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Uruguay, una política limitada: derecha y ultraderecha en una democracia de partidos1

Uruguay, a limited politics: right and extreme right in a democracy of parties

José Rilla
Universidad de la República. Sistema Nacional de Investigadores, Uruguay

Avances del Cesor

Universidad Nacional de Rosario, Argentina

ISSN: 1514-3899

ISSN-e: 2422-6580

Periodicidad: Semestral

vol. 20, núm. 28, 2023

revistaavancesdelcesor@ishir-conicet.gov.ar

Recepción: 16 Junio 2022

Aprobación: 14 Noviembre 2022

Publicación: 05 Junio 2023



DOI: https://doi.org/10.35305/ac.v20i28.1634

Resumen: Una revisión de las variantes de ultraderecha contemporáneas y de sus vínculos con la tradición autoritaria del siglo XX nos devuelve un mapa confuso, algo borroso y con figuras superpuestas. Las ciencias sociales y la historia tienen problemas serios para interpretar un fenómeno en pleno desarrollo y para el que el pasado resulta menos útil de lo que solemos admitir. Uruguay, la democracia de partidos más longeva y estable del continente experimenta a su manera este proceso, que mirado con más detalle y sin abandonar la mirada comparativa, no se deja describir ni interpretar tan fácilmente. Acercarse al proceso uruguayo ofrece una oportunidad analítica que puede resumirse en una proposición simple y que no es posible generalizar más que de una forma vaga, como suele ocurrir con la historia política: los movimientos radicales de derecha avanzan y sobre todo se consolidan en proporción a la debilidad del sistema de partidos en los que se asientan. La uruguaya es una política limitada para el despliegue cómodo de trayectorias extremas.

Palabras clave: Uruguay, historia política, partidos políticos, derechas y ultraderechas, Cabildo Abierto.

Abstract: A review of the contemporary extreme right-wing variants and their links with the authoritarian tradition of the 20th century gives us a confusing map, somewhat blurred and with superimposed figures. The social sciences and history have serious problems in interpreting a phenomenon in full swing and for which the past is less useful than we usually admit. Uruguay, the longest-standing and most stable democracy of parties on the continent, is experiencing this process in its own way, which when viewed in more detail and without abandoning the comparative perspective, cannot be so easily described or interpreted. Approaching the Uruguayan process offers an analytical opportunity that can be summed up in a simple proposition and that it is not possible to generalize more than in a vague way, as usually happens with political history: radical right-wing movements advance and above all consolidate in proportion to the weakness of the party system on which they are based. Uruguayans have a limited politics, which is more comfortable for the deployment of extreme trajectories.

Keywords: Uruguay, political history, political parties, right and far right, Cabildo Abierto.

Introducción

Una revisión sumaria de las variantes de ultraderecha contemporáneas y de sus vínculos con la tradición autoritaria del siglo XX devuelve un mapa confuso, algo borroso y con figuras superpuestas. Las ciencias sociales y la historia tienen problemas serios para interpretar un fenómeno en pleno desarrollo y para el que el pasado resulta menos útil de lo que solemos admitir. Uruguay, la democracia de partidos más longeva y estable del continente experimenta a su manera este proceso, que mirado con más detalle y sin abandonar la mirada comparativa, no se deja describir ni interpretar tan fácilmente. Acercarse al proceso uruguayo ofrece una oportunidad analítica que puede resumirse en una proposición de apariencia simple y que no es posible generalizar más que de una forma vaga, como suele ocurrir con la historia: los movimientos radicales de derecha avanzan en proporción a la debilidad del sistema de partidos en los que se asientan; aún aquellos Estados que reconocen históricamente niveles de desarrollo económico y bienestar y relativa estabilidad institucional vienen experimentando sacudidas políticas que han puesto a la derecha extrema en posiciones de poder, a menudo desde mayorías electorales, pero el paso previo ha sido una crisis de la legitimidad partidaria tradicional.

Durante el siglo XX, la democracia uruguaya se derrumbó en dos oportunidades, en 1933 y en 1973, dando lugar a experiencias autoritarias y represivas, especialmente la segunda de ellas finalizada en 1985. Sin embargo, la experiencia democrática vivida desde entonces, que se acerca a las cuatro décadas ininterrumpidas, distingue al país en la región y en el mundo. No es, desde luego, la mejor de las poliarquías contemporáneas ni está libre de riesgos graves (la fragilidad es parte de los sistemas abiertos y contestables), pero cabe recordar que todos los grandes partidos políticos nacidos en el siglo XIX y XX han gobernado alternativamente y han combinado con “astucia” continuidad y cambio, identidad y adaptación. Los partidos políticos uruguayos son un corte vertical de una sociedad que ofrece niveles relativamente altos de integración. Son también un límite para la política extrema. La estabilidad institucional depende fuertemente de ambos factores contingentes, partidos e integración. ¿Cómo circula la derecha radical en este ambiente?

Vieja y nueva Guerra Fría

Las derechas gobiernan en muchos países y podrían seguir haciéndolo en el futuro próximo; las elecciones las favorecen pero como cualquier partido o sector en sistemas competitivos esa acumulación no es constante ni uniforme; movilizan resistencias de diverso signo, reclaman y prometen —como siempre lo han hecho— orden y autoridad, o mejor, conducen a pensar que la política es solamente la construcción del orden y de la autoridad.

El tópico derechas se afirma cuanto más simple es el mapa de las identidades políticas. Por ejemplo, cuanto más directo es el camino que lleva a concebir el orden global como el de una Nueva Guerra Fría, o dentro de fronteras nacionales y regionales, un esquema de conflicto binario por el que no hay otra cosa que izquierda y derecha (es lo mismo que decir, como se lo hace en el ámbito político anulando todo centro: todo lo que no es mi identidad, la izquierda o la derecha, es la otra identidad, la derecha o la izquierda).

Sin perjuicio de estas categorías que pueden ser problematizadas, nadie sensato podría negar un conjunto de fenómenos que tienen relativa novedad y para cuya comprensión se ha echado mano a la comparación histórica, o más modestamente a la analogía. La lista de señales puede ser extensa, a veces aporta novedad y otras echa raíces en la historia del siglo XX: descreimiento de la política y de su función gobernante de la vida en común, desconfianza respecto a los partidos en su rol representacional y narrativo-cívico, deterioro o suspensión de la división de poderes y del poder judicial en particular, persecución de la disidencia, censuras a la prensa y a la circulación de noticias y de críticas, invención de noticias y manipulación política de datos personales, discriminación de clase, de étnica, de género, de edad, movilización relativa de la opinión pública, en la calle, en las redes sociales en base a “discursos de odio”, exacerbación nacionalista con xenofobias marcadas, malestar activo con la diversidad.2 No todo esto, más lo que falta, es patrimonio exclusivo de las llamadas derechas, pero su envión histórico concreto de las últimas décadas viene a suceder, en muchos casos, a ciclos de gobierno que han tomado diferentes denominaciones bajo el paraguas amplio y vago de la socialdemocracia, o el más dilatado aún del progresismo.

Aquí sobrevienen mayores complejidades que desafían todo argumento demasiado esquemático.

