Artículos Libres
Luchas, tendencias y corolarios del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional de Rosario, 1966-1975
Struggles, tendencies and corollaries of the student movement of the National University of Rosario, 1966-1975
Avances del Cesor
Universidad Nacional de Rosario, Argentina
ISSN: 1514-3899
ISSN-e: 2422-6580
Periodicidad: Semestral
vol. 17, núm. 23, 2020
Recepción: 18 Octubre 2019
Aprobación: 27 Abril 2020
Publicación: 05 Diciembre 2020
Resumen: En este artículo se abordan las luchas del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional de Rosario, entre los golpes de Estado de 1966 y 1976. El trabajo se propone retratar con precisión la evolución de las formas de acción, los protagonismos de las agrupaciones implicadas y las alianzas tejidas por el movimiento estudiantil rosarino para, finalmente, trazar y explicar los ciclos de conflictividad detectados al observar los valores que arrojan ciertas variables y las relaciones plausibles de establecer entre sí. Al operacionalizar el concepto de enfrentamiento social, a partir del registro de una importante base de datos construida fundamentalmente con periódicos de la época, se arrojan algunas conclusiones y, al mismo tiempo, se revisan otras ideas sobre el estudiantado rosarino y su activismo. Con el análisis de este caso, se pretende avanzar en una labor más amplia de caracterización del movimiento estudiantil argentino en dicho período.
Palabras clave: movimiento estudiantil, Rosario, Rosariazos, intervención universitaria.
Abstract: This article addresses the struggles of the student movement of the National University of Rosario, between the coup d'etats of 1966 and 1976. It aims to accurately portray the evolution of the forms of action, the protagonists of the groups involved and the alliances woven by the Rosario student movement, in order to finally trace and explain the cycles of conflict. Departing from an important database built primarily with newspapers of the period, we operationalize the concept of social confrontation, to achieve some conclusions and review ideas about students of Rosario and their activism. With this case analysis, we aim to advance in a broader characterization of the Argentine student movement in that period.
Keywords: student movement, Rosary beads, Rosariazos, university intervention.
Introducción
En la Argentina, el régimen dictatorial instaurado con el golpe de Estado del 28 de junio de 1966, la autodenominada “Revolución Argentina” presidida por el general retirado Juan Carlos Onganía, sufriría una derrota en manos del descollante ascenso de masas opositoras con centro en el movimiento obrero y en las ciudades del interior del país. Al calor de la conflictividad desatada a fines de dicha década, que obligó a la retirada de la dictadura a comienzos de 1973, los estudiantes universitarios formarían parte activa de esta desafiante fuerza social.
Antes de producirse el golpe de 1966, las universidades públicas habían sido objeto de una amplia campaña de descrédito que las asociaba con el comunismo, encarnado en su movimiento estudiantil. Más allá de la saña y desmesura expuesta en este tipo de consideraciones, es verdad que los jóvenes universitarios giraban cada vez más hacia la izquierda. Un parteaguas en tal sentido lo constituyó la disputa conocida como “Laica o Libre” en 1958, cuando el mundo universitario identificado con la Reforma de 1918 se había movilizado en contra de la posibilidad de que las universidades privadas, promovidas por la Iglesia Católica, puedan otorgar títulos habilitantes “libremente” al igual que lo hacían las casas de estudio públicas. Gabriela Micheletti (2013) mostró como este acontecimiento resultó clave en Rosario para radicalizar a su estudiantado.
Tras años signados por un proceso de modernización universitaria, cuyos alcances limitados han sido señalados por la bibliografía que lo estudió, aunque admitiendo su carácter innovador (una síntesis en Buchbinder, 2005), la vida universitaria resultó conmovida por el golpe de Estado de 1966 y la instauración del régimen de la autoproclamada “Revolución Argentina”. Un mes después, inspirado en la Doctrina de Seguridad Nacional y aduciendo “infiltración comunista”, el gobierno de facto intervino las universidades nacionales con la consiguiente anulación de las instituciones reformistas tales como la autonomía y el cogobierno de estudiantes, graduados y profesores. En la Universidad Nacional del Litoral (en adelante, UNL), renunció en oposición el ingeniero Cortes Pla, viejo líder de la Reforma Universitaria, asumiendo el rectorado en carácter de interventor designado por el Poder Ejecutivo Nacional el Dr. Manuel de Juano, profesor en Derecho y de orientación liberal (luego ascendido a Ministro de Gobierno local).1 En protesta una ola de renuncias respaldó la postura asumida por el rector, sobresaliendo las dimisiones en la Facultad de Filosofía y Letras donde alcanzaron prácticamente la mitad del cuerpo docente, no por azar una de las instituciones clave en las transformaciones experimentadas en el lustro anterior (Raffo, 2007).
Frente a la intervención, las agrupaciones estudiantiles rosarinas se declararon mayormente en contra. Pronto dieron vida a una Comisión Coordinadora Estudiantil que las reunió. El reformismo no vaciló en pronunciarse tempranamente a favor de la autonomía universitaria, siendo la Federación Universitaria del Litoral, que agrupaba alrededor de la mitad de los universitarios, propulsora de la coordinadora (Bonavena y Millán, 2008, p. 120). Esta corriente era hegemónica en las facultades rosarinas. El Movimiento Nacional Reformista (en adelante, MNR) surgido en Rosario, afiliado a una rama del socialismo y con epicentro en Medicina, constituía la principal fuerza de ese tipo, aunque en Agronomía y Filosofía y Letras los comunistas, y en esta última facultad y también Derecho los militantes del Movimiento Estudiantil Nacional de Acción Popular (en adelante, MENAP) poseían una fuerza nada desdeñable. Era importante asimismo la socialcristiana Unión de Estudiantes del Litoral (en adelante, UEL) y pronto lo sería el recientemente formado Frente Estudiantil Nacional (en adelante, FEN), con orígenes en el reformismo y el socialismo, quienes, sumados a otras minúsculas fuerzas católicas que no participaban de los centros y la federación, empezarían tibiamente a dar vida al peronismo. Entre la izquierda no reformista ni peronista el grupo más importante lo aportaría el Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda (en adelante, FAUDI), que surgiría como fusión de los jóvenes comunistas, divorciados en todo el país del PC a mediados de 1967, y sus aliados del MENAP. En cambio, quienes continuaron en ese partido fundaron en 1968 el Movimiento de Orientación Reformista (en adelante, MOR). Radicales, socialistas y anarquistas, entretanto, dieron vida a Franja Morada, organización que pronto quedó en manos de los primeros.
