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La historia en la política y las políticas de la historia. Batalla cultural y revisionismo histórico en los discursos de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015)

History in Politics and the Politics of History. Cultural Battle and Historical Revisionism in the Speeches of Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015)

Camila Perochena
Universidad Torcuato Di Tella, Argentina

La historia en la política y las políticas de la historia. Batalla cultural y revisionismo histórico en los discursos de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015)

Prohistoria, núm. 33, 2021

Prohistoria Ediciones

Recepción: 29 Septiembre 2019

Aprobación: 31 Enero 2020

Resumen: El artículo se ocupa de analizar el vínculo entre historia y política durante las dos presidencias de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) y se interroga sobre las operaciones selectivas que, tanto en el discurso como en ciertas iniciativas oficiales, declinaron hacia determinados usos políticos del pasado. En tal dirección, se explora el papel que tuvo la batalla cultural que la presidenta se propuso librar y, dentro de ella, la que postuló la revisión y reescritura de la historia con el objeto de establecer las relaciones entre los lenguajes disponibles sobre el pasado y la construcción de una identidad política en el presente.

Palabras clave: Usos del pasado, identidad política, historia, batalla cultural, refundación.

Abstract: The article analyzes the link between history and politics during the two presidencies of Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015). It focuses on the political uses of the past that took place in the discourse and certain official initiatives. In this sense, the article explores the role played by the cultural battle and the revision and rewriting of history promoted by the president. In addition, the article analyzes the relationships between the available traditions of the past and the construction of a political identity in the present.

Keywords: Uses of the past, political identity, history, cultural battle, refoundation.

“Los hombres que participan en los grandes movimientos sociales imaginan su más inmediata actuación bajo la forma de imágenes de batallas que aseguran el triunfo de su causa. Yo propuse denominar mitos a esas concepciones cuyo conocimiento es de tanta importancia para el historiador”.

George Sorel, Reflexiones sobre la violencia

En el año 2007, Cristina Fernández de Kirchner (CFK) fue electa presidenta de la Argentina con el 46% de los votos y en 2011 logró ser reelegida con el apoyo de un 54% del electorado. A lo largo de sus dos gestiones, la presidenta pronunció 1.592 discursos, en los cuales hizo referencia a la historia en 814 casos. La apelación al pasado en el 51% de sus discursos es un indicador del relevante papel que CFK le atribuyó a la historia como instrumento de consolidación de una identidad política y de legitimación de cursos de acción desplegados durante sus gobiernos. Este artículo se ocupa de analizar el vínculo entre historia y política en el período aquí recortado y se interroga sobre las operaciones selectivas que, tanto en el discurso como en ciertas iniciativas oficiales, declinaron hacia determinados usos políticos del pasado.

El tema se inscribe, en términos más generales, en los estudios sobre memoria, entendida como la recuperación del pasado histórico que realiza una multiplicidad de actores sociales y políticos (Nora, 1984; Halbwachs, 2004). Sabemos que, tanto en el ámbito académico como en el espacio público, la memoria se ha convertido en un tema recurrente y que el concepto incluye una amplia variedad de fenómenos, desde las representaciones del pasado de colectivos o grupos sociales, gobiernos o partidos políticos, hasta el recuerdo autobiográfico y personal de sobrevivientes de totalitarismos y dictaduras (Pasamar, 2003:222). En este caso, nos centramos en las memorias oficiales entendidas como aquellas prácticas y discursos desplegados desde las instituciones oficiales buscan conmemorar públicamente el pasado. Las memorias oficiales son intentos de definir y reforzar sentimientos de pertenencia que apuntan a mantener la cohesión social y a defender fronteras simbólicas (Pollack, 2006). Al mismo tiempo, la memoria producida desde un gobierno no es unívoca, triunfante e incontestada. Las disputas por las representaciones del pasado son luchas por el poder que “implican, por parte de los diversos actores, estrategias para oficializar o institucionalizar una narrativa del pasado” a la vez que se busca “ganar adeptos, ampliar el círculo que acepta o legitima una narrativa, que la incorpora como propia identificándose con ella” (Jelin, 2001:36). Esto pone en cuestión, como plantea Alejandro Cattaruzza (2012), la idea de que existe una memoria impuesta y administrada desde el Estado y una memoria social que se expresa en los relatos de testigos y participantes. Desde el punto de vista historiográfico es preciso tener una mirada que registre la pluralidad de actores que combaten en torno al pasado para disputar el presente.

Ahora bien, en el marco del coro de voces que pugna por la memoria, se encuentra la voz emitida por los gobiernos, modulada a veces en clave coral. Una voz que tiene el poder de contar con los recursos –materiales y simbólicos– que le provee su posición dentro de la estructura estatal. Desde ese espacio, las políticas y discursos relacionados con el pasado se esfuerzan por “forjar una identidad colectiva, en particular una identidad nacional” que se corresponda con el tipo de sociedad que el partido en el poder considera deseable (Groppo, 2002:190). Estamos, en este caso, ante un uso político del pasado de carácter oficial, cuyas raíces son muy antiguas y alcanzan su momento de auge en el siglo XIX, cuando la elaboración de las historias nacionales se materializó en símbolos patrios, monumentos, museos y panteones de héroes. En el mundo contemporáneo, caracterizado –según Huyssen (2007)– por una “cultura de la memoria” alimentada de un historicismo expansivo y un presente obsesionado por el tiempo pretérito, la historia puede encontrar en los gobiernos de turno mayor o menor disposición a ser utilizada en el campo político.

En el caso que nos ocupa, CFK hizo un uso político intensivo del pasado, apoyándose en dos postulados fundamentales: en la necesidad de librar una batalla cultural y, dentro de ella, en revisar y reescribir la llamada historia oficial. Por tal motivo, el corpus de este trabajo está formado por aquellos discursos pronunciados por CFK durante sus presidencias en los que se hizo referencia a la “batalla cultural” y a la historia como problema[1]. El análisis se complementa con la referencia a iniciativas políticas relacionadas con el pasado y rituales políticos[2]. La hipótesis que se despliega en las siguientes páginas postula, en primer lugar, que la batalla cultural se inscribió en la aspiración de forjar en el presente una identidad política kirchnerista en sintonía con su vocación refundacional y con la de atribuirse un lugar en la historia de dos siglos que venía a representar un nuevo comienzo; en segundo lugar, que la voluntad de reescritura de la historia se pudo apoyar en la previa difusión de un cierto sentido común en torno a los viejos tópicos del denominado revisionismo histórico y en la preexistente debilidad y desprestigio de una crítica liberal en la arena política argentina.

La batalla cultural como madre de todas las batallas

La aspiración de librar una batalla cultural debe inscribirse en el contexto de un gobierno que recurrió a la estrategia de polarización como una forma de tramitar los conflictos políticos. CFK asumió con una legitimidad mayor a la que obtuvo Néstor Kirchner (2003-2007) en las elecciones que lo consagraron como presidente, y su gestión se caracterizó por profundizar el modelo político y económico de su antecesor (Ollier, 2015).[3] Dicha profundización implicó una radicalización del proyecto gubernamental, que se puso en evidencia a los pocos meses de iniciar la presidencia, en marzo de 2008, con el estallido del conflicto con los sectores agropecuarios.[4] Existe cierto consenso en la literatura acerca de que el llamado conflicto con el campo representó un parteaguas en el derrotero del kirchnerismo al instalar una creciente polarización en la arena política que reforzó las apelaciones populistas de un gobierno que comenzaba a autoidentificarse, cada vez más, como nacional y popular (Svampa, 2013; Novaro, Bonvecchi y Cherny, 2014; Cantamutto, 2013).

En ese contexto, el discurso de CFK fue trazando y delimitando las fronteras entre los prodestinatarios y contradestinarios de su discurso, en el sentido en el que Eliseo Verón (1996) definió ambas categorías. Puesto que el campo discursivo de lo político implica un enfrentamiento y una lucha entre enunciadores, Verón distingue un destinatario positivo o prodestinatario, que es el receptor que participa de las mismas ideas, que adhiere a los mismos valores y que persigue los mismos objetivos que el enunciador, y el destinatario negativo o contradestinatario que queda excluido del colectivo de identificación. La configuración de ambos polos estuvo atravesada, en el caso que nos ocupa, por la especial inclinación de CFK a adoptar una visión doctrinaria e ideológica de los problemas de gestión y por inscribir a estos en el marco de la batalla cultural que se propuso desplegar. Como veremos a continuación, los presupuestos en los que se apoyó dicha batalla constituyen la base para hacer inteligible el papel fundamental que ocupó en ella la historia y los usos políticos del pasado.