El progresismo alcanza resonancia diferente en Estados Unidos y Canadá, en Europa continental (donde la expresión circula poco) o en América Latina. Aquí, en las décadas recientes, es la denominación que tomaron gobiernos precedidos y sostenidos por partidos y movimientos aunados por definiciones “antimercado”, pro estatistas reguladores, partidarios de políticas sociales universalistas, favorables a la sanción legal de un conjunto de derechos individuales y colectivos de nueva generación, favorables también a políticas regionales de integración a menudo pautadas por afinidades ideológicas. Casi todos ellos estuvieron ambientados por la reestructuración de las izquierdas luego de la experiencia comunista soviética, por el más amplio y laxo encuadre proporcionado por el Foro de San Pablo, nacido en 1990 (y usado por las derechas como lugar conveniente) y por el algo más amplio Grupo Puebla de 2019. Las prácticas democráticas y republicanas de la tradición liberal y socialdemócrata fueron desigualmente incorporadas a dicha convocatoria, con tanta debilidad a veces cuando estas izquierdas mantuvieron al mismo tiempo su adhesión a diversas experiencias autoritarias. Casi todos los gobiernos de signo progresista se deslizaron en la pendiente de la corrupción, asociados a la obra pública y de ese modo, más allá de sus contribuciones a una agenda reformista, profundizaron el ya avanzado descreimiento de la política y de los políticos, un escenario generalmente favorable a las derechas.

Marcas y señales

Las derechas no ofrecen un mapa simple para su observación y como en el caso de las izquierdas, las distinciones conceptuales aportadas por Norberto Bobbio sobreviven con alguna dificultad en el siglo XXI. Los rigores acuciantes de la lucha política pueden resultar una invitación a decir, simplemente y con el riesgo al que nos enfrentan las autopercepciones, que será derecha todo aquello que no es autodefinido como progresista o de izquierda, pero analíticamente ese es un camino sin salida. En algunos países (España, Chile, Brasil, en menor medida) la autodefinición de derecha es complaciente y no es en absoluto vergonzante; en otros como Argentina, México, Uruguay, por razones diversas vinculadas a la tradición política y a la estructuración social, la derecha no acepta verse ni ser vista como tal.3

Es posible discernir, en principio, una mayor visibilidad de las fronteras entre izquierda y derecha, división que tiene linaje histórico, trayectoria ideológica y política. Un poco más difícil resulta la exploración, a un lado y otro, de las derivaciones extremas o ultras de cada una. Para pisar suelo un tanto más firme podríamos ahora aceptar en la derecha básica un conjunto de rasgos tales como un fondo liberal (que la versión ultra contravendría, por antiliberal o iliberal), apriorísticamente desregulador, confiado en la asignación producida en y por los mercados, en el empuje empresarial privado del conjunto de la economía y en un cerno cultural individualista. Muestra asimismo, una preferencia por políticas sociales focalizadas, tributarias, además, del derrame del crecimiento. En el campo internacional cultiva una orientación pragmática aunque no exonerada de “principios” o ideas rectoras, atada en general a la prédica del libre comercio y el multilateralismo global. En tanto que liberal, esa derecha confía en la proyección de los derechos individuales, es distante de los condicionamientos corporativos y asamblearios, especialmente los sindicales o “sociales”, y partidaria que la dilucidación de los conflictos políticos en los marcos de la ley, el orden y la competencia electoral. Algunos de estos rasgos, o su exacerbación, han derivado en la delimitación de otro apelativo, de un supuesto mayor alcance comprensivo y a menudo peyorativo, el neoliberalismo. Este esquema que se dibuja sobre una línea derecha-izquierda podría encontrar una posibilidad de enriquecer su capacidad comprensiva si se lo cruzara perpendicularmente con otra línea, conservador-liberal: en los diversos cuadrantes, como sabemos, se distribuyen las posiciones. Sin embargo, también sabemos que es mucho más accesible su demostración sobre la base de encuestas de auto identificación, un instrumento más bien pobre, por ahora, para las explicaciones históricas.

Hasta aquí, a un lado y otro, esta agrupación de rasgos transferibles a políticas y prácticas nos alcanza apenas para delinear el perfil de las izquierdas y derechas, tensionadas en muchos países por un tropismo hacia el centro político. Pero no nos dicen mucho, para este caso, acerca del fenómeno de la ultra derecha (en adelante, UD) que sacude a una parte importante de las sociedades y sistemas políticos contemporáneos. Las confusiones han proliferado en los más diversos ambientes sobre todo políticos y el problema puede ser formulado equívocamente en estos términos: ¿es la UD una mera derivación del liberalismo, o derivación perversa y no virtuosa llamada neoliberalismo? Y si lo fuera, ¿se apoya ahora, para su producción y reproducción política, en la tradición autoritaria del siglo XX, en el gobierno totalitario que Europa conoció en los ‘20 y ‘30 con el nombre de nazi fascismo y en América Latina, además, en la tradición más reciente de las Dictaduras de la Seguridad Nacional? La interrogante así planteada luce bastante tosca y seguramente deba ser respondida en forma negativa. Uno de los estudiosos más consultados redobla la apuesta y afirma que la mejor defensa contra el avance de las ultraderechas populistas o autoritarias es, precisamente, la radicalización de la democracia liberal (Mudde, 2021).

Sin embargo, este tipo de interrogantes expresa un desconcierto analítico que se afirma en algunos ámbitos académicos y políticos. Es notable la prodigación con la que algunos autores se esmeran en superar las dificultades conceptuales que derivan del uso de dos conceptos inevitablemente asociados a la experiencia autoritaria del siglo XX: el fascismo y el populismo (Rydgren, 2017, pp. 485-496; Eatwell y Goodwin, 2019).4 Es obvio, sin embargo, que el primero no agrupa toda la experiencia autoritaria contemporánea y que el populismo, usado y abusado, ha terminado por convertirse en pura menesterosidad semántica. Autores como David Runciman (2018) invierten el razonamiento cuando al criticar a la ciencia política en algunas capacidades conceptuales nos sugiere no mirar tanto al pasado para apreciar, por contraste, la deriva autoritaria contra la democracia.5

Una visión alternativa lleva a reconstruir a estas ultraderechas mucho más como actualísima expresión conservadora y extrema contraria a las incertidumbres, asimetrías y avalanchas de la globalización, que como prolongación mecánica de ideologías autoritarias relanzadas por “el neoliberalismo”. El prefijo ultra denota una práctica extremista, que aspira a ser reconocida como tal y que afinca ostentosamente a la política en un punto cero, de quiebre con la tradición democrática en sus diversas vertientes y negadora de su estatuto, en última instancia. La UD actual no es el fascismo, ni el nazismo, ni el falangismo aún en improbables versiones aggiornadas, pero resuena en ella (o suena, a veces) una música armonizada por el bajo continuo del autoritarismo político que cautivó a todos quienes organizaron sus expectativas a partir de la experiencia de la guerra y la revolución con la que se inició el siglo XX (Arendt, 1963).6

En un marco de restricciones producidas por sucesivas crisis económicas y sociales (que visiblemente pagaron los pobres mientras se salvaba a los ricos) desatadas desde comienzos del siglo XXI, estos movimientos a veces devenidos partidos articulan un mundo de desencanto, marginación, de pánico al diferente que amenaza una posición consolidada. Es un entorno que aloja a todos quienes enhebrados por el resentimiento prefieren la calma derivada de la mítica desaparición del conflicto. No es “revolución” ni promesa en el sentido de Sternhell, Sznajder y Asheri (1998), es defensividad, reacción negativa en lugar de augurio de futuro mejor, reconciliado y milenario. Aunque mantienen una prédica anticomunista7, la disolución de la Unión Soviética restó espacio y actualidad a esas retóricas que cedieron paso a otras recusaciones, ahora de la globalización, de la inmigración y el relativismo de la posmodernidad. No niegan, en principio, su inserción en el marco institucional democrático, pero se aprovechan del deterioro o hundimiento de los sistemas de partidos (Italia, España, Francia) o se resisten a aceptar las reglas de la rotación y el equilibrio, cuando no las ignoran solapadamente (Hungría8, Estados Unidos, Rusia). Ultra denota, a derecha y a izquierda, una prevalencia de los objetivos sobre cualquier otra dimensión estratégica y una disposición ejecutiva que es capaz de aprovechar en su favor las reglas del juego institucional mientras son propicias, y de vulnerarlas toda vez que ello fortalezca la afirmación en el poder. Tiene pues, algún vínculo con la razón instrumental.