En este contexto de reconfiguración del movimiento estudiantil, fue creada la Universidad Nacional de Rosario (en adelante, UNR), desprendiéndose de la UNL, el 28 de noviembre de 1968 cuando el Gobierno Nacional dictó la ley 17.987. La casa de estudios contaba con las facultades de Ciencias Económicas, Filosofía, Letras y Ciencias del Hombre (luego renombrada Facultad de Filosofía), Ciencias, Ingeniería y Arquitectura, Medicina y Odontología, a las que se agregaron en 1967 Ciencias Agrarias y Derecho, algunos años después Ciencias Bioquímicas y Farmacéutica y Arquitectura y finalmente en 1973 las facultades de Ciencias Veterinarias y de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Según el gobierno, su creación se justificaba por el crecimiento que ostentaban las unidades académicas rosarinas, las cuales abarcaban casi tres cuartos de la matrícula y de los docentes de la UNL, superando ampliamente a la sede ubicada en Santa Fe (Viano, 2000, p. 35). Esta es la versión que presenta un reciente trabajo sobre la ciudad puerto, el cual pone de manifiesto como las demandas ligadas al crecimiento portuario fueron construyendo la casa de estudios rosarina (De Marco, 2003, pp. 511-512). Sin embargo, “En el ámbito universitario la medida fue resistida. Se creía que, con ella, se desarticulaba una universidad concebida con un carácter regional desde sus orígenes y que se la fragmentaba, multiplicando la burocracia, a expensas del ya resistido presupuesto disponible.” (Falcón y Stanley, 2014, p. 214). Así, la nueva universidad, que en breve dirigiría un abogado, allegado de la Democracia Cristiana y profesor de la sede rosarina de la Universidad Tecnológica Nacional (en adelante, UTN), José Luis Cantini, nació intervenida.
En sus inicios, la UNR sumó 15.974 alumnos, cifra que a mediados de la década siguiente se dispararía a 28.558 (la sede rosarina de la UTN y la Universidad Católica, con muchos menos alumnos, completaban el panorama universitario) (Pérez Lindo, 1985, p. 171). Su procedencia, que redondeaba entre el 2,25% y el 2,42% de la población urbana, era mayoritariamente de clases media y alta, aunque con una minoría significativa proveniente del mundo obrero y rural (Millán, 2013, p. 61). Dado que menos de la mitad carecían de lazos familiares en la ciudad, las pensiones que alojaban universitarios arribados del interior de la provincia proliferaron. Por lo mismo, también el populoso comedor universitario resultaba un lugar relevante de supervivencia estudiantil, pero al mismo tiempo de nueva sociabilidad.
En los albores de esta naciente universidad, el movimiento estudiantil comenzó a revertir su derrota. Un hito en ese sentido lo ofrecieron las protestas que se desataron en todo el país a raíz de la conmemoración del cincuentenario de la Reforma Universitaria a mediados de junio de 1968 (Bonavena y Califa, 2018). En esa jornada fueron arrestados en Rosario 33 estudiantes. Un juez que había autorizado el acto resultó atacado por la policía, lo que derivó en un escándalo que provocó la intervención del Poder Judicial provincial (Gonzáles, Gigena y Shapiro, 2008, pp. 32-33). Desde entonces, la alianza con el movimiento obrero se fortaleció, particularmente con el sector nucleado en la Confederación General del Trabajo de los Argentinos (en adelante, CGTA), federación de sindicatos con base en los sectores estatales e industriales más afectados por la dictadura, desprendidos de la CGT a quien le recriminaban su parálisis. Seguramente entre las más de mil personas que visitaron la exposición artística “Tucumán Arde” en el local rosarino de la CGTA (Longoni y Mestman, 2000, p. 163), denunciando las atrocidades cometidas por la dictadura tras cerrar los ingenios azucareros en esta provincia del norte, se encontraban muchos estudiantes.
Como se desprende de lo anterior, el movimiento estudiantil era parte de la nueva fuerza social opositora a la dictadura que se iba moldeando, adquiriendo aires insurgentes. Como se desprende de lo anterior, el movimiento estudiantil era parte de la nueva fuerza social opositora a la dictadura que se iba moldeando, adquiriendo aires insurgentes. En ese tránsito, resultan insoslayables en Rosario dos importantes hechos de masas registrados en 1969 que han sido denominados “Rosariazos”.
A mediados de esta década, la ciudad reunía más de 700.000 habitantes, una séptima parte oriundos del norte provincial y del Chaco, hacinados en villas miserias (Viano, 2013, p. 32). Históricamente, el puerto y el ferrocarril conformaron los dos pilares del desarrollo rosarino. Sin embargo, iniciados los años ‘60 la industria, originalmente alimenticia y metalmecánica, se había expandido en la periferia citadina, erigiendo un Gran Rosario fabril cada vez más nutrido. Como señalan dos historiadores: “en el período de sustitución de importaciones de bienes duraderos, es Rosario la localización predominante, en esta nueva etapa sustitutiva se elige a San Lorenzo para la instalación de la industria pesada y semipesada.” (Falcón y Stanley, 2001, p. 242). Añade un experto, “Las innovaciones del urbanismo desarrollistas no parecen demasiado impactantes. A excepción de su consideración de la ciudad como un nodo industrial y la ampliación de su radio a un Área Metropolitana, que reemplazó momentáneamente las características comerciales de la etapa precedente.” (Roldán, 2006, p. 187).
En la Argentina, la radicalización estudiantil en los años aquí abordados ha sido explicada fundamentalmente en base a una selección de discursos de agrupaciones y figuras intelectuales. Según la hipótesis así construida, la “nueva izquierda” y el novel “peronismo”, siendo el segundo central entre los sectores más combativos, habrían ocasionado en su ascenso una crisis al reformismo que desde entonces desdibujó su presencia universitaria. La literatura que ha sostenido esto es diversa en cuanto a las temáticas que abordó, lo cual es una muestra del relativo consenso del que ha gozado tal punto de vista. Así lo ponen de manifiesto textos que abrieron verdaderos cursos de indagación en sus campos de estudios como uno dedicado a las formaciones político-militares (Guillespie, 1987), otro a los intelectuales (Sigal, 1991) o al sistema político (De Riz, 2000). En la misma línea de análisis se encuentran trabajos específicamente abocados a la peronización de los universitarios (Barletta, 2001; Barletta y Tortti, 2002; Sarlo, 2001; Suasnábar, 2004; Dip, 2018).
En lo relativo a Rosario, no obstante, esta afirmación, con centro en lo sucedido en la Universidad de Buenos Aires (en adelante, UBA), cuenta con menos arraigo en la literatura nativa. Ello puede deberse a la referida fortaleza que exhibió el reformismo vernáculo y/o a la falta de trabajos específicos sobre esta cuestión en tal ciudad. No existe para este caso una investigación como la que Natalia Vega ha emprendido para el estudiantado de la ciudad de Santa Fe en la provincia homónima (véase, por ejemplo, 2010 y 2017). Sin embargo, el eco de tal afirmación ha resonado en la literatura rosarina. Así, en un importante trabajo de síntesis acerca de lo acaecido en estos años en tal urbe, Cristina Viano (2000) planteó que desde 1970 se registró en la UNR un “arrollador” crecimiento de la Juventud Peronista (JP), aunque sin explayarse al respecto (p. 71).
