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Memorias del pasado dictatorial y politización juvenil en Argentina: un análisis de las representaciones de jóvenes estudiantes, entre dos paradigmas de Estado (AMBA, 2011-2019)
Memories of the dictatorial past and youth politicization in Argentina: an analysis of the representations of young students, between two state paradigms (AMBA, 2011-2019)
Avances del Cesor
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
ISSN: 1514-3899
ISSN-e: 2422-6580
Periodicidad: Semestral
vol. 19, núm. 27, 2022
Recepción: 08 Septiembre 2021
Aprobación: 07 Marzo 2022
Publicación: 05 Diciembre 2022
Resumen: Este artículo trata sobre la transmisión de memorias sociales de la última dictadura argentina (1976-1983), durante la segunda década del milenio. Presenta e integra resultados de tres investigaciones empíricas realizadas en 2011, 2015 y 2019 con estudiantes del último año del secundario del Área Metropolitana de Buenos Aires, indagando: a) los ámbitos de socialización con mayor presencia del tema “los derechos humanos en la Dictadura”, y b) su adhesión a distintas memorias sociales emblemáticas. Se realiza un análisis estadístico, adoptando una perspectiva diacrónica para establecer cambios y continuidades en un plazo de tiempo mediano en los procesos de transmisión de memorias, vinculándolos con transformaciones en el contexto sociohistórico y especialmente con las dinámicas de politización juvenil. Finalmente, se caracterizan y destacan los logros de la trasmisión inter y transgeneracional, problematizando la transmisión activa en presente, reflexionando sobre los aspectos distintivos y específicos de la resignificación de las memorias entre los jóvenes.
Palabras clave: memorias sociales, dictadura, politización juvenil, transmisión, estudiantes.
Abstract: This article deals with the transmission of social memories over the last Argentinian dictatorship (1976-1983), during the second decade of the millennium. It presents and integrates the results of three empirical investigations carried out in 2011, 2015 and 2019 with students from the Metropolitan Area of Buenos Aires, during their last year of their secondary education. The investigations inquire a) the social environments with the greatest presence of the topic “human rights in the Dictatorship” and b) youths’ adherence to different emblematic social memories. A statistical analysis of these medium-term studies is carried out, adopting a diachronic perspective to establish changes and continuities in the processes of memory transmission, linking them with transformations in the socio-historical context and especially with the dynamics of youth politicization. Finally, the achievements of inter and transgenerational transmission are characterized and highlighted, problematizing active transmission at present, reflecting on the distinctive and specific aspects of the resignification of memories of the dictatorial past among young people.
Keywords: social memories, dictatorship, youth politicization, transmission, students.
Introducción
Este artículo trata sobre las representaciones de la Dictadura cívico-militar (1976-1983) entre jóvenes argentinos,1 considerando su intervención en los procesos de politización juvenil del nuevo milenio, desde una perspectiva que entiende a la política como
un eje de la relación dual que los sujetos ciudadanos establecen por una parte con el proyecto común de la nación en tanto “comunidad imaginada” (Anderson, 1983) y, por la otra, con el Estado en tanto instancia presente en la cual se actualiza e instituye la existencia jurídica y la experiencia social de cada uno y entre sí. En suma: nación y Estado designan, de manera simultánea e interrelacionada, sentidos, interlocutores y agentes de los procesos de subjetivación política como integración a un mundo común, dotado de densidad histórica y potencia proyectiva (Kriger, 2017, p. 25).
En este sentido, y en la medida en que el pasado reciente es un pasado que no pasa (Conan y Rousso, 1994), su conflictividad se traslada al presente y se dirime en la construcción de memorias en disputa, un ejercicio de alta politicidad del cual participan el Estado, la sociedad y también las nuevas generaciones, dado que su transmisión es un proceso activo.
Presentaremos aquí hallazgos parciales de tres investigaciones empíricas sobre juventud y política realizadas durante la segunda década del milenio en el Área Metropolitana de Buenos Aires (en adelante, AMBA)2 con estudiantes de diversos géneros y clases sociales del último año del secundario, específicamente referidos a las memorias de la Dictadura, con foco en los derechos humanos (en adelante, DDHH). Esta elección se apoya en el hecho de que la culminación de la educación obligatoria3 en el comienzo de la juventud coincide con el acceso a la ciudadanización formal, que implica una relación jurídica e igualitaria con el Estado; pero interesados al mismo tiempo en otro tipo de procesos mediante los cuales los jóvenes pueden devenir en sujetos políticos (Kriger, 2010), no de un modo necesario ni uniforme, sino que implican aprendizajes, autocalificación y decisión de participación, desde condiciones desiguales y asimétricas. Nos referimos a la subjetivación política (Kriger, 2017), donde el vínculo con el pasado reciente cobra especial relevancia en nuestro contexto de estudio.
Se trata de un pasado que insiste y reclama en silenciosa asimilación o en ruidosa pugna, abriéndose caminos de las marchas conmemorativas a las protestas en presente, en las pancartas con rostros de jóvenes exigiendo aparición con vida y ni una menos en democracia, en los pañuelos verdes, y también en los celestes. De modo que su transmisión no puede acotarse a agentes, saberes ni políticas dispuestas para ello, sino que siempre los excede, incorporando procesos sociohistóricos y subyacentes que permean el entramado intersubjetivo de la sociedad en todas direcciones, incluyendo el arte, la cultural, formas singulares del olvido y memorias subterráneas (Pollak, 2006). Asimismo, entendiendo que “la memoria no es replicativa sino creativa” (Feierstein, 2011, p. 572), sus supuestos receptores co-construyen el pasado en el acto de transmisión junto a sus agentes también transformados por esta experiencia de transmisión activa. Distinguimos en ella dos dinámicas que aluden a momentos distintos, aunque pueden también superponerse: la transmisión entre generaciones cronológicas distintas, donde las memorias son legadas desde los que vivieron ese pasado a quienes no; y la transmisión entre generaciones jóvenes —incluso yuxtapuestas— donde se produce una resignificación y apropiación heterogénea del mismo.
En pos de contribuir al conocimiento empírico y comprensión de estos procesos, en este trabajo queremos aportar conocimiento para problematizarlos, presentando un análisis de resultados de estudios cuantitativos realizados en 2011, 2015 y 2019, acerca del reconocimiento de jóvenes estudiantes de la presencia del tema “los derechos humanos en la dictadura” en distintos espacios de socialización, y de su adhesión a diferentes memorias sociales. Finalmente, correlacionaremos e integraremos estos hallazgos, adoptando una perspectiva diacrónica para comprender cambios y continuidades en un plazo de tiempo mediano, en vinculación con los procesos de politizacion juvenil en momentos sociopolíticos diferentes.