La batalla cultural a la que convocó la presidenta fue presentada como una parte esencial del proyecto de gobierno, y así lo demuestra la frecuencia con que aparece el sintagma en casi un centenar de los discursos que pronunció durante su primera gestión. El guión que siguió en ellos se fundó en la premisa de que el kirchnerismo sostenía “un proyecto político con objetivos económicos que permiten habilitar los verdaderos objetivos que deben ser los sociales y los culturales”.[5] La política debía, pues, estar al servicio de los “paradigmas culturales que deben tener las naciones y los pueblos para ser considerados como tales”.[6]

La batalla por las ideas se postuló como una gesta nacional, pero también como una lucha colectiva a escala latinoamericana en el contexto de identificación que el kirchnerismo estableció con los gobiernos contemporáneos de la región que se colocaban en el llamado giro a la izquierda (Levitsky y Roberts, 2010). Esa identificación del presente habilitaba la construcción de un nuevo relato histórico que, además de reconocer las identidades propias de cada nación, debía subrayar el pasado compartido con sus vecinos hermanados en la misma lucha: “Me parece que esta experiencia que están haciendo los pueblos latinoamericanos, cada uno con sus identidades, cada uno con su historia requiere también un nuevo relato y una nueva batalla cultural, que es la que viene ahora y que es la que tenemos que dar para lograr además la mejor calidad de vida de nuestros representados, del pueblo”.[7]

Ganar en el plano de las ideas era lo que permitiría avanzar en los objetivos políticos, sociales y económicos perseguidos. En el discurso de CFK, las variables económicas y el bienestar social no podían pensarse de manera autónoma de un proyecto ideológico que les diera sustento: “No hay modelo económico que no responda esencialmente a una previa formulación ideológica y política de cómo se establece ese modelo de acumulación económica y de las consecuencias sociales de ese modelo de acumulación económica”.[8] Desde esta óptica, las derrotas políticas y económicas estaban siempre precedidas por derrotas culturales: “nos han podido muchas veces derrotar política y económicamente porque antes nos vencieron culturalmente”.[9] Tales derrotas ocuparon un lugar significativo en el diagnóstico que CFK tomó como punto de partida; la “subordinación cultural” o “coloniaje cultural” que acompañó la historia de los dos siglos de vida independiente de la Argentina era el gran desafío que el nuevo proyecto debía encarar y superar.

La recurrencia al concepto de coloniaje se ensambló en la mayoría de los discursos con la presencia de un cómplice interno que lo estimuló, apoyó y reprodujo: la “colonización cultural se hizo desde adentro, no desde afuera”[10] porque existieron siempre “muchísimas elites, fundamentalmente de los pueblos de habla hispana” que, mirando hacia afuera, comenzaron a pensar “con categorías de pensamiento diferentes a las latinoamericanas”.[11] La consecuencia de esta operación fue la influencia que dichas elites ejercieron a lo largo de la historia para reforzar en el conjunto de la nación la idea de “que todo lo que podía ser criollo en la verdadera acepción del término, no servía, no valía, que valía lo de afuera, que solamente si éramos reconocidos desde afuera podíamos valer algo nosotros”.[12] En el imaginario del discurso presidencial, frente a ese pasado de oprobio, el presente abría un futuro prometedor, con un gobierno dispuesto a motorizar y cumplir aquello que la historia mantuvo pendiente; un imaginario que se hermanaba con los exhibidos por los gobiernos vecinos ubicados en el giro a la izquierda: “creo que hay en esta etapa de América Latina una batalla cultural muy fuerte que estamos dando en reconocer nuestras propias categorías de pensamiento, nuestras propias experiencias políticas e históricas como gobiernos”.[13]

Para superar la subordinación cultural era preciso, entonces, elaborar un “nuevo relato” en torno a los dos siglos de historia argentina transcurridos.[14] La tarea debía comprometer a las elites culturales y convencer a los enemigos del proyecto. Desde esta perspectiva, las primeras habían sido, por lo general, cómplices de las elites dominantes, y por ello el papel que CFK le otorgó a los intelectuales fue central. Tal como se expresa en el siguiente fragmento, el relato debía en la matriz nacional en el que el segmento pensante asumiera un papel proactivo:

“Los cientistas sociales tienen una importantísima tarea en esta reinvención que estamos haciendo de la Argentina, la del relato, la de las nuevas pautas culturales. Porque siempre los cientistas sociales se han anticipado o han hecho una descripción de cómo funcionaba la Argentina, de cuál era su modelo, de cuál era su orientación. […] Muchas veces hemos copiado, casi monocordemente, lo que venía como recetas infalibles desde afuera, es hora de que podamos relatar esta experiencia histórica, nuestra, única, que también importa en toda la región y que significa una revalorización de lo propio. No para negar lo de los otros, sino para incorporarse a los otros con más fuerza y desde la propia identidad”.[15]

Respecto de los enemigos del proyecto, el discurso kirchnerista los identificaba con los responsables en el pasado de instalar y reproducir la subordinación cultural: a “los grandes intereses, minoritarios pero concentrados y poderosos” que trabajaron “sobre el desánimo de la sociedad, sobre la desilusión, sobre la angustia, sobre el nada se puede” se le debía contraponer una decidida voluntad política por parte de quienes “hemos abrazado esta vocación”; una voluntad que se legitimaba por el hecho de “defender y representar los intereses de las grandes mayorías nacionales”.[16] A los enemigos del proyecto había que persuadirlos y convencerlos con el nuevo relato:

“Es necesario que demos esa gran batalla cultural, argentinos, de hacerles comprender a los que más tienen que no deben ver a los gobiernos que luchan por la distribución del ingreso, por la justicia y la dignidad como enemigos. Al contrario, son los mejores aliados, porque dan sustentabilidad social, cultural, a un país, a una nación, a una República”.[17]

La batalla, entonces, recién comenzaba, y en ese inicio que venía a terminar con dos siglos de frustraciones, se expresaba la vocación refundacional del kirchnerismo, compartida con la mayoría de los gobiernos posteriores a la transición democrática. La consagración del 25 de mayo de 2003, cuando asumió Néstor Kirchner la presidencia, representaba el momento de la regeneración que abría un nuevo futuro:

“En todos estos años de larga historia, muchos han sido los fracasos que hemos tenido los argentinos, desencuentros y enfrentamientos, pero pudimos liberarnos. Tal vez ellos lo hicieron con su sangre, del coloniaje territorial y político de las grandes metrópolis, pero tal vez en estos años que han corrido desde la historia, habían venido otros coloniajes, tal vez más sutiles, tal vez más imperceptibles que los militares o los territoriales. La colonización de las ideas, del pensamiento nos convencieron a los argentinos que no podíamos. […] Y hoy, hoy argentinos, permítanme acordarme de otro 25 de mayo, del 25 de mayo de 2003, cuando haciendo honor a nuestras convicciones, a nuestras ideas, le dijimos al pueblo argentino que podíamos ponernos de pie”.[18]

A partir de la consagración del nuevo calendario patriótico y nacional que ubicó al 25 de mayo de 2003 como un momento refundacional, la batalla cultural encontrará en las celebraciones bicentenarias de la Revolución de Mayo el escenario ideal para introducir una torsión semántica en el discurso. Si hasta allí la batalla se había presentado como una disputa entre las minorías concentradas y extranjerizantes y las mayorías derrotadas culturalmente, la sorpresiva movilización y espíritu festivo que acompañaron a la conmemoración de 2010 habilitaron a CFK a introducir un componente discursivo que apeló a la unidad:

“Por eso créame que cuando en este Bicentenario, este 25 de Mayo vi a millones de argentinos volcados a las calles festejando con alegría, reconociéndose los unos con los otros, sorprendiéndose de que no pasaba nada y éramos millones y millones volcados a la calle, de todos los partidos, de todas las ideas, de todas las religiones, de todas las clases sociales, de todas las profesiones, de todas las edades, de todas las provincias; nos dimos cuenta que nos querían convencer de que éramos sucios, feos y malos, y los argentinos tendremos defectos pero..., también hay algunos que no son peronistas, que están con nosotros y son fantásticos también, así que vamos para adelante, porque otra cosa que aprendimos, y tal vez no lo supimos escuchar bien oportunamente, es que para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino, ¡a levantar esa consigna fuerte, a levantar esa consigna fuerte! Porque la unidad nacional es un valor importante para seguir encarando esta transformación que venimos haciendo desde el año 2003”.[19]

La evocación de la consigna “para un argentino no puede haber nada mejor que otro argentino” –que Juan D. Perón vino a postular en su regreso a la Argentina, luego de su largo exilio– en reemplazo de la clásica “para un peronista no debe haber nada mejor que otro peronista”, revela la torsión semántica señalada y pone en evidencia la tensión existente entre kirchnerismo y peronismo (Montero y Vincent, 2013; Roca Rivarola, 2015). En el marco de construcción de una nueva identidad política kirchnerista, se destaca la escasa mención al primer peronismo en la genealogía trazada por la presidenta sobre la marcha ininterrumpida de coloniaje cultural.