En este artículo se discutirá esta aseveración. Para ello, se parte de una epistemología diferente que deriva en una metodología también disímil. La atención no está puesta en los discursos, sino en las luchas concretas que protagonizó el activismo y los ámbitos donde se desplegaron, es decir, las circunstancias que en su derrotero conforman al movimiento estudiantil. Lo discursivo es desde luego una dimensión atendible que integra, pero no agota, las prácticas del actor en cuestión. La observación metódica de los enfrentamientos sociales, esto es las acciones contenciosas de diverso tipo que llevó adelante el estudiantado en lucha, da cuenta pues de un punto de vista alternativo en tanto “operador teórico en el marco del análisis de las relaciones sociales, de su construcción y de su destrucción” (Marín, 2009, p. 46). Este modo de encarar el asunto en relación al caso aquí analizado posee precedentes en los trabajos de autores que a partir de esas coordenadas teóricas han señalado la preeminencia del reformismo sobre el peronismo en el movimiento estudiantil rosarino a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta (Millán, 2017; Bonavena y Millán, 2007).
De cara a esa producción, el aporte específico de este trabajo consiste en analizar de un modo más exhaustivo y extendido en el tiempo las acciones de lucha del movimiento estudiantil de la UNR. El trabajo se propone retratar con precisión la evolución de las formas de acción, los protagonismos de las agrupaciones implicadas y las alianzas tejidas por el movimiento estudiantil rosarino para, finalmente, trazar y explicar los ciclos de conflictividad detectados al observar los valores que arrojan ciertas variables y las relaciones plausibles de establecer entre sí. De acuerdo a la contabilidad efectuada, desde el golpe de Estado de 1966 hasta el de 1976 los estudiantes de esta casa protagonizaron no menos de 1.075 hechos de lucha entre comunicados, enfrentamientos con la policía, asambleas, actos, huelgas y demás.2
A partir de un desglose de tales acciones el propósito de la investigación reside en retratar de un modo pormenorizado la trayectoria del movimiento estudiantil rosarino. Para ello se trabajó con una base de datos construida con más de veinte diarios de circulación nacional, entre ellos dos locales (La Capital y La Tribuna) y uno provincial (El Litoral) (Bonavena, 1990).3 La base reúne día por día la información relativa al movimiento estudiantil argentino, entre la que se encuentra la referida a Rosario. En este artículo se procesa estadísticamente tal información y, en menor medida, se recurre a la misma para algún dato puntual. Los hechos rosarinos recabados han sido clasificados a partir de una matriz de datos que cataloga diez variables, seis con categorías excluyentes (lugar, fecha, tipo de acción, escenario, cantidad de participantes y facultad donde ocurrió el hecho) y cuatro con categorías no excluyentes (protagonista/s, reclamo/s, aliado/s y enemigo/s). El total de categorías registradas supera las cien.
La investigación se expone en dos apartados. El primero se aboca a los ciclos de activación y reflujos estudiantiles, las formas de acción que los caracterizaron, sus protagonistas, las facultades que los alojaron y los resultados de las elecciones de centros de estudiantes en 1973, esto es, cuando retornó la democracia al país. En el segundo apartado se analizan los reclamos, escenarios y alianzas establecidas por estos estudiantes. Las conclusiones echarán luz sobre las tendencias que surcaron al movimiento estudiantil de la UNR, lo que permitirá dar cuenta de qué explicaciones acerca de su accionar entre los golpes de Estado de 1966 y de 1976 pueden validarse, y cuáles deben desecharse.
Protagonistas, tipos de acción, facultades y elección de centros estudiantiles en 1973
Existe una aceptación acerca del protagonismo político ganado por el movimiento estudiantil argentino entre los golpes de Estado de 1966 y 1976, dentro del cual, como se ha mencionado, resultan dominantes, aunque cada vez menos, las explicaciones que hacen eje en su peronización en tanto proceso vertiginoso que se disparó desde que prorrumpió la dictadura. En estas páginas se describirán más puntillosamente estos cambios en la UNR. Para ello, ante todo, es pertinente revelar la evolución anual de las 1.075 acciones que al menos realizó el movimiento estudiantil surgido de sus aulas a lo largo de una turbulenta década.
Como consta en el gráfico nº 1, el estudiantado de esta casa protagonizó un ciclo de luchas de gran magnitud tras el golpe de 1966, incomparablemente mayor al registrado en cualquier otro período, dado que afloró en pocos meses. Sin embargo, la resistencia estudiantil a la intervención universitaria no pudo torcer el rumbo trazado por la dictadura. Con su derrota ya plenamente consumada en el mes de octubre, dejó atrás una etapa de la vida universitaria que algunos añoraron luego como la “época de oro” de la universidad argentina. Tras la intervención de la UNL, la conflictividad decayó abruptamente, con un leve proceso de recuperación durante 1968 jalonado por la conmemoración del cincuentenario de la Reforma Universitaria en todo el país.
Al año siguiente se registraron dos episodios de lucha trascendentales que devolvieron la iniciativa a los estudiantes. El primero en mayo, cuando fueron asesinados el universitario Adolfo Ramón Bello de 22 años y el secundario Luis Norberto Blanco de 15 años, puso al estudiantado rosarino a la vanguardia de la lucha antidictatorial. En septiembre los ferroviarios del ramal Mitre, acompañados por los estudiantes, pero ya sin fracciones empresarias de su lado, protagonizaron el Rosariazo. En esta oportunidad, fue asesinado el estudiante Juan Sánchez de 18 años. Luis César Bou ha mostrado que en mayo prevalecieron los elementos espontáneos, siendo desbordado el gobierno por una protesta que subestimó en sus inicios en tanto un acto más de rebeldía juvenil sin mayores consecuencias. En septiembre, sin embargo, la protesta se enmarcó en un paro activo planificado por la CGT local, similar al que había dado origen al Cordobazo. Según Beva y Balvé (2005), en esa jornada se luchó durante treinta horas tanto en el centro rosarino como en los barrios obreros periféricos, abarcando las grescas un radio de noventa manzanas (pp. 194-195). Atraviesa a la literatura más reciente la controversia acerca de si conceptualizar como Rosariazo a la primer protesta, originalmente no entendida de ese modo, a la que en ocasiones se le agrega el aditamento “estudiantil” para distinguirla de su sucesora más prominentemente “obrera”.