Contexto sociohistórico
El nuevo milenio comenzó signado gobalmente por un aumento de la presencia de los jóvenes en lo público (Aguilera Ruiz, 2011) y de su participación política (Vommaro, P., 2015), con particularidades en cada contexto. Es importante aclarar que la noción de politización no implica para nosotros un punto de llegada, sino “grados y modos de complejos procesos ligados a la transformación de las sociedades en distintos tiempos y contextos, y a la conversión de los sujetos sociales en sujetos políticos que forman parte de un proyecto colectivo” (Kriger, 2017, p. 24). Es decir: un proceso complejo y dinámico, que articula una dimensión socio-histórica —donde el Estado tiene un rol clave en la producción o “invención” (inacabada) de la juventud como categoría social y de lo/as jóvenes como sujetos jurídicos— con una dimensión psicosocial que es la subjetivación política (Kriger, 2017, p. 25). Esta “permite ir más allá de la política partidaria (incluyéndola); es productiva empíricamente tanto a ‘nivel micro’ (interacciones familiares, escolares, etc.) como ‘macro’ (organizaciones partidarias, Estado, etc.); permite comprender las dimensiones instituidas e instituyentes de las relaciones de poder” (Dukuen, 2021, p. 128).
En Argentina, los procesos de politización juvenil tuvieron la singularidad de enmarcarse en los de recuperación de la crisis integral del 2001 (Giarracca, 2001), que dio lugar a la reactivación de las organizaciones juveniles y estudiantiles en una dinámica de politización juvenil caracterizada como integradora (Kriger, 2017), signada por la incorporación de lo político a la poliitca (Muñoz, 2004)4 y la orientación de las prácticas hacia (y no contra) el Estado, convergente con una nueva invención de la juventud (Kriger, 2016) y su consagración como causa militante (Vázquez, 2013) por los adultos. Hacia el fin de esa primera década, ya en el marco del giro latinoamericano al “neoliberalismo recargado” (Kriger, 2021, p. 17), se producen importantes tranformaciones en las dinámicas de politización juvenil, tomando como punto de inflexión el conflicto entre el gobierno y campo5 (Basualdo, 2011) y la alteración estructural del campo político “sobre la base de la constitución de dos polos beligerantes con sus respectivas construcciones identitarias” (Zunino, 2011, p. 2). Comienza entonces un proceso de creciente polarización política de la sociedad6, que se expresa en la dicotomización de los resultados electorales presidenciales en el balotaje de 2015 primero, y luego en 2019 en el balotaje virtual entre las dos principales fuerzas políticas (Kriger y Robba Toribio, 2021a, p. 159), en contraste con la dispersión del voto opositor en las elecciones de 2011.7
Este cambio de dinámica implicó, por una parte, una ampliación de la politización en curso desde comienzos del milenio, ya que generó la incorporacion de muchos jóvenes que aún estaban contra o fuera de ella, considerándose no-políticos y/o antipolíticos:
en el caso de lo/as primero/as, empujado/as por la creciente polarización de la que se fue tiñendo la vida social (pública, privada, y hasta íntima); y en el de lo/as último/as, por la llegada sin precedentes que tuvo la Alianza Cambiemos —en especial el PRO— a jóvenes de distintas clases sociales (sobre todo en los extremos), con una concepción de la política no basada en el conflicto ni el desacuerdo (Rancière, 1996) sino en una matriz moral reconfigurada en términos políticos con modalidades de activismo no tributarias de la militancia propiamente política, sino del voluntariado y el emprendedorismo (Vommaro G., 2014), que logró con éxito la “conversión de los esquemas morales en disposiciones políticas” (Dukuen y Kriger, 2016) (Kriger, 2021, pp. 20-21).
Y, por otra parte, la polarización que se evidencia en el plano psicosocial cuando la postura de un grupo supone la referencia negativa a la postura del otro grupo (Martín y Páez, 2000), produce una restricción en los sentidos de la politización, constituyendo tanto un impulso del debate público como una contracción de la calidad del debate (Vommaro, G., 2019b, p. 193). Ella dicotomiza las identidades, quiebra los marcos de referencia colectivos para la interacción cotidiana (Lozada, 2004), y desplaza la conflictividad a la arena de las emociones morales, devenidas en afectos políticos (Kriger y Daiban, 2021, p. 33).
Lo notable es que pese a las diferencias entre las dinámicas de politización juvenil en estas dos décadas, en ambas las memorias del pasado dictatorial siguen siendo motor y leit motiv recurrente de la activación política juvenil, especialmente a nivel estudiantil (Higuera, 2013; Kriger, 2016; Núñez y Larrondo, 2019). Ello nos lleva a destacar tres momentos del nuevo milenio que se configuraron como hitos históricos y generacionales entre los participantes de nuestros estudios, propiciando distintos nexos con aquel pasado traumático y sus jóvenes desaparecidos. El primero fue la crisis del 2001, que marcó un viraje en el relato de una argentinidad resignificada desde abajo y tendió puentes con el pasado, del Golpe al cacerolazo (Kriger, 2009). El segundo refiere a la anulación en 2003 de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final[8] y al restablecimiento del enjuiciamiento a los genocidas por la declaración de invalidez e inconstitucionalidad de la Corte Suprema en 2005, durante el gobierno de Néstor Kirchner, donde el Estado retoma con protagonismo la tarea comenzada desde abajo por los organismos de derechos humanos en la década anterior (Crenzel, 2008),[9] promoviendo el reconocimiento de los desaparecidos de la generación militante de los 70 (Oberti y Pittaluga, 2005) en su doble condición juvenil y política (Guglielmo, 2020), y también constituyó una legítima garantía del Estado a la participación juvenil. Y el tercero, con una impronta catalizadora, es el llamado conflicto del campo, devenido en hito fundacional con sustratos biográfico-familiares (Kriger y Dukuen, 2014) de una juventud de centro-derecha, y desencadenante de la polarización. Como dijmos, esta traccionó una mayor incorporación de jóvenes a la política, y también repuso en presente tensiones históricas incluso previas a la dictadura, resignificadas entre dos contendientes que casi cuatro décadas más tarde se interpelaban fallidamente como montoneros y golpistas (Fair Rzezak, 2008).