El año 2010 era ya, desde esta perspectiva, un punto de llegada. Esto es, un momento de inflexión en el que el gobierno podía celebrar el Bicentenario de la revolución y el nuevo comienzo de 2003. En los siete años transcurridos, las minorías concentradas pasaron de ser triunfantes a estar derrotadas y por ello la “unidad nacional” alcanzada era, discursivamente, el corolario de una lucha librada en todos los frentes y, muy especialmente, en el campo de las ideas.

La historia en el campo de batalla

Desde el inicio de su gobierno, CFK demostró una deliberada voluntad por “escribir una historia diferente”[20] que, como una suerte de autobiografía colectiva aún no realizada, iluminara la autoconciencia de la nación: “Nos debemos también un relato diferente de nosotros mismos los argentinos, no autocomplacencia, no de ocultamiento, pero sí el necesario reconocimiento a los logros obtenidos”.[21] La intención de una reescritura de la historia apareció de forma recurrente en sus discursos: “Quiero y queremos los argentinos en esta etapa del Bicentenario, la reconstrucción de lo que podríamos denominar una nueva historia”.[22] Insistiendo, una y otra vez, en que “no es solamente la sustentabilidad de las variables macroeconómicas de un modelo virtuoso que desde el 2003 está generando cada vez más trabajo, más inversión, más producción, más exportación” sino y “por sobre todas las cosas un relato diferente de nosotros mismos, una mirada diferente de nosotros mismos hacia adentro y hacia fuera”[23] lo que conducirá a la verdadera transformación de la realidad, el discurso presidencial fue modelando su propia noción de historia.

CFK le asignó a la reescritura del pasado dos funciones fundamentales: por un lado, constituirse en una guía para la acción, y por otro, estar al servicio de la construcción y consolidación de una identidad nacional. Para que ambos atributos pudieran ponerse en marcha era necesario mostrar la verdadera historia que había sido ocultada o falsificada.

La historia como guía para la acción recuperaba la máxima ciceroniana de la historia como magistra vitae. En tanto maestra de vida debía humanizar a los personajes y próceres del pasado para acercarlos a “los hombres y mujeres de carne y hueso” que habitan el presente y vincularlos con las “luchas y oposiciones internas y fuerzas externas terribles” que debieron enfrentar.[24] Con la “humanización de los próceres” se buscaba mostrar que las acciones heroicas del pasado podían ser reeditadas en el presente. La función pedagógica de ese acercamiento sería la de no cometer “los mismos desaciertos o los mismos errores” que en el pasado.[25] La historia sería así una proveedora de verdades y errores que, aun atravesando momentos históricos diferentes, puede orientar la acción política de los gobernantes del presente, ofrecer lecciones para encauzar la vida colectiva, y evitar en el futuro los males que otras generaciones han padecido:

“Porque claro, la historia tiene sus entuertos, uno no llega a determinadas crisis, a determinados modelos de país sin haber pasado cosas en la historia. Y examinar esa historia no es para hacerlo con el dedo fiscal de señalar o de ponerse de un lado o del otro, sino para ver los argentinos en qué parte de nuestra historia, cuál fue el punto de inflexión donde nos equivocamos para no tener, con todo el potencial de nuestros recursos humanos, de nuestros recursos naturales, de la extensión de nuestro territorio, países como los que por allí vemos en el mundo desarrollado. Vemos que muchas veces nos hemos equivocado, no importa si fue de buena fe, de mala fe, por intereses, lo importante es examinar esa historia para no volver a cometer los mismos errores”.[26]

Bucear en el pasado para entender el presente no era, entonces, una mera tarea intelectual sino un deber cívico que el gobierno estaba obligado a encarar para conducir a la nación por el camino correcto:

“Por eso creo que a poco menos de un año del Segundo Bicentenario, los argentinos tenemos que mirar hacia atrás, no para reprocharnos cosas, pero sí para saber por qué nos pasaron determinadas cosas que permitieron que un país con nuestras potencialidades, con nuestros recursos humanos, naturales, una Argentina que había logrado allá por la década de los '50 ser la primera economía de Latinoamérica, construíamos aviones, barcos, autos, camiones, éramos punta de tecnología e innovación en todo el continente, llegamos a lo que llegamos en el año 2001”.[27]

La concepción de la historia como maestra de vida a la que apeló CFK, que presupone enseñar a los contemporáneos y a las siguientes generaciones a ser mejores que en el pasado, está subtendida por el principio que se funda en la utilidad de la historia, o de las historias, “como medios demostrativos repetibles en doctrinas morales, teológicas, jurídicas o políticas” (Koselleck, 1993:43). La utilidad de los ejemplos pasados presupone un tiempo continuo y muy lento que, a muy largo plazo, puede seguir vigente. En este sentido, el discurso de la presidenta osciló entre esta dimensión instructiva de la historia y otra que remite a la temporalidad que irrumpe con la modernidad, en la que la relación entre pasado, presente y futuro implicó dejar atrás la arraigada tradición de historia magistra vitae. En esta segunda dimensión, el pasado ya no tendría mucho por enseñar, porque los hechos y procesos son concebidos como irrepetibles, y la historia no podría interpretar el pasado y el presente sin incluir un futuro que la dotara de sentido.

El cruce entre ambas formas de concebir el tiempo histórico se pone en evidencia en muchos de los discursos aquí analizados y abre la segunda función que CFK le atribuyó a la tarea de reescribir la historia. A saber, la que la coloca como un dispositivo para forjar identidades; esto es, como una toma de conciencia colectiva, como un reservorio de la memoria nacional y como un motor para el cambio. Las “convicciones” que se nutren del pasado, de la “verdadera historia”, aparecen como agentes movilizadores de las sociedades –especialmente de los jóvenes– y son las únicas capaces de construir un futuro: “Porque tenemos historia es que podemos construir futuro, los pueblos sin historia o los que pretenden ignorarla o enterrarla, o los presuntos desmemoriados son los que nunca pueden llegar a ningún lado”.[28]

La historia recupera aquí la concepción decimonónica desde la cual se constituyó como el fundamento de relatos identitarios que dotaron de sentido a la construcción de los nuevos estados nacionales. En el discurso de CFK, la consolidación de una identidad nacional viene así a ocupar el lugar vacante de aquello que no se plasmó sino de manera incompleta a lo largo de dos siglos: “Yo les pido que construyendo su propia historia, su propia identidad, también están construyendo la historia de todos nosotros. Nosotros no imitamos a nadie, porque en fin, cada uno es producto de la época y de la historia y del momento histórico en que le toca vivir”.[29]

La toma de conciencia de una identidad común, sin contaminaciones de influencias extranjeras, era una tarea simultánea a la de la reescritura de la historia nacional; ambas se retroalimentaban y se inscribían en la “historia nacional y popular” que, en su nuevo trazo, “representa a los intereses de los jóvenes, de los chicos, de los trabajadores, de los intelectuales, de los empresarios, de los comerciantes, para no equivocarse”.[30] En la medida en que esta nueva y verdadera historia representara a ese conjunto identitario definido como lo nacional-popular, el margen de error de la acción política colectiva –magistra vitae– se haría cada vez más estrecho.

Ahora bien, para que ambas operaciones pudieran confluir era preciso, como adelantamos, distinguir la historia verdadera de la falsificada:

“El gran desafío es que el campo nacional y popular pueda institucionalizar; pero no, eso no se hace a través de una ley o de un decreto. La institucionalización de un modelo de país es cuando se hace carne en el conjunto de la sociedad porque visualiza que ese es el camino más acertado como país y como nación. Para eso hemos debido luchar contra una fuerte subordinación cultural impuesta históricamente por la historia falsificada desde 1810 a la fecha”.[31]

La noción de que existe una “historia falsificada” no es propia del kirchnerismo sino que remite a la tradición revisionista, elaborada en la década de 1930. La historia falsificada es el título de uno de los libros más conocidos del historiador revisionista Ernesto Palacio en el que sostenía que “cada época histórica necesita construir su propia lectura del pasado adecuado a los requerimientos del momento presente” (Devoto y Pagano, 2009:246). Por tal motivo, el autor consideraba que los relatos de la llamada “historia liberal” –representada por Bartolomé Mitre y Vicente F. López– escrita en un período de optimismo hacia el futuro, ya no eran adecuados para la Argentina de los años ’30, caracterizada por el pesimismo y el decadentismo.

