Dossier

Crítica y violencia en el catolicismo americano del siglo XX. Introducción

Criticism and Violence in 20th-Century Latin American Catholicism. Introduction

Fernando Alberto Armas Asin
Universidad del Pacífico, Perú

Avances del Cesor

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN: 1514-3899

ISSN-e: 2422-6580

Periodicidad: Semestral

vol. 22, núm. 33, 2025

revistaavancesdelcesor@ishir-conicet.gov.ar

Recepción: 17 septiembre 2025

Aprobación: 10 octubre 2025

Publicación: 05 diciembre 2025



DOI: https://doi.org/10.35305/ac.v22i33.2172

Resumen: A pesar de los complejos desafíos del siglo XIX, diversas medidas laicistas, y el impacto de la integración mundial, el catolicismo siguió siendo la confesión mayoritaria de la población de América Latina en el siglo siguiente, lo cual se evidenció en la activa presencia de la Iglesia en el campo social o político, remarcado por el hecho que en la mayor parte de los países de la región se mantuvieron los patronatos y otros variados vínculos con el Estado. El catolicismo y su iglesia renovó su influencia entre los sectores populares rurales o urbanos como entre los partidos o líderes políticos, por citar ejemplos.

Palabras clave: Catolicismo, América Latina, violencia.

Abstract: Despite the complex challenges of the 19th century, various secularist measures, and the impact of global integration, Catholicism remained the majority religion in Latin America in the following century. This was evidenced by the Church's active presence in the social and political spheres, underscored by the fact that patronage and other diverse ties with the state were maintained in most countries of the region. Catholicism and its Church renewed their influence among rural and urban popular sectors, as well as among political parties and leaders, to name a few examples.

Keywords: Catholicism, violence, Latin America.

A pesar de los complejos desafíos del siglo XIX, diversas medidas laicistas, y el impacto de la integración mundial, el catolicismo siguió siendo la confesión mayoritaria de la población de América Latina en el siglo siguiente, lo cual se evidenció en la activa presencia de la Iglesia en el campo social o político, remarcado por el hecho que en la mayor parte de los países de la región se mantuvieron los patronatos y otros variados vínculos con el Estado. El catolicismo y su iglesia renovó su influencia entre los sectores populares rurales o urbanos como entre los partidos o líderes políticos, por citar ejemplos.

En este contexto el presente dossier quiere mostrar, a partir de investigaciones para varios países, la importancia no solo de las concepciones católicas basadas en modelos tradicionales de cristiandad e hispanidad en las primeras décadas del siglo XX; sino también relevar los cambios en las ideas y en las formas pastorales de acción que se fueron operando posteriormente, expresando también concepciones acordes con las dinámicas sociales e ideológicas existentes.

En esa óptica, el trabajo de Rafael Escobedo Romero analiza un aspecto central de la visión política de los católicos hacia inicios de la década de 1940, como es la confrontación entre el hispanismo y la creciente influencia anglosajona en América Latina. Resalta la labor de los partidarios del hispanismo, a través no solo de intelectuales españoles asociados a la dictadura de Francisco Franco, sino también entre círculos católicos hispanoamericanos; así como analiza su recepción en la prensa católica norteamericana, y los debates que se suscitaron. Es una mirada sugerente que, para efecto de nuestro interés, resalta el estado de ánimo entre intelectuales y otros hombres públicos americanos, antes de los cambios sociales, ideológicos y políticos que transformaron nuestras sociedades, en un ambiente todavía marcado por ideales como la cristiandad, la crítica al liberalismo, masonería, y por cierto, a las variadas corrientes socialistas existentes. Por ejemplo, en el análisis de las publicaciones periodísticas que Escobedo Romero muestra, el caso del mexicano Alfonso Junco, es interesante, al denunciar la influencia norteamericana, asociada a la propaganda protestante, el anticlericalismo, el indigenismo anti hispánico, o la difusión de costumbres y modas llamadas inmorales como el divorcio, el jazz o los clubes nocturnos.

Este trabajo inicial plantea pues, un momento previo seguido por la transformación del contexto mundial y regional, evidente en el proceso de urbanización, crecimiento demográfico, alta politización de las capas urbanas, así como la guerra fría, la descolonización y la importancia de las ideas socialistas; como también evidente en el creciente debate crítico al interior del catolicismo, las reflexiones teológicas de la posguerra, el Concilio Vaticano II, las encíclicas papales y las preocupaciones pastorales por las desigualdades sociales en países en desarrollo, así como por la pobreza y la necesidad de cambios sociales profundos.