Sea como sea que se califique esta primera protesta, lo cierto es que la conflictividad que desató se empinó hasta 1971. El 18 de junio del año anterior había asumido la presidencia Roberto Levingston, militar confinado hasta entonces a tareas diplomáticas en el exterior, dando inicio al “segundo ciclo de la Revolución Argentina” (O’ Donnell, 2009; De Riz, 2010). Su escasa influencia en las filas castrenses, el descalabro institucional, el recrecimiento de la protesta, la aparición de las formaciones político militares sumado a un diagnóstico anacrónico de la situación económica conllevó a su reemplazo por un hombre más orgánico a las fuerzas armadas, el general Agustín Lanusse quien asumió la primer magistratura el 26 de marzo de 1971. El nuevo mandatario, asediado por la movilización popular, propugnó un plan de apertura política, con la colaboración de su ministro del Interior, el radical Arturo Mor Roig, autorizando el funcionamiento de los comités partidarios e impulsando el “Gran Acuerdo Nacional” (GAN) como salida de la dictadura (Novaro, 2011, p. 113; De Riz, 2000, p. 105; Bonavena, Maañón, Morelli, Nievas, Paiva y Pascual, 1998, pp. 97-98). Según sus memorias: “la política consistía, por un lado, en la represión de los irrecuperables, pero, por otro, en privar de oxígeno político a la subversión.” (Lanusse, 1977, p. 163).
Cuando este plan institucional se asentó, con el horizonte electoral cada vez más palpable, la protesta universitaria, acompasando la dinámica descendente de la conflictividad obrera, se desplomó. Sin embargo, durante 1973 con los gobiernos peronistas se recuperó, para a partir de ese año registrar una nueva caída que se precipitó en 1975. ¿De qué se trató ese recrecimiento de la acción estudiantil que se inició con el gobierno peronista de Héctor Cámpora? Si a la contabilidad en cuestión se le desagregan las declaraciones y las acciones de apoyo al gobierno y al funcionariado, es decir las acciones que requieren un menor costo de movilización en comparación con la lucha de calles que los enfrentaba con las fuerzas represivas del Estado, el resultado es el siguiente:
Como se observa, las variaciones no son muy significativas si se contemplan o no estas acciones, excepto por el año 1973. En este lapso la situación sí se trastoca: excluyendo las declaraciones y apoyos al gobierno y funcionarios las acciones de los estudiantes de la UNR descienden notablemente. Es decir, la diferencia durante tal año la producen este tipo de acciones. Nótese que si no existieran la caída de acciones generales registradas durante 1972 se mantendría. En ese sentido, este gráfico ofrece una primera aproximación a lo sucedido con el movimiento estudiantil rosarino al regreso de la democracia: se trató de un año inusual por el apoyo que recibieron los oficialismos.
Una exploración más detallada por las formas de acción permite observar el compromiso, la disposición al enfrentamiento, la relación con las instituciones y la violencia tanto en dicho año como en todo el período abordado. En la variable formas de acción inicialmente se clasificaron los hechos en 17 categorías, las cuales fueron reagrupadas a su vez en cuatro: “Declaraciones y/o comunicados”; “Acción institucional” (conferencia de prensa, acto, asamblea, huelga de hambre, huelga universitaria de escala nacional, local o por unidad académica); “Acción directa” (movilización y toma sin control del edificio); “Acción directa con violencia” (acto relámpago, enfrentamientos con la policía, barricada, toma con control del edificio, detonación de explosivos y ataque armado).4
El primer elemento de las distribuciones de este gráfico que sobresale es la recurrencia de los modos de acción que implican alguna forma de violencia durante los años de mayor conflictividad. Si bien en el segundo semestre de 1966, la acción institucional la aventaja bastante, ya desde 1968, cuando el movimiento estudiantil resurgió de su derrota, la violencia adquirió un papel sobresaliente. Los Rosariazos, antecedidos en el norte provincial por el “Ocampazo” –una protesta en la localidad de Villa Ocampo disparada por el cierre del ingenio azucarero donde trabajaban la mayor parte de sus habitantes– y las protestas en el barrio de Empalme Graneros en el noroeste de la ciudad a causa de las inundaciones, fueron los mayores hitos de este proceso de confrontación. Para refrenar las protestas la dictadura debió recurrir a las Fuerzas Armadas y militarizar la ciudad, aplicando un severo código de justicia castrense, ya que las fuerzas policiales habían sido ampliamente superadas por los manifestantes. Tal era la atmósfera, que en junio la revista local Boom caracterizó la situación en su portada como “Guerra de Rosario” (Naranjo, 1999, p. 15), diagnóstico coincidente con el que asumieron la gran burguesía y las fuerzas armadas.
Es significativo que desde entonces la acción directa sin violencia en las protestas universitarias tendió a superar a la acción violenta. Particularmente importante, más allá del retroceso generalizado de la conflictividad durante 1972 cuando se impuso el GAN y la salida electoral desvió las energías estudiantiles, devino la coyuntura del año siguiente que marcó el retorno de los gobiernos peronistas. En un año que abarcó los 48 días que duró el gobierno electo de Cámpora en 1973, el interregno de su sucesor Raúl Lastiri y su continuador Juan Perón que desde 12 de octubre asumió la presidencia que había ganado por una contundente mayoría electoral, la acción violenta se desplomó en el horizonte de acción del estudiantado rosarino. En su lugar, la acción directa sin violencia, la acción institucional y una profusión de declaraciones ya comentadas acapararon el repertorio de luchas estudiantiles en la UNR.
Para analizar esos cambios resulta fundamental posar la mirada en sus componentes, reconstruyendo las jerarquías militantes que trazaron las acciones. El código de la investigación reconoció al respecto 27 categorías no excluyentes, puesto que una acción puede haber sido desarrollada por más de un grupo. A los fines de simplificar la lectura, se han elaborado seis categorías que nuclean grandes corrientes de opinión: “Centros y Federaciones”, “Agrupaciones Reformistas” (MOR, Franja Morada, MNR y otras reformistas), “Agrupaciones de Izquierda (FAUDI y otras marxistas); “Agrupaciones Peronistas” (FEN, UEL, PB, JUP y otras), “Grupos de Derecha” y “No Informados”. En el gráfico nº 4 puede observarse cómo evolucionó su incidencia en el proceso de lucha:
Lo primero que se destaca de este gráfico es el anonimato de quienes se colocaron a la delantera de las acciones. Esto es atribuible a diferentes causas: por un lado, los periódicos consultados no se explayan sobre quién realiza cada acción, remitiéndola más bien a un genérico “movimiento estudiantil” o “estudiantes”; pero, por otro lado, esta acción se dispara cuando la conflictividad acrece, lo que es congruente con la incorporación de estudiantes a los enfrentamientos de masas que no poseen hasta ese momento membrecía organizativa. No puede en ese sentido establecerse que estas acciones se entrelazarían más con una agrupación que con otra. Por el contrario, aquí se tiende a pensar en una distribución proporcional siguiendo las performances específicas de cada agrupación en tales circunstancias. Sin embargo, lo que debe remarcarse es que los grandes movimientos de lucha disparan acciones que exceden a los grupos que militan el día a día, pero al mismo tiempo le abren un canal de diálogo con la base estudiantil.