En el discurso de CFK la “historia falsificada”, también identificada como “historia oficial” y la “historia liberal”, era la responsable de la subordinación cultural desde los orígenes de la nación. Así, por momentos, la historia oficial aparecía tergiversando los hechos –faltando a la verdad– y en otros emergía como una operación consciente y voluntaria de ocultamiento por parte de ciertos grupos de poder para mantener el status quo. La frontera entre falsedad y ocultamiento es muchas veces difícil de trazar en los discursos, aunque se pueden citar ejemplos que ilustran la segunda acepción:

“A esos patriotas [refiriéndose a San Martín, O’Higgins y Bolívar], muchas veces la historia oficial los muestra como seres puros, etéreos, casi de mármol con el objetivo de hacernos pensar que entonces es imposible ser como ellos y reproducir las gestas y las acciones que ellos tuvieron para liberar a sus pueblos de lo que era en aquel momento el yugo colonial. Tal vez tenga también la secreta intención muchas veces de querer convencernos a nosotros, los gobernantes, que transformar la realidad y cambiar la vida de los hombres y mujeres que han confiado en nosotros a través del voto popular, suele ser una tarea ímproba e imposible de realizar en un mundo en donde ya todo está escrito con reglas rígidas. La realidad actual, tan impensada, tan derribadora de paradigmas que muchos creían sacralizados, nos enseña que ninguna gesta es imposible y que no hay nada absolutamente centralizado, que está en todos y cada uno de nosotros, en quienes tenemos responsabilidades políticas al frente de nuestras sociedades”.[32]

Aquí no se ponía en duda el papel excepcional de los patriotas invocados y consagrados en el Panteón de Héroes de la Patria por parte de la historia oficial, sino la “secreta intención” de quienes la escribieron de obturar cualquier tipo de réplica en el presente de actos también excepcionales para transformar la realidad. Desde esta perspectiva, el discurso de CFK presentaba a los gobernantes como víctimas de una suerte de conspiración generalizada de quienes elaboraron la historia oficial con el objeto de congelar el pasado para evitar toda posible reedición en el futuro: “Lo bueno es no ocultar nada debajo de la alfombra y mostrar todo tal cual pasó para entender, para aprender y en todo caso para replicar en esta historia contemporánea y en este momento histórico que nos toca vivir a cada uno de nosotros que también somos capaces de grandes hazañas”.[33] Frente a los falsificadores de la historia, CFK se presentó de manera recurrente como la transmisora de una “verdadera historia” de la Argentina, que “más temprano o más tarde, siempre, absolutamente siempre, la verdadera historia se conoce”.[34]

¿Reescribir la historia o replicar el revisionismo histórico?

Tal como mencionamos, la idea de una historia falsificada que requiere ser reescrita, remite en Argentina al revisionismo histórico. Ya ha sido señalado por diversos autores que el término revisionismo histórico se ha utilizado para aludir a visiones y autores que presentan diferencias y matices como asimismo variaciones en el tiempo (Quatrocci Woison, 1995; Cattaruzza, 2003; Halperín Donghi, 2005; Chiaramonte, 2013; Goebel, 2013). No es el propósito de este artículo detenerse en tales variaciones sino delinear muy rápidamente algunos de sus rasgos para encuadrar y analizar la adhesión que exhibe CFK hacia la corriente revisionista y su diatriba contra una “historia oficial”. Entre dichos rasgos se destaca la emergencia y consolidación de una visión que reivindicó un nacionalismo de carácter antimperialista y antiliberal.

En este sentido, cabe recordar que, si bien el primer peronismo se montó sobre un discurso nacionalista y antimperialista, las relaciones entre el revisionismo y el peronismo no estuvieron siempre en consonancia. Alejandro Cattaruzza (2003) y Julio Stortini (2015) han analizado esos vínculos y coinciden, en términos generales, en la periodización que los atraviesa. Cattaruzza destaca que a pesar de las diferencias de perspectivas y visiones que distinguieron a los autores del primer revisionismo de los años ‘30, estos eran reconocidos como grupo en los campos en los que actuaban. Y una de las consignas que distinguía al grupo era la de cambiar la historia oficial dominante por una más “verdadera” y adecuada a los intereses de la nación. Tal como afirma el autor, “fue la imagen de una ‘historia oficial’ monolítica, que constituyó parte de la vulgata revisionista, la que persistió” como operación para librar “su combate imaginario y posicionarse en él” (Cattaruza, 2003:149). El éxito del revisionismo fue, precisamente, el de crear un adversario que, en aquel momento, encontró en la Historia de la Nación Argentina dirigida por Ricardo Levene publicada a partir de 1936, el contrincante a medida. Aunque dicha obra colectiva revela muy diversas interpretaciones sobre el pasado, fue identificada como la “historia oficial” que venía a continuar la línea fundadora de la tradición liberal que los revisionistas recusaban. Así, afirma Cattauruzza (2003:156), “la invención y difusión de la imagen que planteaba la existencia de una lucha entre la ‘historia oficial’, un bloque sin fisuras, y sus impugnadores, otro conjunto que se pretendía uniforme, fue quizás el triunfo más importante del primer revisionismo”. En esa estilización, la historia oficial quedó identificada a la tradición liberal, ya sea conservadora o democrática, y el revisionismo al nacionalismo.

Con el triunfo del primer peronismo, las relaciones con el revisionismo fueron sinuosas y sus autores no hallaron en el gobierno de Perón la recepción a la que hubieran aspirado. Es decir, el primer peronismo no hizo suya la versión revisionista de la historia ni confrontó con la historia liberal, como indican los siempre mencionados nombres que adoptaron los ramales de los ferrocarriles nacionalizados que remitían al panteón de padres de la patria diseñado por la tradición liberal. Será recién con la caída de Perón y su largo exilio entre 1955 y 1973 cuando el peronismo y el propio Perón se apropien de la versión revisionista de la historia (Cattaruzza, 2003). Una apropiación que se dio entrelazada con los tópicos que aportaba la izquierda nacional en un período de intensa movilización social y política y que colocaba a esta versión del pasado como la representante de las voces de las masas oprimidas, olvidadas y perseguidas. En este período, el revisionismo fue la versión oficial de la historia que propagó el peronismo proscripto y que alcanzó una amplísima difusión en amplios sectores de la población que no se reducían a los círculos intelectuales.

El repertorio original revisionista se nutrió de este nuevo clima más radicalizado para consagrar los tópicos que fueron su marca registrada: la recusación de la tradición política liberal, la reivindicación del nacionalismo y de un antimperialismo ya no solo antibritánico sino también antinorteamericano, la insistencia en teorías conspirativas entre intereses extranjeros y las elites económicas y políticas locales, la denuncia del modelo agroexportador como usina de dependencia en contraposición a un modelo industrialista nacional. El triunfo de Perón en 1973 vino a consagrar desde el poder esta versión de la historia. A este momento del revisionismo Stortini lo denomina de “liberación”, cuando su recuperación se realizó “bajo las consignas de la liberación nacional y la lucha contra el imperialismo” (2015: 93).

En ese ambiente de efervescencia y fervor revisionista, CFK y su antecesor iniciaron su militancia dentro del peronismo y compartieron la visión estilizada del pasado que tenían disponible y que se extendía mucho más allá del movimiento político que la adoptaba. Un clima político que cambió drásticamente luego de 1976 pero que no ocluyó la penetración que esos relatos del pasado habían alcanzado. A partir de la transición democrática, Stortini (2015) registra un tercer momento revisionista, de “conciliación”, durante el gobierno peronista de Carlos Menem, cuando se recuperó la figura de Juan Manuel de Rosas, ya reivindicada por el primer revisionismo. Pero esta recuperación del rosismo por parte del gobierno menemista no se hizo en nombre de una liberación nacional como en los años setenta sino para cimentar un espíritu de unión y concordia. Finalmente, el autor señala un cuarto momento, que denomina de “redención”, que se corresponde con los gobiernos kirchneristas, especialmente con el de CFK, cuando el revisionismo encontró en el Estado un apoyo y reconocimiento institucional (Stortini, 2015; Montero, 2012).