La distinción mayor o menor entre derecha y ultraderecha no carece de relevancia analítica y obviamente política. Una consecuencia del solapamiento y la confusión en América Latina puede apreciarse en las aproximaciones de corte revisionista que se han desarrollado en los últimos lustros y en virtud de las cuales, la comprensión de las derechas vendría a arrojar otra luz al proceso que culminó en las dictaduras cívico militares de la década del 70. Contra la versión relativamente asentada en tiempos de transición hacia la democracia (los 80), que imputaba a las izquierdas radicales influidas por la conferencia de la OLAS la pendiente de violencia y autoritarismo que culminó en el terrorismo de Estado, la revisión propone invertir los términos del conflicto y poner el origen de aquella pendiente autoritaria en las prácticas de las derechas, asociadas al anticomunismo, a la movilización de recursos paramilitares y al despliegue de un Estado represor sobre la protesta social enmarcado en la agudización de Guerra Fría. Todo el proceso de radicalización dictatorial de derecha habría tenido, entonces, un carácter anticipatorio o preventivo, contrarrevolucionario.9 En síntesis una ultraderecha asociada en América Latina al final de la Guerra Fría y a las dictaduras de la Seguridad Nacional y que los comunistas, una de las principales víctimas, no vacilaban —entonces, como hasta 1935—, en caracterizar como fascistas.

No sería aquella la última versión de la derecha extrema: cuando los procesos autoritarios vividos en América Latina cedían su lugar a arduas e incompletas transiciones democráticas, en Europa (Francia, España, Italia Alemania, Inglaterra, Austria, Polonia, Rusia) se dejaban ver las influencias de unas ultraderechas generalmente identificadas como neonazis, neofascistas, y en todo caso capaces de movilizar (en las urnas, en las calles) sectores del nacionalismo extremo, la antipolítica, la antiinmigración, el anti europeísmo, la antiglobalización, el tradicionalismo cultural, rasgos todos bastante inequívocos aunque desplegados de manera diferente según los sistemas políticos en los que circularon. Como una secuencia dialéctica de usos del pasado en la política, la ultraderecha maduró por capas y avanzó desde un aprendizaje, administró las herencias o legados de los que fue usuaria y se desprendió a veces del molde histórico supuestamente inspirador.

Debe decirse, finalmente, para engrosar estas complejidades, que no todos los conceptos que caracterizan a la derechas contemporáneas son un patrimonio exclusivo de ellas; como ocurre con las izquierdas la diseminación y fragmentación de postulaciones es más amplia de lo que sugieren nuestros esquemas de aproximación. Por otro lado, en un plano más historiográfico debe anotarse que nuestras hermenéutica y filología son limitadas, nuestras maneras de dialogar y hurgar en la tradición de los documentos son precarias: ¿cuándo, desde cuándo, quiénes, de qué modo… lo que hoy nominamos con naturalidad derecha e izquierda fue moneda corriente en el lenguaje político contemporáneo? Por ejemplo, y sé que me expongo a un desmentido, no he logrado identificar un solo texto de la política uruguaya del 900 y aún posteriores, en el que se acuñen con nuestros sentidos los términos a los que hago referencia.

Uruguay, accidentada democracia de partidos

Uruguay es un país que ha desarrollado la experiencia histórica de una democracia de partidos. Desde 1984 hasta 2019 ha mostrado una notable estabilidad de la voluntad ciudadana e incluso en la última elección nacional de ese año, si bien incrementó los niveles de volatilidad estuvo muy lejos de la pauta en la región y en muchos países del mundo. Esta excepcionalidad (no le temamos a la expresión que cayó en desgracia entre muchos analistas) no comporta una valoración que suponga ejemplaridad, superioridad de una moral política, ni siquiera dotes rotundas de eficacia; tiene aquí una función descriptiva. Las comparaciones con los países de la región, aún desde realidades fuertemente comunes no asimilan sino que distancian.10

La matriz filosófica y política uruguaya es liberal, agitada por fuertes conflictos en el siglo XIX por los que fracasó el Estado oligárquico más clásico de América Latina. Hacia 1900, las luchas políticas eran por el sufragio libre, la coparticipación de los partidos en el gobierno, la unidad administrativa del Estado, la moralidad pública y privada y la inclusión social (diríamos hoy). La matriz no fue homogénea ni exclusiva de uno de los dos grandes partidos políticos, a los que cabe interpretar como versiones de aquella base, más cosmopolita una, más nacionalista la otra. El nacionalismo uruguayo estuvo lejos del acuñado en Argentina,11 del mismo modo que la influencia de la Iglesia católica, separada del Estado en la reforma constitucional de 1917, liberó tanto a los gobiernos sucesivos como a la Iglesia de un conflicto grave de secularización. Durante las primeras tres décadas del siglo XX el Uruguay consolidó su sistema político y su régimen electoral, alcanzó niveles de crecimiento económico e integración social a partir del intervencionismo estatal y de la iniciativa de la sociedad civil.

El Uruguay clásico no estuvo libre de conflictos internos ni de las restricciones económicas y políticas globales. La crisis de los treinta y la crisis de los setenta afectaron seriamente la estabilidad del régimen, en una acción imputable a causas internas, externas y a la vez sincrónica con la región. Las dictaduras iniciadas en 1933 y en 1973, aún con sus importantes diferencias entre sí, expresaban bien el cauce autoritario que fue imponiéndose en los diferentes países del Cono Sur. El entorno global de los treinta fue el fascismo, aunque a distancia estuvo el Uruguay de haberlo emulado más que de forma marginal y testimonial, y aun cuando algunos sectores lo intentaran de manera expresa (Alpini, 2015 y Zubillaga, 2015, 2017 y 2020). La dictadura iniciada en 1973, culminada en 1984-85, se inspiró en la Doctrina de la Seguridad Nacional, llevó la represión a límites inéditos y dejó una estela de crimen, tortura e impunidad. Uruguay había conocido la violencia política de izquierda y de derecha; con enormes problemas pero con relativa firmeza restauró la democracia de partidos y a sus partidos “constructores” de la democracia. La primera elección sin proscripciones de partidos y candidatos fue recién la de 1989. En 2005, una coalición de partidos y agrupaciones de la izquierda devenida partido, el Frente Amplio, alcanzó el gobierno con mayoría parlamentaria y se mantuvo en él hasta 2020 cuando luego de perder las elecciones entregó el mando a otra coalición —novísima— liderada por el histórico Partido Nacional.