En relación a las adscripciones verificadas, se observa con la línea violeta una preponderancia de los grupos de matriz reformista a lo largo del período. Si a ello se le suman los centros de estudiantes, dado que en una abrumadora mayoría son reformistas sus conducciones, la centralidad de este sector prefigura su contundencia. Frente a ello, los grupos de izquierda como el FAUDI que irían dejando atrás una identidad reformista, quedan en minusvalía, aunque al mismo tiempo es cierto que desde que la conflictividad social se incrementó también lo hizo la presencia de dichas organizaciones en el movimiento estudiantil de la UNR. Distinto es el caso de la familia peronista, agrupaciones que desde fines de los años sesenta lograron una mejor performance, alcanzando su cima durante 1973. Estos grupos contenían, como se sostuvo, orígenes disímiles. Al FEN y la UEL, se sumaría en 1973 la Juventud Universitaria Peronista (en adelante, JUP) (si bien contó con una pequeña formación previa en la ciudad que así se denominó), quien emergió como un fenómeno nuevo al recibir militantes con diferentes trayectorias. Su ruptura, entre la JUP “Lealtad” y la JUP oficialista que se alineó con la conducción de Montoneros, se produciría a fin de ese año en Rosario, más temprano que en la Capital Federal donde en el verano porvenir esta disputa también hizo crujir la agrupación. A este panorama en la UNR, hay que sumarle los militantes del Peronismo de Base (en adelante, PB), procedentes en buena medida de la UEL, quienes de entrada mantuvieron una relación ríspida con la conducción del líder vuelto del exilio.
Sin embargo, ni siquiera cuando se formó la JUP, a pesar de la notoriedad que con ella ganó el peronismo de conjunto, llegaría a semejarse en la UNR esta tendencia al reformismo en volumen y fuerza organizativa. En especial, la continuada solidez del MNR, el grupo más importante en Rosario del reformismo universitario, constituye la contracara del variopinto, frágil y cambiante arco estudiantil peronista. En este sentido, resulta relevante analizar los enfrentamientos por facultad y año, un ejercicio que puede brindar mayores precisiones sobre los actores implicados. En la tabla nº 1 se observan las frecuencias obtenidas.
Antes de entrar en el análisis, adviértase que 736 de las 1.075 acciones de lucha registradas en el período, poco menos que tres cuartos del total, pudieron ser asignadas a una facultad. Dentro de este universo, se observa la preponderancia de la Facultad de Medicina, la más concurrida de la UNR. Esto constituye una característica propia de Rosario, ya que en las otras grandes universidades del país la centralidad política recaía en las facultades de Filosofía y Letras. Las otras facultades, con Ingeniería, Arquitectura y Ciencias Económicas en los primeros lugares, corren bien por detrás. Este dato no hace más que confirmar la preeminencia del reformismo rosarino a lo largo de la década analizada, ya que Medicina era la facultad donde el MNR poseía su fortaleza. Esta solidez le permitió a los socialistas, sumando sus importantes regionales cordobesas y tucumanas, presidir desde 1971 una de las dos FUA en que se dividió el movimiento estudiantil argentino (Califa, 2017).
Por otro lado, se han pintado de rojo los máximos de acciones año tras año. Resulta peculiar lo sucedido en 1973: la Facultad de Filosofía se coloca con un número relevante de hechos al tope de los enfrentamientos. Esto responde en buena medida a la pregunta por la espacialidad de los grupos ajenos al reformismo, sean peronistas o de izquierda.
Sin embargo, a pesar de su crecimiento, la inseguridad se apoderó del peronismo al considerar sus dirigentes que no podrían triunfar en las elecciones de centros. Mientras que en la UBA a fin de año la JUP resolvió participar de los comicios, obteniendo resultados alentadores, en la UNR sus militantes rehuyeron a la contienda electoral. Las elecciones ratificaron la relevancia del reformismo:
Así, el MNR obtuvo 3.949 sufragios, seguido por el MOR comunista con 1.261 votos y bastante más atrás por los radicales que con 489 apoyos conquistaron la dirección en Derecho (en la regional de la UTN los socialistas también vencieron ampliamente). A fines de 1974 se construiría la Federación Universitaria de Rosario, con tres representantes del MNR en su Mesa Directiva, dos de la JUP y uno de la Franja Morada, el FAUDI y el MOR (Bonavena, 1990, sección noviembre, p. 18).
De lo expuesto queda clara la hegemonía reformista en la UNR y la preponderancia del grupo socialista en su seno: de los ocho representantes electos en la federación estudiantil local, cinco adherían a grupos que en su identidad universitaria defendían la Reforma, siendo tres de ellos miembros del MNR. En ese sentido, la teoría de la “peronización” no explica lo acaecido en la UNR. Si bien se observa un incremento de esta fuerza desde los años setenta, con un pico entre 1973 y 1974, este no llega a poner en cuestión la hegemonía reformista local. Es cierto que tal modo de ver el proceso estudiantil puede echar luz sobre la mayor relevancia adquirida por el peronismo en esta casa de estudios, pero el problema es que si lo hace a costa de ensombrecer la continuidad en el liderazgo estudiantil del reformismo es más lo que oscurece que lo que ilumina al fin y al cabo.
A sabiendas de ello, con el abordaje de los reclamos, los escenarios de lucha y los aliados de este efervescente sujeto colectivo se puede ahondar en otros aspectos que pintan un cuadro más acabado de su recorrido en esta década.
Reclamos, escenarios y aliados del movimiento estudiantil
Los reclamos de las acciones de lucha estudiantil contemplados en 13 categorías fueron reagrupados en cinco por su proximidad conceptual: “Reclamos académico/universitarios” (autonomía y cogobierno, cuestiones académicas, bienestar estudiantil e ingreso irrestricto); “Política Universitaria” (cuestionamiento contra funcionarios y/o profesores y crítica de la política universitaria gubernamental); “Cuestiones políticas” (contra medidas y acciones políticas en el escenario nacional y/o internacional, solidaridad con otras luchas y memoria/homenaje a mártires), “Anti-represivo” y “Apoyo al gobierno y/o funcionario” (apoyo a funcionario, apoyo a la política educativa del gobierno o al gobierno en general).6 El gráfico nº 5 retrata su periplo:
Como se refleja, allende la intervención de 1966, las cuestiones universitarias ocuparon un primer lugar entre las demandas estudiantiles, sin ser superadas por otras preocupaciones. A ello le siguieron los reclamos antirrepresivos, lo que es comprensible en un momento donde se incrementaba la violencia del gobierno hacia las protestas de los jóvenes universitarios, y las cuestiones políticas. Pero tras la caída de 1967, las menciones a la política nacional e internacional van a prevalecer en el contexto de los Rosariazos. Desde los años setenta, sin embargo, las cuestiones universitarias adquirirán nuevo vigor. Ello muestra que los estudiantes, a contramano de miradas arquetípicas acerca del mundo universitario en esos años (Sarlo, 2001, pp. 85-86), incluso durante el mayor ascenso de la conflictividad social, nunca renunciaron a su defensa corporativa. A propósito, su brega por romper con el ingreso restrictivo que pretendió establecer la dictadura al imponer masivamente cursos de ingreso con cupos prefijados, un reclamo que se disparó en Córdoba durante el verano de 1970 y que desde allí se expandió en todo el país (Bonavena y Millán, 2010), constituye un ejemplo elocuente de las luchas por temas universitarios, que en 1971 alcanzaría su paroxismo local con el conflicto desatado en Medicina, facultad donde el estudiantado luchó contra la severa represión del decanato (Millán, 2017, pp. 153-154).
