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Los partidos políticos argentinos en clave local (1912-1945). Un balance historiográfico*
Argentine political parties in a local key (1912-1945). A historiographical overview
Avances del Cesor
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
ISSN: 1514-3899
ISSN-e: 2422-6580
Periodicidad: Semestral
vol. 20, núm. 28, 2023
Recepción: 30 Mayo 2022
Aprobación: 30 Septiembre 2022
Publicación: 05 Junio 2023
Resumen: El artículo recorre las investigaciones locales sobre los partidos durante la etapa comprendida entre la reforma electoral de 1912 y el surgimiento del peronismo. Identifica sus principales interrogantes, sus influencias en el terreno conceptual y metodológico y su relación con otros recortes espaciales (provincial, nacional). El texto busca poner en diálogo una producción que fue objeto de sugerentes reflexiones historiográficas pero no tendió a pensarse en su mutua interrelación o desde una mirada de conjunto. A partir de ello, pretende contribuir al debate sobre la genealogía de la historia local como práctica historiográfica en nuestro país.
Palabras clave: historia local, partidos políticos, historiografía argentina, historia argentina, siglo XX.
Abstract: The article covers local research on parties during the period between the electoral reform of 1912 and the emergence of Peronism. It identifies its main questions, its influences in the conceptual and methodological field and its relationship with other spatial contexts (provincial, national). The text seeks to put into dialogue a production which was the object of suggestive historiographical reflections but did not tend to be thought of in their mutual interrelation or from an overall perspective. From this, it aims to contribute to the debate on the genealogy of local history as a historiographical practice in our country.
Keywords: local history, political parties, Argentine historiography, 20th century, Argentine history.
Introducción
Desde mediados de la década de 1990 hasta la actualidad, las investigaciones sobre los partidos políticos argentinos hallaron en la localización un camino fructífero para revisar interpretaciones y desplegar nuevas miradas. Este desarrollo formó parte de un reverdecer de las perspectivas locales de análisis, expresado en diferentes áreas de la producción historiográfica (Fernández, 2007; Bonaudo, 2012; Bohoslavsky, 2018; Carbonari y Carini, 2020; Andújar y Lichtmajer, 2021).
El presente artículo recorre los estudios locales sobre los partidos entre la reforma electoral de 1912 y el surgimiento del peronismo. Con ese fin identifica sus principales interrogantes, sus diálogos en el terreno conceptual/metodológico y su relación con otros recortes espaciales —provincial, nacional—. En tanto actores polifacéticos, cuyas esferas de acción abarcaron la representación institucional y el debate en el ágora, la competencia electoral y la fragua de ámbitos de sociabilidad y proselitismo, los abordajes locales sobre los partidos englobaron un amplio espectro de problemas. El texto recupera esa diversidad a partir de un recorrido —general y no exhaustivo— en torno a la producción, que permitirá identificar sus rasgos sobresalientes y ensayar una mirada abarcadora.
El objetivo del escrito es poner en diálogo un bagaje que fue objeto de sugerentes reflexiones historiográficas, sobre todo en lo referido a las organizaciones de izquierda, pero raramente tendió a pensarse en su mutua interrelación (Camarero, 2013 y 2019; Ferreyra y Martina, 2017; Cabezas, 2017; Barandiarán y Gómez, 2018; Martocci y Ferreyra, 2019). A partir de ello, busca estimular el debate sobre la genealogía y particularidades de la historia local como práctica historiográfica en nuestro país, ejercicio que tuvo fructíferas expresiones en otras latitudes (Terradas i Saborit, 2001; Kammen, 1986; Ramírez Bacca, 2005; Beckett, 2007; Serrano Álvarez, 2009; Gerritsen, 2012). Como hemos señalado anteriormente, reconocer los rasgos específicos de la historia local puede contribuir a distinguirla de otras perspectivas afines, tales como la regional, y alentar una reflexión colectiva sobre sus alcances, posibilidades y límites (Andújar y Lichtmajer, 2021). Consideramos que la producción sobre los partidos políticos entre 1912 y 1945 ofrece algunas pautas para avanzar en esa dirección.
El criterio para seleccionar y organizar el material requiere de ciertas precisiones metodológicas. El universo de investigaciones se ciñe al ámbito académico (libros, artículos, tesis, ponencias) y no ahonda en las provenientes de la historia amateur. En términos espaciales se abarcan recortes múltiples —municipios, departamentos/partidos, ciudades, pueblos, circuitos electorales— pero circunscriptos a una noción de localidad que los desvincula de lo provincial y lo regional. Esta elección responde menos a una razón práctica —acotar una producción vasta— que al intento por individualizar las miradas en clave local e identificar algunos rasgos específicos. Un tercer aspecto refiere a los trabajos sobre la Capital Federal. A pesar de situarse en un espacio geográficamente acotado y de recurrir, en ciertos casos, al “juego de escalas” como estrategia metodológica (Revel, 2015), las investigaciones sobre el ámbito metropolitano no fueron asimiladas a lo local ni se reconocieron como tales. En efecto, una de las marcas dominantes de la tradición de estudios regionales y locales en la Argentina fue la revisión crítica de interpretaciones referenciadas en el área metropolitana o pampeana que fueron erigidas a un estatus nacional, desdibujando las tramas específicas de cada espacio (Fernández, 2018; Bandieri, 2021). Si bien los cruces posibles entre la historia local y el espacio metropolitano fueron aludidos en diferentes abordajes, la densidad de la producción sobre la Capital Federal dificulta su inclusión en este texto (Bohoslavsky, 2018; Caruso, 2019; Lobato, 2020). Una última precisión metodológica se vincula a la organización de los trabajos en base a un criterio amplio —socialistas, comunistas, radicales y conservadores— con el fin de jerarquizar algunas obras e identificar los interrogantes comunes. Al agruparlos bajo esas categorías se soslayan las escisiones partidarias y los procesos de faccionalismo, lo cual supone un cierto grado de simplificación de un bagaje diverso. Este criterio se prioriza, sin embargo, con el fin de delinear los trazos gruesos de la producción a lo largo de tres décadas.
La modernidad cuestionada: prácticas políticas y tramas locales del Partido Socialista
La atención en torno al Partido Socialista (en adelante, PS) en perspectiva local se perfiló en la década de 1990 y se profundizó en el tránsito hacia el siglo XXI. Una de sus premisas centrales fue la posibilidad de testear las interpretaciones sobre su organización interna, sus prácticas proselitistas y, en términos más generales, la construcción de una “cultura política” en los espacios distantes de la Capital Federal:
Si el Partido Socialista, contrariamente a ciertas caricaturas, era nacional —es decir tenía estructuras en todo el país— su incidencia en cada ámbito local fue muy diferente, como también podía ser el aporte de los hombres surgidos del interior en la estructura partidaria nacional (Camarero y Herrera, 2019, p. 18).