Este apoyo se expresó en discursos, rituales y museos, y se materializó en la institucionalización de esta línea interpretativa del pasado con la creación, por decreto presidencial, del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego en noviembre de 2011. En los fundamentos de dicho decreto se establecía que su finalidad era estudiar, investigar y difundir “la vida y la obra de personalidades y circunstancias destacadas de nuestra historia que no han recibido el reconocimiento adecuado en un ámbito institucional de carácter académico”.[35] Entre los objetivos que se trazaban para el Instituto se destacaba que

“no se abocará en exclusividad a la figura del mártir de Navarro [en referencia a Dorrego] sino a la reivindicación de todas y todos aquellos que, como él, defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante de quienes han sido, desde el principio de nuestra historia, sus adversarios, y que, en pro de sus intereses han pretendido oscurecerlos y relegarlos de la memoria colectiva del pueblo argentino”.[36]

En uno de sus enunciados se subrayaba, además, que se “reivindicará la importancia protagónica de los sectores populares, devaluada por el criterio de que los hechos sucedían sólo por decisión de los ‘grandes hombres’”. A pesar de esta proclamada vocación por reivindicar actores colectivos en contraposición a una historia construida por grandes héroes, el decreto continuaba:

“Que la actividad del Instituto permitirá profundizar el conocimiento de la vida y obra de los mayores exponentes del ideario nacional, popular, federalista e iberoamericano, como José de SAN MARTIN; Martín GÜEMES; José Gervasio ARTIGAS; Estanislao LOPEZ; Francisco RAMIREZ; Angel Vicente “Chacho” PEÑALOZA; Felipe VARELA; Facundo QUIROGA; Juan Manuel de ROSAS; Juan Bautista BUSTOS; Hipólito YRIGOYEN; Juan Domingo PERON y Eva DUARTE de PERON, entre otros. Asimismo, estudiará la trayectoria de otros próceres iberoamericanos como Simón BOLIVAR, Bernardo O’HIGGINS, el mariscal Antonio José de SUCRE, Miguel Gregorio Antonio Ignacio HIDALGO, José MARTI, Manuel UGARTE, José VASCONCELOS, Rufino BLANCO FOMBONA, Augusto SANDINO, Luis Alberto HERRERA y Víctor Raúl HAYA DE LA TORRE”.[37]

El panteón quedaba así consagrado por decreto para exponer el “ideario nacional, popular, federalista e iberoamericano” que se instalaba en la matriz ya mencionada de una historia olvidada, oscurecida y relegada por una historia oficial que representaba a los adversarios identificados con el “embate liberal y extranjerizante”. Había que restituir otra memoria colectiva y para ello el Instituto se abocaría a generar publicaciones, organizar eventos culturales y congresos, tanto en su sede como en “establecimientos educacionales, civiles y centros de cultura del país”; colaboraría con las autoridades nacionales, provinciales y municipales como asimismo con las instituciones de enseñanza oficiales y privadas “para enseñar los objetivos básicos que deben orientar la docencia para un mejor aprovechamiento y comprensión de las acciones y las personalidades de las que se ocupará el Instituto” y para asesorar “respecto de la fidelidad histórica en todo lo que se relacione con los asuntos de marras”; se dedicaría, además, a la “creación de museos, archivos y registros documentales, biográficos, bibliográficos, iconográficos, numismáticos, filatélicos y similares, como así también, la realización de concursos y cursos literarios, históricos y musicales, entre otros, pudiendo otorgar distinciones y premios, dentro y fuera del país”.[38]

No es el propósito de este artículo detener el análisis en el círculo de revisionistas o neo-revisionistas del que se rodeó CFK para llevar a cabo sus iniciativas gubernamentales vinculadas a la historia y del que se nutrió en la elaboración discursiva sobre el pasado, sino solo decir que la creación del Instituto de Revisionismo Histórico fue foco de controversias. Cabe recordar en este sentido que, en el ámbito académico, la disciplina histórica asistía desde el regreso de la democracia a un creciente proceso de profesionalización y revisión de los relatos patrióticos más difundidos, entre ellos los del propio revisionismo, y que por cierto venía investigando intensamente cada uno de los temas que el decreto mencionaba como olvidados por la historiografía. Instalar, pues, por decreto una visión del pasado en un contexto que reclamaba la pluralidad de enfoques y perspectivas históricas no podía sino generar polémicas. No viene al caso reponer esas controversias públicas sino solo citar, a modo de ejemplo, la declaración que emitieron los investigadores del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) en la que manifestaron que, más allá del “carácter anacrónico del guión ‘revisionismo histórico’ versus ‘historia oficial liberal’ como el gesto demagógico de contraponer la investigación histórica académica (por ende, oscura y elitista) al ensayo divulgativo de formas y contenidos populares (que relata en forma popular las gestas también populares que ocluye la primera)”, lo más importante era impugnar la adopción por parte del Estado de una determinada escuela o tradición historiográfica: “un Estado democrático no debería suscribir escuelas historiográficas, ni artísticas ni filosóficas, sino ser el garante de la pluralidad de todas ellas; la suerte de estas escuelas o corrientes se debe jugar en el campo específico de la historia, del arte o de la filosofía, con sus propias reglas de juego: las de la producción, la creación y del libre debate, sin la menor interferencia del poder estatal”.[39]

El clima conmemorativo bicentenario agudizó las polémicas por las memorias del pasado y por el papel que el Estado debía o no tener en la (de)construcción de las representaciones sobre la historia, y puso en evidencia los procesos selectivos en los usos políticos del pasado oficial (Perochena, 2018). En dichos procesos, uno de los momentos y personajes más reivindicados por la entonces presidenta, en sintonía con la tradición revisionista, fue el rosismo. Como veremos a continuación, en la figura de Juan Manuel de Rosas, CFK buscó condensar los principales tópicos de su discurso nacional-popular para confrontar, en una matriz maniquea, con las imágenes que la historia liberal había ofrecido sobre el personaje y sobre el período que lo tuvo como protagonista entre 1829 y 1852[40].

Juan Manuel de Rosas en el panteón

Frente a las imágenes del rosismo heredadas de la historiografía liberal, que lo exhibían como un tirano o dictador que gobernó con la suma del público para silenciar y reprimir cualquier atisbo de oposición, CFK recuperó el momento rosista en las claves revisionistas. Si bien la revisión del rosismo ya había comenzado a plantearse en la reflexión de autores precedentes a los revisionistas de la década de 1930, y a pesar de que la reivindicación de Rosas no haya sido unánime ni homogénea dentro del grupo, la idea de reparar la figura de Rosas estaba vinculada a los dos tópicos centrales que estos autores compartían: el antimperialismo y la defensa de la soberanía nacional. Esta reivindicación se fue estabilizando para formar parte, luego, del repertorio peronista en los años ’60. El rosismo vino así a representar a los sectores populares y al gauchaje rural de la nación profunda para crear una memoria del peronismo que encontraba en el siglo XIX al líder federal que, como Perón, había sido derrocado y obligado a emprender un largo exilio.

Según indicamos en el apartado anterior, el arco trazado entre revisionismo y peronismo en sus diversas etapas se reactualizó durante el gobierno de Carlos Menem, quien le otorgó a la figura de Rosas un lugar central. Sus restos fueron repatriados, en Buenos Aires se erigió un monumento en su honor y su retrato apareció en billetes y estampillas. No solo eso: el Instituto Rosas que había sido creado en 1938 por el primer revisionismo fue oficializado por decreto presidencial en 1997 con el nombre de Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, fijándole como finalidad primordial la enseñanza y exaltación de la personalidad y gobierno del personaje.[41]

Con estos precedentes, las imágenes que revalorizaban el rosismo fueron restituidas por CFK. Rosas formó parte de la Galería de los Patriotas Latinoamericanos del Bicentenario, constituida por 24 retratos exhibidos en la Casa de Gobierno e inaugurada el 25 de mayo de 2010; formó parte también de la selección de personajes locales e iberoamericanos mencionados en el decreto de creación del Instituto de Revisionismo Histórico donde confluían el padre de la patria con los caudillos provinciales, Irigoyen con Perón y Eva, y los libertadores independentistas hispanoamericanos con personajes emblemáticos de la tradición de las izquierdas nacionales. Dentro de ese panteón, sin embargo, Juan Manuel de Rosas mereció un tratamiento especial durante la presidencia de CFK, que se expresó no solo en sus discursos sino también en ciertas iniciativas, entre las que se destaca el decreto que estableció en el año 2010 un nuevo feriado nacional permanente en el calendario cívico. El día 20 de noviembre se instituyó en el “Día de la soberanía nacional” en conmemoración de la batalla de la Vuelta de Obligado en la que la Confederación rosista enfrentó en 1845 a la flota anglo-francesa.