Bajo la luz de un trienio de luchas tan conflictivo, lo sucedido en 1973 ratifica su excepcionalidad. Obsérvese que las referencias a la política universitaria, una variable hasta aquí menos aludida, y muy próxima al apoyo al gobierno y los funcionarios, algo que nunca había pasado, se colocan por encima de las otras dos variables que habían marcado el ritmo de los años precedentes. Nuevamente, esta situación remite al contexto nacional, y, en ese marco, a la mayor visibilidad que cobraron los grupos identificados con el oficialismo peronista. Este rasgo sirve para dar cuenta de la orientación asumida por esa fuerza, más tendiente a evitar la lucha de calles que a propulsarla.
Del mismo modo, la acción del MNR se orientó a avalar las nuevas autoridades como fue el caso con Ángel Brovelli designado en mayo de dicho año rector normalizador. Vinculado al peronismo, este abogado suspendió los concursos tildados de fraudulentos que se habían sustanciado durante la dictadura, permitió que retornen docentes otrora expulsados, modificó la estructura universitaria y renovó planes de estudios. A pesar de ello, en noviembre su gestión terminaría, sucediéndose cinco rectores hasta el golpe de 1976 (Águila, 2014, p. 153 y Burke, 2016, p. 117).
En cuanto a los escenarios de las luchas, se vislumbraron ocho posibles ámbitos de acción que luego, en función de la distribución efectiva de los casos, resultaron simplificados a tres: “Universidad”, “Calles y/o espacio público” y “Otros” (locales sindicales, locales y/o domicilios privados, teatros, cines, edificios de entidades deportivas, religiosas, profesionales u otras actividades civiles).
Como se desprende del gráfico, las unidades académicas fueron el escenario más corriente de la acción estudiantil. Esta tendencia haya una excepción durante el conflictivo trienio 1968-1970, cuando las calles se convirtieron en el espacio privilegiado de la confrontación.
La acción universitaria en 1971, signada por las luchas por el ingreso, que rompió el torniquete del gobierno, ampliando el acceso universitario en todo el país, exhibe una vez más la potencia de la acción reivindicativa. No obstante, el desplome de la acción en las calles que se inicia ese año anticipó una pérdida de protagonismo de la acción más disruptiva del estudiantado de la UNR. Sólo en 1973, cuando ambas curvas hicieron cortocircuito, los espacios de acción alternativos revistieron alguna relevancia. Para entonces, los “azos” eran un recuerdo de un movimiento estudiantil que se movía por los carriles institucionales.
Tales locaciones se correlacionan, finalmente, con las alianzas enhebradas por los estudiantes de la UNR. La clasificación primigenia de nueve categorías se abrevió, en virtud de su recurrencia, en cuatro: “Docentes y no docentes”, “Obreros”, “Fracciones de la pequeña burguesía” (comerciantes, profesionales y padres) y “Organizaciones políticas”.
Las distribuciones representadas en este gráfico destacan la preponderancia de la alianza del movimiento estudiantil con el movimiento obrero rosarino. Desde 1968 en medio de las movilizaciones contra la dictadura las acciones conjuntas con fracciones obreras alcanzan una importancia inédita con la formación de la CGT de los Argentinos enfrentada a la CGT, la primera agrupando gremios estatales y ferroviarios en Rosario y la segunda nucleando sindicatos industriales. En el marco de los Rosariazos, las centrales gremiales no obstante se unificaron en la lucha. En mayo de 1969 los estudiantes incitaron a la acción del movimiento obrero, plegándose en septiembre a la movilización de los trabajadores del riel. En ese sentido, si bien este último caso es claro, no siempre es fácil advertir cuáles fueron las fracciones del movimiento obrero privilegiadas en la acción de lucha estudiantil concreta (las fuentes periodísticas no eluden por lo general a ese nivel de desglose), ni tampoco qué grupos estudiantiles se encontraban con qué grupos obreros. Más allá de la obvia unión que provocan banderías estudiantiles comunes, es de subrayar que las posiciones de lucha mientras más se exacerban frente a un opositor más unen, incluso a pesar de antecedentes contradictorios. Como señalan autores que estudiaron tales “azos”, en esos días había aulas abiertas para los obreros y sindicatos abiertos para los estudiantes (González, Gigena y Shapiro, 2008, p. 164). Una contabilidad efectuada por Mariano Millán (2017), asigna más de la mitad de las acciones obreras-estudiantiles transcurridas entre 1969 y la asunción de Cámpora el 25 de mayo 1973 al reformismo local, mientras que el peronismo apenas obtiene la sexta parte (p. 149).
La otra fracción que sobresale como aliada estudiantil es la pequeña burguesía personificada en las asociaciones profesionales. En 1966 estas asociaciones se erigen como un resguardo de la acción estudiantil, pero en 1968 comienza a disminuir su relevancia frente a la importancia que adquiere el movimiento obrero. En 1972, con este aliado en retirada, vuelven a convertirse los sectores medios en un apoyo de la resistencia estudiantil de la UNR. La solidaridad vertida por estas asociaciones profesionales marca una gran diferencia con la postura que asumieron las cámaras empresarias que agrupan al gran capital. Las mismas, a raíz del asesinato en abril de 1972 del teniente general Juan Carlos Sánchez por un comando conjunto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ejército Revolucionario del Pueblo, involucraron a los estudiantes en los hechos al señalar que estos se veían acechados por fuerzas externas que los instrumentalizan a su favor (Simonassi, 2018, p. 110). Se vislumbra empero que dicha alianza fue más defensiva que ofensiva para el movimiento estudiantil, un carácter contrario al que había asumido la confluencia con el movimiento obrero.
Por su parte los docentes y no docentes, casi ausentes como aliados de los estudiantes tras el golpe en las protestas –los opositores al gobierno en este claustro prefirieron presentar sus dimisiones que enfrentar a la dictadura en las calles como hicieron sus estudiantes– empezarán a ascender en consideración desde 1968 siguiendo una pauta similar a la de sus pares trabajadores afuera de la universidad. El repunte de 1973 se explica por la alianza establecida entre estudiantes y docentes proclives al oficialismo, bajo una nueva atmósfera de aliento a las autoridades. Del mismo modo, resulta singular la aparición de organizaciones políticas, sobre todo del peronismo, como aliadas del movimiento estudiantil de la UNR, aportando nuevas locaciones.