Si definimos al acto de caricaturizar como exagerar o simplificar determinados rasgos, en el caso del PS esto se sintetizó en la “autorrepresentación de una fuerza política moderna, disciplinada y homogénea”. Se trata de una noción que la dirigencia socialista suscribió a la hora de pensarse a sí misma y permeó en la producción académica. Subyace a esta idea la diferenciación respecto a otras organizaciones, sobre todo radicales y conservadoras, representativas de una forma de concebir y practicar la política a partir de criterios menos apegados a los “apriorismos sensibles a los postulados liberal-democráticos” que el socialismo habría encarnado (Martocci y Ferreyra, 2019, pp. 28-43). Esta línea de interpretación reeditaba la inveterada condena a la “política criolla” esgrimida por los socialistas y codificaba su trayectoria bajo el par moderno/tradicional. El PS, guiado por una lógica “racional, burocrática e ideológica”, se diferenciaba así de los demás partidos, vinculados a pautas “personalistas, faccionalistas y clientelares”. Esta premisa influyó en las interpretaciones sobre espacios poco asimilables a la “modernidad” de las prácticas políticas, en particular las provincias del interior (Cabezas, 2019, p. 128).
La problematización del carácter “moderno” del PS tuvo un hito clave en la mirada de Liliana Da Orden sobre Mar del Plata (1994). Antes de profundizar en su obra cabe enmarcarla en una trama más amplia: el grupo de investigación Movimientos Sociales y Sistemas Políticos en la Argentina Moderna dirigido por Fernando Devoto de la Universidad Nacional de Mar del Plata, que publicó dos compilaciones de fuerte influencia en la producción local sobre los partidos. Formuladas en conjunto, ambas obras plasmaron un esfuerzo por hilvanar una reinterpretación conceptualmente informada, a partir de un diálogo con la sociología y la antropología política, del proceso de ampliación democrática y sus límites en la década de 1930. La adopción de un marco de análisis local, visible tanto en el citado estudio como en los referidos a conservadores y radicales en otras localidades de la provincia de Buenos Aires, emergió allí como un terreno de experimentación y testeo de las interpretaciones previas sobre el tema (Devoto y Ferrari, 1994; Melón Pirro y Pastoriza, 1996).
Da Orden (1994) se propuso reconstruir reticularmente la exitosa implantación del socialismo en el espacio marplatense entre 1916 y 1929. A tal fin, recuperó críticamente las interpretaciones de la sociología de los partidos (Max Weber, Maurice Duverger) sobre el tránsito a la sociedad de masas y sus implicancias en la instauración de prácticas impersonales de construcción de apoyos, por sobre las formas clientelares de la política “tradicional”. A distancia de aquella vertiente de análisis, su indagación priorizó las redes personales, al abrevar en los network analysis de la antropología social de la década de 1960 y en los estudios sobre las formas de acción colectiva de Charles Tilly. En ese marco, Da Orden reconstruyó las redes personales que apuntalaron electoral y territorialmente al socialismo marplatense a través de variables como el parentesco, las relaciones amicales y la pertenencia a tramas asociativas. Su conclusión fue que a contramano del carácter pretendidamente “moderno” que el PS pregonó en sus plataformas, prensa partidaria y discursos de la dirigencia, los vínculos e intercambios personales fueron un componente vertebral de su construcción electoral. Su abordaje marcaba, entonces, la distancia entre una discursividad “modernizante” y unas prácticas “tradicionales” que emparentaban a los socialistas con radicales y conservadores. En efecto, definió a dichas interrelaciones como un componente cuasi inherente al quehacer proselitista, razonamiento que, in extremis, impugnaba la validez de las categorías de “tradicional” y “moderno” para reconstruir no sólo las prácticas socialistas, sino también las de los demás partidos.
En el tránsito hacia el siglo XXI, la expansión de los estudios localizados sobre el socialismo pivoteó entre esta línea interpretativa y la incorporación de nuevos problemas e interrogantes. Situadas a mediados de la década de 2010, las investigaciones de Gonzalo Cabezas (2017) sobre Bahía Blanca analizaron el proselitismo, las formas de reclutamiento, financiación y la construcción de una organicidad partidaria durante las primeras décadas del siglo XX. En diálogo con una sostenida producción sobre el espacio bahiense, unido al marplatense por el común denominador de un socialismo exitoso en los años veinte (Cernadas, 2013; Cimatti, 2019), Cabezas desplegó una consistente línea argumental en torno a las potencialidades de lo local a la hora de cuestionar preceptos sobre la disciplina y la centralización en el PS. Puede percibirse allí un cierto aire de familia con Da Orden (1994), en tanto se dialoga con la sociología de las organizaciones (Michel Offerlé, Jacques Lagroye) y los estudios de antropología política de raigambre etnográfica (Fernando Balbi). Cabezas pivoteó entre una metodología localizada —atenta a un ejercicio de contextualización preocupado por el espacio y las tramas sociales bahienses— con un análisis microanalítico atento al devenir de un centro socialista (sobre la distinción entre micro/local remitimos a Torre, 2018). Esto le permitió problematizar la relación entre normas y prácticas en los intersticios de las reglas escritas, explorar los sentidos que los actores otorgaron al quehacer político y ponderar el peso de las redes de interacción personales en los procesos de toma de decisiones, el reclutamiento y el proselitismo. Cabezas ofreció, así, nuevos fundamentos para la deconstrucción del carácter modernizante del socialismo y reafirmó las aporías del par centralización/autonomía para analizar los demás partidos.