Este impactante retorno de la faceta no más violenta pero seguro menos tramitable del pasado reciente, que ilumina la dimensión cívica (ya no militar) de la dictadura, no puso sin embargo en jaque al sistema político. Por el contrario: lo destacable es que fue contenido democráticamente, mediante la integración de los sectores más conservadores y corporativos del poder económico que inéditamente asumieron una identidad partidaria en el Bloque Cambiemos-PRO, pero también de los ciudadanos antipolíticos o contrademocráticaticos (Rosanvallon, 2006).
En cuanto a las políticas públicas, nuestras investigaciones cubren dos gobiernos con distintos paradigmas de Estado (Kriger, 2021) y políticas de memoria: el del Frente para la Victoria (2011-2015) y el del Bloque Cambiemos-PRO (2015-2019). La noción de paradigma habilita una mirada amplia, basada en los enunciados identitarios y discursivos de dos fuerzas políticas antagonizadas, donde la oposición en sus visiones del Estado se plantea como central, sin que ello implique que en sus prácticas políticas no existan puntos de contacto ni contradicciones. Sin entrar en este vasto debate,10asumimos la conveniencia de hablar de “paradigma” porque permite caracterizar amplias alianzas estratégicas articuladas como frentes o bloque políticos.
En continuidad con el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), los dos de Cristina Fernández (2007-2011 y 2011-2015) erigieron las políticas de memoria en políticas de Estado y núcleo de su narrativa política, promoviendo la investigacion y avance de causas judiciales contra crimenes de la Dictadura, y desarrollando políticas públicas con énfasis en la transmisión del pasado dictatorial, reivindicando a los militantes desaparecidos e interpelando además políticamente a la juventud como heredera (Kriger, 2016). Esto permitió la superación de los ocultamientos de la identidad política de las víctimas de la dictadura, aunque desde una visión crítica se destacan dos aspectos que motivaron disensos en el campo de los DDHH y en la política, con impacto en el terreno juvenil: la recuperación selectiva, reflejada en la exaltación de la militancia juvenil peronista y el solapamiento de las izquierdas; y el uso en retazos del pasado para legitimar políticas del presente (Tcach, 2013, p. 45).
En 2015, la llegada al gobierno de Mauricio Macri, presentandose como “un partido pro-mercado pero con base en argumentos de ‘eficiencia’ y ‘gestión’ antes que ideológicos" (Vommaro, G., 2019a, p. 105), y de corte neoliberal11 generó fuertes cambios en la orientación de las políticas públicas (Nazareno, Segura y Vázquez, 2019), en particular en nuestro tema. González (2019) señala la desarticulación y desfinanciación de áreas estatales de investigación de crímenes dictatoriales, asistencia a víctimas, y a programas de educación y memoria; y observa que la descalificación del conocimiento acumulado sobre al carácter sistemático y clandestino de los crímenes de la dictadura facilitó la aparición de discursos reivindicatorios de la fuerzas armadas. Sin embargo, esta gestión no logró modificar sustancialmente la legislación (aunque si las condiciones de los presos condenados por lesa humanidad)12, encontrándose con la resistencia de la ciudadanía, cuya expresión más resonante fue contra el fallo Muiña.13 Aún así, pudo sostener una política de represión y criminalización de la protesta social (Delgado, 2017)14 y las manifestaciones políticas (Varesi, 2018), cacerías policiales15 y encarcelamientos preventivos (de militantes, manifestantes, fotoperiodistas, peatones, jóvenes mayormente); produciendo un doble efecto de disciplinamiento y exacerbación de pasiones políticas, reflejado ejemplarmente en el caso de Santiago Maldonado, cuya desaparición en el contexto de la represión estatal a la comunidad mapuche, generó manfiestaciones en todo el país y tensó las disputas por la apropiación política del pasado reciente (Pighin, 2019).
Perpectiva teórica: memorias sociales y narrativas escolares del pasado dictatorial
El desarrollo de los estudios sobre memorias sociales en el Cono Sur coincide con “el momento de salida de dictaduras sangrientas en la región, con su saldo de miles de víctimas y de desafíos específicos en los terrenos de la verdad y la justicia” (Feld, 2016, p. 6), y en Argentina con la reinauguración democrática, favoreciendo la incorporación de otras miradas acerca del pasado reciente y procesos políticos conducentes a una fuerte relación entre las demandas de la justicia, los movimientos sociales y las memorias sociales. En cuanto a la construcción de un campo propio, Crenzel (2015) afirma que si bien
el ejercicio de la memoria fue simultáneo a las luchas por la verdad y la justicia, la memoria se constituyó en una meta con un estatus propio, de ciertos estamentos del Estado y de los organismos de derechos humanos en 1996, en el vigésimo aniversario del golpe, al evidenciarse la necesidad de transmitir un sentido, a las nuevas generaciones, del pasado de violencia (Crenzel, 2015, p. 62).
En este contexto, se plantea la existencia de regímenes sociales de la memoria, “no es un registro espontáneo del pasado, sino que requiere de un marco de recuperación y de sentido en el presente, y un horizonte de expectativa hacia el futuro” (Vezzetti, 2007, p. 3). Surgen así distintas memorias sobre el pasado reciente que cumplen con eficacia una “función preformativa en las representaciones e imaginarios sociales” (Vezzetti, 1998, p. 5), cuyo protagonismo o solapamiento varía en diferentes momentos, que pueden configurarse como memorias emblemáticas (Stern, 2000). Levín (2007) caracteriza tres: a) la memoria militar, ligada a la teoria de la Guerra Sucia legitimadora del golpe de Estado, según la cual “Argentina estaba amenazada por un vasto ‘movimiento subversivo’ cuya extrema peligrosidad obligaba a la institución militar a emplear recursos no convencionales de lucha” (Levín, 2007, p. 165); b) la memoria del Nunca Más, narrativa oficial durante los años de transición, promovida por Raúl Alfonsín y la CONADEP y enlazada a la teoría de los dos demonios, según la cual “existió en la Argentina una guerra entre dos ‘demonios’ (la guerrilla y las Fuerzas Armadas) cuya violencia análoga recayó, injustamente, sobre una sociedad ajena a esa lucha y, por lo tanto, víctima inocente y pasiva de la barbarie” (Levín, 2007, p. 165); y c) la memoria militante: más heterogéna, construída a partir de un vasto movimiento del que surgieron “diversas narrativas no oficiales, entre las cuales las figuras de la guerra contrainsurgente, revolucionaria, socialista, peronista, marxista, foquista, etc. fueron utilizadas para dar cuenta de una causa entendida como lucha contra el capitalismo, el imperialismo y la oligarquía nacional” (Levín, 2007, pp. 165-166).