En la coalición vencedora de noviembre de 2019 revistaba un nuevo partido, Cabildo Abierto CA, liderado por quien había sido hasta febrero Comandante en Jefe del Ejército, el general Guido Manini Ríos. El nuevo agrupamiento compareció con sorpresivo éxito en las elecciones generales primarias alcanzando en mayo una excelente votación a pesar de no dirimir entonces una competencia interna. Obtuvo luego, en la primera vuelta de octubre, un apoyo electoral excepcional de 11.1% que le permitió contar con escaños suficientes (11 diputados y 3 senadores) como para cobrar una clara incidencia en la formación del gobierno (Moares y Pérez, 2021, pp. 15-23). Cabildo Abierto fue “denunciado” por buena parte de la izquierda y centro izquierda como un partido de ultraderecha, cercano a Bolsonaro cuya victoria en Brasil fue celebrada entonces por Manini.

La caracterización de la Administración instalada en marzo de 2020 como un gobierno de centro porta la relatividad de cualquier distinción de base topográfica. No debería inducir a pensar que se trata de actores políticos invariables y sustraídos de su pasado. El Partido Nacional tuvo en los años sesenta y setenta un predominio conservador de base herrerista, en disputa crecientemente moderada con sectores más orientados hacia el centro, que a pesar de la muerte de su líder Wilson Ferreira en 1988 encontrarían condiciones para afirmarse. El Partido Colorado fue también un actor que no obstante su giro liberal posterior a la muerte de Luis Batlle Berres en 1964, profundizó desde posiciones de gobierno una orientación conservadora, populista y autoritaria que sería superada o asimilada por sectores de centro (autodefinidos como socialdemócratas) luego de la última dictadura. También el Frente Amplio, partido más nuevo, hizo su transición estratégica y programática hacia el centro político, proceso sin el que es difícilmente pensable el alcance del gobierno en el año 2005.12

Cabildo Abierto: imágenes y miradas

El origen de este nuevo partido (bien puede ponerse en duda por ahora tal condición) es complejo y difícil de mostrar brevemente. Dígase apenas que su conductor fue comandante militar del gobierno del Frente Amplio, ascendido a general por el presidente Mujica y promovido por este al final de su mandato a la jefatura del Ejército. El presidente Vázquez, que había respaldado la designación, lo destituyó al final de su período. La corporación militar del Uruguay, comprometida con la represión de la dictadura sin que los cambios generacionales hayan supuesto autocrítica o asunción de responsabilidad alguna, comenzó a ver amenazada su intangibilidad conforme se desvanecían las condiciones logradas durante los sucesivos gobiernos desde 1984 (y sus prolegómenos). Si se tratara pues de un “partido militar”, algo inédito en la historia del Uruguay, lo sería en tanto la corporación desafiada encontró un caudillo y un entorno que podía ponerla a salvo ante la erosión de las condiciones o la alteración de las coordenadas que habían asegurado hasta entonces, a cambio de la estabilidad del régimen, la no revisión de las actuaciones violatorias de los derechos humanos y la menos espectacular pero muy pesada carga para el erario público que supone todavía el régimen diferencial de retiros y pensiones militares. Pero parece evidente que el nacimiento de Cabildo Abierto no se explica solamente por este vínculo con lo militar ni por un pujo meramente defensivo: los cambios en la competencia partidaria en un contexto de relativa crisis económica y social que reformularon ciertas demandas tuvieron notable incidencia.

El gobierno instalado en marzo de 2020 se echó a andar en medio de importantes problemas sociales y de las incertidumbres de la pandemia Covid 19 desatada a pocos días de su asunción. Cabildo Abierto integró desde entonces el gabinete y el conductor del partido, ahora senador Manini, ha jugado una y otra vez cartas de presión que han puesto en duda la independencia del Poder Judicial (allí estuvo uno de los motivos de la destitución resuelta por Vázquez), o han desafiado al presidente Lacalle Pou con iniciativas legislativas y políticas formuladas por afuera de los compromisos electorales de la Coalición Multicolor gobernante. Más allá de la referencialidad militar, su base electoral tiene un sesgo preferente en el interior del país, en sectores socioculturales bajos y medios otrora cultivados y cautivados por el Frente Amplio y sobre todo por las fracciones conservadoras de los partidos más antiguos, el Colorado y el Nacional (Monestier, Nocetto y Rosenblatt, 2021), que se desplazaron luego de 2015 hacia el centro del espectro político.

Cabildo ha sido identificado con el neopopulismo conservador que con discursos de orden y nación circulan en muchos países del mundo. Como suele ocurrir, es también un actor construido por sus adversarios (de afuera y de adentro de la coalición) como prototipo de ultraderecha y como el enemigo que la izquierda uruguaya “necesita” para reforzar su identidad tras la derrota electoral y reestructurar desde allí, con una base binaria, la competencia política. Este juego de contrastes, de necesidades recíprocas, funciona en varios niveles y sentidos: el gobierno actual de la Coalición Multicolor cuenta con voceros proclives a mostrar al Frente Amplio como mera expresión del autoritarismo comunista (los sectores marxistas leninistas son mayoritarios), ignorando que se trata del partido más grande del Uruguay en términos electorales y que es bastante más que eso, comunistas y votos. Las izquierdas, a su vez, algunos sectores en particular, cultivan la versión continuista según la cual “este Manini” y “este Herrera”, Guido y Luis Lacalle Pou respectivamente, son la prolongación o reproducción de la alianza política que quebró al primer reformismo batllista13 entre 1913 y 1917, o que “esta coalición multicolor” es la reedición Coalición Popular antibatllista del 14 de enero de 1917 (son, sí, parientes ya algo lejanos y de un árbol más denso), o que la unión de productores de base agropecuaria de Un Solo Uruguay es asimilable a la Federación Rural fundada en 1915.14

Uruguay como ruta lateral

Aún tomando en consideración los enormes cambios políticos procesados en medio siglo, sigue siendo ardua en Uruguay la identificación pública de un actor partidario como ultraderecha. He aquí algunos problemas o simplemente los indicios de un camino diferente y lateral:

a) A pesar de los esquemas binarios de la competencia electoral facilitados por el balotaje, Uruguay suma a sus atributos políticos tradicionales convergentes hacia el centro político, un cierto desvío o retraso respecto a trayectorias globales que han ambientado en muchos países empujes de la derecha extrema: el neoliberalismo, o lo que esto quiera decir, tuvo aquí una versión comparativamente anémica, amortiguada y con portadores vergonzantes; además, no es evidente que los problemas de pobreza e inclusión (que afectan especialmente a la infancia) sean imputables a políticas de mercado abierto o desmonopolización y hasta privatización que se aplicaron tímidamente o fueron resistidas con éxito por la ciudadanía en las urnas. Con vaivenes y conflictos, el Estado no se retiró de las regulaciones de la vida pública en ninguno de los gobiernos que tuvo el Uruguay desde 1985.

b) La crisis financiera y económica de 2001-2002, de fuerte impacto en muchos planos no produjo una crisis política general; podría afirmarse, por el contrario, que el triunfo del Frente Amplio en 2004 fue una señal del vigor y de vigencia del sistema institucional y un horizonte de expectativa que tuvo una función estabilizadora.15

c) La crisis mundial de 2008, fábrica de desencanto, resentimiento y desafiliación política, tomó al país algo escarmentado y con recursos como para defenderse de sus peores impactos; la disciplina fiscal se transformó en una pauta de política pública relativamente compartida, más allá de los excesos prelectorales o los casos de dispendio. Esto no debe restar importancia, ya en el último tramo, al fin del ciclo de las commodities que afectó a la región hacia finales de la segunda década del siglo XXI y que ambientó también en Uruguay un cuadro de expectativas insatisfechas.

d) Por último, las crisis migratorias desatadas en el mundo luego de 2012 apenas impactaron en Uruguay y rara vez, como en Europa o EEUU, animaron reacciones de xenofobia o discriminación sistemática probadamente islamofóbica (Mudde, 2021; Veiga, González-Villa, Forti, Sasso, y Prokoplievic, 2019 y Forti, 2021). (sin que ello signifique banalizar la cuestión o restarle potencialidad conflictiva en Uruguay).