El cruce entre una apuesta microanalítica, focalizada en los organismos de base, y una localización atenta a los entramados partidarios y su entorno socio-espacial estuvo presente en los estudios sobre la dirigencia socialista de un amplio conjunto de espacios. En ese marco, Alex Ratto (2019) analizó el lugar marginal que el socialismo tuvo en Rosario a partir de la reforma de 1912, cuestión cara a la producción sobre la ciudad portuaria durante la ampliación democrática (Falcón y Monserrat, 1993; Karush, 2002; Roldán, 2012). Su mirada se ubicó en el cruce entre las formas de interpelación obrera de las demás fuerzas, en particular el radicalismo, así como las prácticas de articulación horizontal y vertical del PS. Las transformaciones de las prácticas proselitistas en el tránsito hacia la democratización también interpelaron a los socialistas del sudeste bonaerense (Ayacucho, Tandil, Benito Juárez) y del espacio rural circundante a Santa Rosa (La Pampa). A tono con lo acontecido en la metrópoli santafesina, los socialistas de ambas localidades se toparon con dificultades para extenderse capilarmente, proceso con implicancias en el proselitismo, el desempeño electoral y la competencia por espacios de poder en la administración (Martocci, 2018; Barandiarán y Gómez, 2018; Barandiarán y Fuentes, 2019). Situadas en una etapa posterior, las investigaciones sobre la gestión socialista en las municipalidades de Neuquén (1932-1936) (Prislei, 2001) y Sampacho —Córdoba— (1934) (Martina, 2019) también recuperaron la tensión entre las directivas de las autoridades centrales y las prácticas locales, modeladas, en el primer caso, por el singular estatus de los municipios en los Territorios Nacionales.1
Por su parte, la investigación de Luciano Barandiarán sobre Tandil (2009) avanzó hacia una cuestión escasamente transitada en los estudios localizados sobre los partidos: la perspectiva de género y las formas de participación femeninas. Su análisis de las socialistas tandilenses incorporó variables como el volumen de afiliadas, la actuación en ámbitos de sociabilidad, las actividades proselitistas y la construcción de liderazgos. Concluyó que la participación femenina fue marginal pero relevante, rasgo que atribuyó a una concepción tradicional de los líderes locales sobre el rol femenino y a las características de la sociedad tandilense.
Desplegadas en torno a diferentes coyunturas y espacios, las miradas sobre el socialismo compartieron un enfoque relacional del quehacer político, atento a las tramas internas de las organizaciones partidarias, las formas de mediación locales y la construcción de redes personales y clientelares que influyeron en el desempeño electoral, el proselitismo y el acceso a recursos estatales. En esa indagación se reconocen algunas de sus fortalezas y debilidades a la hora de competir electoralmente contra radicales y conservadores, así como su capacidad de reclutar dirigentes e implantarse territorialmente en geografías diversas. Los estudios citados revelaron cómo al modelarse a partir de prácticas concretas, guiadas por las necesidades inmediatas y las experiencias cotidianas, las trayectorias partidarias rehúyen un uso fuerte de las categorías, visibilizando las porosidades y puntos de contacto de los entramados partidarios en sede local.
Este recuento puede leerse en Frédéric Sawicki (2011), cuya interpretación sobre el PS francés resaltó las potencialidades de pensar lo político en interrelación con las tramas locales: “aproximándose lo más posible al terreno, vale decir a nivel local, se constata fácilmente la porosidad entre los partidos y su entorno social” (Sawicki, 2011, p. 43). Esta afirmación es operativa para describir las pesquisas sobre el socialismo, donde la primacía de las redes relacionales, basadas en intereses y valores compartidos y proyectadas sobre diversos ámbitos de sociabilidad, definieron una práctica política en consonancia con las tramas locales y el espacio en el que se desarrollaron. En el caso del PS, los antiguos trazos de un perfil urbano, atento a las esferas centrales y la preeminencia de las dirigencias capitalinas, dejaron paso a un caleidoscopio de realidades que permiten “restituir de modo más genuino los alcances del proyecto socialista, poniendo a prueba, a través de una perspectiva local, su cultura política, identidad y tradición” (Camarero y Herrera, 2019, p. 21).
Sin embargo, como fue afirmado en algunas reflexiones sobre esta línea de trabajo (Ferreyra y Martina, 2017; Cabezas, 2019), el ejercicio de contrastar localmente las visiones sobre el socialismo “a nivel nacional” puede encerrar una paradoja. En el ímpetu por discutir o matizar las visiones capitalino-céntricas sobre el PS, a partir de una mirada que priorice el contraste o la excepción con las forjadas desde el espacio metropolitano, puede difuminarse la posibilidad de pensar sus tramas locales y de sus articulaciones concretas en un espacio determinado. Por ejemplo, la identificación de dosis mayores de “radicalidad” o “moderación” de las filiales provinciales o locales respecto a las dirigencias metropolitanas podría llevar a que, en lugar de incorporarse las huellas locales que permearon la trayectoria del socialismo en diferentes puntos del territorio, se priorice un criterio basado en el hallazgo de contrastes o excepciones que reafirmen, maticen o discutan las interpretaciones sobre las esferas centrales. Así, el interés por cuestionar las visiones canónicas sobre dicho partido, proyectadas desde el ámbito capitalino, puede llevar paradójicamente a reafirmar su peso interpretativo, en tanto las tramas locales se definen en oposición o en consonancia con aquellas. Formulada para el socialismo, esta disyuntiva puede recuperarse, como veremos, a la hora de reflexionar sobre otros partidos.
Las formas locales de una organización centralizada: el Partido Comunista
La preocupación por lo local también permeó la producción sobre el Partido Comunista (en adelante, PC). Como lo revelan las revisiones historiográficas sobre la etapa aquí analizada (Camarero 2013; 2019), individualizar dichas miradas comporta una tarea compleja que supone distinguirlas, por ejemplo, de los abordajes sobre la acción comunista en los lugares de trabajo, vertiente que tuvo fructíferas expresiones en los últimos años. El foco en la militancia comunista de base, desplegada en diferentes ramas de la industria, promovió una exploración de ámbitos fabriles y empresariales específicos y emprendió un juego de escalas que reflexionó sobre tópicos diversos, tales como sus formas de implantación, las experiencias y formas de organización, sus estrategias de movilización y protesta. Puede reconocerse allí menos una perspectiva localizada, tradición en la que estos trabajos tampoco se reconocen, que una clave microanalítica.
Las fronteras de los estudios locales con la robusta vertiente de análisis sobre comunidades obreras son más difusas, en tanto los puntos de contacto con la localización, la incorporación del espacio como variable y, en algunos casos, la adopción explícita de lo local como preocupación fueron apreciables (Lobato, 2020). A modo de ejemplo, la vasta investigación de Mirta Lobato sobre Berisso (2001) sintetizó interrogantes e hipótesis de relevancia para las interpretaciones en perspectiva local. Su indagación abarcó tanto una reflexión sostenida en torno al concepto de comunidad —su instrumentalización como categoría analítica, su anclaje en formas localizadas de construcción de identidades de clase, género y políticas, su materialidad y transformaciones a lo largo del tiempo— como un interés explícito por analizar, desde un registro metodológico y conceptual, la construcción de experiencias localizadas.
