este libro hacen justicia a esta contextualización, lo cual pone en evidencia otro de los aportes de la obra.

Ahora bien, el viaje reformista es un tema que se conecta con otros programas de investigación vigentes sobre diplomacia cultural. El movimiento reformista no muestra una agenda de los “pueblos” separada radicalmente de la de los gobiernos, como algunos de los actores reformistas pudieron haber preconizado en sus discursos. Incluso el más radical, y prematuramente perseguido por el gobierno de Leguía, el joven Haya de la Torre, cuando llegó a Buenos Aires en 1922 (capítulo de Martín Bergel) vivió con entusiasmo la entrevista con el presidente Hipólito Yrigoyen, aunque Marcelo T. de Alvear luego lo defraudase.

Muchos de los trabajos del libro evocan en algún momento las funciones en la diplomacia oficial que cumplen, al mismo tiempo, los actores de la Reforma. El gobierno mexicano de la revolución es el caso más evidente en su relación simbiótica con los universitarios y el mundo intelectual, dentro y fuera del país. El mítico congreso de Estudiantes de 1921 fue pensado por el gobierno para conmemorar el Centenario de la Consumación de la Independencia mexicana, festejo orientado tanto a fomentar la unidad nacional como a publicitar internacionalmente el gobierno revolucionario. Los delegados reformistas argentinos estaban fascinados por la invitación posterior del presidente Álvaro Obregón para que lo acompañaran en una gira de treinta días por el interior del país en el tren presidencial (capítulo de Gustavo Sorá).

En cuanto a la proyección gubernamental mexicana en el exterior, el “Maestro de la Juventud” José Vasconcelos, como sabemos, presidió oficialmente la impresionante embajada mexicana en el Centenario de la Independencia del Brasil.[2] En tanto Secretario de Educación Pública y embajador extraordinario, pronunció discursos en frac, en contra del deseo del joven Haya de la Torre (quien, en una de sus exhortaciones, marca la hora de los congresos sin frac; citado en el capítulo de Martín Bergel). Natalia Bustelo nos recuerda a su vez que, finalizado el congreso estudiantil de 1921, el delegado argentino Pablo Vrillaud presidió enseguida una gira europea para propagar las resoluciones del Congreso, y su compatriota Héctor Ripa Alberdi se embarcó en otra de carácter latinoamericano con el mismo fin; ambas fueron financiadas por el gobierno mexicano.[3] Paralelamente, el gobierno peruano de Leguía invitó a la delegación de estudiantes argentinos a Lima en calidad de huéspedes de honor. Recordemos, asimismo, con respecto a Perú, que Alfredo Palacios, “Maestro de la Juventud” y disparador en Lima del movimiento reformista, había viajado en 1919 como invitado de honor del gobierno del civilista José Pardo y Barreda, debido a sus simpatías con la causa peruana en el asunto del Pacífico (capítulo de Juan Suriano), y no por invitación directa del mundo asociativo estudiantil.

Aunque no es el foco de los trabajos, esta “hora americana” se retroalimenta con la segunda oleada de los Centenarios patrios durante la primera mitad de la década de 1920. Los festejos se ofrecieron como grandes oportunidades para el tejido de lazos, escaparate de naciones y gobiernos, así como escenarios de utopías. Los gobiernos mexicanos se apoyaron en los intelectuales para el ejercicio de una diplomacia “formal” en esos contextos performativos. Por ejemplo, el filósofo Antonio Caso viajó a Lima como embajador oficial de México al Centenario de la Independencia peruana en 1921. Durante la oleada de los Centenarios en torno al año 1910, el “Maestro de la Juventud” por excelencia, el uruguayo José Enrique Rodó, había integrado junto con el poeta Juan Zorrilla de San Martín la embajada oficial del Uruguay en el Centenario de Chile. Rodó recibió cinco años más tarde la Medalla “Al Mérito” de Primera Clase de parte del Estado chileno por su vibrante discurso en el Parlamento durante los fastos.[4]

Con estos ejemplos quiero señalar que el libro abre pistas para entablar un diálogo enriquecedor con otros dos campos de investigación académica, a su vez relacionados entre sí. Por un lado, el de la nueva historia cultural de las relaciones internacionales, cuya atención está puesta en la diplomacia cultural, las embajadas “formales” e “informales” y la explosión internacional del mundo asociativo. Son cada vez más los trabajos que se anclan en distintos períodos, incluido el momento del viaje reformista. Instituciones, asociaciones profesionales, periódicos modernos, clubes de futbol, etc. realizaban intercambios de confraternidad con homólogos de países amigos desde el último tercio del siglo XIX. Y los estudios de estos intercambios múltiples, y cada vez más frecuentes en el cambio de siglo, se conectan, a su vez, con los trabajos existentes y en curso sobre conmemoraciones oficiales de los Centenarios, donde se ponen en escena discursos nacionales y transnacionales (latinoamericanismo, hispanismo, iberoamericanismo, panamericanismo, etc.).

Así, los Centenarios, la diplomacia oficial y los congresos intelectuales, pero también los encuentros internacionales de las instituciones más variadas, se entrelazan con los viajes reformistas. Lo gubernamental y la capilaridad asociativa se potencian y también, por supuesto, entran en tensión. Además de Haya de la Torre y su censura al frac, podemos recordar la frase final de un conocido artículo de José Carlos Mariátegui publicado a raíz del Centenario de la Batalla de Ayacucho en la revista limeña Variedades: “Los brindis pacatos de la diplomacia no unirán a estos pueblos. Los unirán en el porvenir los votos históricos de las muchedumbres”.[5]

Fue precisamente en aquellos festejos limeños por Ayacucho que Leopoldo Lugones y José Santos Chocano declamaron sus versos anti-democráticos en la “Fiesta de los poetas”. Al mismo tiempo, otros invitados de honor del gobierno de Leguía, como el jurista español Luis Jiménez de Asúa (quien luego sería expulsado de la universidad por el régimen militar de Miguel Primo de Rivera) participaban simultáneamente de las reuniones preparatorias para un Congreso Libre de Intelectuales Iberoamericanos impulsadas por el joven vasconcelista peruano Edwin Elmore.[6] Es conocida la pesadilla en la que derivó aquel sueño.

Referencias

SUÁREZ, José León Carácter de la Revolución Americana. Un nuevo punto de vista más verdadero y justo sobre la Independencia Hispano-Americana, Escoffier, Caracciolo, Buenos Aires, 1916

Diplomacia Universitaria Americana. Argentina en el Brasil, Escoffier, Caracciolo, Buenos Aires, 1918

YANKELEVICH, Pablo Miradas australes. Propaganda, cabildeo y proyección de la Revolución Mexicana en el Río de la Plata, 1910-1930, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México D.F., 1997

BUSTELO, Natalia V. La reforma universitaria desde sus grupos y revistas: Una reconstrucción de los proyectos y las disputas del movimiento estudiantil porteño de las primeras décadas del siglo XX (1914-1928). Tesis de posgrado, 2015. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata. En Memoria Académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.1307/te.1307.pdf, p. 339

RODÓ, José Enrique El centenario de Chile. Discurso pronunciado, en representación del Uruguay, en la sesión solemne celebrada por el Congreso chileno, durante las fiestas del Centenario, el 17 de Setiembre de 1910, Impresora Uruguaya Colombino S. A., Montevideo, 1975

MARTÍNEZ RIAZA, Ascensión “Las cicatrices de Ayacucho. España en la celebración de un Centenario Hispanoamericano”, Anuario IEHS, vol. 32, núm. 1, 2017, pp. 179-204

Notas

[5] Variedades, 6 de diciembre de 1924.
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