En suma, lo que en el mundo contribuyó a una crisis de la política democrática (libertades, partidos, controles, credibilidad general) operó en el Uruguay con menos comodidad; lo que podía fortalecer la posición de las derechas en su versión extrema encontró menor espacio para su desarrollo político.

En el campo retórico, hemos señalado, derecha y ultraderecha no forman parte todavía del repertorio de lo mansamente aceptable. Ser de derecha supone en cambio una peripecia a ser vivida de un modo vergonzante en un país de tradición republicana, reformista, “progresista”, o quedar asociado a los tramos autoritarios de la historia institucional del país en el siglo XX. Ante la imputación, los “acusados” se defienden con un discurso conocido en muchos países que comienza por negar entidad al eje izquierda-derecha (De Benoist, 2017 y Veiga, González-Villa, Forti, Sasso, y Prokoplievic, 2019, pp. 250-265),16 sigue por reclamar urgente pragmatismo ante “los verdaderos problemas de la sociedad”, y por enraizarse, más allá de cualquier otra adscripción, en algunas tradiciones nacionales concebidas como núcleo “auténtico” de acumulación política.

Esta derecha autoritaria que no acepta ser nominada como tal, expresa todo lo que puede el malestar de la democracia de partidos; se parece así, moderadamente, a los movimientos populistas conservadores que hemos visto prosperar de diversas formas, desde el gobierno, desde la oposición, en el electorado, en los media, tanto en países de renta alta como media. Pero la comparación encuentra límites severos a esas continuidades. Algunos están en sus propias definiciones, otros en el sistema político en el que se aloja. Además, esta derecha uruguaya sostiene premisas características de la izquierda (se dirá que la misma paradoja, que no es tal, era constitutiva del primer fascismo o del nacional socialismo (Kershaw, 2001; Fritzche, 2012, pp. 144-209 y Gentile, 2008 y 2019), del mismo modo que el autoritarismo ha sido también una práctica y una teoría de las izquierdas, cobrando dimensiones criminales cuyo juicio moral quedó en suspenso durante muchas décadas de la Guerra Fría.

Si se sigue con atención su prédica17, Cabildo Abierto se define nacionalista, regionalista, partidario de la integración latinoamericana. Y más atrás, se inspira en legados no del todo compatibles pero en absoluto, irreconciliables del hispanismo de base católica y en el idealismo americanista de José Enrique Rodó. En un plano de menor abstracción, un tópico igualmente importante de su autodefinición refiere a la crítica de la globalización, interpretada como un entramado conspirativo por el que sucumben los estados nacionales condenados al aislamiento respecto al juego entre grandes potencias. La globalización capitalista —se sostiene— avasalla mercados y tradiciones, hace caso omiso a los riesgos ambientales y a los rigores de la usura, se concreta en una sangría de recursos naturales, económicos y financieros. La globalización impone una agenda, determina una impostura que distorsiona “los reales problemas” de “la gente”.18

Así pues, poco se aprecia en esas tiendas como genuino y valioso en la denominada agenda de derechos (Uruguay aprobó leyes importantes en tal sentido durante el gobierno del Frente Amplio). En todo caso, cuando retrocede a los fundamentos se le imputa una carga de pernicioso relativismo moral que anima las nociones y prácticas vinculadas a la diversidad étnica, de género, o a la libertad de fronteras para la inmigración. Además, entre los millonarios lobistas como G. Soros (en muchos países, no en Uruguay, se suma con el húngaro-suizo la posibilidad de reanimar el antisemitismo) y algunos organismos internacionales de NNUU, los Estados nacionales menguan su soberanía e importan una agenda cuyas consecuencias son la erosión de la familia tradicional y la caída de la natalidad. Con todo, más allá de manifestaciones aisladas no puede sostenerse que Cabildo Abierto esté embarcado, como partido o formación, en campañas derogatorias de la legislación aprobada en gobiernos anteriores, ni que desarrolle un discurso sistemáticamente contrario al feminismo, al matrimonio igualitario, al aborto legal, a la minimización del daño en el consumo de sustancias psicoactivas. De todo ello hay un poco, con versiones radicales incluso, pero en modo alguno es prevaleciente.19

El éxito inicial de Cabildo es de compleja explicación: además de los reclamos corporativos y políticos de “la familia militar” aloja los descontentos con la globalización denunciada como trama desigualitaria y excluyente, canaliza las reacciones contra lo que aprecia como cierto aflojamiento moral y de costumbres de la vida posmoderna, la protesta contra la inseguridad y la inanición urbana, especialmente inclementes con los más pobres. La consigna que halló su fortuna en la campaña electoral de 2019 fue se acabó el recreo, no muy original pero redondamente expresiva de un discurso de orden. (Matteo Salvini, líder de la derecha italiana acuñó la fórmula para incitar el fervor antiinmigratorio).20

Si se la observa desde un punto de vista sistémico, esta derecha vino a ocupar un espacio en la competencia entre partidos en un momento en el que los actores tradicionales que podían haberla alojado como lo hicieron en la historia, se desplazaron preferentemente hacia el centro del espectro político. Esta apreciación es consistente con el estancamiento electoral del viejo Partido Colorado, más socialdemócrata según sus conductores y también por ello más pequeño, y con el caso del estable e igualmente antiguo Partido Nacional, escorado hacia un liberalismo no ortodoxo. Cabildo ocupó entonces un espacio a la derecha dejado vacante por los policlasistas partidos uruguayos, entonó un discurso con argumentos de la izquierda antiglobalista y recaudó electorado entre la “familia militar” y los “sectores populares” que pudieron haber votado, según las encuestas, al Frente Amplio en tiempos del presidente Mujica (Opertti y Queirolo, 2021).

Digamos por último que Cabildo cultiva un imaginario que se pretende basado en el pasado artiguista, en una interpretación excluyente de la trayectoria del prócer de la revolución y la independencia José Artigas (1764-1850). Este uso del pasado, de Artigas y del artiguismo, ha sido una constante retórica en el seno de las Fuerzas Armadas y más aún en todo movimiento político que se ha reclamado como nuevo en la historia del Uruguay, tanto hacia la izquierda como hacia la derecha. Lo hicieron Benito Nardone en 1954-59, los tupamaros en los primeros documentos, el Frente Amplio en 1971 y lo hace ahora Cabildo a partir de un denominado Movimiento Social Artiguista, germen de la formación fundado en noviembre de 2018 (Rilla, 2021). Marcos Methol, uno de sus dirigentes, ha subrayado la idea de que el artiguismo opera en Cabildo como fundamento transpartidario y como muro de contención a los extremismos de derecha.21