Si tomamos en cuenta las miradas centradas específicamente en la dimensión político-partidaria, que este texto recupera, observamos que las investigaciones localizadas sobre el comunismo se forjaron principalmente entre finales de la década del 2000 y la actualidad. De acuerdo a un estado de la cuestión publicado por Camarero en 2013, un signo alentador de la producción sobre el comunismo fue su reorientación espacial hacia territorios antes desatendidos, que extendieron la constatación de la influencia del PC en el mundo del trabajo fuera de la Capital Federal y Buenos Aires (Camarero, 2013, p. 144). El balance de Camarero fue menos optimista en un texto posterior, en el que si bien reconocía la importancia de “asegurar ya definitivamente la construcción de un programa que se configure en una perspectiva no porteñocéntrica del mundo de los trabajadores/as”, nos alertaba sobre la necesidad de identificar “esa heterogeneidad como una cuestión empírica, conceptual, histórica y metodológica compleja, no sencilla de resolver con el amontonamiento de un par de casos regionales” (2019, p. 184). Aunque se trata de una afirmación tangencial de su hilo argumental, que ensaya un diagnóstico general de la historiografía sobre el PC, la definición de las investigaciones sobre el comunismo allende la Capital Federal como “estudios de caso” podría situarlas en una perspectiva poco afecta a los juegos de escala o la reflexión sobre el espacio. En palabras de John Agnew, una indagación atenta al lugar, que lo incorpore como variable de análisis relevante a la hora de construir el objeto de investigación, supone, justamente, desmarcarse de la noción de caso, concebido como “campo de aplicación o testeo de conceptos o hipótesis”, que deniega las características sociales e históricas de los lugares y presupone la aplicación de “leyes” o “tendencias” generales (1987, p. 2).2
La producción localizada sobre el comunismo no fue, sin embargo, esquiva a las referidas perspectivas metodológicas. Por ejemplo, los aportes de Oscar Videla y Paulo Menotti sobre Rosario analizaron la performance electoral y las prácticas políticas del comunismo a finales de la década de 1920 —etapa en la que conquistó una banca en el Concejo Deliberante— a partir del cruce entre fenómenos gestados en sede local y nacional (2019). Entre los primeros se destaca la reforma del sistema electoral municipal (1927), que pasó de un padrón restringido a los contribuyentes a otro basado en una representación universal masculina, con distribución proporcional de los asientos en el Concejo. El cambio en las reglas del juego benefició al comunismo. Apuntalado por la militancia sindical y la construcción de redes en diferentes barrios de la ciudad, el PC conquistó una banca en el Concejo (1928). Si las variables locales contribuyeron, en la mirada de Videla y Menotti, a explicar el acceso del comunismo al Concejo, en las prácticas de su representante influyeron dos procesos gestados en las esferas nacionales: la escisión liderada por el obrero gráfico José Penelón (1927) y el tránsito hacia la estrategia de “clase contra clase”, reacia a la construcción de alianzas con otros actores del universo político y sindical. En ese marco, la gestión del PC en el Concejo rosarino rehuyó un “compromiso demasiado explícito con la tarea municipal”, desplegó una conducta sectaria ante los demás partidos y minusvaloró la acción parlamentaria (Videla y Menotti, 2019, p. 19). Esto revelaba no sólo la prioridad otorgada a la acción sindical por sobre la actividad político-electoral, sino también la observancia local a las directivas nacionales del PC. Tal dimensión, central en los estudios sobre el tema, fue recuperada por Videla y Menotti, que mostraron la correlación entre la trayectoria del comunismo rosarino en el Concejo y las estrategias delineadas a nivel nacional, matizada por expresiones aisladas de pragmatismo o por alianzas coyunturales con otras fuerzas.
Las modulaciones locales del PC rosarino durante la primera mitad de la década de 1930, etapa signada por la alternancia entre políticas de represión y apertura por parte del Partido Demócrata Progresista, también fue recuperada por Menotti y Sebastián Merayo (2016). Situada en una etapa posterior (1943-1946), la pionera reconstrucción de Gabriela Águila, publicada a comienzos de la década de 1990 (1991-1992), analizó las prácticas políticas y sindicales del PC en interrelación con sus formas locales de implantación territorial y la influencia de las directivas centrales. Por su parte, el examen de Videla y Diego Diz (2014) sobre la trayectoria del comunismo en el Departamento Constitución (sudeste de Santa Fe) entre las décadas de 1930 y 1950 priorizó sus formas de reclutamiento e implantación territorial, la construcción de un discurso localista y las políticas represivas contra el movimiento desplegadas durante el primer peronismo.
Los abordajes localizados sobre el PC en el período de entreguerras también avanzaron sobre el interior cordobés, en particular las localidades de Villa Huidobro, Río Cuarto y San Francisco. Estos aportes reflexionaron sobre la influencia del PC en espacios desmarcados de la matriz urbana y de la centralidad de la clase obrera industrial (Camarero, 2013). En ese marco, las investigaciones sobre el interior cordobés recuperaron con énfasis dispar el doble juego entre lo nacional/provincial y lo local. El análisis de una experiencia exitosa de implantación territorial guio la mirada de Flavia Daniele (2011) sobre el municipio de Villa Huidobro, conquistado por el PC en 1928. Las causas de este hecho inédito a nivel continental deben rastrearse, según Daniele, en las redes entabladas entre las tramas sindicales y políticas, articulación cuya performance electoral permitió al comunismo liderar una efímera experiencia de gobierno que culminó al poco tiempo por la intervención del gobierno provincial. El análisis de dos ejemplos exitosos de implantación electoral del PC también modeló la perspectiva de Mariana Mastrángelo (2013) sobre Río Cuarto y San Francisco. Al postular la existencia de una “cultura obrera izquierdista” en el interior cordobés, cuya conformación se remontaba a comienzos del siglo XX, su consolidación en el período de entreguerras y su influencia en la conformación del peronismo, buscó dialogar con la producción sobre la génesis de dicho movimiento en la provincia mediterránea. En esa clave, el enfoque de Mastrángelo recuperó no sólo al comunismo, principal actor de su trama argumental, sino también al PS y los partidos vecinalistas. El concepto de “estructura de sentimientos” (Raymond Williams) adoptado por Mastrángelo tendió a desdibujar los alineamientos político-partidarios de los trabajadores para dar paso a una perspectiva centrada en la “cultura política” local. Según Camarero, esto la llevó a soslayar los lineamientos de los organismos centrales, dimensión central de la trayectoria comunista (p. 144). Por su parte, Rebeca Camaño Semprini (2013) cuestionó la “cultura obrera izquierdista” definida por Mastrángelo y minimizó la influencia del comunismo en el naciente movimiento peronista.