A partir de 1974, sin embargo, todas las alianzas construidas en los años posteriores al golpe de 1966 se desmoronaron, lo cual muestra que el declive general de la acción estudiantil estuvo signado por una caída en su consideración pública por parte de otros sujetos colectivos. El año 1975 expuso el ostracismo en el que quedó sumido el movimiento rosarino, en sintonía con lo que les pasó a sus pares en otras universidades nacionales, en medio del terror imperante. Según ha explicado Gabriela Águila (2008), la represión se intensificó durante dicho año en Rosario, imputando el servicio de informaciones de la Policía local como “bandas de delincuentes terroristas” a sus opositores (p. 71 y p. 236). La UNR considerada según esta óptica un nido de “los ideólogos de la subversión”, fue profilácticamente vigilada. Como sostiene Laura Luciani (2007), la asunción de Joaquín Sánchez Matorras al rectorado con el golpe de 1976 “aun cuando venía a señalar una nueva etapa de intervencionismo en la Universidad, no marcaba un corte abrupto con su antecesor, el civil Fernando Cortés, interventor designado por la gestión anterior.” (p. 289) Los cacheos en las puertas de las facultades donde se debía ingresar con documento en mano, las puntillosas vigilancias en los pasillos y las aulas, la búsqueda de “normalidad” expuesta en medidas como la pautada vestimenta de los estudiantes, se profundizaron sobre un sendero que en 1975 ya estaba trazado. Un trabajo en curso, estimó en no menos de 24 las renuncias registradas a fines de este año en la Facultad de Filosofía y Letras, a lo que se sumaron 5 cesaciones a profesores en Ciencias Médicas (Grimi, 2019, p. 5). Todo ello resultó un nuevo anticipo de lo que ocurriría durante la dictadura, cuando fueron expulsados 220 agentes que se desempeñaban en toda la órbita de la UNR y no menos de 200 personas que de diversos modos habían estado vinculadas a esa institución engrosaron las listas de detenidos/desaparecidos y asesinados por la dictadura.
Desde entonces, en la base de datos consultada las acciones de lucha estudiantil se hunden, como se advierte en los gráficos ya expuestos, tomando la posta en cambio las noticias acerca de asesinatos por parte de fuerzas parapoliciales a universitarios. Así, la pérdida de aliados, y fundamentalmente la enajenación de los sectores obreros combativos, tras un ciclo donde la acción más disruptiva había dejado su lugar a la acción institucional, sumado a una represión en ascenso de la que no se tenía memoria, resultó el último clavo en la tumba del movimiento estudiantil de la UNR.
Conclusiones
En este artículo se dio cuenta de una larga década de militancia del movimiento estudiantil de la UNR. En primer lugar, se abordó la resistencia de 1966 tras el golpe de Estado y la intervención universitaria. Pese a su gran despliegue, la oposición estudiantil fue derrotada por la dictadura.
El activismo universitario resurgió no obstante en 1968 con la conmemoración del cincuentenario reformista. Tras los Rosariazos del año siguiente su acción acreció aún más hasta alcanzar su pico en 1971. Fueron tiempos donde prevalecieron las calles como principal escenario de lucha, la alianza con el movimiento obrero y las demandas que ponían el foco en cuestiones políticas. Aunque también, como sucedió en el último lapso de este ciclo, se discutieron apasionadamente los temas universitarios, fundamentalmente la necesidad de ampliar el ingreso a las facultades, lo que motorizó la acción contra el restrictivo examen de admisión.
Para 1972, con el establecimiento del GAN, comenzó una nueva etapa, marcada por la caída de las movilizaciones, con una impronta más institucional, donde disminuyeron también los contactos con los trabajadores. Esta tendencia predominó en el trienio del tercer peronismo, incluso durante 1973, ya que en ese lapso dos terceras partes de las acciones en cuestión se circunscribieron a declaraciones y apoyos al gobierno y funcionariado. Además, prevaleció la alianza con sectores docentes reinstalados y organizaciones políticas, el encierro en las aulas y, de modo palmario, el derrumbe de las acciones directas que implicaban alguna forma de violencia.
En segundo término, en este artículo se enfatizó la preeminencia de las organizaciones reformistas en la UNR, fundamentalmente del MNR nacido en sus aulas. No hubo grupo de “nueva izquierda” ni del peronismo que le hiciera sombra, pese a que en dicho año la JUP expuso la mejor performance entre estos últimos. Sin embargo, esta organización se concentró en hacer oficialismo desde las aulas, con efusivas muestras de apoyo a las autoridades cercanas, más que en llevar adelante reivindicaciones concretas lanzándose a las calles.
Por ende, la tesis acerca de una “peronización” estudiantil debe ser reemplazada por una imagen más adecuada a la realidad, que reponga en el centro de la escena al reformismo durante todo el período, si se quiere entender qué paso en la UNR con su movimiento estudiantil entre los golpes de Estado de 1966 y 1976. Al hacerlo, el debate debe girar sobre las características de este reformismo, más organizado, experimentado y moderado que otras agrupaciones que por izquierda disputaron su dominio. De este modo, el discurso histórico sobre el movimiento estudiantil rosarino en el período no quedaría al margen de su acción concreta, sino que sería una expresión más fiel de esta.
Referencias
Águila, G. (2008). Dictadura, represión y sociedad en Rosario, 1976/1983. Un estudio sobre la represión y los comportamientos y actitudes sociales en dictadura. Buenos Aires: Prometeo.
Águila, G. (2014). La Universidad Nacional de Rosario en la dictadura (1976-1983): depuración, “normalización” y reestructuración institucional. PolHis. Revista bibliográfica del programa de historia política, 14, 146-178.
Balvé, B. y Balvé, B. (2005). El ‘69: huelga política de masas: Rosariazo, Cordobazo, Rosariazo. Buenos Aires: Razón y Revolución.
Bonavena, P. (1990/2). Las luchas estudiantiles en Argentina 1966/1976. Informe de Beca de Perfeccionamiento, Secretaría de Ciencia y Técnica, Universidad de Buenos Aires.
Bonavena, B; Maañón, M.; Morelli, G.; Nievas, F.; Paiva, R. y Pascual, M. (1998). Orígenes y desarrollo de la guerra civil en Argentina: 1966-1976. Buenos Aires: Eudeba.
Bonavena, P. y Millán, M. (2007). ¿Cómo llegó el movimiento estudiantil al Rosariazo de mayo de 1969?. Razón y Revolución, 17, 119-128.