Si damos mayor amplitud a esta cuestión de los usos del pasado para este sector político debería admitirse que comparte el canon de cualquier partido uruguayo, con énfasis hacia los motivos conservadores. Como en diversas fracciones todos los partidos tradicionales uruguayos (incluyo en este grupo al FA), el autoritarismo y la dictadura son alojados y reinterpretados como producto de “estados de necesidad” o de aprovechamiento “de oportunidades históricas”. En este caso, el golpe de Estado de 1933 es todavía nominado encomiásticamente como Revolución de Marzo por escritores vinculados a Cabildo22, mientras que el golpe de 1973 no merece mayores atenciones analíticas en su prensa, salvo cuando los dirigentes son inquiridos al respecto o cuando algunos militantes son “descubiertos” en ejercicios de nostalgia o neta reivindicación. Tal extremo, de todos modos, es oficialmente marginal o marginalizado, y muy a menudo requiere de la intervención personal del jefe, tendiente a minimizar el peso público de ideas o figuras autoritarias o sospechadas. Manini y su entorno seguro no avalan ni justifican públicamente el golpe de Estado, pero relativizan su impacto, cuestionan al Poder Judicial o a la Fiscalía en sus actuaciones vinculadas y promueven el cambio en las condiciones de reclusión de los pocos militares presos. (Esta idea, debe recordarse, ha sido públicamente compartida por el fallecido ministro de Defensa del Frente Amplio, Fernández Huidobro y por el ex presidente José Mujica, ambos veteranos dirigentes tupamaros).

Recapitulación y perspectiva

Esta contribución ha buscado reflexionar sobre posibles conexiones entre el fenómeno global de la expansión de las derechas y ultraderechas y la emergencia de un caso en un país de Sudamérica caraterizado por haber desarrollado, con altibajos, una democracia de partidos. Las continuidades no son muy seguras pero es precisamente desde la distancia y la comparación que se incrementa la posibilidad de comprender. El parentesco entre esta derecha uruguaya y las que se observan en el mundo es demasiado general y obvio, y no permite dar cuenta de las especificidades de la primera ni dibujar mejor los perfiles de las segundas.

Cabildo Abierto integra la coalición de gobierno presidido por Lacalle Pou pero sus componentes y características no le han permitido, hasta ahora, configurarse cabalmente como un partido político en el sentido que lo son todos los partidos uruguayos.23 Más recientemente, en tanto ha cuestionado la acción de la justicia contra los militares presuntamente implicados en las violaciones de DDHH durante la última dictadura, o cuando pone en duda de un modo ambiguo la entidad misma de los hechos (la prisión y la tortura por razones políticas e ideológicas, la desaparición forzada de 192 personas)24 se acerca —o más bien la expresa— a una base corporativa militar y se aleja de una lógica más general y ciudadana de carácter democrático. Si quiere sobrevivir, esta derecha algo desprendida de la poltica tradicional debería comprometer una agenda más general; lo puede hacer desde el gobierno que integra en puestos de relativa relevancia para ese propósito como lo son los ministerios de Salud y Vivienda, o en los roles de jerarquía en varios ámbitos de la Administración. Preservaría de ese modo su discurso de orden y podría consolidarse como partido de derecha disciplinando a sus militantes y dirigentes más extremistas.

Un análisis algo más sistémico del problema debe tomar en cuenta que todos los demás actores partidarios desarrollan su estrategia y estrechan notablemente el margen de inicativa de Cabildo. El Partido Nacional que dirige el gobierno desarrolla una política militar activa que no deja en manos del “partido militar” esa referencialidad25; también empuja una política social que está lejos de la indiferencia respecto a los sectores más vulnerables. El liderazgo personal del presidente Lacalle Pou, puesto en evidencia durante la pandemia de Covid, ha sido capaz, hasta ahora, de disciplinar los pujos autonomistas a su derecha. El Partido Colorado, aún disminuido electoralmente y enfrentado a la paridad con Cabildo, cuenta con una “reserva histórica de derecha” que compite con los bordes de esta formación; esto parece más claro cuando el intento de centrar al partido con el fugaz liderazgo de Ernesto Talvi se disolvió cuando este líder abandonó sorpresivamente su puesto en la política y en el gabinete. El Frente Amplio, incluso, más allá de algunas sintonías ideológicas vinculadas al soberanismo, la nacionalismo, al estatismo que cada tanto muestra el partido de Manini26, parece dispuesto a perforar la unidad de la coalición de gobierno acompañando algunas de sus iniciativas en el Parlamento; ambos actores, Cabildo y el FA, ponen a prueba las posibilidades y límites del chantaje político, pero los beneficios de tal cruce del Rubicón están por verse. Finalmente, todo gobierno colocado en este esquema de distribución de recursos (cargos, visibilidades, sostenimiento pecuniario, posibilidades de renovación de mandatos) opera como ordenador del tráfico de incentivos; si todo fuera a ser entendido por el mero cálculo racional genera muchos más incentivos para la estabilidad y la permanencia que para la ruptura y la fuga, salvo que haya espacio en otro lugar.

Un segundo escenario es más favorable al fortalecimiento de Cabildo Abierto y está pautado por cuantas posibilidades de ensanchar su espacio tenga cierto extremismo, en un contexto de deterioro general de la situación política y social. Para ello deberían recrearse algunas condiciones que acompañaron la emergencia de Cabildo, tales como la inseguridad pública en niveles agudos (aquí el nuevo gobierno no ha obtenido mayores éxitos), el incremento de la pobreza y la indigencia, la inestabilidad social asociada a la movilización sindical en escalada, la ruptura de los espacios de negociación y arbitraje, el malestar de “la familia militar” ante los fallos judiciales o el desprestigio ante la población. Cabe reconocer que este escenario, en algunos aspectos está lejos de consagrarse, pero en su aprovechamiento político Cabildo habrá de competir con el Frente Amplio. Además, el presidente Lacalle Pou y el gobierno en general vienen recaudando (a comienzos de 2022) una adhesión levemente mayoritaria de la opinión pública, su desempeño durante la pandemia, casi siempre contestado por la oposición, se mantuvo en línea discontínua con la comunidad científica sin renunciar a la conducción política el proceso27; la economía, el empleo, la pobreza, aun sin resolver problemas de fondo, han mostrado indicadores de recuperación y en algunos casos en los niveles anteriores a la pandemia. Nada de esto, como se sabe, es permanente ni está libre de quiebres, amenazas y errores. (Dígase de paso: hay otros asuntos que podrían ser motivo de radicalización pero que no merecen la especial atención de Cabildo ni de muchos otros partidos y sectores: la violencia doméstica y de género, el suicidio en niveles altísimos, la violación de los derechos humanos de la población privada de libertad que sigue incrementándose, el deterioro de la calidad educativa en el ciclo obligatorio, para mencionar algunos).

En suma, si proyectamos un esquema bipolar (algo que la disputa por la LUC28 habría de exacerbar) podría postularse la siguiente simplificación destinada a apreciar cierta neutralización de los radicalismos: la izquierda nucleada en el Frente Amplio y el PIT/CNT, prefería enfrentar “un gobierno neoliberal”; la derecha expresada en Cabildo, socio algo incómodo pero socio al fin, no encontró en los dos años transcurridos de la Administración una agudización de conflictos favorable a definiciones autoritarias, ni mayores incentivos para una autonomización exitosa en términos de cálculo electoral. La última prueba en tal sentido, las elecciones departamentales de 2020, lo mostraron en fuerte retroceso. Las encuestas de opinión pública tampoco le son favorables.