Las interrelaciones entre las orientaciones globales y nacionales del PC y las especificidades locales también emergieron en investigaciones sobre Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia. A tono con sus aportes sobre el PS, Cabezas (2011) recuperó las especificidades de la sociedad bahiense, reparando en la escasa correspondencia entre los procesos nacionales/locales. En ese marco se interrogó sobre las redes bahienses del “tercerismo”, fracción del PS que, liderada por Enrique del Valle Iberlucea, fue expulsada del socialismo en el Congreso nacional realizado en Bahía Blanca en 1921. Se reconocen allí las especificidades del PC local —trayectorias dirigentes, perfiles etarios y socio-profesionales— con el fin de sopesar la relevancia del “tercerismo” en su fundación, en desmedro del “internacionalismo” dominante a escala nacional, así como sus implicancias en la performance electoral socialista.
Por su parte, en su estudio sobre las “tramas locales del internacionalismo rojo” Andrea Andújar (2019) examinó el despliegue de la militancia comunista en Comodoro Rivadavia a comienzos de la década de 1930. Con ese fin revisó sus iniciativas en diversas instancias organizativas —partidos, sindicatos, asociaciones femeninas, juveniles, etc.— e insertó la trayectoria partidaria en una perspectiva mayor, atenta a la militancia en sus diversas expresiones. El interés por el activismo comunista se desplegó en un contexto signado por la profundización de la persecución estatal de las organizaciones obreras y las corrientes políticas de izquierda. La cuestión de género, tangencial en las miradas específicas sobre el PC en espacios locales, fue recuperada aquí para plantear su incidencia en el desarrollo de la política comunista en la región y en la experiencia de la clase trabajadora, así como en la delimitación de sus contornos, la demarcación de sus adversarios y en la conflictividad de clase.
Así, en sintonía con lo observado para el socialismo, uno de los ejes vertebrales en la producción localizada sobre las organizaciones partidarias —el par centralización/autonomía o, planteado en otros términos, la capacidad de agencia de las dirigencias locales en el despliegue de estrategias políticas, prácticas proselitistas y construcciones identitarias— fue central en las interpretaciones sobre el PC, en razón de una estructura centralizada que monitoreaba a la militancia comunista y retransmitía las directivas emanadas desde las esferas centrales. Desde diferentes configuraciones locales, atentas a las tramas socio-laborales, político-institucionales, intra e interpartidarias, las interpretaciones sobre el PC recuperaron las diversas expresiones de una organización centralizada, cuyas dirigencias oscilaron entre la observancia a las autoridades y la adaptación a un espacio local dotado de coordenadas propias.
Localizar el patronazgo y la construcción de liderazgos: los estudios sobre radicales y conservadores
Aunque la producción sobre radicales y conservadores no fue ajena a la tendencia general de la historiografía sobre los partidos durante las últimas décadas, signada por la expansión y por la reducción de los marcos de observación, la comparación con las organizaciones de izquierda revela una menor injerencia de las miradas localizadas.
En consonancia con lo señalado para el PS y el PC, los cuestionarios de investigación sobre radicales y conservadores se pensaron en interrelación con problemas e hipótesis sobre niveles macro y recortes espaciales más amplios. Mientras que los interrogantes sobre la capacidad de agencia de los niveles inferiores fueron vertebrales en aquellos casos, las indagaciones sobre radicales y conservadores —modelados por estructuras porosas, permeables a una lógica movimientista por sobre la construcción de organizaciones centralizadas, con filiales provinciales reacias, o abiertamente enfrentadas, a las conducciones nacionales— combinaron esos tópicos con una preocupación central: la construcción de dispositivos político-electorales factibles de responder a las exigencias de la democracia ampliada. Dicha cuestión hermanó a ambos partidos en esta etapa.
Se trata de un tópico tempranamente planteado en las pesquisas sobre la Unión Cívica Radical (en adelante, UCR), que fructificó en una consistente línea de trabajo sobre la relación partido-Estado, el peso de los incentivos selectivos en la construcción de lealtades y los componentes afectivos que abonaron a la capacidad del radicalismo por interpelar a colectivos múltiples (Horowitz, 2015). En relación a los partidos conservadores, los estudios se focalizaron en las formas de movilización y el reclutamiento, así como en los procesos de faccionalización que acarrearon la reforma electoral y la hegemonía radical (véase, entre otros, Tato, 2005 y Solís Carnicer, 2015).
Los ejercicios de localización pivotearon en torno a estos debates. En ese marco, las investigaciones de Gardenia Vidal (2013) sobre los comités radicales de la ciudad de Córdoba desentrañaron las formas de participación de los sectores populares a través de diferentes variables: su identificación con el liderazgo yrigoyenista, sus prácticas de reclutamiento y su acceso a espacios de poder en la estructura de comités seccionales. Vidal puso el foco en la construcción de los sectores populares como sujeto político, su participación en la arena partidaria, su influencia en los organismos radicales de base y su injerencia en las disputas internas del partido, recuperando los perfiles —socio-profesionales, generacionales, etcétera— de la dirigencia de los comités seccionales, la recepción de las formas de interpelación del yrigoyenismo y sus posicionamientos en las disputas internas. Los comités seccionales de la capital cordobesa emergieron, de acuerdo a su interpretación, como un engranaje fundamental en la consolidación de dicha corriente y ofrecieron un contrapeso clave para contrarrestar la influencia de los sectores “católicos conservadores” del partido. Atenta a las formas de identificación construidas a nivel de las bases, Vidal cuestionó las interpretaciones que ponderaron las lógicas clientelares como variable dominante para explicar el arraigo electoral radical (2013).
Las disputas entre sectores ideológicamente enfrentados también fueron recuperadas por Camaño Semprini (2015) en un estudio sobre el radicalismo de Río Cuarto durante los treinta. El peso de la juventud partidaria y su receptividad a las iniciativas frentistas, en el marco de la articulación antifascista que signó la vida política argentina, permitió a Camaño Semprini introducir una cuestión cara a la producción historiográfica sobre el período de entreguerras, que caló hondo en las investigaciones sobre la provincia mediterránea: la centralidad de la dicotomía liberalismo/antiliberalismo. Desde su punto de vista, se trata de un tópico que modeló la trayectoria radical desde un punto de vista endógeno —elección de autoridades, candidaturas— y exógeno —lealtad a la institucionalidad democrática, relación con los actores del universo político-asociativo—, estructurando los debates que surcaron la cultura política local. El ejercicio de localización de Camaño Semprini pivoteó, de ese modo, con miradas sobre el espacio provincial y las especificidades de una sociedad riocuartense, con una marcada influencia clerical y el escaso peso del colectivo obrero.