Los fundamentos del decreto resaltaban que en esa batalla “algo más de un millar de argentinos con profundo amor a su patria enfrentó a la Armada más poderosa del mundo, en una gesta histórica que permitió consolidar definitivamente nuestra soberanía nacional” y que “en dicha época existía un contexto político interno muy complejo y con profundas divisiones que propiciaron un intento de las entonces potencias europeas, Francia e Inglaterra, por colonizar algunas regiones de nuestro país”. La conmemoración debía pues contribuir a “fortalecer el espíritu nacional de los argentinos, y recordar que la Patria se hizo con coraje y heroísmo”.[42] Aunque la batalla de la Vuelta de Obligado terminó con la derrota de las fuerzas confederales, la fecha era para el revisionismo histórico el símbolo de una epopeya de las glorias de la nación que realzaba el papel de Rosas. Se trataba de una conmemoración que los primeros revisionistas habían realizado desde la década de 1930 y que luego se transformó en actos políticos que contaron con la participación activa de grupos peronistas (Cattaruzza, 2003).

CFK recuperó esa tradición para darle entidad de feriado nacional con el objeto de fijar en ese acontecimiento una memoria que se vio materializada en diversos formatos y lenguajes. Por un lado, se le otorgó a la Vuelta de Obligado un lugar central en las iniciativas museísticas plasmadas por decisión presidencial, como fueron los casos del Museo Bicentenario inaugurado el 24 de mayo de 2011, ubicado detrás de la Casa de Gobierno y emplazado en la antigua aduana de Buenos Aires, y el Museo Malvinas, instalado en el simbólico predio que había ocupado la ESMA e inaugurado el 10 de junio de 2014 (Perochena, 2016). Por otro lado, se erigió un monumento en las costas del río Paraná con el objeto –según expresó CFK– de “recordar una epopeya premeditadamente ocultada desde hace 165 años por la historiografía oficial”.[43] El monumento, diseñado por el artista Rogelio Polesello, es un semicírculo que representa las cadenas utilizadas en 1845 para impedir el paso de la flota anglofrancesa acompañado por una gigantografía con el retrato de Rosas. En la ceremonia de inauguración, la presidenta hizo una analogía entre las cadenas del monumento y las “cadenas culturales” del presente que son más “invisibles y profundas”. Luego, uno de los organizadores del acto, Luis Launay, y quien fuera designado director del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico, Pacho O’Donnell, le entregaron a CFK la “Orden de la Soberanía Nacional”. Cabe destacar la cuidadosa puesta en escena del evento, realizado al atardecer, con el monumento iluminado sobre un fondo de vegetación que se continuaba en el río cercado de barcos. Al igual que las celebraciones del Bicentenario, todo estuvo cuidadosamente pensado y organizado por Javier Grosman, quien en una entrevista personal explicó que en la organización de las ceremonias públicas que estuvieron a su cargo se buscaba transmitir las “tres E”: “la construcción de un relato épico, ético y, de ello se desprende, un relato estético”.[44]

Ahora bien, lo que interesa destacar en este caso es que la reivindicación de la figura de Rosas habilitaba la actualización de, al menos, cuatro cuestiones que se proyectaban a las claves políticas del presente: el nacionalismo, el antimperialismo, el industrialismo y el federalismo. En lo que respecta al nacionalismo y al antimperialismo, la Vuelta de Obligado fue un instrumento para acusar a sectores de la oposición de complicidad con intereses extranjeros. La referencia en el decreto a que la situación de 1845 era la de un campo político dividido que estimuló los intereses de las potencias a someternos al coloniaje dejaba implícita la idea de una complicidad interna. Una idea implícita que, en los discursos de la presidenta, se hacían explícitas para trazar el puente entre pasado y presente:

“Junto a los ingleses y a los franceses en sus naves venían también argentinos, argentinos unitarios que estaban en contra del gobierno de Rosas y que venían en barcos extranjeros a invadir su propia tierra. Por eso he aprendido con los años que mucha de las cosas que nos han pasado y nos siguen pasando, no son tanto un problema de los de afuera, sino un problema de los de adentro, de nuestros propios compatriotas que prefieren, a pesar de no entender que las diferencias internas se deben canalizar internamente, colaborar con los de afuera en contra de los intereses de su propio país”.[45]

Esta apelación antimperialista se asociaba con un modelo industrialista. Para CFK Rosas fue “el primer precursor de la industrialización de nuestras materias primas”.[46] Este proceso se habría visto interrumpido por la batalla de Caseros de 1852, cuando las fuerzas conjuntas del gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, en alianza con el Imperio de Brasil, Uruguay y Corrientes, depusieron a Rosas. Caseros no sería, pues, un momento en el que “se derribó un tirano”, sino aquel en el que el país perdió la posibilidad de industrializarse.[47] Para reforzar esta idea, la ex presidenta colocó como contraejemplo de Caseros a la guerra civil norteamericana de 1861-1865:

“Lo qué significó, por ejemplo, para Estados Unidos la Guerra de Secesión, en la cual […] había una conflictividad fuerte entre el Norte […] que pedían industrializarse […] y el Sur que se planteaba como un país monoproductor de algodón, en plantaciones y entonces necesitaban a los negros como esclavos trabajando en las plantaciones […] Aquí […] a partir de Caseros, todos creíamos que habían derrotado al tirano […] pero lo cierto es que lo que estaba en pugna era también qué modelo económico de desarrollo y cómo se inscribía la Nación Argentina, si como un segmento de la economía internacional o con un proyecto propio industrial muy incipiente, que había a través de los saladeros, de la talabartería, de la gran ponchería que se hacía en las provincias del norte”.[48]

Las menciones al rosismo y a la Batalla de Caseros, haciendo énfasis en la cuestión del desarrollo industrial, se dieron fundamentalmente entre marzo y julio de 2008, en el contexto de la crisis con el campo. En este punto, industrialismo, nacionalismo y antimperialismo se configuraron discursivamente como conceptos que se retroalimentaron en una línea signada por la noción de fracaso y proyecto interrumpido. Esta línea se nutrió de la recurrente imagen revisionista que buscaba convertir a las producciones artesanales locales del siglo XIX en un incipiente proceso de industrialización y a la constelación de provincias autónomas en una nación ya consolidada.

Con respecto al federalismo, el discurso presidencial estableció un vínculo directo con el rosismo. La referencia al pasado reactualizaba la identificación de CFK con lo federal. En numerosos discursos sostuvo que venía a saldar una deuda histórica: la de la equidad territorial. Esa deuda podía ser saldada mediante la construcción de obras de infraestructura en el interior y la redistribución de la riqueza en términos geográficos hacia “la Patagonia olvidada y el Norte postergado”.[49] La presidenta diferenciaba, así, “dos modelos” en la historia política argentina: un modelo histórico “centralista” y “unitario” que “tuvo interregnos muy breves de un modelo federal”.[50] Ambos modelos marcaban la separación entre un “país profundo” y un “país del puerto”.[51] En un discurso por el aniversario de la fundación de Santiago del Estero, CFK sostuvo que las asimetrías regionales se explicaban porque el modelo unitario “centró en el puerto todo el desarrollo ahogando a todas estas formidables economías regionales”.[52] En contraposición a este, el modelo federal, del que Rosas era su líder emblemático, no estaba centrado en la producción de materias primas sino que “querían un país igualitario con economías regionales donde agregaran valor y generaran trabajo”.[53]

El gobierno se presentaba como el encargado de revertir, desde 2003, “un modelo de desarrollo que viene desde hace 200 años”,[54] y a su vez como un continuador del modelo federal: “Las luchas de Facundo y del Chacho, no son diferentes a las luchas del presente, son las luchas por la equidad, por la equidad social, por la equidad geográfica”.[55]

En el panteón de la memoria federal, CFK incluyó también a la esposa de Juan Manuel de Rosas, Encarnación Ezcurra. Durante la conmemoración del Día de la Soberanía Nacional de 2011, y en un evidente gesto de equiparación entre ambas, la presidenta afirmó:

“Yo luzco muy orgullosa esta insignia federal que me colgó recién un Colorado del Monte, con la figura del brigadier don Juan Manuel de Rosas y de su esposa doña Encarnación Ezcurra, esa gran mujer ocultada por la historia, verdadera inspiradora de la revolución de los restauradores, que permitió precisamente que el Movimiento Federal pudiera continuar. Pero bueno, a las mujeres siempre nos cuesta más aparecer, ahora cuando aparecemos hacemos historia como doña Encarnación”.[56]

La consigna de que existía una historia oculta encontraba en el rosismo un momento adecuado para desnudar las falsificaciones que CFK atribuía a la historia oficial. Iluminar la verdadera historia de aquel período implicaba iluminar un camino que había sido truncado y que la presidenta se proponía recuperar. La imagen de esa recuperación se construyó en clave de una nación llamada a defender su soberanía ante las afrentas imperialistas de los países más poderosos, a continuar el camino de la industrialización y a corregir el secular centralismo para garantizar un federalismo equitativo ante las provincias más postergadas. Esa imagen debía traducirse en “manifestaciones culturales que ayudarán a establecer la importancia de la revisión histórica” conforme al ideario nacional y popular.[57]

Epílogo: ¿por qué disputar por el pasado?