A estas dos posibilidades que suponen la sobrevivencia de Cabildo en el escenario político y electoral se suma una tercera variante de corte transformista, que no excluye del todo a las anteriores pero supone, de modo reconocible, la lenta asimilación que el antiguo sistema de partidos puede hacer de esta nueva formación política, la ardua reabsorción de sus recursos en la tradición amortiguadora de la política uruguaya. Los tres grandes partidos uruguayos tienen lugar en su seno para lo que Cabildo Abierto ha movilizado durante el último lustro. El partido más grande de la coalición gobernante, el Partido Nacional, está comprometido con una parte de la agenda de CA y tiene, por ejemplo, una política militar activa que hace gala de comprender “la problemática de las fuerzas armadas”. El Partido Colorado, tradicional partido del Estado en Uruguay y eje fundamental de articulación histórica entre lo civil y lo militar transita contradicciones agudizadas por su retroceso electoral, pero segramente habrá de retomar aquellos vínculos no bien algunas de ellas decanten y se articule un nuevo liderazgo. El Frente Amplio, en apariencia más “duro de roer” viene ensayando una retórica radical que no ofrece concesiones al gobierno; conforme transite por esa lógica como clave electoral de bloque podrá encontrar, en su camino, fragmentos del Cabildo, mucho más entre votantes que entre dirigentes.