Modelada por singulares coordenadas sociales y políticas, la ciudad de Rosario cobijó una sostenida reflexión historiográfica en torno a la capacidad de radicales y conservadores por interpelar al electorado durante la ampliación democrática. En razón de una estructura social con una burguesía consolidada y una fuerte presencia obrera, fruto del desarrollo capitalista del último cuarto del siglo XIX, los estudios sobre el radicalismo rosarino incorporaron múltiples dimensiones de análisis, tales como las formas de interpelación discursivas hacia los trabajadores, su actitud frente a los ciclos de conflictividad obrera, sus puntos de contacto y divergencia con el resto del espectro político y su representación en los órganos de gobierno municipales.
Estos interrogantes fueron recuperados por Matthew Karush (2002) en una indagación sobre las identidades políticas de los trabajadores rosarinos entre 1912-1930. Su mirada combinó un análisis cultural de las identidades políticas y los procesos de democratización (tributaria de Adam Przeworski y Ernesto Laclau) con la reconstrucción de los ciclos de conflictividad obrera y una competencia interpartidaria condicionada por las reglas electorales municipales. Así, Karush navegó entre el testeo de hipótesis macro sobre la ampliación democrática —la capacidad de los actores partidarios por representar las demandas del colectivo obrero, el impacto de la competencia electoral en las identidades de clase y los límites al proceso democratizador— con un reconocimiento de las especificidades de la estructura social y el sistema electoral local.3 Uno de sus ejes de análisis fue la interrelación entre los trabajadores y la figura de Ricardo Caballero, que concilió la identidad de clase con un discurso de reivindicación de las tradiciones nacionales y el ideario radical. Este rasgo otorgó al caballerismo una impronta novedosa dentro del radicalismo y contribuyó a su arraigo electoral. Si bien esta interpretación fue discutida por Ricardo Falcón y Alejandra Monserrat (1993), que revelaron la presencia de una afianzada prédica obrerista en el radicalismo antes de 1912, nos interesa resaltar aquí el doble juego entre las especificidades locales y los cuestionarios sobre el radicalismo —y la ampliación democrática en general— que Karush ponderó.
Los estudios de Videla sobre la dinámica interpartidaria de la UCR rosarina y su relación con la conflictividad obrera de finales de los años veinte también combinaron la preocupación por lo nacional, lo provincial y lo local. Mientras que en Santa Fe se observaba un franco crecimiento del Partido Demócrata Progresista, que culminó con su acceso al poder en 1931, el radicalismo rosarino se consolidaba en la escena política local y conquistaba el Concejo Deliberante en 1927 merced a la reforma electoral arriba mencionada. Asimismo, el carácter tardío de la apertura electoral rosarina, el crecimiento en la participación y la intensificación de la competencia se inscriben en los debates sobre la ampliación democrática en los diferentes niveles del sistema político argentino. Según Videla (2019), la localización reveló una fisonomía “particular y distintiva” modelada por una hegemonía radical a contramano de la provincia, una veloz transformación de la dinámica interpartidaria y la fragua de una estructura de representación compleja, en función de los asientos conquistados por las organizaciones minoritarias (p. 26).
Desmarcadas del registro urbano y pampeano, las interpretaciones localizadas sobre el radicalismo en la región noroeste reflexionaron sobre el patronazgo, la construcción de liderazgos y las formas de interpelación de la UCR entre sectores sociales diversos. En el marco de la consistente producción historiográfica sobre Jujuy, podemos mencionar los estudios de Adriana Kindgard (2011) sobre Miguel Tanco, líder radical de gran predicamento entre las décadas de 1920-1940. Sus apoyos en las tierras altas de Quebrada y Puna fueron analizados a partir de variables socioculturales —la organización del sistema productivo y el mercado de trabajo, las tradiciones de organización comunitaria andinas— y políticas —las plataformas partidarias, la participación y competencia electoral—. Bajo ese original encuadre, la pregunta por la construcción de liderazgos y prácticas de movilización alentadas por el radicalismo fue codificada a partir de un ejercicio ambicioso de contextualización. Dicha especificidad no rehuyó, sin embargo, la posibilidad de entablar diálogos con interrogantes sobre niveles macro o espacios más amplios.
Por su parte, las prácticas políticas y las formas de interpelación de la UCR en el espacio agroindustrial tucumano fueron recuperadas en las investigaciones sobre el pueblo azucarero de Bella Vista entre la década de 1920 y el peronismo (Lichtmajer y Gutiérrez, 2017; Lichtmajer, 2019 y 2020). La trayectoria local del radicalismo reveló, por un lado, la confluencia con las patronales azucareras —vertebral en el período de entreguerras— y las implicancias del proceso de sindicalización azucarera y emergencia del peronismo en las formas locales de hacer política. Por otro lado, reconocer la influencia político-electoral de la patronal llevó a repensar las interpretaciones que la definieron como un epifenómeno de las prácticas de explotación y coerción laboral propias del modelo productivo azucarero, al recuperar las redes partidarias, que involucraron a la comunidad bellavisteña en diferentes formas e instancias de la política, y ponderar la competencia interpartidaria con otros actores locales. De ese modo, la mirada sobre el radicalismo en el pueblo azucarero de Bella Vista dialogó con temas clásicos de la historiografía sobre la UCR —las redes clientelares y el patronazgo, sus prácticas proselitistas en el contexto de la democracia ampliada— y de los estudios sobre la agroindustria azucarera —el empresariado como actor político-partidario y el lugar del proselitismo en la cotidianeidad de los pueblos azucareros—.
El interés por el impacto de la ampliación democrática en las prácticas políticas y las identidades partidarias también alentó un conjunto de investigaciones sobre radicales y conservadores en la provincia de Buenos Aires. Los rasgos de la compleja estructura política bonaerense otorgaron relevancia a la localización. Dicha estrategia metodológica permitió recuperar el caleidoscopio del vasto espacio bonaerense y los márgenes de autonomía que la Constitución provincial otorgaba a los distritos (Fuentes, 2016, p. 6; Bisso, 2011).