En esa realidad, Ana Lucía Álvarez Gutiérrez analiza cómo este creciente interés de sacerdotes y laicos por los problemas sociales y las vías de su resolución, particularmente entre los jesuitas, despertó sospechas del Estado mexicano a través de sus entidades de seguridad nacional, en concreto la Dirección Federal de Seguridad y la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales. Previo a 1969, estas entidades veían con simpatías a los jesuitas, pues consideraban que tanto la Iglesia como el Estado compartían el anticomunismo y el celo por detener sus avances, sobre todo en el campo educativo. Describe el caso de los jesuitas de Monterrey que, sin embargo pronto, mostraron un compromiso contra las injusticias, graficado en la solidaridad frente a la represión que siguió a las protestas estudiantiles de 1968. La crítica al Estado y el alejamiento de las élites empresariales llevó a que los servicios de inteligencia los percibieran como instigadores de la violencia y formadores de guerrilleros. Esto fue visible en el caso de los eclesiásticos que trabajaban en Nezahualcóyotl o, hacia 1974, cuando se los acusó de estar detrás de la fundación de la Liga Comunista 23, una guerrilla urbana de la época, confundiendo a antiguos laicos que se habían formado en círculos católicos y decidieron tomar las armas, con el compromiso social que subrayaba el repudio de los ignacianos a la violencia.

Esta nueva realidad dinámica en el clero y laicos es vista bajo el lente específico de la reflexión teológica por Marcos Fernández Labbé, que estudia el caso de Chile entre 1970 y 1973 y la posición de las distintas voces de la Teología de la Liberación frente a la liberación como acción religiosa y cambio social. Describe que hacia 1970, la jerarquía eclesiástica hablaba de la necesidad de la liberación del hombre, para ser un hombre nuevo en un contexto de nuevas relaciones con Dios. Antes que los valores cristianos en abstracto, la preocupación central era por la encarnación de la palabra y se afianzaba en remarcar la importancia de la acción guiada por la fe, aunque alertando que la lucha concreta no debía confundirse con la liberación plena en la venida de Cristo. De todas formas, para algunos fue el llamado al apoyo al proceso socialista que vivió Chile entre 1970 y 1973 y, para otros, fue el aliento a no confundir este proceso más amplio con la experiencia concreta socialista, así como también la denuncia de la apolítica.

En medio de estos debates, ocurrió la llegada a Chile de las ideas teológicas de Gustavo Gutiérrez, que ya había asistido a un encuentro de donde emanó la Declaración de los 80, cuando se apoyó el proyecto de la Unidad Popular. Gutiérrez planteó la importancia de la secularización, como un campo para la realización cristiana del hombre en su proceso liberador inserto en la obra salvadora. Por cierto, para Segundo Galilea esto pasaba por un sacerdote que en su acción pastoral esté por encima de los partidarismos, pero guiando y espiritualizando el proceso revolucionario. El ambiente llevó al posicionamiento revolucionario de algunos sacerdotes, como los ubicados en la publicación Pastoral Popular. Por lo que, cuando Gutiérrez publicó su conocida obra en 1971 generó diversas opiniones, entre quienes veían y valoraban el acento en la importancia de la praxis cristiana, los que subrayaban la importancia del aporte crítico al proceso revolucionario y otros que se lamentaban de la ausencia de una crítica frente a los que reducían la praxis a la acción partidaria y violenta. Incluso tras el golpe militar de 1973 se siguió discutiendo sobre esta praxis, sea por su efecto reductor de lo trascendente o el no ser productor de reflexión teológica. Todo lo cual mostraba las preocupaciones teóricas de algunos segmentos de católicos chilenos, así como sus propias divisiones.