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Notas

1 Un resumen de este texto fue presentado y aceptado para el Congreso de Historia Contemporánea de Córdoba, AHC, 2021 España, suspendido por la emergencia sanitaria de Covid. Agradezco los comentarios de los colegas del seminario de investigación del Departamento de Ciencia Política y de los revisores de esta revista.
2 Cfr: Forti (2021); Mudde (2021); Snyder (2018); Traverso (2021); Veiga, González-Villa, Forti, Sasso, y Prokoplievic (2019) y Applebaum (2021).
3 La literatura de corte politológico sobre la derecha actual no ha incluido a Uruguay en sus abordajes comparativos. Estos abarcan países como Argentina, Brasil, México, Perú, Colombia, Chile, Ecuador, El Salvador. Ver al respecto: Middlebrook (2000) para los años 80 y 90 y Luna y Rovira (2014) para el ciclo siguiente de “resiliencia”. Los estudios más recientes de Sanahuja y López Burian (2020) incorporan a Uruguay en las comparaciones.
4 Eatwell y Goodwin (2019) exploran las implicaciones de cuatro fenómenos: desconfianza, destrucción, privación relativa y desalineamiento respecto a la política tradicional.
5 Agrego: hay una ciencia política que usa el pasado como “campo empírico” o nicho de “evidencias”.
6 Especialmente, cap. 1 y 3 de Arendt (1963). En cuanto a las resonancias y actualizaciones del pasado, Fernando Devoto me ha sugerido prestar atención a la puesta en circulación de la película A noi! de Umberto Paradisi (1923). Lo hago, no sin quedar absorto por la ostentación fascista, a pocos días de que G. Meloni asuma el gobierno italiano en una ambigua rememoración de la Marcha Sobre Roma en la que está centrado el film. https://www.youtube.com/watch?v=2M3iikV-iKs Sobre los vínculos entre derecha y decadentismo ver Gómez (2007)
7 Ver por ejemplo: Patto Sá Motta (2016).
8 La experiencia de Hungría con la ultraderecha en el gobierno hace más de una década debe ser observada en sus particularidades: permanencia, avance electoral firme, consolidación en la burocracia administrativa, control de los medios de comunicación, de los organismos anticorrupción, de las universidades, combate al colectivo LGTBI. Es un límite de la Unión Europea, forma parte de ella pero tiene vínculos fluidos con V. Putin. La experiencia de Polonia en vínculo estrecho con Hungría es recuperada en términos testimoniales pero también analíticos en Applebaum, 2021. A la vez, la reciente evolución electoral de Italia ha mostrado a varios analistas propensos a la comparación de ese país con Italia. Comparaciones pertinentes pueden verse en Kitschelt y McGann (1995)
9 El carácter contrarrevolucionario de la derecha cuenta con linaje analítico marcado por el anarquismo (Fabbri, 1922 y 1963), pero estoy aludiendo aquí a los estudios históricos radicados en la temática de “las derechas” que han definido un campo vigoroso de investigación, publicaciones, encuentros, generalmente reunidos por vínculos y esfuerzos transnacionales. Además de sus propias investigaciones, Bohoslavsky y Broquetas (2019), han presentado un dossier con los antecedentes e implicaciones. Más recientemente, en Uruguay, se viene publicando una colección dirigida por Gerardo Caetano y Magdalena Broquetas (2022).
10 Chile, por ejemplo, tuvo un sistema de partidos relativamente estable, luego una dictadura de altísimos niveles represivos y criminales que sin embargo dejó partidarios en todos los sectores y edades de una sociedad bastante más jerárquica que la uruguaya. La transición democrática fue ardua e incompleta, y quedó en manos de actores partidarios que describieron sucesivamente una trayectoria pendular, entre el centro izquierda y la derecha, así autopercibidas. La economía fue más globalizada, las funciones redistributivas de las políticas públicas alcanzaron logros importantes pero insuficientes en términos de equidad y absorción de la pobreza. A fines de la segunda década del siglo la crisis social y la crisis de legitimidad política hundieron al sistema pendular de la posdictadura y en medio de intensas movilizaciones urbanas ambientaron la emergencia de nuevos actores más radicalizados, a izquierda y derecha del espectro.
11 Cfr. Devoto (2002) y Rilla (2010).
12 Respecto al Frente Amplio Cfr. Yaffé (2005).
13 Alude a José Batlle y Ordóñez dirigente colorado y presidente de Uruguay 1903-1907 y 1911-1915.
14 Estas cadenas de asimilaciones y equivalencias han funcionado con eficacia en los medios de comunicación afines al Frente Amplio. No se trata aquí de poner en cuestión de voz de los académicos que dan cuenta de sus investigaciones, ni mucho menos discutir la plausibilidad de tales incursiones analíticas, sino del encuadre o framing en el que ellas son situadas. La televisión del gobierno de Montevideo, por ejemplo, organizó la presentación de la mencionada obra de Caetano y Broquetas bajo el título: “Las derechas: el hoy del ayer”. “¿Qué apellidos se repiten hasta la actualidad?”, pregunta el presentador al inicio del programa; el dinámico fondo de pantalla presenta a los Herrera, los Lacalle, los Manini en un encuadre de inesquivable asimilación, a pesar de los matices y distinciones que establecen los entrevistados. La versión completa en https://www.youtube.com/watch?v=l6i3o46q2EE Ver también: “Las derechas y sus continuidades en la historia uruguaya”, 9 de julio de 2022, en La Diaria. https://ladiaria.com.uy/politica/articulo/2022/7/las-derechas-y-sus-continuidades-en-la-historia-uruguaya
15 Cfr. Rilla (2008, p. 75 y ss.).
16 No es muy convincente la “defensa” de la oposición izquierda–derecha como tópicos intangibles, sin estudiar seriamente sus reconfiguraciones contemporáneas. Ver Caiani, Dellaporta, Wagemann (2019).
17 El documento programático más explícito y estilizado es el ofrecido en la campaña electoral de 2019. Leído con atención es difícil considerarlo un programa típico de ultraderecha. Compromiso del partido Cabildo Abierto con Uruguay y su gente, 2020-2025, https://manini.uy/programa.pdf. Una de las preocupaciones más salientes está vinculada a la demografía, que opera como un núcleo desde el que derivan las cuestiones de género y derechos, familia, matrimonio, natalidad y nación, pobreza y seguridad social. Para apreciar la inspiración más o menos directa en algunas definiciones del húngaro Orban. Cfr. Mosteare, J. P (14 de julio de 2022). Cabildo se inspira en la Hungría de Viktor Orban para impulsar sus políticas de natalidad y contra la “agenda de género”. Búsqueda. Recuperado de https://www.busqueda.com.uy/Secciones/Cabildo-Abierto-se-inspira-en-la-Hungria-de-Viktor-Orban-para-impulsar-sus-politicas-de-natalidad-y-contra-la-agenda-de-genero--uc52992
18 La contestación de CA al orden liberal internacional puede comprenderse a la luz de las investigaciones recientes referidas a las derechas neopatriotas (Veiga, González-Villa, Forti, Sasso, y Prokoplievic, 2019; Sanahuja y López Burián, 2020). El anticomunismo, tradicional en las derechas según ha sido estudiado en América Latina (Marcelo Casals 2016; Rodrigo Patto, 2002, Broquetas 2015 y Bucheli 2019) se ha debilitado por partida doble: no es patrimonio exclusivo de las derechas extremas y tampoco alude a un sujeto “realmente existente”. En Brasil, sin embargo, sigue siendo un recurso retórico de la derecha contra la izquierda.
19 Los dirigentes principales de Cabildo han tomado la palabra sobre estos y otros temas. A modo indicativo, sobre la denominada ideología de género pueden leerse las declaraciones de Guillermo Domenech del 23 octubre 2019, recuperado de https://ladiaria.com.uy/politica/articulo/2019/10/guillermo-domenech-los-ninos-decidiran-su-sexualidad-cuando-sean-mayores-sin-necesidad-de-manoseos/ y del 6 de noviembre de 2019: “Una enfermedad a curar”. Críticas a Domenech, que habló de homosexuales con hijos como “fenómeno propagandístico”, recuperado de https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Criticas-a-Domenech-que-hablo-de-homosexuales-con-hijos-como-fenomeno-propagandistico--uc734963. En el mismo sentido, las declaraciones del ya senador Guido Manini Ríos el 12 de diciembre de 2021: “Manini sobre la ideología de género”. Recuperado de https://www.elobservador.com.uy/nota/manini-sobre-la-ideologia-de-genero-enfrenta-al-hombre-con-la-mujer-y-fragmenta-la-familia-20211212212759 “Uruguay está pasando de un “patriarcado a un matriarcado”, dice diputada de Cabildo Abierto que critica al “feminismo del 8M” (3 al 9 de Marzo de 2022). Búsqueda, p. 7. Recuperado de http://www.busqueda.com.uy/Secciones/Uruguay-esta-pasando-de-un-patriarcado-a-un-matriarcado--dice-diputada-de-Cabildo-Abierto-que-critica-al-feminismo-del-8M--uc51446#:~:text=La%20legisladora%20In%C3%A9s%20Monzillo%20denuncia,no%20en%20los%20centros%20educativos
20 Cfr. Loriga (2020), Mudde (2021, p. 606) y Veiga, González-Villa, Forti, Sasso, y Prokoplievic, (2019).
21 Marcos Methol Yo no entiendo el nacionalismo sin las Fuerzas Armadas (16 de julio de 2020). Voces, pp.10-11. Recuperado de http://semanariovoces.com/marcos-methol-fundador-de-cabildo-abierto-yo-no-entiendo-el-nacionalismo-sin-las-fuerzas-armadas/ Ver también, Partido Cabildo Abierto (2019, pp. 2-7).
22 Por ej.: Terra Rompani, A. (18 de abril de 2020). 31 de marzo de 1933. La historia laudó. La Mañana. Recuperado de https://www.xn--lamaana-7za.uy/opinion/a-87-anos-del-31-de-marzo-de-1933-la-historia-laudo/
23 Esta afirmación es discutible a la luz de los aportes que desde la ciencia política inspirada sobre todo en Levitsky, Loxton, Van Dyck, Dominguez (2016), hicieron recientemente Monestier, Nocetto y Rosenblatt (2021). Sin embargo, le faltan todavía a Cabildo las condiciones de permanencia, estabilidad, fraccionalismo, institucionalización más allá del líder, todo lo cual se aprecia, en general, con el transcurso del tiempo. Agréguese que la morfología de muchas formaciones políticas radicales se inicia bajo las características del movimiento mucho más a menudo que las del partido. Este suele operar como una instancia internamente disciplinadora.
24 Además de las entrevistas citadas ver: Rivera Elgue y Roque Moreira, las polémicas de Cabildo Abierto por la dictadura (19 de febrero de 2020). Cientochenta. Recuperado de https://www.180.com.uy/articulo/82743_rivera-elgue-y-roque-moreira-las-polemicas-de-cabildo-abierto-por-la-dictadura; Manini habló de “cipayismo apátrida” al pedir restablecer la Ley de Caducidad (5 de agosto de 2020). Cientochenta. Recuperado de https://www.180.com.uy/articulo/83631_manini-hablo-de-cipayismo-apatrida-al-pedir-restablecer-la-ley-de-caducidad ; Hebert Dell`Onte: Manini Ríos: “es una buena señal” que se hable de las víctimas de la guerrilla (23 de julio de 2021). La Mañana. Recuperado de https://www.xn--lamaana-7za.uy/politica/manini-rioses-una-buena-senal-que-se-hable-de-las-victimas-de-la-guerrilla/
25 Ver por ejemplo la perspectiva del ministro de Defensa Javier García: “Me hago cargo de los problemas de las Fuerzas Armadas porque las conduzco desde el punto de vista político e institucional. Y también me hago cargo de estar al frente de las Fuerzas Armadas cuando son atacadas injustamente”. [entrevista]: En derechos humanos, el Partido Nacional no tiene “ataduras” ni va a ceder el protagonismo porque “no es monopolio de nadie” (28 de Abril al 4 de Mayo de 2022). Búsqueda. Recuperado de https://www.busqueda.com.uy/Secciones/En-derechos-humanos-el-Partido-Nacional-no-tiene-ataduras-ni-va-a-ceder-el-protagonismo-porque-no-es-monopolio-de-nadie--uc52027
26 Una reconstrucción del pensamiento público de los dirigentes de Cabildo puede elaborarse a partir de las entrevistas realizadas en el semanario Voces: Guido Manini Ríos: El General en su laberinto (27 de febrero de 2020). Voces; Marcos Methol: Hay que superar al batllismo (16 de julio de 2020); Eduardo Radaelli, militar fundador de Cabildo Abierto (13 de junio de 2021). Voces. Recuperado de http://semanariovoces.com/eduardo-radaelli-militar-fundador-de-cabildo-abierto-todos-somos-manipulados/
27 El ministro de Salud Pública Daniel Salinas es un médico recién llegado a la política junto con Manini Ríos. Como adherente de Cabildo Abierto no expresa continuidad ni sintonía alguna con las corrientes negacionistas, conspiracionistas y antivacunas, extremos interpretativos cultivados por las ultraderechas en Europa y EEUU, según han registrado varios autores. Menos aún desde que su nombre sonó para la conducción de algún organismo multilateral de la salud, como Organización Panamericana de Salud (OPS).
28 La LUC, Ley de Urgente Consideración, fue aprobada en julio de 2020 con los votos de la coalición de gobierno, impugnada por el Frente Amplio y el movimiento sindical, llevada a consulta en referéndum y ratificada en las urnas por la ciudadanía, por estrecho margen, en marzo de 2022.
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