Estas memorias no tienen un locus fijo, sino que se distribuyen en la vida social, en las diversas narrativas y espacios donde el pasado dictatorial cobra sentido presente, y en la construcción y transmisión de memorias, también en los ámbitos que indagamos en nuestros estudios: la familia, la escuela, los amigos, los medios y las redes. El caso de la escuela es paradigmático y ha dado lugar al desarrollo de un vasto campo de estudios internacional sobre la enseñanza de la historia y los debates con las memorias (Carretero, 2007), y en Argentina, sobre el pasado dictatorial (Amézola, 2012; González, 2019; Pagés, 2003; Zysman, 2016; entre otros); mientras que en los otros ámbitos los trabajos presentan una mayor dispersión, entre ellos, mencionamos: Amado (2009) sobre cine; Duek ( 2011) y Jelin (2011) sobre familia.
La escuela detenta un rol central en la transmisión del pasado común, desde su origen y hasta la acturalidad (Carretero, 2007), confirmado por abundantes investigaciones y encuestas,16 en cuyo abordaje local no pueden soslayarse “los cambios memoriales sociales, políticos y judiciales respecto de los crímenes de la última dictadura que condicionaron su tratamiento en la escuela” (González, 2019, p. 105), ni los diversos registros que transversalizan la transmisión escolar, recogiendo memorias diversas. Ello abona inconsistencias entre planes de estudio, aprendizajes reales y curriculum oculto (Torres, 1991); entre lo que los docentes saben y enseñan (Pereyra, 2009), y entre las enseñanzas locales de un pasado no homogéneo en escuelas diferentes. En función de ello, la pedagogía de la memoria (Raggio, 2012), viene a problematizar también la propia historicidad escolar desde adentro y su relación con lo sucedido en un país donde las escuelas, sufrieron adoctrinamiento y disciplinamiento (Kaufmann y Doval, 2001), intervenciones militares, y fueron escenario de la represión y desaparición de estudiantes (Manzano, 2011).
Necesitamos contar con lineamientos analíticos amplios que, sin disolver esta complejidad, permitan comprender los procesos de transmisión escolar contemplando “la conexión de un conjunto de elementos políticos, jurídicos, memoriales, historiográficos y pedagógicos, y sus mutaciones a lo largo del tiempo” (González, 2019, p. 105). En esta línea, Amézola (2010) propone que la escuela construyó narrativas propias que se disponen como capas geológicas sin desplazarse nunca totalmente, mostrando la especificidad de la cultura escolar y también su capacidad de resistencia a narrativas hegemónicas e incluso a políticas estatales. Hubo consenso con la narrativa del “Nunca más”, pero durante el gobierno menemista, cuando se imponía en la sociedad la de la disolución nacional —cuyo motivo sería “no repetir un pasado cargado de conflictos (…) y olvidar las tragedias del pasado como única forma de avanzar hacia el futuro” (Amézola, 2010, p. 202)— en la escuela los organismos de DDHH lograban que el pasado reciente formara parte de los programas oficiales (1994). Y frente a la narrativa de la contramemoria, durante el gobierno de Néstor Kirchner —abriendo el mandato de la memoria con el objetivo de condenar el pasado trágico para no repetirlo— surgieron en la escuela resistencias de signo inverso, evidenciando su heterogeneidad ideológica y también sus dificultades didácticas para llevar al aula los diseños curriculares del Ministerio de Educación (2004) y la Ley Nacional de Educación (2006). Esta labor fue realizada durante los gobiernos de Cristina Fernández, que superó el horizonte del mandato con multiplicidad de políticas de formación docente, producción de materiales didácticos, prácticas de institucionalización de la memoria (Raggio, 2017), y —enfatizamos— su puesta en presente al interpelar a la juventud como agente histórico colectivo y a los jóvenes como sujetos políticos, mediante políticas públicas y legislación (como las leyes de voto joven N°26.774/2012, y de Centro de Estudiantes N° 26.877/2013).
Si bien el gobierno siguiente, de Mauricio Macri, no cimentó una narrativa propia, intentó reivindicar la de la guerra sucia y reeditó la teoría de los dos demonios, centrándose en el rechazo de la memoria asociada al kirchnerismo y de la política en la escuela. Tampoco cambió significativamente leyes ni programas, aunque generó “un quiebre (…) y mudanzas de discursos y prácticas en relación con el pasado reciente” (González, 2019, p. 121). Quizá la más drástica fue la negativización y estigmatización de la política, llegando a incitar a estudiantes y familias a denunciar a docentes y escuelas por intromisión política e inculcación ideológica.17
Finalmente, proponemos una cuarta memoria social, surgida como categoría fundamentada de las investigaciones de Kriger (2011, 2017), producto de desdoblar la memoria del Nunca Más entre: una memoria victimizante que sigue ligada a la teoría de los dos demonios, y otra hipervictimizante donde —en línea con las teorías del uni-demonio (Levy, 2010) aunque específicamente estudiantil— los militares son el demonio único. Su expresión narrativa es el relato de La Noche de los Lápices (Raggio, 2011) sobre el secuestro y posterior tortura de nueve estudiantes de la ciudad de La Plata partícipes de luchas por el boleto estudiantil; ocurrido el 16 de septiembre de 1976, que desde fines de los ‘80 fue transmitido en las escuelas por algunos de los sobrevivientes18 y recogida luego en el film de gran uso didáctico. Este configuró una memoria estudiantil única por casi tres décadas, criticada por ofrecer una visión poco histórica, paralizante (Lorenz, 2004) y hegemónica (Tolentino, 2013) del pasado, donde los estudiantes desaparecidos aparecen infantilizados, como hipervíctimas del poder desaparecedor (González Bombal, 1995), que ocluye la pertenencia política de los protagonistas. Creemos necesario sopesar la intervención de los procesos de politización juvenil sobre esa memoria homogénea, que por primera vez se fractura en la marcha de la Noche de los Lápices de los estudiantes del 2011, entre el kirchnerismo y la izquierda, reflejando lo que a nivel nacional había sucedido en la de conmemoración del Golpe el 24 de marzo.
