RESEÑAS

PIÑEIRO, Elena, Creyentes, herejes y arribistas. El radicalismo en la encrucijada, 1924-1943, Prohistoria, Rosario, 2014, 196 páginas.

 

Diego Mauro

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de Rosario
(Argentina)
diegoalemauro@hotmail.com

El libro de Elena Piñeiro puede considerarse el primer estudio sistemático y de alcance nacional sobre el antipersonalismo. Un mérito que hace de Creyentes, herejes y arribistas... un texto de consulta ineludible. Fiel exponente de la renovación de la historia política de las últimas décadas, el libro toma distancia de los supuestos teóricos de la historia social e intenta explicar los avatares del antipersonalismo desde una mirada que reivindica la especificidad del registro político. Basada en algunos conceptos de la sociología de los campos de Pierre Bourdieu, la investigación abreva también en los “clásicos” trabajos de Angelo Panebianco. En términos historiográficos se enmarca en una vertiente que desde diferentes lugares viene poniendo en valor el estudio de la política de la década de 1930 a partir de una crítica del concepto normativo de “fraude” y una revisión de la idea de “década infame”. Piñeiro sortea ambas trampas con solvencia, apoyándose en un amplio abanico de fuentes y documentos, que incluye valiosa correspondencia personal. El libro traza una reconstrucción paciente y pormenorizada de la actuación de las dirigencias antipersonalistas y recrea con minuciosidad los laberínticos senderos que se van dibujando tras los intentos de transformar la “constelación” antipersonalista en una maquinaria política más aceitada. Aunque por momentos la proliferación de nombres y datos abusa de la buena voluntad del lector y dificulta el seguimiento del relato, es preciso no perder de vista la magnitud de la tarea que supone intentar componer un cuadro articulando los diferentes casos. En este sentido, la dificultad que presenta el libro es también una fortaleza: la investigación demuestra la vitalidad de la política en los espacios provinciales y alerta sobre el peligro de nacionalizar demasiado los procesos locales. Por otro lado, el juego de escalas en el que se mueve la autora proporciona pistas valiosas para iniciar nuevas (y muy necesarias) investigaciones regionales.
Los aciertos de la investigación, no obstante, conviven desde mi punto de vista con algunos problemas que es necesario subrayar. En primer lugar el libro se basa en una oposición demasiado esquemática entre alemismo e yrigoyenismo, que trabajos como los de Francisco Reyes vienen revisando a partir del análisis de la “religión cívica” radical y sus modulaciones a finales del siglo XIX. Un diálogo con este tipo de propuestas enriquecería el análisis y permitiría, además, mantener más claramente diferenciados el plano de los actores que son objeto de la investigación del registro propio del historiador. En algunos tramos, ambos niveles se desdibujan y Piñeiro asume como propias las representaciones que los antipersonalistas hacían del alemismo a la luz de sus preocupaciones de los años veinte. Para complicar más las cosas, se introduce de manera poco rigurosa el concepto de “populismo” (que a esta altura es difícil saber si sirve para iluminar algo). En los términos del posmarxismo contemporáneo creo que puede ser una clave interpretativa interesante (el reciente libro de Matthew Karush Cultura de clase es una prueba de ello)1 pero Piñeiro lo emplea de una manera poco productiva, con una lógica más “normativa” que científica.
En segundo lugar, como ya señaló María José Valdés en su lectura del libro, la forma en que se utiliza la noción de campo también acarrea dificultades y merecería una mayor discusión al igual que la idea de “partido”: una categoría que tampoco parece ayudar demasiado.2 Por el contrario, la propia lectura del libro va conduciendo hacia otras construcciones conceptuales como la de “partido-constelación”, más frecuentes entre los historiadores de la política decimonónica.
Por último, el libro deja sin responder los interrogantes más interesantes planteados en la introducción: fundamentalmente por qué los antipersonalistas no obtuvieron los “recursos” necesarios (utilizando la expresión de Piñeiro) para consolidarse electoralmente incluso en aquellos distritos donde contaron con apoyo estatal y con estructuras de comités considerablemente robustas. En mi opinión, más allá de la dificultad intrínseca de la pregunta, el problema reside principalmente en el enfoque adoptado, centrado casi exclusivamente en las disputas y negociaciones de las dirigencias políticas y por tanto inapropiado para responder preguntas de ese tipo. Desde el punto de vista de las internas del poder -de los “jardines secretos” en los términos de la sugerente imagen de Paula Alonso en su estudio sobre el Partido Autonomista Nacional-,3 es difícil hallar diferencias de fondo entre alvearistas, yrigoyenistas, concordancistas, demócratas progresistas, antipersonalistas o conservadores. La perspectiva reduce el espesor de los fenómenos políticos y los aplana al punto de volver razonable una tesis en extremo reduccionista como la que propone Piñeiro en la introducción: “el partido es en sí mismo un productor de desigualdades organizativas que son la causa principal de los conflictos intrapartidarios” (p. 14). Creyentes, herejes y arribistas... bloquea así la posibilidad de elaborar hipótesis más polifónicas al tiempo en que va olvidando cosas fundamentales (o relegándolas a un plano marginal), por ejemplo, que mientras unos ganaban -y a veces por muchísima diferencia en las urnas, con y sin recursos estatales- otros, los antipersonalistas, perdían sistemáticamente, con y sin recursos estatales. Al ocuparse de las internas de las dirigencias antipersonalistas, el libro nos muestra lo que es una “constante” en la mayoría de las fuerzas políticas más allá de matices y tonalidades y falla, por tanto, en alumbrar lo específico de su objeto. Un tarea que hubiera requerido de una perspectiva capaz de combinar el estudio de la ingeniería del poder con la reconstrucción de las dimensiones simbólicas y afectivas de las identidades partidarias. Una apuesta cuya validez demuestra paradójicamente la propia investigación de Piñeiro, cuando deja entrever en algunos pasajes las dificultades del antipersonalismo para interpelar más allá de la oposición a Yrigoyen y a una idea vaga de “personalismo” y activar lo “acontecimental” del vínculo político moderno, generando en términos freudianos identificaciones más profundas (como sí lograron otras expresiones políticas: los yrigoyenistas en primer lugar pero también conservadores y demócratas progresistas según momentos y lugares).
En conclusión, creo que trabajos como el de Piñeiro, leídos al trasluz, nos muestran que, parafraseando a Milan Kundera, la política está en otra parte y que, por tanto, uno de los desafíos que tenemos por delante quienes intentamos comprender estos fenómenos es hallar precisamente fórmulas que nos ayuden a conectar mejor la reconstrucción de las máquinas y el estudio de los “jardines secretos” (sobre las que venimos ocupándonos mayormente) con la indagación de las dimensiones simbólicas y afectivas que animaron y animan la política de masas.

Notas

1 Karush, Matthew, Cultura de clase. Radio y cine en la creación de una Argentina dividida (1920-1946), Ariel, Buenos Aires, 2013.

2 Valdéz, María José, “Ensayo sobre el libro de Elena Piñeiro Creyentes, herejes y arribistas. El radicalismo en la encrucijada, 1924-1943”, en PolHis, Buenos Aires, 2015, Nº 16.

3 Me refiero a: Alonso, Paula, Jardines secretos, legitimaciones públicas: el Partido Autonomista Nacional y la política argentina de fines del siglo XIX, Edhasa, Buenos Aires, 2010.

Recibido: 02/09/2016.
Aceptado: 07/11/2016.
Publicado: 30/12/2016.