CFK solía apelar en sus discursos a la popular imagen de “la historia del Billiken”, asociándola a la versión tradicional y oficial del pasado, para afirmar que aspiraba a tener “otra historia”.[58] La frase, en su formulación simple y evocadora, sintetiza una operación política que se proyectaba con un amplio alcance. Por un lado, la batalla cultural fue una apuesta que logró, en el mediano plazo, instalar una identidad política propia para el kirchnerismo nacido de las elecciones de 2003 dentro del seno del peronismo, y una imagen de nuevo comienzo –para los prodestinatarios de su discurso político– y de punto de inflexión –para los contradestinatarios– respecto del pasado. En este plano, la batalla se desplegó con intensidad y, según las coyunturas, extremó la polarización dentro del campo político como estrategia de construcción de poder y de tramitación de los conflictos. Por otro lado, la voluntad de reescritura de la historia no quedó en una mera formulación discursiva sino que se plasmó en iniciativas institucionales variadas que alcanzaron alta repercusión en el espacio público. Dicha voluntad, como señalamos, no estuvo exenta de polémicas y controversias, ni dejó de mostrar la deliberada politización que la subtendía, al desplegar sus trazos en una matriz presentista sobre la que se modulaba el pasado y los momentos seleccionados con valencias positivas o negativas. Disputar por el pasado era, pues, un modo de posicionarse en el presente y de dotar a la gestión gubernamental del carácter refundacional ya aludido.

Ahora bien, si dar batalla por la historia significaba disputar políticamente en un campo que el kirchnerismo se ocupó de polarizar, cabe preguntarse sobre los costos –políticos y culturales– de esa contienda. Al respecto, en la introducción avanzamos una hipótesis: la batalla presentada como una suerte de epopeya en el plano de las ideas no solo no traía novedades de contenido sino que tampoco parecía asumir grandes riesgos en el punto de partida. Al adscribir al revisionismo histórico, la presidenta no confrontaba ni con la versión oficial partidaria que, aunque tardíamente, había adoptado el peronismo como suya, ni con una historia oficial y liberal incuestionada por la sociedad. Por el contrario, acudía a las versiones que hacía rato habían conquistado e impregnado la conciencia colectiva de amplias capas de la población, como lo advirtió tempranamente Tulio Halperin Donghi en su análisis sobre el fenómeno revisionista:

“El revisionismo histórico argentino –esa corriente historiográfica cuyo vigor al parecer inagotable no ha de explicarse por la excelencia de sus contribuciones, en verdad modestísimas– lo debe sin duda más bien a su capacidad de expresar las cambiantes orientaciones de ciertas vertientes de la opinión colectiva en un país que a través de más de medio siglo se ha hundido progresivamente en una crisis cada vez más radical y abarcadora” (Halperin Donghi, 1996:107).

La visión decadentista de la historia nacional también atravesó el discurso kirchnerista que veía el pasado como “una misma pelea que es la de revertir 200 años de frustraciones, de desencuentros, de fracasos”.[59] Hacía suya, así, la apuesta del primer revisionismo que, según destacó Halperín, hacía teoría decadentista “sin advertirlo, o por lo menos sin ver en su formulación un aspecto central de su proyecto intelectual”; el propósito de aquellas plumas no era “explorar la estructura o el ritmo de la historia argentina sino individualizar en una etapa de ella un modelo para el presente y para el futuro que se ofrezca como alternativa al que ha guiado las etapas más recientes de la vida nacional” (Halperin Donghi, 1996: 109).

Desde esta perspectiva, la diatriba de CFK contra la historia oficial era, como para los primeros revisionistas, una construcción “imaginaria” que emergía en los discursos de la presidenta como un dato autoevidente, sin filiaciones claras ni concretas, pero siempre atada a la secreta intención de mantener el status quo de los grupos dominantes. Esa historia recusada no remitía a un contrincante concreto y homogéneo y menos aún vigente a comienzos del siglo XXI. La historia oficial a la que se enfrentó el revisionismo de los años ’30 era, a esa altura, un relato con escasa incidencia en el ámbito de la enseñanza de la historia como en el de la opinión pública.

Es esa íntima conexión con el revisionismo histórico la que permite entender el sentido de oportunidad que tuvo para CFK librar la disputa por el pasado. Más allá de las características populistas que el gobierno fue adoptando y profundizando, y de la matriz maniquea, confrontativa y decadentista que el revisionismo ponía a disposición de la presidenta para hacer presente el pasado, el kirchnerismo no debía enfrentar a una sociedad convencida del relato de la vieja historia liberal sino más bien a una opinión pública permeable a escuchar un relato que encontraba siempre culpables a los males de la nación. Revisar el pasado y oficializar la versión revisionista no era, entonces, una empresa de alto riesgo por la que se tuvieran que pagar costos políticos o simbólicos.

Pero, además, esos costos se vieron allanados porque el discurso de CFK sobre el pasado se asentó sobre una cuestión señalada al comienzo: la preexistente debilidad y desprestigio de una crítica liberal en la arena política argentina. Como sabemos, la incontestada hegemonía que en sus diversas versiones alcanzó en Argentina la tradición liberal durante el siglo XIX y primeras décadas del XX fue entrando en una crisis letal a partir de 1930 y que a comienzos del siglo XXI mostraba sus consecuencias más visibles (Halperin Donghi, 2005). Una crisis que puede ser abordada desde diferentes perspectivas y periodizaciones y sobre la que Darío Roldán (2010) ofrece una lectura desde el presente que esclarece la cuestión aquí abordada. Roldán postula que con el retorno de la democracia en Argentina en 1983 se reactualizó el debate sobre la cuestión liberal a propósito de tres experiencias políticas: la primera remitió a la instauración de un Estado de derecho con el goce de libertades individuales luego de la última dictadura; la segunda a las políticas de privatizaciones de los años ’90; la tercera a la discusión en torno al régimen político luego del desmoronamiento producido con la crisis de 2001. En el marco de esa cronología, es oportuno subrayar las paradojas que señala el autor acerca del complejo vínculo entre liberalismo y democracia en la Argentina del siglo XX y XXI al postular, entre otras cuestiones, que las reformas que impulsó Carlos Menem en la década de 1990 “contribuyeron a consolidar una persistencia histórica: la debilidad política del liberalismo argentino, puesto que las propuestas de su agenda solo podían ser implementadas por otros partidos, en este caso el peronista” (Roldán, 2010: 276). Y dicha paradoja se continúa con las evaluaciones que de la aplicación y los resultados de esas reformas se formaron los representantes de la izquierda y la derecha del espectro político:

“En los ’90, entonces, la izquierda perpleja interrogaba el apoyo popular a las reformas neoliberales; al final de la década, la derecha, decepcionada, subrayaba el legado catastrófico de esas reformas y lo atribuía a las condiciones de su implementación política pero de ninguna manera a su carácter ‘liberal’. En ambos casos se hacía evidente la necesidad de definir el liberalismo y los componentes históricos de una tradición cuyos principales trazos se desconocían. El debate político exigía interrogarse sobre el liberalismo argentino, su proceso de constitución, su evolución y su legado” (Roldán, 2010: 277).

Mientras ese debate se desplegaba en ciertos círculos intelectuales, académicos y también políticos, el kirchnerismo irrumpió y supo capitalizar la debilidad y el desprestigio de “lo liberal” que, en la arena política, el peronismo contribuyó a instalar, y que, en el de las representaciones históricas, el revisionismo se encargó de cultivar y difundir. En ese clima, la voluntad de CFK de reescribir el pasado se proyectó como una tarea de construcción colectiva para reafirmar la identidad nacional y popular: “Porque la historia puede tener retrocesos, puede andar más lenta o más rápida, puede querer tomar un atajo o no, pero en definitiva la historia la escriben los pueblos y la historia es indetenible, compañeros y compañeras”.[60] El componente teleológico que, como indica la cita, postuló la inevitabilidad de la historia no era, para el discurso oficial, contradictorio con la misión pedagógica que se le asignaba. Como guía para la acción, la batalla por la historia estaba destinada a evitar la repetición de los males que había experimentado la nación liberal y a encauzarla detrás de un proyecto político dispuesto a redimirla en el futuro. En este sentido, la visión decadentista de “200 años de fracasos y frustraciones” con la que CFK miraba el pasado, se convertía en una visión redencionista para mirar el presente. Así quedó expresado en la sala que cerraba la exposición del Museo del Bicentenario que recorría los dos siglos de historia del país. En esta sala, titulada “La recuperación política, económica y social. La patria del bicentenario (2003-2010)”, el guión definió al período como “el mayor ciclo de desarrollo en 200 años de historia nacional” y como el momento de la “reparación de los daños después de tres décadas de neoliberalismo”. El regreso de la democracia en 1983 quedaba, así, subsumido en la visión decadentista y en la recusación del pasado reciente del que el kirchnerismo buscaba tomar distancia para asignarse un lugar en la historia.