Descripción de estudios y estrategia metodológica:
Presentaremos resultados parciales de la instancia cuantitativa de tres investigaciones sobre juventud y política llevadas a cabo en el AMBA en 2011, 2015 y 2019,19 con estudios descriptivos de diseño transversal, sobre muestras intencionales y población similar, compuestas por estudiantes (N=275, N= 321 y N=271, respectivamente) del último año de secundaria (17-19 años de edad), de diversas clases sociales y géneros, de escuelas públicas y privadas.20 Su elección se basó en criterios clásicos como el barrio/comuna donde se ubica la escuela y su condición pública/privada, aunque teniendo en cuenta que su lectura debía complejizarse en función de transformaciones específicas, ocurridas en la relación entre clase social y territorio en las últimas décadas (Di Virgilio y Heredia, 2013). Por estas razones —y aunque es preciso aclarar que la instancia cuantitativa tomó a la escuela solo como ámbito de socialización general, sin indagar aspectos institucionales ni pedagógicos específicos de cada una—21 incorporamos la percepción de los directivos de las escuelas (a quienes consideramos informantes clave), y también incluimos en el propio estudio un relevamiento de datos para constatar y categorizar los perfiles de clase.22
El cuestionario utilizado fue elaborado ad hoc para este estudio, basado en una herramienta original (Kriger, 2007)23 enriquecida progresivamente con las categorías fundamentadas surgidas en cada estudio, aunque algunos ítems se repitieron con el fin de poder compararlos e integrar diacrónicamente el análisis de varias investigaciones. Se aplicaron en situación de aula presencial (una hora de clase), con formularios escritos individuales autoadministrables, que fueron completados por los estudiantes durante una hora de clase (50 minutos), con la supervisión de dos miembros del equipo. Previamente, se les brindó una charla informativa sobre la investigación, explicando también en detalle los ítems del cuestionario y el procedimiento de llenado, y también se hizo una revisión general al momento de la entrega. En una siguiente etapa, se procedió a la carga de información de los protocolos y al procesamiento de los datos obtenidos, y finalmente se pasó a la instancia de análisis estadístico (con el programa SPSS).
Los cuestionarios constaron de entre 30 y 34 ítems, de los cuales tendremos en cuenta dos (los llamaremos 1 y 2),24que se replicaron en todos los estudios, y en los cuales se indagaron las representaciones de los estudiantes sobre el pasado reciente dictatorial. El primero está orientado a establecer su reconocimiento de la presencia del tema “los derechos humanos en la dictadura” en distintos ámbitos de socialización, utilizando una escala de Likert de 1 a 5;25 ¿Cuán presente está el tema de “los derechos humanos en la dictadura” en los siguientes lugares? (Para cada opción elegí solo un valor y marcalo con un círculo): a) la familia, b) la escuela, c) los amigos, y d) los medios y redes sociales.26
El segundo ítem busca determinar la adhesión de los jóvenes a las diferentes memorias sociales asociadas a sus narrativas: memoria hipervictimizante (inspirada en la misma argumentación narrativa del relato hegemónico de La noche de los Lápices, aunque planteada como memoria amplia, no específica de los estudiantes, para evitar predisponerlos a su elección), memoria militar (asociada a la Guerra Sucia), memoria militante (asociada a la narrativa revolucionaria), y la memoria victimizante (asociada a la Teoría de los dos demonios). Transcribimos: ¿Cuál de las siguientes frases explica mejor para vos lo que pasó en Argentina en la última Dictadura? (Marcá con 1 X una sola de las siguientes opciones): a) los militares hicieron un Golpe de Estado para imponer una dictadura, utilizaron la represión y desaparecieron a ciudadano/as inocentes, b) los militares tuvieron que tomar el poder y aplicar la represión para lograr la paz social, después de una “guerra sucia” con grupos guerrilleros; c) los militares hicieron desaparecer a ciudadano/as, sindicalistas y militantes político/as que luchaban por ideales de justicia social y con ideales revolucionarios; d) hubo una guerra entre dos bandos, donde tanto los militares como los grupos guerrilleros generaron violencia y desaparición de personas.
Presentación y análisis de resultados
Presencia del tema
En relación con el primer ítem, que pondera la presencia del tema de “los derechos humanos en la dictadura” en diversos ámbitos, vamos a comenzar dando una mirada general de los resultados de los tres estudios en laFigura 1 que muestra las medias totales de presencia del tema en los distintos ámbitos (es decir: el promedio de los valores de presencia, medida del 1 al 5 según la escala de Likert utilizada, y que corresponderían en los valores 1-2: a la franja ninguna-baja; 2-3: baja-mediana; 3-4: mediana-alta; 4-5: alta-máxima):
Se aprecia claramente cómo la ponderación de la presencia del tema crece entre comienzo y final del periodo, sin variaciones drásticas aunque significativas entre los distintos ámbitos en los diferentes estudios. Entre 2011 y 2015 se produce el aumento más importante en todos, salvo “medios y redes” donde se mantiene. En “la escuela” la media crece casi hasta alcanzar el valor alto (pasando de 3,59 a 3,77), en “los medios y redes” permanece en el mediano (3,06), en “la familia” pasa del bajo a mediano (2,96 a 3,35), y “entre los amigos” se mueve dentro del valor bajo acercándose a mediano (2,45 a 2,66). Entre 2015 y 2019 la presencia se incrementa aún más, y lo notable es que en especial en los espacios de socialización no primarios como “los medios y redes” (3,06 a 3,25) y los amigos (2,66 a 2,83), un poco menos en la escuela (de 3,77 a 3,82), y baja en la familia (3,35 a 3,26).
A continuación vamos a analizar con particularidad en qué franja de valores (alta-máxima, mediana-alta, baja-mediana, ninguna-mediana)27 se concentran la mayor parte de los casos dentro de cada ámbito (escuela, familia, medios y redes, amigos) y en cada uno de los estudios. En el 2011, como muestra la Figura 2, “la escuela” está en primer lugar, concentrando un 57,1% de los casos (25,5% + 31,6%) en la franja de alta-máxima presencia del tema; en segundo lugar, se ubican “los medios” con un 55,7% (31,3% + 24,4%) en la media-alta; luego “la familia” con un 47,2% (24,7% + 22,5%) en la baja-mediana; y finalmente “los amigos” con un 56% (29,8% + 26,2%) en la de ninguna-baja.
En la Figura 3 vemos que en el 2015 “la escuela” aumenta su presencia, concentrando un 62,6% (35,8% + 26,8%) en la franja alta-máxima, le siguen “la familia” con un 59,5% (30,2% + 29,3%) y “los medios y redes” con 52,3% (32,7% + 19,6%) en la franja mediana-alta, y finalmente los amigos con un 56,1% (26,5% + 29,6%) en la baja-mediana.