Al igual que en el caso del PS, los estudios localizados sobre Buenos Aires tuvieron una primera expresión en las compilaciones de Ferrari-Devoto y Melón Pirro-Pastoriza. En ese marco, el abordaje de Rogelio Paredes (1996) sobre Campana se interrogó sobre el impacto de la reforma electoral de 1912 en las redes sociales y económicas locales. Una interpretación de las trayectorias dirigentes atenta a los rasgos socio-profesionales y el background familiar puso de relieve la capacidad de adaptación de las clases dirigentes, socialmente dominantes, a los desafíos interpuestos por la ampliación democrática. La relación entre variables socio-económicas, preferencias electorales y redes clientelares también fue recuperada por Marcela Ferrari (1996), cuyo análisis sobre Zárate demostró la compatibilidad entre conservadurismo y modernización, así como en las miradas de Elisa Pastoriza y Rodolfo Rodríguez (1994) sobre el municipio de General Pueyrredón durante la década de 1920. Al recuperar la composición social de su dirigencia, las prácticas facciosas y la relevancia de las lógicas clientelares en el proselitismo partidario, los autores dieron cuenta de un “radicalismo perdedor” frente a un socialismo que, como hemos mencionado, construyó un sólido arraigo electoral.
Abordajes posteriores recuperaron estos interrogantes e incorporaron nuevos recortes y problemas. En el caso de Bahía Blanca, Laura Llull (2006) analizó las disputas internas del radicalismo durante la gobernación de José Camilo Crotto (1918-1921). Con ese fin reconstruyó las trayectorias y perfiles de sus dirigencias y organismos de base, sus plataformas y su performance electoral, concluyendo que los conflictos en el seno del radicalismo combinaron la disputa por espacios de poder, las variables generacionales y las programáticas. Por su parte, la próspera región centro-sur de la provincia de Buenos Aires fue analizada por Silvana Gómez (2015) y Leonardo Fuentes (2016) en sendas tesis doctorales. A partir del concepto de “red egocentrada” (Zacarías Moutoukias), Gómez exploró la trayectoria de un líder político de la localidad de Benito Juárez (Díaz Pumará) a inicios del siglo XX. La construcción de un denso entramado de relaciones clientelares forjadas en la cotidianeidad de los lazos interpersonales y las coyunturas proselitistas, así como la fragua de una base heterogénea de apoyos sociales explicaron la pervivencia del líder local y su capacidad de adaptación a los cambios políticos. En su trayectoria se sintetizó, asimismo, la porosidad de las fronteras entre radicalismo y conservadurismo, así como las continuidades en las formas de hacer política de la democracia ampliada. Por su parte, Fuentes estudió los partidos de Ayacucho, Azul, Lobería y Tandil, atendiendo a la relación entre apoyos electorales, condiciones estructurales y liderazgos políticos anclados en redes locales. La intersección entre la especificidad de los cuatro partidos estudiados, cercanos geográficamente pero dotados de rasgos particulares, permitió a Fuentes volver sobre algunos interrogantes vertebrales de la producción aquí presentada. Así, las similitudes entre las prácticas proselitistas y de reclutamiento, la construcción de liderazgos, los perfiles sociales y las trayectorias de los dirigentes radicales y conservadores reafirman las porosidades que las perspectivas locales tienden a revelar. El examen del ciclo político desarrollado entre 1930-1943 puso de relieve las modulaciones locales del fraude electoral, las implicancias de la abstención radical y el faccionalismo conservador, tópicos centrales en los estudios sobre esa etapa.
El repaso por las miradas localizadas sobre radicales y conservadores finaliza en la capital bonaerense. Desde una perspectiva de género, Adriana Valobra (2011) analizó la sociabilidad política femenina platense en la década de 1930. La reconstrucción del “Comité Feminista 5 de abril” de La Plata sintetizó la preocupación por su inserción en el entorno político-ideológico platense a través de las dimensiones identitarias —ideal de mujer, relación entre maternidad y ciudadanía— y organizativas —reglamentos internos, formas de reclutamiento, conflictos por el control del comité—. Al igual que en algunas investigaciones sobre los centros socialistas, la localización no es el registro central del texto, priorizándose una reconstrucción microanalítica. No obstante, al reponer la problemática de género el estudio de Valobra avanzó, al igual que Barandiarán (2009) y Andújar (2019), en un tema marginal de las trayectorias partidarias locales.
Tributario de una concepción reticular de las prácticas políticas y la acción proselitista, Andrés Bisso (2011) reconstruyó las elecciones municipales de La Plata en 1916, comicios signados por la táctica radical de abstención electoral e impugnación judicial. Reflexionó así en torno a un problema caro a las perspectivas aquí detalladas: las proyecciones que un conflicto localizado, en este caso de naturaleza político-jurídica, puede alcanzar en otros espacios (provincia, nación). En efecto, la preocupación por la representatividad de lo local, en un sentido metodológico y epistemológico, emerge en su propuesta, que se interroga no sólo por las implicancias de los fenómenos localizados sino también por la posibilidad de generalizar las conclusiones allí obtenidas. Con ese fin compara el derrotero político de La Plata con el de otras localidades (Bisso, 2011, p. 53).
Como se desprende de lo señalado, la producción sobre radicales y conservadores compartió con los partidos de izquierda una similar distribución cronológica, que reconoce en la década de 1990 sus primeros pasos para afianzarse en el tránsito hacia el siglo XXI, sobre todo en la etapa 2010-actualidad. Los cuestionarios de investigación se focalizaron, principalmente, en los desafíos que ambos partidos enfrentaron ante la ampliación democrática, tales como las transformaciones en el reclutamiento y el proselitismo, la construcción de liderazgos y formas de interpelación a actores sociales diversos y las redes de interacción políticas. Estos temas cobraron mayor relevancia que la pregunta por los grados de centralización/autonomía de las instancias inferiores frente a la conducción partidaria, predominantes en los estudios sobre socialistas y comunistas.
Conclusiones
Del recorrido en torno a las investigaciones localizadas sobre los partidos se desprenden algunos rasgos generales. Reconocerlos implica situar la producción en un contexto historiográfico signado por la confluencia de dos fenómenos. Por un lado, la renovación de la historia política y su interés por reponer el universo relacional de los actores. En este horizonte se inscribieron los abordajes sobre los ámbitos de sociabilidad partidarios, sus redes de relaciones, sus formas de organización, estrategias y discursos (Pagano, 2010, p. 57). Por otro lado, un clima epistemológico receptivo al “juego de escalas” y a la adopción de marcos de análisis regionales, provinciales y locales que les permitieron “escapar de las generalizaciones y homogeneizaciones forzadas” de las interpretaciones “nacionales” (Bonaudo, 2012, p. 24). En ese marco, la incorporación de las perspectivas microanalíticas alentó un “redescubrimiento de la localización” (Barriera, 2005, p. 28).