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Notas

[1] En este artículo no analizamos los diversos momentos de la historia argentina específicamente recuperados por CFK, sino solo las ideas que exhibió en torno a la historia como problema o disciplina. Los diversos usos del pasado nacional y los personajes recuperados o denostados en los discursos e iniciativas oficiales son temas desarrollados en la tesis doctoral de la que este artículo forma parte.
[2] En la tesis doctoral y en otros artículos citados aquí los museos y rituales políticos son tomados como fuentes centrales. En este artículo, la centralidad está dada por los discursos, mientras que museos y rituales son mencionados de forma complementaria.
[3] Néstor Kirchner fue elegido con el 22% de los votos, dado que su contendiente en la segunda vuelta presidencial renunció antes de que las elecciones tuvieran lugar
[4] Dicho conflicto se originó cuando, frente al aumento de los precios internacionales de los alimentos, el ministro de economía, Martín Lousteau, propuso un esquema de retenciones móviles a la exportación de cereales y oleaginosas (Resolución 125) como una forma de aumentar la recaudación. La medida desató un conflicto entre el gobierno y los sectores agroexportadores que adquiriría grandes dimensiones y que se prolongaría durante cuatro meses.
[5] Cristina Fernández de Kirchner (CFK), Acto de inauguración de una muestra en el Pabellón Argentino de la Bienal de Venecia: Palabras de la Presidenta de la Nación, 29/05/2013. Los discursos de CFK citados a continuación, consultados en línea: https://www.casarosada.gob.ar/informacion/discursos.
[6] CFK, Acto de inauguración de una muestra en el Pabellón Argentino de la Bienal de Venecia: Palabras de la Presidenta de la Nación, 29/05/2013.
[7] CFK, Firma de convenios con Ecuador, 21/04/2008.
[8] CFK, Palabras de la Presidenta en la Biblioteca Nacional, 27/02/2009.
[9] CFK, Acto conmemorativo del 25° aniversario de Página 12: discurso de la Presidenta de la Nación, 31/05/2012.
[10] CFK, Acto de cierre del Congreso Metalúrgico 2011, 5/08/2011.
[11] CFK, Firma de convenios con Ecuador, 21/04/2008.
[12] CFK, Firma de convenios con Ecuador, 21/04/2008.
[13] CFK, Firma de convenios con Ecuador, 21/04/2008.
[14] CFK, Firma de convenios con Ecuador, 21/04/2008.
[15] CFK, Anuncian obras para el ferrocarril San Martín, 10/04/2008.
[16] CFK, Inauguraciónn de Centro Cívico en San Juan, 30/04/2009.
[17] CFK, Inauguración de un hospital en la ciudad tucumana de Aguilares, 15/04/2008.
[18] CFK, Acto central del 25 de Mayo en Salta, 25/05/2008.
[19] CFK, Palabras de la Presidenta en el acto de la Juventud Peronista en el Luna Park, 14/09/2010.
[20] CFK, Ceremonia de egreso de cadetes de las FF.AA, 20/12/2007.
[21] CFK, Discurso de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la Asamblea Legislativa, 10/12/2007.
[22] CFK, Ceremonia de egreso conjunto de los Cadetes de las Fuerzas Armadas, realizado en el Colegio Militar de la Nación, 20/12/2007.
[23] CFK, Anuncian obras para el ferrocarril San Martín, 10/04/2008.
[24] CFK, Anuncian obras para el ferrocarril San Martín, 10/04/2008.
[25] CFK, Anuncian obras para el ferrocarril San Martín, 10/04/2008.
[26] CFK, Inauguración de la sede Caseros II de la Universidad de Tres de Febrero, 28/03/2008.
[27] CFK, Palabras de la Presidente en el Acto de Otorgamiento de Créditos Hipotecarios, 20/06/2009.
[28] CFK, Celebración de los 420 años de la ciudad de La Rioja: Palabras de la Presidenta de la Nación, 20/05/2011.
[29] CFK, Palabras de la Presidenta en el acto por el 38º aniversariodel triunfo electoral de Héctor Cámpora, 11/03/2011
[30] CFK, Discurso Cristina en San Martín, 1/08/2008.
[31] CFK, Acto por el 38º aniversario del triunfo electoral de Héctor Cámpora, 2/05/2011.
[32] CFK, Cena ofrecida en su honor por la señora presidenta de la república de Chile, Michelle Bachelet, 5/12/2008.
[33] CFK, Palabras de la Presidenta en el acto en la provincia de San Salvador de Jujuy, 23/08/2010
[34] CFK, Palabras de la Presidenta en el acto de creación del centro internacional para la promoción

de los derechos humanos, 13/02/2009.

[35] Decreto 1880/2011, Secretaria de Cultura – Créase el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, Boletín Oficial 21/11/2011.
[36] Decreto 1880/2011, Secretaria de Cultura – Créase el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, Boletín Oficial 21/11/2011.
[37] Decreto 1880/2011, Secretaria de Cultura – Créase el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, Boletín Oficial 21/11/2011.
[38] Decreto 1880/2011, Secretaria de Cultura – Créase el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, Boletín Oficial 21/11/2011.
[39] Políticas de la Memoria, núm. 13, verano 2012/13; CeDInCI, Boletín electrónico, núm. 25, diciembre 2014.
[40] La reivindicación del rosismo no fue el único tópico en el que se centró la apelación al pasado de los discursos de CFK. Otros períodos que fueron representados (con continuidades e innovaciones en relación con el revisionismo): el período revolucionario del siglo XIX, el Centenario, el peronismo, los golpes militares, la década de 1970, la dictadura, la transición democrática y la década de 1990. Sobre estos temas ver: Perochena (2016b). En este artículo nos centramos, únicamente, en las representaciones del rosismo por la estrecha relación que este tópico tiene con el revisionismo histórico.
[41] Decretos del Poder Ejecutivo Nacional nº 26/97 y 940/97.
[42] Decreto 1584/2010, Boletín Oficial 2/11/2010.
[43] CFK, Palabras de la Presidenta en el acto por el Día de la Soberanía Nacional, 20/11/2010.
[44] Entrevista personal a Javier Grosman, 01/08/2016.
[45] CFK, Palabras de la Presidenta en la firma de acuerdos con Venezuela, 9/12/2009.
[46] CFK, Acto de firma de un convenio con la municipalidad de San Martin, 1/08/2008.
[47] CFK, Acto de firma de un convenio con la municipalidad de San Martin, 1/08/2008.
[48] CFK, Presentación de la Maestria en Defensa Nacional y Estrategia, 10/07/2008.
[49] CFK, Añatuya, Santiago del Estero, 28/04/2008.
[50] CFK, Palabras de la presidenta anuncios para la provincia de La Rioja, 7/04/2009.
[51] CFK, Inauguración del Museo del Bicentenario en la Casa de Gobierno, 26/05/2011.
[52] CFK, Palabras de la Presidenta en acto de entrega de viviendas en la provincia de La Rioja, 24/07/2010.
[53] CFK, Celebración de los 420 años de la ciudad de La Rioja: Palabras de la Presidenta de la Nación, 20/05/2011.
[54] CFK, Palabras de la Presidenta en firma de acta de reparación histórica de La Rioja, 21/05/2010.
[55] CFK, Palabras de la Presidenta en acto de entrega de viviendas en la provincia de La Rioja, 7/09/2009.
[56] CFK, Acto de Conmemoración del 166º aniversario de la Vuelta de Obligado, 18/11/2011.
[57] Decreto 1880/2011, Boletín Oficial 21/11/2011.
[58] CFK, Palabras de la Presidenta de la Nación, en festejos de la Independencia Nacional, 9/07/2008.
[59] CFK, Palabras de la Presidenta en la inauguración de viviendas, Posadas, Misiones, 24/04/2008
[60] CFK, Acto de inauguración del Hospital Federico Abete, 6/05/2008.
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