Por último, en la Figura 4 vemos que en el 2019 “la escuela” sigue siendo la de mayor presencia del tema, con un 65,1% (40,8% + 24,3%) de los casos distribuidos en la franja alta-máxima; le siguen “la familia” con 54% (30,1% + 23,9%) y “los medios y redes” con un 49,6% (27,2% + 22,4%) en la franja mediana-alta; y finalmente “los amigos” con un 50% (22,8% + 27,2%) en la baja-mediana.
Si integramos esta información, analizando su evolución entre 2011-2019, lo primero que observamos es que en 2015 el espectro de valores se desplaza hacia arriba en todos los ámbitos, lo que significa que el tema adquiere mayor presencia general. Otros cambios importantes son: que desde el 2015 “la familia” supera a “los medios y redes”, quedando los valores más altos de presencia para los espacios de socialización primaria (“la escuela” y “la familia”); y el ascenso de “los amigos” desde la franja de ninguna-baja presencia hacia la de baja-mediana. Finalmente, notamos que, aunque en el 2019 se produce una baja de los valores altos en términos porcentuales, no llega a afectar la configuración del 2015 en la disposición de los ámbitos en franjas de valores, que quedan así: “la escuela” en la alta-máxima, “la familia” y “los medios y redes” en la media-alta, y “los amigos” en la baja-media.
Adhesión a memorias emblemáticas
Pasemos ahora al segundo ítem, que evalúa la adhesión a distintas memorias emblemáticas. La Figura 5 nos muestra los porcentajes obtenidos para cada una en 2011, 2015 y 2019.
Apenas miramos este gráfico, notamos el marcado contraste entre las cuatro memorias emblemáticas, y una continuidad en las posiciones relativa que ocupan en todo el período: la hipervictimizante primera, la militante segunda, la victimizante tercera, y la militar última.28 La memoria hipervictimizante, más cercana a la narrativa específicamente estudiantil de La noche de Los Lápices, salta de 55,3% a 65% entre el 2011 y el 2015, para bajar en el 2019 a 58,2%: quedando 5 puntos porcentuales (en adelante, p.p.) arriba al final del período. Le sigue la militante, que en el 2011 conquista el 20,1% de adhesión, llega en el 2015 al 25,1%, y en 2019 se estabiliza en 25,9%, reflejando derivas de las políticas de memoria y de los procesos de politización juvenil que interpretaremos más adelante. Estas dos memorias —la asimilable a la estudiantil y la de los activismos de izquierda y kirchneristas— concentran juntas en el 2011 la adhesión del 75,4% de la muestra, en el 2015 el 90,1%, y en el 2019 el 84,1%; mientras que las otras dos decrecen: la militar empieza con 5,3% y finaliza con un poco significativo 2,4%, mientras que la victimizante se derrumba entre 2011-2015 (pasando de 19,3% a 6,3%) y en el 2019 recupera decisivamente (llegando al 12%, 7 p.p. menos que al comienzo). Aunque el orden relativo de las adhesiones se mantiene, destacamos algunos cambios comparando la evolución de las memorias militante y victimizante, que tienen un punto de partida similar y hacen luego un recorrido inverso: mientras la primera se eleva, la otra desciende.
Relación entre ámbitos de presencia del tema DDHH y adhesión a memorias emblemáticas
El último paso del análisis responde a la pregunta sobre si los ámbitos de transmisión intervienen en la adhesión a ciertas memorias. En pos de ello, correlacionaremos la situación de mayor reconocimiento de presencia de cada ámbito (los valores más altos), con la adhesión a las distintas memorias. Los resultados de este cruce en los tres estudios pueden verse en la Tabla 1: en las filas, los ámbitos con reconocimiento alto y máximo (valores 4 y 5 de la escala de Likert), y en las columnas las distintas memorias; de modo que los resultados indican el porcentaje de adhesión obtenido por cada memoria dentro de cada ámbito. Insertamos abajo, como una referencia para agilizar la lectura del análisis, la misma información volcada en la Figura 5, con los porcentajes obtenidos por cada memoria en las muestras totales de cada estudio (o sea: sin cruzar con ámbitos).
Notamos que los resultados por ámbito (recordemos que en valores 4-5, que indican alta y máxima presencia reconocida del tema) presentan similitudes con los generales, lo cual nos lleva a desestimar que el ámbito sea una variable determinante o condicionante del tipo de memoria. No obstante, esto aumenta el interés en los casos en que sí interviene, como se evidencia en algunos cruces que vamos a analizar (sobre la tabla, resaltados en gris oscuro las diferencias de 5 p.p. o más, y en gris claro menos de 5 p.p.), brindándonos pistas interesantes para interpretar los resultados en relación con los procesos de transmisión en distintos contextos políticos y las dinámicas de politización juvenil.
Empecemos por el cruce entre “amigos” y memoria militante en el 2011, cuyo resultado es 15,6 p.p. mayor al porcentaje obtenido por dicha memoria en la muestra general (35,7% contra 20,1%), mostrando que en un ámbito de transversalidad generacional aumenta la adhesión a la memoria más activa, que vinculamos a los procesos de politización juvenil en clave integradora. Simultáneamente, sucede lo inverso con la memoria hipervictimizante, que desciende 8,5 p.p. respecto de la general (56,5% contra 65%). En el 2015, se repite el crecimiento de la memoria militante en el mismo ámbito, aunque en relación con el porcentaje general la diferencia es menor: 12,6 p.p. (37,7% contra 25,1%), y también se observa un descenso relativo de la memoria victimizante (2,9% contra 6,3% general). Ya en el estudio del 2019, vemos que se revierte la tendencia: mientras que el ascenso de la memoria militante en “amigos” se reduce a solo 1,6 p.p. de diferencia (27,5% contra 25,9%), crece la adhesión a la memoria victimizante, recuperando gran parte de lo perdido (trepa del 2,9% del 2015 a un 11,6%), que vinculamos con el posicionamiento del gobierno de Cambiemos, y con la incorporación de jóvenes a la política en el contexto de la polarización, y el surgimiento de una nueva juventud de centro-derecha.
En el ámbito “escuela”, en el 2011 observamos una diferencia positiva de 6,6 p.p. en su cruce con la memoria militante (26,7% contra 20,1%), simultáneamente con 4 p.p. menos de la victimizante en relación a la muestra general (15,3% contra 19,3%); atribuible a la enseñanza de la historia reciente y al impulso de las políticas educativas del kirchnerismo a esta memoria. En 2015 notamos un fenómeno especular: el cruce con la memoria hipervictimizante se ubica 4,6 p.p. por debajo del resultado general (60,4% contra 65%), aun siendo la memoria más cercana a la estudiantil; al tiempo que la militante asciende de modo inversamente proporcional 4,6 p.p. (29,7% contra 25,1%). Creemos que esto se produce como efecto de intensas políticas oficiales, a los que se suma el de la politización estudiantil, que fractura la memoria homogénea de La Noche de los Lápices, incorporando el reconocimiento de la condición militante de los protagonistas.