Inescindibles de ese contexto historiográfico, los estudios locales sobre los partidos se desarrollaron desde la década de 1990 hasta el presente. Las pioneras investigaciones sobre Buenos Aires y Rosario, situadas al inicio de este recuento, delinearon interrogantes y herramientas conceptuales/metodológicas que influyeron a posteriori. La perspectiva local cobró vuelo en el siglo XXI, en particular durante la etapa 2010-actualidad. Aparte de reconocer el peso cuantitativo de las miradas recientes, el recorrido propuesto reveló la amplitud de los espacios, marcos institucionales —provinciales, territorianos— y entornos —rural y urbano— analizados. Esta heterogeneidad remite a un bagaje múltiple y diverso, aunque poco afecto a pensarse en mutua interrelación o desde una mirada de conjunto. Matizado en el caso de los partidos de izquierda, particularmente el socialismo, este diagnóstico se corrobora al escudriñar la producción sobre radicales y conservadores.
Esta caracterización nos revela algunas diferencias con la historia regional, unida a la local por múltiples ligazones conceptuales y metodológicas, tramas institucionales y grupos de trabajo. Los rasgos distintivos emergen tanto de una disonancia cronológica —al ubicar los orígenes de la historia regional en las décadas de 1960/1970 y un afianzamiento desde los años ochenta—, de una dispar distribución geográfica —donde lo local tuvo en el territorio bonaerense un núcleo central de reflexión, a diferencia de lo regional con epicentro en otras áreas— y de un grado variable de reflexión historiográfica —con una perspectiva regional más propicia a las miradas de conjunto—.
En la construcción de los interrogantes e hipótesis, los análisis localizados sobre los partidos dialogaron críticamente con las investigaciones sobre niveles superiores —macro, meso— y recortes espaciales más extensos —nacional, provincial—. Compartieron con la historia regional la búsqueda de revisar interpretaciones que se presentaron a sí mismas —o fueron erigidas— como portadoras de conclusiones que podían extrapolarse hacia otros niveles/espacios. En los trabajos reseñados esta premisa llevó a desmarcarse del “localismo estrecho”, que reconstruye las especificidades de una comunidad determinada y “solo interesa a los nativos” (Pons y Serna, 2007, p. 22). Así, el reconocimiento de ciertas particularidades locales —estructuras sociales y económicas, sectores dominantes, coordenadas de la competencia electoral, trayectorias dirigentes, etcétera— no implicó perder de vista problemas más amplios. Esto no llevó a postular lo local como mero reflejo de procesos situados en otros niveles/espacios. Permitió, por el contrario, rubricar interpretaciones que pivotearon entre lo excepcional y lo contrastante, reconociendo las especificidades locales sin soslayar las tramas con las que podían, eventualmente, vincularse.
Si en la problematización de hipótesis sobre otros niveles/espacios se cifra uno de los rasgos comunes de las investigaciones analizadas, en la amplitud de diálogos conceptuales y metodológicos reside otra de sus características dominantes. Se destaca, por ejemplo, la coexistencia de múltiples recortes espaciales, que abarcaron desde circunscripciones político-administrativas —municipios, departamentos/partidos, circuitos electorales— hasta territorios con límites menos precisos o definidos ad-hoc —pueblos, ciudades, barrios—. Esta diversidad nos revela el carácter flexible de lo local como marco de referencia, cuyos perímetros varían de acuerdo a los problemas de investigación y las variables de análisis. Se trata de una noción constructivista del espacio en la que podrían reconocerse ciertos aires de familia con la historia regional.
Las investigaciones locales sobre los partidos abrevaron en un amplio diálogo interdisciplinar —desde la sociología de las organizaciones hasta la antropología y la ciencia política— y conceptos —acción colectiva, redes personales, identidades políticas, clientelismo, patronazgo, etcétera—. Sin desmedro de tales especificidades, el recorrido aquí planteado revela cómo al analizar los partidos en el territorio, concibiéndolos menos como entidades verticalmente articuladas que como ámbitos de socialización mimetizados con su entorno, las porosidades y rasgos comunes adquieren centralidad. Así, desde enfoques y problemas diversos, los estudios problematizaron el carácter nacional/provincial de las organizaciones y las identidades partidarias. Esto habilitó interpretaciones alejadas de preceptos normativos, que recuperaron la fisonomía reticular de las prácticas políticas y se alejaron de patrones de estabilidad e institucionalización, con rasgos identitarios claramente discernibles y una cierta coherencia entre normas y prácticas. Esta indagación sobre las trayectorias de los dirigentes y afiliados en los intersticios, recorrida con ímpetu en el caso del socialismo, también puede percibirse en las interpretaciones sobre comunistas y, en menor medida, radicales y conservadores. En esta premisa se sintetiza uno de los rasgos más fructíferos, en términos historiográficos, de la producción localizada entre la ley Sáenz Peña y la emergencia del peronismo.
Tal afirmación no busca atribuir a la perspectiva local una centralidad que, en rigor de verdad, está lejos de poseer. Aunque su expansión y ramificaciones geográficas son palpables, los estudios localizados ocupan un lugar marginal en la producción sobre los partidos, así como en la historia política en general. Cabe interrogarse en qué medida este estatus obedece a un rasgo intrínseco de las investigaciones, como ser su carácter fragmentado o su escaso apego a una reflexión de conjunto, o tallan en él algunos atributos generales del campo historiográfico argentino.
Nos referimos, por ejemplo, a las formas de circulación y legitimación de las producciones y a las percepciones en torno a las perspectivas locales —asociadas, quizás, al “localismo estrecho” o a una relevancia dudosa en los debates disciplinares—. Otro tanto podría decirse de los intentos por contrastar o refutar interpretaciones canónicas, forjadas en otros niveles/espacios. ¿Los estudios locales persiguen allí formas de legitimación historiográfica que no obtendrían si postulasen una contextualización más densa, menos atenta a las agendas “macro” y centrada en las articulaciones concretas en un espacio determinado? ¿Cómo encontrar un balance entre la búsqueda de contrastar hipótesis sobre otros niveles/espacios y los problemas emanados “del terreno”, que emergen de las configuraciones locales?
Radican allí algunas cuestiones de relevancia a la hora de reflexionar sobre el decurso de la historia local en nuestro país. Se trata de un ejercicio que podría enriquecer los debates y perspectivas en torno a una producción en expansión.
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Notas