Bonavena, P. y Millán, M. (2010). La lucha del movimiento estudiantil cordobés por el ingreso irrestricto a la Universidad en 1970 y 1971. En G. Vidal y J. Blanco (Comps.), Estudios sobre la Historia de Córdoba en el siglo XX (pp. 65-84). Córdoba: Ferreyra.
Bonavena, P. y Califa, J. (2018). El ‘68 argentino. Luchas estudiantiles en los albores de un ascenso de masas. En P. Bonavena y M. Millán (Eds.), Los ‘68 latinoamericanos. Movimientos estudiantiles, política y cultura en México, Brasil, Uruguay, Chile, Argentina y Colombia (pp. 201-232). Buenos Aires: Clacso.
Barletta, A. (2001). Peronización de los universitarios (1966-1973). Elementos para rastrear la constitución de una política universitaria peronista. Pensamiento Universitario, 9, 82-89.
Barletta, A. y Tortti, C. (2002). Desperonización y peronización en la universidad en los comienzos de la partidización de la vida universitaria. En P. Krotch (Org.), La Universidad Cautiva: Legados, Marcas y Horizontes (pp. 107-123). La Plata: Al Margen.
Bou, L. (s.f.). El espontaneísmo en los movimientos de masas: el caso de Rosario en 1969. Recuperado de https://www.nodo50.org/observatorio/espontaneo.htm
Buchbinder, P. (2005). Historia de las Universidad en la Argentina. Buenos Aires: Sudamericana.
Burke, M. (2016). Dinámicas institucionales, posicionamientos y estrategias desplegadas por los actores universitarios frente a la evaluación institucional. El caso de la Universidad Nacional de Rosario (Tesis doctoral inédita). Universidad Nacional de Rosario, Rosario, Argentina.
Califa, J. (2017). Dos fuas en los años setenta. El movimiento estudiantil en las postrimerías de la Revolución Argentina. Anuario de la Escuela de Historia Virtual, 12, 130-150. Recuperado de https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/46216
De Marco, M. (2013). Ciudad Puerto: Universidad y desarrollo regional, Rosario, 1919-1968. Rosario: CEHDRE.
De Riz, L. (2000). La política en suspenso 1966-1976. Buenos Aires: Paidós.
Dip, N. (2018). Libros y alpargatas. La peronización de estudiantes, docentes e intelectuales de la UBA (1966-1974). Rosario: Prohistoria.
Falcón, R. y Stanley, M. (2001). La Historia de Rosario. Economía y Sociedad (Tomo I). Rosario: Homo Sapiens.
González, O. Gigena, E. y Shapiro, J. (2008). Los rosariazos de 1969. De mayo a septiembre. Rosario: Homo Sapiens.
Grimi, S. (agosto de 2019). Lógicas represivas, mecanismos de control y reestructuración académica en los espacios universitarios durante la última dictadura. Una aproximación a los casos de Humanidades y Artes y Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario. Ponencia presentada en XIII Jornadas de Sociología. Las cuestiones de la Sociología y la Sociología en cuestión UBA, Buenos Aires, Argentina.
Sigal, S. (1991). Intelectuales y poder en la década del sesenta. Buenos Aires: Puntosur.
Gillespie, R. (1987). Soldados de Perón. Los Montoneros. Buenos Aires: Grijalbo.
Lanusse, A. (1977). Mi testimonio. Buenos Aires: Lasserre.
Longoni, A. y Mestman, M. (2000). Del Di Tella al Tucumán Arde: vanguardia artística y política en el 68 argentino. Buenos Aires: El Cielo por Asalto.
Luciani, L. (2017). Juventud en dictadura. Representaciones, políticas y experiencias juveniles en Rosario (1976-983). La Plata-Los Polvorines-Misiones: Universidad Nacional de La Plata, Universidad Nacional de Misiones y Ediciones de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
Marín, J. (2009). Cuaderno 8. Buenos Aires: Picaso.
Micheletti, M. (2013). La universidad en la mira. La "Laica o Libre" y sus expresiones rosarinas, 1955-1959. Buenos Aires: Imago Mundi.
Millán, M. (2013). Entre la universidad y la política: los movimientos estudiantiles de Corrientes y Resistencia, Rosario, Córdoba y Tucumán durante la "Revolución Argentina" (1966-1973) (Tesis doctoral inédita). Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina.
Naranjo, R. (1999). Los Rosariazos. Mayo y Septiembre de 1969. Santa Fe: Ediciones AMSAFE.
Novaro, M. (2011). Historia de la Argentina (1955-2010). Buenos Aires: Siglo XXI.
O’ Donnell, G. (2009). El Estado Burocrático Autoritario 1966-1973. Triunfos, derrotas y crisis. Buenos Aires: Prometeo.
Pérez Lindo, A. (1985). Universidad, política y sociedad. Buenos Aires: Eudeba.
Raffo, A. (2007). La Facultad de Filosofía y Letras de Rosario, 1955-1966 (Tesis de Licenciatura). Universidad Nacional de Rosario, Rosario, Argentina.
Roldán, D. (2006). Nueva Historia de Santa Fe. Tomo X La sociedad en movimiento. Expresiones culturales, sociales y deportivas (Siglo XX). Rosario: Prohistoria-La Capital.
Sarlo, B. (2001). La batalla de las ideas (1943-1973). Buenos Aires: Emecé.
Simonassi, S. (2018). Las patronales argentinas ante la lucha en los años ‘60 en la Argentina. Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, 13, 97-117. https://doi.org/10.46688/ahmoi.n13.50
Suasnábar, C. (2004). Universidad e intelectuales. Educación y política en la Argentina (1955-1976). Buenos Aires: FLACSO-Manantial.
Tortti, C. (2000). Protesta social y “nueva izquierda” en la Argentina del “Gran Acuerdo Nacional”. En H. Camarero y P. Pozzi (Comps.), De la revolución libertadora al menemismo. Historia social y política argentina (pp. 129-154). Buenos Aires: Imago Mundi.
Vega, N., Diburzi, N. y Dejon, S. (2017). El Movimiento estudiantil universitario santafecino, c.1965-1971. En N. Vega y L. Alonso (Comps.), Lugares de los colectivo en la historia local. Asociaciones, trabajadores y estudiantes de la zona santafecina (pp. 121-145). Santa Fe: María Muratore Ediciones.
Vega, N. (2010). Repertorios discursivos y constitución de identidades en el movimiento estudiantil santafecino durante el Onganiato. En P. Buchbinder, J. Califa y M. Millán (Comps.), Apuntes sobre la formación del movimiento estudiantil argentino (pp. 131-158). Buenos Aires: Final Abierto.
Viano, C. (2000). Una ciudad movilizada (1966-1976). En A. Pla (Coord.), Rosario en la Historia (de 1930 a nuestros días). Tomo 2 (pp. 23-119). Rosario: UNR Editora.
Notas