En cuanto a “medios y redes sociales”, el cruce más contrastante es el del 2019 con la memoria militante, que es 6,1 p.p. mayor a la general (32% y 25,9%), mientras que la hipervictimizante se sitúa 4,2 p.p. pero por debajo (54% y 58,2%), lo que creemos podría indicar una mayor inclinación de los jóvenes al uso de las redes, en especial en los activismos sociales y políticos, en detrimento de los medios tradicionales, movimiento que se perfila desde el 2015 (con un 28,7%, un salto respecto del 17,7% del 2011).
Por último, en relación con “la familia” notamos que es el ámbito cuyos cruces con la memoria militante son los más bajos (22,1% en 2011, 26,1% en 2015 y 27% en 2019, en relación con el 35,7%, 37,7% y 27,7% del ámbito “amigos”, y con el 26,7%, 29,7% y 27,3% de “la escuela”). Sucede lo contrario con la memoria victimizante, cuya correlación para el 2011 y 2015 (20% y 6,5%) es similar a “los medios y redes” (20,8% y 5,9%, respectivamente), mayor que lo que sucede en “la escuela” (15,3% y 7,3%), y notablemente más alta que en el ámbito de “los amigos” (7,1% y 2,9%).
Discusión y conclusiones
En esta sección haremos una reflexión e interpretación procesual del análisis presentado, poniendo en relación los hallazgos de nuestro trabajo con los cambios sociopolíticos más amplios en los regímenes sociales de la memoria (Vezzetti, 2007), los distintos gobiernos y políticas estatales, y —especialmente— los procesos de politización juvenil del nuevo milenio. En virtud de estos últimos, tendremos en cuenta su constante ampliación en el marco de dos dinámicas diferentes y que coexisten en el período estudiado: a) la politización integradora surgida en el hito del argentinazo del 2001, que tiene su auge en el Bicentenario (2010) y conserva vigencia hasta el 2015; y b) la politización “en clave de polarización” (Kriger, 2021, pp. 16-17), detonada en la disputa entre el gobierno y el campo (2008), que alcanza intensidad entre 2015-2019.
Ante todo, hemos encontrado que la presencia del tema de “los derechos humanos en la dictadura” aumenta de modo sostenido a lo largo de esta segunda década, observando que entre 2011-2015 el incremento relativo fue mayor en los ámbitos de socialización primaria (“escuela” y “familia”), y que entre 2015-2019 se desplazó hacia los de socialización secundaria (“amigos” y “medios y redes”). Creemos que esto indica un logro en la transmisión del pasado reciente, que tras sostenidos procesos de transmisión intergeneracional vertical y tradicional, pasa a la etapa transgeneracional, horizontal y no tradicional. En un plano contextual, el primer momento (2011-2015) tiene un correlato en la politización juvenil integradora y las políticas estatales del gobierno de Cristina Fernández en el campo de las memorias y los DDHH; y el segundo (2015-2019), en la ampliación de los procesos de politización juvenil en clave polarizada, cuando de modo más general ese pasado se convierte en un capital político democrático, que el gobierno de la Alianza Cambiemos sale a disputar al kirchnerismo.
En cuanto a la adhesión de los jóvenes a distintas memorias sociales emblemáticas, en la primera mitad de la década hallamos que la militar y la victimizante fueron las que más perdieron, mientras que la hipervictimizante conservó el primer lugar, creemos que por su asociación a la específicamente juvenil. Es muy interesante porque justamente en el 2011 tal memoria homogénea en torno al relato de La Noche de los Lápices se fractura por efecto de la politización de los jóvenes que se incorporan a la política desde lo político, y es objeto de pugnas ideológicas sin perder no obstante su fuerza emblemática en la identidad estudiantil (tampoco entre quienes se autocalificaban todavía como no-políticos y/o anti-políticos). Asimismo, resulta coherente el gran crecimiento que tuvo en este lapso la memoria militante, que reivindica a los desaparecidos en su doble dimensión juvenil y política, detentada por las organizaciones estudiantiles reactivadas, y también promovida por políticas públicas y discursos que interpelan a los jóvenes como herederos.
Pero entre 2015-2019 se producen cambios relevantes en esta línea, siendo el más significativo la caída de adhesión a la memoria hipervictimizante abonando la recuperación de la victimizante, que vinculamos con la conversión política de los jóvenes que en la primera década aún estaban contra o fuera de ella. A una década de la derogación de las leyes de perdón y olvido, cuando la sociedad se había apropiado de la recuperación de la justicia como bien común, podemos observar que la memoria victimizante —a diferencia de su versión alfonsinista— condensa entre los jóvenes diversas posiciones que se unifican en la lógica de la politización polarizada: concebir la ciudadanía como víctima de la política, sentirse cercano o participar de la nueva juventud de centro-derecha en el poder, y/o elegir negativamente (contra la memoria kirchnerista), aplicando la lógica de una democracia más de rechazo que de proyecto (Rosanvallon, 2006, p. 37).
¿Y qué sucede al cruzar los ámbitos y las memorias? En 2011-2015 observamos correlaciones importantes, en especial entre el ámbito “amigos” y la memoria militante, que atribuimos a la relegitimación de la política entre los jóvenes. También se destaca el cruce entre “escuela” y la misma memoria, ligada a la convergencia entre la reactivación estudiantil iniciada la década previa, y las políticas educativas enfatizando la enseñanza del pasado reciente, enmarcadas en la promoción e invención de la juventud (Kriger, 2016) y la institucionalización de la condición política de los jóvenes.
En el mismo lapso constatamos que los ámbitos de “familia” y “medios y redes” establecen una correlación con la memoria victimizante, lo cual es esperable por tratarse de ámbitos de transmisión con protagonismo adulto (aunque como enseguida explicaremos, esto cambia cuando crecen crucialmente “las redes”), donde siguió siendo una memoria central referida a la juventud de los agentes, considerando “indudable el amplísimo consenso que tal memoria logró construir en los años de la transición democrática hasta el punto de convertirse en una representación hegemónica” (Levín, 2007, p. 165). Cabe señalar la diferencia entre adultos en general y docentes para “la escuela”, que además de agentes formales de transmisión, son destinatarios y protagonistas de políticas y procesos de memoria desde la transición democrática. También es preciso aclarar respecto de “medios y redes”, que en el primer estudio solo figuraban los primeros, las segundas se incorporaron en 2015, y ya en el estudio del 2019 se habían transformado en ámbitos centralmente juveniles, diferenciadas de los medios, su lógica y agencialidad, siendo más horizontales generacionalmente.