Por su lado, Juan Miguel Espinoza Portocarrero, continuando con la reflexión sobre el impacto de la Teología de la Liberación en la región, esta vez en el Perú, analiza su importancia justamente en el ámbito donde se le reclamaba para una acción concreta por el cambio: la labor pastoral. Trabaja la figura e ideas de un sacerdote peruano, Jorge Álvarez Calderón, que desde su labor buscó recrear las ideas de Gutiérrez en los años 1980. Trabajó en una zona periférica de Lima –como San Juan de Lurigancho–, en las organizaciones eclesiales como Oficina Nacional de Información Social (ONIS) o en el Movimiento Fe y Acción Solidaria y ayudó a articular la labor de la Teología de la Liberación: así como frente a la crítica desde el Vaticano y desde otros ángulos eclesiales, contribuyó a desarrollar su defensa basado en el carácter pastoral y espiritual del proyecto, alejado del partidarismo político e ideológico, salvaguardando su filiación a la Iglesia. Insistió en la importancia del trabajo en las comunidades organizadas cristianas, para no solo revitalizar su espiritualidad sino también enfrentar sus problemas sociales y transformarse. Así, Espinoza Portocarrero analiza un conjunto de sus artículos donde remarca la espiritualidad de los pobladores, su mística y perseverancia, al enfrentar las limitaciones cotidianas; al mismo tiempo que describe esa espiritualidad popular como profundamente comunitaria –no individual–, anclada en la historia milenaria, pero que cobra un nuevo sentido urbano, clasista, reivindicativo, al construir una sociedad nueva. En esa perspectiva, las organizaciones populares eran los espacios donde se construía el proyecto, aunque alertaba del caudillismo y el clientelaje –en que finalmente acabaron muchas de ellas, ya en la década de los años ‘90–. La Iglesia, decía Álvarez Calderón, está impenetrada en ellos, pues ellos mismos son la Iglesia, que se ha vuelto una comunidad de los pobres.

Estos tres artículos –de Álvarez Gutiérrez, Fernández Labbé y Espinoza Portocarrero– desde ángulos distintos nos narran aspectos de lo acontecido con el catolicismo latinoamericano de la posguerra, las implicancias de la toma de conciencia de los problemas sociales agudos y el debate sobre las características de la acción social, desde la toma de las armas de algunos a la labor pastoral intensa de otros, y la mejor salida a la situación de oprobio, en el camino de la fe.

Fernando Alberto Armas Asin, finalmente, contribuye de manera indirecta, a narrar el final de esta historia, con los bruscos cambios sociales y políticos de fin de milenio, las nuevas preocupaciones de amplios sectores eclesiales y también con la continuidad de la desconfianza de sectores de la sociedad ante ellos.

En términos generales nos recuerda el contexto del cambio regional –y también global–, con el predominio del neoliberalismo, no solo en el ámbito de la economía, sino en buena parte de las políticas públicas y privadas que entonces se generaron, la agudización de la informalidad y pobreza en la población, pero también el narcotráfico, la corrupción y la criminalidad. De la misma manera, superando los marcos de una aparente democratización de los años previos, los años de 1990 estuvieron signados en varios lugares por el personalismo en la política, de corte liberal o populista, con nuevas relaciones con los sectores populares.

En esa realidad el estudio aporta para entender la importancia del régimen fujimorista en el Perú, su amplia penetración en la población, su alianza inicial con la tecnocracia liberal y los enfoques seculares en temas como la familia, la salud reproductiva, o la educación, y a partir de allí describe los enfrentamientos de la jerarquía eclesiástica peruana con dicho gobierno. Muestra a la sexualidad, la familia y los derechos humanos como temas centrales del catolicismo público, en una realidad por un lado marcada por la disminución de la influencia de la teología de la liberación entre la jerarquía, y la mayor dispersión de enfoques pastorales en la Iglesia, con un fuerte predominio del conservadurismo político y social; y por otro lado que, a pesar de ello, temas como los de sexualidad y familia, terminaron uniendo a todas estas corrientes, lo cual nos muestra que más allá de las diferenciaciones de las décadas anteriores en asuntos como los derechos humanos y las desigualdades sociales, el enfoque sobre la salud reproductiva –por ejemplo– no había producido una reflexión alternativa y permitió una fácil conjunción de tendencias.

También muestra que, a pesar de las preocupaciones por el compromiso con las poblaciones y el discurso del alejamiento del poder que primó en las reflexiones previas, la práctica en la esfera pública peruana descubrió a un catolicismo jerárquico interesado por el poder y su ejercicio tradicional; así como muestra cómo el régimen de Fujimori terminó mudando sus alianzas, por intereses creados, abortando muchos de las medidas en los ámbitos de salud y sexualidad, aunque no en materia de política represiva y antisubversiva donde el consenso político creado fue impenetrable a las demandas religiosas.

De esta manera estos trabajos enfatizan la relevancia del catolicismo en la esfera pública latinoamericana, su preocupación por las diversas problemáticas sociales, pero también la permanencia de diversos comportamientos propios de una lógica de poder o de miradas tradicionales que lograron subsistir, a pesar de todos los cambios de enfoques que se mostraron a lo largo de un siglo y que tomaron como ejes la crítica ante la realidad y una propuesta de cambio.

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