En 2019 se produce un cambio muy significativo: las memorias se distribuyen homogéneamente en todos los ámbitos, sin correlaciones entre ambas instancias; lo cual interpretamos como expresión de una radicación más uniforme de la transmisión en los espacios sociales (no así de las memorias), coherente con los hallazgos señalados previamente: el aumento general de presencia del tema y la horizontalización de los ámbitos. No creemos que la pérdida de correlación sea atribuible al debilitamiento de agencia de los ámbitos, sino al virtuoso desarrollo del proceso de transmisión —el pase de postas intergeneracional— y a los procesos de la politización polarizada, que derraman el pasado reciente en todos los ámbitos de socialización.
Es aquí donde aparece la implicancia interpretativa que consideramos más original y relevante del presente trabajo, llevándonos a proponer que en esta segunda década los cambios en la presencia del tema de los DDHH en dictadura y la adhesión a distintas memorias emblemáticas entre los jóvenes, se explican cada vez más en la relación con los procesos de politización juvenil que en la acción de los ámbitos de socialización. Creemos que esto se debe a que la transmisión de las memorias de las generaciones con experiencia biográfica de la dictadura a las generaciones siguientes está en gran medida realizada, y lo que comenzamos a observar entre 2015-2019 es ya la fase más activa de la transmisión, cuyos agentes (aunque no siempre productores directos) son los jóvenes de nuevas generaciones —yuxtapuestas, desiguales— donde el pasado dictatorial tiende a adquirir mayor valor político, entre significaciones antagonizadas por la politización polarizada.
Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo se han ido configurando dialógicamente las distintas memorias en estos tiempos de reforma estructural del campo político, asumiendo la importancia que adquiere su historización a la hora de comprender las significaciones que recibe el pasado entre los jóvenes, y cómo incide en la conformación de posicionamientos e identidades políticas presentes. ¿Cómo podríamos explicar que la memoria originalmente ligada a la teoría de los dos demonios y al Nunca más del histórico Juicio a las Juntas, termine antagonizando más con la memoria militante que con las otras memorias emblemáticas, si no contempláramos que la memoria militar terminó de ser destituida en estos años? Ya sin militares en el ojo de la tormenta, los militantes quedan como demonio único de una teoría que no viene a reclamar la acción de la justicia29 sino el ajusticiamiento del adversario político. Eso se reflejó como retorno de un sentido común subyacente que remite a la dictadura, y habilitó al gobierno de la Alianza Cambiemos a reprimir y criminalizar la protesta —a la vez que reactivó el engranaje de las memorias sociales— esgrimiendo la condición militante de los afectados (algo habrán hecho), y poniendo al Estado como defensor de una ciudadanía (nuevamente) devenida en víctima inocente de la política.
En esa construcción particular, cuya factibilidad posiblemente resida en el carácter postraumático de la sociedad (Kaufman, 2011), se sesga el reconocimiento del otro político, convirtiéndolo en un enemigo cuya eliminación es necesaria, haciendo del juego democrático un feroz pas de deux. Los demás jugadores quedan fuera de escena, como la izquierda en todas sus expresiones revolucionarias y modalidades políticas, que desaparece (nuevamente) en esta reedición de la memoria militante reducida a la militancia peronista, incluso solo kirchnerista. Se excluyen así las tensiones existentes —antes, durante y después de la dictadura— entre organizaciones de izquierda y peronistas (Schneider, 2005), incluso las que en este milenio escindieron el campo de los DDHH.
Asimismo, la versión cercenada de la teoría de los dos demonios, que enmascara la ausencia de un demonio conjurado, es acorde con la producción neoliberal de subjetividad (Aleman, 2016), que durante el macrismo recupera esquemas profundos desde la “matriz que sostiene las recreaciones posteriores del tema de la Argentina dividida” (Svampa, 2006, p. 11): el dilema civilización/barbarie. La dictadura crece como tema estratégico en la polarización, porque alude a lo que nos une incluso en la grieta: el Nunca más como significante (no como memoria), cuya significación y apropiación está en disputa en el juego político.
Sin embargo, en nuestras investigaciones encontramos algo distintivamente juvenil en relación con estos procesos, y es que, aunque la polarización se refleja en el modo en que compiten la memoria militante y la victimizante en 2015 y 2019, la adhesión de la mayoría de los jóvenes sigue asociada a una memoria diferente, cercana a la de La Noche de los Lápices, que en la sociedad adulta no tiene entidad ni identidad política. ¿Cómo interpretarlo? En nuestros estudios previos ligamos esta memoria con la hipervictimización y la pasividad, pero ahora creemos necesario problematizarla, teniendo en cuenta las memorias activas y contra-hipervictimizantes que también aloja. Considerando los modos diversos en que los procesos de politización juvenil la pluralizaron, sin que dejara de reafirmarse simultáneamente como memoria común, proponemos recategorizarla como una memoria estudiantil nodal,30 inestable en sus significados en pugna, pero fuertemente afirmada en el significante de La Noche de los Lápices, que ya no es un relato sino aquello relatándose diversamente. Y que incluso sin efecto totalizador se sostiene en el imaginario juvenil estudiantil, soportando la disputa entre distintas memorias (Moler, 2019; Kriger y Said, 2017) en las experiencias políticas de nuevas generaciones, componiendo “una interrelación compleja entre lo nuevo y lo viejo” (Higuera, 2013, p. 25).
A sabiendas del gran desafío que implica la resolución política del pasado dictatorial —hoy más presente que reciente— para una democracia inclusiva, y también del sufrimiento ético-político que genera la fragmentación del tejido social producida por la polarización (Sawaia, 1998), rescatamos que la transmisión activa de sus memorias se haya convertido tanto en arena de lucha como en oasis de reconocimiento inter y trans-generacional. Como señala Alonso (2019), “los derechos humanos son una construcción siempre inestable, constantemente sujeta a redefinición y a puja en los momentos de exacerbación de la contienda política” (p. 239): una dimensión crucial de esa comunidad imaginándose, donde los miembros de cada generación suman en presente un antes y un después a su propia biografía, haciéndose parte de un nosotros del que ninguno debería quedar afuera y en el que todos pudieran aparecer.
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Notas